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Introducción

Un poema y el destape

Una mañana húmeda de agosto de 2016, la psicóloga y sexóloga Mirta Granero me recibió en su casa de Rosario para conversar sobre el auge de la sexología y los debates en torno a la educación sexual que tuvieron lugar con el regreso de la democracia en la década de los ochenta. Granero fue parte del grupo fundador de una de las primeras organizaciones dedicadas a promover la educación sexual en las escuelas y formar educadores sexuales en el país y, en 1983, del primer instituto creado fuera de Buenos Aires para capacitar sexólogos clínicos y tratar problemas y trastornos sexuales. Desde nuestro primer contacto, meses atrás, se había mostrado muy interesada en mi investigación sobre sexualidad en la transición democrática y ahora, generosamente, me abría las puertas de su archivo personal. Allí encontré materiales inesperados y maravillosos, de esos que aceleran el pulso de los historiadores y los hacen sentir que han encontrado un tesoro escondido. En una de esas tantas cajas, descubrí una copia mecanografiada de un hermoso poema de Josep-Vicent Marqués, “Una utopía razonable”. Marqués fue un sociólogo español especializado en sexología y tuvo un rol fundamental en la reconceptualización de la disciplina después del fin de la dictadura de Francisco Franco.[1]

Erotizar la vida.

Descentrar el coito del placer genital.

Reconstruir el coito como cópula.

Airear el sexo guardado en los genitales.

Honrar, sin embargo, tus genitales como una parte aceptada de tu cuerpo aceptado.

Desdramatizar los asuntos sexuales sin banalizarlos.

Aprender a jugar y aprender la importancia del juego.

Hacer el amor siempre que al menos dos personas quieran.

No hacer el amor cuando es otra cosa lo que se quiere hacer.

Hacerlo siempre con, nunca contra.

Separar el sexo de la procreación, pero también de la machada y la resignación, de la agresividad, la competencia o la compensación de agravios.

Saber “técnicas sexuales” pero haberlas olvidado como se olvidan los libros que se aprenden bien.

No hacer de la masturbación un sucedáneo del intercambio.

No hacer del intercambio un sucedáneo de la masturbación.

Dinamitar la edad, el tiempo usurpado por el patriarca.

Hacer en la cama un lugar al humor y a la ternura.

Probar a hacer el amor para conocerse, pero también probar a conocerse para hacer el amor.

Olvidar para siempre las inhibiciones y los récords.

No ser indiferentes al acostarse o no, sin encontrar angustia en ello.

Inventar por el camino un nuevo lenguaje para hablar de esto llanamente, sin la alternancia de la pomposidad y la burla.[2]

Granero me contó que ella y sus colegas sexólogos utilizaban el poema para iniciar la discusión entre los asistentes a los talleres de sexualidad que se popularizaron a mediados de los años ochenta. Yo no pensé mucho más en él hasta tiempo después cuando, organizando mis ideas y releyéndolo en voz alta, entendí la razón por la cual había sido un efectivo disparador del debate en esos talleres. Marqués separa el placer de la procreación, cuestiona la relación entre sexo, moralidad y deber, y relaciona el sexo con el bienestar, la satisfacción, la identidad, los derechos y la libre elección. El poema reflejaba perfectamente los nuevos significados y representaciones sobre la sexualidad que se estaban creando y circulando en el contexto de la democracia y que fueron los componentes centrales del “destape”, como llamaron los argentinos a la incomparable sexualización de la cultura y la sociedad después de 1983. Según la especialista en estudios culturales y medios de comunicación Feona Atwood, una “cultura sexualizada” es aquella que evidencia

una obsesión con los valores, prácticas e identidades sexuales; un cambio público hacia actitudes sexuales más permisivas; la proliferación de textos sexuales; la emergencia de nuevas formas de experiencia sexual; la ruptura aparente de reglas, categorías y regulaciones para mantener aquello considerado obsceno a raya; [y] un interés por escándalos, controversias y pánicos sexuales.[3]

El destape fue el fenómeno sociocultural más importante y explosivo que marcó el regreso de la democracia, una avalancha de imágenes y narrativas sexuales explícitas que apenas unos años atrás la dictadura militar habría considerado vulgares, inmorales, indecorosas y peligrosas. Hasta ahora, y tal como ha ocurrido en otras partes del mundo, las investigaciones sobre el proceso de redemocratización en la Argentina se han focalizado principalmente en la reconstrucción del espacio público, la reorganización del Estado, la irrupción de nuevos movimientos sociales y el resurgimiento de los partidos políticos y los sindicatos. Las cuestiones culturales, en cambio, han recibido mucha menos atención y la sexualidad ha sido casi completamente ignorada. Esta omisión en los estudios de las transiciones democráticas es asombrosa porque, como argumentan los expertos en sexualidad, la relación entre sexo y política es de vital importancia. Por ejemplo, en el contexto de la expansión del fascismo en Europa, según el psicoanalista austríaco Wilhelm Reich, considerado el padre intelectual de la revolución sexual, una sexualidad libre y dinámica era una condición esencial para la democracia; por el contrario, la represión sexual era el complemento ideal de la propagación y consolidación de ideologías totalitarias.[4]

El destape. La cultura sexual en la Argentina después de la dictadura es la primera historia del destape considerado no solo como un fenómeno mediático sino también como un profundo proceso de transformación de ideologías y prácticas sexuales. El destape, cuya influencia y legados perduran en la cultura argentina hasta hoy, se inició tímidamente en 1981 (con la dictadura debilitada pero aún en el poder) y alcanzó su apogeo entre 1983 y 1987. Hacia fines de la década, el escándalo y la novedad iniciales comenzaron a extinguirse. En tanto la primera historia de la sexualidad durante los años ochenta, este libro plantea una pregunta que los historiadores han ignorado: ¿cómo cambiaron la sexualidad y las representaciones y los discursos sexuales con el regreso de la democracia después de años de represión, censura y autoritarismo? Para responderla, este libro toma como punto de partida la idea de la antropóloga Gayle Rubin de que el sexo es siempre político pero que “hay períodos históricos en los cuales la sexualidad es cuestionada de manera más abrupta y es politizada de manera más abierta. En estos períodos, la vida erótica es, de hecho, renegociada”.[5] El destape considera la transición a la democracia en los años ochenta un ejemplo notable de un momento histórico único de renegociación erótica y propone examinar la compleja relación entre democracia, libertad y sexo.

