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Quetzal libre ¡dos veces!

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Ira: 5 minutos tardé ese día. El tren casi se va, che. No es lo mismo viajar en África que en Latinoamérica. Estuve a punto de llegar a tiempo, pero me perdí por no saber la lengua de ese país. Se volvieron grandes los minutos. Y ya sabés: la vida es eterna en 5 minutos.

Arca: Sobre todo cuando uno va de afán. Recuerdo una carrera semejante para llegar al tren que nos llevaría junto con mi esposa a la mítica Machu Picchu. Durante el día caminamos a través de las montañas guiados por un amigo de Cusco. Pero lo que nos había prometido como una caminata de 3 horas se convirtió en una travesía de 9 horas. Cuando nos asomamos desde los impresionantes andenes incas de Huchuy Qosqo, pudimos contemplar la inmensidad sinuosa y desgastada de los Andes centrales en toda su desgarradora magnificencia.

I: Seguro habrás visto esos nevados que llevan ch’ullus o gorros cónicos sobre la cabeza.

A: Te confieso que al contemplar esos grandes nevados por vez primera, aún era un adolescente. Cuando me dijeron en Perú que los llamaban apus o señores, los imaginé tan ancianos que al mirarlos sentía tanto respeto como ante ciertas cabezas canosas.

I: Pensá que la vida nos va cubriendo con una nieve invisible que se acumula en cabeza y cara como diciendo: “¡Sacúdanse!”. Y otras veces nos canta: “Mientras estén vivos y sensibles están jóvenes, pero necesitan la experiencia”.

A: Así es Ira. Humildad es lo que aprendemos de esas grandes montañas nevadas. Rodeados de esas señoras y señores uno regresa a la verdadera escala de ser humano. Es decir, formar parte del todo y no ufanarse en esa pretendida superioridad ilusoria que se experimenta caminando sobre grandes edificios y bajo monumentales construcciones sobre-humanas.

I: Me hacés recordar al karmapa, Ogyen Trinley Dorje, quien en uno de sus libros cuenta sobre la sensación de agobio que le produjo caminar en calles de ciudades con“estrechos cañones (...) como si los edificios se inclinasen sobre él”. Mirá que antes de tener que huir de ese Tíbet de tierras espaciosas y cielos abiertos, amenazado por la delimitante colonización china, el futuro karmapa de la orden Karma Kagyu era sólo el hijo de una familia nómada que acampaba en pleno contacto con la tierra al ritmo de las estaciones.

A: A mí a veces me duelen los pies por tener que caminar sobre el asfalto. A veces me hace tanta falta la sensación de caminar descalzo que debo buscar el pasto para sentir la tierra y luego tenderme a contemplar el cielo bajo las ramas de un árbol. O tan sólo para leer bajo su sombra algún libro inspirado por el buen amor.

I: Algunas de las pinturas que más admiro son las de los antiguos pintores chinos, japoneses y coreanos en donde se ve a una o varias personas caminando o reposando en medio de la inmensidad de árboles, riscos y montañas. Yo me digo: la humanidad en su verdadera medida.

A: En su escala real. Como en el verso de Wang Wei: “Una colina vacía y ningún hombre”.

I: No necesitás ser un gigante para ser una gran persona. Recordemos las reflexiones sobre el tao de Lao Tsé cuando desde la plenitud del abismo, la no acción y la experiencia nos enseña que lo pequeño prevalece y que lo blando es más fuerte que lo duro.

A: Nada como sentir esa fuerza contenida del abismo, hembra misteriosa del tao, al asomarse al filo de las montañas. Como cuando nos paramos con ella al borde del abismal anden andino y supimos que para alcanzar el tren teníamos que caminar deprisa y con gran agilidad, cual pumas o ukumaris, entre esos sinuosos caminos en cuyas grietas respiran las piedras rumi.

I: Sobre los incas se especula mucho, pero nadie podrá negar esa atracción que sentían por los abismos. Aquellas ciudades construidas al límite, de frente al vacío, bajo las cimas nevadas. Aquellos caminos o ñan en donde si das un paso en falso te hundís en la profundidad. El sonqo corazón late fuerte mientras el viento wayra te llena de vida. ¿No te parece una forma de arquitectura insoportablemente hermosa, che?

A: Trémula, diría, por su cercanía al abismo, pero a la vez tan sólida como esos grandes bloques de piedra que encajan unos con otros a modo de fichas para armar. Mucho se ha escrito sobre las pétreas formas macizas de la arquitectura inca. Yo escribiría sobre las maneras en que esas rocas sólidas se tejen entre simas y cimas. Es decir: una historia del vacío en la arquitectura andina; pues los incas canalizaron parte de los hallazgos creativos y científicos de numerosas culturas precedentes: chavín, paracas, nasca, moche, wari-tiwanaku.

I: Cuando llegás a la cima del Huayna Picchu, el cerro tutelar de la ciudadela, por pura fuerza de gravedad te sentás o recostás sobre la piedra y sentís que eres parte de una inmensidad. Un punto en el todo; como el punto azul de la tierra vista desde el espacio.

A: Tal inmensidad macro nos mira con indiferencia. Yo vi una mosca azul en esa cima, y no sentí que fuera un anuncio de muerte, sino la revelación en capullo de la totalidad orgánica.

I: Arca, pensá que esas grandes rocas parecen no darle ninguna importancia al paso de los siglos en contraste con la respiración agitada del caminante que llega a la cima jadeando como si se hubiera convertido en uno de sus pulmones.

A: Llegas a la cima del Huayna Picchu tras atravesar gateando un estrecho paso de piedra.

I: Te sentís puma, guanaco, vizcacha, animal de puna.

A: Al transitar en cuatro patas a través de un modelo de cima del mundo eres un bebé que alcanza el cielo tan sólo para aprender a respirar mejor. Quedarse quieto. Maravillarse.

