Читать книгу El Premio Nobel - Mois Benarroch - Страница 6
Оглавление"Narrar, decía mi padre, es como jugar al póker, todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad. "
Ricardo Piglia
1.
Yo en esa época no sé si todavía era escritor o si era algo que no se podía definir. Por un lado ya no podía dejar de ser escritor después de haber publicado veinte libros controversiales. Creo que la gente se acordaba más bien de lo que les había molestado que de lo que había escrito. Era más controversial que leído. Nunca esperé que ese sería mi destino literario y pasado los cincuenta ya no podía o no sabía o no conseguía hacer otra cosa. Ganaba muy poco dinero y escribía por pura inercia, un libro detrás de otro, como una máquina. Libros que no se publicaban, o que, peor, se publicaban en editoriales pequeñas con tiradas mínimas y no se vendían. Era como una máquina de escribir, una maquina que no era consciente de lo que hacía. No sabía adónde iba ni que me llevaba a ese sitio, a esa meta. Como toda mi vida, seguía esperando algo. Algo que no llegó hasta hoy.
Veía muy poca gente, tenía poco que hablar con el mundo, sólo me quedaba la página con quien conversar. Años antes había sido muy social, pero en esos días de invierno ya no me apetecía hablar con nadie.
Apenas si daba una paseo diario a la oficina de correos para ver si llegaba un contrato de edición o un libro de algún amigo cuando me encontré con uno de esos escritores que uno conoce a los veinte años en algún grupillo y después ya nadie oye hablar de ellos. Nos saludamos, me dijo que seguía mis publicaciones y que leyó dos libros míos que no le gustaron tanto, que seguro que estaba forrado de pasta con todo lo que publicaba y todos mis libros que se traducían.
- Sí, eso quisiera yo. No gano ni para el pan. Hasta me cuesta dinero, me invitan a tal capital para presentar el libro y al final sale que me he gastado un fortuna y que los derechos de autor de las ventas apenas cubren.
Se río a carcajadas como si fuese una broma del mejor comediante de Nueva York, y yo no entendí por qué. Eso me pasaba más y más a menudo y de noche eso me hacía llorar.
De pronto me soltó una pregunta inesperada y me preguntó si me acordaba de Jorge, el escritor ese que era mayor que nosotros y que estaba en el grupo. Al principio no caía. ¿Jorge?
- El que ya era calvo, bueno ahora ya lo somos todos, pero el primero que se quedó calvo, y nos reíamos de su calvicie. Y él nos decía, sólo es cuestión de tiempo.
- No caigo.
- Justo eso, el que se cayó de un balcón en una de esas fiestas en la calle Pinto.
Entonces caí.
- Sí claro, ¿Cómo no? ¿Pero estás seguro que se llamaba Jorge? No era Pablo. O Raúl.
- Fue el primero de nosotros en publicar una novela.
- Sí ese.
- Y era medico o algo así.
- Puede ser, creo que curandero, de medicinas naturales. Pues, mira, resulta que el tío está en un psiquiátrico, loco de remate, pero de lo más loco, aunque dicen que interesante, que cada día es una persona diferente. Nadie sabe lo que tiene.
- Se llama Demencia.
- Sí, bueno. Pero el otro día me dijo un crítico literario que lo sigue desde hace años que se ha enloquecido un poco como Tarzan, Johny Weismuller, que en sus últimos días se creía que era de verdad Tarzan y se pasaba los días llamando a Jane y haciendo su famoso alarido. Pues resulta que Jorge es cada día uno de los personajes de sus libros. Eso dijo el crítico. Y que los psiquiatras ni lo entienden. Bueno, es un rumor.
- Y yo aquí viviendo a cuesta de mi mujer.
- ¿Qué?
La verdad es que ni idea de por qué le eché o me salió de pronto esa respuesta. ¿Me sentía culpable de vivir a cuesta de otros? O porque ya había pensado varias veces que la meta de una escritor es convertirse en personaje y vivir en libros. Soñaba con ser un personaje y no tener deudas ni hipotecas. La vida de un personaje me parecía más simple que la de un escritor. Tal vez por eso la gente prefiere ser ciervo de alguien.