Con el fin de la dictadura, el sexo y los desnudos saturaron todo tipo de publicaciones y el 15% de las revistas vendidas eran eróticas. Las películas porno soft encabezaron las listas anuales de las más taquilleras, las novelas eróticas y los manuales de sexología fueron los libros más vendidos, y el contenido erótico, el doble sentido y los desnudos inundaron los programas de televisión. La Argentina experimentó un exhibicionismo sexual sin precedentes, poniendo en escena y haciendo públicos imágenes y discursos que apenas unos años atrás habían sido censurados por obscenos.[6] El argumento principal de este libro es que el destape fue una transformación vasta y profunda que se manifestó no solo en la sexualización de los medios de comunicación y la cultura popular sino también en la forma en que los argentinos comprendían, discutían y vivían su sexualidad. Para demostrarlo, el libro examina el auge de la sexología y la terapia sexual, la campaña por la introducción de la educación sexual en las escuelas, la expansión de los servicios de planificación familiar y de instituciones dedicadas a la salud sexual y la centralidad de los derechos sexuales en la agenda de feministas y activistas gays y lesbianas.

Mientras en los años ochenta los argentinos usaban la palabra “destape” para referirse casi exclusivamente a la sexualización de los medios y la cultura, mi análisis propone una reconceptualización del término. Hubo, sin duda, un destape en las películas, los programas de televisión, las revistas y los periódicos, las obras de teatro, las publicidades gráficas y televisivas y la literatura, pero también hubo un destape de las mujeres, un destape feminista, un destape gay y un destape lésbico, así como un destape encabezado por sexólogos, educadores sexuales y expertos en salud sexual. Todos estos destapes surgieron en el mismo contexto político, social y cultural posdictadura pero tuvieron motivaciones y objetivos diferentes y participaron y se beneficiaron de la democracia de formas distintas. Juntas, estas diferentes manifestaciones del destape contribuyeron a revelar diversos aspectos de la cultura sexual argentina que estaban ocultos, reprimidos o velados. Y a pesar de semejanzas y coincidencias entre sí, cada destape lo hizo de una manera propia y distintiva. En consecuencia, mi análisis propone entender el destape como una manifestación comercial de la cultura de masas pero también como un proceso de descubrimiento y liberación sexual individual y colectivo y al mismo tiempo de denuncia social del sexismo, la homofobia y la injusticia sexual.

Este trabajo dialoga con una extensa y fascinante producción intelectual dedicada al estudio de la relación entre los medios de comunicación y la cultura sexual. Para el experto en comunicación Brian McNair, los medios son creadores, portadores y propagadores de ideologías sexuales. Por ejemplo, según la especialista en estudios sobre cine Linda Williams, el cine es un importante medio de educación sexual. Pero los medios también expresan y reflejan normas y conductas sexuales, tanto reales como ideales, presentes y relevantes para la sociedad. Para que el público responda favorablemente a los mensajes e imágenes sexuales transmitidas por los medios, sus deseos, creencias e identidades deben tener un rol preponderante.[7] El destape demuestra que los productos culturales influyen en la sexualidad a la vez que la reflejan, y que los consumidores tienen el poder de aceptar, rechazar y cambiar sus mensajes. Desde esta perspectiva, el destape se manifiesta como un proceso lleno de contradicciones en el que ideas nuevas y progresistas desafiaron el statu quo sexual y las ideologías de género reaccionarias, mientras ideas convencionales y retrógradas reforzaban la moral sexual tradicional. De hecho, este libro propone repensar si la omnipresencia del sexo en la cultura y en los medios generó, necesaria e incondicionalmente, una mayor libertad sexual para todos. Mi análisis revela que la abundancia de discursos e imágenes sexuales y de contenido más explícito en el regreso de la democracia quebró una cultura sexual monolítica pero también pregunta cómo y por qué ocurrió esa ruptura y qué tan profunda fue. Al contestar estas preguntas, el libro demuestra que ni el cambio de la cultura sexual ni sus resultados fueron mecánicos, predecibles u homogéneos.

El destape es una historia social y cultural de la sexualidad basada en una amplia variedad de voces: directores de cine, escritores, académicos, educadores, periodistas, terapeutas sexuales, médicos, activistas por los derechos de gays y lesbianas, feministas, telespectadores, lectores, expertos en planificación familiar y el Estado. También incorpora a la Iglesia católica y diversas instituciones católicas dado que fueron los opositores más acérrimos del destape. El análisis está construido sobre un conjunto amplísimo de fuentes primarias como revistas, películas, programas de televisión, publicidades, manuales y libros de sexología, novelas, encuestas, estadísticas y el archivo de la editorial Perfil, responsable de algunas de las publicaciones más icónicas del destape. Además, utiliza entrevistas orales con militantes feministas, sexólogos, periodistas y educadores sexuales así como sus archivos personales. Incluye asimismo, un extenso trabajo con boletines, investigaciones y documentos institucionales de organizaciones feministas, gays, lesbianas, sexológicas, católicas y del Episcopado Argentino. Para integrar de manera efectiva esta variedad de fuentes, este libro emplea herramientas metodológicas y teóricas de los estudios culturales, la teoría feminista, la historia oral y los estudios sobre cine y medios de comunicación.

De la dictadura a la democracia

Después de casi dos décadas en el exilio, Juan Domingo Perón regresó a la Argentina en 1973 para asumir la presidencia por tercera vez. La alta volatilidad social y política existente se incrementó con el creciente enfrentamiento entre la organización peronista Montoneros y los sectores peronistas de derecha comandados por el ministro de Bienestar Social y secretario privado de Perón, José Lopéz Rega, impulsor del grupo paramilitar Alianza Anticomunista Argentina o Triple A. Cuando Perón murió en 1974 y su viuda y vicepresidenta María Estela Martínez de Perón (conocida como Isabel Perón) asumió la presidencia, el país se sumergió en un profundo caos marcado por la falta de liderazgo político, la crisis económica y la ascendente violencia entre la derecha y la izquierda peronistas. En este contexto y comandado por el general Jorge Rafael Videla, un golpe de Estado militar derrocó a Isabel Perón el 24 de marzo de 1976 y estableció el Proceso de Reorganización Nacional con el objetivo de derrotar al movimiento revolucionario y defender los valores occidentales y cristianos.

