Читать книгу Un Cielo De Hechizos - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 12
CAPÍTULO SIETE
ОглавлениеReece marchaba al lado de Selese, Illepra, Elden, Indra, O’Connor, Conven, Krog y Serna, los nueve caminaban hacia el Oeste, como habían hecho durante horas, desde que salieron del Cañón. Reece sabía que en algún lugar, su gente estaba en el horizonte y, vivos o muertos, estaban decididos a encontrarlos.
Reece había quedado sorprendido cuando pasaron por una zona de destrucción, interminables campos de cadáveres, llenos de aves de rapiña, carbonizados por el soplido de los dragones. Había miles de cadáveres del Imperio alineados en el horizonte, algunos de ellos todavía sacaban humo. El humo de sus cuerpos llenaba el aire, el hedor insoportable de carne quemada impregnaba una tierra destruida. Quien no había sido asesinado por el soplido del dragón, había sido dañado en la batalla convencional contra el Imperio; los MacGil y los McCloud también yacían muertos, pueblos enteros habían sido destruidos, había montones de escombros por todas partes. Reece meneó la cabeza: esta tierra, que había sido tan abundante, ahora había sido devastada por la guerra.
Desde que habían salido del Cañón, Reece y los demás estaban decididos a volver a casa, a regresar al lado MacGil del Anillo. Incapaces de encontrar caballos, había marchado todo el camino hacia el lado de McCloud, hasta las tierras altas, por el otro lado, y, finalmente, avanzaron a través del territorio MacGil, pasando nada más que ruinas y devastación. Desde el aspecto de la tierra, los dragones habían ayudado a destruir a las tropas del Imperio, y por eso, Reece estaba agradecido. Pero Reece todavía no sabía en qué estado podría encontrar a su propio pueblo. ¿Todo el mundo estaba muerto en el Anillo? Hasta ahora, parecía ser así. Reece estaba deseando averiguar si todo el mundo estaba bien.
Cada vez que llegaban a un campo de batalla de muertos y heridos, los que no estaban quemados por las llamas de los dragones, Illepra y Selese iban de cadáver en cadáver, dándoles vuelta, revisándolos. No sólo eran impulsadas por sus profesiones, sino que Illepra también tenía otro objetivo en mente: encontrar al hermano de Reece. A Godfrey. Era una meta compartida por Reece.
"Él no está aquí", anunció Illepra una vez más, al estar parada, habiendo volteado hasta el último cadáver de este campo, con su cara de decepción.
Reece podría decir cuánto se preocupaba Illepra por su hermano, y se sentía conmovido. También Reece tenía la esperanza de que estuviera bien y entre los vivos – pero por el aspecto de estos miles de cadáveres, tenía el presentimiento de que no era así.
Siguieron adelante, caminando sobre otro campo rodante, otra serie de colinas y al hacerlo, vieron otro campo de batalla en el horizonte, con miles de cadáveres más. Se dirigieron a él.
Mientras caminaban, Illepra lloraba en silencio. Selese puso una mano en su muñeca.
"Está vivo", Selese la tranquilizó. No te preocupes”.
Reece se acercó y colocó una mano reconfortante en su hombro, sintiendo compasión por ella.
"Si hay algo que sé de mi hermano", dijo Reece, "es que es un sobreviviente. Él encuentra una manera de salir de todo. Incluso de la muerte. Te lo prometo. Es más probable que Godfrey esté en una taberna en algún lugar, emborrachándose".
Illepra rio a través de sus lágrimas y las secó.
"Eso espero", dijo ella. "Por primera vez, realmente espero que así sea".
Continuaron su marcha sombría, silenciosamente a través de la tierra baldía, cada uno perdido en sus pensamientos. Las imágenes del Cañón vinieron a la mente de Reece; no podía evitarlas. Pensó en lo desesperada que su situación había sido y estaba lleno de gratitud hacia Selese; si ella no hubiera aparecido cuando lo hizo, seguirían estando ahí abajo y seguramente todos habrían muerto.
Reece extendió el brazo y tomó la mano de Selese y sonrió, mientras caminaban con las manos entrelazadas. Reece estaba conmovido por el amor de ella y la devoción que le tenía, por su voluntad para cruzar toda la campiña, solo para salvarlo. Sintió un abrumador torrente de amor por ella, y no podía esperar a tener un momento a solas para podérselo expresar. Ya había decidido que quería estar con ella para siempre. Sentía una lealtad hacia ella, como nunca había sentido por nadie, y en cuanto tuvieran un momento, prometió ofrecerle matrimonio. Le daría el anillo de su madre, el que su madre le había dado para entregarlo al amor de su vida, cuando la encontrara.
