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Capítulo 1 Preparación para un encuentro

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Quisiera que todos me apreciasen por lo que soy. Sin embargo, a la mayoría de las personas solo les interesa mi belleza. Mi madre suele enorgullecerse de lo mismo. ¡Si al menos tuviese una amiga, alguien en quien confiar y poder contarle lo que siento! Los padres son muchas veces culpables de que cometamos errores. No se dan el tiempo para estar con nosotros. Nunca he conversado con mi padre aparte de los buenos días y las buenas noches. Él supone que todo lo demás debe estar bien. Y mi madre, que no es hermosa, me muestra a mí como una de sus joyas. Tal vez realmente lo sea. A veces la vida se me torna difícil de encarar.

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Buscando entre mis cosas encontré este diario. Hace años que no lo tomaba. Lo comencé cuando tenía 17 años, y aquello me parece un siglo. Lo he leído por completo, y todo lo siento lejano, como si algo de mí estuviese en otra parte. El pasado queda entre las páginas del tiempo y, a medida que el tiempo avanza, nuestra historia se convierte en algo así como una novela o un cuento de ficción, como si nunca hubiese sucedido, salvo que vienen a nuestra mente los recuerdos que despiertan las mismas sensaciones de antes. Si al menos pudiésemos recordar sin que nuestra carne repitiese lo mismo...

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Hoy murió Dafne.

Estaba hecha una piltrafa.

La usaron y abusaron de ella; y cuando ya no despertó deseos en nadie, simplemente la hicieron a un lado; así como un animal enfermo que ya no sirve y hay que dejarlo que muera.

Hacia allá voy. No veo salida. El futuro es un largo túnel sin salida visible.

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Los prostíbulos son los lugares más solitarios del mundo. Allí nadie es humano; cada uno actúa como si estuviese delante de un objeto, aunque hay gente que simplemente trata a los objetos con más cuidado que a una ramera.

Algunas mujeres fingían que todo aquello les gustaba, pero sé que actuaban así para no volverse locas.

Cuando se está hundido en el lodo hasta el cuello, uno comienza a pensar que nada existe fuera del lodazal. En medio de la esclavitud desesperante de las pasiones es muy difícil ver el sol, es como si la esperanza se escondiese definitivamente.

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Cuando se empieza es muy difícil detenerse. Una ramera se convierte en objeto de deseo y a la vez de desprecio. Quienes nos poseen, en el fondo nos desprecian. Ninguna prostituta sabe exactamente cómo salir. Es peor que la esclavitud; es como estar muerta en vida, sin saber exactamente en qué momento acabará todo. Es lo más triste que puede haber, aunque la mayoría lo escondemos detrás de una sonrisa y un maquillaje largamente estudiado.

Tal vez no debería haber nacido.

Todo ha sido un error desde un principio.

Si alguna vez me convierto en madre, desearía que mis hijos no pasaran por lo que yo he atravesado.

Nada hay más terrible que no contar con los suyos cuando uno los necesita. Cuando no se reciben abrazos de aquellos que nos deberían amar, uno busca en otro lugar. Se necesita cariño, aunque sea de extraños, incluso de quienes no nos aman. La piel siempre transmite lo que ninguna palabra comunica.

¡Oh, Dios! Cómo desearía salir de todo esto, pero no veo ninguna salida. Un día de estos quisiera hundirme en el lodo y no aparecer más, nunca más.

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Siento que la vida es un abismo oscuro y tétrico. Un despeñadero donde los dos extremos son el nacimiento y la muerte, y uno debe saltar sin ningún elemento de protección; y mientras vamos por los aires existe la posibilidad de caer, de llegar a ese gran pozo; y uno se mantiene creyendo que nunca caerá, cuando en realidad nunca ha salido y la muerte no es más que una continuación silenciosa de esta gran sima que llamamos vida.

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¡Malditos, malditos, malditos!

