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CAPÍTULO DOS

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Thor vagó durante horas en las colinas, en plena ebullición (echando humo), hasta que finalmente eligió una colina y se sentó, con los brazos cruzados sobre sus piernas, y miró al horizonte.  Observó cómo desaparecían los carruajes, vio la nube de polvo que permaneció durante horas después.

No habría más visitas. Ahora estaba destinado a permanecer ahí, en esa aldea durante años, esperando otra oportunidad—si es que alguna vez regresaban. Si su padre lo permitía alguna vez. Ahora solo quedaban él y su padre, solos en la casa, y su padre seguramente dejaría ir toda su ira sobre él. Seguiría siendo el lacayo de su padre, pasarían los años, y terminaría igual que él, arraigado ahí, viviendo una vida empequeñecida, doméstica—mientras que sus hermanos ganaban gloria y renombre.  Sus venas ardían con la indignación de todo eso.  Esta no era la vida que quería vivir. Él lo sabía.

Thor se quemó los sesos buscando algo que pudiera hacer, alguna manera de cambiar las cosas.  Pero no había nada. Esas eran las cartas que la vida había barajado para él.

Después de haber estado sentado durante horas, se levantó desanimado y comenzó recorriendo su camino de regreso a las colinas conocidas, más y más alto. Inevitablemente, se desvió de nuevo hacia el rebaño, a la alta loma. Mientras subía, el primer sol cayó en el cielo y el segundo llegó a su apogeo, tomando un tinte verdoso.  Thor tomó tiempo deambulando, quitó el cabestrillo de su cintura mecánicamente; su empuñadura de cuero muy gastada por los años de uso.  Metió la mano en el saco atado a la cadera y acarició su colección de piedras, cada una más suave que la siguiente, seleccionadas de los arroyos más selectos. A veces le disparaba a las aves; otras veces a los roedores. Era una costumbre que había tenido durante años. Al principio, fallaba en todo; después, una vez, le pegó a un objetivo en movimiento.  Desde entonces, su tino era acertado. Ahora, lanzar piedras se había convertido en parte de él —y le ayudaba a liberar parte de su rabia. Sus hermanos podrían ser capaces de blandir una espada en un leño—pero nunca podrían golpear a un ave volando, con una piedra.

Thor colocó sin pensar, una piedra en la honda, la echó hacia atrás y la lanzó con todas sus fuerzas, fingiendo que la aventaba hacia su padre. Golpeó una rama en un árbol lejano, tirándola.  Una vez que había descubierto que en realidad podía matar animales en movimiento, que había dejado de apuntarles por miedo hacia su propio poder y no queriendo hacer daño a nada; ahora su objetivo eran las ramas. A menos, por supuesto, que un zorro persiguiera a su rebaño. Con el tiempo, ellos habían aprendido a mantenerse alejados, y las ovejas de Thor, como resultado, fueron las que estuvieron más a salvo en el pueblo.

Thor pensó en sus hermanos, en qué lugar estarían en estos momentos, y se puso frenético. Después de un día de viaje, llegarían a la Corte del Rey.  Podía imaginarlo. Podía verlos llegar con fanfarrias, la gente vestida con sus mejores galas, saludándolos. Los guerreros los saludarían. Los miembros de los Plateados.  Serían recibidos y llevados a un lugar para vivir en las barracas de la Legión, un lugar dónde entrenarse en los campos del rey, usando las mejores armas.  Cada uno sería nombrado escudero de un caballero famoso.  Un día se convertirían en caballeros, tendrían su propio caballo, su propio escudo de armas y tendrían su propio escudero.  Participarían en todos los festivales y cenarían en la mesa del rey.  Era una vida de ensueño.  Y se le había resbalado de las manos.

