Читать книгу Transmisión - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 12
CAPÍTULO CUATRO
Оглавление—Entonces —dijo Luna, mientras Kevin y ella se abrían camino por una de las rutas del área recreativa de Lafayette Reservoir, esquivando a los turistas y a las familias que estaban disfrutando del día—, ¿por qué me has estado evitando?
Sin duda Luna iba a ir directo al grano. Era una de las cosas que a Kevin le gustaban de ella. A ella no le gustaba gustarle a él. La gente siempre parecía darlo por sentado. Pensaban que porque era guapa, y rubia, y probablemente material de animadora, si no fuera porque ella pensaba que todo eso era estúpido, que evidentemente eran novios. Daban por sentado que así era cómo funcionaba el mundo.
No estaban juntos. Luna era, desde luego, su mejor amiga. La persona con la que pasaba más tiempo, fuera de la escuela. Probablemente la única persona en el mundo con la que podía hablar de absolutamente cualquier cosa.
Excepto, mira por dónde, esto.
—Yo no he… —Kevin se fue apagando ante la mirada fija de Luna. A ella se le daban bien las miradas. Kevin sospechaba que probablemente practicaba. Había visto a todo el mundo desde abusones hasta propietarios de tiendas maleducados echarse atrás por no mantenerle más la mirada. Ante aquella mirada fija, era imposible mentirle—. De acuerdo, sí, pero es difícil, Luna. Tengo algo… bueno, algo que no sé cómo contarte.
—Oye, no seas tonto —dijo Luna. Se encontró una lata de refresco abandonada y la iba chutando por el camino, pasándosela de un pie a otro con la habilidad que proporciona hacerlo muy a menudo—. Quiero decir, ¿tan malo es? ¿Vas a mudarte? ¿Vas a cambiar de escuela otra vez?
Tal vez notó algo en su gesto, pues se quedó callada durante unos segundos. Ese silencio tenía algo de frágil, como si los dos anduvieran de puntillas para no romperlo. Aun así, tenían que hacerlo. No podían seguir andando así para siempre.
—¿Entonces es malo? —dijo, mandando la lata a una papelera con un último golpe con el pie.
Kevin asintió. Malo era una buena palabra para ello.
—¿Cómo de malo?
—Malo —dijo él—. ¿El embalse?
El embalse era el lugar al que iban los dos cuando querían sentarse y hablar de cosas. Habían hablado de que a Billy Hames le gustaba Luna cuando tenían nueve años y de que el gato de Kevin, Tiger, se estaba muriendo cuando tenían diez. Nada de esto parecía una buena preparación para lo de ahora. Él no era un gato.
Se dirigieron hacia el borde del agua y miraron hacia los árboles del otro extremo, a la gente con sus canoas y sus botes a pedales en el embalse. Comparado con alguno de los sitios a los que iban, este era bonito. La gente daba por sentado que Kevin era el chico del lugar malo de la ciudad que llevaba por el mal camino a Luna, pero era ella la que tenía facilidad para saltar vallas y escalar por edificios abandonados, dejando a Kevin que la siguiera si podía. Aquí, no había nada de eso, solo agua y árboles.
—¿Qué pasa? —preguntó Luna. Se quitó de una patada los zapatos y dejó los pies colgando dentro del agua. A Kevin no le apetecía hacer lo mismo. Ahora mismo, deseaba correr, esconderse. Cualquier cosa para no tener que decirle la verdad. Le daba la sensación de que, cuanto más tiempo pudiera evitar decirle la verdad, más tiempo no sería realmente real.
—¿Kevin? —dijo Luna—. Ahora me estás preocupando. Mira, si no me dices qué es, voy a llamar a tu mamá y lo voy a saber de esta manera.
—No, no hagas eso —dijo Kevin rápidamente—. No estoy seguro de que… mamá lo esté llevando bien.
Luna parecía cada vez más preocupada.
—¿Qué pasa? ¿Está enferma? ¿Estás enfermo tú?
Kevin asintió a lo último.
—Yo estoy enfermo —dijo. Puso la mano sobre el hombro de Luna—. Tengo una cosa que se llama leucodistrofia. Me estoy muriendo, Luna.
Sabía que lo había dicho demasiado rápidamente. Algo así debería tener toda una preparación, un preámbulo adecuado, pero sinceramente, esa era la parte importante.