¿Qué haría sin ti, querido diario? Me asquea cuando me tocan. Los clientes se comportan como verdaderas bestias. Algunos quieren hacerse los seductores, y actúan como si yo fuera la mujer más hermosa de la tierra.¡Desgraciados! Lo único que les interesa es tomar mi cuerpo y usarme. Les daría lo mismo si yo fuese un animal o un objeto; simplemente no me ven, no importo. ¡No!, nada de lo que soy importa.

A veces, para no volverme loca, pienso que tocan mi carne sin tocar mi alma. Me sumerjo en el fondo de mi mente, y allí me escondo en medio de recuerdos y ensueños, así como un ave que, atrapada en su jaula, canta fingiendo que no hay barrotes... ¡Dios, hasta cuándo soportaré esto!

La vida debe ser un mal chiste inventado por un demonio. Siento que nada vale. Hoy es otro de esos días en que no quisiera estar viva. Vienen, me tocan y se van. Nadie se pregunta quién soy.

Quizás así debe ser. Tal vez, todo no es más que la consecuencia trágica de un maldito dios que decidió jugar conmigo para deleite de espíritus malignos.

Una de las chicas del prostíbulo dice que hay que aceptarlo, que probablemente en otra vida cometimos un terrible pecado y nacimos para ser castigados. Pero, ¿qué pude haber hecho para merecer esto? Ella debe de estar demente. Quizá todos seamos lunáticos. Los clientes vienen y se van, nos frecuentan y se olvidan. Tal vez este sea un mundo de enajenados donde el desvarío es lo normal. Quizá todo no es más que un mal sueño...

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He pensado en quitarme la vida, pero me falta valor. Si al menos muriese, todo este dolor intenso que siento se iría. La gente que me ve solo observa a una ramera, sin detenerse a pensar quién soy en realidad. Vida fácil; qué sencillo decirlo, y qué sinsentido. Nadie sabe cuán difícil es esto y cuán complicado es salir una vez que se ha entrado; es una forma de suicidio lento, tortuoso, fatalmente certero que nos va minando por dentro, que nos va quitando las ganas de vivir, de luchar y de enfrentar la vida. Si al menos tuviese el valor iría hasta la parte más alta del muro y desde allí me tiraría; pero nunca he podido dar un paso en esa dirección. Es como si algo me detuviese y fuera más fuerte que yo.

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Uno debería nacer con un mapa y una serie exacta de instrucciones... solo así podría tener esperanza de llegar a buen puerto. Pero, ¿qué puerto? Sin tan solo tuviese la oportunidad de nacer de nuevo, si tan solo tuviese otra oportunidad.

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Hay algunos hipócritas que se comportan como si lo supiesen todo y ellos fueran tan santos que nada se les escapa. ¿Qué dirían si supieran quién soy?

A veces siento que tengo cien años. Me miro en el espejo, y aunque mis carnes son duras, firmes y lozanas, las veo arrugadas, sueltas y pálidas; siento que en mí habitan dos personas.

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No todos los clientes que vienen quieren tener relaciones sexuales. Algunos solo vienen por un poco de cariño, y pagan para que alguien los escuche. ¡Qué terrible! Sería preferible estar muerto. ¡Pagar para ser oído! Me dan lástima; cuando se van, me quedo deprimida, porque en el fondo yo también quisiera pagar para que me oyesen, pero ¿quién va a oír a una prostituta? La gente pasa por la calle, y nos ve sin vernos. Para la mayoría de las personas no existimos.

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La maldita noche se aproxima. Hay en ella un dejo de crueldad. La oscuridad esconde las más terribles pasiones. El desenfreno se viste de negro. En el día, muchas veces me siento libre, pero cuando se aproxima la noche se qué es lo que va a pasar. Seré esclava de otros. Alguien poseerá mi cuerpo, y seré una carcajada en la boca del averno, y la tierra reirá de mi desgracia, y el sexo tomará posesión de mí y mi cuerpo se mecerá al ritmo de la locura.

¡Maldita noche! ¡Maldita, maldita! Debería ser siempre de día.

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Hay hombres que vienen y actúan pensando como si el sexo así nos gustase. Nunca he sabido qué es sentirse amada. Nunca he conocido un abrazo amante de alguien que me quiera realmente. He aprendido mil y una formas de dar placer, pero el amor debe ser algo más, sino ¿por qué razón nunca he tenido paz?