Las Fuerzas Armadas prohibieron las actividades políticas y sindicales, ordenaron el cierre del Congreso nacional y de las legislaturas provinciales, removieron a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, proscribieron las huelgas y censuraron y silenciaron a los medios de comunicación, la cultura y la academia. El sector financiero, por su parte, se convirtió en el eje de la economía mientras los niveles de concentración económica aumentaron sustancialmente. Con el desmantelamiento de las tarifas aduaneras, la regulación del crédito y la imposición de nuevas tasas de interés y controles de cambio, muchos sectores de la industria no pudieron competir con los bienes importados y, en consecuencia, la producción disminuyó en un 20%. Asimismo, el crecimiento de la inflación y la recesión contribuyeron al desempleo y a la caída de los salarios reales. Pero la marca más indeleble de la dictadura militar fue su programa de represión despiadada, que no solo sumió a la sociedad argentina en un clima de fragmentación social, desconfianza y miedo sin precedentes sino que dejó el trágico legado de los desaparecidos.[8]

En 1982, la derrota argentina en la guerra de Malvinas contra Inglaterra –desencadenada con la invasión de las islas, ocupadas por los ingleses desde 1833, para ganar apoyo popular– los conflictos al interior de las Fuerzas Armadas y el agravamiento de la crisis económica precipitaron el comienzo del fin para el régimen. Una serie de huelgas generales, manifestaciones públicas de descontento y las denuncias por violaciones de los derechos humanos encabezadas por las Madres de Plaza de Mayo fueron también factores importantes en el debilitamiento de la dictadura. En este clima explosivo, los partidos políticos y las Fuerzas Armadas negociaron la convocatoria a elecciones para octubre de 1983 y Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la nación el 10 de diciembre de ese año. Alfonsín había sido el motor de la renovación de la Unión Cívica Radical, había criticado abiertamente a la dictadura e integrado la Asamblea Permanente de Derechos Humanos fundada en 1975. En calidad de abogado, asumió la defensa legal de prisioneros políticos y, como líder del partido, propuso un amplio programa de renovación social y estatal. Alfonsín hizo de la democracia el eje de su campaña electoral, y al asumir la presidencia la entendió como la herramienta para solucionar los innumerables y diversos problemas que afligían al país.[9]

El gobierno radical identificó a la modernización cultural, la participación política, la libertad de expresión, el pluralismo social y los derechos humanos como objetivos centrales para la reconstrucción democrática. Sin embargo, el camino hacia la recuperación política y económica y la sanación social estuvo plagado de innumerables obstáculos. Además de enfrentar una inflación incontrolable y el aumento de la deuda externa y el déficit fiscal, el gobierno sufrió la oposición de los líderes sindicales peronistas que luchaban en contra del deterioro del salario real, por la mejora de las condiciones de vida y por el control de los gremios. También sufrió la oposición, por un lado, de la Iglesia católica por temas como la ley de divorcio y el programa de secularización de la educación y, por otro, de los sectores empresariales por los intentos de control de precios, la tasa de cambio y las restricciones al crédito. A pesar de estas dificultades y conflictos, el gobierno no descuidó, inicialmente, su política de derechos humanos. En 1983, creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) para investigar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, y en 1985 el Juicio a las Juntas condenó a cinco de sus miembros. Sin embargo, la presión de las Fuerzas Armadas y los levantamientos militares carapintadas forzaron al gobierno a aprobar, a pesar de la resistencia ciudadana, la Ley de Punto Final, que en 1986 estableció el fin de las acciones legales por crímenes cometidos por la dictadura. Un año después, la Ley de Obediencia Debida determinó que los delitos –con excepción de la apropiación de niños y/o inmuebles– cometidos por miembros de las Fuerzas Armadas por debajo del rango de coronel no eran punibles, ya que los subordinados habían actuado bajo las órdenes de sus superiores.

Entre 1987 y 1989, los problemas del gobierno radical aumentaron exponencialmente: conflictos internos del partido, levantamientos militares y, en enero de 1989, el intento de ocupación del cuartel de La Tablada por parte de la organización política y guerrillera Movimiento Todos por la Patria. Ese mismo año, la imposibilidad del gobierno de pagar la deuda externa, la devaluación del peso que en febrero devoró los ahorros de los argentinos, la hiperinflación imparable y los saqueos de supermercados en mayo, que fueron duramente reprimidos, obligaron a Alfonsín a adelantar seis meses la fecha del traspaso de poder al nuevo gobierno encabezado por Carlos Menem.[10]

Cambio histórico, transición democrática y la historia de la sexualidad

El destape no es una historia comparativa de la sexualidad en la dictadura y en la democracia. Es, en cambio, una historia de la cultura sexual argentina que surgió en 1983 con la caída del régimen militar. La dictadura es clave para entender el destape de los ochenta porque es el contexto histórico inmediato que permite apreciar la naturaleza y el impacto de los cambios que ocurrieron después de su derrumbe. Es por ello que para situar al destape en perspectiva histórica, cada capítulo incorpora el análisis de diversos aspectos de los años sesenta y setenta. Sin embargo, el libro se enfoca en el destape, reafirma su especificidad histórica y lo identifica como un objeto de estudio particular y novedoso. Esta clarificación es importante porque el destape se encuentra en una posición inusual y un poco “incómoda” tanto en términos históricos como historiográficos: ocurrió durante el regreso de la democracia, un período abordado fundamentalmente desde la ciencia política, y está situado cronológicamente después de la dictadura militar, uno de los temas más estudiados de la historiografía argentina.

