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I. INTRODUCCIÓN

«Muchas publicaciones sobre ETA buscan deliberadamente “explicar” el fenómeno del nacionalismo vasco radical y el uso de la violencia política con el objetivo de encontrar una “solución” al conflicto.»

C. Hamilton, The Gender Politics of ETA and Radical Basque Nationalism. 1959-1982

EL FINAL DEL CONFLICTO ARMADO VASCO

El nacimiento del grupo vasco insurgente ETA en 1959 coincidió con el inicio del segundo periodo de industrialización que modernizó la sociedad española en la década de los sesenta. Pocos años después, a mediados de los sesenta, ETA solo concebía la independencia de Euskadi a través de la lucha de los trabajadores, visión que no era exclusiva de la organización. En 1968, cuando ETA asesinó a su primera víctima, Melitón Manzanas, jefe de la brigada político-social de la provincia vasca de Guipúzcoa (y antiguo colaborador de la Gestapo), muchos vascos empatizaron con la necesidad de usar la lucha armada contra el régimen de Franco. En 1973, cuando ETA asesinó al almirante Carrero Blanco, quien por entonces había sido nombrado presidente del gobierno por Franco, esa simpatía que ya había alcanzado a gran parte de la comunidad nacionalista vasca se extendió a la mayor parte de los españoles que se oponían a la dictadura. Sin embargo, en 2011, cuando ETA declaró el alto el fuego, la organización se encontraba muy aislada dentro de la sociedad vasca. En este sentido, mi intención con este libro es entender el conflicto vasco no como un enfrentamiento aislado entre ETA y las fuerzas de seguridad, sino como parte de la historia contemporánea de España.

¿Cómo cambió la historiografía sobre ETA –el principal y más controvertido actor político del conflicto vasco, debido a su naturaleza insurgente contra el Estado– después de su definitivo alto el fuego? El final del conflicto armado debería haber favorecido la proliferación de estudios sobre la organización y su historia con una mirada más amplia que aquellos de décadas anteriores que se focalizaron principalmente en temas de seguridad debido a la amenaza que ETA suponía para la ciudadanía[1]. Paradójicamente, en la mayor parte de las veces, este no ha sido el caso. Aunque los estudios en seguridad han trasladado el foco de ETA al terrorismo islámico, los nuevos análisis sobre la organización no han optado por una perspectiva diferente a la de la dialéctica clásica de los estudios de terrorismo que consiste en tratar el tema desde un binomio basado en la interacción entre un grupo terrorista y un Estado democrático.

Siguiendo esta línea de análisis, Luis Miguel Sordo, en su reciente trabajo sobre las negociaciones entre ETA y los diferentes gobiernos españoles, analiza la de ETA como una historia de amenazas, extorsiones, secuestros y asesinatos. En sus conclusiones, Sordo asegura que las estrategias implementadas por los diferentes gobiernos españoles fueron exitosas ya que ETA nunca logró su objetivo, la independencia del País Vasco[2]. Sordo, de hecho, parece empeñado en demostrar algo que ya se ha repetido antes: que la historia de ETA se puede resumir como la de una organización en decadencia que, al final de su existencia, ni siquiera recibió el apoyo de su base social, la «comunidad radical vasca» o Izquierda Abertzale[3].

¿Es posible analizar el recorrido histórico de ETA, desde sus comienzos hasta el algo el fuego definitivo, sin intentar retratarla simplemente a través de sus acciones armadas y, por ende, haciendo un «ajuste de cuentas» histórico? Antropólogos vascos como Joseba Zulaika y Begoña Aretxaga han analizado el conflicto desde las raíces culturales vascas. Por ejemplo, ellos entendieron cómo la lengua más antigua de Europa, el Euskera, y las raíces matriarcales de la cultura vasca son elementos clave para sumergirse en las raíces del conflicto[4]. Para estos antropólogos, el conflicto moderno vasco no puede ser comprendido sin analizar el sustrato cultural, ya que este provee la materia prima de la cual diversos imaginarios populares nacionalistas se han nutrido a lo largo de estos años. Sin embargo, hay un elemento clave que está ausente en la literatura sobre el conflicto vasco que tampoco estos antropólogos incluyen en su trabajo: un análisis de ETA desde la vida cotidiana de los españoles. Mi contribución personal es analizar este imaginario nacional español desde mis propias percepciones como ciudadano que vivió la cotidianidad del conflicto vasco a través de diferentes mecanismos culturales (televisión, prensa, charlas con amigos, etcétera).

Parece que, en este terreno de las emociones, hay un gran desequilibrio en la literatura escrita sobre el conflicto vasco que podemos dividir en dos corrientes. Por un lado, tenemos los estudios sobre terrorismo (desde una mirada securitaria) elaborados por expertos en esta materia (la mayoría de ellos periodistas) y que tratan de ofrecer un análisis técnico de ETA; por otro, los análisis más locales y antropológicos que no conectan a ETA con la vida de los españoles. Un ejemplo es cómo se centran en temas logísticos de sus acciones armadas (por ejemplo, qué tipo de armas usan los militantes de ETA o cuántos miembros forman una célula). Florencio Domínguez Iribarren, un periodista español muy reconocido por sus libros sobre ETA, concluye en uno de sus análisis que «el odio hacia la policía constituye un denominador común del nacionalismo vasco étnico en la etapa de posguerra»[5]. Sin embargo, ¿no es el odio hacia la policía un denominador común entre cualquier persona u organización que luche contra el statu quo? De hecho, un concepto como «el odio hacia la policía» resulta insuficiente para explicar la base social de ETA. Solo un análisis holístico de la realidad que interprete esta base social desde las muchas formas en que la Izquierda Abertzale ha vivido su cotidianidad durante estas últimas décadas será capaz de decirnos algo. Por un lado, parece que existe un excesivo desequilibrio entre los análisis más locales (la mayoría de ellos llevados a cabo por antropólogos) y los análisis más generalistas que carecen de la especificidad necesaria para llegar a conclusiones concretas[6]. Por otro lado, como asegura González Calleja en la introducción de ete libro, a los análisis más locales y antropológicos les ha faltado una continuidad en el tiempo, es decir, que historiadores de diferentes partes de España prosigan usando la misma metodología pero desde diferentes perspectivas.

Si la influencia de ETA sobre los españoles es tan grande que la identidad moderna española no se puede entender sin considerar la existencia de esta organización armada, ¿por qué los estudios sobre ETA están siempre asociados con el nacionalismo vasco y no con la historia reciente de España?[7]. Tim Edensor apunta que desde los estudios culturales poco se ha trabajado para intentar explicar cómo se construye la nación a través de la vida de sus habitantes[8]. Este autor usa la teoría marxista con el objetivo de analizar la vida cotidiana de las personas y así retratar una serie de prácticas que reproducen, responden o reafirman el capitalismo[9]. En otras palabras, desde un análisis materialista de la realidad se puede llegar a entender cómo las personas toman sus propias decisiones. Siguiendo este enfoque, me propongo analizar la historia de ETA y del conflicto moderno vasco tratando de entender «el imaginario nacional español» desde las historias de vida de los militantes de ETA. La cronología que abarca este libro es amplia debido a tres elementos: el primero es la larga trayectoria histórica de ETA; el segundo son los cambios producidos dentro de la estructura de poder del Estado español, es decir, los diferentes cambios de gobierno que se han producido desde la muerte de Franco; y el tercer elemento es cómo los españoles experimentaron dichos cambios. El espacio de tiempo se extiende desde la década de los sesenta y el surgimiento de España como país industrial, hasta la crisis de 2008, conocida como la gran recesión, y la consiguiente entrada del neoliberalismo en crisis como sistema económico y social.

La principal línea de investigación de este libro y su raison d’etre es analizar tanto el individuo como la sociedad entendiendo las vidas de los militantes de ETA como parte de una larga historia como es la del conflicto vasco. A través de las historias de vida de estos militantes y de su interacción con mis propias narrativas (como español) del conflicto vasco, mi trabajo va a tratar de adentrarse en las subjetividades que se han ido creando a lo largo de este conflicto. La historiografía de ETA, aparte de centrarse en los orígenes del nacionalismo vasco y en los grandes hitos de la organización (como el Juicio de Burgos o el asesinato de Carrero Blanco), no ha dado mucha importancia a las subjetividades de estos militantes. Sin embargo, tratar de poner el foco en estas subjetividades puede servir para entender a ETA no solo como una organización, sino como el producto de individuos en el que cada uno de ellos tiene la potencialidad de representar una línea concreta de investigación. Uno de los objetivos de este libro es retratar las emociones de los militantes de ETA en su propio contexto histórico, y así tener la oportunidad de entender la historia de la organización desde una perspectiva mucho más amplia que la que ofrecen los estudios convencionales. En este sentido, la presente historia del conflicto vasco está representada a través de las vidas de los militantes de ETA que formaron parte de esta investigación.

El libro se compone de este capítulo introductorio, cinco capítulos, una conclusión y un epílogo. En el capítulo II se revisa la historiografía sobre el conflicto vasco centrándose, en primer lugar, en el consenso entre historiadores que reconoce la Guerra Civil española como el evento histórico que consolida la base social del nacionalismo vasco, así como el preludio de las grandes tensiones entre las potencias europeas que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. En segundo lugar, el contexto del final de la Guerra Civil nos permitirá también analizar la confluencia historiográfica que contempla en el nacionalismo vasco un abanderado del antifranquismo para el resto de españoles durante toda la posguerra. Además se abre el debate sobre cómo la sociedad española ha asimilado la derrota de los republicanos en 1939, sus consecuencias y el legado cultural del franquismo heredado en la democracia española nacida en el último cuarto del siglo XX.

Si en el capítulo II se cubre la historiografía sobre ETA desde la década de los treinta hasta la de los setenta, el III se centra en la experiencia de la Izquierda Abertzale en los sesenta y los setenta. En este segundo capítulo se explora el final del consenso historiográfico con el surgimiento de ETA como una vanguardia armada de la lucha antifranquista[10]. Las dificultades de interpretar el nuevo nacionalismo vasco que nace con ETA estriban, en parte, en que la mayoría de los historiadores no han analizado a esta organización como un movimiento social y se han centrado excesivamente en el daño que provocaron sus acciones terroristas. La Izquierda Aber­tzale, como comunidad radical vasca que apuntaló a ETA, nació al calor del movimiento obrero durante el proceso de industrialización de la década de los sesenta. Desde este movimiento obrero, se presenta la historia de vida de Fernando Etxegarai con el objetivo de dilucidar cómo una emoción en particular, el desencanto, puede retratar las contradicciones de una sociedad española que, en ese momento, estaba dejando atrás una dictadura y evolucionando hacia una democracia. Esta historia de vida es también útil para explorar las deficiencias en la historiografía del conflicto vasco que parece incapaz de abrir nuevas líneas de investigación en cuanto al papel desempeñado por la Izquierda Abertzale durante la transición española[11].

En el capítulo IV se analizan los Grupos Antiterroristas de Liberación nacional (GAL) y sus acciones contra activistas vascos, a través de la historia de vida del militante de ETA Josu Amantes Arnaíz. Desde el periodismo existe una amplia bibliografía acerca de los procesos judiciales en los que oficiales de alto rango del gobierno español fueron declarados culpables de colaborar con una organización terrorista como los GAL[12]. Estos análisis explican las conexiones entre los GAL y el Estado español. Este cuarto capítulo usa las herramientas de la antropología para analizar el sufrimiento físico y psicológico del militante Josu Amantes[13]. Mi objetivo es retratar su historia a través de las movilizaciones masivas que impulsó la Izquierda Abterzale como movimiento social durante la década de los ochenta.

En el capítulo V se explora cómo la Izquierda Abertzale empieza a menguar como movimiento social durante la década de los noventa debido tanto a factores internacionales, como la desaparición de la Unión Soviética y su propaganda revolucionaria, como a factores locales, como el surgimiento de los primeros movimientos sociales vascos que piden a ETA el final de la violencia. En este capítulo se presenta la historia de vida del militante de ETA Gorka García Sertucha y su intento de asesinar al rey Juan Carlos I. La historia de Sertucha nos permite adentrarnos con cierta profundidad en el tema de la lucha armada, un aspecto de ETA que genera mucha controversia en los análisis sobre la organización. En este capítulo se analiza la España de la década de los noventa, un país que ya es parte del mercado común europeo. A su vez también se hace un análisis del «Régimen del 78» que nació de la transición española desarrollando unas clases medias con un alto nivel de consumo. En este contexto, el intento de Sertucha de asesinar al rey, nombrado en su día sucesor por el dictador Franco, simboliza el último intento (fallido) de ETA de movilizar a las masas nacionalistas vascas alrededor de su lucha armada.