Ella lo miró fijamente, diciendo que no con la cabeza con evidente incredulidad.
—No, no puede ser, eso es…
Entonces ella lo abrazó, tan fuerte que Kevin apenas podía respirar.
—Dime que es una broma, dime que no es verdad.
—Ya me gustaría que no lo fuera —dijo Kevin. Ahora mismo, no había nada que deseara más que eso.
Luna se apartó y Kevin vio que hacía un gesto fuerte en un esfuerzo por no llorar. Normalmente, a Luna se le daba bien no llorar por las cosas. Sin embargo, ahora, él veía que ahora estaba haciendo un gran esfuerzo.
—Esto… ¿cuánto tiempo? —preguntó ella.
—Dijeron que quizás seis meses —dijo Kevin.
—Y eso ya fue hace días, o sea que ahora es menos —replicó Luna—. Y has tenido que enfrentarte a esto tú solo, y… —Se fue apagando hasta quedar en silencio cuando toda su gravedad la golpeó.
Kevin veía que miraba a la gente que había en el embalse, los observaba con sus pequeñas barcas y sus incursiones rápidas dentro del agua. Parecían muy felices allí. Los miraba fijamente como si fueran ellos la parte que no podía creer, no la enfermedad.
—No parece justo —dijo—. Toda esta gente, siguiendo como si el mundo fuera lo mismo, continuando con la diversión mientras tú te estás muriendo.
Kevin sonrió con tristeza.
—¿Y qué se supone que tenemos que hacer? ¿Decirles a todos que dejen de divertirse?
Se dio cuenta del peligro de decirlo un poco demasiado tarde cuando Luna se puso de pie de un salto y, con las manos ahuecadas alrededor de la boca, gritó todo lo fuerte que pudo.
—¡Eh, todos vosotros, tenéis que parar! ¡Mi amigo se está muriendo y os exijo que dejéis de divertiros inmediatamente!
Un par de personas echaron un vistazo, pero nadie se detuvo. Kevin sospechaba que no se trataba de eso. Luna se quedó quieta durante varios segundos y, esta vez, fue él el que la abrazó, sujetándola mientras lloraba. Era rareza suficiente que el mismo significado de la sorpresa mantuviera allí a Kevin. Que Luna gritara a la gente, que se comportara de un modo que nunca se esperaría de ella, era normal. Que Luna se derrumbara no lo era.
—¿Estás mejor? —le dijo él después de un rato—.
Ella negó con la cabeza.
—La verdad es que no. ¿Y tú?
—Bueno, está bien saber que hay alguien que pararía el mundo por mí —dijo él—. ¿Sabes la peor parte?
Luna consiguió sonreír de nuevo.
—¿No saber escribir lo que te está matando?
Kevin no pudo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa. Sin duda Luna sabía que él necesitaba que fuera la de siempre, la que le tomaba el pelo.
—Sí que sé, practiqué. Lo peor es que esto significa que nadie me cree cuando les digo que he visto cosas. Dicen que todo es solo por la enfermedad.
Luna inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Qué tipo de cosas?
Kevin le habló de los extraños paisajes que había visto, del fuego arrasándolos, de la sensación de cuenta atrás.
—Eso… —empezó Luna cuando él terminó. Pero parecía que no sabía cómo acabar.
—Ya sé, es una locura, estoy loco —dijo Kevin. Ni tan solo Luna le creía.
—No me has dejado acabar —dijo Luna, tomando aire—. Eso… mola mucho.
—¿Mola? —repitió Kevin. Esa no era la respuesta que esperaba, ni tan solo de ella—. Todos los demás piensan que estoy loco, o que se me está derritiendo el cerebro, o algo así.
—Todos los demás son imbéciles —declaró Luna, aunque, para ser justos, ese parecía ser una configuración suya por defecto para la vida. Según ella, todo el mundo era imbécil hasta que se demostrara lo contrario.
—O sea, ¿que me crees? —dijo Kevin. Incluso ni él estaba ya completamente seguro, después de todo lo que la gente le había dicho.
Luna lo cogió por los hombros, mirándolo directamente a los ojos. Si fuera otra chica, Kevin podría haber pensado que estaba a punto de darle un beso. Pero con Luna, no.