- Te veo en muchas antologías últimamente, te estás volviendo en un clásico.
Rompió mis pensamientos.
- Sí, aunque ya ni las sigo, ni tengo tiempo ni paciencia.
- ¿Te pagarán bien por eso?, ¿No?
El tipo parecía obsesionado con lo que ganaba yo de mis escritos.
- Sí, muchísimo, cinco kilos de lentejas por antología.
Me reí para mí mismo, al acordarme que mi amigo Javier Pérez ganó un premio que consistía en unos cuantos kilos de lentejas. Me encantan las lentejas y me pareció un buen premio, exento de impuestos.
- Dices cosas muy raras,- se rió.
No acababa de colocar a la cara de este tipo un nombre. Ni idea de cuántos libros había publicado, ni qué clase de libros. Pero sí estaba claro que se trataba de uno de los muchos escritores hispanos que llegó a nuestra tertulia. Tertulia que duró cinco años y medio y entraron y salieron muchos. Nos veíamos una vez a la semana por lo menos y nunca faltaban intrusos y turistas que venía una vez, o dos, o tres. El núcleo incluyó una docena de escritores, unos se iban y otros venían, algunos se fueron a otros países y no volvieron. Este, estaba casi seguro, no formaba parte de ese núcleo, pero sí estaba en la periferia de este. Aunque ya habían pasado casi treinta años de esto y no podía estar seguro.
- Bueno, ¿Y qué tal te van tus escritos?
Dije escritos y no libros por pura intuición. Resultó ser exacta.
- Bueno, pues por fin publico mi primer libro este año, con una editorial muy buena, yo no soy de los que publican un libro cada año, o, dios me libre, dos o tres al año, no, no soy un mayorista de papel. Yo los trabajo. Puro y duro. Un libro cada treinta años.
Me estaba echando indirectitas, como no, en el momento que publicas un libro, y el segundo, ya te conviertes en el enemigo público de todos estos que nunca pueden dar por acabado un cuentito de siete páginas. En una época los enviaba a la mierda, pero este, que seguía sin nombre, pero con cara, este me hizo gracia.
- Enhorabuena, enhorabuena, qué alegría, sabía que un día llegarías. Se te notaba el talento detrás de tu timidez.
- Gracias, gracias, aunque todavía no he firmado el contrato, quiero un anticipo más grande, es que he trabajado mucho en este libro y creo que me deben pagar.
Bueno está este. Un primer libro y no solo le dan anticipo sino que quiere más. Yo con toda mi reputación a veces hasta publico sin anticipo, si la editorial no es muy grande. Pero este, este sí que sabe llevar las cosas. Lo único que le falta es vivir trescientos años y se carga con todos. O solo es de los que buscan excusas para no publicar, o lo está inventando todo.
- Claro, claro, tienes razón, no cedas, pide lo que te mereces, y más, claro, eso digo yo.
- Bueno, pero tú ya ganas tu pasta. No te quejaras.
- Pasta sí, pasta de diente, y no me quejo, es buena y me hace bien a las encillas, es una hindú, sabes, se llama Vicco, ayurvedica. ¿La conoces?
Ahora ya se le veía desconcertado. Miró el reloj, y dijo.
- Tú con tu Vicco nosotros aquí con nuestro Colgate. No te quejarás, no te quejarás... Bueno, me tengo que ir, mira, está en el psiquiátrico Jordán, así se llama, por si quieres ir a verlo. No te va a reconocer, porque no reconoce a nadie, pero tal vez le haga bien.
- Sí, sé donde está, no está lejos de mi casa.
El escritor que nunca acababa su libro salió corriendo y subió de inmediato en uno que llegaba a la parada.
Como en muchos de estos encuentros no acababa de convencerme de que eran reales, no estaba seguro si los había imaginado, más bien escritos, por lo menos en mi mente, o si habían pasado de verdad. Me sentía esquizofrénico y como en esas películas en las que de pronto el personaje principal se encuentra en una institución mental y allí poco a poco le explican que todo lo que vivió en los últimos años, o en toda su vida, no fue más que fruto de su mente. ¿Pero entonces no están todos los escritores locos? ¿No inventan acaso cada día sus propias vidas?, ¿no las están imaginando cada minuto?
