Читать книгу Sociología y ciencia ficción: Imaginar el futuro - Nelson Arteaga Botello - Страница 5
ОглавлениеIntroducción: Vigilancia y otredad
El escritor estadounidense Philip K. Dick (1928-1982) ha sido reconocido en el mundo de la literatura mundial como uno de los narradores de novelas y cuentos de ciencia ficción más importantes y revolucionarios del siglo xx. Link (2010) sugiere que la reciente publicación —de la Library of America—[1] de algunas de sus novelas más importantes significa que este autor ha logrado hacerse ya de un lugar en el panteón de los grandes escritores de los Estados Unidos, un hecho significativo si se considera que, por mucho tiempo, tuvo dificultades para que las editoriales publicaran su trabajo. El reconocimiento y el interés por el trabajo literario de Dick ha impulsado la traducción intensiva de sus novelas y cuentos a idiomas como el búlgaro, portugués, hebreo, checo, fines, alemán, griego, húngaro, coreano, japonés, persa, polaco, ruso, turco e italiano, entre otros. En el caso particular de la traducción de su obra al castellano, es evidente que dichas traducciones se han incrementado sensiblemente en los últimos diez años. De esta manera se podría decir que las novelas y cuentos del escritor estadounidense han alcanzado, hoy en día, una amplia difusión a escala global.
Sin duda, la película Blade Runner —dirigida por Ridley Scott en la década de los ochenta del siglo pasado— jugó un papel importante en la difusión de la obra de Dick. El filme se inspiró en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? —publicada originalmente en 1968— y, para muchos, dicha adaptación cinematográfica resultó con el tiempo un incentivo para que otros productores y directores de cine (no necesariamente todos de Hollywood) se interesaran por llevar a la pantalla otros universos imaginados del novelista estadounidense.[2] Blade Runner generó, además, una atracción creciente para la investigación en ciencias sociales y humanidades, sobre todo en disciplinas como la ciencia política, la sociología, la filosofía e, incluso, la antropología. Una de las razones por las que es atractiva la obra de Dick estriba en el hecho de que sus escenarios futuristas traen a cuenta un conjunto de temas que resultan claves para entender el presente tales como el sentido de lo humano, la entropía de los mundos sociales y sus objetos, la guerra, los poderes políticos y la evolución humana. Sin embargo, destaca de manera particular el tratamiento de los rostros de la otredad que se construyen a través de distintos dispositivos electrónicos y tecnológicos de vigilancia: individuos y grupos que, por su condición humana o no humana, por su lenguaje, sus deseos, color de piel o situación geográfica, son controlados, excluidos y, en caso extremo, exterminados. Con todo, los mundos que imagina no solo son opresivos y asfixiantes, como aquellos que pueden encontrarse en las distopías futuristas de inspiración orwelliana. El presupuesto central de este libro es que las obras literarias de Dick permiten encontrar también cómo los dispositivos electrónicos sirven para que los grupos dominados resistan y defiendan su individualidad y libertad, así como formas alternativas de solidaridad institucional y cohesión social.
Para desarrollar este presupuesto se busca alcanzar dos objetivos. El primero, analizar el trabajo de este escritor, ya que permite dar cuenta de la articulación y confrontación entre los códigos civiles y no civiles, entre los valores y principios tanto democráticos como no democráticos.[3] En otros términos, opera de manera narrativa modelos de sociedad caracterizados por funcionar como maquinarias de opresión, dominio y sojuzgamiento social por poderes políticos absolutos. Al crear estos ambientes opresivos, algunos de los protagonistas de las novelas imaginan y sostienen valores críticos que consideran humanamente valiosos tales como la libertad individual y colectiva. Estos son valores civiles —en la medida en que están inspirados en ciertos referentes democráticos— que se caracterizan por estar ligados a la autonomía, la libertad y la solidaridad humana con miras a generar procesos de inclusión, equidad e igualdad social; en tanto que los códigos no civiles —vinculados a los mecanismos autoritarios de control y sujeción—, se distinguen porque generan procesos de heteronomía, dominación y coerción social con miras a producir estructuras de desigualdad e inequidad social.[4]
El segundo objetivo del libro es analizar cómo esa articulación y confrontación de valores y principios han sido interpretadas en distintos dramas fílmicos, tanto cinematográficos como televisivos. En otras palabras, interesa aquí dar cuenta de la puesta en escena que se ha hecho del trabajo de Dick con el fin de traducir visualmente —en representaciones dramáticas— a los protagonistas, antagonistas, escenarios y guiones de las novelas y cuentos del escritor estadounidense con el fin de que su narrativa literaria camine y hable frente a distintos auditorios. Sin embargo, aquí no interesa examinar si dichos dramas logran interpretar de forma correcta o no la obra literaria, sino comprenderlos como procesos a través de los cuales se interpreta y construye una imagen de los escenarios futuristas y ucrónicos que imaginó el escritor estadounidense. Siguiendo a André Bazin (1967), cuando una novela se transforma en imagen se coloca en una esfera distinta de la literatura, la imagen adquiere un cierto aire más “realista” que el texto escrito, en la medida en que las formas visuales del filme proyectan al espectador una cierta “ontología de realismo” sobre lo que ve. Así, cada imagen que aparece en el cine o la televisión puede ser recibida con la convicción de que eso que sucede en la pantalla es un acontecimiento “verdadero” —aunque obviamente de manera dramáticamente diferente que los hechos que suceden en la vida real—.