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¿Podrá perdonarme Dios? Tal vez los pecados de una ramera no sean nunca perdonados.

¿Quién sabe? Tal vez Dios nos usa como ejemplos para que otros vean hasta dónde se puede llegar cuando se deja la senda correcta.

¿Podré perdonarme algún día? Siento que llevo sobre mis espaldas una gran piedra atada que no me abandona. Si tan solo pudiese olvidar, eso al menos constituiría un descanso, al menos podría dormir en paz sin esas terribles pesadillas que me asaltan y devoran.

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A menudo observo a una mujer que vive junto con sus hijos y su esposo frente a mi casa. Cuando me mira, ciertamente hay desprecio en su rostro. Nunca hemos hablado, mantenemos distancia, su voz no me toca, sus ojos solo me desdeñan.

Para algunos, la vida es simple. Lo bueno está en nosotros y lo malo en el vecino. Mientras no crucemos la calle, aparentemente todo está bien. Siendo buenos, nada debemos temer. Pero es tan sutil la distancia que nos separa a esa mujer y a mí... bastan solo un par de pasos.

¡Cuánto daría por estar en su lugar! Correr tras los hijos. Reír de su risa. Acariciar su pelo. Buscar su voz en la multitud. Saber que alguien en un lugar me espera. ¡Qué sensación más agradable! ¡Qué alivio! Sería hermoso. Pero es otro más de mis sueños ilusorios.

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Hoy, en la plaza, vi a un anciano maestro que estaba enseñando a un grupo de niños. Las criaturas escuchaban con atención esas historias. Quise ponerme a los pies de aquel viejo sabio para saber qué enseñaba, pero supongo que las madres de algunos pequeños se escandalizarían.

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Cuando uno tiene todo, no sabe lo que no tiene. Hay algunos que viven como si todo lo que tuviesen fuese definitivo. No saben lo frágil que puede ser la existencia humana, cuán rápidamente se puede perder todo e irse por la borda sin que nos demos cuenta o no tengamos tiempo de reaccionar.

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Cuando era niña, mi madre me contaba historias. Ella decía que un hombre venerable vivió por estas tierras hace muchos años, y que lo guiaba un Dios diferente, alguien que no necesitaba sacrificios humanos ni nada de eso. Se conformaba con algún cordero ofrecido en algún altar de piedras, y era suficiente. Ella me decía que alguna vez estas tierras serían conquistadas por la gente de ese anciano que hablaba en nombre del Dios del cielo y de la tierra. Quisiera haber oído más de esas historias...

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El anciano de la plaza parece cansado. Cuando en las mañanas la ciudad aparece llena de borrachos y hombres y mujeres semi desnudos, se le nota en el rostro el asco que siente por todo eso. Me pregunto: “¿Por qué estará por aquí?”

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Ser feliz parece ser el precio de la vida plena; sin embargo, a mí me hace falta algo más concreto. La seguridad de que mañana tendré algo para comer no me satisface. Sé muy bien cómo obtener dinero para comida. Algunas personas creen que satisfacer el hambre es lo más importante, pero ¿qué hay del amor, de la ternura, de la seguridad, de sentirse aceptada y valorada? ¿Hay algo más importante que eso? Si alguien me dice que algo importa más simplemente lo creo mentiroso, no tiene idea, no sabe lo que es llorar en silencio mientras otra persona saca placer de tu cuerpo, no tiene idea de que el mendrugo que te llevas a la boca tiene un sabor tan amargo. Vivir no es sobrevivir; es algo más profundo, algo que tiene un significado distinto. ¿Qué será? Quisiera con todas mis fuerzas encontrar la clave para vivir, no solo sobrevivir.