Thor se sentía físicamente enfermo, y trató de borrar todo de su mente. Pero no pudo. Había algo en él, en lo más profundo, que le gritaba. Le decía que no se rindiera, que tenía un mejor destino que éste. Ignoraba qué era, pero sabía que ese no era el lugar adecuado.  Él se sentía diferente.  Incluso especial.  Que nadie lo entendía, y que todos lo subestimaban.

Thor llegó a la loma más alta y vio a su rebaño. Estaban bien entrenadas, y seguían reunidas, royendo con gusto toda la hierba que encontraban.  Las contó, buscó las marcas rojas que les había puesto en la espalda. Se quedó inmóvil cuando terminó. Faltaba una oveja.

Contó de nuevo, y otra vez. No podía creerlo: faltaba una.

Thor nunca había perdido una oveja y su padre no se lo perdonaría. Peor aún, odiaba la idea de que una de sus ovejas se pudiera haber perdido, estar sola, vulnerable, en el páramo.  Odiaba ver cómo cualquier inocente sufría.

Thor se apresuró hasta la cima de la loma y escudriñó el horizonte hasta que la vio, a lo lejos, a varios cerros de distancia: la oveja solitaria, con la marca roja en la parte posterior.  Era la rebelde de la manada.  Se sintió descorazonado al darse cuenta de que la oveja no solo había huido, sino que había elegido, de todos los lugares, ir hacia el oeste, a Darkwood.

Thor tragó saliva. Darkwood estaba prohibido—no solo para las ovejas, sino para todos los humanos.  Estaba más allá del límite de la aldea, y desde que empezó a caminar, Thor sabía que no debía aventurarse ahí.  Nunca lo había hecho.  Ir ahí, según la leyenda, era una muerte segura, sus bosques estaban sin marcar y llenos de animales feroces.

Thor levantó la vista al cielo oscuro, debatiendo. No podría dejar que su oveja se fuera.  Pensó que si se daba prisa, podría recuperarla a tiempo.

Después de una última mirada, volteó y corrió velozmente, en dirección oeste, hacia Darkwood, juntándose gruesas nubes arriba. Tuvo una sensación de desazón, pero sus piernas parecían moverse por sí mismas.  Sentía que no había vuelta atrás, aunque quisiera.

Era como correr hacia una pesadilla.

*

Thor bajó corriendo la serie de colinas, sin pausar, hacia el grueso follaje de Darkwood. Los senderos terminaban donde comenzaba el bosque, y él corrió hacia el territorio sin marcar, y las hojas del verano crujían bajo sus pies.

Desde el instante en que entró al bosque, se vio envuelto en la oscuridad, la luz estaba bloqueada por los enormes pinos. También hacía más frío aquí, y mientras cruzaba el umbral, sintió un escalofrío.  No se trataba solo de la oscuridad o el frío – era otra cosa.  Algo que no podía nombrar.  Era una sensación de ser observado.

Thor miró hacia arriba, hacia las antiguas ramas, nudosas, más gruesas que él, balanceándose y crujiendo en la brisa.  Apenas había dado cincuenta pasos en el bosque cuando empezó a escuchar ruidos de animales extraños. Se dio media vuelta y apenas podía ver la entrada de donde había llegado; ya se sentía como si no hubiera salida. Dudó.

Darkwood siempre había estado en la periferia de la ciudad y en la periferia de la mente de Thor, como algo profundo y misterioso.  Cualquier pastor que hubiera perdido una oveja en el bosque nunca se habría atrevido a ir tras ella.  Incluso su padre.  Los cuentos acerca de este lugar eran demasiado oscuros, demasiado persistentes.

Pero había algo diferente ahora, que hacía que a Thor ya no le importara, que le hacía dejar a un lado la precaución.  Una parte de él quería llegar al límite, para ir lo más lejos posible de su casa y para dejar que la vida lo llevara a donde fuera.

Se aventuró más lejos, después se detuvo, inseguro de qué camino seguir.  Se dio cuenta de las marcas, de ramas dobladas por donde su oveja debió haber pasado, y se dirigió hacia esa dirección.  Después de algún tiempo, se volvió de nuevo.

