Читать книгу Vencedor, Derrotado, Hijo - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 14

CAPÍTULO SIETE

Оглавление

Jeva sentía que la tensión crecía a cada paso que daba hacia la sala de reuniones. La gente que había en el punto de encuentro la miraban fijamente del modo que hubiera esperado que la gente de fuera de sus tierras miraran a los de su especie: como si fuera una cosa rara, diferente, incluso peligrosa. No era una sensación que a Jeva le gustara.

¿Era solo porque aquí no veían a muchas con las marcas de las sacerdotisas o había algo más? Hasta que no aparecieron los primeros insultos y acusaciones de la multitud allí reunida, Jeva no empezó a comprenderlo.

—¡Traidora!

—¡Llevaste a tu tribu a la masacre!

Un joven salió de la multitud con la fanfarronería que solo los jóvenes pueden permitirse. Caminaba con largos pasos, como si fuera el dueño del camino que llevaba a la casa de los muertos. Cuando Jeva hizo un movimiento para acercarse a él, este fue a bloquearla.

Jeva debería haberle golpeado solo por eso, pero estaba allí para cosas más importantes.

—Aparta —dijo—. No estoy aquí para la violencia.

—¿Has olvidado por completo la manera de actuar de nuestro pueblo? —preguntó este—. Arrastraste a nuestra tribu a morir a Delos. ¿Cuántos regresaron?

Jeva notaba su rabia. El tipo de rabia que incluso su gente sentía cuando perdían a alguien cercano a ellos. Contarle que había ido hasta los antepasados y que debería estar contento no serviría de nada. En cualquier caso, Jeva no estaba segura de creérselo ahora mismo. Había visto las muertes sin sentido de la guerra.

—Pero tú regresaste —dijo el joven—. Destruiste una de nuestras tribus y tú regresaste, ¡cobarde!

Otro día, Jeva lo hubiera matado por eso, pero lo cierto era que el lloriqueo de un idiota no tenía importancia, no comparado con todo lo que estaba sucediendo. Hizo un movimiento para acercarse de nuevo a él.

Jeva se detuvo cuando este sacó un cuchillo.

—Tú no quieres hacer esto, chico —dijo ella.

—¿No me digas lo que yo quiero! —gritó él y se lanzó sobre ella.

Jeva reaccionó por instinto, esquivando del golpe con un balanceo, mientras atacaba con sus cadenas de cuchillas. Le agarró el cuello con una, que giraba mientras ella se movía con la velocidad que le proporcionaba una larga práctica. La sangre la salpicó mientras el joven se agarraba la herida y caía sobre sus rodillas.

—Maldito seas—dijo Jeva en voz baja—. ¿Por qué me has hecho hacer esto, idiota?

Evidentemente, no hubo respuesta. Nunca había respuesta. Jeva susurró las palabras de una oración para los muertos y, a continuación, paró y lo levantó. Otros aldeanos la siguieron mientras continuaba su camino y Jeva ahora sentía la tensión donde antes había habido bromas. La seguían de cerca, como una guardia de honor o como la escolta de un prisionero hacia su ejecución.

Cuando llegaron a la Casa de los Muertos, los ancianos del lugar ya la estaban esperando. Jeva caminaba descalza y se arrodilló ante la pira que ardía sin cesar y dejó caer encima el cuerpo de su atacante. Se quedó quieta hasta que empezó a arder y miró alrededor, a la gente a la que había venido a convencer.

—Viniste aquí con las manos manchadas de sangre —dijo un Orador de la Muerte, mientras daba un paso al frente y su túnica giraba—. Los muertos nos dijeron que vendría alguien, pero no que sucedería de esta manera.

Jeva lo miró, preguntándose si sería cierto. Hubo un tiempo en el que nos e lo hubiera preguntado.

—Él me atacó —dijo Jeva—No era tan rápido como él pensaba.