—Si tú me dices que estas visiones son reales, entonces son reales. Yo te creo. Y poder ver mundos extraterrestres está claro que mola.
Kevin abrió un poco más los ojos al oír eso.
—¿Por qué piensas que es un mundo extraterrestre?
Luna dio un paso atrás y encogió los hombros.
—¿Qué otra cosa va a ser?
Cuando se lo preguntó, Kevin tuvo la sensación de que estaba tan atónita con todo esto como lo estaba él. Solo que a ella se le daba mejor ocultarlo.
—Quizás … —supuso ella— …¿quizás todo esto ha cambiado tu cerebro, de manera que ahora tiene línea directa con un lugar extraterrestre?
Si Luna alguna vez conseguía algún superpoder, probablemente sería la habilidad de sacar grandes conclusiones rápidamente de un solo solo salto. A Kevin le gustaba eso de ella, especialmente cuando eso significaba que ella era la única persona que podría creerlo, pero aun así, daba la sensación de que era mucho, para decidirlo tan rápidamente.
—Sabes que suena a locura, ¿verdad? —dijo él.
—No es más locura que la idea que el mundo me va a arrebatar a mi amigo sin ninguna buena razón —replicó Luna, con los puños apretados de una manera que daba a entender que discutiría gustosamente sobre el tema. O tal vez los apretaba por el esfuerzo de no volver a llorar. Luna era propensa a enfadarse, o a hacer bromas, o a hacer locuras en lugar de estar molesta. Ahora mismo, Kevin no podía culparla.
Observó cómo bajaba de cualquier estado cercano al lloro en el que estuviera, quedándose poco a poco sin energía y forzando una sonrisa a cambio.
—O sea, una enfermedad terrible, visiones molonas de mundos extraterrestres… ¿hay algo más que no me hayas contado?
—Solo los números —dijo Kevin.
Luna lo miró evidentemente enojada.
—¿No pillas que aquí se suponía que no tenías que decir que sí?
—Quería contártelo todo —dijo Kevin, aunque imaginaba que ahora probablemente era un poco tarde—. Lo siento.
—Vale —dijo Luna. De nuevo, Kevin tuvo la sensación de que se estaba esforzando por procesarlo todo—. ¿Los números?
—También los veo —dijo Kevin. Los repetía de memoria—. 23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59
—Vale —dijo Luna. Frunció los labios—. Me pregunto qué querrán decir.
Parecía no ocurrírsele que no podrían no significar nada. A Kevin le encantaba eso de ella.
Sacó su teléfono.
—No puede ser para una matrícula y sería raro como contraseña. ¿Qué más?
Kevin no había pensado en ello, al menos no con la franqueza con la que Luna parecía estar poniendo en práctica con el problema.
—¿Tal vez como número de un artículo, un número de serie? —sugirió Kevin.
—Pero hay horas y minutos —dijo Luna. Parecía estar profundamente atrapada en el problema de lo que podría significar—. ¿Qué más?
—¿Tal vez una hora de entrega y una ubicación? —sugirió Kevin—. Esas segundas partes parecen ser coordenadas.
—No parece muy adecuado como referencia de un mapa —dijo Luna—. A lo mejor si lo busco en Google… oh, guay.
—¿Qué? —preguntó Kevin. Una mirada a la cara de Luna le dejó claro que habían dado en el clavo.
—Cuando escribes esa serie de números en un buscador, solo encuentras resultados sobre una cosa —dijo Luna. Hizo que sonara muy seguro. Giró su teléfono para mostrárselo, con las páginas colocadas en una clara fila—. El sistema estelar Trappist 1.
Kevin sentía que su emoción crecía. Aún más, notaba que crecía su esperanza. Esperanza de que esto realmente podría significar algo y que no era solo su enfermedad, a pesar de lo que dijeran. Esperanza de que realmente podría ser verdad.
—Pero ¿por qué iba a ver esos números? —preguntó él.
—¿Tal vez porque se cree que el sistema Trappist es uno de los que tienen la posibilidad de albergar vida? —dijo Luna—. Por lo que dice aquí, allí hay varios planetas en lo que se piensa que es una zona habitable.
Lo dijo como si fuera la cosa más evidente del mundo. La idea de que unos planetas podrían tener vida parecía demasiada coincidencia cuando Kevin, en efecto, había visto esa vida. O, por lo menos, había visto una vida extraña.
