Читать книгу Eclipse - Miguel Ángel Naharro - Страница 8
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ОглавлениеLa colonia fue construida por los terrestres que llegaron al planeta veinte años atrás. Forjaron una ciudad usando las partes y piezas de las mismas naves que los llevaron allí. Eran pequeños edificios de una o dos plantas que se alzaban como viviendas para las familias que vivían de manera pacífica en Gilliam.
La Delfos quedó en órbita estándar, alrededor del planeta, mientras un pequeño transbordador con un equipo formado por una veintena de hombres y mujeres se desprendió de la estructura central de la nave.
Poco tiempo después, la lanzadera aterrizó sin mayores dificultades a las afueras de la ciudad, con gran expectación para sus habitantes. Muchos de ellos no habían conocido nada más que su mundo. Para esa gente la Tierra era solo una historia que se contaba en las escuelas y de la que hablaban sus padres y abuelos con nostalgia y melancolía.
Todos ellos fueron a recibir a los viajeros con una alegría inusitada. No habían tenido visitas nunca, por lo que no era de extrañar semejante demostración de emociones en la población.
Al salir de la pequeña nave, lo primero en lo que se fijaron los astronautas fue en la piel bronceada que lucían los habitantes, fruto de vivir toda su vida en la cara siempre iluminada del planeta. Una vez procedieron a quitarse el casco sintieron el calor, que los golpeó de repente. La temperatura era elevada, sobre todo para quienes no estaban acostumbrados a vivir en un hábitat similar.
Por suerte, la colonia tenía una rica provisión de agua subterránea que la proveía con abundancia.
Al bajar de la escalinata, un hombre de sesenta y tantos años, con nariz chata y ojos almendrados, los esperaba. Su cabello y barba eran completamente blancos y vestía un sencillo traje marrón. Les sonrió y se adelantó para saludarlos.
—Bienvenidos a Gilliam, amigos míos —dijo en voz alta—. Me llamo Elías Torres, soy el gobernador de la colonia y nos alegramos mucho de su llegada.
Elena Kosotski le dio la mano y la gente allí alrededor se puso a vitorear y a gritar de alegría. Terry McCreed y Jason O’Neal se miraron y Sakata no cambió su habitual rostro severo. El resto del equipo lo componían algunos técnicos y exobiólogos que ayudarían en el tiempo que permanecieran allí.
—Síganme —dijo Elías.
Mientras iban caminando entre el gentío, dividido en todas las edades, hombres, mujeres, niños y ancianos; el gobernador les iba explicando informaciones y anécdotas sobre el habitual funcionamiento de la colonia y cómo era su típica rutina cotidiana.
—¿Están ya preparados para el eclipse? —preguntó Elena con curiosidad.
Elías asintió sin dudar ni un segundo.
—Las células solares están cargadas por completo y nos abastecerán de energía hasta que el eclipse pase. Nos costará habituarnos a la bajada de temperaturas y a la oscuridad permanente, pero nada que no podamos sobrellevar, somos luchadores, créame.
—No tengo ninguna duda, gobernador.
Y en verdad, creía que los colonos debían de tener un carácter especial. Sobrevivir tanto tiempo, lejos de cualquier ayuda, contando solo con sus propios recuerdos, daba a entender que eran mucho más duros de pelar de lo que aparentaban. Unos individuos admirables, sin duda.
—En catorce horas estándar tendrá lugar el eclipse y querríamos ayudar en lo que nos sea posible —añadió ella.
—Nos ayudarán… participando en nuestra celebración con motivo del eclipse, que a su vez será una fiesta por su llegada.
Elena frunció el ceño, pero no dijo nada. Le hubiera encantado ponerse enseguida a iniciar todas y cada una de las distintas pruebas y exámenes sobre el terreno que tenían previsto realizar lo antes posible. Aunque estaba claro que no podían ofender a los colonos que los recibían y aclamaban al igual que si fuesen alguna clase de héroes.
—Hemos detectado una radiación residual en la atmósfera que no conseguimos identificar con los sensores de nuestra nave —observó Elena.
—No es peligrosa. Al parecer es un componente natural del planeta, tras todos estos años no hemos tenido ningún enfermo o afectado por su exposición prolongada. Es totalmente inofensiva para el ser humano.
—Aun así, nos gustaría realizar algunos análisis—añadió Jason—. Nunca están de más.
Elías asintió en silencio.
—Por supuesto, son libres de hacer las pruebas que consideren pertinentes.
El equipo de astronautas fue alojado en una serie de habitáculos de dos plantas donde podían dejar el equipo, asearse y dormir durante la estancia. Elena miró por una de las ventanas y pudo contemplar que había personas que estaban expectantes, como si fuesen estrellas de rock o celebridades de algún tipo. La situación era en verdad bastante extraña e incómoda.
Mientras se desprendía de su traje y se quedaba con el mono de trabajo, su mente volvió a la Tierra. Cole, su marido, no había podido acompañarla al no pasar los exámenes necesarios para una misión de semejante envergadura. Eso fue un golpe duro para los dos, y estuvo cerca de hacer que dejase de lado la empresa. Fue él quien la convenció finalmente de que se trataba de una oportunidad única y que no podía desperdiciarla. Respiró hondo y se sintió apenada. Triste y con añoranza. Echaba de menos a su esposo. Sus caricias, su cariño, su amor. Se preguntaba si él sentiría tanto su separación como ella, y, sobre todo, si sería capaz de esperarla. La distancia, el tiempo… Eran obstáculos muy difíciles de superar. Pero lo primero era lo primero: cuanto antes finalizasen con éxito la misión, antes podría regresar a refugiarse entre sus brazos para el resto de sus días. No deseaba nada más. Ojalá hubiera pensado con más detenimiento en los imprevistos de marcharse y dejarlo en la Tierra. Era ya demasiado tarde y no podía arreglarlo. Era mejor no torturarse con ese dolor que la embargaba. Tenía que poner todos los sentidos en sus tareas y se le haría más llevadero todo. Decidió darse una relajante ducha antes de comenzar el trabajo.