En el capítulo VI se analiza la parte de la Izquierda Abertzale que ha permanecido tradicionalmente más unida a ETA y ha simbolizado su último bastión social durante el siglo XXI: los presos políticos vascos. Las experiencias en prisión narradas por cuatro militantes de ETA hacen plausible para el lector la existencia de una «guerra» entre el Estado español y los presos políticos vascos[14]. Durante el conflicto vasco, la prisión supuso una máquina de guerra usada por el Estado español para extirpar la conciencia política de los prisioneros vascos y «desdibujarlos» en criminales comunes. En este último capítulo se recorre el siglo XXI y se explora el conflicto vasco desde la historia de vida de una militante de ETA que participó en esta investigación. Empezando en 2000, y llegando hasta la declaración del alto el fuego de ETA en 2011, la historia de esta activista resalta cómo, durante este periodo, la Izquierda Abertzale empezó a quedar aislada y se volvió cada vez más resistente al cambio. El hecho de que esta militante sea mujer puede explicar también sus dudas iniciales a participar en esta investigación. En otras palabras, la humildad (una virtud asociada histórica y culturalmente más a las mujeres que a los hombres) transmitida por esta militantes de ETA durante la entrevista es radicalmente diferente a la desplegada por los hombres que han colaborado en esta investigación. A través del análisis de las experiencias en prisión, particularmente las experiencias de tortura, se puede llegar a entender el imaginario colectivo que estos presos políticos vascos tienen del conflicto. Dicho de otra forma, para estos presos políticos, el mero hecho de sobrevivir a la «experiencia de guerra» que vivieron en la cárcel, que en muchos casos se prolongó a más de dos décadas, les ha llevado a vivir el conflicto desde una única dimensión, la de la guerra abierta contra el Estado español.

El resto de esta introducción se divide en tres epígrafes. En el primero se teoriza sobre los controvertidos conceptos de nación y nacionalismo. Durante el siglo XX se discutió sobre qué es una nación y sobre cómo se forman los nacionalismos. En el siglo XXI, los estudios más recientes sobre nacionalismo se han enfocado en cómo los individuos integran un sentimiento nacional en ellos mismos. En este sentido, esta primera parte de la introducción retrata a las personas que culturalmente han fomentado y apoyado económicamente al nacionalismo vasco. Después de entender el nacionalismo desde la gente que lo inició –esto es, no solo desde aquellos que se adhieren al movimiento social, sino sobre todo desde los individuos–, en el segundo epígrafe se ofrece un análisis de la violencia política desde la perspectiva de la «biopolítica». Los estudios de violencia política han tenido tradicionalmente una visión «estato-céntrica»; sin embargo, en el siglo XXI, esta tendencia ha sido desplazada hacía los análisis sobre individuos y el concepto de «biopolítica» desarrollado por Michel Foucault en la década de los sesenta[15]. Ciertamente, el enfoque «estato-céntrico» no puede explicar por sí solo la violencia política que se desarrolló en Europa desde la Primera Guerra Mundial hasta el surgimiento de los grupos terroristas europeos durante los sesenta y setenta[16]. En el tercer y último epígrafe se explica la metodología de investigación usada en este libro basado en la historia oral.

LAS TEORÍAS SOBRE NACIONALISMOS Y LAS PERSONAS QUE ESTÁN DETRÁS DEL MOVIMIENTO NACIONALISTA VASCO

¿Cuál es la relación entre ETA y el nacionalismo vasco? Ernest Gellner traza una relación entre la existencia de los nacionalismos y la llegada de la modernidad[17]. La sociedad industrial hará de los valores del crecimiento y del progreso sus principales estándares. Para Gellner, el nacionalismo es un principio político que surgió de la división del trabajo y que se basa en cómo el Estado reclama para sí el monopolio de la educación con la intención de preservar un determinado orden social. En resumen, Gellner niega que el nacionalismo tenga que ver con la psicología de las personas o con la naturaleza humana[18]. En la misma línea de pensamiento, John Breuilly recalca que el nacionalismo se basa en el poder y que este se ejerce con la idea de controlar el Estado[19]. Dado que el nacionalismo tiene que ver con «pensar alto» y suele tener una profunda carga de abstracción, Breuilly define este fenómeno como «la política de los intelectuales»[20]. Vemos entonces cómo estos dos pensadores reducen el concepto de nacionalismo a la esfera política y a la lucha por el poder.

La línea de investigación que conecta el surgimiento del nacionalismo con la llegada de la modernidad es útil para explicar las raíces del nacionalismo vasco de posguerra y las personas que estuvieron detrás de él. El grupo rebelde nacionalista ETA nació en 1959, absorbiendo una tradición nacionalista vasca formulada al final del siglo XIX por el intelectual que moldeó la identidad vasca moderna, Sabino Arana (1856-1903). Teniendo en cuenta que en aquella época no existían otros teóricos de su estatura intelectual en el terrerno de la teoría política, los preceptos de Arana se convirtieron en los textos fundadores del nacionalismo vasco. Acercándonos a la teoría del nacionalismo formulada por Gellner, entre los académicos hay cierto acuerdo en señalar a la descomposición del Imperio español y al consiguiente comienzo del proceso de industrialización en los territorios vascos como las condiciones necesarias para que Arana formulase su doctrina[21]. Sin embargo, esta doctrina se basaba en las ideas raciales de Arana sobre los trabajadores del resto de España que emigraban para trabajar en las fábricas vascas y en la glorificación de la era antigua conocida como «la edad de oro de los vascos». Más de un siglo después de que las teorías de Arana fueran formuladas, estas siguen creando controversia dentro de los círculos académicos[22]. El hecho de que ETA incluyó en sus siglas una palabra que Arana literalmente inventó, Euskadi, prueba la presencia que su teoría sigue teniendo dentro de la comunidad nacionalista vasca.

La tradición política de Arana (rechazo de la identidad española y glorificación de la edad de oro de los vascos) es parte de las historias de vida de los narradores que participan en esta investigación. De una manera (la tradición política de sus padres) o de otra (su asunción de la identidad vasca como única y separada de la española), percibí la tradición aranista en el estilo en que estos narradores contaban sus historias de vida durante nuestras entrevistas. Es precisamente esta tradición étnica aranista sobre qué significa «ser vasco» lo que más me separa de estos narradores. ¿Sobre qué condiciones materiales el discurso de Sabino Arana ha conseguido mantener el poder y la relevancia en las sucesivas generaciones de vascos que han existido durante todo este tiempo? Es de hecho Arana quien moldeó la cosmovisión de la identidad vasca y quien nos lo puso (a mí y a una posible audiencia no vasca) más difícil a la hora de tratar de empatizar con el sentimiento histórico de pertenencia de los vascos como una realidad separada del resto de los españoles.

Desde este terreno subjetivo de las emociones, para Hugh Seton-Watson la existencia de los nacionalismos es anterior a la formulación semántica del término durante la edad moderna[23]. Este autor, negando el carácter científico del concepto de nación, concluye que existe cuando «un significante número de personas de una comunidad se consideran a sí mismas una nación o se comportan como si fueran una nación»[24]. En esta línea de análisis, Anthony D. Smith comparte con Seton-Watson el hecho de que la política y las relaciones de poder no son suficientes para entender el fenómeno de nación o los nacionalismos. Para Smith la nación es también un fenómeno cultural, donde los sentimientos, el simbolismo o la lengua de una comunidad desempeñan un papel principal[25]. La nación sería entonces un concepto multidimensional, cargado de subjetividad, que, según Benedict Anderson, traspasa las fronteras ideológicas ya que las dos grandes ideologías de nuestro tiempo, liberalismo y socialismo, jamás lidiaron con la idea de la inmortalidad. Si las naciones se reflejan en sus propios mitos, Anderson concreta que «las comunidades han de ser distinguidas no por su autenticidad o artificialidad, sino por la manera en que ellas mismas son imaginadas»[26]. Esta nueva herramienta antropológica para analizar los nacionalismos, la imaginación, abre la oportunidad de centrarnos en el fenómeno de la nación a través de dos vías. La primera es que para entender la nación hay que ir a las relaciones comunitarias que se dan entre las personas que componen dicha nación. La segunda nos muestra cómo la imaginación nos ayuda a entender los miedos y las fantasías a través de los cuales dicha nación ha sido imaginada.

Mi investigación se basa en parte en este concepto de comunidades imaginadas de Anderson. Sin embargo también trata de explicar el fenómeno del nacionalismo a través del análisis formulado por Hobsbawm. Este autor parte del concepto de nacionalismos creado por Gellner señalando la nación política como unidad primaria. Sin embargo, Hobsbawm le da una aproximación multidimensional al concepto de nación y, en sus términos, sería un error tratar de analizarlo exclusivamente desde la política, la economía o la cultura[27]. ¿Por qué es multidimensional? Porque Hobsbawm entiende que las raíces del significado de nación se encuentran en lo político, pero no simplemente en un sentido teórico de poder, sino en el «pueblo» como comunidad política, surgido al calor de la independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa[28]. Continuando con Gellner, Hobsbwam une la existencia de la nación a la modernidad, constatando cómo la memoria popular empieza a ser plasmada a través del Estado y la educación pública. Del mismo modo, medios como la imprenta hacen llegar a las masas el periódico, expandiendo dicha memoria popular. Hobsbawm concluye que a través de estos mecanismos las clases trabajadoras empezaron a identificarse con la nación, y así fue cómo la nación y el Estado convergieron. En este sentido, imaginario, simbolismo y tradiciones serían los elementos en los que una elite intelectual construiría la nación moderna[29]. Según Hobsbawm, ¿cuál es el elemento final con el que se termina de constituir la nación moderna? La aparición de las clases medias, y su concepción del «nacionalismo laico», cohesionando la comunidad dentro del Estado a través de esta «nueva religión».

Mucho tiempo después de su muerte en 1903, la poderosa estructura teórica de Arana continúa siendo representada en la lucha vasca y su éxito (en términos del movimiento político que se desarrolló en las siguientes décadas) puede ser explicado por la voluntad de una pequeña población, rodeada de grandes Estados, que trata de sobrevivir. Esta fue, parafraseando a Hobsbawm, la religión secular desde donde el nacionalismo vasco se fue moldeando durante décadas. En este sentido, el movimiento nacionalista vasco que se desarrolló a la par que la modernización de España se apoya en la teoría de Hobsbawm por la cual los nacionalismos nacen al calor de los procesos de industrialización[30].

Sin embargo, este movimiento nacionalista vasco surgido como un producto del proceso de modernización del Estado español no se puede explicar sin factores premodernos como la importancia de la religión. De acuerdo con la historiografía sobre el nacionalismo vasco, la iglesia católica y la religión por la cual Arana identificó a los vascos como «los elegidos» empezó a perder su hegemonía social en España durante el proceso de urbanización e industrialización[31]. En el País Vasco y en otras regiones de Europa, los campesinos que empezaron a trabajar en las fábricas, comenzaron a formar parte del Estado moderno y, como resultado, se empezó a moldear el concepto de «cultura popular» a través del modo en que el mundo urbano fue absorbiendo al rural[32]. Sin embargo, desde el núcleo mitológico de los vascos, esta apertura provocó un cataclismo. Las almas de los vascos y su lengua, el euskera, pertenecían al mundo rural, mientras que el mundo hispanizado y urbano eran símbolos de la administración y del mundo práctico de los negocios[33]. La oligarquía financiera vasca conectó económicamente con sus homólogos en Madrid, y los emigrantes del sur de España que llegaron a trabajar a las nuevas fábricas vascas temían a las clases medias y bajas vascas, que no se beneficiaron de ese proceso de modernización. De acuerdo con la historia social vasca, los tenderos, los trabajadores de las tiendas, los trabajadores de oficina y otras profesiones liberales fueron atraídos por las ideas nacionalistas de los euskalerriakos, un movimiento vasco liderado por el industrial Ramón de la Sota (1857-1936), quien, llegando a un acuerdo con Arana, llegó a ser el mayor patrocinador del Partido Nacionalistas Vasco (PNV).

Como podemos observar, la complejidad a la hora de analizar el nacionalismo vasco no se basa en presupuestos teóricos, sino en intentar retratar a la gente detrás del movimiento. Los comienzos del nacionalismo vasco como movimiento social y político están conectados con las estrategias que tomó un grupo de intelectuales para iniciar el movimiento. En este sentido, el nacionalismo vasco no difiere del nacionalismo español ni de cualquier otro nacionalismo. A parte de las estrategias, tratamos de entender el nacionalismo a partir de la adhesión de las masas a un determinado proyecto político nacional. Los vascos que se empezaron a ver atraídos por las ideas del PNV no pueden ser simplemente considerados como gente que se vio inmersa en un proceso «adoctrinamiento». Este análisis no explicaría suficientemente el nacionalismo vasco constituido como movimiento de masas tras la exitosa estrategia del PNV de adoptar los principios políticos democristianos durante la década de los treinta. Seton-Watson, que ha dudado de si el nacionalismo puede ser considerado simplemente como una ideología, define a la nación como la voluntad de una comunidad de adoptar el principio moderno de soberanía popular y califica el resto de estructuras ideológicas nacionalistas como mera «retórica»[34]. Sin embargo, mi investigación sobre el nacionalismo vasco no se centra simplemente en una comunidad que ha decidido «convertirse en algo». En mi análisis, la estrategia política del PNV solo puede explicar parcialmente la formación del movimiento nacionalista vasco. La razón por la que los campesinos y las clases medias urbanas se adhirieron al proyecto nacionalista durante la primera mitad del siglo XX no puede ser entendida simplemente como un proceso de «lavado de cerebro». Por el contrario, ellos entendieron este proyecto nacional como algo positivo para mejorar sus condiciones de vida. De hecho, solo explorando su vida cotidiana podemos llegar a entender la formación de la primera comunidad nacionalista vasca.

