Читать книгу Los ojos de bambú - Mercedes Valdivieso - Страница 8

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Escribir este libro no me resultó fácil. Hubo ocasiones en que tiré las hojas manuscritas para levantarme y permanecer junto a la ventana con el alma puesta en el inmenso territorio chino, mientras mil recuerdos de situaciones y rostros se agolpaban frente a mis ojos. El cariño hacia aquel pueblo extraordinario no había disminuido, pero había madurado. A la viajera de treinta días extasiados sucedía la conciencia del escritor y su deber, la contribución en apresurar el desenvolvimiento total del hombre.

Un personaje de mi novela dice: “Uno después de vivir y trabajar en China nunca más vuelve a ser el mismo”.

Esto lo presentí cuatro años atrás cuando el primer día de enero de 1960 mi marido y yo pisamos tierra china y salieron a encontrarnos los rostros amables y sonrientes que aguardaban en el aeropuerto; a pesar del frío intenso del invierno se extendía sobre nosotros el más puro y despejado cielo.

Invitados por la Asociación de Periodistas Chinos desde Londres, lugar donde residíamos, tuvimos ocasión de viajar por China de norte a sur y de llegar así hasta Cantón, aquella vieja ciudad tradicional y revolucionaria apretada a orillas del río Chu Kiang. Recuerdo que en nuestras habitaciones del hotel junto al río miraba yo la ciudad y un estremecimiento se mezclaba a la emoción de esos momentos. Estaba en China, el país cuya civilización es la más antigua e ininterrumpida llegada hasta el presente; su historia es la historia del hombre, quien comenzó a escribirla hace ya 3.700 años.

El hechizo que produce China es parecido a un enamoramiento. Imposible permanecer extraño ante esos niños hermosos y dulces cuyo porvenir está hoy asegurado; imposible no entusiasmarse ante el inmenso progreso obtenido en catorce años; imposible olvidar los rostros abiertos y fraternales de los intérpretes que durante una comida íntima —aquella noche de Año Nuevo chino— dejaron de lado su mesurada condición de funcionarios para beber con nosotros el largo brindis de la amistad; imposible fue para mí evitar las lágrimas cuando abracé a Jo y Tsung junto a las escalinatas del jet que nos arrancaría del Asia. Y ya en el avión, mientras los amigos se convertían en pequeñas manchas azules sobre el hielo, me prometí con firmeza regresar algún día.

Han pasado cuatro años y hoy formulo cuatro palabras sobre esta mi última novela, cuya trama ocurre en Pekín y la cual comencé a escribir en 1963, en Chile, después de diez meses de trabajo en China, porque había regresado con mi marido a ese país, tal como lo deseáramos, un día 30 de enero de 1960.

No es fácil hacer una crítica desde la admiración y el respeto, pero es preciso hacer, más aún hoy que se han puesto al descubierto las gravísimas consecuencia que produce la ausencia de toda crítica.

Hubo alguien que observó con una sonrisa: “¿Tratar de hacer objeciones? ¿Para qué…? Nada lograrás y dentro de unos quince años esta etapa en China habrá pasado”.

Nadie duda que dentro de ese tiempo esto habrá pasado, pero quince años corresponden a los mejores, a la formación de una generación. Aceptar como inevitable la necesidad de meter en puño de hierro a esa generación, aceptar como inevitable postergar la realización interior del ser humano en nombre de imperativos materiales, es en cierta medida hacerse cómplice de ello; más aún cuando esta necesidad es proclamada desde un país: principio general para todos los pueblos; más aún cuando ya otros países del mismo sistema han comprendido que no es ni práctico ni positivo caer en eso.

No hay equivalentes que compensen al hombre la limitación de sus posibilidades, porque nadie vivirá por él su propia vida, y esto no está sujeto a color de piel, sistemas o costumbres; bajo el ropaje de los hábitos el hombre es en esencia el mismo en cualquier país del mundo, y nunca más generoso que cuando se ha realizado interiormente.

Es un hecho que millones de seres ven la superación del sistema capitalista como un gran paso hacia la liberación del hombre y los acontecimientos que aquí se exponen constituyen problemas en el desarrollo histórico de este gran ideal humano.

M. V.

Los ojos de bambú

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