No obstante, hay que aclarar que no se pretende llevar a cabo una revisión del conjunto de la obra de Dick, ni mucho menos una investigación del universo de dramas fílmicos que su trabajo ha estimulado. Se analizan las novelas del autor estadounidense, así como las producciones cinematográficas y series televisivas que ha inspirado, donde se definen diferentes tipos de otredades a partir de distintos dispositivos de vigilancia. Estos Otros pueden ser androides, humanos y espacios de colonización. En otras palabras, el libro se orienta a explorar los escenarios de ficción en los que aparecen mecanismos de recolección sistemática de información con el fin de influir, por acción u omisión, en la vida de personas y grupos. Precisamente la recolección de información garantiza establecer perfiles, tipos y categorizaciones para clasificar personas y grupos con el fin de incluirlos o excluirlos de la vida social. Así, se trata, por un lado, de observar cómo estos dispositivos favorecen la operación de modos específicos de dominación y control social, y, por otro lado, de entender la forma en que dichos dispositivos generan procesos de autonomía, así como de libertad individual y colectiva. Si hay algo que distingue las historias de ciencia ficción de Dick de las de sus contemporáneos en el género literario es que, si bien la vigilancia permite la gestión de grupos específicos de la sociedad —a veces humanos, otras veces no humanos—, también hace posible que dichos grupos resistan, se rebelen y, en algunas ocasiones, creen mecanismos de solidaridad y cohesión social. En otras palabras, la vigilancia posibilita que aquellos considerados como los Otros exijan su inclusión en la vida social, que puedan demandar que la solidaridad y las membresías de inclusión social se extienda hasta ellos. De esta forma la vigilancia no solo es un instrumento en manos de quienes dominan, también es desplegada por los grupos que buscan reducir sus márgenes de exclusión social. Esta idea ha sido desarrollada posteriormente desde la sociología cuando se advierte que la vigilancia no puede verse únicamente como un mecanismo coercitivo y amenazante, sino que también protege y cuida (Lyon, 1994; Weller, 2012). Este carácter dual de la vigilancia es independiente del tamaño de la información que maneja, de su grado de centralización, de la rapidez con la que viaja la información recolectada y procesada, del número de contactos con otros sistemas de vigilancia, así como del tipo de grupos a los que se vigila. Si la vigilancia produce lógicas de cohesión, ello se debe a que es un proceso de comunicación moral que genera solidaridad social, “el cual es literalmente dado, y no el resultado de fuerzas del mercado o luchas políticas (Lyon, 1994, p. 222).
En este sentido este libro se inscribe en la línea de la sociología cultural que considera que la cultura debe ser abordada como una esfera que posee autonomía con respecto de otras esferas de la vida social —tales como la economía, la política y la estructura social— y que además tiene efectos de causalidad sobre ellas (Alexander, 2019). Por tanto, no es un trabajo de sociología de la cultura, no se asume el presupuesto de que el mundo de los símbolos y sus significados —así como los sentidos que produce— son variables dependientes de una supuesta vida material más objetiva y, por ende, más real. La sociología cultural tiene implicaciones relevantes para examinar los sistemas sociales y sus partes. La acción colectiva y la institucional expresan la presencia de una red de códigos, narrativas y símbolos que se encuentran en el fondo de la sociedad y que permiten la cohesión de esta última.
La propuesta de sociología cultural retoma de manera consecuente las reflexiones de Durkheim sobre la sociología de la religión para señalar la forma en que los individuos y colectivos mantienen la división del mundo entre espacios sagrados y profanos, incluso en las sociedades modernas. Por otro lado, se retoma de Weber el peso que tiene la definición del bien y el mal social en la concepción de lo justo y lo injusto en las sociedades contemporáneas. Para la sociología cultural estos son temas centrales que se encuentran pautados en las sociedades democráticas por las disputas que se dan en la esfera civil: ese campo en el que se sostienen de forma crítica e integrada las inspiraciones y capacidades universales de solidaridad y pertenencia, así como los procesos emocionales derivados de la conexión de las personas en colectividad.
Ciencia ficción, sociología cultural y esfera civil
A diferencia de las perspectivas inspiradas en el modelo hobbesiano que consideran que la sociedad es una lucha permanente del hombre contra el hombre para satisfacer sus intereses egoístas, los padres fundadores de la sociología apostaron por considerar que la sociedad mantenía su unidad gracias a principios morales de solidaridad y autoridad. Son precisamente los ideales y los valores morales que las sociedades juzgan relevantes y centrales para su sostenimiento los que crean los vínculos emocionales y afectivos que dan forma a dichos lazos de solidaridad. Sin embargo, los actores y grupos sociales someten sus referentes morales a crítica e interpretación de forma constante, alterando con ello su sentido en el tiempo. Así, la solidaridad en la esfera civil se produce en ese mundo de valores e instituciones que “genera la capacidad de crítica social e integración democrática al mismo tiempo” (Alexander, 2006, p. 4). Explora cómo se construye y se define, por un lado, la solidaridad democrática, con sus disputas internas sobre el tipo de inclusión y membresía social que debe ser considerada justa y legítima, y, por otro, de qué manera esa solidaridad se desarrolla en un contexto donde prevalecen lógicas autoritarias de cohesión e integración social.[5]
En la esfera civil la construcción de la solidaridad se define por el entrelazamiento tirante entre las demandas particularistas que reclaman los actores sociales y las obligaciones colectivas de universalidad. La esfera civil es un concepto que permite comprender la tensa relación que se produce entre los referentes universales de inclusión y solidaridad y las demandas específicas de los distintos grupos sociales (Alexander, 2006). Como sugiere Junker y Chan (2019), esto significa que, por un lado, la solidaridad refiere a un conjunto universal de ideales sobre la libertad, los derechos y la civilidad, y, por otro, a las identidades particularistas comúnmente compartidas por ciertos grupos como el territorio, el lugar de nacimiento, el lenguaje o un conjunto de atribuciones que se consideran esenciales para garantizar la reproducción de la vida social.
Una relación con estas características provoca repetidos desacuerdos sobre las demandas de inclusión y membresía social. Los desacuerdos se cristalizan en los medios de comunicación y en las encuestas e irrumpen en la escena pública muchas veces como movimientos sociales o contra estos. Para dirimir tales desacuerdos, se llevan a cabo votaciones, resoluciones jurídicas o se implementan cambios institucionales. Pero más allá de dar cuenta de la forma en que se resuelve la tensión, la solución es siempre parcial para unos e incompleta para otros. En la medida en que los actores tienen distintas interpretaciones sobre cómo debe cristalizarse la solidaridad social, expresan reiteradamente su desacuerdo acerca de la articulación de las demandas individuales y las obligaciones colectivas. Por su puesto, esta lógica contradicción entre universal y particular que define la solidaridad social resulta imposible de solucionar en un solo sentido y de manera definitiva.