Lo que más irreal me parecía y me sigue pareciendo es que tenía la sensación de que el escritor conocido pero sin nombre se había despedido dos veces. Lo veía irse en el medio de la conversación y después de irse los dos seguíamos conversando. Esa clase de memorias torpes me hacían pensar que todo era irreal. Tal vez la razón era los puros que fumaba que me causaban una sensación alucinante.
Lo que sí se quedó calcado en mi mente fue lo del Jordán, un instituto que a veces veo camino a mi casa, cuando vuelvo andando. No es el camino de siempre, así que solo lo veo a veces, parece una fortaleza romana y no un instituto, ni un hospital. La fachada es cóncava y crea una especie de medio huevo que crea un patio redondo, que da con la puerta de entrada. Podía ir ya de inmediato en vez de irme al mercado a beber un café. Pero no lo hice, no tenía prisa. Pensé que sería mejor recapacitar e intentar dar lógica a nuestro encuentro. Esta vez podía ser de verdad un espejismo.
No siempre estaba en ese estado. Cada mes llegaban las cuentas para recordarme de que la realidad existía. Siempre más de lo que podíamos permitirnos. Nunca entendí como seguíamos sin deudas importantes. Y además de eso estaban los dolores de espalda, muelas, tobillos, rodillas, cabeza, y el dedo gordo del pie, como si los miembros del cuerpo se turnaban para recordarme que existía. Para no dejarme convertirme de verdad en un personaje literario, todo hecho de tinta, y sin cuerpo. Poder volar. Pero en esos días iba bastante bien de dinero, había vendido la casa, comprado una más barata y mas grande, y para más con un sótano en el que podía trabajar cuando no hacía demasiado frio o calor, había liquidado la hipoteca y pagado las deudas, que no eran tantas. Estaba sin trabajo, o sea que las editoriales no me contrataban para traducir, o me querían pagar tan poco que ya era preferible ser portero o guardián, pero en general ni eso. Había ganado un premio dos años antes y desde ese día las editoriales del país me consideraron muy rico y sin necesidad de publicar libros o traducir para poder comer. Ya se sabe que los artistas comen poco o nada, o viven en libros y no necesitan casas, ni tienen gastos.
El encuentro me dejó un tanto perturbado y en vez de seguir mi camino al mercado di medía vuelta y me volví a casa. Me gustaba mucho la nueva casa, tenía mucho más espacio que la vieja casa en la que viví veintidós años, y no, no era tan raro que diera media vuelta y me volviese a mi hogar que me proporcionaba mucha tranquilidad. Era todo lo contrario del que había dejado, que estaba en una calle ruidosa y poluta. Y del que salía a menudo para desahogarme. Ahora me desahogaba en casa, sobre todo si mis hijos y mi mujer estaban en sus quehaceres y la casa era toda mía.
2.
En casa me esperaba mi mujer que había vuelto de su trabajo. Era profesora de gimnasia. Le pregunté si se acordaba de un escritor calvo que una vez saltó de un primer piso, por algún amante o alguna amante.
- ¿Otro escritor? No sería mejor que te buscases un trabajo.
- Trabajo tengo, estoy escribiendo una novela, lo que no tengo es dinero.
- Pues busca dinero.
- Eso ya es otra cosa, lo que pasa es que no sé buscar dinero.
- Pues a aprender.
- Bueno, está bien. ¿Pero no te acuerdas de un escritor calvo del grupo Mareos, que era mayor que nosotros?
- Me dice algo, creo que ya había publicado un libro, antes que todos. Y no era mucho mayor que vosotros.
- No creo. ¿Qué libro?
- Un libro de poemas que ganó un premio.
- De eso no me acuerdo.
3.