Aunque los estudios sobre la dictadura de los setenta comenzaron recién en la década de los noventa, el tema es el protagonista indiscutido del campo que la academia argentina llama “historia reciente”. Las investigaciones se han centrado principalmente en la violencia política, tanto por parte del Estado como de las fuerzas armadas revolucionarias.[11] En la última década, dicho campo ha incorporado el estudio de la memoria recuperando los recuerdos de militantes y combatientes de izquierda y, más recientemente, de ciudadanos sin afiliación o participación política con el objetivo de reconstruir la vida cotidiana bajo la dictadura. De este modo, los académicos comenzaron a estudiar la construcción de consenso después de un largo período centrado en el análisis de la represión.[12] Debido a la prominencia de estos temas de investigación, no existe todavía una historia de la sexualidad en la dictadura como un campo destacado y reconocible de la historia reciente, a pesar de algunos trabajos pioneros interesados en los medios de comunicación y la cultura, en las mujeres dentro de las organizaciones armadas y en la cultura gay durante los setenta. Esto me ha llevado a una reconstrucción minuciosa de diversos aspectos de la historia sexual de los años setenta para así poder contextualizar mi historia de la sexualidad en los ochenta.[13]

En los últimos años, los historiadores comenzaron a cuestionar la caracterización de la dictadura militar de los setenta como una excepción o una ruptura histórica, reconsiderando las continuidades entre el régimen militar y los períodos precedentes y subsiguientes. Todavía incipiente, este abordaje ha señalado la permanencia, durante los años setenta, de instituciones, herramientas y tecnocracias represivas que fueron legadas por gobiernos previos. Por otro lado, algunas investigaciones han indicado la subsistencia de esas instituciones, herramientas y tecnocracias, así como la supervivencia de valores autoritarios, después del retorno de la democracia.[14] Más allá de estos estudios principalmente interesados en la violencia política, la discusión acerca de otros cambios y continuidades sociales, culturales y políticos entre la dictadura y la democracia no es más que especulativa. Para poder establecer comparaciones efectivas que permitan llegar a conclusiones sólidas en materia de permanencias y transformaciones, se necesitan investigaciones profundas de los dos momentos históricos a comparar. La historiografía de los setenta intuye (en vez de probarlas con certeza) muchas continuidades con el período democrático siguiente porque simplemente no hay suficientes investigaciones históricas sobre la década de 1980. Como sostienen Marina Franco y Daniel Lvovich, los historiadores han retrocedido en el tiempo para situar la dictadura militar en un continuo histórico pero no han avanzado con la misma determinación sobre los años ochenta.[15]

El destape propone tácitamente preguntas sobre permanencias y cambios. En este sentido, un argumento importante es que el destape fue sinónimo de transformación. Durante la dictadura, los argentinos tenían sexo, hablaban de sexo y consumían productos culturales y mediáticos con contenido sexual diverso pero el sexo era social y culturalmente marginal, censurado, purgado y silenciado. Esto era consecuencia, en muchos casos, de una cultura sexual conservadora que precedía al régimen militar y que este adoptó y continuó como propia. En un contexto marcado por el miedo, la violencia y la incertidumbre, el sexo estaba imbuido de connotaciones negativas, alarmantes y oscuras o estaba ante todo asociado con responsabilidades políticas y sociales en detrimento de la subjetividad y el deseo. Para los adultos, el sexo era infantilizado y para los jóvenes era presentado como algo peligroso y vergonzoso. Para todos, pero en primer lugar para las mujeres, la sexualidad era objeto de control social, legal y cultural.

Por el contrario, con el regreso de la democracia, el fin de la censura y el nuevo clima de libertad, el sexo capturó la imaginación social y se convirtió en la estrella indiscutida de la cultura popular. Esta fue una transformación cuantitativa y cualitativa que tuvo importantes consecuencias sociales: el sexo estaba en todos lados, y la cultura y la sociedad experimentaron niveles de explicitud sexual sin precedentes. La nueva franqueza y liberalidad sexual invadieron los medios, las calles, las escuelas, los hospitales, los talleres feministas, los consultorios de los sexólogos, las marchas y los dormitorios. La sociedad se erotizó y la sexualidad, omnipresente, adquirió una diversidad de significados positivos relacionados con la ciudadanía, el progreso social, el desarrollo nacional y la modernidad. La democracia liberó imágenes y discursos sexuales, politizó la sexualidad e incentivó y enmarcó la lucha por los derechos sexuales de mujeres y minorías sexuales. Así, la cultura sexual posdictadura se transformó en una poderosa metáfora de la democracia y de la reconstrucción de la sociedad argentina. De hecho, al crear, expresar y debatir sus ideas sobre sexualidad, distintos sectores sociales propusieron diferentes visiones para una nueva sociedad democrática.

Si al término de la dictadura el destape aparece como una transformación explosiva, su originalidad y significancia son aún más notables cuando se lo considera parte de un continuo histórico más largo. La historiadora Isabella Cosse ha señalado que en la década del sesenta la Argentina experimentó “una revolución sexual discreta” que extendió la aceptación social de las relaciones sexuales prematrimoniales y cuestionó que la virginidad femenina fuera un requisito de respetabilidad y decencia. Pero el cambio fue discreto porque el sexo prematrimonial era aceptado solo como parte del cortejo y entendido como una expresión del amor, especialmente en el caso de las mujeres. En consecuencia, la “revolución” no separó la sexualidad de la domesticidad, de la responsabilidad ni del amor. De hecho, el amor se consideraba requisito y justificación del sexo, y el placer sexual rara vez era tema de discusión pública. Esta “revolución” prudente y moderada tampoco cuestionó la heterosexualidad, la familia nuclear, los desbalances de poder sexual entre hombres y mujeres o el sexismo. Dado el clima conservador y autoritario de los sesenta y setenta, durante gobiernos militares y democráticos, la “revolución sexual discreta” nunca se convirtió en “espectacular” ni hubo un cambio vasto o radical de valores y conductas sexuales. No fue hasta los años ochenta, con el regreso de la democracia, cuando el proceso de transformación iniciado dos décadas antes llegó de manera estridente a su punto culminante. Fue entonces cuando el destape trasladó la sexualidad del ámbito privado al público, colocándola en el epicentro del debate social y generando una renovación conceptual y estética de las formas de pensar, entender y hablar sobre sexo así como de las formas de vivirlo.[16]

