Читать книгу Una Tierra de Fuego - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 12
CAPÍTULO SEIS
ОглавлениеThor montaba a lomos de Mycoples, las nubes azotándole la cara, iban tan rápido que apenas podía respirar, mientras se apresuraban hacia la manada de dragones y se preparaban para luchar. El brazalete de Thor vibraba en su muñeca y el sentía que su madre le había infundido un nuevo poder que apenas podía entender; era como si hubiera poco sentido del espacio y el tiempo. Thor apenas había pensado en regresar, apenas se habían elevado de las orillas de la Tierra de los Druidas, cuando se repente se encontró allí, por encima de las Islas Superiores, apresurándose hacia el nido de los dragones. Thor sentía como si se hubiera transportado allí por arte de magia, como si hubieran viajado a través de un agujero en el tiempo o el espacio, como si su madre los hubiera lanzado allí, les hubiera permitido conseguir lo imposible, volar más rápido y más lejos de lo que jamás había hecho. Ella sintió que su madre lo despedía con un don para la velocidad.
Mientras Thor miraba a través de la cubierta de nubes, los inmensos dragones aparecieron delante de su vista, rodeando las Islas Superiores, bajando en picado y preparándose para escupir fuego. Thor miró hacia abajo y su corazón se le encogió al ver que la isla había quedado sumergida bajo las llamas, totalmente arrasada. Se preguntaba atemorizado si alguien había conseguido sobrevivir; no veía de qué manera. ¿Llegaba tarde?
Sin embargo, mientras Mycoples descendía, se acercaba más, los ojos de Thor se centraron en una única persona, que lo atraía como un imán al distinguirla de entre el caos: Gwendolyn.
Allí estaba, su futura esposa, de pie en el patio, con orgullo, sin miedo, sujetando a un bebé, rodeada por todos los que Thor amaba, todos ellos en círculo alrededor de ella y levantando sus escudos al cielo mientras los dragones descendían para atacar. Thor vio horrorizado como los dragones abrían sus grandes mandíbulas y se disponían a lanzar unas llamas que Thor sabía que, en un solo instante, arrasarían a Gwendolyn y a todos los que él amaba.
“¡DESCIENDE!” gritó Thor a Mycoples.
Mycoples no neceitaba más aliento: descendió más rápido de lo que Thor podía imaginar, tan rápido que él casi no podía respirar y se agarró desesperadamente mientras lo hacía, prácticamente del revés. En unos instantes alcanzó a los tres dragones que estaban a punto de atacar a Gwendolyn y con un gran rugido, su mandíbula se abrió por completo, con las garras por delante, Mycoples atacó a las bestias, que estaban desprevenidas.
Mycoples impactó contra los dragones, llevada por su impulso hacia abajo, aterrizando en sus espaldas, clavando las uñas a uno y mordiendo al otro y golpeando fuertemente al tercero con sus alas. Los paró justo antes de que lanzaran fuego, estampándolos de cara al suelo.
Los tres colisionaron juntos contra el suelo y se formó un gran ruido y nubes de polvo cuando Mycoples hundió sus caras bajo tierra hasta que habían penetrado tanto que se habían quedado clavados, sólo sus garras traseras salían hacia fuera. Cuando tocaron el suelo, Thor se giró y vio las expresión asombrada de Gwendolyn y agradeció a Dios que la había salvado justo a tiempo.
Se escuchó un gran rugido y Thor se giró, miró hacia el cielo y vio una embestida de dragones que se acercaban.
Mycoples ya estaba girando y volando hacia arriba, lanzándose, dirigiéndose sin miedo hacia los dragones. Thor no llevaba armas, pero se sentía diferente a lo que había sentido siempre al empezar una batalla: por primera vez en su vida, sentía que no necesitaba armas. Sentía que podía reunir y confiar en el poder que tenía dentro. Su verdadero poder. El poder que su madre le había infundido.