Antes de que otra hora hubiera pasado, estaba perdido sin remedio. Estaba tratando de recordar la dirección por donde llegó—pero no siempre estaba seguro. Tuvo un sentimiento de inquietud en su estómago, pero pensó que la única salida era ir hacia adelante, y eso fue lo que hizo.

A lo lejos, Thor vio un rayo de sol y se dirigió hacia él.  Al verse ante un pequeño claro, se detuvo en el borde, arraigado, no podía creer lo que veía ante él.  A lo lejos, Thor vio un rayo de luz y fue hacia él. Se encontró frente a un pequeño claro, se detuvo en el borde—no podía creer lo que vio ante él.

Ahí, de pie, de espaldas a Thor, vestido con una larga túnica azul satinada, estaba un hombre. No, no era un hombre.  Thor podía sentirlo desde ahí.  Era algo más.  Un Druida, tal vez.  Estaba de pie, alto y erguido, la cabeza cubierta con una capucha, perfectamente inmóvil, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Thor no sabía qué hacer.  Había oído hablar de los Druidas, pero nunca se había encontrado con uno.  Por las marcas en su túnica y el elaborado ajuste del oro, éste no era un simple Druida: esas eran las marcas reales.  De la Corte del Rey.  Thor no podía entenderlo.  ¿Qué estaba haciendo un Druida real ahí?

Después de lo que pareció una eternidad, el Druida se volvió lentamente y se encaró con él y mientras lo hacía, Thor reconoció el rostro.  Se quedó sin respiración.  Era uno de los rostros más famosos del reino: el druida personal del rey.  Argon, consejero de los reyes del reino oeste, durante siglos.  Lo que estaba haciendo aquí, lejos de la Corte Real, en el centro de Darkwood, era un misterio. Thor se preguntó si lo estaba imaginando.

“Tus ojos no te engañan”, dijo Argon, viendo directamente a Thor.

Su voz era grave, antigua, como si fueran dichas por los mismos árboles.  Sus ojos grandes y translúcidos parecían perforar a Thor, resumiéndolo. Thor sintió una intensa energía que irradiaba del Druida, como si estuviera de pie frente al sol.

Thor inmediatamente se arrodilló e inclinó la cabeza.

“Mi señor”, dijo él. “Lamento haberlo molestado”.

La falta de respeto hacia el consejero del rey, daría lugar a ir a prisión o a morir. Ese hecho se había arraigado en Thor desde que nació.

“Levántate, hijo”, dijo Argon. “Si quisiera que te arrodillaras, te lo habría dicho”.

Lentamente, Thor se levantó y lo miró. Argon se acercó unos pasos. Se detuvo y miró a Thor, hasta que lo hizo sentir incómodo.

“Tienes los ojos de tu madre”, dijo Argon.

Thor se sorprendió.  Nunca había conocido a su madre y nunca había conocido a nadie, además de su padre, que la conociera.  Le habían dicho que ella había muerto en el parto, algo de lo que Thor siempre se había sentido culpable. Siempre había sospechado que era por eso que su familia lo odiaba.

“Creo que me está confundiendo con otra persona”, dijo Thor. “Yo no tengo una madre”.

“¿No la tienes?”, Argon preguntó con una sonrisa. “¿Naciste de un hombre?”.

“Quiero decir que mi madre murió en el parto. Creo que me confunde”.

“Eres Thorgrin, del clan McLeod. El más joven de cuatro hermanos. El que no fue elegido”.

Thor abrió bien los ojos.  No sabía que pensar de eso.  Que alguien de la estatura de Argon supiera quién era él—era más de lo que podía entender. Ni siquiera pensaba que él fuera conocido por alguien fuera de la aldea.

“¿Cómo…sabe eso?”.

Argon le sonrío, pero no respondió.

Thor se llenó de curiosidad.