El día siguiente, al salir de casa, los pasos me llevaron al Jordán. En menos de veinte minutos estaba ya allí. Para mi sorpresa me dejaron entrar sin preguntarme nada y hasta llegué al lobby del inmueble sin que nadie me molestase. No tenía idea por quien preguntar, pero enseguida lo vi allí en una sala enorme en la que estaban sentado pacientes y se paseaban enfermeras. Todo tenía más bien un aspecto de hotel de cuatro estrellas. Miré a mi alrededor y ya pensaba preguntar a una de las enfermeras (¿preguntar qué? No lo sabía muy bien, ¿Preguntar por un escritor sin nombre?, ¿Por un tal Pablo?) Cuando él mismo me reconoció y se dirigió a mí como nos dirigíamos en ese tiempo remoto entre nosotros. "¡Hola pibe!", si siempre nos hablábamos así ¿cómo puede uno acordarse de los nombres?
- Hola, ¡Qué alegría verte!
- Venid, ven, sentáte acá.
No me acordaba del todo que era argentino, y no creo que lo era, aunque empezó por hablarme en argentino.
En seguida se puso a alabarse.
- Bueno, es que ya no somos los majaras de antaño, ya soy un escritor famoso, soy Person, no el Ruiz que tú conocías, un simple Ruiz, todos los doctores aquí me llaman el Señor Person, o el escritor Ruiz Person.
No me sonaba nada a su nombre, a lo mejor era un nombre de pluma que se había inventado.
- ¿Ruiz es un apellido?...
- Je je, claro, son mis dos apellidos, mi nombre propio lo guardo para mis amantes. Ese no lo sabe nadie. Y lo que yo digo es que hay que escribir con los cojones, no con el lápiz, ni con el ordenador. Por eso mi mejor novela se llama "Pijas y huevos", eso es escribir con los cojones. ¡Cojones!
Y gritó y todos lo escucharon pero nadie se permuto por esa palabra. Todos seguían muy tranquilos. Lo que le daba al ambiente un aire un tanto cinematográfico o risueño.
- ¿Y a qué viene eso?
- Así nos metemos en directo en la entrevista, porque me imagino que vienes a entrevistarme. A mi solo vienen a entrevistarme, o a entrevestirme, así que entre rápidamente en caliente. ¿Qué te parece? Venga... las preguntas. A mí me gustan las preguntas.
- ¿Cuando naciste?
- Eso es una pregunta que nunca hay que preguntar a un escritor. Deberías saberlo antes de venir. Bueno, nací hace poco y soy muy viejo. ¿Qué te parece esa respuesta? Jejeje, es muy poética, y política, qué más político que eso.
- ¿Y qué está usted escribiendo ahora?
- Otra mala pregunta. Yo ya hace años que no escribo nada, solo doy entrevistas, así vendo más libros y no tengo que escribir. Todo lo imagino. Que escriban los periodistas.
- ¿Crees en el futuro de la novela?
- Ah! Eso sí. Si que creo en el futuro de la novela.
- ¿Pero no crees que los medios electrónicos van a matar a la novela?
- Sí. En eso también creo. Pero es que hay que matar diariamente a la novela para que tenga futuro. Buena frase. ¿No?
Las verdad es que menos mal que no venía a entrevistarlo, porque se volvía cada minuto más insoportable.
- ¿Qué personaje te gustarás ser?
- Todos. Pero sobre todo la conductora rubia esa que sube a Jack Kerouac en autostop. Esa más que ningún otro personaje.
- ¿Y quién es esa?
- Bueno en uno de sus libros, que se llama Blonde algo, se sube en un coche en el que conduce una rubia. Me encanta esa rubia, y le cuenta que está casada, lo cual es mentira, pero a la rubia esa, que es muy inteligente, le gusta jugar.
- Pero de los personajes de sus libros,
- Ninguno de ellos, soy todos ellos y por lo tanto los odio, pero ellos son partes de mí que siguen existiendo en los libros cuando ya se han muerto en mí.
- ¿No quisieras resucitar a alguno de ellos?
- Sí, a muchos, sobre todo a la cocinera de la novela "El viento y su pimiento" que ni siquiera me acuerdo de su nombre para que me prepare una buena paella.
- ¿Le gusta la paella?
- Y leer también. Me gusta leer.
De pronto sonó un timbre y todos se levantaron y se dirigieron en una misma dirección.