Mientras se aproximaban, Thor levantó su muñeca, apuntando con su brazalete de oro y una luz salió disparada del diamante negro de su centro. La luz amarilla hundió al dragón que estaba más cerca de ellos, en el centro de la manada, y lo golpeó hacia atrás, enviándolo disparado al aire, hacia arriba, colisionando con los otros.
Mycoples, enfurismado, decidido a hacer estragos, descendió sin miedo hacia el nido de dragones, luchando y haciéndose camino con las garras, clavándole los dientes a uno de ellos, lanzando a otro y abriéndose un camino a través de ellos mientras iba golpeando a varios de ellos. Intentó acabar con uno de ellos hasta que quedó fláccido y lo soltó; cayó a la tierra como una enorme piedra caída del cielo y golpeó el suelo, haciéndolo temblar. Thor pudo oír el impacto desde donde estaba, ya que provocó otro terremoto allá abajo.
Thor echó un vistazo hacia abajo y vio a Gwen y a los demás corriendo en busca de cobijo y supo que debía alejar a todos estos dragones de la isla, lejos de Gwendolyn, para darles la oportunidad de escapar. Si dirigía a los dragones hacia el océano, imaginaba que podría atraerlos lejos y empezar una lucha allá fuera.
«¡Hacia mar abierto!» Thor gritó.
Mycoples siguió su instrucción, dieron la vuelta y se fueron volando a través del nido de dragones y hacia el otro lado.
Thor se giró al oír un rugido y sintió un calor distante mientras las llamas se dirigían hacia él. Estaba satisfecho de ver que su plan estaba funcionando: todos los dragones habían abandonado las Islas Superiores y lo estaban siguiendo a él en el mar abieerto. En la distancia, allá abajo, Thor divisó la flota de Rómulo envolviendo el mar y supo que, incluso si sobrevivía a los dragones, todavía le quedaba enfrentarse él solo a un ejército de un millón de hombres. Sabía que probablemente no sobreviviría a este encuentro. Pero al menos ganaría tiempo para los demás.
Al menos Gwendolyn lo conseguiría.
*
Gwen estaba de pie en el devastado y candente patio de lo que quedaba de la corte de Tirus, todavía sujetando al bebé, mirando al cielo maravillada, aliviada y triste, todo a la vez. Su corazón se llenó por ver a Thor otra vez, el amor de su vida, vivo, había vuelto, y nada menos que a lomos de Mycoples. Con él aquí, sentía que parte de ella se había restablecido, sentía que cualquier cosa era posible. Sintió algo que hacía tiempo que no había sentido: la voluntad de volver a vivir.
Sus hombres poco a poco bajaron sus escudos al ver que los dragones se giraban y marchaban volando, dejando las Islas por fin y dirigiéndose hacia el mar abierto. Gwen miró alrededor y vio la devastación que habían dejado, enormes montones de escombros, llamas por todas partes y los dragones muertos tumbados sobre su espalda. Parecía una isla saqueada por la guerra.
Gwen también vio los que debían haber sido los padres de la bebé, dos cadáveres tumbados allí cerca, justo al lado de donde Gwen la había encontrado. Gwen miró a la bebé a los ojos y se dio cuenta de que ella era lo único que le quedaba en el mundo. La cogió con fuerza.
«¡Esta es nuestra oportunidad, mi señora!» dijo Kendrick. «¡Debemos evacuar ahora!»
«Los dragones están distraídos», añadió Godfrey. «Por lo menos, por ahora. Quién sabe cuando volverán. Debemos irnos todos de este sitio de inmediato».
«Pero ya no existe el Anillo», dijo Aberthol. «¿A dónde iremos?»
«A cualquier sitio menos aquí», respondió Kendrick.
Gwen oyó sus palabras, aunque sonaban lejanas en su mente; ella en cambio se giró y examinó el cielo, observando a Thor volar en la distancia, llena de añoranza.