“¿Cómo…?” Thor añadió, buscando a tientas las palabras. “¿Cómo conoce a mi madre? ¿La ha conocido? ¿Quién era ella?”.

Argon se dio media vuelta y se alejó.

“Son preguntas para otro momento”, dijo él.

Thor lo vio alejarse, desconcertado.  Fue un encuentro tan vertiginoso y misterioso, y todo estaba ocurriendo tan rápido. Decidió que no podía dejar que se fuera Argon, y corrió tras él.

“¿Qué está haciendo aquí?”, preguntó Thor, corriendo para alcanzarlo. Argon, usando su bastón, una cosa antigua de marfil, caminó engañosamente rápido. “No me esperabas, ¿verdad?”.

“¿Quién más?”, preguntó Argon.

Thor se apresuró a alcanzarlo, siguiéndolo en el bosque, quedando atrás el claro.

“¿Pero por qué yo? ¿Cómo supo que vendría? ¿Qué es lo que quiere?”.

“Son demasiadas preguntas”, dijo Argon. “Llenas el aire. Mejor deberías escuchar”.

Thor siguió mientras continuaban caminando por el espeso bosque, haciendo lo posible por permanecer callado.

“Viniste a buscar a tu oveja perdida”, dijo Argon. “Es un noble esfuerzo. Pero pierdes tu tiempo.  Ella no sobrevivirá”.

Los ojos de Thor se abrieron asombrados.

“¿Cómo lo sabe?”.

“Conozco mundos que nunca verás, muchacho.  O al menos, no todavía”.

Thor estaba asombrado, mientras caminaba para alcanzarlo.

“Pero no escucharás. Esa es tu naturaleza. Testarudo. Igual que tu madre. Continuarás buscando a tu oveja, decidido a rescatarla”.

Thor se sonrojó mientras Argon leía sus pensamientos.

“Eres un guerrero”, añadió. “Empecinado. Demasiado orgulloso. Son rasgos positivos. Pero un día puede ser tu perdición”.

Argon comenzó a caminar hacia una cresta cubierta de musgo y Thor lo siguió.

“Quieres unirte a la Legión del Rey”, dijo Argon.

“¡Sí!”, contestó Thor, emocionado. “¿Tengo alguna oportunidad para lograrlo? ¿Puede hacer que eso ocurra?”.

Argon rió, con un sonido grave, hueco, que hizo sentir escalofrío en la columna vertebral de Thor.

“Puedo hacer que todo y nada suceda. Tu destino ya estaba escrito. Pero depende de ti elegirlo”.

Thor no entendió.

Llegaron a la cima de la cresta de la montaña, donde Argon se detuvo y lo enfrentó. Thor se detuvo a unos centímetros de distancia y la energía de Argon ardía a través de él.

“Tu destino es importante”, dijo él. “No lo abandones”.

Los ojos de Thor se abrieron de par en par. ¿Su destino? ¿Importante? Se llenó de orgullo.

“No entiendo. Habla con acertijos.  Por favor, dígame más”.

Argon desapareció.

La boca de Thor se abrió involuntariamente. Miró en todas direcciones, escuchando, preguntando. ¿Había imaginado todo eso? ¿Era algún engaño?

Thor se dio la media vuelta y examinó el bosque, desde ese mirador, en lo alto de la cresta, que podía ver más lejos que antes.  Al mirar, notó movimiento a lo lejos.  Oyó un ruido y estaba seguro de que era su oveja.

Tambaleó por la cordillera cubierta de musgo y se apresuró hacia donde venía el sonido, a través del bosque. Al ir, no podía olvidar su encuentro con Argon. No podía creer que había ocurrido. ¿Qué hacía ahí, de todos los lugares, el Druida del Rey? Él lo había estado esperando. ¿Pero, por qué? ¿Y qué había querido decir de lo de su destino?

