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1.1 Historia de vida

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Se podría argumentar que el método de historia de vida no es tan común en la antropología hoy en día, en parte, debido a las fuertes presiones en las culturas académicas neoliberales (y no neoliberales) de auditoría burocrática hacía métodos percibidos como menos ‘subjetivos’ y más cuantitativos. Sin embargo, el fundador de la visión norteamericana de la antropología, Franz Boas, dio su aprobación al método y lo incluyó entre sus técnicas más recomendadas: aprender el idioma, tener buenos interlocutores, observar procesos de trabajo (y no solo productos), hablar con mujeres, recopilar versiones diversas de mitos y recopilar historias de vida (ver Marzal 1996: 175). Mientras historias de vida como Ishi in Two Worlds (1961), de Theodora Kroeber, tenía una lente de la etnografía de rescate, luego otras obras, como Nisa (1981), de Marjorie Shostak, buscaron combinar los consejos de Boas y plantear una historia de vida desde el punto de vista feminista o al menos de una mujer como sujeto.

Aun más tarde, y respondiendo a la crisis de representación provocada por el giro posmoderno en las ciencias sociales y humanidades en los años ochenta, emergieron otros estilos reflexivos y más dialógicos en la antropología para representar el método. De hecho, se podría decir que la antropología simbólica en su variante turneriana, con énfasis en la multivocalidad del símbolo, juntamente con la antropología interpretativa en la tradición de Geertz, con énfasis semiótico en la cultura como un texto, ya habían preparado el terreno para el posmodernismo. Cuando llegó el posmodernismo a la disciplina plenamente (ver Clifford y Marcus 1986), tuvo numerosas repercusiones, entre ellas: más reflexividad en la práctica de la escritura etnográfica sobre el posicionamiento del etnógrafo; mayor reconocimiento del contexto estructural enmarcando los asuntos de representación y autoría en la academia capitalista; la centralidad de cuestiones éticas humanas y de activismo político, junto con el rechazo de la supuesta objetividad o hasta posibilidad del observador científico neutral; más innovación y experimentación en la etnografía, incluyendo obras más humanísticas (obras teatrales, poesía, ficción, performance), mayor colaboración y coautoría y la presencia de diálogo y polifonía de voces. Por supuesto, no todos los impactos del posmodernismo en la disciplina eran buenos. Nancy Scheper-Hughes, por ejemplo, explica cómo las críticas posmodernistas hacia la etnografía llevaron a cierta parálisis o abandono total de la descripción etnográfica, lo cual no nos ha ayudado tampoco a estudiar o actuar éticamente en situaciones culturales reales (2014: 414-415). Y siguiendo la lógica del marxista Frederic Jameson, el momento posmoderno en la antropología quizás no fue nada más que la lógica del capitalismo tardío, creando nuevos mercados y nichos más diversos pero que finalmente son parte del mismo aparato sistémico (1991).

En el caso de Translated Woman (1993), por ejemplo, de Ruth Behar, más de la mitad del libro está compuesto de las palabras directas de su colaboradora Esperanza, seguido por una reflexión sobre su propio posicionamiento como interlocutora académica. Sin embargo, justamente se podría cuestionar por qué no hubo una coautoría del libro o si las reflexiones comparativas de la interlocutora antropológica adecuadamente reconocen las desigualdades y privilegios entre las dos, en función de clase económica, capital simbólico y movilidad social. Coincidente con estos pasos en la disciplina de la antropología, otro género que se podría considerar una variante de historia de vida emergió poderosamente en la literatura y academia latinoamericana, más generalmente: el testimonio (ver Stephen 2017). Además de los textos internacionalmente reconocidos como el de Rigoberta Menchú (1984), el género tuvo impacto también en la región andina, siendo ejemplos importantes la autobiografía de la activista quichua Tránsito Amaguaña (Rodas 2007) y una trilogía de testimonios de ella con Josefina Amaguaña y Nina Pacari (Bulnes 1994). Es importante reconocer, como argumenta Paul Gelles, que las voces de los testimonios (o en este caso historias de vida), «aunque sean relativamente “auténticas,” no nos vienen sin mediación» (en Valderrama y Escalante 1996: 3). Siendo un proyecto intercultural, reconocemos el argumento de Catherine Walsh que «la lógica de la interculturalidad… no se encuentra aislada de los paradigmas o estructuras dominantes; por necesidad (y como un resultado del proceso de colonialidad) esta lógica “conoce” esos paradigmas y estructuras», pero con la estrategia de generar un pensamiento otro desde la colonialidad del lugar de enunciación (2012: 59-60).