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Hoy he escuchado del anciano que hace mucho tiempo vivió por estas tierras un hombre llamado Abraham, quien era hijo de Dios, del Creador, y que alguna vez toda esta tierra volverá a ser de su descendencia. Son las mismas historias de mi madre. Habla con mucha convicción, como si temiese que algo fuera a pasar. Qué extraña es la vida cuando uno sabe algo que los demás ignoran. Pareciera que adquirimos un poder que nos pone por sobre los demás. Tal vez este hombre no sea más que un charlatán. ¿Quién podría contra Jericó y todas las ciudades de Canaán?

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Tengo ganas de vivir. Siento que me estoy muriendo lentamente. La vida así no tiene ningún gusto para mí. Hoy he visto un ave que se ha posado en mi ventana; era una avecilla migratoria. Tuve deseos de hacerme pequeña y subirme sobre sus alas y volar, volar muy lejos, salir de esta prisión y poder gozar de una libertad que nunca he tenido.

¿Por qué habré nacido mujer? Si al menos hubiese tenido la oportunidad de escoger. La vida no es justa: los hombres gozan de privilegios que nunca una mujer podrá tener. Me cuesta creer lo que dice el anciano: un Dios creador, justo, bueno, que nos ama. ¿Y por qué hizo la vida tan injusta? Mujeres, esclavos y siervos, ¿quién entiende este orden? Solo el que manda es libre, los demás son simplemente lacayos de sus deseos. Tengo rabia contenida; sería capaz de gritar y de hacer daño a alguien si pudiera.

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La mujer es la gran chiva expiatoria de la historia. Ella tiene todo y no tiene nada. Lo da todo y no recibe lo mismo a cambio. Es madre, pero despreciada. Da de su matriz y recibe solo migajas. Los varones actúan como si nuestros vientres fueran matrices al arbitrio de su codicia. Cada mes sangramos un poco; tal vez es la forma que tiene nuestro cuerpo de llorar lágrimas de sangre por dar tanto y recibir tan poco. Por eso, las mujeres se ven obligadas a mendigar; de otro modo no reciben nada. Claman por cariño, bondad, un trato justo y un espacio propio. ¿Quién aceptaría que también soy digna como persona? Que puedo pensar, sentir, oír, como cualquier otro individuo. Tal vez es una idea demasiado extraña para muchos hombres, que solo nos ven como objetos, seres amorfos de los cuales hay que extraer algo: placer, hijos, trabajo, sangre, transpiración, todo. Dios no pudo haber creado esto así, no sería justo, sería una manera de perpetuar la injusticia, una forma de decir:

–La vida no vale, a menos que estés en la jerarquía que yo he establecido. Me comunico con varones, no con mujeres.

¡Qué asco me da pensar en un dios así! Me duele el vientre saber que, en la jerarquía de los dioses, las mujeres quedamos reducidas a objetos.

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Escucho una y otra vez decir al anciano lo mismo. No le creo, pero vuelvo una y otra vez a oírlo. Él se ha dado cuenta de que no por casualidad voy a escucharlo. Me detengo a cierta distancia y escucho las historias que les cuenta a los niños. Sus relatos son sabrosos, llenos de anécdotas. Hoy habló de Jacob, que se fue a vivir a Egipto después de la hambruna hace siglos. ¿Será verdad eso de la escalera en la noche, una escalera hasta el cielo? Quizá sean invenciones de un viejo senil, y yo como niña esté entusiasmándome con ridiculeces.

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Creer es abrir ventanas en el abismo. Mirar, y ver tras la masa etérea y oscura un sol brillante, limpio y transparente, claro como una sonrisa, diáfano como un abrazo de amor. Creer es lo mejor que puede el ser humano anhelar. Creyendo se construyen pirámides y palacios; todo lo que existe alguna vez ha sido sueño de visionarios. La fe es el mejor don que puede alguien recibir. Procuro tener esa capacidad, confiar como una niña que espera su alimento, segura de que ha de recibirlo. Quisiera creer lo que aquel anciano enseña. Pero debe ser que la vida me ha tornado cínica. ¿Cómo será posible todo aquello que cuenta? Es demasiado hermoso para ser real. La vida no es así. De todos modos, sus historias sirven al menos para soñar con algo diferente.

Del abismo a la luz

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