I: Me hacés pensar en un pibe que cuando llegó a la cima se quitó la ropa y comenzó a gritar como un bebé. Parecía estar mordiendo con furia un pedazo de ese pastel tan anhelado que llaman libertad.

A: Cuando uno llega arriba siempre tiene que bajar, como ese zorro andino que subió al cielo sobre un cóndor para asistir a un banquete en donde comió hasta no dar más. Al caer súbitamente sobre la tierra de su cuerpo despedazado, saltaron las semillas de la quinua, la maca y de muchos de esos tubérculos que brotan como por milagro en las tierras alto-andinas.

I: Y yo sigo pensando en esas piedras que respiran con las nubes y con las flores colgantes y entre todas la piedra reina del inti-huatana: la piedra en donde se amarra al sol. Uno de lo más precisos y poéticos nombres que en lengua alguna se le ha puesto a un reloj… El intihuata-na amarra ante todo la sombra. Imaginate si dijéramos sobre nuestros relojes, aun de los incorporados en los teléfonos celulares: ¡aquí es donde amarramos al sol!

A: Lo que se amarra también amarra.

I: Será también por eso que el caminante, al llegar a la cima, se quitó la ropa y gritó. Quería desamarrarse la ropa. Las ideas que nos hacemos del tiempo definen y delimitan nuestra vida.

A: La otra mitad de la fruta son las ideas que nos hacemos del espacio. Al comparar los poblados españoles en los valles con algunos poblados incas en las montañas, pues no todos se apostaban en los abismos, uno se pregunta por qué mantenemos masivas formas de vida predominantemente en lo plano, y no en lo sinuoso o abismal, si al menos por aquí, en los Andes, vivimos entre, sobre y bajo montañas.

I: Siempre habrá alguien que te diga que por comodidad. Por eficacia del espacio. Si vivís en el puerto al lado de la pampa podés tomar un barco en ese desierto moviente que llamamos mar.

A: O en el camino de agua que nombramos río.

I: Ahí encontrás el nudo de la cuestión, che. Los valles, llanuras y altiplanicies se llenaron de gente. Se inventaron las grandes torres habitacionales. Y a pesar de las planicies hay tanta, tanta gente viviendo en apartamentos y casas al borde de pequeños y grandes abismos…

A: Asomarme desde un piso 13 me causa vértigo y quiero replegarme. Asomarme al filo de una montaña me obliga a pararme mejor y quiero desplegarme. Siento que mi imaginación se recarga cada vez que miro al horizonte con humildad, es decir, con los pies en la tierra.

I: Es curioso como todo ese deseo de cuadrícula y estabilidad de los padres fundadores de los pueblos coloniales se ha transformado en grandes ciudades latinoamericanas en donde la irregularidad y los abismos artificiales de los edificios son el día a día de millones de personas.

A: Me costó reponerme tras haber visto imágenes de los edificios de la Ciudad de México desplomándose, como si nada, y con gente adentro, durante el último terremoto. En un video de celular una persona se asomaba a la ventana y segundos después tan sólo había polvo.

I: A diferencia de un edificio es improbable que una montaña se derrumbe completa con toda la gente encima, aunque pasa superficialmente con ciertos deslizamientos y avalanchas.

A: Justo ahora hay grandes debates debido al derrumbe de edificaciones y puentes con personas en su interior. Ese exasperante desarrollismo, para colmo mal llevado en medio de tanta corrupción, hace que las licitaciones de las obras públicas se hayan convertido en actos de arrojar carne cruda. De hecho, una vez que obtienen los contratos, con frecuencia construyen en cámara lenta con los peores materiales posibles, y de pronto la persona se encuentra derrumbándose entre los escombros de la mediocridad de funcionarios que nunca vio.

I: Las alertas de sismos están suficientemente avanzadas en el mundo para prevenir millones de muertes. Sin embargo, tan sólo se puede medio prever ante la fuerza súbita de ese cielo que Lao Tse decía que trata a los hombres como perros de paja. Mirá cómo se nos derrumba el mundo ante las miradas corruptas de tan mediocres arquitectos e ingenieros de tan mal hechos abismos artificiales.

A: Hoy vuelven a ser válidas esas visiones de mundo de pueblos como los uwa o los nahuas, para quienes la tierra se mueve, devora y es de temer.

I: Recuerdo que el glifo mesoamericano para tierra es Cipactli, el caimán de grandes fauces.

A: Los uwa de la Sierra del Cocuy, en los Andes en Colombia, cuentan sobre la madre telúrica Kaká, atada a los cuatro extremos de la tierra. Cuando ella se mueve genera temblores, y además abre cíclicamente su boca para tragar ofrendas y gente.

I: Pensá que muchos templos ubicados en alta montaña, o a la vera de nevados y volcanes, han cumplido el rol de ser espacios para apaciguar las temibles fuerzas de la tierra y el cosmos.

A: En las grandes ciudades vivimos como si estuviéramos protegidos de las fuerzas renovadoras de la naturaleza, pero cada vez nos damos más cuenta que no es así. De hecho, las edificaciones que llamamos refugios y hogares se nos pueden volver en contra durante un inesperado terremoto, huracán, erupción o tsunami. Creemos haber superado los miedos de nuestros antepasados. Pero cuando nos sentimos de cuerpo entero ante tales fuerzas… tienden a caerse y desacomodarse las máscaras de nuestra pretendida superioridad homínida.

I: Nuestro filósofo Rodolfo Kusch lo expresó muy bien, aunque desde su particular trasfondo indio y judío. El hombre de las ciudades cree que ha superado la temeridad del trueno en campo abierto, así como la ira de Dios. Pero tales temores se han replegado en algunas de sus más profundas y cotidianas preocupaciones: como la de perder el trabajo.

A: Detrás de ese miedo está el de la expulsión del paraíso, que según su raíz persa es un lugar amurallado. Crecemos con una herencia de miedos y culpas que por momentos nos paralizan. Esa idea del Génesis sobre el trabajo como un castigo y del parto como un terrible dolor.