Siguiendo a Alexander (2006), la esfera civil opera con sus propios códigos culturales e institucionales de solidaridad y conflicto. Los códigos culturales proporcionan las formas de clasificación social a través de los cuales los actores juzgan y determinan la pureza o impureza de sus acciones y la de los otros, y a partir de dicha tipificación se definen los criterios de solidaridad, de inclusión y de exclusión social. Por su parte, los códigos institucionales se cristalizan espacial y temporalmente en formas comunicativas y regulativas. Las instituciones comunicativas reflejan y difunden —como sugieren Kivisto y Sciortino (2015)— las posturas, pasiones e intereses de quienes se asumen como parte de una sociedad o forman una red de actores que hablan en nombre de la sociedad, hacia la sociedad y como sociedad. Entre estas instituciones están los medios de comunicación, las asociaciones voluntarias y los movimientos sociales. Las instituciones regulativas son aquellas que ante el reclamo social de solidaridad poseen el derecho a tomar decisiones vinculantes, como sucede con los cargos electivos y tribunales. Existen otras esferas que bordean la esfera civil y que tienen sus propias lógicas de solidaridad y cohesión, apelando a valores no universales, a mundos morales particulares y sectoriales que legitiman sus propias estructuras jerárquicas. El Estado, la economía, la familia o la religión son un ejemplo de esferas no civiles. El Estado es una organización burocrática impersonal que ejerce control social a través de órdenes y principios de autoridad y fuerza. El mundo de la economía opera a partir de la productividad, el interés y la ganancia. La familia, por su parte, está ligada en su interior por lazos afectivos, pero depende de la potestad y la deferencia, no de la crítica. La religión, por otro lado, genera lazos de comunicación y solidaridad en función de una autoridad que media la relación entre los creyentes y Dios. Cada una de estas esferas no civiles establece relaciones de frontera, que constantemente se reescriben y desplazan, con la esfera civil.[6] Al comprender dichas relaciones de frontera que tiene con otras esferas —sobre todo en contextos autoritarios— se pretende entender de qué manera la vigilancia se articula o confronta ciertos valores y principios categorizados en la sociedad como civiles y democráticos con otros juzgados anticiviles o no democráticos.[7]
Los objetivos y las acciones estratégicas que definen la acción de cualquier actor no solo están motivados y definidos por su interés particular o la ambición por el poder. El mundo está enmarcado y comprometido con códigos culturales, de tal suerte que el poder “es también un medio de comunicación, y no simplemente una meta de una acción interesada o un medio de coerción. Tiene un código simbólico, y no solo una base material” (Alexander, 2006, p. 48). En tanto que tiene una referencia simbólica, el ejercicio de la política está localizado en un medio y un contexto que posee una dimensión estilizada y normada. La política se mueve en el lenguaje y produce efectos que escapan al control de sus actores. Genera sentido y realidades políticas, produce escenarios de actuación, activa sentimientos de inclusión y exclusión que llaman a veces a la movilización colectiva. El lenguaje político democrático —que caracteriza a la mayor parte de las sociedades occidentales— tiene la particularidad de conectar los valores y principios universales en momentos e instituciones precisas. El esfuerzo por dar sentido a conceptos abstractos como la libertad, la ciudadanía, la inclusión y la igualdad solo adquiere sentido cuando está anclado a situaciones concretas y procesos relacionales.
Esto significa que el lenguaje político no es solo simbólico, sino experiencial. No es solo un juego de palabras y códigos en abstracto, sino que se expresa y adquiere contenido al hacer referencia a determinadas experiencias, a momentos específicos, a situaciones en donde se hacen operar los criterios de justicia, equidad, legitimidad y solidaridad —por mencionar solo algunos términos— para entender “realmente cómo funcionan”. Las situaciones concretas obligan a los actores a poner en práctica los códigos universales del lenguaje democrático que al ponerse en práctica resulta siempre con un diferencial —a veces de amplio a reducido— entre las pretensiones del universal y sus consecuencias reales. Esto propicia interpretaciones, diferencias, desacuerdos y disputas sobre el sentido y los efectos de los códigos universales (Reed, 2007). Es gracias a estos últimos que el discurso democrático provee un marco compartido y un medio común de comunicación a los actores, independientemente de sus demandas diferenciadas y sus decisiones estratégicas (Alexander, 2010). Como sugieren Kivisto y Sciortino (2015) los intereses particulares están enmarcados en un conjunto de códigos democráticos que proporcionan un lenguaje común, incluso a los grupos que están en pugna. Los actores pueden confrontarse porque pueden imputarse mutuamente las mismas atribuciones de pureza e impureza democrática, de juzgarse como civiles o inciviles, y demandar con ello quién merece o no ser considerado en las membresías de la inclusión social.
En tanto que el sentido de disputa es construido de forma relacional entre los actores políticos —advierte Alexander (2006)—, la civilidad de unos se articula en el lenguaje de la incivilidad de los otros. Estas imputaciones relacionales se trasladan hacia las instituciones que los actores construyen, a las que de continuo se acusa de ser o no ser lo suficientemente democráticas e inclusivas. La solidaridad colectiva se cristaliza a partir de constantes esfuerzos por criticar a los actores y desmontar las instituciones consideradas no civiles. Por tanto, las atribuciones morales que se ponen en juego no solo tienen un carácter simbólico, sino una condensación institucional, generando estructuras de sentido y sentimientos que “corren justo debajo de la superficie de las estrategias institucionales y sus élites” (Alexander, 2006, p. 54). Dichas estructuras se mueven y caracterizan por códigos simbólicos binarios de lo puro y lo impuro. La supuesta pureza o impureza simbólica que se imputa a los distintos actores de una sociedad democrática, así como a sus instituciones, determina el carácter civil de su comportamiento.
La posición de clase, la raza, el género, el tipo de trabajo que una persona posee —entre otras etiquetas sociales—, sirven como referentes para establecer el grado de probidad o contaminación con el que se cuenta para la vida social. En tanto que sistema binario, el carácter puro o impuro no es una atribución esencial sino relacional. Por ejemplo, ser miembro de la clase obrera fue, en algún tiempo, un atributo descalificador para la vida política —al considerarlo como un actor sin las capacidades para discernir lo que le convenía y justificando con ello su exclusión del derecho al voto—; pero para otros, ser obrero representaba una característica positiva, ya que su posición en la estructura social y las condiciones de vulnerabilidad que enfrentaba le permitían tener un mejor y mayor conocimiento del conjunto de las aspiraciones colectivas. Como señala Alexander (2006, p. 55), así como “no hay religión desarrollada que no divida el mundo entre salvados y condenados, no existe discurso civil que no conceptualice el mundo entre aquellos que merecen la inclusión y aquellos que no”.
Las imputaciones sobre las virtudes y el vicio cívico transcurren en tres niveles: el de los motivos, de las relaciones y de las instituciones (Alexander, 2006). En el primero, se considera que un actor social está respaldado por motivos democráticos si se cree que es autónomo, racional, razonable y realista; por el contrario, se considera que es un actor que se mueve por motivos antidemocráticos si se juzga que sus motivos carecen de autonomía, son irracionales y no-realistas. En un segundo nivel se evalúan las relaciones de los actores en términos civiles si se estima que son abiertas, confiables, susceptibles de crítica, honorables y confiables; en tanto son calificadas como anticiviles, si se evalúa que son cerradas, sospechosas, deferenciales, egoístas o tramposas. Finalmente, las instituciones se categorizan como civiles si se juzga que están reguladas por la ley, son equitativas, inclusivas e impersonales; en tanto que se tipifican como anticiviles por los actores, si funcionan de manera arbitraria, jerárquica, excluyente y para beneficio de una persona o grupo.
