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CAPÍTULO CUATRO

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El príncipe Vars vació una jarra de ale, asegurándose de tener una buena vista de Lyril mientras lo hacía. Ella estaba sentada sobre su cama, aún desnuda, y observándolo con el mismo interés, con los moretones de la noche anterior apenas asomándose.

Como debería, pensó Vars. Después de todo, él era un príncipe de sangre, quizás no tan musculoso como su hermano mayor, pero a sus veintiún años aún era joven, aún apuesto. Ella debería mirarlo con interés, sumisión y quizás con miedo, si pudiese adivinar las cosas que él pensaba hacerle en ese momento.

No, por ahora era mejor no hacerlo. Ser violento con ella era una cosa, pero ella tenía la nobleza suficiente para que fuese importante. Sería mejor descargarse plenamente con alguien a quien nadie fuese a extrañar.

Por su parte, Lyril era muy hermosa, por supuesto, porque Vars no se acostaría con ella si no lo fuese: pelirroja y con la piel color crema, con buen cuerpo y ojos verdes. Era la hija mayor de un noble que se creía mercader, o un mercader que había comprado un título de nobleza, Vars no recordaba cuál de las dos, y tampoco le importaba. Ella era inferior a él, por lo que hacía lo que él le ordenaba. ¿Qué más necesitaba?

–¿Has visto suficiente, mi príncipe? —le preguntó ella.

Se levantó y caminó hacia él. A Vars le gustaba la forma en que ella lo hacía. Le gustaba la forma en que hacía muchas cosas.

–Mi padre quiere que vaya de caza con él mañana —dijo Vars.

–Podría cabalgar contigo —dijo Lyril—. Observarte y ofrecerte mis favores mientras cabalgas.

Vars se rió, y si eso la hería ¿a quién le importaba? Además, a esta altura Lyril ya debería estar acostumbrada. Habitualmente, se acostaba con mujeres por un tiempo hasta que se aburría de ellas, o ellas deambulaban a otra parte, o él las lastimaba demasiado y ellas huían. Lyril le había durado más que la mayoría, años, aunque obviamente había habido otras al mismo tiempo.

–¿Te avergüenza que te vean conmigo? —preguntó ella.

Vars se acercó a ella, deteniéndola con la mirada. En ese momento de temor, era tan hermosa como cualquier otra que él hubiese visto.

–Haré lo que me plazca —dijo Vars.

–Sí, mi príncipe —respondió ella, con otro temblor que hizo que los brazos de Vars se estremecieran de deseo.

–Eres tan bonita como cualquier otra mujer, y de cuna noble, y perfecta —dijo él.

–Entonces ¿por qué te está tomando tanto tiempo casarte conmigo? —Preguntó Lyril.

Era una vieja discusión.

Le había estado preguntando, insinuando y comentando desde que Vars tenía memoria.

Dio un paso adelante, rápido y brusco, y la tomó del cabello.

–¿Casarme contigo? ¿Por qué debería casarme contigo? ¿Crees que eres especial?

–Debo serlo —argumentó—. O un príncipe como tú nunca me hubiese querido.

En eso tenía razón.

–Muy pronto —dijo Vars, reprimiendo la ira súbita—. Cuando el momento sea apropiado.

–¿Y cuándo será apropiado? —exigió Lyril.

Se comenzó a vestir, y solo con verla hacerlo era suficiente para que Vars quisiera volver a desvestirla. Se acercó a ella y la besó profundamente.

–Pronto —prometió Vars, porque era fácil prometer—. Sin embargo, por ahora…

–Por ahora se supone que vayamos al banquete de tu padre para celebrar la llegada del prometido de tu hermana —dijo Lyril.

Permaneció pensativa por un momento.

–Me pregunto si será apuesto.

Vars la giró hacia él y la sujetó con fuerza entre sus brazos, haciendo que jadeara.

–¿No soy suficiente para ti?

–Suficiente y más que suficiente.