Cuanto más trataba Thor de descifrarlo, menos entendía. Argon le había advertido que no debía continuar mientras lo tentaba a hacerlo.  Ahora, a medida que caminaba, Thor tuvo una creciente sensación de aprensión, como si algo importante estuviera a punto de suceder.

Dobló una curva y se detuvo en seco ante sus huellas, al verlo frente a él.  Sus peores pesadillas se confirmaron en solo un momento.  Se le pararon los cabellos de punta y se dio cuenta de que había cometido un grave error al ir a lo profundo de Darkwood.

Frente a él, apenas a treinta pasos, estaba un Sybold. Corpulento, musculoso, sobre las cuatro patas, casi del tamaño de un caballo, estaba el animal más temido de Darkwood, tal vez incluso del reino.  Thor nunca había visto uno, pero había oído las leyendas.  Parecía un león, pero era más grande, más fornido, su piel escarlata oscuro y sus ojos de color amarillo brillante.  La leyenda dice que su color carmesí vino de la sangre de los niños inocentes.

Thor había oído hablar de unos avistamientos de esa bestia toda su vida, e incluso se creía que estaban en entredicho. Tal vez porque nadie había sobrevivido a un encuentro. Algunos consideraban que Sybold era el dios de los bosques y un presagio.  ¿Cuál era ese presagio? Thor no tenía ni idea.

Con cuidado, dio un paso atrás.

Sybold, con sus enormes mandíbulas entreabiertas, sus colmillos goteando saliva, le devolvió la mirada, con sus ojos amarillos.  En su hocico estaba la oveja perdida de Thor, balando, colgada de cabeza, con la mitad de su cuerpo atravesado por los colmillos.  Casi estaba muerta.  El Sybold parecía disfrutar de la matanza, tomando su tiempo, deleitándose en torturarla.

Thor no soportaba los balidos.  La oveja se meneó, impotente y él se sentía responsable.

El primer impulso de Thor fue dar la vuelta y correr, pero era inútil.  Esa bestia corría más rápido que nada.  Correr solo lo envalentonaría. Y él no podía dejar morir así a su oveja.

Se quedó congelado de miedo, y sabía que tenía que tomar alguna medida al respecto.

Sus reflejos entraron en acción.  Lentamente se agachó hacia su bolsa, sacó una piedra y la puso en su honda. Con la mano temblorosa, la tensó, dio un paso hacia adelante y la lanzó.

La piedra voló por los aires y dio en el blanco. Fue un tiro perfecto. Golpeó a la oveja en su globo ocular, llevándola hacia su cerebro.

La oveja se quedó inerte. Muerta. Thor había evitado que el animal sufriera.

El Sybold lo miró, furioso de que Thor hubiera matado a su juguete. Lentamente abrió sus enormes mandíbulas y dejó caer a la oveja, aterrizando con un ruido sordo en el suelo del bosque.  Después fijó su mirada en Thor.

Hizo un gruñido profundo, malvado, que surgió de su panza.

Al merodear hacia él, Thor, con el corazón acelerado, puso otra piedra en su honda, lanzándola hacia atrás y se preparó a disparar una vez más.

El Sybold corrió velozmente, moviéndose más rápido que nada de lo que Thor había visto en su vida. Thor dio un paso adelante y lanzó la piedra, rezando para que le pegara, sabiendo que no tendría tiempo de lanzar otra honda antes de que llegara.

La piedra golpeó a la bestia en su ojo derecho, derribándolo.  Fue un tiro estupendo, que habría hecho caer de rodillas a un animal inferior.

Pero éste no era un animal inferior. La bestia era imparable. Gruñó por la herida, pero nunca redujo la velocidad. Incluso sin un ojo, con la piedra alojada en su cerebro, continuó yendo al ataque sin pensar, hacia Thor. No había nada que Thor pudiera hacer.

Un momento después, la bestia se abalanzó sobre él.  Subió su enorme garra y golpeó con fuerza su hombro.

Thor gritó. Sentía como si tres cuchillos le cortaran la carne, y la sangre caliente salió a borbotones de inmediato.