Estos códigos permiten apreciar la forma en que se construyen los discursos y las narrativas que guían la interpretación de la vida política y social. Como sugieren Arteaga y Arzuaga (2015), las demandas de un movimiento social o un líder político son puestas bajo el crisol de quién, por qué razón y para qué hace su demanda (motivos), la forma en qué estructuran sus vínculos con otras personas, grupos o asociaciones (relaciones) y su funcionamiento en tanto institución social. Los grupos y sus demandas adquieren carácter de civiles y democráticos —o anticiviles y antidemocráticos— en la medida en que sus motivos, relaciones e instituciones son interpretadas en el marco de las relaciones binarias de pureza e impureza. La valoración relacional de las imputaciones se lleva a cabo en términos concretos y no abstractos. Así, se construyen narrativas que son conjeturadas como verdaderas, incluso llegan a atribuir una cierta esencia de bondad o maldad a grupos o personas, justificando su inclusión o exclusión —aun de forma violenta— por percibirlos como una amenaza a la sociedad.
Las sociedades se mueven en un ambiente cultural discursivo e institucional. Si bien este último opera a partir de medios organizacionales que definen metas, normas, sanciones y recompensas, lo hace en un medio cultural. Como sugiere Alexander (2006) una institución solo puede operar dentro de las categorías que la cultura le provee; es decir, se mueve por principios y valores pragmáticamente orientados. Las instituciones movilizan los ideales de solidaridad en términos concretos, transformando en normas y regulaciones para la vida social aquello que se juzga como puro y civil, como impuro o incivil, bueno y malo.
Así, las instituciones terminan cristalizando los mecanismos de inclusión o exclusión, de autonomía o coerción, de recompensas y castigos. A decir de Alexander (2006), las instituciones de la esfera civil son de dos tipos: comunicativas y regulativas. Las primeras estructuran los sentimientos en discursos y mensajes que traducen los códigos binarios con los que se juzgan los motivos, las relaciones y las instituciones en descripciones y evaluaciones específicas. Las segundas articulan en términos organizacionales los mecanismos de membresía y solidaridad definidos en las instituciones comunicativas, con el fin de establecer objetivos, normas y regulaciones operativamente viables de la vida social.
La opinión pública, los medios de comunicación, las encuestas y las asociaciones civiles forman parte de las instituciones comunicativas de la esfera civil. La primera es una representación simbólica que cristaliza lo público en el imaginario colectivo como si fuera una estructura de sentimientos. Los actores en las sociedades apelan a la opinión pública como un referente normativo del discurso de la sociedad civil (Alexander, 2006). Quién es democrático, quién ha roto la moral pública, qué instituciones resultan incapaces de generar dinámicas de inclusión y solidaridad son las disputas que se dan en esta arena. Es ella la que “media entre los códigos binarios del discurso de la sociedad civil y los dominios institucionales de la vida pública. La opinión pública es el mar en el que nadamos, la estructura que nos proporciona el sentimiento de la vida democrática” (Alexander, 2006, p. 75).
Los medios de comunicación —prensa, radio, televisión, películas, libros, redes sociales— crean los personajes y definen el rostro que cada actor juega en la sociedad. Dichos medios son los que les atribuyen vicios y virtudes civiles, o no civiles. Los discursos y narrativas ficcionales —que se construyen en la literatura y la cinematografía—, y que aquí son la materia de nuestro análisis, proporcionan un medio catártico para la comprensión de la vida civil: de aquello que caracteriza lo puro e impuro en la vida social. Los personajes de una trama de ficción, que son caracterizados como autónomos, racionales e involucrados en relaciones abiertas e incluyentes, tienen que enfrentarse a personajes irracionales o egoístas, a títeres sujetos a relaciones oscuras o a instituciones autoritarias. En las tramas, los personajes tienen que afrontar problemas y resolver desafíos éticos que determinan no solo su futuro, sino el de otros. En las novelas, las películas o las series televisivas, los personajes tienen que desplegar sus decisiones en el marco de sociedades democráticas o autoritarias, a veces tienen que desafiar o reproducir valores familiares y religiosos, y nos muestran con mayor o menor intensidad sus esfuerzos por hacerse de un lugar en el mercado, la cultura o la política.
El objetivo de las obras de ficción no es producir conocimiento, sino entretenimiento. Pero sus escenarios y tramas están puestos en términos estéticos y dramáticos, de tal suerte que pueden estimular la formación de una opinión pública sobre distintos temas: dar la voz a las aspiraciones de la sociedad civil, a modelos autoritarios de sociedad, o subrayar los peligros y beneficios de los valores familiares, religiosos o de alguna ideología de Estado. A través de las obras de ficción se refractan los deseos y los temores sociales.[8] Como sugiere Tian (2019), la literatura en línea en China condensa el compromiso y la dificultad por alcanzar la justicia social en dicha sociedad. De esta forma, se han creado distintos mundos de fantasía en el que imperan la meritocracia y ciertos principios democráticos considerados con una mayor capacidad de inclusión social por encima de la que proporciona el régimen comunista. No obstante, esas mismas proyecciones civiles son acompañadas también por la valoración positiva de la venganza, la destrucción y el egoísmo en tanto que se presentan como los medios más adecuados —quizás únicos— para sobrevivir en una sociedad poco democrática, como es el caso del sistema político chino.
Las obras que aquí se analizan se abordaron metodológicamente considerando la forma en que se dramatizan los motivos de los protagonistas y antagonistas, las relaciones de grupo que sostienen, así como las instituciones en las cuales se desplazan, cuestionan o reproducen. Esto implicó preguntar a cada texto cómo son caracterizados los actores principales y, a veces, algunos de orden secundario en dichos dramas. Si se les atribuye algún tipo de agencia, racionalidad, entereza moral o valentía o si, por el contrario, se les dibuja como actores sin agencia, heterónomos, irracionales, egoístas y cobardes. Se observó la manera en que construyen sus relaciones de grupo, cómo definen sus lazos de cohesión y en qué medida ello determina la generación de procesos de exclusión y marginalización social.
Se cuestionó si dichas relaciones sociales están marcadas por la confianza, la honorabilidad y la posibilidad de crítica interior o si se caracterizan por la opacidad, están motivadas por el interés de poder, el egoísmo, y a partir de estructuras jerárquicas y autoritarias. Por último, se analizó en los textos revisados el tipo de instituciones sociales que se ponen en juego. Si estas últimas funcionan desde marcos de operación legal, normas justas —a las que se sujetan los individuos— o son instituciones que operan de forma arbitraria, personalista, carentes de marcos legales, actuando a través del capricho o normas consuetudinarias con el fin de producir beneficios e intereses acotados y particulares que implican la segregación y exclusión de amplios sectores de la población.