«¿Y qué pasa con Thorgrin?» preguntó ella. «¿Lo dejaremos solo allá arriba?»
Kendrick y los demás hicieron una mueca, sus rostros marcados por la decepción. Estaba claro que el pensamiento también los perturbaba.
«Lucharíamos con Thorgrin hasta la muerte si pudiéramos, mi señora», dijo Reece. «Pero no podemos. Él está en el cielo, por encima del mar, lejos de aquí. Ninguno de nosotros tiene un dragón. Tampoco tenemos su poder. No podemos ayudarle. Ahora debemos ayudar a aquellos que podemos ayudar. Esto es por lo que Thor se sacrificó. Esto es por lo que Thor ha dado su vida. Debemos aprovechar la oportunidad que nos ha dado».
«Lo que queda de nuestra flota todavía está en el lado más lejano de la isla», añadió Srog. «Fue una sabia decisión esconder aquellos barcos. Ahora debemos usarlos. Los que quedemos de nuestro pueblo debemos abandonar este lugar de inmediato, antes de que vuelvan».
Por la mente de Gwendolyn corría una mezcla de emociones. Ella deseaba ir a salvar a Thor; pero al mismo tiempo, sabía que esperar aquí, con toda esta gente, no le haría ningún bien a él. Los otros tenían razón: Thor acababa de dar la vida por su seguridad. Sus acciones no tendrían ningún valor si ella no procuraba salvar a esta gente mientras pudiera.
Otro pensamiento asomaba por la mente de Gwen: Guwayne. Si se marchaban ahora y salían corriendo hacia el mar abierto quizás, sólo quizás, podría encontrarlo. Y el pensamiento de ver de nuevo a su hijo la llenó con unas ganas nuevas de vivir.
Por fin, Gwen asintió, con el bebé en brazos, preparánose para marchar.
«De acuerdo», dijo ella. «Vayámonos y encontremos a mi hijo».
*
El rugido de los dragones era cada vez más fuerte detrás de Thor, el grupo se estaba acercando, persiguiéndolos mientras él y Mycoples volaban más lejos hacia el mar. Thor sintió una llamarada dirigiéndose hacia su espalda, a punto de tragárselos y sabía que si no hacía algo pronto, no tardaría en morir.
Thor cerró los ojos, ya sin miedo a llamar al poder que había en su interior, ya sin sentir la necesidad de confiar en armas físicas. Al cerrar los ojos recordó el tiempo que pasó en la Tierra de los Druidas, recordaba lo poderoso que había sido, lo mucho que había podido influenciar todo lo que estaba a su alrededor con su mente. Recordaba el poder dentro de él, como el universo físico era sólo una extensión de su mente.
Thor quería que el poder de su mente saliera a la superficie e imaginó una gran pared de hielo detrás de él, resguardándolo del fuego, protegiéndolo. Se imaginó a sí mismo completamente cubierto por una burbuja protectora, él y Mycoples, seguros del muro de fuego de los dragones.
Thor abrió los ojos y se sorprendió de sentirse revestido de frío y ver una tremenda pared de hielo a su alrededor, justo como la había imaginado, de un metro de grosor y un azul brillante. Se giró y vio la pared de llamas de los dragones acercarse y la pared de hielo pararla, las llamas siseando, enormes nubes de vapor levantándose. Los dragones estaban coléricos.
Thor daba vueltas mientras la pared de hielo se derretía y decidió ir en busca del nido de dragones que había más adelante. Mycoples voló sin miedo hacia los dragones y, claramente, ellos no esperaban este ataque.
Mycoples embistió hacia adelante, extendió sus garras, agarró a un dragón por la mandíbula, lo balanceó y lo lanzó; el dragón cayó con violencia, de un lado a otro, girando sobre sí mismo sin control, precipitándose hacia el océano.