¿Qué implicaciones tuvo la formación de la comunidad nacionalista vasca (compuesta por clases medias urbanas y campesinos) en la futura Izquierda Abertzale (nacida durante el proceso de industrialización que tuvo lugar en los sesenta y consolidada en los setenta durante una convulsa transición) y, por lo tanto, para los narradores que participan en esta investigación? Mi análisis revela cómo esta pequeña comunidad nacional vasca siempre ha sentido la necesidad histórica de protegerse. La Izquierda Abertzale tomó este rol durante la década de los setenta, recogiendo el legado que inició el PNV a principios del siglo XX. El sentido de pertenecer a ciertas tradiciones en un mundo en el que el neoliberalismo había empezado durante los setenta a «desintegrar» las relaciones humanas en meras relaciones mercantiles es otro ejemplo de esta continuidad. Desafortunadamente, esta conexión normalmente se ha omitido en la historiografía del conflicto vasco. En este sentido, la importancia de permitir a los militantes de ETA que reflejen sus raíces culturales desde este sentimiento de autoprotección proyectado en sus testimonios es algo primordial en mi trabajo.

Expresándolo de forma más explícita, la lucha de ETA por la independencia del País Vasco se basó en un constante desafío contra el «estado actual de las cosas» en forma de sistema económico neoliberal europeo establecido durante el último cuarto del siglo XX.

A pesar de que el nacionalismo tiene, en la sociedad de hoy, connotaciones negativas (suele estar considerado por las clases liberales como chovinista y opuesto a la multiculturalidad), no es mi intención dotar a este concepto de una connotación negativa o positiva. Lauren Berlant hace una crítica del sentimentalismo nacional y lo sitúa como una creación de las elites nacionales para construir hegemonía y perpetuarse en el poder[35]. Berlant enfatiza que el sentimentalismo nacional tiene sus raíces en un «dolor subalterno masivo» que funciona como núcleo de la colectividad nacional[36]. Cuando las clases privilegiadas sienten como propio el dolor de las clases subalternas, entonces es cuando se empezarían a dar los cambios estructurales en una determinada nación. Mi trabajo sobre ETA explica precisamente cómo la organización pudo (sobre todo en los setenta y los ochenta) canalizar la desafección de una parte de la sociedad vasca con la idea de luchar contra el régimen neoliberal español nacido de la transición a la democracia. Berlant teoriza cómo en una hipotética ausencia completa de dolor social, las naciones no existirían, y el concepto abstracto de nación sería innecesario. La manera en que ETA conectó el dolor social con la nación vasca es un buen ejemplo de cómo esta organización, a pesar de haber recogido las luchas por los derechos de los trabajadores en su ideario, tuvo, en el nacionalismo vasco, su principal razón de existir. En estos términos, que Berlant considere como algo negativo el hecho de que ciertas emociones puedan estar asociadas a un determinado imaginario nacional es irrelevante para mi investigación. ¿Qué nos interesa de la teoría de Berlant? Lo que considero relevante de la teoría de Berlant, y se puede incorporar a las historias de vida de los militantes de ETA, es cómo las «intimidades transpersonales» que están presentes en una comunidad nacional han de ser disfrazadas con el objetivo de mantener el dominio de la clase dirigente. En este sentido, el hecho de que los militantes de ETA hayan interpretado el conflicto vasco desde una sola dimensión beneficia a las elites del Estado español comprometidas con derrotar la «amenaza del terrorismo», negando cualquier solución política al conflicto vasco. Por esta razón, mi crítica al concepto de nación creado por Berlant entraña una crítica a las actuales sociedades liberales. En este contexto, ¿cómo podemos llegar a entender la violencia producida por un movimiento nacionalista vasco como ETA? Tratar de entender estas «intimidades transpersonales» es precisamente el principal objetivo de mi investigación.

LA POSGUERRA EN EUROPA. AMBIGÜEDAD SOBRE EL CONCEPTO DE VIOLENCIA POLÍTICA

El régimen de Franco (1939-1975) proyectó la idea de una nación española en que las intimidades transpersonales fueran establecidas a través de relaciones mercantiles. La historiadora Helen Graham argumenta que, aunque el régimen franquista continuó oprimiendo de forma violenta a la disidencia durante las décadas que transcurrieron después de la Segunda Guerra Mundial, también asumió que la violencia no podía ser el único medio para ejercer la represión en el nuevo sistema internacional[37]. El nuevo método de control implicaba copiar el estilo de las democracias liberales modernas que habían sobrevivido a la amenaza del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y que adoptaron la cultura del «consumo de masas», con orígenes en Estados Unidos, como parte de su nueva identidad. La consolidación de las sociedades europeas de bienestar en los sesenta a través de esta cultura del consumo de masas, hizo que intelectuales como Jean-Paul Sartre o Frantz Fanon abrazaron el marxismo y su lucha contra el imperialismo de Estados Unidos, con sus consecuencias más directas en Cuba y Vietnam. En la historiografía europea, los sesenta abrieron un periodo de rebelión y violencia después de casi veinte años de relativa paz social transcurridos después del final de la Segunda Guerra Mundial[38]. Sin embargo, para algunos historiadores, el nacimiento de grupos armados en España, como ETA en 1959, no fue solo debido al movimiento radical anticapitalista europeo, sino que también obedecía a las particularidades de la sociedad española como resultado del intenso proceso de industrialización impulsado por Franco[39].

¿Fue ETA una herencia de los nuevos movimientos sociales europeos nacidos en la década de los sesenta con el objetivo de luchar contra el orden social impuesto por el imperialismo de Estados Unidos (por ejemplo, los movimientos anticolonización) o nació simplemente siendo una versión radical del movimiento nacionalista vasco? En la historiografía sobre ETA, los trabajos con una perspectiva más progresista se basaron en la primera opción[40]. En el lado opuesto, los trabajos con supuestos más conservadores eligieron la segunda[41]. Un aspecto clave de mi investigación es dilucidar cómo la formación ideológica de ETA fue en paralelo con la evolución de la clase trabajadora vasca durante los sesenta. Sin embargo, en los noventa, después de décadas de lucha armada, esta organización empezó a encontrarse aislada dentro de la sociedad vasca y, ya en el siglo XXI, terminó por representar un mero elemento radical del nacionalismo vasco, dando la razón a las tesis más conservadoras. Sin embargo, las historias de vida que forman parte de esta investigación revelan que la naturaleza de ETA no puede ser entendida simplemente como el producto de un contexto internacional. A través de las subjetividades que emergen de las historias de vida de los militantes de ETA, mi investigación subraya los riesgos de hacer generalizaciones acerca de la naturaleza de esta organización basándose solamente en los sistemas de poder que han operado durante su historia (por ejemplo, la llegada de la democracia en España o el colapso de la Unión Soviética). En este sentido, las diferentes microculturas de las que han formado parte cada uno de los militantes de ETA, como por ejemplo las fuertes movilizaciones de las clases trabajadoras en los sesenta y los setenta o el periodo «apático» en cuanto la decadencia de la cultura obrera durante los noventa, solo pueden ser analizadas considerando en la misma escala de importancia las experiencias emocionales de estos militantes dentro de su contexto histórico y social.

En su análisis sobre los movimientos insurgentes europeos durante la década de los setenta, el historiador Tony Judt, desde su influente libro Post-guerra, asoció a ETA, a la Facción del Ejército rojo, al IRA, y a las Brigadas Rojas, con cómo estos grupos trataron de usar el terror para expulsar a los gobiernos opresores del poder[42]. El historiador Dan Stone intentó entender la violencia que practicaron estos grupos desde un contexto de posguerra más amplio. Stone aseguró que la violencia que practicaron estos grupos fue una consecuencia de «la eliminación del pensamiento crítico en un periodo de posguerra en el que las antiguas elites presionaron con todo su esfuerzo para volver a tener poder a expensas de marginalizar a aquellos movimientos antifascistas de base»[43].

Estas dos interpretaciones históricas nos facilitan una estructura para entender el fenómeno del terrorismo desde la perspectiva de la historia social. En otras palabras, estos autores han tratado de retratar las percepciones de los europeos que vivieron esos tumultuosos años de violencia política desde el impacto social que produjo este tipo de violencia. Sin embargo, los protagonistas de estos actos violentos, los militantes de estas organizaciones, no actuaron solamente desde un sentimiento abrumador que les empujaba a cambiar radicalmente la sociedad en la que vivían. Mario Moretti, el líder de las Brigadas Rojas y máximo dirigente encargado de asesinar al político italiano Aldo Moro, explica cómo eligió la lucha armada con el simple propósito de ir más allá de una estrategia de uso de la violencia defensiva impulsada por los partidos comunistas tradicionales. En este sentido, el concepto ofensivo de lucha armada promulgado por Moretti estaba reducido a una simple premisa: además de la lucha de los trabajadores en las fábricas tratando de golpear el capital (en su connotación marxista), era necesario «algo más». Las Brigadas Rojas, que nacieron al calor de los movimientos sociales que apoyaban a los trabajadores en las líneas de ensamblaje de las fábricas de Pirelli o Alfa en Milán, no estaban conectadas éticamente con la sociedad italiana como un bloque homogéneo como Judt sugiere en su argumento. Asimismo, al contrario de la tesis de Dan Stone, estos activistas no trataban simplemente de confrontar con las antiguas elites que emergían de un consenso de posguerra. Más bien, su lucha estaba conectada con la vida cotidiana de los trabajadores. La longevidad de las Brigadas Rojas revela cómo entendieron que su «improvisación» estaba relacionada con el «estar en contacto» (en un sentido dinámico) con la sociedad italiana. Ciertamente, las subjetividades de los militantes de las Brigadas Rojas o las de los militantes de ETA no pueden ser analizadas sin entender la «espontaneidad» de sus vidas cotidianas.

Esta espontaneidad (casi nunca considerada como parte de la estructura analítica de los historiadores sobre Europa) es clave para entender la violencia practicada por ETA antes y durante la transición española. Por ejemplo, la mayor parte de la historiografía sugiere que el asesinato del presidente y heredero de Franco, Carrero Blanco, fue una acción premeditada y llevada a cabo para cambiar las estructuras de poder del régimen franquista. Sin embargo, lo más probable es que esta acción fuera llevada a cabo por ETA como un simple acto de venganza por el asesinato, por parte de las fuerzas de seguridad franquistas, de varios de sus militantes[44]. Volviendo al argumento de «ejercer el poder por otros métodos» antes mencionado, la transición española fue en parte exitosa por la continuidad que tuvo el imaginario basado en una sociedad de clases medias con capacidad de consumo, estructurada y planeada por el establishment franquista.

Las movilizaciones masivas que tuvieron lugar en las calles durante los años después del asesinato de Carrero Blanco por parte de ETA fueron ignoradas por la narrativa oficial de la transición. Ciertamente, es importante subrayar los altos niveles de violencia política durante los años de la transición (1975-1982), con más de 700 muertos en España, solo por detrás de Italia en cuanto a los países europeos con más muertos por causas de violencia política[45]. Sin embargo, la historiografía española sobre la transición no ha buscado explicar las motivaciones de esas personas o grupos que llevaron a cabo esas acciones violentas, principalmente grupos paramilitares cercanos al Estado, militantes de ETA u otros grupos que participaron en aquellas «batallas». Por consiguiente, la narrativa adoptada por las elites franquistas y consensuada con los principales partidos políticos de izquierda fue la fundación de una nueva nación basada en la «reconciliación». Solo recientemente, después de varias décadas de consenso académico sobre la consolidación del «Régimen del 78», algunos historiadores han empezado a analizar los tumultuosos años de la transición a través de la movilización social acaecida en las calles[46].

Mi investigación sobre ETA ha tratado de hacerse desde la comunidad, revelando una continua confrontación entre dos proyectos nacionales. Por un lado, el proyecto nacional de la Izquierda Abertzale, basado en una hipotética sociedad igualitaria, emancipada de los grandes capitales económicos y de los Estados francés y español. Por otro, una identidad española moldeada por sus elites en la que la transición española llevada a cabo en los setenta dio como resultado la formación de una hipotética moderna nación española de clases medias en la que, mirando siempre a Europa, los conflictos entre el trabajo y el capital se resolverían de forma pacífica. La violencia física y psicológica que experimentaron las víctimas de ETA y la violencia que muchos militantes de ETA padecieron a través de las fuerzas de seguridad del Estado son la expresión histórica de este choque de identidades nacionales.

A mí no me preocupa saber que alguien no pagará por mi sufrimiento. ¿Me entiendes? No necesito que nadie me pida perdón, ni siquiera la persona que me puso la bolsa de plástico en la cabeza y me puso los electrodos. Imagínate que el viene y me dice: «Lo siento por haberte hecho sufrir, Fernando». Para mí esos perdones no tienen valor. Eso del perdón se lo dejo a los curas […]. Yo puedo perdonar a una u otra persona. Yo recuerdo cuando dispararon a mi mejor amigo: le metieron cuatro balas en un restaurante de Madrid. Lo que me molesta es que, a mis 62 años, el derecho de autodeterminación, que para mí es fundamental, el hecho de que mi país pueda llegar a ser libre, pueda decidir su futuro… todo eso nos haya sido negado[47].

Este testimonio de Fernando Etexgarai, militante de ETA y protagonista del capítulo III, nos muestra cómo la lucha nacionalista entre las identidades española y vasca está reflejada en este libro desde su aspecto más empírico, la violencia. Por consiguiente, la violencia que la Izquierda Abertzale experimentó en forma de tortura moldeó su identidad durante décadas, haciendo del Estado español su principal antagonista. Por ello, el acto de pedir perdón por tremendos actos de violencia, referido anteriormente por Etxe­garai, ha sido un tema constante de debate dentro de la sociedad española desde que estalló la Guerra Civil en 1936.