De esta forma la vigilancia se comprendió dentro del código binario de la esfera civil, es decir, dentro del espacio moral donde se cristalizan los valores sobre lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, aquello que merece ser incluido o excluido, quién es amigo y quién enemigo. Según Alexander (2006) esta forma binaria simple puede parecer esquemática, sin embargo, releva el esqueleto mediante el cual las comunidades construyen las narrativas que guían su acción —aunque al ser relacionales implican procesos dinámicos complejos— y permiten ubicar cómo se construyen procesos de inclusión y exclusión social. Así, por ejemplo, las demandas, exigencias o intenciones de los protagonistas, antagonistas y otros actores secundarios fueron consideradas bajo el crisol de quién, por qué razón y para qué hace su demanda (motivos), la forma en que estructuran sus vínculos con otros grupos (relaciones) y su funcionamiento en el marco de las instituciones descritas en la novela.
Cuando se analizaron las obras literarias de Dick la propuesta metodológica resaltó la manera en la que la vigilancia se describe a partir de estas categorías dicotómicas, movilizada por motivos, relaciones e instituciones, tanto en un sentido civil como anticivil. La lectura de las obras está enfocada a analizar el uso de los actores de la vigilancia, ya sea para hacer caminar y hablar valores ligados a la opresión o para propiciar escenarios en los que se gesten la desigualdad y la inequidad sociales.[9] El objetivo fue mostrar cómo la vigilancia puede ser considerada un dispositivo con atribuciones, en esencia, negativas, ontológicamente suscrito como un instrumento de control y disciplina para crear procesos de clasificación social y otredad.
Pero también los textos revisados fueron cuestionados para ubicar en qué medida los actores, sus relaciones e instituciones eran conducidos por los protagonistas, para respaldar principios y valores ligados a la libertad, la autonomía y sobre todo la solidaridad con sus mecanismos de inclusión y membresía. Esto permite dar cuenta de que en las historias se ponen en marcha horizontes sociales en los que la vigilancia permite al mismo tiempo la expansión de la solidaridad y los valores civiles, aunque también puede provocar un proceso inverso: la clausura de mecanismos de solidaridad e inclusión social. Es esta tensión en el trabajo literario de Dick la que resulta interesante resaltar porque permite mostrar que los dispositivos de vigilancia no tienen efectos unidireccionales —como el control y la disciplina social—, sino que pueden crear mecanismos favorables a la defensa de derechos colectivos y sociales. En la medida en la que resalta esta tensión nos ofrece un mapa de lectura de la vigilancia distinto al que se puede encontrar en las versiones distópicas tradicionales, donde aquella aparece como el motor central de las sociedades autoritarias.
Por otra parte, cuando se analizaron las narrativas fílmicas la estrategia metodológica se orientó a enfatizar cómo se dibujan los repertorios de categorías dicotómicas en dinámicas sociales y personajes en situaciones ritualizadas, pero que cuestionan o idealizan los valores civiles o anticiviles —como el poder, la dominación, la libertad y la individualidad—. Para ello se siguió la propuesta de Wise (2017) con el fin de analizar el peso de los dispositivos de vigilancia y la acción de los protagonistas a su alrededor en los filmes. Se tomó el levantamiento de las imágenes y de las situaciones de vigilancia, tanto de forma independiente como en el contexto de sentido de la película. De igual forma se destacó el peso de los íconos considerados centrales en las películas y las series televisivas en función de su importancia en el conjunto de la historia.
De esta forma, se reconstruyeron las constelaciones de significantes condensados en un conjunto de materialidades visuales —como íconos o figuras específicas y gestos de la acción— que dan cuenta de un mundo social en el que se confrontan constantemente las fuerzas puras e impuras de la libertad u opresión, la debilidad o la fortaleza. Los íconos que se ponen en juego en las narraciones fílmicas se analizan aquí como condensaciones simbólicas de sentido social que adquieren forma material o visual. Es en estas últimas que las abstracciones morales adquieren sentido de forma estética, lo que facilita la cognición y clasificación del mundo social en términos de pureza e impureza civil.
Finalmente, cuando se examinó la narrativa visual de la serie televisiva, interesó observar los íconos puestos en juego no solo como expresión de la dicotomía de los motivos, las relaciones e instituciones, sino en tanto su valor social independiente de si la condensación moral se cristaliza en algo hermoso, sublime, feo, incluso en objetos que consideramos banales. El objetivo es mostrar la forma en que la conciencia icónica emerge cuando un objeto cualquiera se transforma en un objetivo estético con un valor social amplio y profundo. Donde el contacto visual con dicha superficie no es necesaria o exclusivamente comunicacional en un sentido normalizado del término, sino que apela al recuerdo de experiencias, emociones y sentimientos afincados en los referentes de solidaridad ampliada o restringida que, por vía de las emociones o la evidencia de sentido, generan un conocimiento no necesariamente racionalizado.[10]
Este tipo de análisis permite comprender por qué la solidaridad universal de la esfera civil jamás se alcanza plenamente, ni siquiera en el ámbito ficcional de Dick. Para este autor, el mundo social nunca es un espacio de dominación absoluta, ni uno de libertades irrestrictas. La heteronomía y la autonomía de los actores es siempre una línea en tensión. Las aspiraciones civiles en ningún momento pueden alcanzarse con plenitud, pero tampoco las instituciones estatales o privadas logran imponerlo todo. Las instituciones de la esfera civil nunca logran cristalizar plenamente y de forma definitiva las pretensiones de cohesión social que promueven. En tanto las aspiraciones universales no se materializan en lo concreto, dejan el suficiente espacio para mecanismos de exclusión social que siempre crean nuevas formas del “nosotros” —considerado en esencia civil en sus motivos, relaciones e instituciones—, como de “ellos”, a los que se les atribuyen características que los colocan como actores no civiles, contaminados, portadores de vicios que obligan a excluirlos de la vida social.