Antes de que pudiera recuperarse, Mycoples fue atacada por otro dragón, que le clavó las mandíbulas en el costado. Mycoples hizo un chillido y Thor reaccióno de inmediato. Saltó del lomo de Mycoples al hocico del otro dragón y corrió por su cabeza hasta montar en su lomo. El dragón continuaba cogiendo a Mycoples corcoveando salvajemente para deshacerse de Thor y Thor se agarraba desesperamente mientras montaba al hostil dragón.
Mycoples se tambaleó hacia adelante y se sujetó con sus mandíbulas en la cola de otro dragón, arrancándosela. El dragón gritó y se desplomó en el océano, pero tan pronto Mycoples hubo hecho, esto varios dragones se precipitaron sobre ella, clavándole los dientes en las patas.
Mientras tanto, Thor todavía estaba cogido desesperadamente, decidido a tomar el control de este dragón. Se forzaba a sí mismo a mantener la calma y a recordar que todo estaba en su mente. Podía sentir el tremendo poder de esta antigua bestia primal corriendo por sus venas. Y, al cerrar los ojos, dejó de resistirse y empezó a sentirse en armonía con él. Sentía su corazón, su pulso, su mente. Sentía que se volvía uno con él.
Thor abrió los ojos y el dragón también los abrió, ahora brillando con otro color. Thor veía el mundo a través de los ojos del dragón. Este dragón, esta bestia hostil, se convirtió en una extensión de Thor. Lo que él veía, lo veía Thor. Thor ordenaba y él escuchaba.
El dragón, bajo las órdenes de Thor, soltó a Mycoples; soltó un rugido y se abalanzó hacia adelante, clavando sus dientes en los tres dragones que estaban atacando a Mycoples, haciéndolos pedazos.
Los otros dragones fueron cogidos por sorpresa, claramente no esperaban que uno de los suyos los atacara; antes de que pudieran recuperarse, Thor ya había atacado a media docena de ellos, usando este dragón para agarrarse a sus nucas, cogiéndolos desprevenidos, mutilando un dragón tras otro. Thor se avalanzó sobre tres más, haciendo que el dragón les mordiera las alas, arrancándoselas del lomo, cayendo los dragones al mar.
De repente, Thor fue atacado por un lado sin verlo venir; el dragón abrió sus mandíbulas y le clavó los dientes a Thor.
Thor gritó cuando un diente largo y dentado le perforó las costillas y lo hizo caer del dragón, haciéndolo tambalear en el aire. Sintió como se precipitaba hacia el mar, herido, y se dio cuenta de que estaba a punto de morir.
Por el rabillo del ojo, Thor divisó a Mycoples pasando por debajo de él y, a continuación, Thor, aterrizó en el lomo de Mycoples, salvado por su vieja amiga. Los dos estaban juntos de nuevo, ambos heridos.
Thor, apretándose la costilla, respirando con dificultad, analizaba el daño que habían hecho: una docena de dragones yacían ahora muertos o mutilados, moviéndose en el océano. Lo habían hecho bien, los dos, mucho mejor de lo que él hubiera imaginado.
Sin embargo, Thor oyó un tremendo grito y, al mirar hacia arriba, vio que quedaban varias docenas de dragones. Luchando por respirar, Thor entendió que había sido una lucha valiente, pero que sus posibilidades de ganar parecían malísimas. Aún así, él no dudó; voló sin miedo hacia arriba, apresurándose a encontrarse con los dragones que los desafiaban.
Mycoples lanzó un grito y lanzó fuego a la vez que ellos se lo lanzaban a Thor. Thor volvió a usar sus poderes para levantar una pared de hielo delante suyo, que impedía que las llamas de los dragones le alcanzaran. Él se agarraba a Mycoples mientras ella colisionaba con el grupo, destrozándolos, clavándoles las garras y mordiéndoles, luchando por su vida. Tenía heridas, pero no dejó que esto le hiciera aflojar mientras hería a todos los dragones que tenía por los lados. Thor se unió y levantó su brazalete, apuntando a un dragón tras otro y un rayo de luz blanca salió disparado, haciendo caer a un dragón tras otro de Mycoples, mientras ella luchaba.
