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Prólogo

Como debut literario, La guardia blanca puede ser comparada sólo con los debuts de Dostoievski y Tolstói.

Maksimilián Voloshin

La guardia blanca recrea uno de los períodos más turbulentos en la historia de Kiev, la “Ciudad”, la “madre de todas las ciudades rusas”.

Los días de la familia Turbín se ven alterados por los sucesos revolucionarios de 1917 y sus ecos y repercusiones en la capital de Ucrania. Los Turbín —Elena, Alekséi, Nikolái— y un grupo de amigos y allegados son el centro a partir del cual se articula la trama del relato. Diferentes entre sí en cuanto a temperamento, ideas y sensibilidad, son exponentes del mundo que se derrumba ante sus ojos y, a la vez, perplejos testigos del nuevo que comienza a instaurarse. Representan una ética y un modo de ser ante la existencia, donde los lazos familiares, el sentido del honor, el amor al hogar y la lealtad a la patria aparecen en primer plano. De ahí su incomprensión de las pujas políticas y de las relaciones de fuerza que están detrás de ellas. De ahí su apego diríamos atávico a la monarquía, desprovisto de apasionamientos ideológicos o militantes. A lo largo de la obra, se mantienen íntegros, sobrellevan sus desgracias, afrontan las pruebas a las que los somete el destino y jamás pierden su dignidad, suscitando una natural simpatía en el lector.

En contraposición a ellos, hay otros personajes —particularmente Talberg y Shpolianski— que anteponen la salvaguarda del propio “yo” al compromiso (familiar, ético, político). Arribistas, ventajeros, mentirosos, acomodaticios, cobardes, tendrán mayor o menor suerte en la vorágine de los acontecimientos, pero carecen, por definición, de la capacidad de establecer vínculos durables y, así, de crear mundo. Lo dice o piensa Nikolái: “Ningún hombre debe faltar a su palabra de honor, porque sería imposible vivir en el mundo”.

Hay personajes, por último, que adquieren una presencia espectral en el relato: son justamente aquellos en los que se detiene la mirada histórica —el zar, el Hetman, Petliura—. En el caso de este último, el propio narrador lo explicita: “Petliura era un mito. Nunca existió. Era un mito tan notable como el de Napoleón, que nunca existió, pero bastante menos hermoso”. Es que en La guardia blanca los sucesos históricos los vemos refractados en las vivencias de los Turbín, como fondo o marco; en este sentido, en la novela asistimos a una tensión entre vida familiar y vida pública; los Turbín, hegelianamente hablando, no parecen muy interesados en estar dentro de la historia. Eso lo vemos en las primeras páginas, con el retorno de Alekséi del frente y su deseo de componer una vida hogareña y perdurable, pese a que “ya hace tiempo que ha comenzado a soplar la ventisca desde el norte, y sopla, y sopla, y no para, y cuanto más tiempo pasa, peor es”.

La “Ciudad”, desde esta óptica, emerge en un principio como el espacio del orden, del cosmos, por oposición a un “afuera” caótico y anárquico que empieza a ganar terreno y apoderarse de sus calles, confundiendo y perturbando los destinos de sus habitantes. Esta imagen aparece vinculada a un arquetipo bíblico, el Apocalipsis, que sobrevuela de principio a fin La guardia blanca. (En general, y aunque pueda resultar paradójico a primera vista, cabe preguntarse si habrá habido en la historia de la literatura un período creativo que recurriera tan insistentemente a la Biblia en búsqueda de pistas para comprender e interrogar el presente y el futuro como el que acompaña a los sucesos revolucionarios de 1917 y la subsiguiente guerra civil.)

Otra imagen cara a las letras rusas es la de la ventisca o borrasca. No en vano la novela de Bulgákov rinde tributo a Pushkin con una cita de La hija del capitán que describe ese fenómeno de la naturaleza; por otro lado, la representación de la revolución como ventisca, como revuelta de los elementos, surge del poema Los doce, de Aleksandr Blok, publicado en 1918. En La guardia blanca leemos:

Sí, la muerte no se hizo esperar. Llegó por los otoñales y luego invernales caminos de Ucrania junto con la seca y aventada nieve. Comenzó a traquetear en los bosques, en ametralladoras. Ella misma no era visible, pero manifiesta era la áspera ira campesina que la precedía. Esta ira corría por la nevasca y el frío, con agujereadas alpargatas de líber, con heno sobre las cabezas descubiertas e inclinadas, y aullaba. En las manos llevaba un inmenso garrote, sin el cual es imposible llevar adelante cualquier empresa en la Rus’.