Además, las esferas no civiles son persistentes en la contaminación y colonización de la esfera civil, al tratar de introducir las funciones y los valores de los mundos de la economía, la religión o la familia, como criterios de solidaridad que deben operar para el conjunto de la sociedad. Una sociedad diferenciada tanto en la realidad como en las novelas no solo produce una esfera civil, sino también otras esferas. Entre ellas se ven obligadas a realizar intercambios en sus fronteras tanto en términos morales como institucionales. En estos intercambios, las esferas no civiles se caracterizan por introducir cualidades que consideran primordiales —por ejemplo, el lenguaje, la raza, el sexo, la clase social, el género o la etnia—, que terminan por tipificar y esencializar a los individuos. Son estas interacciones en las fronteras las que se convierten en una ventana de análisis importante para comprender la complejidad que constituye a las sociedades contemporáneas.
La vigilancia y sus ficciones
Se analizan en este libro las novelas Lotería solar [1955] (2007), Simulacra [1964] (2007), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? [1968] (2014), Ubik [1969] (2012), Nuestros amigos de Frolik 8 [1970] (2007),[11] Fluyan mis lágrimas, dijo el policía [1974] (2011) y Una mirada a la oscuridad [1977] (2006). Se seleccionaron estos textos porque, a decir de los críticos de la obra de Dick, en ellos es posible observar, en su forma más completa, la capacidad de los dispositivos de vigilancia para crear, procesar y gestionar la otredad (Booker, 1994; Link, 2010; Jameson, 2007; Link y Canavan, 2015; Freedman, 2000; Alfaraz, 2010). Es aquí donde se dramatiza la vigilancia como un mecanismo que produce sujetos clasificados como entidades que, por una serie de distintas características, deben ser puestos en una posición aparte —por lo regular, subordinada— de la vida social. Pero también donde la vigilancia permite recoger y procesar información que más adelante sirve para que los grupos subordinados puedan reclamar espacios de inclusión social y política. Mientras que los dramas fílmicos que se seleccionaron fueron, por un lado, las películas Blade Runner (1982, EE. UU, dir. Ridley Scott) y Blade Runner 2049 (2017, EE. UU., dir. Denis Villeneuve) y, por otro lado, se seleccionó la serie televisiva El hombre en el castillo (2015, Estados Unidos, dir. Frank Spotnitz y Ridley Scott).[12]
Blade Runner y Blade Runner 2049 son consideradas como las interpretaciones más provocadoras y ambiciosas llevadas a las pantallas de cine[13] —porque en ellas se debaten, entre otros, los temas sobre lo humano y lo no humano, la identidad, la memoria y el sentido de la vida—, pero también es un esfuerzo significativo por crear los ambientes imaginados por Dick. Estas dos películas, además, muestran el funcionamiento de la vigilancia en las ciudades futuristas de Los Ángeles, San Diego y Las Vegas, donde permite la generación de procesos de segregación y control sobre ciertos grupos sociales compuestos unas veces por humanos y otras por androides, particularmente los llamados replicantes, un tipo particular de robots que aunque tienen una amplia capacidad de cálculo racional y fuerza física, también provocan emociones y sentimientos que sirven como medios para generar lazos de apoyo e identificación colectivos.
Pero más allá de esto, la vigilancia aparece en estos filmes cinematográficos como un medio en el cual se dramatizan de forma particular los conflictos de la sociedad del presente ubicándola en el futuro. Por otra parte, la serie televisiva El hombre en el castillo se consideró en particular por el hecho de que representa el primer esfuerzo por llevar a la televisión el trabajo literario —una novela con la que este autor obtuvo, además, el premio Hugo de ciencia ficción en 1963—. En la serie se dibuja una ucronía o historia alternativa donde los Estados Unidos han perdido la Segunda Guerra Mundial junto con el resto de los Aliados. Así, los imperios alemán y japonés establecen un régimen de vigilancia colonial que permite el control de la sociedad a escala global. Mediante la narración de una historia alternativa, la serie permite establecer un posicionamiento político y social con relación al sentido de la dominación colonial en el presente.
Las novelas y los filmes dramáticos que se analizan en este libro definen el espacio de la esfera civil: ese mundo en el que se movilizan, a decir de Alexander (2006), valores y principios que permiten la construcción de mundos de solidaridad social, en los que se pueden apreciar las “estructuras del sentimiento”, “los hábitos del corazón” y los mundos de sentido moral que dan cuenta de la vida social en su conjunto. En este sentido, cuando Dick da vida a sus distopías y ucronías, no solo produce narrativas sobre los mecanismos de dominación y control institucional y social que caracterizan sus sociedades del futuro, moviliza también su contraparte: acciones sociales e institucionales que proyectan formas idealizadas de solidaridad y cohesión. Así, su literatura hace hablar los discursos de la libertad y la opresión que se mueven en las sociedades del presente.
Tanto en el texto como en su interpretación fílmica, las ficciones tienen la fuerza para producir efectos catárticos que pueden estar comprendidos en el sentido de la esfera civil, las estructuras de sentimientos que la definen y el propio espacio de lo civil frente a lo no civil. En otros términos, permiten refractar las ideas de pureza y contaminación que pueblan los horizontes de la vida social, donde los valores y principios civiles son puestos como moralmente deseables frente a aquellos propios de las esferas no civiles. La vigilancia caracterizada como un instrumento que permite el desarrollo de una vida social más libre es confrontada con aquellos medios de supervisión que se utilizan para proporcionar el control de amplios sectores de la población.
Ciertamente, la función de estas distintas expresiones estéticas no es la de ilustrar o alimentar un conocimiento determinado sobre lo social, sino entretener al público. Sin embargo, al confrontar de forma estética los valores de la esfera civil con otros valores y principios se crean ambientes y espacios de acción que son relevantes para la sociedad, en la medida en que se ponen a prueba mundos morales en competencia. La opinión pública retoma estas películas para debatir temas actuales en función del sentido que producen en momentos particulares, por ejemplo, escándalos vinculados con el robo de identidad, ciberataques a instalaciones estratégicas, investigaciones policiales que involucran el manejo de datos electrónicos o videovigilancia, así como la implementación de tecnologías de seguridad como los drones o el reconocimiento facial.
La competencia entre los mundos morales tiende a ser escenificada en dramas donde los protagonistas y antagonistas discuten acerca de sus creencias sobre lo que consideran justo e injusto, moralmente reproblable o aceptable, tratando de conectar desde lo emocional con el público para provocar en él una respuesta. De esta manera, los escenarios futuristas dibujan repertorios de categorías dicotómicas donde los actores aparecen en tramas en las que se confrontan motivos, relaciones e instituciones que aspiran a la solidaridad y cohesión social, frente a otros que pretenden el control y la dominación. Así, construyen dramas que son interpretados con facilidad en términos de situaciones donde se enfrentan motivos y relaciones civiles y no civiles.