I: Inclusive en El Corán te encontrás con el doloroso parto de María para dar a luz a Jesús, a quien consideran un profeta. Por fuera del paraíso estaríamos caídos; una caída horizontal.

A: El camino de las penitencias al que se inscriben tantos santos y ascetas me parece por momentos la penosa materialización de la visión del mundo como un valle de lágrimas. Esa visión tan cara al medio oriente semi-desértico y a los relatos sobre la vida como una caída.

I: Yo prefiero al poeta cuando al hablar sobre el trabajo se imagina a sí mismo de gancho con dos doncellas que lo acompañan.

A: Una es la musa de la belleza en la salud y otra la de realización amorosa en la cotidianidad.

I: El trabajo como gozo y no como padecimiento.

A: La vida como milagro en presente; no como carga del pasado y dolor hacia el futuro.

I: Tal mirada pesimista y desacralizada nos pesa como una piel muerta aferrada y nos muestra, a través de sus máscaras invertidas, la imagen de la vida como un río contaminado que cae en una enorme caja de plástico. ¿Qué ciclo solar o lunar nos deja de enseñar sobre la renovación? ¿Acaso no todos los ríos en condiciones naturales van a dar al inmenso océano de vida? En nuestra visión horizontal, el mar es un desierto moviente; pero en lo profundo bulle la vida de donde venimos. ¿Desde qué perversa nada hemos aceptado la versión del río de muerte que cae ciega e inexplicablemente sobre el vacío de la tumba o las llamas del quematorio? La muerte como caída aúna la visión pesimista de la expulsión del paraíso junto con la sensación moderna de un mundo sin sentido y sin Dios. La muerte como aniquilación en el fuego preserva esa antigua creencia hindú y católica sobre la rápida destrucción del cuerpo en tanto obstáculo para depurar un alma que les resulta manchada por el cuerpo y por la vida.

A: Si nuestra vida es un río, aunque fuera turbulento y pedregoso, ¿para qué revolver sus aguas con pensamientos destructivos y depresivos sobre el existir o no existir? ¿Cómo el río va a creer que desaparece por unirse al mar? Acaso ¿se nos olvida que una ley reconfirmada por la ciencia, y evidente ante la contemplación de los ciclos astrales, afirma que la energía no se destruye sino que se transforma?

I: Nos creemos sociedades materialistas, pero al fin y al cabo desechamos la materia como una basura que ni siquiera es capaz de desintegrarse. Somos capaces de explotar y contaminar la tierra y a la vez clamamos por cierta inmortalidad. No hay inmortalidad sin transformación, como no hay vida sin sangre, clorofila, oxígeno, hidrógeno, agua…

A: Ante tantas dudas que inflamamos y desechamos en la supuesta contradicción entre espíritu y materia, lo mejor sería considerarnos simplemente energía. Esa energía que transforma, como enseña la ciencia, a la vez que es interdependiente, como enseña la religión.

I: El karmapa, Ogyen Trinley Dorje, hace mucho énfasis en la interdependencia.

A: ¿Y a qué se refiere con ella?

I: A esa necesidad que tenemos unos de otros y del planeta. El karmapa dice que para llegar a la compasión primero debemos desarrollar una profunda empatía con los demás y con la vida.

A: En Centroamérica hay una franja extensa de bosques que son la ruta de especies de aves migratorias, así como delicados corredores de animales como los jaguares. Gran parte de esas rutas naturales, ríos verdes de vida, han sido fragmentadas e interrumpidas por las construcciones humanas y sus necesidades de lo que llaman materia prima: madera, minerales, resinas. El afán por apropiarse de tierras, así como de canalizar y represar el agua dulce, ha llevado a un nivel inaudito el acaparamiento de las fuentes comunes de la vida. ¿Cómo es que una sola especie como la nuestra acapara gran parte del agua dulce del planeta? Desde esta perspectiva somos nosotros los furiosos semi-dioses y ángeles avaros que expulsan fuera del jardín amurallado a tantos hijos e hijas de la tierra llamados no humanos.

I: Nos enseñaron que los mitos expresan las formas en que interpretamos el mundo, pero se les olvidó precisar que también son la manera en que queremos verlo. Al menos esa visión bíblica de una humanidad desplazada de facto, a la cual luego se le encomienda reinar sobre las demás criaturas, es una forma de justificar esa superioridad que tanto nos ha hecho daño. Porque al destruir a los otros nos destruimos nosotros. Si no sentimos empatía hacia los árboles, los demás animales e incluso hacia los guijarros, a quienes trituramos de tantas maneras, tampoco sentiremos plena conexión con los otros seres humanos, quienes segregados por piel, color y credo aparecen con frecuencia como opositores y competidores.

A: Se nos educa en la competencia por los llamados “recursos”. La naturaleza, incluida la nuestra, como una caja de plástico colmada con “recursos” explotables. Incluso llegamos a pagar por una educación para la competencia en el status quo de la verticalidad social, bloqueando así las vías de la solidaridad creativa en la pluri-horizontalidad de la vida. Una educación así es un atentado contra la conciencia y un voto ciego a favor del cambio climático.

I: ¿Cómo percibís vos la conexión del clima con la educación?

A: Bien sabes, Ira, que el cambio o desequilibrio climático es en gran parte un síntoma del creciente estado de explotación y presión deshumanizante sobre el planeta a través de vicios antropocéntricos y mediante juguetes extractivos que agotan las fuentes comunes de vida. La educación para la competencia valida el éxito del individuo mediante trofeos que por lo general favorecen a las grandes empresas y a las sociedades dominantes. Cuando las personas y comunidades son forzadas a ir en contra de su conciencia, empatía y ritmos vitales para destacarse con conocimientos inútiles o utilitaristas sobre los demás, se puede hablar de cambio climático deshumanizante. Las atmósferas generadas entre las personas, y las sociedades que van creando, también generan climas y microclimas interpersonales, los cuales se ven alterados cuando los intereses de unos pocos prevalecen. Y no se trata tan sólo de la jefa o el jefe; también de la secretaria que se impone desde su pequeño puesto de poder.

