Читать книгу Memorias de una Centauro - Mercedes Ciccociopo - Страница 6

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Juana estaba en su nueva casa pensando. Se sentía trabada. No lograba darse cuenta qué quería, se enredaba en sus propios pensamientos y ahí cuando no encontraba salida, se decía para sí que debía fluir, dejarse llevar. No pensar tanto. ¿Serían los pájaros devastadores del centauro que la perseguían? Los dolores de cabeza volvían constantemente y le hacían pensar que eran producto de su mente que no paraba de pensar. No encontraba su lugar. Leía y pensaba. Pero no había claridad en sus pensamientos.

Era la primera vez que Juana dejaba su ciudad de origen (Buenos Aires) para instalarse en una ciudad que, aunque en el mismo país, no dejaba de ser diferente, hasta en la forma de hablar. Así era Córdoba, o la “República de Córdoba”, como tal vez hubieran preferido llamarla sus habitantes. Salir de su lugar de origen, al menos por un tiempo, era algo que siempre había deseado; en realidad habría deseado más todavía instalarse en otro país, pero aun así sentía el cambio como algo positivo. Esta mudanza de ciudad se había debido a su trabajo.

Desde su mudanza Juana no tuvo el tiempo suficiente para reflexionar. No lo tuvo o no se lo dio, es probable que fuera una mezcla de ambos. No es fácil darse el tiempo para conectarse con uno mismo, cuesta llegar a la profundidad de los sentimientos y de las emociones. Hay tantas distracciones, en especial en estos días donde vivimos conectados con todo y con todos, excepto con nosotros mismos.

Juana no podía escapar a esos planes, a sus ambiciones, a pensar en todo momento en qué hacer, qué haría después, de qué trabajaría, dónde viviría, con quién estaría, si querría estar en pareja o no, si desearía tener hijos o no. Tantos pensamientos la alejaban de su sentir. Le indicaban inclusive que no sabía sentir. Ella creía eso. Pero algo crecía sin parar. Era la necesidad de enfrentarse a sus miedos para salir adelante. Cada vez estaba más convencida que sus temores eran conectarse con sus emociones.

En una charla con un chico que estaba conociendo a través del trabajo, él le contó que en una época tenía terror a las alturas, mucho miedo a volar. Sin embargo, hizo un curso de piloto de avión, y se recibió. Esa anécdota quedo resonando en la cabeza de Juana. Inclusive llegó a decirle a él que esos miedos le parecían manejables, referidos a algo práctico y objetivo. Si fuera pánico a las alturas, a los ascensores, al agua, etc. Los veía más simples de solucionar, de enfrentar, de atravesar y superar. Porque sus temores eran otros más profundos. Nada del exterior le daba miedo, sus fobias aparecían cuando iba a su interior. Así se lo había hecho notar una terapeuta.

Atravesar, pareciera que de eso se trataba la vida. De atravesar barreras. Recordó la película (y el libro) que más la marcó en su etapa adulta. “Comer, rezar, amar”. La había visto varios años antes, en un momento distinto de su vida. Sin embargo, aún hoy, esa película le marcaba que tenía asuntos no resueltos, que le faltaba perdonarse en muchos aspectos. Por eso cada vez que la veía la sensibilizaba al punto de hacerla llorar. Tenía trabas emocionales. Y hacía tiempo que venía pensando que ahí estaban sus miedos. En las emociones, en enfrentarse con esas emociones. Sus miedos venían de su interior.

¿Cómo superarlo entonces? Es más simple un temor como “tengo miedo a volar”. O sea, es más fácil de superar: “voy, me tomo un avión, me esfuerzo a hacerlo, lo hago, lo atravieso, lo supero”.

¿Pero qué quería decir el miedo a las emociones? ¿O a conectarse con sus emociones? ¿Qué emociones? ¿Para una cabeza tan concreta y práctica como la de Juana, lo veía tan subjetivo, no podía ponerle título, no podía ponerlo en palabras: emociones, ¿qué son las emociones? ¿Qué quiere decir inmadurez emocional? Si ni siquiera sabía su significado, cómo podría hacer para enfrentarlo, atravesarlo y superarlo.

Mientras pensaba en eso, con su cabeza analítica y práctica, conectó el wifi de su computadora, y simplemente googleó emoción: “Las emociones son reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos del individuo cuando percibe un objeto, persona, lugar, suceso o recuerdo importante”.