Esto trae a cuenta la importancia que las narrativas literarias —novelas, cuentos, filmes, pero también cómics o canciones— tienen para la acción política: dramatizan las tensiones de la vida social (Abbott, 2007), enmarcan escenarios políticos y sociales (Kitchin y Kneale, 2001), propiciando la creación de espacios cognitivos que permiten encuadrar de alguna manera las morfologías del poder (Campbell, 2010; Dodge y Kitchin, 2000). Las narrativas de ficción, por tanto, proyectan modelos de sociedad en los que se ponen en tensión los temas de la libertad, la individualidad y la autonomía. Al retratar conflictos sociales —unas veces de manera más crítica que otras—, las novelas y los filmes dramáticos nos identifican y nos corporizan en ellas, ya sea porque padecemos esa realidad en nuestra experiencia cotidiana o porque a veces contribuimos a su desarrollo. Cada una de estas expresiones creativas ayuda a entender los conflictos y las tensiones sociales en más de un sentido e intensidad. Esto depende, por supuesto, de las mediaciones sociales que se establecen entre la ficción y sus lectores. Esto es un punto central: las ficciones proyectan las tensiones y los conflictos sociales, aunque no de forma inmediata y automática.
La ficción en general crea marcos de interpretación tanto para los procesos democratizadores como para los anticiviles (Alexander, 2003). Establecen figuras que son relevantes para los integrantes de una sociedad. A partir de los referentes dicotómicos, las tramas ficcionales se transforman en situaciones que pueden ser interpretables en tanto representan los motivos y las relaciones civiles e inciviles de sus protagonistas. Los filmes televisivos y las novelas muestran las acciones de los actores en esferas sociales particulares, comunicando una imagen de tales acciones —a veces idealizada, pero en otras de forma dura— en relación con las normas sociales.
La ciencia ficción opera como una interpretación crítica abierta de la sociedad. Esto significa que los referentes de la crítica no necesariamente están contenidos en el texto de forma explícita, sino que están sujetos a interpretación de sus lectores. Un texto como el de 1984 de Orwell tiene la virtud de que en su momento se convirtió en un referente de crítica a las sociedades capitalistas y socialistas de la época. Como sugiere Alexander (2019), los críticos del socialismo real vieron en la obra de Orwell un referente para sustentar sus cuestionamientos, mientras que los intelectuales de izquierda en las sociedades capitalistas interpretaron el mundo distópico del escritor británico como una alegoría de los sistemas de dominación de las sociedades democráticas occidentales.
Lo que se desarrolla en este libro es un esbozo analítico sobre el mapa de poder que genera la vigilancia en la obra de Dick y las interpretaciones que esto ha generado en el espacio fílmico. Un mapa que dibuja la sinuosa y compleja geografía de una vigilancia creadora de poderes que no responden necesariamente a los intereses o a los criterios utilitarios de la racionalidad política, sino que se sostiene en principios morales diferenciados. El argumento central de esta obra es que la vigilancia y el poder condensan posicionamientos morales ante las estructuras políticas y sociales tanto en la obra literaria como en su interpretación fílmica. En cada caso se puede apreciar un movimiento en el que se ponen en juego expectativas políticas universales de solidaridad y amplias membresías de inclusión social, frente a políticas particularistas y pertenencias sociales excluyentes.
Las proyecciones sobre resistencias individuales y colectivas, así como la definición de espacios de solidaridad y cohesión son centrales en la obra de Dick, no derivan necesariamente en expresiones sociales de resistencia colectiva en el mundo en el que ahora vivimos. Sin embargo, su relevancia está en que se constituyen en espejos a través de los cuales se construyen reflejos diversos sobre las tensiones sociales y de poder. Sus lectores, así como la audiencia que aprecia las traducciones fílmicas de su trabajo literario, tienen entonces paisajes de sentido para percibir que en la vigilancia y el poder que ella genera no solo opera de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba y en otras múltiples direcciones.
Plan de trabajo
El libro abre con el análisis sobre el peso de la vigilancia en la obra de Dick. Se indaga cómo la vigilancia permite que actores e instituciones construyan identidades, gestionen deseos y establezcan, finalmente, campos de disputa y conflictos de poder. La vigilancia es un medio de clasificación y tipificación social, por lo que su operación define, atribuye y agrupa identidades colectivas. Estas últimas por lo general se concretan imputando de forma arbitraria un cierto número de esencias o características que se consideran primordiales de dichas identidades. Son las esencias primordiales las que movilizan los deseos de inclusión y exclusión, que introducen los campos de disputa y con ello los conflictos de poder.
Por tanto, la vigilancia aparece a veces como un mecanismo que sirve para la dominación y el control social, pero en otras ocasiones opera como un dispositivo de resistencia que crea espacios de autonomía social. Un referente tecnológico que está sujeto a la acción y la agencia de actores, y que también se interpreta como una herramienta al mismo tiempo de opresión y salvación humana. La vigilancia puede ser usada con fines civiles y no civiles. Estos rostros de la vigilancia permiten entender cómo esta se desarrolla en sociedades democráticas y diferenciadas, al contrario de lo que sucede en las novelas distópicas escritas, como sugiere Booker (1994), desde el periodo de entre guerras y hasta finales de los años sesenta, cuando imperó de alguna manera la metáfora opresiva y omnipresente del “Gran Hermano”.[14]
En el siguiente capítulo se analiza cómo en el conjunto de películas de Blade Runner se proyecta el temor a la pérdida de la libertad, la individualidad y la autonomía, ya sea frente al poder estatal o las grandes corporaciones privadas. En ambas películas se delinean ambientes donde humanos y androides despliegan juegos de control, poder y dominación a través de distintos dispositivos de vigilancia biométrica con el fin de garantizar no solo la supervisión aventajada de otros, sino el mantenimiento de las fronteras identitarias que dan sentido a lo humano y lo inhumano. Gracias a los dispositivos de vigilancia biométrica los protagonistas recogen y procesan información que viene de fluidos, músculos, reacciones faciales, piel, pigmentos, uñas, así como códigos genéticos insertos en sus cuerpos. Con dicha información se clasifican a sí mismos y a otros grupos y con ello se valora su estatus como potenciales “nosotros” o “ellos”, amigos o enemigos o, finalmente, como otredades contaminadas.
Estos dispositivos de vigilancia biométrica permiten, por un lado, procesos de segregación espacial y social —cuando son operados desde corporativos privados e instancias gubernamentales— particularmente de grupos no anglosajones: latinos y asiáticos. Por otro lado, permiten, también, la creación de mundos de cohesión y solidaridad social entre estos grupos. Así, Blade Runner (1982) y Blade Runner x (2017) dan soporte visual a una mitología de lo apocalíptico que parece ocupar un lugar cada vez más relevante en el imaginario de la sociedad norteamericana.
