Читать книгу Lo maravilloso y el poder - Miguel Requena Jiménez - Страница 7
ОглавлениеMattiussi ha escrito que el lector moderno, cualesquiera que sean los méritos que reconoce en la historiografía antigua, no puede dejar de sentirse turbado, incluso irritado, por la continua presencia en sus páginas de lo maravilloso, pues constituye un hábito que choca frontalmente con su concepción del mundo, heredera en gran parte del positivismo triunfante durante el último siglo.1 Autores como Livio, Tácito, Suetonio, Dión Casio, los escritores de la Historia Augusta o Amiano Marcelino, por citar solamente algunos historiadores de época imperial romana, incluyen en sus obras infinidad de historias fabulosas, prodigios, sueños, profecías o presagios que se acercan más al ambiente maravilloso de los cuentos de Andersen, Grimm o Garskin que a la trama de verdaderos relatos históricos.
Historias como las que narran, por ejemplo, la aparición del ave Fénix en Egipto (Tac., Ann., VI, 28; D. C., LVIII, 27, 1),2 la curación de un ciego y un cojo por el emperador Vespasiano (Tac., Hist., IV, 81; Suet., Vesp., VII, 2), el coito de una mujer con una serpiente (Suet., Aug., XCIV, 4, para Augusto; Liv., XXVI, 19, 7, para Escipión), las palabras pronunciadas por una corneja (Suet., Dom., XXIII, 2), las lluvias de sangre, leche, piedras ardiendo u otros objetos (Liv., XXII, 1, 9; XXV, 7, 7; XXXIV, 45, 6-7; XXXIX, 46, 5; etc.), jalonan constantemente las biografías de los personajes históricos, la descripción táctica de una batalla, las maniobras políticas de un grupo o el análisis de las instituciones públicas romanas, hasta producir una simbiosis que nos obliga a preguntarnos cómo e incluso por qué los autores clásicos podían conciliar un espíritu crítico próximo a nuestra racionalidad con las creencias más extrañas e increíbles.
Las teorías que hasta el momento han intentado explicar la presencia de estos relatos maravillosos en la obra histórica se mueven entre aquéllas que los consideran un simple recurso de embellecimiento literario, capaz de mantener la atención del lector al introducir en la narración un elemento dramático,3 las que los califican como una técnica narrativa que la retórica suministra a los escritores para la perfecta caracterización del personaje,4 sin faltar las que los toman por un medio de mitificar la historia,5 las que los juzgan como simples reflejos lógicos de la mentalidad y creencias de la sociedad romana,6 o bien, por último, las que los creen un mero resultado del juego político-ideológico de los mismos a la hora de crear, confirmar y consagrar el carisma real de ciertos personajes entre las masas populares.7
Si bien cada una de estas hipótesis puede ser perfectamente válida para explicar el origen y el significado de alguno de estos relatos o de su presencia en autores concretos, su aplicación a otras narraciones maravillosas resulta imposible, ya que tal generalización se ve restringida por dos importantes principios metodológicos:
a) El concepto de relatos maravillosos es un gran cajón de sastre donde se incluyen narraciones de muy diversa naturaleza, procedentes de períodos históricos diferentes y transmitidos en la trama de géneros literarios distintos. No pueden ser valoradas con el mismo criterio y método historias tan dispares como, por ejemplo, las lluvias de piedras ardiendo de las que nos da cuenta Obsecuente en su colección de prodigios, las fecundaciones extraordinarias con las que Plutarco, Livio o Suetonio inician las biografías de Alejandro Magno, Escipión y Augusto, el relato de Dionisio de Halicarnaso en el que se narra cómo al fundar la ciudad de Lavinio, mientras un lobo y un águila avivaban un fuego, un zorro intentaba apagarlo, o la aparición de cometas que según Virgilio guiaron el viaje de Eneas a Italia.
b) Numerosos aspectos externos pueden alterar el primitivo sentido de un relato. Así, por ejemplo, el género literario en el que aparecen, la intencionalidad del autor que lo incluye en su obra, la versión que del mismo se presente, su inclusión en un contexto diferente o su atribución a un personaje distinto al original, o la alteración, intencionada o no, de aspectos fundamentales del relato tales como el tiempo, el espacio o los protagonistas, pueden provocar que una historia maravillosa tenga diversas lecturas o interpretaciones dependiendo del contexto, de los autores o de la época en la que aparezca.