¿Cómo pueden las subjetividades de los militantes de ETA «desafiar» el consenso de las historiografías sobre los grupos terroristas europeos activos durante el último cuarto del siglo XX mediante la incorporación de sus experiencias cotidianas? Los intensos momentos de lucha armada vividos por activistas de grupos armados insurgentes deben ser analizadas desde el universo emocional de estos activistas. Tratando de analizar el proceso histórico a través del cual estas emociones fueron producidas, como vimos en el ejemplo del asesinato de Carrero Blanco, podemos entender de manera más amplia la historia de ETA. Es curioso que el único libro que ha tomado el enfoque de analizar la vida cotidiana de los militantes de ETA que asesinaron a Carrero Blanco es el de la activista de la Izquierda Abertzale Eva Forest[48]. Sin embargo, desde mi experiencia de investigación, una afinidad ideológica con ETA no tiene que ser prerrequisito necesario para explorar las emociones de sus militantes. Si los historiadores sociales han analizado las vidas de la gente corriente, también los científicos sociales que trabajan con temas de violencia política pueden hacer lo mismo: después de la Segunda Guerra Mundial se proyectó, tanto desde los gobiernos europeos como desde Estados Unidos, una imagen autoperceptiva en la que estas «democracias del mundo libre» eran vanguardias que el resto del globo tenía que imitar. Los científicos sociales tenemos la obligación de destapar estas narrativas, y el análisis de las diferentes formas de violencia terrorista que tuvieron lugar en estos países (ETA, IRA, Brigadas Rojas, etc.) nos da una gran oportunidad para ello. Si la Segunda Guerra Mundial provocó horrendas formas de violencia de masas y los países europeos empezaron a implementar el Estado de bienestar a partir de 1949, ¿cómo explicar las violencias que surgieron en los sesenta y los setenta a través de estos grupos insurgentes?

El hecho de que en Europa, durante las décadas después de la Segunda Guerra Mundial, no existiera una violencia de masas (excepto en el caso de los Balcanes), y el hecho de que ningún tipo de violencia insurgente lograra sus objetivos, explica las escasas ganas de intentar comprender este tipo de violencias por parte del mundo académico. Sin embargo, este libro trata de analizar cómo la violencia practicada por grupos insurgentes armados europeos durante más de dos décadas refleja las contradicciones de estas sociedades en términos del Estado de bienestar surgido después de la Segunda Guerra Mundial y las imágenes de la posguerra fría neoliberal. La violencia política practicada después de Segunda Guerra Mundial tuvo siempre la sombra de la revolución. El historiador Arno Mayer asegura que «interpretar las revoluciones francesa y rusa, particularmente desde las masas que se sublevaron contra el orden establecido, de una manera no dialéctica, es correr el riesgo de catalogarlas simplemente como episodios trágicos de nuestra calamitosa historia, como simples tragedias inevitables de nuestras vidas»[49]. Este libro tratará de ofrecer un análisis dialéctico e histórico de la violencia practicada por ETA y por el Estado español. Solo en estos términos puede explicarse en su complejidad el largo desarrollo histórico de ETA.

METODOLOGÍA

La historiografía sobre el conflicto vasco ha tratado tradicionalmente de aproximarse a ETA como una excusa para explicar grandes eventos políticos en vez de tratar de explicar la textura de la organización y su militancia en toda su complejidad. Aquí traigo dos ejemplos que muestran diferentes caracterizaciones de ETA en cuanto al asesinato de Carrero Blanco. Un tipo de trabajos parece simpatizar con ETA y explica cómo la transición española fue en parte posible gracias a esta acción violenta llevada a cabo por la organización. En el segundo caso, el historiador no tiene simpatía por ETA, y explica cómo, tras el asesinato de Carrero Blanco, durante y después de la transición la organización empezó a utilizar la violencia no como una herramienta, sino como su «razón de ser»[50]. Estos dos ejemplos subrayan la influencia que una rama hegemónica de la ciencia política centrada en la construcción del Estado ha tenido sobre la historiografía de los grupos armados. En mi opinión, debido a esta influencia, la historiografía sobre el conflicto vasco (y otros conflictos políticos) carecen de la perspectiva holística necesaria para entender un fenómeno como la violencia política desde diferentes ángulos. Hay que distinguir algunas excepciones de politólogos, muchos de ellos desde el entorno anglosajón, como Ernesto Cyrus Ziraczadeh, James C. Scott, Bet Katnelson o Robert P. Clark que se han centrado más en las dinámicas de poder que se dieron entre el Estado y los insurgentes.

Recogiendo esta última línea de investigación y entendiendo la política como un sistema de poder inherente al ser humano, mi investigación no trata de evitar la dimensión política del conflicto vasco. Al contrario, mi aproximación trata de analizar las conexiones entre las estructuras políticas en las que los militantes de ETA han desarrollado su ideología y «su mundo de los afectos» desde donde podemos entender sus subjetividades personales.

Para lograr este objetivo, lo primero es tratar de analizar la historia social del conflicto vasco. Desde esta aproximación podemos dejar a un lado las grandes figuras históricas y centrarnos en la vida cotidiana de todas aquellas personas que vivieron el conflicto armado vasco. Sin embargo, teniendo en cuenta que solo existen unos pocos estudios sobre la historia social del conflicto vasco, la de la Izquierda Abertzale y la de ETA siguen siendo historias por escribir[51]. Como he mencionado anteriormente, ETA, como fenómeno terrorista, ha sido analizado repetidamente desde una aproximación cronológica o, desde luego, ha sido tratada como una anomalía del pasado que hay que corregir moralmente en el presente. Eric Hobsbawm, bien conocido por sus estudios sobre historia social, afirma que «la destrucción del pasado, o por lo menos los mecanismos sociales que unen una experiencia contemporánea con generaciones anteriores, es una de las características más comunes del último cuarto del siglo XX»[52]. Si la Guerra Civil española provocó una explosión de memorias dentro de la población española, ETA continúa siendo parte de esa memoria colectiva de vascos y españoles que aún no ha muerto.

Como hemos señalado, algunos politólogos, alejándose de la mirada tergiversada de los «estudios sobre terrorismo», analizaron la llamada comunidad radical vasca o Izquierda Abertzale en su dimensión histórica. Robert. P. Clark enfatiza en cómo ETA apartó la etnicidad de la identidad nacional vasca, haciendo del discurso de clase (pueblo trabajador vasco) el principal vector de integración[53]. Sin embargo, el historiador John Sullivan señala cómo ETA se había pasado sus primeros tres años de existencia sin celebrar un solo congreso, probando el hecho de que al menos en sus comienzos no hubo una clara frontera entre esta organización y la comunidad étnica vasca compuesta alrededor del PNV[54]. Cyrus Ernesto Zirakzadeh, siendo aún más crítico que sus dos colegas, argumenta que detrás de la no intención de la mayoría de los académicos de investigar sobre la comunidad radical vasca, se escondía una realidad vasca de lucha contra las desigualdades sociales[55]. Zirakzadeh, insistiendo en la necesidad de analizar la lucha de clases en el País Vasco para entender el conflicto político, concreta que los orígenes del movimiento obrero en esta región datan de mediados del siglo XIX[56]. Esta antigua y peculiar (si la comparamos con la más tardía implantación del movimiento obrero en el resto de España) tradición del movimiento obrero en el País Vasco sitúa a la comunidad radical vasca como el resultado de un largo proceso histórico.

Como acabamos de ver, la historia social hizo que los historiadores dejasen de fijarse exclusivamente en las figuras más carismáticas de la historia para centrarse en el ciudadano medio que forma la comunidad. Sin embargo, este análisis racional también se nos queda corto si lo que nos interesa es comprender al individuo en su complejidad. Como dijo el antropólogo Eric Wolf, «la antropología nos brinda la posibilidad de mirar al ser humano desde varias dimensiones»[57]. Sharryn Kasmir, estudiando los orígenes del proletariado vasco, no solo se centró en las condiciones materiales, sino que también centró su análisis en los procesos en los que este proletariado adquirió conciencia de serlo[58]. En el mismo camino, Roland Vazquez, en su estudio sobre la vida social y cultural del PNV, enfatizó que «la ideología no es exclusivamente una herramienta consciente y manipuladora con un sentido peyorativo. Una noción ampliada de la ideología está también circunscrita a procesos culturales con el objetivo de proveer significados políticos»[59]. En este sentido, desde la antropología tenemos la oportunidad de estudiar a ETA desde los deseos y miedos de los propios militantes.

Ciertamente, estos autores plantean la cuestión de la relación entre los individuos y la comunidad nacional vasca como núcleo de su trabajo. Desde una mirada de la ciencia política que persigue legitimar el poder del Estado y que ha considerado a estos individuos como meras herramientas para extraer conclusiones más amplias. En contraste, los antropólogos, asumiendo que todas las explicaciones para entender el conflicto parecen ser atribuidas a la «ideología nacionalista vasca», preguntan: ¿qué podemos entender desde el universo mental de un activista del PNV o ETA en relación con su vida cotidiana? En este sentido, este libro analiza las historias de vida de los militantes de ETA haciendo hincapié en su cultura material (familia y clase social) y en su cosmovisión (cómo se ve un vasco a sí mismo en el siglo XXI), para tratar de entender mejor su «mundo de afectos» a través de la larga historia del conflicto armado.

Si las subjetividades de los militantes de ETA han sido el principal punto de referencia de mi investigación, esta no podía limitarse a usar solo fuentes secundarias de historia social y antropología así como fuentes primarias de revistas internas de ETA. La metodología de historia oral ha sido usada tradicionalmente por antropólogos, sociólogos y periodistas. Al usarlas, todos ellos «hacían historia», aunque sus trabajos no formasen formalmente parte de la disciplina histórica. La historia oral ha servido para que los testimonios de personas que no eran tradicionalmente protagonistas de la historia saliesen a la superficie. Asimismo, la interacción entre el narrador y el entrevistador permite que surjan nuevas narrativas, ya que el entrevistador no solo interpreta lo que el narrador dice, sino también lo que no dice durante la entrevista. Como expresa el historiador oral Paul Thompson, «la mayoría de las personas se guardan algunas memorias que, cuando salen a la superficie, revelan poderosos sentimientos»[60]. El psicoanálisis, en el sentido de desenterrar pensamientos que llevamos escondidos durante largo tiempo, se presenta como herramienta del historiador oral para poder desenterrar imaginarios sociales que llevan largo tiempo escondidos en el sumidero de la historia. Por lo tanto, el mundo de los afectos hace referencia a las emociones como una construcción sociocultural y no tanto como una experiencia individual. Los militantes de ETA fueron protagonistas de un conflicto violento de larga duración en el que su identidad política como «rebeldes vascos» es difícil de separar de otros aspectos más personales de sus historias de vida (como su carácter o sus relaciones familiares). Una de las primeras cuestiones que tuve que hacerme al empezar el trabajo de investigación fue cómo combinar un análisis empírico basado en las emociones personales de los activistas de ETA con un análisis de su «mundo de las emociones» dentro de una estructura cultural.

Las entrevistas

Aunque mi principal objetivo ha sido analizar el recorrido histórico de ETA a través de las historias de vida de sus militantes, mi trabajo no podía basarse solamente en la «verdad» revelada por estos militantes. A través de la lectura que llevé a cabo sobre fuentes primarias como Zuzen o Zutabe (boletines internos de ETA, publicados curante las décadas de los setenta y los ochenta en los que la organización difunde sus postulados políticos) pude constatar cómo ETA se había quedado aislada progresivamente dentro de la sociedad vasca durante sus últimas dos décadas de existencia. ETA había disfrutado de su último pico de popularidad en 1989 durante las «negociaciones de Algeria» cuando el gobierno socialista de Felipe González empezó una serie de conversaciones con la organización[61]. En un Zutabe de 2004, ETA, lejos de abrir debates políticos dentro de la Izquierda Abertzale (como ya había hecho en boletines previos), limitó su discusión a la importancia de atacar infraestructuras turísticas con el objetivo de hacer daño al Estado español[62]. El hecho de que ETA, en sus últimos números, prácticamente se limitase a hablar de sus posibles acciones armadas, demuestra su falta de poder emocional a la hora de apelar al pueblo vasco. Sin embargo, como se ha comentado al principio del libro, el descenso de apoyo popular que ETA experimentó durante la década de los noventa y que culminó con su aislamiento social en el siglo XXI no se puede explicar solamente desde esta última etapa de su historia. ¿Cómo vivieron los militantes de ETA este desencantamiento emocional de los vascos hacia su organización? Durante mi trabajo de campo en el País Vasco, mi principal objetivo fue entrevistar militantes que me ayudasen a profundizar en su proceso emocional acerca del final de ETA. Tratando con una variedad de fuentes primarias (Zuzen, Zutabe, Punto y Hora y Jarrai) y secundarias (historiografía del conflicto vasco) este libro trata de contextualizar las emociones de los militantes de ETA desde el periodo que comprende el «tardofranquismo» durante los sesenta hasta el cese definitivo de la violencias en 2011.