"No puedo creer que hayas cruzado el Anillo solamente por mí", le dijo Reece.
Ella sonrió.
"No estuvo tan lejos", dijo.
"¿Que no estuvo lejos?", preguntó él. "Pusiste tu vida en peligro para cruzar un país devastado por la guerra. Estoy en deuda contigo. Más allá de lo que puedo decir".
"No me debes nada. Estoy contenta de que estés vivo".
"Todos estamos en deuda contigo", intervino Elden. "Nos salvaste a todos. Todos nos habríamos quedado atrapados allá, en las entrañas del Cañón, para siempre".
"Hablando de deudas, tengo que hablar de una contigo", dijo Krog a Reece, acercándose a él, renqueando. Desde que Illepra había entablillado su pierna en la parte superior del Cañón, Krog al menos había sido capaz de caminar por sí mismo, aunque fuera con rigidez.
"Me salvaste allá abajo y más de una vez", continuó diciendo Krog. "Fue bastante tonto de tu parte, si me lo preguntas. Pero de todos modos lo hiciste. Pero no creas que estoy en deuda contigo".
Reece meneó la cabeza, tomado desprevenido por la severidad de Krog y su torpe intento de darle las gracias.
"No sé si estás tratando de insultarme, o tratando de darme las gracias", dijo Reece.
"Tengo mi manera de hacerlo", dijo Krog. "De ahora en adelante, cuidaré tus espaldas. No porque me agrades, sino porque creo que eso es lo que debo hacer".
Reece meneó la cabeza, perplejo como siempre, por Krog.
"No te preocupes", dijo Reece. "Tú tampoco me agradas".
Todos continuaron su marcha, todos ellos relajados, contentos de estar vivos, de estar por encima del suelo, de volver a estar en este lado del Anillo – todos excepto Conven, que caminaba en silencio, alejado de los demás, ensimismado, como había estado desde la muerte de su hermano gemelo en el Imperio. Nada, ni escapar de la muerte, parecía alejarlo de ello.
Reece pensó en cómo, allá abajo, Conven se había lanzado imprudentemente al peligro, una y otra vez, casi matándose para salvar a los demás. Reece no pudo evitar preguntarse si era más un deseo de suicidarse que ayudar a los demás. Se preocupaba por él. A Reece no le gustaba verlo tan alejado, tan perdido en su depresión.
Reece caminó junto a él.
"Luchaste brillantemente allá", le dijo Reece.
Conven sólo se encogió de hombros y miró hacia la tierra.
Reece no dejó de pensar en algo que decir, mientras avanzaban en silencio.
"Estás feliz de estar en casa?", le preguntó Reece. "¿De ser libre?".
Conven se dio vuelta y lo miró sin comprender.
"No estoy en casa. Y no soy libre. Mi hermano está muerto. Y no tengo derecho a vivir sin él".
Reece sintió un escalofrío correr a través de él, con esas palabras. Evidentemente, Conven seguía abrumado por el dolor; lo usaba como una insignia de honor. Conven era más como un muerto viviente, con los ojos en blanco. Reece lo recordaba lleno de alegría. Reece podía ver que su luto era profundo, y tenía el presentimiento de que nunca lo dejaría. Reece se preguntaba qué sería de Conven. Por primera vez, no pensó en nada bueno.
Marcharon y marcharon y pasaban las horas y llegaron a otro campo de batalla, hombro con hombro con los cadáveres. Illepra y Selese y los demás se dispersaron, yendo de cadáver en cadáver, volteándolos, buscando alguna señal de Godfrey.
"Veo a muchos MacGil más en este campo", dijo Illepra esperanzada, "y no hay soplido del dragón. Tal vez Godfrey está aquí".
Reece miró hacia arriba y vio a los miles de cadáveres y se preguntó si él había estado aquí, si alguna vez lo encontrarían.
Reece se separó y fue de cadáver en cadáver, al igual que los demás, volteando a cada uno. Vio todas las caras de su pueblo, rostro por rostro, reconoció a algunos y a otros no, era gente que había conocido y con los que había luchado, gente que había peleado por su padre. Reece se sorprendió ante la devastación que había habido en su tierra, como una plaga, y sinceramente esperaba que por fin todo hubiese terminado. Había visto un montón de batallas y guerras y cadáveres para durar toda la vida. Estaba listo para tener una vida de paz, para sanar, para reconstruir otra vez.