I: El ciclista puede atropellar tanto como el automovilista. Fijate que es cuestión de actitud.

A: Una educación corporativa para escalar pisando cabezas, así como para ser pisados por otros, es uno de los mejores entrenamientos militares para desarrollar esa actitud de individuos muy productivos = agresivos en el mercado. En un examen, un profesor me pidió que simulara estar en una entrevista para el mercado laboral. No sólo no pude hacerlo, sino que entendí que un negociante me estaba tratando de “educar”. Y no es que los negocios o el comercio sean negativos. Es la actitud de querer y poder comprarlo o venderlo todo la que es equivocada y asfixiante.

I: Como enseña el karmapa, en sociedades globalizadas como las nuestras uno debe estar consciente de dónde vienen los productos que usa. Si tus zapatos provienen de cadenas de explotación de trabajadores sin derechos laborales, ni seguridad social, en cierta forma caminás aplastando sus manos y cabezas. Preferible vestir una manta pobre, como enseñó Gandhi, a ponerse ropa fina extranjera resultado de la explotación de seres humanos que, aunque no conoceremos, son tan semejantes a nosotros que si nos miráramos en un espejo de agua reconoceríamos los mismos gestos de sed.

A: No estoy seguro si en la polémica por la quema de las ropas extranjeras para retomar la rueca, y volver a tejer con autonomía, yo hubiera estado del lado de Gandhi o de Tagore. Me parece que Gandhi quería demostrarles a los británicos que no necesitaban más de ellos. Se trataba de un gesto de dignidad. La rueca era un símbolo de tejer la propia vida y asumir su propio destino como país. Con todo, a Tagore le molestó que la gente se desprendiera de sus pocas ropas para llevar a cabo tal demostración. Pienso que para Tagore era innecesario negar la inter-dependencia entre India y Gran Bretaña; de lo que se trababa era de conservar lo mejor del legado británico en un país con espíritu independiente.

I: El nacionalismo de Gandhi molestaba un poco a Tagore; en concreto sus medios más radicales. Tagore tenía una idea de un ser humano universal e integral en donde lo indio o bengalí era apenas parte. Gandhi tenía que enfatizar en lo indio para lograr una unidad que al final se salió de control debido a los intereses separacionistas de musulmanes e hindúes.

A: Recuerdo que cuando hubo un terremoto en Bihar, a Tagore le molestó que Gandhi hubiera dicho que fue un castigo divino por el maltrato a los mal llamados intocables o dalits.

I: El Dios del santo no suele ser el mismo que el del poeta; es decir, en cuanto al sentir. La visión religiosa y penitente de Gandhi a veces divergía de la visión poética y creativa de Tagore. Pero compartieron un gran amor por la humanidad y la vida. Podés decir que bebían la misma agua en diferentes fuentes. El sabor amargo o dulce es cuestión de perspectiva.

A: Son evidentes y amargas las consecuencias de la destrucción y disminución de los hábitats de tantas especies por la desmedida ambición humana. No son un invento de la ecocrítica… esas imágenes de osos polares vestidos de nieve flotando sobre cascos de hielo mordidos por el clima… o los osos perezosos desprendidos de sus árboles para pasar temporadas con sus compradores que creen poder tenerlos en sus patios como peluches salvajes... En Chiapas vi un quetzal enjaulado. Se le habían caído sus largas plumas y todavía había gente que se atrevía a fotografiarlo. ¡Me dio vergüenza de especie! Y tuve que confrontarlos.

I: Yo vi en un zoológico un oso polar que se había vuelto loco en cautiverio. Escuchá: literalmente piantao. Iba y venía en su jaula sin barrotes repitiendo el mismo gesto obsesivo de blandir una garra al vacío y luego volverse con desesperación contra la muralla de vidrio.

A: Su paraíso, ¿no? Ese lugar rodeado de vidrio. Como las peceras de las presas expuestas en China y Corea ante la mirada babeante de los comensales. La miseria de un animal encerrado es espejo del egoísmo en que con frecuencia vivimos confinados los humanos, y mediante la cual nos vamos consumiendo cual reos a través de los barrotes de la auto-e-limitación.

I: Nos volvemos mediocres, che. Insensibles. Derrotados a veces desde jóvenes si no conseguimos esos lugares de éxito y privilegio que la sociedad exhibe como medallas de oro para jugadores de alta competencia. Y cuando digo sociedad no me refiero necesariamente a la mirada de unas señoras y señores de la élite y la moralidad. Imagino entre otros a esos cantantes jóvenes de todos los géneros exhibiendo sus mansiones, autos y amantes de lujo con un mensaje común: fiesta incesante, exceso de los sentidos y afán de lucro: ya, ahora, ya y yo.

A: Y aunque en todo hay excepciones, no les va tan bien a los cantantes que reciben likes tras mostrar en sus videos la realidad de la explotación sexual, laboral, biológica y animal. Y si los reciben ¿qué harán? Hay tantas ventanas y pantallas que nos aíslan y separan de la realidad…

I: Cuando aún yo iba a zoológicos, vi un niño gorila que quería medir su mano con la de un niño humano a través de un frío ventanal. Su padre gorila se encontraba tendido a lo lejos con la mirada depuesta en el finito. Para el gorila nacido en reclusión parecía inexplicable por qué podía ver a otro niño y no podía tocarlo. El niño tampoco parecía entender y midieron manos.

A: Una parábola para nuestros tiempos de deshumanización. ¿Cómo te sentiste?