El mundo que se derrumba, para ser específicos, es el de la intelliguentsia de Kiev, ese sector social al que Bulgákov pertenecía y amaba. Él mismo se ocupó de dejarlo en claro en la célebre carta que escribió al poder soviético (léase: Stalin) el 28 de marzo de 1930 solicitando que lo dejaran emigrar de la Unión Soviética. Allí, explicando la desesperada situación en que se encontraba y justificando su labor de escritor (ya entonces había que justificarla), afirmaba:

Los últimos rasgos de mis destruidas piezas Los días de los Turbín, La huida y la novela La guardia blanca: la obstinada representación de la intelliguentsia rusa como el mejor estamento de nuestro país. En particular, la representación de una familia noble de la intelliguentsia que, por las veleidades de un destino irrevocable, se ve arrojada al bando de la guardia blanca durante los años de la guerra civil, en la tradición de La guerra y la paz. Esa representación es de lo más natural para un escritor ligado a la intelliguentsia por lazos de sangre.

En efecto, La guardia blanca es en buena medida una novela autobiográfica. En la base de muchos episodios hay experiencias personales que el autor vivió en Kiev en los años 1918-1919. La mayoría de los personajes tienen prototipos reales, entre los cuales hay varios de la propia familia de Bulgákov.

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El carácter epocal de la novela nos llega no sólo por la historia que narra, sino también por el modo en que lo hace, por su composición. Hija de los experimentales años veinte, hermana de las búsquedas vanguardistas de nuevas formas de expresión, La guardia blanca avanza por momentos en forma lineal, en otros se riza y, siguiendo la trayectoria de una espiral, nos devuelve a un punto anterior pero enfocado desde otra perspectiva. En una técnica similar a la del montaje cinematográfico, los episodios se suceden rápidamente. El lector debe estar atento para concatenar algunos de ellos. Cabe destacar también las escenas protagonizadas por grandes masas (el desfile de las tropas de Petliura), que recuerdan el mejor cine de Serguéi Eisenstein (la película La huelga se filma casi a la par de la redacción de La guardia blanca). A menudo, los acontecimientos representados son interrumpidos por evocaciones o sueños, lo que también altera la secuencia cronológica. El espacio y el tiempo de la obra son reducidos: Kiev y sus alrededores; diciembre de 1918-principios de febrero de 1919.

La novela ofrece un collage de diferentes registros de habla, a veces resistentes a la traducción: la lengua ucraniana, la lengua popular, las jergas militar y política, el tono informal de entrecasa, el íntimo propio del monólogo interior y el formal de las relaciones con los otros; también encontramos algo del estilo publicitario y propagandístico de aquellos años, así como canciones, marchas, retruécanos y juegos de palabras; tampoco escapa al autor la recreación —satírica— de los procedimientos de las vanguardias literarias; todo ese material lo entreteje Bulgákov con una lengua literaria magnífica, en ocasiones desconcertante y capaz de transfigurar todo lo que toca.

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Bulgákov trabajó en La guardia blanca entre 1923 y 1924, y su primera publicación data de 1925 (en los números 4 y 5 de la revista Rusia). Esta edición inicial reprodujo sólo los primeros trece capítulos, ya que la revista cerró y el número 6, en el que estaba previsto publicar los últimos siete capítulos, nunca vio la luz. En forma completa, fue publicada en París entre 1927 (tomo 1, editorial Concorde) y 1929 (tomo 2, editorial Moskvá). En la Unión Soviética, hubo que esperar hasta 1966 para acceder al libro.