"¡AQUÍ!", gritó Indra, con su voz llena de emoción. Ella estaba parada junto a un cadáver y lo miraba hacia abajo.
Illepra se dio vuelta y salió corriendo, y todos se reunieron alrededor. Ella se arrodilló al lado del cuerpo y las lágrimas inundaron su rostro. Reece se arrodilló a su lado y jadeó para ver a su hermano.
Godfrey.
Su gran barriga sobresalía, sin afeitar, tenía los ojos cerrados, estaba muy pálido, sus manos estaban moradas de frío, parecía muerto.
Illepra se inclinó y lo sacudió, una y otra vez; él no respondió.
"¡Godfrey!". ¡Por favor! ¡Despierta! "¡Soy yo! ¡Illepra! "¡GODFREY!".
Le sacudió una y otra vez, pero él no despertaba. Finalmente, frenéticamente, se dio vuelta hacia los demás, examinando sus cinturones.
"¡La bolsa de vino!", le exigió a O’Connor entregársela.
O’Connor buscó a tientas en su cintura y apresuradamente la quitó y se la entregó a Illepra.
Ella la tomó y la acercó a la cara de Godfrey y la roció sobre sus labios. Le levantó la cabeza, abrió su boca y derramó un poco en su lengua.
Hubo una respuesta repentina, mientras Godfrey lamía sus labios y lo tragaba.
Él tosió, después se sentó, agarró la bota de vino, con los ojos aún cerrados, y la roció, bebiendo más y más, hasta que se sentó totalmente. Lentamente abrió sus ojos y se limpió la boca con el dorso de su mano. Miró alrededor, confuso y desorientado y eructó.
Illepra gritó de alegría, inclinándose y dándole un gran abrazo.
"¡Sobreviviste!", exclamó.
Reece suspiró con alivio mientras su hermano miraba a su alrededor, confundido, pero vivo.
Elden y Serna cada uno agarró a Godfrey por debajo del hombro y lo pusieron de pie. Godfrey quedó ahí parado, tambaleante al principio, y tomó otro trago largo de la bota de vino y limpió su boca con el dorso de su mano.
Godfrey miró a su alrededor, con la mirada nublada.
"¿Dónde estoy?", preguntó. Estiró la mano y se frotó la cabeza, que tenía un gran bulto, y sus ojos se entrecerraron de dolor.
Illepra examinó la herida de manera experta, corriendo su mano a lo largo de ella, y la sangre seca de su cabello.
"Recibiste una herida", dijo. "Pero puedes estar orgulloso: estás vivo. Estás a salvo".
Godfrey se tambaleó, y los demás lo atraparon.
"No es seria", dijo, examinándola, "pero tendrás que descansar".
Ella se quitó una venda de su cintura y comenzó a envolverla alrededor de su cabeza, una y otra vez. Godfrey se estremeció de dolor y la miró. Luego miró alrededor y examinó todos los cadáveres, con los ojos abiertos de par en par.
"Estoy vivo", dijo. "No puedo creerlo".
"Lo lograste", dijo Reece, agarrando el hombro de su hermano mayor, felizmente. "Sabía que lo lograrías".
Illepra lo abrazó, y lentamente, él también la abrazó.
"Así que esto es lo que se siente ser un héroe", observó Godfrey, y los demás rieron. "Denme más bebidas como ésta", añadió, "y tal vez lo haré más a menudo".
Godfrey tomó otro largo trago, y finalmente comenzó a caminar con ellos, apoyándose en Illepra, con un hombro alrededor de ella, mientras le ayudaba a equilibrarse.
"¿Dónde están los demás?", preguntó Godfrey, mientras avanzaban.
"No sabemos", dijo Reece. "En algún lado del oeste, espero. Es ahí adonde nos dirigimos. Vamos a la Corte del Rey. Para ver quién sigue vivo".
Reece tragó saliva al pronunciar esas palabras. Miró al horizonte y oró para que sus compatriotas hubieran tenido un destino similar al de Godfrey. Pensó en Thor, en su hermana Gwendolyn, en su hermano Kendrick, y en muchos otros que amaba. Pero él sabía que el grueso del ejército del Imperio todavía estaba adelante, y a juzgar por el número de muertos y heridos que había visto, presentía que lo peor estaba aún por venir.