Durante mi trabajo de campo en el País Vasco, mi libro de referencia era el de la historiadora oral Carrie Hamilton y su tesis doctoral sobre las mujeres en ETA[63]. Para cuando Hamilton completó su tesis, ETA ya no sufría el terrorismo de los GAL. La organización también había sufrido graves contratiempos, como el arresto del líder de la organización Santi Arrosipide Sarasola (también conocido como Santi Potros) en 1987 y la consiguiente caída de la cúpula de la organización a manos de la policía española en la llamada Operación Bidart en 1992. Sin embargo, a pesar de todo esto, en 1988 la Izquierda Abertzale decidió dar un salto «hacia delante» siendo parte del Pacto de Estella con otras fuerzas nacionalistas como el PNV, con el objetivo encubierto de intentar que el Estado español reconociese el derecho de autodeterminación para los vascos. En resumen, la ETA que Hamilton había encontrado durante su investigación estaba ya acorralada por la policía y cada vez iba teniendo menos apoyo social como consecuencia, de entre otros factores, de los nuevos movimientos sociales pacifistas que iban emergiendo durante ese periodo en el País Vasco. Sin embargo, en los noventa, a pesar de las calamidades por las que ETA estaba pasando, lo que evidencia el Pacto de Estella es que esta organización no estaba dispuesta a dar un paso atrás.

Como hemos mencionado en el párrafo anterior, Hamilton estaba comenzando a vivir el «final de ETA», aunque ni ella ni los vascos que vivían en aquel periodo tuvieran opción de saberlo con certeza. Como contraste, las series de entrevistas que realicé en el País Vasco entre 2014 y 2015 tuvieron lugar tres años después del cese definitivo de la violencia declarado por la organización en 2011, sabiendo que ese era el final de la organización y que, por ende, era el momento de empezar a mirar al pasado. Otro elemento que nos diferencia a Hamilton y a mí fue mi nacionalidad española. En este aspecto, mi identidad española me conectó con mi objeto de estudio de una manera diferente a la de Hamilton, permitiéndome experimentar una serie de narrativas nacionales desde una perspectiva diferente. Por ejemplo, durante mi estancia en Bilbao, mi experiencia de estar cara a cara con militantes de ETA me podía provocar emociones no previstas relacionadas con mi experiencia de vida en tanto que ciudadano español.

Hamilton se acercó a los estudios de género poniendo a ETA y a la Izquierda Abertzale como caso de estudio. Mi libro trata de entender el abanico de las potenciales narrativas que emergen desde las entrevistas con militantes de ETA, particularmente desde el largo recorrido de la organización en el conflicto vasco. Si consideramos que la transición española ha dado lugar a una nueva comunidad imaginada llamada «Régimen del 78», ¿qué desafíos suponen estas narrativas para dicho régimen? Ernest Renan expresó que la nación es un «plebiscito diario»[64]. Un ejemplo de esto es cuando las clases medias españolas, por primera vez, empezaron a cuestionar seriamente el «Régimen del 78», como consecuencia de que las elites de este régimen tuvieron problemas para gestionar la crisis económica internacional que empezó en 2008. En este sentido, ¿qué nos pueden decir estas «microhistorias» de vida de los militantes de ETA?

El «Régimen del 78» hace referencia a la Constitución española nacida de la transición (1975-1982). Este nuevo establishment, compuesto por las elites reformistas del franquismo y la oposición democrática, aceptó un nuevo sistema neoliberal económico que emergió con los Pactos de la Moncloa en 1977 y que se convirtió en hegemónico durante las siguientes décadas[65]. En este sentido, el «Régimen del 78» es un concepto usado por académicos para criticar la hegemonía cultural de este establishment, en el que el periódico El País está considerado como el gran referente cultural[66]. Teniendo en cuenta la cercanía temporal hasta nuestros días, hasta ahora el «Régimen del 78» ha sido analizado sobre todo por politólogos. Sin embargo, con la crisis económica de 2008 conocida como la gran recesión, este régimen se empezó a poner en entredicho. Como resultado, la transición española empezó a ser un tema de debate político entre algunos españoles que empezaron a demandar más conocimiento sobre qué «había pasado» durante la transición; de hecho, fue a partir de la «gran recesión de 2008» cuando los historiadores empezaron a analizar la transición española y a ver en ella el «gran experimento» de las políticas neoliberales que acabarían por ser hegemónicos en los estudios sobre el «Régimen del 78»[67].

Teniendo en cuenta la falta de una historiografía sistemática sobre la transición española y, sobre todo, la falta de análisis sobre el comportamiento de diferentes comunidades presentes durante la transición (por ejemplo, los movimientos obreros o los grupos nacionalistas), mi investigación ha tratado de conectar el concepto de «Régimen del 78» con el imaginario de la Izquierda Abertzale. Usando como fuente la revista cultural vasca publicada durante la transición Punto y Hora en Euskal Herria, analicé en primer lugar cuáles fueron las representaciones de la transición española para Izquierda Abertzale[68]. El lector, a través de los análisis de estas representaciones, puede entender el «Régimen del 78» como una realidad empírica de las historias de vida de los militantes de ETA que han participado en esta investigación.

En ese momento, yo fui uno de los convencidos de que si todas las fuerzas políticas del Estado español nos uníamos, podíamos cambiar el régimen y a la vez atender a las demandas de los vascos, o sea el derecho de autodeterminación. En 1975 y en 1976 luchamos por la democracia, por acabar con el régimen de Franco y pensamos que, a cambio, nos ayudarían a ejercer nuestro derecho a la autodeterminación[69].

El filósofo Paul Ricœur sostuvo que «la persona, entendido como carácter histórico, no es una entidad separada de sus expe­rien­cias»[70]. El desencanto emocional del antiguo militante de ETA Fernando Etxegarai con la transición española y el régimen que se desarrolló con ese mito fundacional es un relato empírico de una generación de vascos que vivió dicha transición, aunque sus memorias no revelan «la verdad» de lo que ocurrió durante ese intenso periodo. Mi investigación nos ayuda a comprender que el concepto de «Régimen del 78» no solo representa una «protesta antiestablishment», sino que además tiene sus raíces en una serie de memorias de activistas políticos como Etxegarai que consideran que este proceso no termina en 1982 con la llegada del PSOE al poder, sino que es, a día de hoy, un proceso inacabado.

La entrevista con Etxegarai transcurrió en su casa, un lugar donde él se sentía cómodo. De hecho, la mayoría de los narradores que participan en un estudio de historia oral prefieren conceder entrevistas en sus casas, que es donde se sienten mejor para poder conversar de temas no necesariamente fáciles de tratar. Mientras subíamos las escaleras hacia un ático en pleno casco viejo de Bilbao, Etxegarai me anticipó que él venía de una «buena familia vasca». Durante la entrevista, Etxegarai diluyó mi excitación de entrevistar por primera vez a alguien que había militado en ETA con una calma que me fue transmitiendo durante toda la entrevista. Lo que más aprendí de esa entrevista fue que donde Etxegarai se sentía más cómodo para hablar era en el terreno de la política, y muchas veces su vida personal quedaba relegada a un segundo plano. Como ya adelantó Hamilton, «en las entrevistas ellos intentan mostrar el lado político de sus vidas a expensas de sus relaciones personales, tratando de contextualizar cuidadosamente sus historias en una gran narrativa política, con el efecto de que a veces la entrevista tiene el tono de un discurso político»[71]. Sin embargo, lo que para Hamilton eran narrativas políticas que no estaban en directa confrontación con su identidad nacional, para mí esas historias de vida cuestionaban mi manera de percibir mi país y su historia. Por un lado, lo que mejor le podía venir a mi investigación era que Etxegarai me hablase de su vida personal, para que así yo pudiera entender su lado más emocional. Mis intentos de confrontar con sus narrativas políticas pudieron, en algún momento, dirigir la entrevista hacia una determinada dirección, algo que va contra los principios básicos de la historia oral. El análisis histórico de la entrevista, que veremos en el capítulo III, fue una mezcla entre mi intención de rescatar las vivencias empíricas de Etxegarai y la posibilidad de generar, mediante sus vivencias de la transición española, un nuevo relato de la transición.

¿Qué nos dicen las diferentes contranarrativas de la transición acerca de la historiografía existente sobre el tema?[72]. De acuerdo con la narrativa oficial de la transición, durante este proceso, las heridas abiertas de los españoles empezaron a cicatrizar. Siguiendo esta línea de análisis, ETA ha representado históricamente el único obstáculo hacia la reconciliación nacional. Esta narrativa oficial se ha ido extendiendo culturalmente dentro de la sociedad española, y está relacionada con dos limitaciones: la primera es la incapacidad de los medios de comunicación españoles de criticar los orígenes franquistas de la actual monarquía española teniendo en cuenta que Juan Carlos I fue nombrado sucesor por el dictador Franco, además de considerar el hecho de que Carrero Blanco fue una persona muy cercana al monarca; la segunda limitación son las dificultades que han tenido diversas organizaciones de derechos humanos a la hora de obtener permiso por parte de las administraciones públicas para poder abrir fosas comunes en las que se encuentran muchos cadáveres de la represión franquista. Por otro lado, las víctimas de ETA han tenido durante las últimas décadas toda la atención mediática y, en este sentido, han sido (justamente) reconocidas por el sistema democrático español. Podemos afirmar que, desde un análisis de fuentes primarias de partidos políticos y sindicatos que han formado parte de la Izquierda Abertzale, un análisis de las emociones de los militantes de ETA tiene la potencialidad de promover una ruptura con el «Régimen del 78», el cual la gran mayoría de la literatura escrita sobre la transición ha contribuido a crear[73].

Si la historia se define por cómo los individuos y las sociedades cambian a lo largo del tiempo, ETA y sus violencias tienen un principio (la década de los sesenta), un final (2011, momento en el que decide abandonar las armas) y, por tanto, una historia. ¿Cómo se puede entender el conflicto vasco y su largo recorrido a través de las emociones de unos militantes de ETA que viven y sienten de maneras diferentes las distintas etapas del régimen político español de 1978? Mi entrevista con Josu Amantes, antiguo militante de ETA y condenado como Etxegarai a más de veinte años de cárcel, representa la continuación de dicho régimen político, pasando de los setenta y el desencanto de Etxegarai con la transición, al dolor físico y directo que sufre Amantes con las acciones de los GAL en los ochenta. Al transcribir la entrevista de Amantes, me di cuenta de que contenía ese dolor para poder contar su historia. Como dice Thompson, «el argumento más poderoso para que una entrevista fluya de una manera libre no es tanto buscar información, sino como recoger una “narrativa de la entrevista”, recoger un “contenido subjetivo” sobre cómo un hombre o una mujer mira hacia atrás su vida de una forma completa o de una forma parcial»[74]. Teniendo en cuenta que los dos eran militantes de ETA, las historias de vida de Etxegarai y Amantes son totalmente diferentes. En este sentido, sus subjetividades representan diferentes imaginarios colectivos del «Régimen del 78». El fenómeno de los GAL parece ser «una isla» dentro del «Régimen del 78» donde los militantes de ETA (retratados constantemente como meros criminales comunes por los medios españoles) no han sido directamente relacionados como víctimas de este grupo paramilitar.

Como español nacido en 1985, no hay duda de que mi historia de vida también ha sido condicionada por las representaciones culturales del «Régimen del 78» (con ETA representando su principal antagonista), y esto ha influido en la manera en la que he llevado a cabo las entrevistas, un proceso que maduró a la vez que mis experiencias de vida con los militantes de ETA. En este sentido, mi actitud con los militantes de ETA durante las entrevistas estuvo marcada por un profundo respeto. Por un lado, sentí el privilegio de tener acceso de primera mano a unas experiencias de vida tan intensas. Sin embargo, por otro, esta emoción de «sentirme privilegiado» me limitó a la hora de abordar ciertos temas durante las entrevistas, como la violencia ejercida por Etxegarai y Amantes a otras personas durante su militancia en ETA. Ellos fueron militantes durante las décadas de los setenta y los ochenta, en un tiempo donde ETA aún disfrutaba de considerables niveles de apoyo social entre los vascos, en parte debido a los grupos paramilitares que aún existían. Durante los noventa, los vascos se empezaron a hartar de esa violencia de ETA y la organización empezó a perder apoyos. Mi entrevista con Gorka García Sertucha, que fue condenado por intentar asesinar al rey Juan Carlos I en 1993, tuvo lugar en un periodo en el cual mi experiencia como entrevistador me dio la confianza de poder preguntar abiertamente a un militante de ETA acerca de sus acciones armadas. Aunque Sertucha es en parte producto de dos generaciones previas de militantes de ETA (como la de Etxegarai y la de Amantes) que lucharon contra una cultura posfascista (en la forma de terrorismo de Estado) que aún estaba presente en la vida cotidiana de los españoles, un análisis estructural de este fenómeno no sería suficiente para entender el contexto cultural de la sociedad vasca en los noventa. Sertucha demostró durante la entrevista que su intención de asesinar al rey no le provocó contradicciones personales, como por ejemplo el conflicto moral de quitarle la vida a otro ser humano. La ETA de los noventa fue definida por la sociedad española, así como por los mismos militantes, de una manera en la que se aceptaba más el rol de perpetrador que el sufrimiento vivido por los militantes de ETA y otros miembros de la Izquierda Abertzale en forma de torturas por la policía española.