No le convencía para nada la definición. Siguió buscando…

“Las emociones son reacciones que todos experimentamos: alegría, tristeza, miedo, ira. Son conocidas por todos nosotros, pero no por ello dejan de tener complejidad. Aunque todos hemos sentido la ansiedad o el nerviosismo, no todos somos conscientes de que un mal manejo de estas emociones puede acarrear un bloqueo o incluso la enfermedad”.

Ahí se acercaba un poco más a su comprensión. Tal vez lo que fallaba era la conexión con sus emociones. Juana estaba muy acostumbrada a ignorarlas. A tapar y avanzar. Sentía que esa era la única forma en la cual podía progresar en la vida. Porque eso la había llevado hasta donde estaba y lo había hecho caminando siempre para adelante.

El punto es que eso también la había llevado a desconectarse de sus sentimientos. A no cuidarse y a poner demasiado énfasis en los otros, en las situaciones externas y poco en su interior.

Era hora de cambiar. Era hora de hacer efectiva esa mudanza. Era hora de darse los tiempos que necesitaba. Era hora de conectarse con sus emociones. Buscaría ayuda para hacerlo.

Empezó entonces por la culpa. ¿Cuál era la culpa que sentía? Estaba atrapada entre el SER y el DEBER SER. Pero su confusión tal vez era sentir que eso le estaba pasando recién ahora. Cuando en realidad, esa trampa venía de mucho tiempo atrás. Se había criado, y había pasado casi toda su vida, en el DEBER SER. Y lo hizo tan profundo, tan suyo, que se olvidó de SER. Entonces, a partir de ahí, todo fue DEBER, todo fue pensar, y casi nada sentir. Hasta su sexualidad adolescente la vivió en el deber y en el pensar. Cuando sus hormonas comenzaron a revolucionarse, cuando su sexualidad comenzó a despertar, simplemente la reprimió. La experimentaba en absoluta soledad, y con un alto sentimiento de culpa. A medida que fue creciendo, fue liberando algo de lo que le pasaba, pero siempre de una manera tal que sentía culpa por lo que había hecho.

¿Dónde estaban sus emociones? Sentada en el sillón de su nueva casa de Córdoba, un domingo a la noche, mientras en la tele estaban pasando Valentine´s Day se puso a reflexionar con el coraje que le daba el vino que estaba bebiendo e intentó conectar con las emociones de su adolescencia.

Excitación y culpa estaban ligadas. La culpa no desaparecía. La sensación de estar haciendo cosas incorrectas por más que su cabeza indicara que no tenía nada de malo, que estaba experimentando.

¿Y eso no era lo que estaba haciendo ahora también? Pero su cuerpo pedía otra cosa. Y ahora, a los 38 años era mucho más consciente de eso. Mucho más consciente de las necesidades de su cuerpo. Era real que por momentos necesitaba tener sexo. ¿Eso le restaba valor como mujer? Tal vez no, el tema era a qué costo lo hacía. Con quién lo hacía. Y aceptar que tenía deseo, experimentarlo y soltarlo, sin juzgarse, sin limitarse, sin culparse o castigarse después. Aceptar que formaba parte de una búsqueda interior.

Cuando empezó aquel año 2017 Juana solo pidió: FLUIR. Sin embargo, a mitad de año sintió que necesitaba algo más: CONEXIÓN con sus emociones y sentimientos.

Juana soñaba con eso. Soñaba con sentir tanta paz en su corazón, con ser tan consciente de sus emociones y de sus sentimientos en todo momento, que todo lo que veía hacia adelante era luz. Sentía que su corazón latía fuerte cada vez que conectaba con eso. Ese era el camino, y ella brillaba.

No quería que nada nunca más la desconectara de ese estado. ¿Cómo hacer para lograr que durara? Lo sentía muchas veces cuando bailaba, viajaba, y lo sentía cuando escribía. Se dejaba llevar, por momentos se olvidaba de su cabeza y fluía lo que estaba en su corazón.

Su cuerpo comenzaba a sentirse liviano, su cabeza dejaba de doler, su piel sentía una especie de cosquilleo, como si su alma saliera de adentro de su cuerpo y a la vez la rodeaba toda. Si alguien pudiera verla, sentía como si fuera un cuerpo de luz blanca, muy intensa en el centro y que por fuera de su piel se esfumaba y se fundía en el resto del paisaje. En el sillón de su nueva casa, en este nuevo lugar que todavía no terminaba de sentir suyo. Pero que sin embargo cada vez que volvía le daba la sensación de hogar, la sensación de pertenencia. El lugar donde podía ser y donde podía reflexionar. Su refugio. La búsqueda recién había empezado.

Memorias de una Centauro

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