Porque el destape está lleno de contradicciones y limitaciones, este libro no postula que haya sido una revolución sexual (aunque muchos contemporáneos así lo creyeron). Sin embargo, la centralidad del sexo en la sociedad y en la cultura de los años ochenta fue tan vehemente y sorprendente que el destape debe ser considerado como un fenómeno único de transformación original. Su singularidad y alcances son aún más importantes a la luz de la revolución sexual discreta de los años sesenta y, asimismo, de la hipocresía sexual, el puritanismo estatal y la censura de los setenta. Al repensar el lugar histórico del destape, este libro se relaciona con una nueva historia de la sexualidad que ha comenzado a cuestionar si la revolución sexual de los sesenta, asociada a hechos como las protestas de Stonewall en Nueva York en 1969 o el verano del amor en Inglaterra en 1967, es un modelo realmente representativo del cambio sexual fuera de los Estados Unidos y algunos países de Europa occidental. Este abordaje propone estudiar las transformaciones de diferentes culturas sexuales con una periodización más flexible y con mayor atención a las condiciones históricas locales. Nuevos estudios demuestran que, en muchas partes del mundo, renovaciones sexuales profundas ocurrieron después de los sesenta y que no fueron consecuencia de un cambio rápido y fulminante –como sugiere la idea de revolución–, sino el resultado de un proceso largo y gradual de modernización sexual. El destape reconsidera las condiciones históricas para que se diera el boom sexual argentino en la década del ochenta y, en consecuencia, contribuye a cuestionar, como hacen los nuevos abordajes historiográficos, las cronologías tradicionales de la historia sexual.[17]

Este libro también interviene en los estudios de la transición democrática –llamados “transitología”– abriendo un nuevo camino temático y metodológico en un campo principalmente dominado por la ciencia política. Por lo general, la periodización tradicional de la transición argentina incluye dos momentos: la etapa entre 1982 y 1983, la última fase de la dictadura militar que se abre con la derrota en la guerra de Malvinas, y el período entre 1983 y 1989, los años de la presidencia de Alfonsín.[18] Las investigaciones clásicas de los años ochenta y noventa estuvieron centradas fundamentalmente en diferenciar la transición de la “consolidación” de la democracia y en discutir las condiciones estructurales para el regreso al sistema democrático. Asimismo, estas investigaciones cuestionaron si en vez de una transición –un concepto que sugiere un proceso gradual asociado a las negociaciones entre las Fuerzas Armadas y los partidos políticos para acordar el fin del régimen– la Argentina no experimentó, en realidad, el derrumbe de la dictadura.[19] A la par de estos trabajos dedicados a la periodización, las tipologías, la construcción de modelos comparativos, el Estado y las élites políticas, nuevos enfoques surgieron en los noventa. Estos exploraron las prácticas electorales, la reconstrucción gubernamental, la reorganización de los partidos políticos, el surgimiento de organizaciones de derechos humanos y de nuevos movimientos sociales y el concepto de esfera pública (todos intereses temáticos que han caracterizado al campo hasta hoy).[20] Como los politólogos, los historiadores que en los últimos años han abordado la transición democrática también han favorecido el estudio de la política y un enfoque institucional –en muchos casos aplicados a contextos locales y regionales–, mientras que los aspectos sociales y culturales han sido, en gran parte, ignorados.[21]

Muy tempranamente, el cientista político Guillermo O’Donnell alertó sobre los límites de una mirada unilateral, manifestando que “el problema de la consolidación y la expansión de la democracia en la Argentina está tan relacionado con la sociedad como con el Estado y la macropolítica”.[22] Este libro amplía esa mirada desde la historia cultural y demuestra que –más allá de las elecciones, la restauración de los derechos políticos y civiles, y la reestructuración de las instituciones gubernamentales– los argentinos experimentaron y resignificaron la democracia a través de nuevas ideas sobre el sexo y de cambios en la expresión sexual. Al escribir cartas de lectores sobre sexualidad, enviar fotos y cuentos eróticos a semanarios para su publicación, comprar revistas eróticas, concurrir a terapia sexual, participar de talleres sexuales, denunciar la violencia sexual contra las mujeres, organizarse por el derecho al aborto, protestar contra la represión policial de la comunidad gay y hacer campañas para la introducción de la educación sexual en las escuelas, diferentes grupos de argentinos conectaron la sexualidad con principios democráticos como la participación, el activismo y la libertad de expresión.

Este libro enriquece nuestra comprensión de la transición democrática porque demuestra que, para los argentinos, la sexualidad en tanto discurso y en tanto práctica fue un ámbito donde la democracia se vivió y se disfrutó de una manera tan palpable como en las elecciones, las marchas y las protestas. En otras palabras, producir y consumir el destape en sus diferentes manifestaciones fue una forma concreta de participar en la democratización del país y redefinir la noción de ciudadanía.

Finalmente, este libro introduce nuevas preguntas y actores sociales a la historia de la sexualidad en América Latina en general y en la Argentina en particular, un campo difícil de categorizar por ser temática y metodológicamente heterogéneo y que incluye estudios sobre la prostitución, los derechos reproductivos, las políticas estatales y las minorías sexuales. En los últimos años, los investigadores de América Latina y la Argentina han comenzado a indagar la relación entre sexualidad, juventud y contracultura en los años sesenta, así como la relación entre cultura sexual y política, especialmente los intentos de las derechas y los movimientos revolucionarios de controlar la sexualidad.[23] En la Argentina, nuevos estudios indagan la sexualidad femenina en las organizaciones armadas y los crímenes sexuales de la dictadura.[24] El destape se centra en un tema y un período ignorado por los historiadores e introduce tópicos mayormente inexplorados en la historiografía latinoamericana y argentina, tales como la relación entre medios de comunicación y sexualidad, el porno soft, las historietas eróticas, la terapia sexual, los avisos personales y los talleres de sexualidad. El análisis demuestra que después de un período marcado por la brutalidad, el dolor y la muerte, la búsqueda del placer y la satisfacción personal fue un mecanismo central para la sanación individual y colectiva en democracia. Así, este libro examina aspectos poco explorados por la historia de la sexualidad en América Latina y la Argentina como el sexo recreacional, la pornografía, el erotismo y el deseo sexual. El libro también recupera figuras como la feminista María Elena Odonne, el militante por los derechos gays Carlos Jáuregui y la activista por los derechos lésbicos Ilse Fusková, quienes fueron claves en la redefinición de la cultura y la libertad sexual en los años ochenta. Asimismo, al explorar el rol de los derechos sexuales en la conceptualización de la ciudadanía y en el desarrollo nacional después de 1983, El destape expande la historia del feminismo, la militancia de las minorías sexuales, la salud reproductiva y la educación sexual.