Se estima que La guardia blanca sería el primer libro de una trilogía sobre los años de la guerra civil; la segunda parte abarcaría los acontecimientos de 1919 y la tercera, los de 1920. Al parecer, el propio autor, tras reflexionar sobre la posibilidad de publicar una novela semejante en la Unión Soviética, decidió no ir más allá de 1918 y excluir los episodios vinculados con el arribo de los bolcheviques a Kiev. El título de la obra parece indicar, en efecto, que Bulgákov planeaba una trilogía, ya que en La guardia blanca no hay precisamente ejército blanco alguno (si bien es cierto que los oficiales que se ofrecieron a defender la ciudad contra el avance de Petliura se consideraban parte del movimiento blanco); sería recién en la segunda parte que se narraría la toma de Kiev por parte del general Antón Denikin, al frente de las tropas blancas, y la colaboración de los Turbín con sus fuerzas; en la tercera parte, uno de los personajes, Mishlaievski, se pasaría al bando rojo y se relatarían las acciones militares en el Cáucaso.

Nada de este plan inicial logró concretarse. Sin embargo, en el mismo año 1925 Bulgákov comenzó a trabajar sobre una pieza teatral ligada argumental y temáticamente a La guardia blanca, y que más tarde recibiría el nombre de Los días de los Turbín. El proceso de creación de dicha pieza es descrito en La novela teatral (1937). El espectáculo Los días de los Turbín, estrenado en 1926 en el Teatro de Arte de Moscú, tuvo un éxito enorme entre los espectadores pese a los ataques de los críticos oficialistas, que acusaban al autor de “hacer guiños a lo que quedaba de los blancos” y vieron en la obra “a un chauvinista ruso burlándose de los ucranianos”. El espectáculo llegó a representarse en 987 ocasiones. Entre 1929 y 1932, su puesta en escena fue definitivamente prohibida.

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Para la presente traducción hemos tomado como fuente la siguiente edición rusa:

Михаил Булгаков, Собрание сочинений в десяти томах, Tом 4: Белая гвардия. Роман, пьесы, Москва, Издательство Голос, 1997, с. 39-303 [Mijaíl Bulgákov, Obras selectas en diez tomos, tomo 4: La guardia blanca. Novela, piezas, Moscú, Golos, 1997, pp. 39-303].

Nota sobre el autor

Mijaíl Afanásievich Bulgákov nació en Kiev en 1891. En 1909 ingresó a la Facultad de Medicina y a partir de 1916 trabajó como médico en un pueblo de la provincia de Smolensk; luego se trasladó a la ciudad de Viazma. Las impresiones de aquellos años sirvieron de base al ciclo de cuentos Memorias de un médico joven (1925-1926). Después de la revolución de octubre de 1917, Bulgákov regresó a Kiev. Durante la Guerra Civil vivió un tiempo en Vladikavkaz y en 1921 se trasladó a Moscú, donde transcurre la acción de Los huevos fatales (1925) y Corazón de perro (1925, publicado en 1968 en Gran Bretaña). En 1925 publicó en la revista Rusia la novela La guardia blanca. Ese mismo año comenzó a trabajar en una pieza teatral ligada argumental y temáticamente a La guardia blanca, que más tarde recibiría el nombre de Los días de los Turbín (1926). El proceso de creación de dicha pieza es descrito en La novela teatral (1937).

Luego escribió dos piezas satíricas sobre la vida soviética de los años veinte, El departamento de Zoia (1926) y La isla púrpura (1927), así como un drama sobre la Guerra Civil y la primera emigración rusa, La huida (1928, prohibida poco después de su estreno).

A fines de la década de 1920, Bulgákov fue sometido a duros ataques por parte de la crítica oficial. Sus obras en prosa no se publicaban y sus piezas fueron eliminadas del repertorio de los teatros. En marzo de 1930, envió a Stalin y al gobierno soviético una carta solicitando que le dieran la posibilidad de emigrar de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss) o, caso contrario, de ganarse la vida en el teatro. Un mes después, Stalin llamó a Bulgákov y le permitió trabajar, tras lo cual el escritor recibió el puesto de asistente de director en el Teatro de Arte de Moscú.

Bulgákov falleció en Moscú el 10 de marzo de 1940.

La guardia Blanca

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