En la antropología andina, las etnografías de comunidades indígenas se desarrollaron a partir de las corrientes simbólicas y estructuralistas desde los años sesenta, con importantes obras como el estudio de la cosmovisión y las prácticas sociales en la comunidad de Sonqo, de Catherine Allen. Allen actualizó su trabajo en 2002 (traducido al español en 2008) y en la reedición del libro, en una nueva e importante adenda, reconoce de manera autocrítica su propio enfoque folklorista de la comunidad tradicional, en el periodo de campo original, que limitaba su percepción de los aspectos cosmopolitas, urbanos y occidentales que ya existían. Es importante también mencionar algunas otras corrientes en la etnografía andina fundadoras para este proyecto, siendo una la intervención de varias etnógrafas con enfoques feministas, como es el estudio de alimentación, pobreza y género de Weismantel (1998); el trabajo de Florence Babb, Entre la chacra y la olla (2008), con su enfoque en el rol de mujeres indígenas en la economía política andina; y el trabajo de Linda Seligmann, en Cusco, sobre mujeres vendedoras en los mercados, Peruvian Street Lives (2004), integrando un análisis interseccional de raza/etnia, clase, género y sexualidad. Otra corriente relevante para el presente estudio se enfoca en el fenómeno de una creciente clase media o clase profesional indígena, con estudios como el de Colloredo-Mansfeld (1999) y Meisch (2002), sobre la participación y emprendimiento de indígenas de Otavalo en las industrias de textiles, artesanías, música y turismo. Por último, hay que señalar otra corriente en la antropología andina que se enfoca en la fluidez e hibridez de la identidad etnoracial mestizo-indígena (de la Cadena 2000) y el papel creciente de actores indígenas como mediadores en espacios interculturales (Crain 2001; Laurie, Andolina y Radcliffe 2009).

Gina es en ejemplo modelo de estos procesos de una identidad indígena mestiza, dado que hay cierta fluidez en los Andes, en la identificación etnoracial, al menos entre las categorías indígena y mestizo. La transformación de ciertos marcadores, como vestimenta, nivel educativo, idioma o acento, o participación o no en espacios o reuniones indígenas, puede generar cambios en la categorización etnoracial de parte de la sociedad y de uno mismo. Gina, como veremos, se reconoce como ambas: indígena y mestiza, pero en sus palabras y acciones, muestra más su compromiso profundo con el quechua como idioma, como identidad etnolingüística y como comunidad de hablantes. Aunque su identidad se ha vuelto más y más híbrida o cosmopolita a lo largo de su vida, ya en su comunidad natal ocupaba un espacio fronterizo, transcultural, híbrido (ver Anzaldúa 1987). La familia de Gina vivía en los límites y no exactamente dentro de Colquemarca, un espacio transicional entre el pueblo, identificado como mestizo (o misti, un término quechua, híbrido en sí, más cerca de la idea de ‘indígena mestizo’ que mestizo) y el campo rural (o ‘las comunidades’) visto como espacio más indígena. Y aunque Gina y su familia eran considerados pobres, desde las categorías y estándares actuales, el hecho de que tuvieran terrenos cerca del pueblo y buenos apellidos españoles les habría hecho más misti o hasta mestizos a los ojos de otras personas quechuas. Como Petterson nos recuerda, en su tesis doctoral sobre la región de Chumbivilcas, la región misma fue declarada, por el famoso autor José Uriel García, en 1928, como sumamente «fértil para el mestizaje. El indio de ese territorio es enteramente mestizo, mestizo en acción como sentimiento» (citado en Petterson 2010: 401). Sin embargo, la identidad de Gina no es un mestizaje indígena que busca una resolución en el blanqueamiento ni en el esencialismo sino en sostener lo que la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, autodeclarándose como un «objeto étnico no identificado», denomina lo ch’ixi, un concepto aymara que significa, para ella, no una mezcla sino un tejido de yuxtaposiciones u oposiciones dinámicas sin síntesis, un choque energizante en el que «coexisten contradictoriamente dos cosas» (citado en Cacopardo 2018; ver también Rivera Cusicanqui 2018).