Aunque la literatura escrita sobre la ETA de los noventa se ha enfocado en el declive de su apoyo popular, exclusivamente desde este contexto no nos es posible explicar la historia de vida de Sertucha[75]. ¿Qué lleva a un militante de ETA a tratar de asesinar al rey español en un contexto europeo de finales del siglo XX? Como hemos visto en la sección de violencia política, los estudios sobre terrorismo no han tenido tradicionalmente una aproximación holística. Sin embargo, no hay duda de la intención política en intentar asesinar al rey y la importancia de intentar comprender este fenómeno desde varios ángulos. En este sentido, la historia de vida de Sertucha retrata las motivaciones políticas de un activista vasco en un contexto neoliberal en los noventa donde casi todas las esferas de la vida humana quedan sujetas a relaciones mercantiles. Mi investigación revela que, al final del siglo XX, comunidades como la vasca, después de experimentar durante décadas la represión por parte de las fuerzas de seguridad, aún tienen individuos como Sertucha dispuestos a ejercer la lucha armada con fines políticos. En este sentido, mi investigación tiene el objetivo de analizar el proceso económico neoliberal que empezó con la crisis del petróleo en 1973, contribuyendo a precipitar la caída del régimen de Franco e iniciando un «no retorno» con el comienzo de la gran recesión en 2008 y sus efectos en la composición social de ETA y de la Izquierda Abertzale. Entendemos el neoliberalismo no solamente como un sistema que se reduce a las relaciones económicas entre individuos, sino que, para su implementación en la sociedad, necesita una serie de mecanismos culturales y políticos. Siguiendo esta línea, el «Régimen del 78» no solo no ha existido sin el neoliberalismo, sino que es una expresión cultural y política de él. Para entender mejor el «Régimen del 78» a través de las subjetividades de los militantes de ETA, mi investigación analiza la realidad material de españoles y vascos en los años finales de la transición a la democracia.

Acercándonos a la Izquierda Abertzale desde sus representaciones más icónicas, el último capítulo de este libro trata específicamente de abordar a los presos políticos vascos que representan simbólicamente los valores fundamentales para esta comunidad, como son el sacrificio o la lealtad. Fuentes primarias, como documentos de la asociación de presos vascos Etxerat, nos muestran cientos de testimonios de torturas de la policía sobre activistas vascos, y nos ayudan a entender que la Izquierda Abertzale tiene a la tortura como la principal fuente de dolor y que esta es, por lo tanto, la principal conexión emocional entre esta comunidad y el Estado español[76]. Los cuatro narradores nos ayudan a comprender desde su vida cotidiana en la cárcel su lucha contra el Estado. La comunidad de presos es posiblemente el último bastión tanto emocional como material donde ETA aún tiene una base social importante en el siglo XXI. El desafío como historiador oral que me encuentro en este último capítulo es cómo entender una realidad tan ajena a mi persona, como estudiante de clase media que lleva una vida «estándar». Esta distancia entre mi persona y el testimonio del narrador representa simbólicamente la distancia entre la comunidad radical vasca, que en el siglo XXI sigue teniendo cientos de presos en las cárceles, y la realidad social en que viven el resto de los españoles.

Ciertamente, omitiendo las historias de vida de los militantes de ETA, la literatura sobre el conflicto vasco es un reflejo de esta distancia. De hecho solo podemos acercarnos a las historias de vida de los militantes de ETA en prisión desde la información que colectivos de presos nos facilitan. En mi opinión, la historiografía sobre ETA se ha enfocado demasiado en el corpus ideológico de ETA (simpatizando o en la mayoría de las veces criticándolo) y se ha olvidado de las subjetividades personales de sus militantes.

Entre estos cuatro narradores que nos hablan de su vida en la cárcel, se encuentra Anitz Eskisabel, la única mujer y la persona más joven de toda la investigación. Anitz representa la última generación de vascos dispuesta a comprometerse (o por lo menos a simpatizar) con la lucha armada. A la vez, su identidad como mujer nos ayuda a tener una aproximación de género a ETA. Durante la entrevista, Anitz se infravaloraba constantemente, y muchas veces hablaba de su papel en la lucha política de una manera secundaria. Esto contrasta si la comparamos con el resto de narradores (varones) que participaron en este estudio y que rechazaron aparecer anónimos, ya que querían que sus nombres acompañaran su historia. Anitz, por el contrario, fue la narradora que más me costó convencer para que participara en esta investigación. El hecho de que normalmente los narradores que aparecen en estudios de terrorismo permanecen anónimos, como en el caso del estudio de Carrie Hamilton sobre las mujeres en ETA, obedece al hecho de que la organización terrorista sigue activa en el momento de la investigación. Aunque ETA declaró el alto el fuego en 2011, durante los años en que realicé las entrevistas (2014 y 2015), esta organización, aunque desactivada, seguía existiendo y, como tal, seguía siendo una amenaza para el Estado. Sin embargo, en 2011 ETA dejó de representar (simbólicamente) el presente, y pasó a ser parte del pasado, al ser una organización armada que no practicaba ya la violencia. Esta nueva realidad social facilitó que durante los años en los que realicé las entrevistas los narradores no tuvieran (tanto) miedo de futuras represalias por el hecho de participar en esta investigación. Las siete entrevistas y sus correspondientes identidades personales representan el recorrido histórico de ETA. En las siguientes páginas concretaremos cómo este recorrido se transforma en historia.

Haciendo historia

La proximidad entre el investigador y su objeto de estudio es uno de los aspectos más controvertidos dentro de los estudios sobre terrorismo. Como se ha mencionado previamente, estar demasiado cerca de un terrorista puede dar la sensación de simpatizar con su causa y, por lo tanto, generar la impresión de que el análisis final resulte no ser objetivo (algo parecido a sufrir síndrome de Estocolmo). De hecho, si consideramos los ya reconocidos trabajos de Eva Forest e Iker Casanova, y tenemos en cuenta que los dos son personas que simpatizan con la Izquierda Abertzale, esta teoría podría resultar ser cierta. Como hemos visto, Eva Forest entrevistó a los militantes de ETA que asesinaron a Carrero Blanco, e Iker Casanova escribió la biografía de uno de los líderes más carismáticos en la historia de la organización, Argala. Ambos autores son considerados activistas políticos de la Izquierda Abertzale[77]. El hecho de que su trabajo apele directamente a las emociones de los militantes de ETA es precisamente el núcleo (desde mi punto de vista) de la controversia. ¿Podemos analizar las vidas cotidianas de los militantes de ETA sin ser influenciados (en el sentido de tener que tomar una posición política) por sus narrativas políticas? El resultado de mi investigación revela un proceso de inmersión dentro de las narrativas de los militantes de ETA, contrastándolas con mi propia narrativa sobre el conflicto vasco. Por consiguiente, mi contribución a la historiografía del conflicto vasco es tratar de entenderlo desde la profundidad que nos da la historia social y tratar a su vez de explorar el universo emocional de siete militantes de ETA desde el nivel de la comunidad.

El mundo de ETA, como el de cualquier otro grupo insurgente armado, es un mundo cerrado y acostumbrado a la falta de comprensión desde el mundo exterior. Los testimonios de los militantes de ETA me habían proveído de mucho contenido para la investigación. Sin embargo, teniendo en cuenta el mundo cerrado de la Izquierda Abertzale, mi investigación debía basarse en otras fuentes primarias como los documentos internos de ETA Zuzen o Zutabe, para entender mejor la estructura de la organización y de las direrentes narrativas de la Izquierda Abertzale[78]. La ideología de ETA podía ser encontrada fácilmente en los discursos y sus símbolos. Sin embargo, en los Zuzen o los Zutabe esta ideología no nos mostraba simplemente qué pensaba ETA sobre determinados temas políticos. ETA y la Izquierda Abertzale aparecían en los Zuzen y los Zutabe mostrando cómo vivían el mundo y, a la vez, cómo el mundo les interpelaba. Mi motivación de investigar sobre estos documentos internos no consistía en extraer una información específica. En ellos pude constatar dos temas que aparecían una y otra vez en casi todos los números de Zuzen y Zutabe. El primer tema, que aparecía de una forma velada, era la violencia. En estos documentos ETA miraba al mundo como un terreno hostil, desde la ideología marxista (lucha de clases) y desde el nacionalismo vasco, entendiendo al Estado español como algo externo a los vascos. La violencia solo era causa y consecuencia del segundo concepto semántico que también aparecía, está vez de una forma explícita, de una forma constante, el «Régimen del 78». En el siglo XXI, este concepto se ha hecho popular entre académicos y forma parte de la vida política española gracias en parte al surgimiento en 2014 del partido político Podemos. Este hecho nos hacer ver que la lucha de ETA contra el Estado escondía algo más que la voluntad del derecho de autodeterminación para los vascos. Estaba también en disputa qué imaginario político representaba la nación española en el último cuarto del siglo XX.

Lo que esta investigación trata de unir, desde el principio hasta el final, es el viaje paralelo en el tiempo del «Régimen del 78» y ETA. No de modo casual, si la crisis económica que comienza en 2008 pone en crisis durante los siguientes años al «Régimen del 78» que nació de la transición, ETA declara el cese unilateral de la violencia en 2011, apenas tres años más tarde del inicio de la crisis económica. Tratando de explorar los paralelismos más adelante, mi investigación se adentra en las subjetividades de ETA y sus representaciones del «Régimen del 78». En mi primer viaje en 2014 al País Vasco para realizar el trabajo de campo, seis años después del comienzo de la crisis y tres años después del cese de la actividad armada de ETA, sentí entre la población vasca el deseo de explicarse a sí misma. Miembros de sindicatos o partidos políticos cercanos a la comunidad radical vasca me constataron que el trabajo que yo me disponía a hacer –entrevistar a gente que había formado parte de ETA– me hubiese sido mucho más difícil antes de la declaración del cese definitivo e la violencia por parte de ETA en 2011. Si la Izquierda Abertzale antes de 2011 vivió marginada (o automarginada) del resto de la sociedad vasca y española, a partir de ese año dicha comunidad, sin la tensión que provocaba la violencia de ETA, empezó a mirar hacia fuera. Yo percibí entonces que los militantes de ETA tenían una historia que contar. Como constata Paul Thompson, «la historia oral da la oportunidad a las personas de contar la historia con sus propias palabras. Y dándoles un pasado, también les ayuda a construir su propio futuro»[79]. Si las teorías de resolución de conflictos hablan de procesos de cicatrización de heridas y reconciliación, mi objetivo, con esta investigación, no es tan ambicioso. Siguiendo a Thompson, entendiendo la experiencia de los militantes de ETA desde sus propias palabras, los españoles podemos saber más de los protagonistas de un conflicto de larga duración como ha sido el caso del vasco.

¿Por qué las historias de vida de los militantes de ETA no se han incluido todavía en la historia del conflicto vasco? ¿Por qué ni siquiera los académicos más cercanos a la Izquierda Abertzale se han puesto con este trabajo de una manera sistemática? Aunque la historia oral y la violencia política son dos caras de la misma moneda (ya que hacen falta más investigaciones que traten el fenómeno de la violencia política desde las historias de vida de militantes que han formado parte de organizaciones terroristas), por el momento, desde la academia no se ha profundizado en esta relación. De lo contrario, los académicos han «invocado al racionalismo» para entender el conflicto vasco desde una mirada teórica y abstracta. La historiadora oral Pipa Virdee asegura que «la historia oral ha dado la oportunidad de integrar a las mujeres en la historia académica, incluso contestando las narrativas oficiales de cómo en lo social, en lo económico y en lo político las mujeres han permanecido en un segundo plano»[80]. ¿Es arriesgado sustituir la palabra «mujeres» por la palabra «terroristas» o «insurgentes armados»? Según mi investigación, los militantes de ETA tienen diferentes formas de ver el mundo y de vivir en él. La historia del largo conflicto armado vasco nos muestra que las subjetividades de los militantes de ETA nos ayudan a entender cómo la «política radical» ha sobrevivido desde que el sistema neoliberal se convirtió en hegemónico como parte de la vida cotidiana de los españoles hasta la crisis de 2008. Como he mencionado previamente, analizar la «política radical» no puede estar basado solo en discursos ideológicos o en el uso de la violencia con objetivos políticos como la que ha practicado ETA. En este libro, el radicalismo de los militantes de ETA es retratado desde sus percepciones emocionales y psicológicas, desde su lucha contra el neoliberalismo y desde sus raíces culturales vascas.

Esta introducción tiene como objetivo contextualizar el conflicto vasco desde el nacionalismo, la violencia política y ETA. Mi trabajo también trata de explicar la importancia de usar la historia oral para poner caras, nombres y, aún más importante, experiencias de vida dentro del contexto de este conflicto. Esto nos da la posibilidad de entender, con una perspectiva analítica, el conflicto desde las percepciones personales de estos activistas en lugar de basarnos en teorías de científicos sociales que tratan constantemente de «buscar una solución al conflicto». El nacionalismo, con independencia de si es vasco o español, no fue construido solo a base de mitos. El nacionalismo que se proyecta sobre un imaginario necesita una base tangible o una realidad física donde sostenerse. Si la economía y las condiciones materiales de las personas son el sustrato básico del nacionalismo, también la violencia, en su sentido más físico, es la realización de un proyecto nacionalista. En este sentido, las siete historias de vida retratadas en este libro experimentaron diferentes formas de violencia. ETA y la Izquierda Abertzale moldean su imaginario nacional vasco sacando a la luz la violencia que han sufrido. Por otro lado, en sus narrativas políticas la violencia que los militantes de ETA han perpetrado es normalmente omitida u ocultada, en un intento de no ofrecer una excusa al Estado español para actuar. Esta manera de hablar en sus testimonios es, en parte, por el miedo que sienten los militantes ante la posibilidad de que las entrevistas puedan tener futuras consecuencias legales. Sin embargo, hay también una narrativa dentro de ETA en la que se les describe como freedom fighters y que les hace negar el sufrimiento causado. En los próximos capítulos, las historias de vida de los siete protagonistas son explicadas desde diferentes sistemas de poder (diferentes gobiernos españoles) que ha tenido el conflicto vasco, desde el nacimiento de ETA en 1959 hasta el final de su actividad armada en 2011.