La bestia lo inmovilizó en el suelo, sobre las cuatro patas. El peso era inmenso, como el de un elefante parado sobre su pecho.  Thor sintió que aplastaba su caja torácica.

La bestia echó su cabeza hacia atrás, abrió bien sus fauces, revelando sus colmillos y empezó a bajarlos hacia la garganta de Thor.

Al hacerlo, Thor subió la mano y agarró su cuello; era como agarrar músculo sólido.  Thor apenas podía aguantar. Sus brazos empezaron a temblar, mientras los colmillos bajaban cada vez más. Sintió su aliento caliente en su rostro, sintió que la saliva goteaba sobre su cuello.  Un estruendo provenía de la profundidad del pecho del animal, sintiendo un escozor en los oídos de Thor.  Sabía que iba a morir.

Thor cerró sus ojos.

Por favor, Dios. Dame la fuerza. Permíteme luchar contra esta criatura. Por favor. Te lo suplico. Haré lo que me pidas. Tendré contigo una gran deuda.

Y entonces algo ocurrió. Thor sintió un tremendo calor en su cuerpo, recorriendo sus venas, como un campo de energía que corría a través de él.  Abrió los ojos y cuando empujó de nuevo el cuello de la bestia, sorprendentemente, fue capaz de igualar su fuerza y mantenerlo a raya.

Thor continuó empujando hasta que hizo retroceder a la bestia.  Su fuerza creció y sintió un cañón de energía—un instante después, la bestia salió volando hacia atrás. Thor lo aventó unos tres metros de distancia. Aterrizó sobre su espalda.

Thor se sentó, sin entender lo que había ocurrido.

La bestia volvió a levantarse. Después, lleno de rabia, volvió al ataque—pero esta vez Thor se sentía diferente. La energía fluía a través de él; se sentía más poderoso que nunca.

Mientras la bestia saltaba en el aire, Thor se agachó, lo sujetó de la panza, y lo lanzó, dejándolo llevar por su impulso.

La bestia voló a través del bosque, se estrelló contra un árbol y cayó al suelo.

Thor se quedó mirando, asombrado. ¿Acababa de lanzar a un Sybold?

La bestia parpadeó dos veces, después miró a Thor. Se puso de pie y volvió al ataque.

Esta vez, mientras la bestia se abalanzaba, Thor lo sujetó del cuello. Ambos cayeron al suelo, la bestia encima de Thor. Pero Thor se dio la vuelta y quedó encima de él. Thor se aferró a él, asfixiándolo con las dos manos, mientras la bestia seguía tratando de levantar la cabeza y colocar sus colmillos sobre él. No le atinó. Thor, sintiendo una nueva energía, le clavó las manos y no lo soltó.  Dejó que la energía lo atravesara. Y pronto, sorprendentemente, se sintió más fuerte que la bestia.

Él estaba asfixiando al Sybold hasta morir. Finalmente, la bestia quedó inerte.

Thor no lo soltó durante otro minuto completo.

Se puso de pie, lentamente, sin aliento, mirando hacia abajo, con los ojos abiertos de par en par, mientras sostenía su brazo herido. ¿Qué acababa de suceder? ¿Acababa de matar Thor a un Sybold?

Sintió que era una señal, en este día en especial, de todos los días. Sentía que algo importante había ocurrido. Él había matado a la más temida y famosa bestia de su reino.  Sin ayuda de nadie. Sin un arma.  No parecía real.  Nadie lo creería.

Sintió que el mundo giraba mientras se preguntaba qué poder lo había hecho ganar, cuál era el significado, quién era él realmente.  Las únicas personas conocidas en tener un poder semejante eran los Druidas. Pero ni su padre ni su madre eran Druidas, así que él no podía serlo.

¿O sí?

Sintiendo a alguien detrás de él, Thor giró para ver a Argon ahí parado, mirando al animal.