De lo antes señalado se deduce que un tema de estudio como el de los relatos maravillosos no sólo es vasto y complejo por el gran número de casos que lo integran, sino que requiere, para que se lo comprenda en su dimensión real, recurrir a perspectivas múltiples y a ángulos de visión diversos.
Limitando la heterogeneidad e inmensidad de tal trabajo, mis últimas investigaciones se han centrado en el estudio del origen y del significado de un grupo de estos relatos maravillosos cuya unidad temática –ya percibida en la Antigüedad– viene fijada por la finalidad de los mismos: anunciar el poder soberano a una persona. Me refiero a los presagios conocidos como «de imperio» o, utilizando su denominación latina, omina imperii.
El silencio de unas ranas por orden del joven Octavio (Suet., Aug., XCIV, 7), el extraordinario crecimiento de una encina en casa de Vespasiano (Suet., Vesp., V, 2), el soñar parir serpientes de color púrpura la víspera del nacimiento de Alejandro Severo (S. H. A., Alex., XIV, 2) o el brotar de rosas de color púrpura, con olor de rosa pero con pétalos de oro tras el nacimiento de Aureliano (S. H. A., Aurelian., V, 1), forman parte de los más de doscientos omina imperii recopilados por los autores clásicos griegos y latinos relativos a la vida de treinta y ocho emperadores romanos desde Augusto a Diocleciano.8 Unos relatos que se concentran casi en su totalidad de dos obras históricas romanas, las Vidas de los doce Césares de Suetonio y los escritores de la Historia Augusta.
Los escasos estudios realizados sobre este tema son, en la mayoría de los casos, meras recopilaciones de presagios estructurados en grupos más o menos coherentes, exentos de un análisis minucioso de cada relato y circunscritos a una de las dos fuentes clásicas de donde proceden (las Vidas de los doce Césares de Suetonio o la Historia Augusta). Al mismo tiempo, la negativa valoración de ambas obras literarias, que reviste especial intensidad en el caso de la Historia Augusta, han convertido los relatos ominales allí recogidos en meros artificios vinculados a los objetivos últimos del autor del libro, por lo que nunca son valorados como aspectos independientes y con significado propio.
Ahora bien, como señalamos en un artículo de próxima aparición,9 cabe destacar una importante diferencia. Mientras que es unánime la teoría que valora los relatos procedentes de la Historia Augusta como falsificaciones carentes de valor histórico creadas por eruditos a partir de citas literarias anteriores, en el caso de la obra de Suetonio contamos con algunos trabajos en los que los omina imperii han sido valorados como elementos con valor histórico propio, lo que ha propiciado la existencia de teorías divergentes. De ahí que hayan sido interpretados como una consecuencia de la ignorancia de las leyes naturales por parte de la sociedad romana,10 como elementos de consagración del régimen del principado y legitimación del poder imperial y del príncipe reinante11 o bien como parte de un proceso deliberado de propaganda en torno al aspirante al poder imperial.12
Frente a estos planteamientos tan reduccionistas, especialmente dramático para el caso de los omina procedentes de la Historia Augusta, en El Emperador Predestinado13 ya intenté demostrar desde nuevos planteamientos metodológicos el carácter autónomo de los presagios de imperio respecto a los fines de la obra y del autor que nos los ha transmitido, defendiendo la tesis de que los omina imperii no son meras invenciones eruditas alejadas del contexto histórico en el que los sitúan sus recopiladores, sino «el reflejo popular del programa ideológico desarrollado por cada emperador romano durante su reinado». En mi opinión las manifestaciones oficiales del programa ideológico de cada emperador activarían la creación de relatos en los que recurriendo tanto a estructuras ideológicas relativas al poder,14 como a