—Tienes que hablar de esto con alguien —declaró Luna—. Tú eres… algo así como la primera prueba de contacto extraterrestre. ¿Quiénes eran esa gente que buscaban extraterrestres, los científicos?
—¿SETI? —dijo Kevin.
—Esos son —dijo Luna—. ¿No tienen la base en San Francisco, o San José, o algo así?
Kevin no lo sabía, pero cuanto más pensaba en ello, más le tiraba la idea.
—Tienes que ir, Kevin —dijo Luna—. Por lo menos tienes que hablar con ellos.
***
—No —dijo su madre, dejando su café con tanta firmeza que se derramó—. ¡No, Kevin, de ninguna manera!
—Pero mamá…
—No voy a llevarte en coche hasta San Francisco para que molestes a una panda de chiflados —dijo su madre.
Kevin sujetó su teléfono en alto, mostrando la información sobe SETI que había en él.
—No están locos —dijo—. Son científicos.
—Los científicos también pueden estar locos —dijo su madre—. Y toda esta idea… Kevin, ¿no puedes aceptar sencillamente que estás viendo cosas que no existen?
Ese era el problema; lo más fácil sería aceptarlo. Sería fácil decirse a sí mismo que esto no era real, pero había algo que daba vueltas por su cerebro y que le decía que sería muy mala idea hacerlo. La cuenta atrás todavía continuaba, y Kevin sospechaba que tendría que hablar con alguien que lo creyera antes de que esta llegara a su fin.
—Mamá, los números que te dije que veía… resultaron ser la posición de un sistema estelar.
—Hay tantas estrellas por allí que estoy segura de que cualquier serie aleatoria de números conectaría con una de ellas —dijo su madre—. Pasaría lo mismo con la masa de la estrella o… o, no sé lo suficiente sobre las estrellas para saber qué más, pero algo sería.
—Yo no quiero decir eso —dijo Kevin—. Quiero decir que era exactamente lo mismo. Luna introdujo los números y el sistema Trappist 1 fue la primera cosa que salió. De hecho, la única cosa que salió.
—Tendría que haber imaginado que Luna estaría metida —dijo su madre con un suspiro—. Me encanta esa chica, pero la pierde que tiene demasiada imaginación.
—Por favor, mamá —dijo Kevin—. Esto es real.
Su madre estiró los brazos para ponerle las manos sobre los hombros. ¿Cuándo había empezado a tener que estirar los brazos para hacerlo?
—No lo es, Kevin. La Dra. Yalestrom dijo que tenías problemas para aceptar todo esto. Tienes que entender lo que está pasando y yo tengo que ayudarte a aceptarlo.
—Sé que me estoy muriendo, mamá –dijo Kevin. No debería haberlo dicho así, pues ya veía que a su madre le salían las lágrimas de los ojos.
—¿Ah, sí? Porque esto…
—Encontraré la manera de llegar hasta allí —prometió Kevin—. Cogeré un autobús si hace falta. Cogeré un tren hasta la ciudad y andaré. Por lo menos, tengo que hablar con ellos.
—¿Y que se rían de ti? —Su madre se apartó, sin mirarlo—. ¿Sabes que esto es lo que pasará, verdad, Kevin? Estoy intentando protegerte.
—Ya lo sé —dijo Kevin—. Y sé que seguramente se reirán de mí, pero por lo menos tengo que intentarlo, mamá. Tengo la sensación de que es realmente importante.
Quería decir más, pero no estaba seguro de que eso ayudara ahora mismo. Su madre estaba callada del modo que daba a entender que estaba pensando y, ahora mismo, eso era lo mejor que Kevin podía esperar. Continuó pensando, dando toquecitos con la mano sobre la encimera de la cocina, marcando el tiempo mientras se decidía.
Kevin oyó suspirar a su madre.
—Está bien —dijo—. Lo haré. Te llevaré, pero solo porque sospecho que, si no lo hago, recibiré una llamada de la policía para decirme que mi hijo se ha desmayado en un autobús en algún sitio.
—Gracias, mamá —dijo Kevin, adelantándose para abrazarla.
Sabía que ella realmente no le creía, pero de algún modo, eso hacía que la muestra de amor fuera aún más impresionante.