I: Sentís ira y ternura. Sentís deseo de romper esta ventana y ese muro... Necesitamos una capilla, ojalá la de la consciencia, en donde se exhiba en grande la imagen de las manos del niño gorila y del niño humano separados por un vidrio de seguridad… Necesitamos concientizarnos, pero sobre todo romper ese muro y repintar esa cúpula con imágenes y acciones de libertad… Necesitamos que cada uno viva libre en su propio lugar… Necesitamos ir más allá del lampiño dedo del hombre renacentista a punto de tocar tan sólo el dedo de Dios. Y disculpá que diga: tan solo: pero si no sentimos lo sagrado en nuestros parientes no humanos sellamos nuestra propia deshumanización. Te digo, che, que subiría en uno de esos andamios —sobre abismos como los que vos señalás— si pudiera pintar la escena de la unión trunca entre los homínidos y su posterior emancipación. Pintaría con sutileza la tensión propia del vidrio que nos separa; un vidrio como el usado para las visitas en las cárceles. Y lo pintaría muy agrietado para no caer en el idealismo de lo que aún no es del todo real.

A: La gran mayoría de los zoológicos son cárceles. Primero se exhibió al hombre de piel negra y piel roja. Luego quedó el gorila y se tasó una boleta por el lobo herido y el puma sin colmillo. Además, si pagamos por verlos prisioneros es porque también somos prisioneros.

I: En algún momento de nuestra adolescencia aceptamos que los zoológicos eran lugares de paso. Además, nos dijeron que el dinero recogido se usaría para salvar los animales en sus hábitats originales. En eso, che, ya he dejado de creer. O necesito más explicaciones, pero no definitivas sobre situaciones excepcionales. Zoológicos como el de Buenos Aires han sido sujetos de crítica hasta su cierre parcial y necesaria transformación aún en proceso. ¿En qué se convertirá? En muchas ciudades del supuesto primer mundo los zoológicos se anuncian en las guías de entretenimiento. Numerosos animales nacen, fallecen, e incluso enloquecen allí ante las miradas cómplices de los turistas locales y extranjeros. ¡Es un crimen!

A: Las urbes suelen detentar actitudes de supremacía y control sobre los entornos en que se aferran… literalmente.

I: No son sólo refugio para los miedos del hombre como señalaba Kusch, a quien me hubiera fascinado preguntarle sobre los animales.“¿Qué pensás, che?” —le diría.

A: ¿Y qué le habrías preguntado?

I: Decime: ¿A dónde crees que se fueron los felinos pintados en las piedras del noroeste y en las cerámicas de La Aguada? ¿Alguien vio unos pájaros lindos en la quebrada de Humahuaca, no sé si hace 500 o 100 años? Es que no han vuelto a volar sobre nosotros. ¿Viste algún colibrí con un pico como el del geoglifo de Nasca entre las flores que colgaban en tu casa de Maimará? Kusch se nos adelantó en el tren. Y respondería desde un jet celeste como el imaginado por Arguedas sobre la cordillera… Cada uno de nosotros tendría que responder. Pero, a propósito de los Andes, volvamos a tu historia: ¿lograron llegar al tren que los llevaría a Machu Picchu?

A: Caminamos con nuestros amigos a través de un estrecho cañón alto-andino. Una familia de agricultores quechuas recién había cosechado una gran variedad de tubérculos. La diversidad de papas en los Andes es sorprendente; todo indica que allí se desarrollaron sus cultivos más antiguos, hace unos 8 a 10 milenios atrás. El taita de la familia nos invitó a acercarnos. Uno de mis amigos habló fluidamente con él en quechua. Hubo un intercambio de coca a la manera tradicional. Cada uno depositó las hojas en la chuspa o bolsa tejida del otro.

I: El saludo andino mediante el intercambio de hojas de coca renueva hasta nuestros tiempos el sistema de trueque y reciprocidad. Desde esa perspectiva, nuestros saludos de besos en las mejillas les debe parecer raro, sobre todo cuando se da entre hombres. Cuando conocí a los comuneros quechuas y aymaras, en las islas del Lago Titiqaqa, me parecieron muy serios y distantes; claro, un extranjero en muchos casos siempre es sujeto de miradas de sospecha. Lo cierto es que el saludo con besos es un intercambio de gestos y emociones, pero no hay trueque en sentido estricto. Al menos en el sentido que le dan los pueblos de las Sierras.

A: En el consabido apretón de manos nos hacemos sentir, pero no le damos al otro algo tangible. No hay un intercambio de un producto simbólico y comestible como la coca. El apretón de manos suele ser mucho más distante que saludos como el del beso, que en nuestro caso sólo es entre hombres y mujeres, y mujeres al saludar a otras mujeres cercanas, pero excepcionalmente entre hombres: al saludar a tu papá, un hermano o un niño cercano.

I: Una vez me equivoqué y saludé a un recién conocido de otro país con un beso. El tipo me miró como si le hubiera pegado un puñetazo en la cara. En muchos países latinoamericanos el machismo ha dictado el deber ser no sólo de los hombres frente a las mujeres, sino de los hombres entre los hombres. En general se impuso que un hombre debe ser distante y firme ante los otros hombres manteniendo un tono de voz alta, mientras que debe ser mucho más táctil, cordial y próximo en el contacto con las mujeres. No está muy bien visto darle un fuerte apretón de manos a una mujer… incluso cuando se trata de negocios.

A: Lo interesante es que ligado a ese machismo hay otro fenómeno que podría llamarse hembrismo o machismo a la inversa. Se trata de la típica mujer que quiere parecer un hombre al peor estilo del machismo. Ella hace lo posible por hacerse ver como un macho: hablar más duro que cualquiera, imponer sus puntos de vista y apretar muy fuerte las manos al saludar.

I: Aunque también existe una versión mixta de esa mujer en la cual se combinan las actitudes imponentes del machismo con gestos ambivalentes de maternidad y de femme fatale. Ella es un tipo de mujer alfa o jefe, quien no estrecha la mano sino que sabe saludar con delicadeza al tiempo que las modulaciones de su voz oscilan entre el alto imponente del macho al ondulado seductor femenino. Depende, che, de lo que esté en juego.