Los que estaban allí asintieron. Estas cosas podían suceder en los lugares más hostiles del mundo. Jeva no dejó que la culpa que sentía se reflejara en absoluto en su rostro.

—Has venido para pedirnos algo —dijo el Orador.

Jeva asintió.

—Así es.

—Entonces pide.

Jeva se quedó quieta, ordenando sus pensamientos.

—Pido ayuda para la isla de Haylon. Una gran flota la ataca, a las órdenes de la Primera Piedra. Creo que nuestro pueblo puede cambiarlo.

Entonces las voces clamaron, hablando a la vez. Había preguntas y exigencias, acusaciones y opiniones, todas parecían confundirse.

—Quiere que vayamos a morir por ella.

—¡Ya hemos oído esto antes!

—¿Por qué vamos a luchar por gente a la que no conocemos?

Jeva se quedó quieta, dejando que todo aquello le calara. Si salía mal, lo más probable era que no saliera de esta habitación. Teniendo en cuanta quién era, debería tener una sensación de paz ante ello, pero también pensaba en Thanos, que la había salvado poniéndose él en peligro, y en todas las personas que estaban atrapadas en Haylon. Necesitaban que le saliera bien.

—¡Deberíamos entregarla a los muertos por todo lo que ha hecho! —exclamó uno.

El Orador de los Muertos se puso al lado de Jeva y alzó las manos para pedir silencio.

—Sabemos lo que pide nuestra hermana —dijo el Orador—. Ahora no es el momento de hablar. Nosotros solo somos los vivos. Ahora es el momento de escuchar a los muertos.

Se llevó la mano al cinturón y sacó una faltriquera con los polvos sagrados mezclados con las cenizas de los antepasados. La lanzó a la pira y las llamas crecieron.

—Respira, hermana —dijo el Orador—. Respira y ve.

Jeva inhaló el humo y llegó hasta sus pulmones. Las llamas bailaban en el hoyo que había debajo de ella y, por primera vez en años, Jeva vio a los muertos.

Empezó con el hombre al que había matado. Se alzó de su cadáver en llamas y atravesó las llamas hacia ella.

—Me mataste —dijo, según parecía, impactado—. ¡Me mataste!

La golpeó y, a pesar de que los muertos no deberían poder tocar a los vivos, Jeva lo notó con la misma certeza que si le hubiera azotado mientras estaba vivo. La golpeó y después retrocedió, mirándola expectante.

Entonces el resto de los muertos fueron hasta Jeva y no fueron más amables que el joven al que había asesinado. Todos estaban allí: las personas que había matado con sus propias manos, los que había llevado hasta la muerte en Haylon. Se acercaban hasta ella de uno en uno y, uno a uno, golpeaban a Jeva, con unos golpes que la hacían tambalearse, la tiraban al suelo, reduciéndola a algo que se sujetaba al suelo.

Pareció una eternidad hasta que se alejaron de ella y Jeva pudo alzar la vista de nuevo. Estaba mirando a Haylon, la isla estaba rodeada de barcos, la batalla se propagaba rápidamente.

Vio que los barcos del Pueblo del Hueso se estrellaban contra esos atacantes, les hacían un agujero y sus guerreros se esparcían por la orilla. Los vio luchar, matar y morir. Jeva los vio morir en unas cantidades que solo había visto antes una vez, en Delos.

—Si los llevas a Haylon, morirán —dijo una voz, que parecía estar compuesta por las voces de miles de antepasados a la vez—. Morirán igual que morimos nosotros.

—Pero ¿ganarán? —preguntó Jeva.

Hubo una breve pausa antes de que la voz respondiera a aquello.

—Es posible que la isla pudiera salvarse.

Así que no sería un gesto vacío. No sería lo mismo que en Delos.

—Será el fin de nuestro pueblo _dijo la voz—. Algunos sobrevivirán, pero n o nuestras tribus. Ni nuestra manera de ser. Muchos más se nos unirán, esperándote en la muerte.