Biografías de los entrevistados

Durante la construcción de la muestra que iba a utilizar en mi investigación, intenté que el resultado facilitase la comprensión del largo conflicto armado vasco. El capítulo II es el único de todo el libro que no está basado en una historia de vida. Este capítulo analiza la dictadura de Franco y la herencia cultural del fascismo sobre la actual democracia española. Esta introducción nos sirve para presentar las historias de vida condensadas en los siguientes capítulos que logran capturar una gran variedad de experiencias en los testimonios de los militantes.

La primera historia de vida es la de Fernando Etxegarai, protagonista del capítulo III. Nacido en 1952, Etxegarai nos cuenta la historia de su desencanto con el resultado final de la transición española. Su testimonio, al igual que el del resto de militantes que forman parte de este libro, es el producto de sus memorias con el actual conflicto vasco, aún no resuelto. En 1967, con 15 años, Etxe­­garai vio cómo su hermano y su primo (que formaban parte de un comando de ETA) eran detenidos por la policía franquista. Este episodio de la vida de Etxegarai evoca el alto precio que muchos vascos, en su lucha contra el fascismo, tuvieron que pagar durante la dictadura y las altas expectativas que tenían del inicio de la transición a la democracia. En otras palabras, durante la entrevista Etxegarai subraya el hecho de que los militantes de ETA que vivieron el periodo de la transición hacia la democracia terminaron este periodo sin obtener los beneficios esperados: el derecho de autodeterminación para el pueblo vasco.

La biografía de Etxegarai marca 1969 como el año en que empezó a estudiar derecho en Madrid, expandiendo su universo mental fuera de las fronteras del País Vasco. Durante este periodo conocido como «tardofranquismo» (1959-1975), una nueva clase trabajadora surgió en el País Vasco –así como en otras regiones de España como Cataluña– provocando, con sus movilizaciones, el final de la dictadura. En 1976, habiendo obtenido el título de abogado, Etxegarai fue testigo de la intensa huelga que tuvo lugar en la ciudad vasca de Vitoria, donde dos trabajadores murieron durante la manifestación contra el régimen. Etxegarai vivió la transición española (1975-1982) después de haber estado en contacto con estudiantes de derecho en Madrid y de haber participado en las intensas manifestaciones de Vitoria. En 1982, Etxegarai ya es parte de un comando de ETA. Este resumen de la biografía de este militante de ETA ayuda al lector a situar su historia de vida durante los turbulentos años de la transición, y así poder entender la desafección que sintió la Izquierda Abertzale con la democracia española que nacía por entonces.

Nacido en 1960, el militante de ETA Josu Amantes –que es ocho años menor que Etxegarai– fue un adolescente durante la transición hacia la democracia. En 1979 Amantes empezó a militar en ETA después de haberlo hecho en diversas organizaciones políticas de la Izquierda Abertzale que desempeñaron un papel predominante durante la transición. En 1983, a la edad de 23 años, Amantes emigró a Francia después de enterarse de que la policía le estaba buscando. Durante los próximos tres años, Amantes tuvo una vida relativamente normal en Francia, teniendo en cuenta que el gobierno de Mitterrand concedió asilo a los refugiados políticos vascos hasta 1986. Si lo relevante de la historia de Etxegarai se contextualiza durante los años de la transición, la historia de Amantes empieza precisamente con las secuelas que deja dicha transición y el terrorismo practicado por los GAL apoyado secretamente por parte de las elites del Estado.

En 1984, el compañero de piso de Amantes –que también era militante de ETA– murió delante de él como consecuencia de un disparo de un francotirador de los GAL. Unos años después, Amantes experimentó, también en sus manos, la violencia de los GAL cuando un sicario le disparó en los baños de un bar. Estos dos episodios hicieron entender a Amantes la vulnerabilidad de su propia vida y del resto de los refugiados vascos que se encontraban en Francia. Como podemos ver, las vidas de Amantes y de Etxegarai no son representativas en términos cuantitativos. Por el contrario, el desencanto de Etxegarai y el dolor físico que experimentó Amantes representan la no resolución del conflicto vasco en la actual democracia española.

Me llamo Gorka García Sertucha. Nací en Bilbao, en 1968. Soy de Algorta, Guecho, y tengo 47 años. He pasado veinte años en prisión[81].

Con estas palabras empieza la transcripción de la entrevista de la tercera historia de vida de este libro. Inmediatamente después de que Sertucha pronuncia estas palabras, yo le interrumpí pidiéndole que comenzase hablando de su infancia. Mi investigación, en la que la historia oral es una fuente de varias, revela –a través de diversas fuentes primarias más convencionales exploradas en archivos de organizaciones de paz como Elkarri o Gesto por la Paz– que la sociedad vasca ha transformado su percepción de la violencia desde que ETA empezó a ejercerla en la segunda mitad del siglo XX. Si las historias de Etxegarai y Amantes provienen de los setenta y los ochenta durante los cuales ETA disfrutaba de altos niveles de apoyo social entre los vascos, durante los noventa la organización empezó a encontrarse aislada. ¿Cómo se puede entender la biografía de Sertucha desde esta evolución histórica?

En 1995, Sertucha fue encarcelado y acusado de intentar matar al rey de España, Juan Carlos I. Toda la vida de Sertucha será marcada por aquel año. ¿Por qué Sertucha (a diferencia del resto de narradores de esta tesis) estaba dispuesto a hablarme de un acto de violencia? Durante este periodo que pasó en una prisión del sur de España, Sertucha recuerda las palabras de un funcionario de prisiones: «Es una pena que fallaras en tu intento de matar al rey»[82]. Este episodio, a pesar de ser simplemente la opinión de un funcionario de prisiones, revela una paradoja. A finales del siglo XX, cuando las organizaciones de paz tenían una alta presencia en sus demandas en contra de la violencia de ETA, la dimensión histórica del rey Juan Carlos I traspasaba la dimensión de violencia política. En otras palabras, no solo los militantes de ETA, sino también ciudadanos españoles podrían justificar la violencia contra el rey.

La historia de Anitz Eskisabel nos lleva al siglo XXI. En el último capítulo, Anitz y otros tres militantes de ETA explican sus experiencias en prisión. Nacida en 1977, Anitz es detenida por la policía en 2005. Anitz estuvo dos años en prisión en espera de juicio, y abandonó la cárcel en 2007. Sentenciada a seis años de prisión después de un proceso de apelación, vuelve a entrar en prisión en 2010. Yo conocí a Anitz en 2014, cuando solo llevaba unos meses fuera de prisión. Debido a que, en ese tiempo, aún se estaba adaptando a la vida fuera de prisión, tuvo que pasar un año hasta que lograra entrevistarle durante mi segundo viaje al País Vasco. Siendo torturada por la policía en su primera detención, Anitz forma parte de la comunidad emocional de los prisioneros vascos. ¿Cómo se puede entender la historia de Anitz desde una perspectiva de género, teniendo en cuenta que ella es la única mujer que participó en esta investigación?

El día en que ETA oficialmente dejó de existir –el 3 de mayo de 2018–, la mayoría de los periódicos españoles la retrataron como una organización criminal que había estado activa durante más de sesenta años[83]. En contraste con la simplificación de los textos de la prensa que hablan de «organización criminal», cuando Anitz abandona la prisión en 2014 es acogida con cariño por sus vecinos. En sus palabras: «Me sorprendió la cantidad de gente que vino a recibirme a la plaza del pueblo»[84]. En el siglo XXI, cuando ETA abandonó la lucha armada y despareció como organización, experimentando los niveles de popularidad más bajos de su historia, los prisioneros políticos vascos, como Anitz, seguían recibiendo calurosas bienvenidas cuando salían de prisión por parte de sus vecinos. Si la prensa española y la bibliografía sobre el conflicto vasco ha tratado de simplificar el apoyo a ETA, explicándolo como un «lavado de cerebro» sobre la población vasca, la vida de Anitz como mujer y como miembro de la Izquierda Abertzale nos cuenta una historia diferente[85]. Su actitud humilde durante la entrevista, repitiendo constantemente que su historia no era digna de ser contada, y a la vez mi propia experiencia mientras paseaba con Anitz por su pueblo y siendo testigo de cómo muncha gente se acercaba a saludarla, me constata la importancia de entender a ETA en este siglo XXI desde las microhistorias de sus militantes.

[1] Mucho se ha escrito sobre ETA desde una perspectiva securitaria. Uno de los libros más conocidos es: F. Domínguez Iribarren, De la negociación a la tregua. ¿El final de ETA?, Madrid, Taurus, 1998. Existen algunos trabajos en la misma línea argumentativa, pero que aportan una perspectiva más histórica.

[2] L. M. Sordo Estella, Promesas y mentiras. Las negociaciones entre ETA y los gobiernos de España (1976-2006), Madrid, Tecnos, 2017.

[3] Entiendo por «comunidad radical vasca» o Izquierda Abertzale (ambos sinónimos en este libro) aquellos partidos políticos, sindicatos y diversos movimientos sociales que han sido ideológicamente cercanos a ETA durante el largo conflicto armado vasco.

[4] J. Zulaika, Basque Violence. Metaphor and Sacrament, Reno, University of Nevada Press, 1988; B. Aretxaga, State of Terror, Reno, University of Nevada Press, 2005.

[5] F. Domínguez Iribarren, De la negociación a la tregua, op. cit., p. 11.

[6] Existe una vasta bibliografía de «conclusiones generalistas». La mayoría de los trabajos sobre el conflicto vasco que no incorporan una aproximación antropológica o histórica, desgraciadamente, caen en esta categoría. Los enfoques multidisciplinares, constantemente mencionados por los académicos en el siglo XXI, no han servido en mi opinión para combinar diversas disciplinas de las ciencias sociales y poder brindar análisis más amplios. De lo contrario, los análisis más «científicos» y positivistas, provenientes sobre todo de la ciencia política, han monopolizado la escena. Algunos ejemplos de libros con «análisis generalistas»: F. Domínguez Iribarren, ETA: Estrategia organizativa y actuaciones. 1978-1992, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1998; y P. J. Francés, Una solución al conflicto vasco, Madrid, Ciudadano, 2000.

[7] La mayoría de las investigaciones sobre ETA se unen a las del nacionalismo vasco, asumiendo que ambos temas son inseparables. En otras palabras, no podemos entender a ETA sin tratar de explicarla en los orígenes del nacionalismo vasco. Sin embargo, ¿por qué algunos elementos que han sido importantes dentro del conflicto vasco, como el nacionalismo español, no son parte de los análisis sobre ETA?

[8] T. Edensor, National Identity, Popular Culture and Everyday Life, Oxford, Berg, 2002, p. 1.

[9] Ibid., p. 20.

[10] Ejemplos de esta historiografía pueden ser trabajos como: J. A. Pérez-Pérez, «Foralidad y autonomía bajo el franquismo (1935-1975)», en L. Castells-Arteche y A. Valero Cajal (eds.), La autonomía vasca en la España contemporánea (1808-2008), Madrid, Marcial Pons, 2009, pp. 317-285; D. Conversi, The Basques, the Catalans and Spain, Londres, Hurts and Company, 1997; A. Elorza, J. M.a, Garmendia, G. Jaúregui y F. Domínguez, La historia de ETA, Madrid, Temas de hoy, 2000.

[11] La historiografía del conflicto vasco centrada en la transición española no ha prestado demasiada atención a la Izquierda Abertzale. Una excepción es: J. W. Foweraker, «The Role of Labor Organizations in the Transition to Democracy in Spain», en R. P. Clark y M. H. Haltzel (eds.), Spain in the 1980s. The Democratic Transition and a New International Role, Cambridge (Mass), Ballinger Publishing Company, 1987, pp. 97-122. Desde la perspectiva de la Izquierda Abertzale, tenemos: F. Letamendia Belunze, Historia del nacionalismo vasco y de ETA. Volumen II. Historia de la transición (1976-2002), San Sebastián, R&B, 1994. Un trabajo reciente es el de D. Beorlegui, Transición y Melancolía, Madrid, Postmetrópolis, 2017.

[12] Uno de los análisis periodísticos más conocidos sobre los GAL es P. Woodworth, Dirty War, Clean Hands; ETA, the GAL and Spanish Democracy, Yale, Nota Bene, 2002. Desde una perspectiva «desde dentro» de los GAL, véase J. Amedo, Cal viva. Un relato estremecedor. La verdad definitiva desde las entrañas de los GAL, Madrid, La esfera de los libros, 2013.