Este libro

El libro es la versión traducida y revisada del original en inglés y está especialmente adaptado para el lector argentino. Para ajustarlo al formato de la colección, se han abreviado notas y discusiones teóricas, metodológicas e historiográficas.

El capítulo 1 examina las características y los fundamentos ideológicos de la censura y represión del contenido sexual en los medios de comunicación y la cultura durante la dictadura militar. Luego analiza el destape, sus rasgos distintivos y los significados que le atribuyeron sus contemporáneos. Así, demuestra que el destape fue para la Iglesia y los sectores ultracatólicos un símbolo de corrupción cultural, una fuente de perversión social y una grave amenaza para el orden moral pero que, para la mayoría de los argentinos, fue sinónimo de libertad, modernidad, expresión personal, plenitud, vida y democracia. De hecho, el destape permitió disfrutar de la democracia en hechos simples y cotidianos como comprar una revista erótica o ir al cine a ver una película antes prohibida. A su vez, en estas experiencias de la vida diaria, el público y los consumidores consolidaban la democracia y le demostraban abierta y entusiastamente su respaldo.

El capítulo 2 ofrece un análisis cultural de los discursos e imágenes del destape. Focalizado en la prensa escrita y el cine pero incorporando ejemplos de la televisión, la literatura, la publicidad, la radio, las historietas para adultos y el teatro, este capítulo demuestra que la hipersexualización de las mujeres, el uso de desnudos femeninos, la exaltación de modelos heteronormativos, el silenciamiento de la diversidad sexual y la representación de la violencia sexual fueron componentes fundamentales del destape. También analiza el surgimiento y auge de un activo foro sexual en la prensa gráfica: el público contestaba encuestas y enviaba cartas de lectores, fotografías y cuentos eróticos para su publicación. El argumento central del capítulo es que el destape mediático no fue ideológicamente consistente ni homogéneo, sino una combinación compleja y contradictoria de mensajes liberales y progresistas, por un lado, y nociones anacrónicas y reaccionarias, por otro. El destape combatió y reprodujo simultáneamente representaciones tradicionales de la sexualidad femenina. Además, estimuló un debate democrático sobre la heterosexualidad y la búsqueda del placer heterosexual pero ignoró el mismo tipo de diálogo en relación con las minorías sexuales. Y con idéntica lógica contradictoria, suprimió la discusión de la violencia sexual contra las mujeres durante la dictadura en los medios de comunicación pero la reflejó en el cine.

El capítulo 3 analiza las prácticas y las preocupaciones sexuales de los argentinos adultos en democracia, y el desarrollo y la consolidación institucional, social y cultural de la sexología clínica. El capítulo sostiene que el auge de la sexología, es decir, el surgimiento de expertos en sexualidad y el creciente acceso popular a información sexual y al tratamiento de problemas sexuales, fue un componente central del destape en los medios de comunicación. Asimismo, la sexología impulsó un verdadero destape heterosexual en dormitorios, consultorios médicos y talleres sexuales, sobre todo para las mujeres. La expansión de la información sexual disponible y la popularización de la terapia sexual fueron causa y efecto de la caída de los mecanismos represivos que consciente e inconscientemente, de manera individual y colectiva, habían restringido el deseo sexual en el pasado reciente. La sexología promovió de manera activa el “alfabetismo sexual” y legitimó la búsqueda del placer como el objetivo principal de la sexualidad. Esta ideología rechazó el énfasis en la sexualidad marital y con fines reproductivos promovido por la dictadura militar y la izquierda revolucionaria durante los años setenta.

El capítulo 4 examina las restricciones impuestas a las políticas de salud reproductiva en las décadas del sesenta y del setenta. En esos años la educación sexual en las escuelas fue suprimida y las actividades directa o indirectamente relacionadas con la planificación familiar fueron prohibidas por ley. El capítulo continúa con un análisis de los cambios en la sexualidad juvenil durante la dictadura y con el regreso de la democracia. Un aspecto central es el surgimiento de organizaciones no gubernamentales dedicadas a la salud reproductiva que impugnaron la idea, defendida por la dictadura y la Iglesia, de que la educación sexual y la anticoncepción eran amenazas al crecimiento demográfico, la moral y los derechos y la autoridad parental. El argumento principal es que, después de 1983, estos expertos y activistas definieron la planificación familiar y la educación sexual en la escuela como derechos humanos e instrumentos legítimos y efectivos para alcanzar el bienestar social e individual. Más aún, estos sectores propusieron la planificación familiar y la educación sexual en la escuela como herramientas esenciales en la construcción y consolidación del nuevo orden democrático. Mientras el destape en los medios estaba principalmente centrado en el placer, los especialistas en salud reproductiva abrieron un debate alternativo, enfocado en la salud pública, el progreso económico, la prosperidad personal y el desarrollo nacional.

El capítulo 5 investiga la intervención de las feministas y los militantes de la comunidad gay y lésbica en la discusión pública sobre sexualidad. Junto con otras organizaciones por los derechos humanos, los partidos políticos y diversas asociaciones ciudadanas, dichos grupos fueron actores históricos esenciales en la “resurrección de la sociedad civil” después de años de despolitización y atomización social.[25] Este capítulo demuestra que esos militantes no solo criticaron el destape comercial, sino que produjeron un destape propio. Feministas y activistas por los derechos de las minorías sexuales denunciaron la discriminación sexual y de género y el poder patriarcal; y al organizarse y ganar presencia y voz en la esfera pública –al destaparse, literalmente–, adquirieron niveles de visibilidad social sin precedentes. Con un lenguaje de derechos sexuales, estos grupos defendieron las identidades y prácticas no normativas, lucharon por la autodeterminación sexual y reproductiva y por la libertad sexual, denunciaron la violencia de género y cuestionaron el mandato social de la maternidad. En sus campañas por los derechos sexuales, los activistas redefinieron el concepto de ciudadanía y criticaron con firmeza la limitada inclusión de las mujeres y las minorías sexuales en la nueva democracia.

Para concluir, el epílogo examina brevemente los aspectos más relevantes de la cultura sexual en la Argentina actual y problematiza los legados históricos del destape.