- Es la hora de la medicina y después del almuerzo.- Dijo.- si quiere vuelve usted esta tarde.
- O mañana.
- O mañana. Mejor mañana. Porque después quiero hacer la siesta. Ninguna siesta es un acto perdido. Nunca se pierde el tiempo haciendo una siesta. Mejor una siesta que una fiesta. La siesta es el mejor momento del día. Sin siesta no hay vida.
Y desapareció.
4.
No volví ese día, me fui a casa, bajé al sótano a buscar los libros de Ruiz Person, no tenía ninguno. Llegué a conectarme difícilmente al internet con el wifi, porque estaba demasiado lejos del router, y lo busqué, aparecía un Ruiz Person en wikipedia.
Nacido en Las Pampas en 1967 y muerto en Irxal en 1999. Escribió dos libros: "La pija y los huevos", y "Sueldos para soldar".
Eso era todo lo que decía. Aunque estaba claro que se hablaba de un mismo libro, estaba claro que no era. Y que además, intuía que no existía y que tal vez era una broma del mismo Pablo. Así que me puse a buscar por "La pija y los huevos" Y allí lo encontré. Sí que lo encontré. Ruiz Person era un personaje de una novela de Pablo Piscis, escritor nacido en La Torreta y muerto en Irxal en el 2006. Eso de muerto era tal vez un tanto exagerado. O una broma de algún enemigo o amigo o del mismo Piscis.
Y están las obras novelísticas. Además de libros de poemas, cuentos, ensayo, filosofía, había escrito treinta y siete novelas. Solo algunas aparecían en wikipedia:
El bebé sin vida
El asesino de nadie
Las cosas tienen su encanto
La crisis de los tártaros.
La Trilogía de Destar: Milón, Melón y Milonga.
El Cuarteto de Minoestar: "Luces y más luces", "Lunes y otros Domingos", "Martes ojalá te hartes" y "El escudo del jabalí".
5.
En el sótano, así me acostumbre a llamar a mi oficina, de unos 15 metros cuadrados, que podría ser un cuarto de estudiante, encontré uno de sus libros, "El bebé de nadie", lo ojeé e hojeé y enseguida me acordé de que ya lo había leído y de qué trataba. Era sobre una mujer que tenía un bebé de seis meses y que un día paseándose al lado del mar se puso a llover, la madre lo tapa y se dirige rápidamente a casa de su madre, pero al llegar no hay ningún bebé en el coche donde estaba y para su gran sorpresa la madre le pregunta qué hace con un coche de bebé si no tiene hijos. El marido no recuerda nunca haber tenido un hijo ni nadie alrededor de ella. La madre del bebé sin bebé empieza a volverse loca y a vivir entre la paranoia y la esperanza, los loqueros y los investigadores. Se trama una organización internacional de secuestradores de niños, que no se sabe si de verdad existe o es pura imaginación de la madre.
La segunda página indicaba que había sido publicada en 1984, aunque no precisaba si era una reedición o una primera edición. Cuando lo leí no me gustó mucho. Ni siquiera estoy seguro de haber llegado hasta el final. Me pareció una novela un tanto comercial y que no llegaba a ningún lado. Parecía una película alemana de los años veinte. Daba miedo pero no llegaba a asustarte, ni había forma de identificarse con ninguno de los personajes. Me acordé de haber leído otros libros suyos, tal vez tres o cuatro hasta que dejé de interesarme por los que publicaba, por lo visto era una novela por año.
Leí en la solapa del libro que Piscis había ya publicado varios libros, y en esa época estaba publicando y una trilogía, "La Trilogía de Destar", de la cual había ya publicado una entrega "Milón", y el cuarteto, "El Cuarteto de Minoestar", del cual había publicado dos novelas: "Luces y más luces", "Lunes y otros Domingos". Todos estos libros habían sido publicados en la editorial "Crucigrama".
6.
El día siguiente salí temprano para toparme con Piscis después del desayuno, quería hacerle unas preguntas más al escritor Person. Entré directamente a la sala grande pero allí no estaba, pregunté por él a una enfermera, pregunté por un escritor llamado Pedro Piscis,