Thor y Mycoples luchaban y luchaban, los dos cubiertos de heridas, sangrando, exhaustos.
Y, aún así, todavía quedaban más docenas de dragones.
Cuando Thor levantaba su brazalete sentía que su poder estaba menguando, de hecho, sentía que su propio poder estaba menguando. Él sabía que era poderoso, pero no lo suficiente todavía: él sabía que no podía aguantar la lucha hasta el final.
Thor miró hacia arriba y vio unas enormes alas en su cara, seguidas de unas largas y afiladas garras y observaba impotente como se clavaban en la garganta de Mycoples. Thor se sujetaba con todas sus fuerzas mientras el dragón agarraba a Mycoples, le clavaba las mandíbulas en la cola, la balanceaba y la tiraba.
Thor colgaba mientras él y Mycoples daban vueltas por el aire; Mycoples dio vueltas de campana y cayeron en picado al mar, fuera de control.
Aterrizaron en el agua, Thor todavía sujetándose, y los dos se hundieron bajo la superficie. Thor luchaba bajo el agua hasta que su impulso se detuvo. Mycoples se giró y nadó hacia arriba, buscando la luz del sol.
Cuando salieron a la superficie, Thor respiró profundamente, con dificultad, batiéndose en las heladas aguas, todavía cogido a Mycoples. Mientras los dos se movían por el agua, Thor miró a un lado y vio algo que nunca olvidaría: flotando en el agua, no lejos de él, con los ojos abiertos, muerto, había un dragón que él había llegado a querer: Ralibar.
Mycoples lo divisó a la vez y algó la venció, algo que Thor no había visto nunca: ella soltó un gran grito de dolor y elevó sus alas, extendiéndolas totalmente. Todo su cuerpo temblaba al soltar un horroroso alarido, haciendo que el universo temblara. Thor vio como sus ojos cambiaban, cambiando a colores brillantes, hasta que al final eran de color amarillo y blanco brillante.
Mycoples se volvió, un dragón diferente, y miró hacia arriba a la manada de dragones que venía a por ellos. Thor se dio cuenta de que alguna cosa dentro de ella se había roto. Su duelo había mutado en rabia y le había dotado de un poder que Thor jamás había visto. Era un dragón poseído.
Mycoples se elevó hacia el cielo a toda velocidad, con las heridas sangrando, pero sin importarle. Thor sintió una nueva explosión de energía también y un deseo de venganza. Ralibar había sido un amigo cercano, había sacrificado su vida por todos ellos y Thor estaba decidido a hacerle justicia.
Mientras corrían hacia ellos, Thor saltó de Mycoples y aterrizó en el hocico del dragón más cercano, abrazándolo hasta que se estiró y agarró sus mandíbulas, hasta que consiguió cerrarlas. Thor reunió todo el poder que quedaba dentro de él e hizo girar al dragón en el aire, para después lanzarlo con todas sus fuerzas. El dragón voló, llevándose con él dos dragones más y los tres se precipitaron hacia abajo, hacia el oceáno.
Mycoples giraba rápidamente y cogió a Thor mientras caía. Él aterrizó en su lomo mientras ella corría hacia los dragones que quedaban. Sus rugidos se mezclaban con los de ella, mordía con más fuerza, volaba más rápido, hacia cortes más profundos que ellos. Cuanto más la herían, menos cuenta parecía darse ella. Era un torbellino de destrucción, al igual que Thor, y cuando Thor y ella acabaron, Thor se dio cuenta de que ya no quedaban dragones a quién esperar en el cielo: todos ellos habían caído del cielo al mar, mutilados o asesinados.