Agradecimientos

Gracias sinceras a Luis María Aller Atucha, Alcira Bas, Mabel Bellucci, Oscar Blando, Gloria Bonder, Isabel Boschi, Dionisia Fontán, Luis Frontera, León Roberto Gindin, Adrián Sapetti, Graciela Sikos y Julia Pomies por contestar mis preguntas sobre sexología, educación sexual, arte, periodismo, feminismo, leyes y muchos otros temas. A Marcelo Raimon le estoy profundamente agradecida por darme acceso a su maravillosa colección de revistas del destape y por compartir conmigo su conocimiento y pasión sobre el tema. Sara Torres, Mirta Granero, María Luisa Lerer, Walter Barbato y Laura Caldiz se sentaron conmigo por horas para contestar mis preguntas sobre sexología, feminismo y educación sexual en repetidas oportunidades y me permitieron generosamente trabajar con sus archivos personales. ¡Muchas gracias!

A Jorge Fontevecchia le agradezco su predisposición para contarme la historia de Perfil y reflexionar sobre los medios de comunicación en los años ochenta y por brindarme acceso a los archivos de la editorial; a Adriana Lobazo por la coordinación de la entrevista y a Omar Arredondo por guiarme en mi búsqueda de materiales. Gracias a Maitena Burundarena por enseñarme sobre humor en la Argentina, y a Alicia Sanguinetti por compartir sus recuerdos de la fotógrafa Alicia D’Amico; también a María Laura Rosa por conversar acerca de sus imágenes. Con Julia Debernardi estoy en deuda por facilitarme su extensa colección de la revista Contribuciones y con Mabel Bianco por compartir generosamente el trabajo de su madre, la psicóloga y experta en educación sexual Liliana Pauluzzi. Gracias al Instituto de Estudios Jurídicos Sociales de la Mujer (Indeso Mujer) en Rosario y especialmente a Betiana Spadillero.

Quiero extender también mi agradecimiento a Jennifer Adair, Daniel Fridman, Susan Kellogg, Sarah Fishman, William Walker, Benjamin Cowan, Elizabeth Hutchison, María Elena de las Carreras y Antonius Robben por sus comentarios y sugerencias en distintos estadios del proyecto. Mil gracias a Daniel Fridman por ayudarme con materiales en la Universidad de Texas en Austin. A Catalina Trebisacce, Karin Grammático, Paula Torricella, Paula Bertúa, Lucía De Leone, Moira Soto, Elsa Meinardi, Daniel Jones, Mónica Gogna, Daniel Merle, Karina Felitti, Gloria Loresi, Mary Helen Spooner, Paulo Menotti y Bernardo Subercaseaux les agradezco por sus respuestas y recomendaciones cuando estaba en búsqueda de materiales bibliográficos y de archivo. Muchas gracias a Mario Pecheny y Santiago Joaquín Insausti por compartir sus trabajos y documentos.

En la Universidad de Houston, agradezco a Philip Howard, Anadeli Bencomo, Sarah Fishman y Catherine Patterson por guiarme y asistirme con la preparación de aplicaciones para becas para este proyecto. Agradezco especialmente al Departamento de Historia, al Programa de Estudios de Género, Mujer y Sexualidad, la Facultad de Artes y Ciencias Sociales y la Oficina del Rector de la universidad por la ayuda financiera que me posibilitó investigar y escribir este libro. Muchas gracias al personal de préstamos interbibliotecas de la Biblioteca M. D. Anderson de la universidad por ayudarme con materiales difíciles de conseguir.

Gracias a Carlos Díaz, Ana Galdeano y a todo el equipo editorial de Siglo XXI por su apoyo.

Desde un principio, mi esposo César Seveso fue un ferviente defensor de este proyecto y luego, el lector más crítico de los numerosos borradores. César me alentó cuando estaba insegura de cambiar el territorio conocido del peronismo clásico por la transición democrática de los años ochenta y me animó a confiar en mis instintos de que investigar y conceptualizar este libro iba a ser un desafío tan arduo como entretenido. Este libro es para César, por su optimismo y su apoyo siempre.

[1] Josep-Vicent Marqués, véase J. Fernández de Quero, “Josep-Vicent Marqués (In Memoriam”), Revista Sexpol, nº 83, julio-agosto de 2008, p. 3.

[2] Josep-Vicent Marqués, “Sexualidad: represión, deformación y liberación”, El Viejo Topo, 5, febrero de 1977, p. 28.

[3] Feona Attwood, “Sexed Up: Theorizing the Sexualization of Culture”, Sexualities 9, nº 1, 2006, p. 78.

[4] Robert Corrington, Wilhelm Reich: Psychoanalyst and Radical Naturalist, Nueva York, Farrar, Straus & Giroux, 2003.

[5] Gayle Rubin, “Thinking Sex: Notes for a Radical Theory of the Politics of Sexuality”, en Henry Abelove, Michele Barale y David Halperin (comps.), The Lesbian and Gay Studies Reader, Nueva York, Routledge, 1993, p. 4.

[6] Linda Williams, Screening Sex, Durham, Duke University Press, 2008, p. 7; y Hard Core: Power, Pleasure, and the “Frenzy of the Visible”, Durham, Duke University Press, 1999, p. 282.

[7] Brian McNair, Striptease Culture: Sex, Media and the Democratisation of Desire, Nueva York, Routledge, 2009, pp. 111-112 [ed. cast.: La cultura del striptease: sexo, medios y liberalización del deseo, Barcelona, Océano, 2005]. Véase también Eric Schaefer (comp.), Sex Scene: Media and the Sexual Revolution, Durham, Duke University Press, 2014.

[8] Marcos Novaro y Vicente Palermo, La dictadura militar, 1976/1983. Del golpe de Estado a la restauración democrática, Buenos Aires, Paidós, 2003.

[9] Roberto Gargarella, María Victoria Murillo y Mario Pecheny (comps.), Discutir Alfonsín, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010.

[10] Luis Alberto Romero, A History of Argentina in the Twentieth Century, University Park, Pennsylvania State University Press, 2006, pp. 215-284 [ed. cast. definitiva: Breve historia contemporánea de la Argentina, 1916-2016, Buenos Aires, FCE, 2017] y Juan Suriano (comp.), Nueva Historia Argentina. Dictadura y democracia, 1976-2001, Buenos Aires, Sudamericana, 2005.