A: En el mundo indígena andino, como tú ya viste en el Titiqaqa, los roles de género están muy marcados. El intercambio de hojas de coca que presencié en el cañón andino vía Huchuy Qosqo fue, efectivamente, entre los hombres.

I: Sí, la mina con quien viajé al Titiqaqa se atrevió a dejar hojas de coca en las chuspas de unos isleños cuando nos subimos a un bote. Algunos se rieron, otros se quedaron quietos mirando al piso. Pero ninguno le devolvió hojas de coca. Desde su óptica es violar una ley quizá como lo percibiría el policía que ve pasar un conductor excediendo el límite de velocidad. Con todo, la infracción del saludo de coca genera una suerte de indiferencia cuando un extranjero transgrede una pauta como la del saludo. El visitante es considerado entonces como ignorante y termina por pasar desapercibido. El intento de cercanía deviene en su opuesto. Hay culturas en donde un saludo implica un contacto mucho más cercano. Un abrazo fuerte o que se haga sentir está reservado en nuestras sociedades para los amigos y los familiares. Imaginate qué diría la jefa si todas las mañanas la abordaras con un intenso abrazo de buenos días.

A: En la distancia está el poder. Entre más objeto o empleado eres, es mucho más factible que te puedan dar órdenes. Uno a los amigos y a la familia no le da órdenes.

I: ¡Aunque casos se ven, che! Como cuando un esposo le dice a su mujer: ¡Aquí se hace lo que yo obedezco!

A: ¡ Jaaa! Y el chiste también funciona al revés.

I: Como las historias sobre nuestros trenes que no acabamos nunca de contar.

A: Volviendo al tren, cuando lo vimos venir a lo lejos, corrimos para llegar a la base de la montaña. Nos encontramos con una carretera poco transitada. Para llegar al tren alcanzamos a tomar un taxi colectivo que pasó caído del hanan pacha. Para ayudarnos a llegar a tiempo, el conductor iba tan rápido cuando pasó por las calles de piedra de Ollantaytambo, el antiguo asentamiento inca, que saltábamos como en un juego de niños y nos reíamos a carcajadas.

I: Me los puedo imaginar golpeando el techo del taxi con la cabeza y apretujándose con esa señora suerte que venía en el taxi.

A: Te puedo imaginar corriendo para llegar a tu tren sin saber expresarte ¿en qué lengua?

I: En árabe. Estaba de viaje al norte de los montes Atlas y necesitaba tomar ese tren para llegar a un puerto en el Mediterráneo. Cuando llegué a la estación me percaté de que por un retraso del tren tendría más de una hora para embarcarme. Entonces me animé a entrar en un bazar para relajarme y buscar un té de menta después de semejante carrera. Después de todo es muy parecido viajar en África y en Latinoamérica. Y no es porque seamos un tercer mundo, como nos dicen quienes quieren sentirse superiores en estos tiempos de deshumanización.

A: A nosotros nos pasó que el tren entró en marcha recién encontramos el asiento en el vagón. Fue cuestión de minutos. Luego pasó una mamacha ofreciendo infusiones con hojas de coca. Al verla, una rubia con los labios pintados como si fuera para una fiesta, se erizó desviando las pestañas y le respondió con un nou tan acuchillante que habría dado para esa indian le negara la entrada a la casa de sus antepasados. ¿O será que los incas sólo viven en las postales?

I: La mina habrá pensado que le ofrecían cocaína. O algún alucinógeno…

A: Uno pensaría que una persona que viaja a los Andes, y en particular a visitar Machu Picchu, debería saber que es muy diferente la hoja de coca al veneno aquel…

I: En este mundo del turismo extractivista mucha gente lo que quiere es tomarse la foto en unos cuantos monumentos públicos y enviarla inmediatamente a sus contactos en las redes. Hay gente que se va al Polo para que le den unos cuantos likes. Pero pasan del cool al cold.

A: Ayer escuché por vez primera otra palabra fea, pero relativamente comprensible en este mundo de masas: turisfobia. Escuché en la radio que Machu Picchu había llegado a su límite de visitantes. Igual le está pasando a Venecia e incluso a Agra, la población cercana al Taj Mahal. Está sucediendo en muchos de esos lugares que dicen que tienes que ver antes de morir.

I: A los que crearon esa campaña les ha ido muy bien. Preferiría no subirme al tren que nos lleva sólo por llevarnos; al agitado avión del vivir por vivir y viajar por viajar. Como uno de esos turistas que pasan por un país del que llaman tercer mundo pidiendo descuento a los vendedores en la calle, buscando dondequiera un starbucks y hospedándose en hoteles 6 stars.

A: El quetzal huye de las miradas vanas y vive lejos de autopistas y trenes. En la intimidad de la vida florece una belleza a la que no nos llevará ningún tour, y cuyo único guía es el corazón.

I: Lo comparto plenamente porque he tenido la verdadera fortuna de dejarme guiar por tal maestro. Aunque también me he equivocado. El canto de las sirenas es muy fuerte, che.

A: Lo sé; no necesitamos superhombres. Cuando visitamos con mi esposa los bosques de lluvia en el Pacífico costarricense tuvimos la fortuna indecible de ver al quetzal libre: ¡dos veces!

I: Contame, Arca.

A: Cuando se va llegando a las cimas en donde se levantan los bosques de lluvia, ah, los vientos de principios de año te refrescan y te van otorgando incontables bendiciones gracias al rocío de nubes que se desvanecen sobre tu piel ¡por puro placer!

I: ¿Querrás decir que llovía?

A: No exactamente. Eran más bien chubascos, permanentes chubascos que nos parecían interminables, diminutas caricias.

I: Como esas hojas que el jardinero riega con su mejor agua. La que el sabio escoge para su té.