Thor se encontró volando solo con Mycoples en el aire, dando vueltas alrededor de los dragones caídos, evaluando lo ocurrido. Los dos respiraban con dificultaban, les caían gotas de sangre. Thor sabía que Mycoples estaba dando su últimos respiros, podía verlo porque salía sangre de su boca, cada respiración un grito sofocado, un dolor mortal.
«No, amigo mío», dijo Thor, aguantándose las lágrimas. «No puedes morir».
Ha llegado mi hora, Thor le oía decir. Al menos he muerto con dignidad.
«No», insisitió Thor. «¡No debes morir!»
Mycoples expulsaba sangre al respirar y el aleteo de sus alas se debilitaba a medida que empezaba a bajar hacia el océano.
Dentro de mí queda una última lucha, dijo Mycoples. Y quiero que mi último instante sea de valor.
Mycoples miró hacia arriba y Thor siguió su mirada hasta ver la flota de barcos de Rómulo extenderse en el horizonte.
Thor movió la cabeza con rostro serio. Sabía lo que quería Mycoples. Quería recibir su muerte en una última gran batalla.
Thor, muy herido, respirando con dificultad, sintiendo como si tampoco pudiera conseguirlo, quiso ir también hacia abajo. Ahora se preguntaba si las profecías de su madre eran ciertas. Ella le dijo que podía alterar su propio destino. ¿Lo había alterado?, se preguntaba. ¿Iba a morir ahora?
«Allá vamos entonces, amigo mío», dijo Thorgrin.
Mycoples soltó un gran chillido y, juntos, los dos descendieron,dirigiéndose hacia la flota de Rómulo.
Thor sentía el viento y las nubes corriendo por su pelo y por su cara mientras soltaba un gran grito de guerra. Mycoples chilló con la misma furia y, mientras los dos descendían, Mycoples abrió sus grandes mandíbulas y lanzó fuego a un barco tras otro.
Pronto, un muro de llamas se extendió por el océano, prendiendo fuego a un barco detrás del otro. Decenas de miles de barcos estaban delante de ellos pero Mycoples no se detenía, abriendo sus mandíbulas, soltando nubes de llamas, una tras otra. Las llamas se extendieron como si fueran un único muro, a la vez que los gritos de los hombres crecían allá abajo.
Las llamas de Mycoples empezaron a debilitarse y pronto poco fuego salía de su respiración. Thor sabía que estaba muriendo bajo él. Cada vez volaba más bajo, demasiado débil para expulsar fuego. Pero no estaba débil para usar su cuerpo como arma y, en lugar de lanzar fuego, cayó en dirección a los barcos, apuntando sus duras escamas hacia ellos, como un meteorito cayendo del cielo.
Thor aguantaba y se agarraba con todas sus fuerzas mientras ella descendía hacia los barcos, el sonido de la madera al partirse llenó el aire. Ella volaba de un barco a otro, de un lado para otro, destruyendo la flota. Thor se agarraba mientras trozos de madera le golpeaban de todas direcciones.
Finalmente, Mycoples no pudo resistir más. Se detuvo en el centro de la flota, moviéndose en el agua, habiendo destruido muchos barcos, todavía rodeado por miles más. Thor se mecía encima de su lomo mientras ella yacía flotando, respirando débilmente.
Los barcos que quedaban giraron hacia ellos. Pronto el cielo se volvió negro y Thor oyó un sonido zumbeante. Miró hacia arriba y vio un arco iris de flechas dirigiéndose hacia él. De repente, un dolor horroroso se apoderó de él, agujereado por las flechas, sin un lugar donde esconderse. Mycoples también estaba siendo acribillada por ellas y ambos empezaron a hundirse bajo las olas, dos grandes héroes que habían librado la batalla de sus vidas. Habían destruido a los dragones y gran parte de la flota del Imperio. Habían hecho más de lo que un ejército entero podría haber hecho.
Pero ahora ya no quedaba nada, podían morir. Mientras Thor era acribillado por una flecha tras otra, hundiéndose cada vez más, sentía que no quedaba otra cosa que prepararse para morir.