En el tercer capítulo se analiza la serie televisiva El hombre en el castillo (2015), una producción inspirada en la novela ucrónica del mismo nombre. La serie suscribe el peso fundamental que tiene la fuerza militar colonial para sostener cualquier proyecto de modernización y colonización, al dibujar un mundo dominado por Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial. Visibiliza el hecho de que el bienestar industrial de las sociedades colonizadoras solo es posible mediante la expansión imperial y acumulación violenta de recursos, así como la extracción de valor de las sociedades colonizadas. Para ello se requieren de mecanismos de vigilancia que favorezcan, por un lado, dicha explotación y, por otro, el control de amplios grupos de población con el fin de compelerlos a la producción del bienestar de las metrópolis o destinarlos a procesos de exterminio.
El análisis de estos mundos nos permite sopesar la relevancia de la vigilancia en las sociedades modernas. Los personajes están sumergidos en dinámicas paranoicas porque estas últimas resultan la versión moderna de una sensación antigua —por no decir arcaica— que cualquier animal tiene, incluido el ser humano, por el hecho de sentirse observado. Si el hombre había llegado a construir la sociedad de hoy era gracias a que había incorporado en su estructura antropológica el sentir cuando se posa sobre él la mirada de los otros. La paranoia, apuntaba Dick, es un sentido atávico, permanente, que se adquirió cuando los humanos eran una especie vulnerable a los predadores. Un sentido que aún se mantiene, ya que pone en alerta a quien se encuentra vigilado por alguien o por algo. Regularmente quién vigila quiere alguna cosa de una persona —sus recursos económicos, políticos o culturales, por ejemplo— o, quizás, a la persona misma —con el fin de esclavizarla, de decodificar su genética o de explotarla—. En este sentido, la atracción que generan las novelas o dramas fílmicos distópicos —donde la vigilancia juega un papel central— se debe en parte al hecho de que actualizan ese instinto atávico de sentirse vulnerable frente a los predadores, así como la necesidad de ponerse a salvo de ellos.
Reconstruyendo un trayecto
Este trabajo es el resultado de un proyecto de investigación que arrancó en 2012 en la Universidad de Queen’s en Canadá, gracias a la amable invitación que me hizo David Lyon, director del Surveillance Center Studies. En esa estancia las pláticas con David Wood sobre la relevancia de la ciencia ficción para la comprensión de la vigilancia fueron claves para mí. Fue precisamente ahí cuando comencé a desarrollar el trabajo que sentó las bases para redactar el artículo “Metamorfosis de la vigilancia: literatura y sociedad de 1984 a Neuromante”, el cual fue posteriormente publicado en la revista Culturales (Arteaga, 2014). Ese texto sirvió, sin duda, como plataforma para conectar mi interés en los estudios de la vigilancia que había desarrollado tiempo atrás —a partir de trabajos de crítica literaria sobre la obra de Kafka— con el mundo de la literatura distópica que desarrollé posteriormente en mis investigaciones más recientes sobre sociología cultural. En este sentido cabe destacar el análisis sobre la creación de íconos en las protestas colectivas a escala global que emergen de los filmes cinematográficos —particularmente de la película V de Vendetta (dir. James McTeigue, 2005)—, escrito en coautoría con Javier Arzuaga y publicado en la revista Desacatos (Arteaga y Arzuaga, 2015), así como los trabajos sobre el impacto y tratamiento del personaje del comic Harley Quinn en la cultura popular global, escritos en coautoría con Michelle Romero y que aparecieron en la revista Culturales (Romero y Arteaga, 2017) y en el libro The Ascendance of Harley Quinn: Essays on DC’s Enigmatic Villain. Desde entonces se han publicado un conjunto de textos que adquieren una forma concreta en este libro. Una parte de la discusión que se presenta en el primer capítulo de este libro fue publicada en “La vigilancia en la obra de Philip K. Dick: Identidades, deseos y conflictos sociales” (Arteaga, 2018). Algunos fragmentos del capítulo dos aparecen en el texto “Latinoamérica y el Apocalipsis: íconos visuales en Blade Runner y Elysium” (Arteaga, 2015). La respuesta que han tenido estos trabajos entre diversos lectores ha sido de dos tipos. Por un lado, están las referencias que se han hecho a algunos de estos textos en artículos o capítulos de libro que abordan el tema de la vigilancia, la distopía, la ucronía y las ciencias sociales.
Por otro lado están, por supuesto, las críticas. Estas últimas se han orientado a señalar la necesidad de reforzar los marcos metodológicos y teóricos, cuestión que se pretende resolver en este libro. La teoría de la esfera civil y de la sociología de la cultura ha tenido en América Latina un recibimiento un poco frío, por decir lo menos. La idea de que la cultura tiene una relativa autonomía con respecto a otras esferas de la vida social —como la economía y el poder— resulta difícil de procesar en un ambiente académico donde apelar a las condiciones determinantes de las estructuras materiales de vida se ha convertido en la forma de pensamiento hegemónico que subordina la posibilidad de comprensión de las dinámicas culturales en la región latinoamericana. Así que en este libro se hace un esfuerzo por clarificar el alcance teórico de mi trabajo.
Pero también el pensamiento crítico, ligado a mostrar la “materialidad de las condiciones sociales”, ha hecho suyo el llamado por dar cuenta de las “evidencias objetivas y físicas” que sustentan los argumentos académicos —más, si vienen de un área como es la sociología cultural—. Esto no está mal, se requiere un referente de objetividad para garantizar que el conocimiento en ciencias sociales no caiga en la mera retórica o el ensayismo. Esto ha implicado afinar mi trabajo en términos metodológicos y aquí se trata de responder a las críticas a los trabajos recientes desde la sociología cultural y la esfera civil, dejando claro el procedimiento metodológico que he realizado, no solo en términos generales como se ha hecho en esta introducción, sino en cada capítulo.
Esta obra finalmente se pudo concluir gracias al permiso de estancia sabática que me proporcionó la institución en la que trabajo desde 2013, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede México. Sin su apoyo y el que me proporcionó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología por medio de una beca para realizar mi estancia sabática entre el año 2019-2020, este trabajo habría tardado más tiempo en salir a la luz. Finalmente, agradezco al Center for Cultural Sociology de la Universidad de Yale —y a sus codirectores Jeffrey C. Alexander y Philip Smith— el haberme incorporado como Fellow Research, haberme recibido durante un año en el Centro, donde me proporcionaron la infraestructura necesaria y al ambiente adecuado y estimulante de trabajo para concluir este proyecto.