La trampa hizo gruñir a Vars. Luego encontró una petaca de vino y le dio unos sorbos mientras iba a vestirse. Se la ofreció a Lyril, quien también tomó unos tragos. Salieron y se dirigieron por los caminos zigzagueantes del castillo hacia el salón principal.

–Su alteza, señora mía —dijo un criado mientras ellos pasaban—, el banquete ya ha comenzado.

Vars atacó al hombre.

–¿Crees que necesito que me lo digas? ¿Crees que soy estúpido o que no tengo idea de la hora?

–No, mi príncipe, pero su padre…

–Mi padre estará ocupado con sus asuntos políticos o escuchando como Rodry se jacta de lo que sea que mi hermano haya hecho ahora —dijo Vars.

–Como usted diga, su alteza —dijo el hombre, y atinó a marcharse.

–Espera —dijo Lyril—. ¿Crees que puedes marcharte así como así? Deberías disculparte con el príncipe y conmigo por interrumpirnos.

–Sí, por supuesto —dijo el criado—. Estoy muy…

–Una verdadera disculpa —dijo Lyril— Arrodíllate.

El hombre vaciló por un momento, y Vars se lanzó de lleno.

–Hazlo.

El criado se puso de rodillas.

–Pido disculpas por haberlos interrumpido, su alteza, señora mía. No debí haberlo hecho.

Vars vio que Lyril sonreía.

–No —dijo ella—. Ahora vete, fuera de nuestra vista.

El criado salió prácticamente corriendo ante su orden, como un galgo detrás de un conejo. Vars se rio mientras se iba.

–A veces puedes ser deliciosamente cruel —dijo él.

Le gustaba eso de ella.

–Solo cuando es divertido —respondió Lyril.

Continuaron su camino hacia el banquete. Por supuesto que para cuando entraron estaba en pleno auge, todos tomaban y bailaban, comían y se divertían. Vars podía ver a su media-hermana al frente, el centro de atención junto con su futuro esposo. No entendía por qué la hija de la segunda esposa del rey justificaba tanta atención.

Ya era suficiente que Rodry estuviese allí con un grupo de jóvenes nobles en una esquina, admirándolo mientras él contaba historias de sus hazañas una y otra vez. ¿Por qué el destino había considerado conveniente que él fuese el mayor? Vars no le encontraba sentido cuando era obvio que Rodry era tan apropiado para su futuro rol de rey como él era para volar aleteando sus brazos demasiado musculosos.

–Por supuesto, una boda como esta ofrece posibilidades —dijo Lyril—Reúne a tantos lores y ladies

–Que luego podrán convertirse en nuestros amigos – dijo Vars.

Él entendía cómo funcionaba el juego.

–Por supuesto, es más fácil si uno conoce sus debilidades. ¿Sabías que el conde Durris allí tiene la debilidad de fumar ámbar de sangre?

–No lo sabía —dijo Lyril.

–Ni lo sabrá nadie más si él se acuerda que soy su amigo —dijo Vars.

Él y Lyril siguieron por la multitud, dejándose llevar lentamente en direcciones opuestas. La podía ver estudiando detenidamente a las mujeres, intentando decidir en todas las formas en que eran menos bonitos que ella, o más débiles, o simplemente no estaban a su nivel. Probablemente intentaba decidir también todas las ventajas que podía ganar con ellas. Había una frialdad en ese examen que a Vars le gustaba. Quizás era una de las razones por las que había estado con ella por tanto tiempo.

–Por supuesto, esa es otra razón para no participar de la cacería de mañana —dijo él—. Con todos los idiotas lejos puedo hacer lo que me plazca, quizás hasta pueda acomodar las cosas a mi favor.

–¿Escuché que alguien mencionaba la cacería?

La voz de su hermano era estridente y fanfarrona, como de costumbre. Vars se volteó hacia Rodry, con la risa forzada que había aprendido a utilizar durante gran parte de su niñez.