“¿Cómo llegó hasta aquí?”, preguntó Thor, sorprendido.

Argon lo ignoró.

“¿Vio lo que ocurrió?”, preguntó Thor, todavía incrédulo. “No sé cómo lo hice”.

“Pero sí lo sabes”, contestó Argon”. En el fondo, lo sabes. Eres diferente a los demás”.

“Fue como…una oleada de poder”, dijo Thor. “Como una fuerza que no sabía que tenía”.

“El campo de energía”, dijo Argon. “Un día vas a conocerlo muy bien. Incluso aprenderás a controlarlo”.

Thor agarró su hombro; el dolor era insoportable. Miró hacia abajo y vio su mano llena de sangre.  Se sentía mareado, preocupado de lo que pasaría si no conseguía ayuda.

Argon dio tres pasos hacia adelante, extendió la mano, sujetó la mano libre de Thor y la puso firmemente sobre la herida.  La mantuvo ahí, se echó hacia atrás y cerró sus ojos.

Thor sintió una sensación de calor en su brazo. En segundos, la sangre pegajosa de su mano se secó, y sintió que el dolor empezaba a desaparecer.

Miró hacia abajo y no podía comprender: había sanado. Solamente quedaban tres cicatrices donde las garras lo habían cortado—pero estaban cerradas y parecía que era de hacía varios días.  No había más sangre.

Thor miró a Argon asombrado.

“¿Cómo hizo eso?”, preguntó él.

Argon sonrió.

“No fui yo. Fuiste . Solo dirigí tu poder”.

“Pero yo no tengo poder para sanar”, respondió Thor, desconcertado.

“¿Qué no la tienes?”, contestó Argon.

“No entiendo. Nada de esto tiene sentido”, dijo Thor, cada vez más impaciente. “Por favor, dígame”.

Argon desvió la mirada.

“Algunas cosas deben aprenderse con el tiempo”.

Thor pensó en algo.

“¿Eso significa que puedo unirme a la Legión del Rey?”, preguntó él, emocionado. “Sin duda, si puedo matar a un Sybold, entonces puedo mantenerme a la par con otros chicos”.

“Por supuesto que puedes”, contestó él.

“Pero pudieron elegir a mis hermanos—no me seleccionaron a mí”.

“Tus hermanos no podrían haber matado a esa bestia”.

Thor le devolvió la mirada, pensando.

“Pero ya me habían rechazado. ¿Cómo puedo unirme a ellos?”.

“¿Desde cuándo necesita un guerrero una invitación?”, preguntó Argon.

Sus palabras se sumergieron en lo profundo. Thor sintió que su cuerpo se calentaba.

“¿Está diciendo que debo ir y presentarme? ¿Sin invitación?”.

Argon sonrió.

creas tu destino. No los demás”.

Thor parpadeó—y un momento después, Argon había desaparecido. Una vez más.

Thor se dio la vuelta, mirando en todas direcciones, pero no había rastro de él.

“¡Aquí!”, dijo una voz.

Thor se dio la vuelta y vio un enorme peñasco ante él. Sintió que la voz provenía de la cima y de inmediato la escaló.

Llegó a la cima, y quedó perplejo al no ver ninguna señal de Argon.

Sin embargo, desde ese mirador, él podía ver por encima de las copas de Darkwood. Vio dónde terminaba Darkwood, vio el segundo sol poniéndose en un verde oscuro y más allá, el camino que llevaba a la Corte del Rey.

“El camino es tuyo, si quieres tomarlo”, dijo la voz. “Si te atreves”.

Thor giró pero no vio nada. Solo una voz, haciendo eco. Pero él sabía que Argon estaba ahí, en algún lugar, incitándolo. Y sintió, en el fondo, que tenía razón.

Sin dudarlo un momento, Thor bajó el peñasco, salió del bosque hacia el camino lejano.

Corriendo hacia su destino.

La Senda De Los Héroes

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