[11] Un análisis exhaustivo de la historiografía de la dictadura en este espacio es imposible. Para un estado de la cuestión, véase Marina Franco y Daniel Lvovich, “Historia reciente: apuntes sobre un campo de investigación en expansión”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, nº 47, 2017, pp. 190-217.

[12] Véase, por ejemplo, Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002; Emilio Crenzel, La historia política del Nunca Más. La memoria de las desapariciones en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; Sebastián Carassai, The Argentine Silent Majority: Middle Classes, Politics, Violence, and Memory in the Seventies, Durham, Duke University Press, 2014 [ed. cast.: Los años setenta de la gente común, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013]; James Brennan, Argentina’s Missing Bones: Revisiting the History of the Dirty War, Los Ángeles, University of California Press, 2018 y Antonius C. G. M. Robben, Argentina Betrayed: Memory, Mourning, and Accountability, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 2018.

[13] Por ejemplo, Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli, Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura, Buenos Aires, Sudamericana, 2001; Paola Martínez, Género, política y revolución en los años setenta. Las mujeres del PRT-ERP, Buenos Aires, Imago Mundi, 2009; Débora D’Antonio (comp.), Deseo y represión. Sexualidad, género y Estado en la historia argentina reciente, Buenos Aires, Imago Mundi, 2015; Alejandra Oberti, Las revolucionarias. Militancia, vida cotidiana y afectividad en los setenta, Buenos Aires, Edhasa, 2015. Dos trabajos sobre la dictadura que incorporan un análisis comprensivo del rol de la sexualidad son: Frank Graziano, Divine Violence: Spectacle, Psychosexuality and Radical Christianity in the Argentine “Dirty War”, Boulder, Westview Press, 1992, y Diana Taylor, Disappearing Acts: Spectacles of Gender and Nationalism in Argentina’s Dirty War, Durham, Duke University Press, 1997.

[14] Véanse, por ejemplo, Claudia Feld y Marina Franco (comps.), Democracia, Hora Cero. Actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura, Buenos Aires, FCE, 2015 y Paula Canelo, La política secreta de la última dictadura argentina,1976-1983. A 40 años del golpe, Buenos Aires, Edhasa, 2016.

[15] Franco y Lvovich, “Historia reciente”, cit., p. 205.

[16] Isabella Cosse, Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010.

[17] Para un ejemplo de este abordaje, véase Gert Hekma y Alain Giami (comps.), Sexual Revolutions, Nueva York, Palgrave Macmilan, 2014.

[18] Cecilia Lesgart, Usos de la transición a la democracia. Ensayo, ciencia y política en la década del ochenta, Rosario, Homo Sapiens, 2003.

[19] Ejemplos emblemáticos de estos estudios son Guillermo O’Donnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead (comps.), Transitions from Authoritarian Rule: Prospects for Democracy, Baltimore, John Hopkins University Press, 1986 [ed. cast.: Transiciones desde un gobierno autoritario, 4 vols., Buenos Aires, Paidós, 1994]; José Nun y Juan Carlos Portantiero (comps.), Ensayos sobre la transición a la democracia en Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987.

[20] Véanse, por ejemplo, Sergio Emiliozzi, Mario Pecheny y Martín Unzué (comps.), La dinámica de la democracia. Representación, instituciones y ciudadanía en Argentina, Buenos Aires, Prometeo, 2007; Ricardo Lorenzetti y Alfredo Kraut, Derechos Humanos. Justicia y reparación, Buenos Aires, Sudamericana, 2011. Una excepción es Mala Htun, Sex and the State: Abortion, Divorce, and Family under Latin American Dictatorships and Democracy, Nueva York, Cambridge University Press, 2003 [ed. cast.: Sexo y Estado: aborto, divorcio y familia bajo dictaduras y democracias en América Latina, Santiago de Chile, Universidad Diego Portales, 2010].

[21] Véanse, por ejemplo, Alfredo Raúl Pucciarelli (comp.), Los años de Alfonsín ¿El poder de la democracia o la democracia del poder?, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006 y Marcela Ferrari y Mónica Gordillo (comps.), La reconstrucción democrática en clave provincial, Rosario, Prohistoria, 2015.

[22] Guillermo O’Donnell, Counterpoints: Selected Essays on Authoritarianism and Democratization, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1999, p. 58 [ed. cast.: Contrapuntos: ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, Buenos Aires, Paidós, 1997].

[23] Véanse, por ejemplo, Valeria Manzano, The Age of Youth in Argentina: Culture, Politics, and Sexuality from Perón to Videla, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2014 [ed. cast.: La era de la juventud en la Argentina. Cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla, Buenos Aires, FCE, 2018]; Cosse, Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta, ob. cit. Para ejemplos de este enfoque en otros países de América Latina, véanse Carrie Hamilton, Sexual Revolutions in Cuba, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2012 y Benjamin Cowan, Securing Sex: Morality and Repression in the Making of Cold War Brazil, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2016.

[24] Sobre sexualidad y la izquierda revolucionaria en la Argentina véase, por ejemplo, Martínez, Género, política y revolución en los años setenta, ob. cit.; Oberti, Las revolucionarias, ob. cit.; Andrea Andújar, Débora D’Antonio, Fernanda Gil Lozano, Karin Grammático y María Laura Rosa (comps.), De minifaldas, militancias y revoluciones. Exploraciones sobre los setenta en la Argentina, Buenos Aires, Luxemburg, 2009. Sobre los crímenes sexuales de la dictadura véanse, por ejemplo, Miriam Lewin y Olga Wornat, Putas y guerrilleras, Buenos Aires, Planeta, 2014; Barbara Sutton, Surviving State Terror: Women’s Testimonies of Repression and Resistance in Argentina, Nueva York, New York University Press, 2018; María Sonderéguer (comp.), Género y poder. Violencias de género en contextos de represión política y conflictos armados, Bernal, UNQ, 2012.

[25] Guillermo O’Donnell y Philippe Schmitter, “Resurrecting Civil Society”, en O’Donnell, Schmitter y Whitehead, Transitions from Authoritarian Rule, ob. cit., pp. 48-56.

El destape

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