creencias populares de diversa naturaleza y a ritos cultuales y de investidura, se expresarían y difundirían unas ideas que, tal y como fueron emitidas por la propaganda oficial no podían ser bien comprendidas o no resultaban lo suficientemente atractivas para amplios grupos sociales. Pensemos en la dificultad que para un habitante medio de Siria, Egipto o Britania, con distinto sustrato cultural, étnico, político, religioso, etc., supondría entender el significado de ciertos motivos iconográficos diseñados en Roma, y tal vez debamos conjeturar que se hizo imprescindible postular, como paso intermedio, el comentario de alguien más versado que él en el simbolismo imperial o conocedor por otros medios del mensaje oficial. Tales comentarios serían el motor capaz de activar en nuestro protagonista toda una serie de estructuras ideológicas con las que rodearía o articularía las ideas centrales que no llegó a captar con claridad en la explicación que escuchó o en el motivo iconográfico que observó; aunque también es posible suponer que, habiendo entendido la idea central, pudo estructurarla a partir de otros elementos más cercanos o afines a su cultura, creencias o intereses. Una vez creada la nueva historia, su transmisión oral facilitaría no sólo su alteración, sino también la incorporación de nuevos aspectos que la irían enriqueciendo y convirtiéndola en más fascinante para ciertos grupos sociales.
Desde tales conclusiones iniciamos el presente trabajo centrado en las figuras de los emperadores romanos Aureliano (270-275) y Tácito (275-276). Evidentemente el cuerpo central del libro está dedicado a la decena de presagios que según Flavio Vopisco Siracusano anunciaron el poder a Aureliano, sin embargo la aparición en 1996 de los comentarios de F. Paschoud a las vidas de Aureliano y Tácito en la Historia Augusta, nos ha proporcionado una perfecta justificación para añadir el estudio de los tres omina imperii del efímero emperador Tácito.
En el primer capítulo comprobaremos que, frente a la impresión de heterogeneidad que proporciona la lectura de los omina imperii de Aureliano, un estudio en profundidad de la estructura interna de cada relato en relación al contexto ominal e histórico en el que aparece, ha permitido descubrir que todos ellos convergen temáticamente para presentar a Aureliano como un nuevo Mitra capaz de superar la intensa crisis que atravesaba la sociedad romana a finales del siglo III. En el caso de Tácito, el análisis de sus omina imperii nos ha permitido comprobar su relación con el estamento militar y, en consecuencia, cuestionar el tradicional carácter de restauración senatorial de su reinado.
Como podrá advertir el lector en las siguientes páginas, el estudio de los relatos maravillosos que según la Historia Augusta anunciaron el poder a los emperadores Aureliano y Tácito, no sólo nos permitirá definir con mayor precisión los presupuestos ideológicos del reinado de estos emperadores y la concepción que de su poder tuvo la sociedad romana, sino que también nos aproximará a la mentalidad colectiva del ciudadano romano y de los habitantes del imperio.
El proyecto de investigación que ha fructificado en el presente libro se ha beneficiado de una Ayuda para estancias en el extranjero concedida por la Subsecretaría de la Oficina de Ciencia y Tecnología del Gobierno Valenciano, que disfruté en el Seminar für Alte Geschichte der Rheinischen Friedrich-Wilhelms Universität de Bonn y el Historisches Institut de la Universidad de Potsdam.
Desde aquí expreso mi mayor agradecimiento a los profesores K. Rosen, H. Galsterer y P. Barceló por la cordialidad con la que me acogieron en sus seminarios y por las continuas atenciones y consejos recibidos, agradecimiento que hago extensivo al resto de docentes y doctorandos de ambas instituciones y, especialmente, a B. Goffin y M. Rathmann, que pasaron de ser colegas a buenos amigos.