[13] En el presente libro se usa la expresión «militante de ETA» en lugar de «exmilitante de ETA» de un modo intencionado. Hay que tener en cuenta que toda la investigación se desarrolló antes de que ETA dejara de existir en 2018. Por ende, nunca supe realmente si las personas que estaba entrevistando en aquel momento seguían formando parte de la organización terrorista cuando se produjo la entrevista.

[14] Se utiliza el término «presos políticos vascos» simplemente para poder nombrar de una manera simplificada aquellos ciudadanos vascos que se encuentran en la cárcel debido al conflicto político. No es mi intención entrar en una «batalla ideológica» con el uso de este término.

[15] R. Adams, «Michel Foucault: Biopolitics and Power», Critical Legal Thinking. Law and Political, 10 de mayo de 2017, disponible en [http://criticallegalthinking.com/2017/05/10/michel-foucault-biopolitics-biopower] (último acceso el 6 de septiembre de 2018).

[16] En este libro se utilizará indistintamente el término de «grupo terrorista» y el término «grupo insurgente». Considero que ambos términos son válidos para describir a ETA. Sin embargo, los propios militantes de ETA no se definen como terroristas, y por lo tanto se usará más frecuente el término «grupo insurgente».

[17] E. Gellner, Nations and Nationalism, Oxford, Blackwell, 1983. Para contemplar la relevancia de Gellner en el análisis sobre nacionalismo, véase D. Conversi, «Homogenisation, Nationalism and War: should we still read Ernest Gellner?», Nations and Nationalism 13 (2007), pp. 371-394. Un debate más reciente sobre el nacionalismo en M. Guibernau, The Identity of Nations, Cambridge, Polity Press, 2007.

[18] E. Gellner, Nations and Nationalism, op. cit.

[19] J. Breuilly, Nationalism and the State, 2.a ed., Mánchester, Manchester University Press, 1993 (1.a ed. de 1982).

[20] Ibid., p. 49.

[21] El lector podrá encontrar este tipo de debates en R. P. Clark, The Basque Insurgents: ETA, 1952-1980, Madison, University of Wisconsin Press, 1984. Véanse también D. Conversi, «Modernism and Nationalism», Journal of Political Ideologies 17 (2012), pp. 13-34; y J. P. Fusi, El País Vasco. Pluralismo y Nacionalidad, Madrid, Alianza, 1984.

[22] Véase, por ejemplo, A. Elorza, J. M.a Garmendia, G. Jaúregui y F. Domínguez, La historia de ETA, op. cit. Véase también P. Woodworth, The Basque Country. A Cultural History, Oxford, Signal Books, 2007.

[23] H. Seton-Watson, Nations and States. An Enquiry into the Origin of Nations and the Politics of Nationalism, Boulder, Westview Press, 1977.

[24] Ibid., p. 5.

[25] A. D. Smith, National Identity, Londres, Penguin, 1991.

[26] B. Anderson, Imagined Communities, Londres, Verso, 2006, p. 4.

[27] E. Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality, Cambridge, Cambridge University Press, 2012.

[28] Ibid.

[29] E. Hobsbawm y T. Ranger (eds.), The Invention of Tradition, Cambridge University Press, Cambridge, 1983.

[30] Ibid. Para una discusión más amplia sobre la modernidad y el nacionalismo, véase D. Conversi, «Modernism and Nationalism», op. cit.

[31] Para un contexto más detallado, consúltese A. Shubert, A Social History of Modern Spain, Londres, Unwin Hyman, 1990, p. 2.

[32] H. Graham, «Introduction. Culture and Modernity. The Case of Spain», en H. Graham y J. Labanyi (eds.), Spanish Cultural Studies: An Introduction: The Struggle for Modernity, Nueva York, Oxford University Press, 1995, p. 6.

[33] Para un estudio antropológico de este tema, véase M. Heiberg, The Making of the Basque Nation, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, p. 11.

[34] H. Seton-Watson, Nations and States…, op. cit., p. 445.

[35] L. Berlant, El corazón de la nación. Ensayos sobre política y sentimentalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 2012.

[36] Ibid., p. 10.

[37] H. Graham, The War and its Shadow: Spain’s Civil War in Europe’s Long Twentieth Century, Brighton, Sussex Academic Press, 2012, p. 117. Con un argumento similar, C. P. Boyd, Historia Patria. Politics, History and National Identity in Spain, 1875-1975, Princeton, Princeton University Press, 1997.

[38] Véase P. Spierenburg, «Violence: Reflections About a Word», en S. Body-Gendrot y P. Spierenburg (eds.), Violence in Europe. Historical and Contemporary Perspectives, Berlín, Springer, 2008.

[39] Un ejemplo de esta historiografía es P. Spierenburg, «Violence: Reflections About a Word», en S. Body-Gendrot y P. Spierenburg (eds.), Violence in Europe. Historical and Contemporary Perspectives, Berlín, Springer, 2008.

[40] Dos ejemplos de este tipo de trabajo son J. Apalategui, Los vascos. De la nación al estado, Bayonne, Elkar, 1979; y L. Bruni, ETA. Historia política de una lucha armada, Tafalla, Txalaparta, 1993.

[41] Ejemplos de una historiografía sobre ETA más conservadora pueden ser L. Castells y A. Cajal (eds.), La autonomía vasca en la España contemporánea, op. cit.; A. Elorza, J. M. Garmendia, G. Jaúregui y F. Domínguez, La historia de ETA, op. cit.

[42] T. Judt, Postwar. A History of Europe Since 1945, Londres, Pimlico, 2007.

[43] D. Stone, Goodbye to all that? The Story of Europe Since 1945, Nueva York, Oxford University Press, 2014.

[44] E. Forest, Operación Ogro. Cómo y porqué ejecutamos a Carrero Blanco, Bilbao, Gara, 2013.

[45] Dato extraído de G. Gómez Bravo, Puig Antic. La transición inacabada, Madrid, Taurus, 2014, p. 34.

[46] Dos estudios recientes que parten de esta estructura: G. Gómez Bravo, Puig Antic…, op. cit., y E. Rodríguez López, Por qué fracasó la democracia en España. La Transición y el régimen del 78, Madrid, Traficantes de sueños, 2015. Desde una perspectiva anarquista/libertaria, véase F. Quintana, Asalto a la fábrica. Luchas autónomas y reestructuración capitalista 1960-1990, Barcelona, Alikornio, 2002.

[47] Entrevista con Fernando Etxegarai (Bilbao, 17 de julio de 2014).

[48] E. Forest, Operación Ogro…, op. cit.

[49] A. Mayer, The Furies. Violence and Terror in the French and Russian Revolutions, Princeton, Princeton University Press, 2000, p. 17.

[50] Un trabajo que explica a ETA como organización que facilitó la apertura de la transición española es R. P. Clark, The Basque Insurgents. ETA, 1952-1980, Madison, University of Wisconsin Press, 1984. Por el contrario, un trabajo que explica a ETA como una organización que durante la transición se convirtió en una organización terrorista es A. Elorza, J. M.a Garmendia, G. Jaúregui y F. Domínguez, La historia de ETA, op. cit.

[51] No abundan mucho los estudios sobre la historia social y cultural de ETA. De los estudios más relevantes que parten de esta metodología, véanse Sh. Kasmir, The Myth of Mondragón. Cooperatives, Politics, and Working Class Life in a Basque Town, Nueva York, University of New York Press, 1996; y para uno de corte más clásico de historia social, C. E. Zirakzadeh, A Rebellious People, op. cit.

[52] E. Hobsbawm, The Age of Extremes. The Short Twentieth Century 1914-1991, Londres, Abacus, 1995, p. 3.

[53] R. P. Clark, The Basque insurgents…, op. cit., p. 32.

[54] J. Sullivan, ETA and Basque Nationalism. The fight for Euskadi, Londres, Routledge, 1988, p. 37.

[55] C. E. Zirakzadeh, A rebellious people…, op. cit., p. 17.

[56] Ibid., p. 55.

[57] E. R. Wolf, Pathways of Power. Building and Anthropology of the Modern World, Los Ángeles, University of California Press, 2001, p. 2.

[58] Sh. Kasmir, The Myth of Mondragón…, op. cit., p. 91.

[59] R. Vazquez, The PNV. The Social and Cultural Life of the Basque Nationalist Party, New Brunswick, defensa de tesis doctoral, Rutgers University, 1998, p. 3.

[60] P. Thompson, Voices from of the past. Oral History, Oxford, Oxford University Press, 1988, p. 181.

[61] Zutabe 83, marzo de 1999.

[62] Zutabe 106, «El árbol de la negación y de la división no dará nuevos frutos», noviembre de 2004.

[63] C. Hamilton, The Gender Politics of ETA and Radical Basque Nationalism 1959-1982, tesis doctoral, Royal Holloway, University of London, 1999.

[64] J. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, México, La Guillotina, 2010; «un plébiscite de tous les jours», en E. Renan, Qu’est-ce qu’une nation?, seminario impartido en la Sorbonne, 11 de marzo de 1882.

[65] Los Pactos de la Moncloa fueron firmados por el gobierno de Adolfo Suárez y diferentes organizaciones políticas y sindicatos con el objetivo explícito de controlar la inflación. Sin embargo, el objetivo implícito de estos pactos fue el deseo del nuevo establishment nacido de la transición de transformar las fuerzas revolucionarias de izquierda en fuerzas moderadas que aceptasen el nuevo sistema económico. Más información a este respecto en J. W. Foweraker, «The Role of Labor Organizations in the Transition to Democracy in Spain», op. cit.

[66] El periódico El País fue fundado en 1976 como iniciativa de las elites franquistas reformistas para tratar de dar a España una imagen europea moderna. Durante las siguientes décadas El País se consolidó como un periódico ideológicamente de centro-izquierda y tuvo al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) como su principal exponente político. Para más información, consúltese G. Morán, El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los letrados, Madrid, Akal, 2015.

[67] Un reciente trabajo histórico sobre la transición que se centra en los comportamientos del PSOE y el PCE durante este periodo: J. Andrade, El PCE y el PSOE en (la) Transición. La evolución ideológica de la izquierda durante el proceso de cambio político, 2.a ed., Madrid, Siglo XXI de España, 2015.

[68] Punto y Hora de Euskal Herria, «La droga en Euskadi. Entre la complicidad y la impunidad», Pamplona, junio de 1987.

[69] Entrevista con Fernando Etxegarai (Bilbao, 17 de julio de 2014).

[70] P. Ricœur, Oneself as Another, Londres, University of Chicago Press, 1992, p. 147.

[71] C. Hamilton, The Gender Politics of ETA…, op. cit., p. 8.

[72] El libro más conocido que afianza la narrativa oficial de la transición es R. Carr y J. P. Fusi, Spain: Dictatorship to Democracy, Londres, George Allen and Unwin, 1979.

[73] Algunos ejemplos de libros que han contribuido a crear esta narrativa oficial de la transición: J. Tusell, La transición española a la democracia, Madrid, Alba, 2006; V. Prego, Así se hizo la transición, Madrid, Plaza Janés, 1996; S. Carrillo, Memoria de la transición, Madrid, Grijalbo, 1983.

[74] P. Thompson, Voices from of the past. Oral History…, op. cit., p. 227.

[75] Un ejemplo de esta literatura es E. González Calleja, El laboratorio del miedo. Una historia general del terrorismo, Barcelona, Crítica, 2012.

[76] Para más información sobre esta asociación, véase su sitio web en [http://www.etxerat.eus/index.php/es/].

[77] E. Forest, Operación Ogro…, op. cit. Véase también I. Casanova y P. Asensio, Argala, Nafarroa, Txalaparta, 1999.

[78] Zutabe tiene un carácter más «interno» y «exclusivo» que Zuzen, teniendo en cuenta que solo algunos activistas de la Izquierda Abertzale tenían acceso a él.

[79] P. Thompson, Voices from of the past…, op. cit., p. 308.

[80] P. Virdee, «Remembering Partition: Women, Oral Histories and the Partition of 1947», Oral History Society 41, 2 (2013), pp. 49-62, 51.

[81] Entrevista con Gorka García Sertucha (Bilbao, 16 de junio de 2015.

[82] Ibid.

[83] El periódico español más leído de España, El País, ideológicamente cercano al PSOE, lanzó esta portada: «ETA anuncia su final […]. Deja atrás una historia sangrienta de 854 muertos […], 79 secuestros, 12 de ellos muertos, 6.389 heridos», disponible en [https://politica.elpais.com/politica/2018/05/03/actualidad/1525336524_523980.html] (último acceso el 7 de septiembre de 2018). El diario español digital más leído, El Confidencial, sacó esta portada: «Los gobiernos vasco y navarro entierran a ETA y rechazan su acto final», disponible en [https://www.elconfidencial.com/espana/2018-05-03/eta-barkos-urkullu-rechazan-escenificacionfinal_1558841/] (último acceso el 7 de septiembre de 2018). Estos dos ejemplos nos muestran cómo los periódicos españoles trataron a ETA exclusivamente como una organización terrorista, sin darle ningún tipo de contenido político ni histórico.

[84] Entrevista con Anitz Eskisabel (Lazcano, 3 de junio de 2015).

[85] Un reciente best seller cuyo argumento se basa en este supuesto «lavado de cerebro» es F. Aramburu, Patria, Barcelona, Tusquets, 2016.

Del sacrificio a la derrota

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