A: Para contemplar el quetzal no fue necesario pensar, ni siquiera desear verlo fervientemente; tan sólo considerar en silencio que nos gustaría verlo. Verlo como la primera vez, una semana antes, cuando le tomamos algunas fotos en el bosque.

I: Contame un poco más sobre el quetzal.

A: El quetzal vive en los bosques húmedos cerca de los árboles de aguacate cuya carne verde y dulce constituye más de la mitad de su dieta. Cuando entramos en la reserva forestal, un guía nos indicó un camino, pero la intuición nos dijo que fuéramos en sentido inverso. Cuando doblamos en el sendero nos encontramos con una pareja de italianos y un ornitólogo local. Nos hicieron señas para que nos aproximáramos en silencio. Luego nos compartieron amablemente el lente del telescopio a través del cual observaban un quetzal sumergido en el oleaje de las ramas frondosas mientras las largas plumas de su cola se balanceaban como las manecillas del reloj más preciso y precioso del mundo… Mira, llevo la imagen conmigo.


I: La fotografía que me mostrás parece proyectada sobre el escenario de un teatro de sombras. Me hace soñar con las sombras… Espero que las manos del artista aprendan la lección de los sueños: los pájaros son sus manos. Y sus manos pájaros que cantan al despertar.

A: El quetzal no sólo es un ave. Es un ideal de belleza.

I: Bel – zal.

A: Llamamos ave al quetzal porque esa es la palabra que hemos aprendido, y la clasificación mediante la cual podemos asimilar su existencia. Pero ni la palabra, ni mucho menos la taxonomía, son capaces de explicar la atracción que ejerce el quetzal sobre nosotros.

I: Tampoco podemos explicar por qué usamos la palabra che, hasta que entendemos que significa gente. O como en mapudungun: gente de la tierra, gente con la tierra, gente tierra.

A: Es que el quetzal ideal es en cierta forma un espejo de nosotros mismos. Quien es capaz de matar al quetzal para quitarle las plumas no sólo traiciona el ideal, sino que se deforma a través de la negación del mismo: pues lo que le arranca al quetzal se lo arranca a sí mismo.

I: En un poema de Nezahualcóyotl, la pluma del quetzal es una de las expresiones más sublimes de la belleza en esta tierra. Y, sin embargo, tarde o temprano se desgarrará, como el cuerpo. La pluma del quetzal es una metáfora de la transitoriedad, inclusive de lo más hermoso y aparentemente más real. El poeta no puede aferrarse a nada. Todo lo tendrá que dejar. Y tan sólo dejará sus cantos, sus flores, sus preguntas e imágenes poéticas.

A: De manera semejante, como toda ave, es difícil que el quetzal permanezca inmóvil por mucho tiempo sobre la misma rama. Las aves nos enseñan sobre la impermanencia. San Francisco de Asís las comparó con los pensamientos: volátiles, móviles y cambiantes por naturaleza. Sí, las aves nos enseñan sobre la impermanencia. Por momentos, la hembra quetzal se queda tan quieta, y su mirada es tan fija, que es imposible distinguirla de la totalidad del árbol. Resulta fascinante el contraste entre su quietud y el oleaje de las extremidades. El macho suele exhibir las dos largas plumas de la luenga cola. Esas plumas gemelas marcan la hora del paraíso del que nadie nos ha expulsado. Son las manecillas del eterno presente. Y aquí estamos hablando ahora, en presente, desde la belleza. Como bien sabe Duermeautopistas, que le bate su cola a flores sobre las que no se atrevería a orinar.

I: Che, ese pecho rojo del quetzal, aunque no lo he visto, y quizá porque no lo he visto, me hace pensar en un corazón grande. También me imagino el pecho del héroe que se ofrece a la muerte para salvar a su pueblo, como lo soñaba José Martí hasta que él mismo se encontró en el campo de batalla con la otra mitad de su ideal… y cayó, dicen, debido a tres disparos.

A: Y, sin embargo, el quetzal posee una cabeza pequeña y un pico moderado que no detenta la agresividad de aves grandes como el águila, o pequeñas como el colibrí.

I: El quetzal me parece ideal para el cuento de una pasada encarnación del buda. Si ese jataka no se ha contado es porque el Buda histórico caminó en India y Nepal y no en Costa Rica, México, Honduras, Nicaragua o Guatemala.

A: En nuestros países de la América Central, el quetzal es lo que llaman un ave endémica.

I: ¿Y no sentís, che, que los ideales terminan por deformar la realidad?

A: Claro. Muchos ideales desaparecen o decepcionan justamente porque se conforman de acuerdo con lo que queremos ver y no con lo que vemos. Pero, por otro lado, también es cierto que es posible ver de muchas maneras. Las miradas del mito y la poesía son formas de ver desde el interior hilando ontologías relacionales. Una dimensión de la empatía profunda hacia todo, y con todo, se expresa en la forma en que nos relacionamos de manera no dualista, es decir, dejándonos tocar e interpelar por lo que a la vez que vemos: somos. Pero no estoy hablando de identidad, usualmente separadora. Hablo de la empatía profunda y libre que no nos priva de la objetividad, sino que nos permite una contemplación más plena, y sobre todo éticamente mejor situada en tanto más comprometida, sensible y desapegada.

I: Me hacés pensar en la interdependencia sobre la cual insiste el karmapa. Si no sentimos esa empatía por el pájaro, y por los demás, no llegaremos a descubrir en nos/otros un sentido profundo de compasión. Pensá que no es esa compasión que hemos mal aprendido: la del pobrecito al que tengo que ayudar. Se trata en parte de la compasión como sentir con y a veces padecer con; la generosa y honesta empatía entre diferentes en el trasfondo de un horizonte en común que no anula las desemejanzas. El mismo cielo y la misma tierra para todas. Mapu es una sola. Lo que le pasa al quetzal le pasa al bosque. Lo que le pasa al bosque le pasa al agua. Lo que le pasa al agua nos pasa a nosotros a través de una infinita y sorprendente serie de inter-relaciones. Tampoco podés sentir empatía con los demás y tratarte mal. Así que implica reconocer la propia belleza más allá de la impermanencia.