No puedo olvidar tampoco en este apartado de agradecimientos a mis compañeros del Departamento de Historia de la Antigüedad y de la Cultura Escrita de la Universitat de València, por soportar estoicamente las innumerables reflexiones y dudas que me inquietaron en el transcurso de la realización de este trabajo. Un reconocimiento especial merecen los profesores Carmen Alfaro, Juan José Seguí, Antonio Ledo y Manel García, quienes repasaron el manuscrito y aportaron interesantes sugerencias. Y, sobre todo, el profesor F. J. Fernández Nieto, sin cuya erudición y tutela este trabajo no hubiera visto nunca la luz.
Por último, quedo en deuda con el profesor M. S. Ruipérez, presidente de la Fundación Pastor de Estudios Clásicos, con la profesora C. Alfaro, directora del Seminario de Estudios sobre la Mujer en la Antigüedad, y con el profesor A. Furió, director de Publicacions de la Universitat de València, por su inestimable colaboración en la publicación de este libro.
1. L. Mattiussi: «La fonction du merveilleux dans l’historiographie romaine de l’empire», Storia della Storiografía, XIII (1988), pp. 3-27 (esp. p. 3).
2. Para las abreviaturas de obras y autores clásicos hemos seguido el Thesaurus Linguae Latinae, Leipzig, 1950, y H. G. Liddle y R. Scott: A Greek-English Lexicon, Oxford, 1968.
3. P. Grimal: «Tacite et les présages», REL, LXVII (1989), pp. 170-178.
4. Fr. Wagner: De ominibus quae ab Augusti temporibus usque ad Diocletiani aetatis caesaribus facta tradunctur, Ienae, 1888; A. Sánchez Marín: «Prodigios, elementos eróticos y retrato físico en las biografías de poetas», Emerita, XLIII (1985), pp. 291-308 (esp. pp. 292-296).
5. L. Mattiussi: «La fonction du merveilleux...».
6. R. Lembert: Der Wunderglaube bei Römern und Griechen. Das Wunder bei den römischen Historikern, Augsburgo, 1905; J. Jiménez Delgado: «Importancia de los prodigios en Tito Livio», Helmantica, XII (1961), pp. 27-46 y 441-461; J. Bayet: Croyances et rites dans la Rome antique, París, 1971, p. 88; A.-M. Tupet: «La mentalité superstitieuse à l’époque des Julio-Claudiens», REL, LXII (1984), pp. 206-235.
7. R. Bloch: Los prodigios en la Antigüedad Clásica, Buenos Aires, 1968 [París, 1963]; R. S. Lorsch: Omina imperii: The Omens of Power Received by the Roman Emperors from Augustus to Domitian. Their Religious Interpretation and Political Influence, Carolina del Norte, 1993; S. Montero: Trajano y la adivinación. Prodigios, oráculos y apocalíptica en el Imperio Romano (98-117 d. C.), Madrid, 2000. La cuestión sobre el uso político de la religión en la sociedad romana ha sido ampliamente estudiada por L. R. Taylor en el capítulo cuarto de su obra Party Politics in the Age of Caesars, Berkeley y Los Ángeles, 1949, pp. 76-97 («Manipulating the State Religion»).
8. Fr. Wagner: De ominibus...
9. M. Requena: «La Historia Augusta y los omina imperii» (en prensa).
10. F. B. Krauss: An Interpretation of the Omens, Portents and Prodigies Recorded by Livy, Tacitus and Suetonius, Philadelphia, 1930.
11. J. Carabia: «Les présages dans les Vies des Douze Césars de Suétone», Trames, II (1977), pp. 9-31; R. S. Lorsch: Omina imperii...
12. E. Bertrand-Ecanvil: «Présages et propagande idéologique: à propos d’une liste concernant Octavien Auguste», MEFRA, CVI (1994), pp. 487-531.
13. M. Requena: El Emperador Predestinado. Los presagios de poder en época imperial romana, Madrid, 2001.
14. También podemos definirlas como «tendencias de la conciencia colectiva» o «verdades positivas admitidas por el común».