Por último, nos gustaría situar este proyecto dentro de la metodología de historia de vida en los estudios andinos, una corriente que está bien establecida y en aumento (ver García 2008; Muratorio 2005; Rodas 2007; Gavilán Sánchez 2014; Rivera Cusicanqui 2008; Sniadecka-Kotarska 2001). Un ejemplo de la longevidad de la metodología de historia de vida en la antropología andina es el trabajo de Linda D’Amico con Mama Rosa de Peguche, en su libro sobre etnicidad, globalización y la construcción cultural del lugar (2014), la misma Mama Rosa que colaboró con Elsie Clews Parsons, en su etnografía sobre Peguche (1945). La historia de vida del cargador cusqueño Gregorio Condori Mamani, y su esposa Asunta, en la obra Andean Lives (Valderrama y Escalante 1996) es especialmente relevante en este proyecto, dadas las conexiones directas entre Gina y Gregorio y los cargadores de Cusco, como parte de un proyecto solidario (ver más sobre este tema en capítulo 6). Blanca Muratorio es otra defensora del método de historia de vida, argumentando que trae un enfoque al hecho de que el trabajo de campo antropológico «siempre es el resultado de una realidad que debe ser negociada con los sujetos que tienen sus propias teorías e interpretaciones de la cultura que da coherencia a sus vidas» (2005: 131). Similarmente, Linda Seligmann (2009) explica que, a través de «una historia de vida, uno puede discernir como el contexto moldea a las acciones y reflexiones personales; cómo y por qué narradora y antropólogo construyen sus vidas subjetivas de una manera y no otra; y cómo la trayectoria particular de sus vidas puede impactar los hechos» (335). Yo diría que los métodos de historia de vida, dado que dependen del trabajo de la memoria, de comparaciones diacrónicas y de interpretaciones temporalmente situadas, nos ofrecen una manera única para explorar el lugar de experiencias pasadas dentro del ciclo de la vida y para examinar el desarrollo de narrativas sobre uno mismo y sus identidades culturales.


[Foto 1.2: Gina, intérprete de quechua, en un grupo intercultural de investigación haciendo trabajo de campo.]

El libro sigue y desarrolla la tendencia en la antropología de historias de vida hacia textos dialógicos y colaborativos (ver Kopenawa y Albert 2013; Rubenstein 2002), el desarrollo de antropologías latinoamericanas orientadas hacia la interculturalidad y la decolonialidad en vez del indigenismo (Degregori y Sandoval 2007; Quijano 2011), y el surgimiento de generaciones de artistas e intelectuales indígenas expresando y teorizando sus identidades desde la interculturalidad (Anka Ninawaman 2004; Cumes 2012; Kowii 2005; Tzul 2008). Aunque se podría decir que tiene aspectos de auto/biografía o de testimonio, en fin, consideramos este libro un ejemplo de historia de vida etnográfica colaborativa. El formato y estilo del libro se caracterizará por un entretejido entre las narraciones editadas y el análisis y contextualización histórica, estructural y sociocultural de las experiencias narradas. Mientras otras historias de vida o proyectos de testimonio han desagregado y aislado estos dos registros, o han mantenido una cronología histórica más estricta como organizador principal, este libro busca representar una innovación contemporánea en el método y género de historias de vida por su estilo colaborador y dialógico alrededor de temas significativos a lo largo de la vida.

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