A: Maravillarse con el quetzal significa honrar la vida misma. No se trata de vernos a nosotros mismos, sino de ver al quetzal y en tal sentido vernos con el quetzal. Y con cada estar. Es tan sencillo como no acaparar todo el aguacate para nuestro guacamole. Compasión es consentir.

I: La compasión también es belleza, y en tal sentido espejo y armonía profunda. A la vez es emoción y un sentimiento que te tomá del todo. También un círculo más profundo de la mirada y sobre todo del sentir en espiral. Compasión es lo que permite que una famosa gurú del sur de la India bese las llagas de los leprosos; y también que pase tantas horas abrazando gente que no conoce. Compasión es lo que permitió que una famosa monja católica al norte de la India haya dedicado tantos esfuerzos en servir a los leprosos, tuberculosos y desechados por la sociedad. Compasión es la mano del niño que recoge al polluelo que cayó del nido; y el perro de la calle que no soportás ver flaco y enfermo y sentís que lo tenés que alimentar.

A: La compasión también es una forma sensible de la inteligencia. Las personas que dedican su vida a entender y compartir la vitalidad del bosque, llegan a escuchar al árbol grande aconsejar al pequeño, y se maravillan ante la magnificencia de la vida y sus delicadas relaciones. Su sentir con el bosque, el océano, la montaña, el río, el lago, el pantano o el desierto, los mueve a proteger esos lugares en donde quieren que los distintos seres sigan viviendo a su manera, a la vez que las personas puedan seguir humanizándose gracias a esas relaciones de intercambio, asombro, aprendizaje y respeto.

I: La dimensión del mundo por lo común es la escala de nuestra propia sensibilidad, pensamiento y dicen incluso que de nuestro lenguaje. Si te encerrás en una torre tarde o temprano el mundo adquirirá la forma de tu confinamiento. No habrá otra ley que la de tu ego y la de tu tribu. Los horizontes que no alcancen tus ojos se convertirán en una periferia que vos, o los que te sigan, aprenderán a temer, y en los peores casos: a someter.

A: Mis hermanas y hermanos son quienes plantaron árboles de aguacate para el quetzal, aunque no se los hubiera pedido, justo allí en donde otros acapararon el guacamole.

I: Me hacés pensar en esa historia que cuenta nuestro querido Tagore. Iba en una embarcación sobre el río. De repente, un pez enorme saltó tensándose desde el agua. A él lo conmovió tanto esa visión que sintió arrobamiento poético. Simultáneamente, el timonel del barco pasó saliva y expresó su deseo de comerse el pez… Si lo pensás bien, es una tremenda parábola de la vida. El poeta ve con reverencia al pez que le brinda color, emoción y maravilla. El salto del pez se convierte en símbolo e ilumina su día. El maquinista ve en el pez un síntoma de su carencia: el pescado que desea y que no se puede comer al tiempo que pierde la belleza del momento. El hambre es una carencia y a la vez una necesidad. Cuesta creer que quien se preocupa sólo por las riquezas, y por qué comerá, pueda ver en el pez algo más que un bocado suculento.

A: En estos tiempos en que tantas universidades prescinden de las humanidades, no pocos ven al poeta como una persona idealista, lo cual significa: poco práctica. La poesía es una forma de ver y sentir, y en semejanza al mito es expresión de conciencia simbólica. Si la abuela mítica no advirtiera que tal bosque posee sus peligros en la serpiente, el jaguar y los espíritus, prevalecería del todo la mirada utilitaria sobre el bosque NN destinado a servir como materia prima. Como dice Zurita: sin poesía el mundo volaría por los aires en minutos.

I: Ahora se necesitan mutuamente el sentipensar de la ciencia, el mito, la poesía y las artes. Cuando “la” ciencia supera el modelo mecanicista, utilitarista y desacralizador del empirismo y la categorización hiperclasificatoria, le es posible dialogar con el asombro del mito y la poesía. El ver mítico suele develar las fuerzas destructivas y creativas de la naturaleza en los seres y en el mundo. La poesía, en apariencia menos concreta que la ciencia y el mito, suele sugerir y entrever donde la creencia afirma y la ciencia describe. Si continuamos viendo el mundo como la oportunidad de atrapar el pez, y no gozamos con la aparición del pez libre en nosotros y en los otros, el río y la vida se nos escaparán como agua entre las manos.

A: Como todo en el mundo depende de todo lo demás en el mundo, sólo que en diferente medida, la mirada asombrada y conjunta del poeta, el científico y el narrador nos invita a vivir en empatía y con compasión. La generosidad y abundancia de la vida es tan infinita que el hambre no sólo será saciada en lo físico, sino en lo espiritual. Seremos la energía de ríos que confían en el sentido de la desembocadura en el mar. Saltaremos como el pez al transformarnos en lluvia y continuar fluyendo en interminables partículas dadoras de vida.

I: En su estresante aceleración, la humanidad descorazonada, vive desfasada. Pero aún podemos retornar las manecillas al ritmo del corazón y de la tierra.

A: Si el quetzal no fuera un ideal de belleza, al tiempo que una aspiración práctica al tejido de vida, nos confundiríamos con el ruido de los pasajeros del barco que pretenden subastarlo. Que el espíritu del poeta y del científico, así como el asombro del narrador, cooperen de la manera más práctica posible para que nadie en su ignorancia se atreva a destruir las islas de árboles rejuvenecidos por ríos cristalinos en donde nadan peces de oro gracias a luz del sol.

Ira: ¡Que se ensanchen todos los ríos de vida! ¡Que todas las criaturas sean felices, vivan en paz y preserven su dignidad!

Arca: ¡Que así sea!

Arca e Ira

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