Aquello le provocó a Jeva un fogonazo de miedo. Había sentido la rabia de los que habían muerto, había notado sus golpes. ¿Valía la pena? ¿Podía hacer esto a todo su pueblo?

—Y tú morirías —continuó la voz—. Anúncialo a nuestro pueblo y morirás por ello.

Lentamente, empezó a volver en sí misma y se encontró sobre el suelo al lado de la pira. Jeva se llevó la mano a la cara y se le manchó de sangre, aunque no sabía si era por el esfuerzo de la visión o por la violencia de los muertos. Se levantó con esfuerzo y miró hacia la multitud allí reunida.

—Cuéntanos lo que viste, hermana —dijo el Orador de los Muertos.

Jeva se quedó quieta, mirándolo, evaluando cuánto había visto, si es que había visto algo. ¿Podía mentir en este momento? ¿Podía decir a la multitud allí reunida que todos los muertos estaban a favor del plan?

Jeva sabía que no podía mentir de esa forma, incluso ni por Thanos.

—Vi la muerte —dijo—. Vuestra muerte, mi muerte. La muerte de todo nuestro pueblo si lo hacemos.

Un murmullo corrió por la sala. Su pueblo no temía a la muerte, pero la destrucción de todo su modo de vivir era una cosa totalmente diferente.

—Me habéis pedido que hable por los muertos —dijo Jeva— y ellos han dicho que en Haylon, la victoria se ganará con las vidas de nuestra gente. —Tomó aire y pensó en lo que Thanos hubiera hecho—. Yo no quiero hablar por los muertos. Quiero hablar por los vivos.

Los murmullos cambiaron de tono, haciéndose más confusos. En algunos lugares también se volvieron más enojados.

—Sé lo que pensáis —dijo Jeva—. Pensáis que lo que digo es sacrilegio. Pero existe una isla entera de gente que necesita nuestra ayuda. Vi a los muertos y me maldijeron por sus muertes. ¿Sabéis qué me dice eso? ¡Que la vida sí que importa! Que importa la vida de todos aquellos que morirán si no ayudamos. Si no ayudamos, permitimos que el mal siga en pie. Permitimos que aquellos que vivirían en paz sean asesinados. Yo lucharé contra eso, no porque los muertos lo exijan, ¡sino porque lo hacen los vivos!

Entonces hubo un griterío en la sala. El Orador de los Muertos los miró a todos y, a continuación, a Jeva. La empujó hacia la puerta.

—Deberías irte —dijo—. Vete antes de que te maten por blasfemia.

Pero Jeva no lo hizo. Los muertos ya le habían dicho que moriría por hacerlo. Si ese era el precio por obtener ayuda, lo pagaría. Se quedó allí quieta como un punto de silencio en medio de las discusiones de la sala. Cuando un hombre fue corriendo hacia ella, lo tiró hacia atrás de una patada y continuó de pie. Era lo único que podía hacer ahora mismo. Esperaba el momento en el que uno de ellos finalmente la mataría.

Jeva se quedó muy confundida cuando no lo hicieron. En su lugar, el ruido de la sala disminuyó y la gente estaba frente a ella, mirándola. Uno a uno, se pusieron de rodillas y el Orador de los Muertos dio un paso adelante.

—Parece ser que iremos contigo a Haylon, hermana.

Jeva parpadeó.

—No lo… comprendo.

Entonces debería estar muerta. Los muertos le habían dicho que este era el sacrificio que querían.

—¿Has olvidado por completo nuestro modo de hacer? —dijo el sacerdote—. Nos has ofrecido una muerte que vale la pena tener. ¿Quiénes somos nosotros para discutir?

Entonces Jeva se arrodilló junto a los demás. No sabía qué decir. Esperaba la muerte y, en cambio, tenía la vida. Ahora, tenía que hacer que valiera la pena.

—Allá vamos, Thanos —prometió.

Vencedor, Derrotado, Hijo

Подняться наверх