–Rodry, hermano —le dijo—. No me había dado cuenta de que había vuelto de…¿me repites a dónde fueron con mi padre?

Rodry se encogió de hombros.

–Podrías haber venido y haberlo descubierto.

–Ah, pero tú fuiste corriendo —dijo Vars— y eres el que a él le importa.

Si Rodry había captado la aspereza con que lo había dicho, no lo demostraba.

–Vamos —dijo Rodry, dándole una palmada en la espalda— Acompáñame a mí y a mis amigos.

Lo decía como si acompañar al puñado de tontos jóvenes que prácticamente lo adoraban como a un héroe fuese un gran obsequio, más que un horror por el que Vars hubiese pagado oro puro por evitar. Jugaban a ser como los Caballeros de la Espuela de su padre, pero ninguno de ellos había llegado a ser alguien hasta ahora. Su sonrisa se volvió más tensa mientras caminaba hacia el centro del grupo, y tomó un cáliz de vino para distraerse. En un breve instante  lo vació, así que tomó otro.

–Estamos hablando de todas nuestras cacerías —dijo Rodry—. Berwick dice que una vez derribó a un jabalí con una daga.

Uno de los jóvenes que estaba allí hizo una reverencia que hizo que Vars quisiera darle un golpe en la cabeza.

–Me corneó dos veces.

–Entonces quizás debiste usar una jabalina —dijo Vars.

–Mi jabalina se quebró en los campos de entrenamiento de la Casa de las Armas —dijo Berwick.

–¿Cuándo fue la última vez que pisaste los campos de entrenamiento, hermano? —Le preguntó Rodry, obviamente sabiendo la respuesta— ¿Cuándo te unirás a los caballeros, como lo hice yo?

–Yo entreno con la espada —dijo Vars, en un tono más defensivo del que hubiese debido—. Solo creo que hay cosas más útiles que hacer que pasar todo el día haciéndolo.

–O quizás no te guste la idea de enfrentarte  a un enemigo preparado para derribarte, ¿eh, hermano? —Dijo Rodry, dándole un golpecito en el hombro—. De la misma forma en que no te gusta salir a cazar, por si te llegara a pasar algo.

Él se rio, y lo más cruel era que su hermano probablemente no lo consideraba como un comentario hiriente. Rodry no era un hombre que fuese por el mundo con preocupaciones, después de todo.

–¿Estás diciendo que soy un cobarde, Rodry? —dijo Vars.

–Oh no —dijo Rodry—. Hay algunos hombres que están destinados a salir a pelear, y otros que es mejor que se queden en su casa, ¿verdad?

–Podría cazar si quisiera hacerlo —dijo Vars.

–Ah, ¡el caballero valiente! —Dijo Rodry, y eso produjo otra de esas carcajadas que nadie consideraría cruel excepto Vars—. ¡Bueno, entonces deberías venir con nosotros! Vamos a ir a la ciudad para asegurarnos de tener las armas que necesitamos para mañana.

–¿Y dejar el banquete? —Replicó Vars.

–El banquete durará días —le contestó Rodry—. Vamos, podemos elegirte una buena jabalina para que nos muestres cómo cazar un jabalí.

Vars deseó poder darse la vuelta, o aún mejor, estrellarle la cara a su hermano en la mesa más cercana. Quizás seguir estrellándola hasta que se hiciese añicos, y él quedara como el heredero que siempre debió haber sido. En cambio, él sabía que iba a tener que ir a la ciudad, cruzar los puentes, pero al menos allí podría encontrar a alguien en quien descargar su ira. Sí, Vars estaba esperando eso con ansias, y más que eso. Quizás incluso llegar a ser rey algún día.

Aunque por ahora, la parte de él que le gritaba que se mantuviese a salvo para evitar el peligro, le decía que no confrontara a su hermano. No, esperaría para eso.

Pero quien se cruzara en su camino en la ciudad, se las iba a pagar.

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