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ОглавлениеINTRODUCCIÓN
AUTÉNTICAS MISIONERAS
EN LA IGLESIA NACIENTE
NURIA CALDUCH-BENAGES
No hay dos sin tres: he aquí el tercer volumen de una trilogía dedicada a las mujeres en la Sagrada Escritura. El primer volumen, Mujeres de la Biblia (2018), estuvo dedicado a las figuras femeninas más relevantes del Antiguo Testamento; el segundo, Mujeres de los evangelios (2019), hizo un repaso por las mujeres que seguían a Jesús; finalmente, el tercero, San Pablo y las mujeres (2020), indaga sobre aquellas amigas, hermanas y apóstoles que colaboraron activamente en la misión evangelizadora del Apóstol. Además de estas mujeres –de sobra conocidas–, hemos querido dar espacio a una figura femenina anónima que siempre ha recibido escasa atención por parte de los estudiosos: la esclava poseída y curada por Pablo, según cuenta Lucas en Hch 16,16-19. Nuestra atención se ha dirigido también a tres grupos de mujeres que, aunque no son mencionadas en las cartas paulinas, jugaron un papel importante en la Iglesia primitiva: las profetisas (las cuatro hijas núbiles de Felipe, Hch 21,6), las diaconisas (1 Tim 3,11) y las viudas (1 Tim 5,3-16).
Tal como hicimos en las anteriores publicaciones, el volumen recoge los textos aparecidos en el mensual femenino de L’Osservatore Romano «Donne-Chiesa-Mondo» durante el año 2018. Todos, excepto el último, están firmados por reconocidas biblistas procedentes de diversos países de Europa (Austria, España, Francia, Italia, Polonia) y de los Estados Unidos. A Romano Penna, una de las máximas autoridades en literatura paulina, se le encargó el último trabajo, a modo de conclusión. En línea con los volúmenes precedentes, nuestro propósito no es afrontar cuestiones técnicas reservadas a los especialistas, sino abrir una ventana al mundo de Pablo a fin de conocer mejor a sus colaboradoras, es decir, aquellas mujeres que compartieron con el Apóstol su celo pastoral.
«Aún está muy difundida la idea de que entre Pablo y las mujeres no hubo una buena relación. No se pueden negar algunas aperturas, pero en el fondo existe la sospecha de que el Apóstol contribuyó a frenar el impulso revolucionario del Evangelio. ¿Realmente es así? ¿Encuentra fundamento esta sospecha en las cartas del Apóstol?». Con estas reflexiones empieza Elena Bosetti un artículo aparecido en 2009 en la revista Jesus con ocasión del Año paulino 1. Tras las múltiples y contrastadas respuestas que se pueden ofrecer –hay que tener en cuenta que las publicaciones sobre el asunto son numerosas y van en aumento–, he escogido la de Romano Penna, porque considero que es decisivamente provocadora: «No pienso que exagere si me quedo con que, a pesar de todo, entre los autores neotestamentarios, Pablo de Tarso es el más feminista, incluso más que el propio Jesús» 2.
Sea cual sea la posición que adoptemos al respecto, es un hecho indiscutible que la relación entre Pablo y las mujeres es una cuestión acuciante que continúa suscitando muchas preguntas y respuestas de todo tipo. Muchos acusan al Apóstol de ser misógino, y lo hacen sobre la base de algunos textos controvertidos que tratan de la sumisión de la mujer al varón, la cuestión del velo y el silencio de las mujeres en la Iglesia. Sin embargo, la idea de que Pablo tuviese un prejuicio negativo contra las mujeres queda contradicho en sus cartas, donde se mencionan figuras femeninas con responsabilidades en las primeras comunidades cristianas. Para captar bien la cuestión y no dejarse llevar por juicios apresurados e incluso infundados, es bueno distinguir entre las cartas del Pablo histórico (1 Tesalonicenses, 1-2 Corintios, Gálatas, Romanos, Filemón y Filipenses), las de la tradición pospaulina (2 Tesalonicenses, Colosenses y Efesios) y, finalmente, las deuteropaulinas, llamadas también cartas pastorales (1-2 Timoteo y Tito). Estos últimos escritos reflejan una situación eclesial posterior a la época de Pablo, en la cual el proceso de institucionalización y de patriarcalización se encuentra en una fase mucho más avanzada.
En la carta a los Filipenses, Pablo menciona explícitamente a Evodia y Síntique, dos mujeres que «han combatido por el Evangelio» junto a él y otros colaboradores (Flp 4,3). En la carta a los Romanos elogia a María, Trifena, Trifosa y Pérside por su servicio en la difusión del Evangelio, y saluda a Julia y a la hermana de Nereo. En la carta a Filemón manda saludos a la «hermana Apfia», citada tras dos varones y primera de la comunidad. Entre los fieles colaboradores del Apóstol destaca la pareja Prisca y Áquila, citados más veces en las cartas y en los Hechos de los Apóstoles siempre en este orden: ella antes que él, cosa que era contraria a los usos de la época. En la carta a los Romanos se menciona a otra pareja de esposos, Andrónico y Junia, «ilustres apóstoles», compañeros de Pablo en la cárcel. Estos testimonios hablan de la estima que el Apóstol sentía con respecto a sus colaboradoras, así como su vasta red de conocimientos y de relaciones femeninas con propósitos pastorales. Un caso interesante es el de Lidia, la comerciante de púrpura que obliga al Apóstol a aceptar su hospitalidad: «Si consideras que soy fiel al Señor, ven y quédate en mi casa» (Hch 16,15). Junto a Lidia recordamos a Cloe (1 Cor 1,11) y Ninfa (Col 4,15), mujeres independientes, de buena posición y con recursos económicos, que contribuyeron a la expansión misionera.
Pablo muestra un afecto particular por la «querida» Pérside, la madre de Rufo, que «también es mi madre», y sobre todo por Febe, diaconisa en la Iglesia de Céncreas: «Recibidla en el Señor, como conviene a los creyentes, y asistidla en cualquier cosa que tenga necesidad, porque ha protegido a muchos, incluso a mí mismo» (Rom 16,1-2).
Los escritos paulinos (y los Hechos de los Apóstoles) atestiguan el papel activo de las mujeres en las primeras comunidades cristianas. Ellas están «empeñadas en el campo de la caridad, del diaconado, de la catequesis, de la evangelización, de la misión y del apostolado» 3. Apóstoles, diaconisas, misioneras. Las mujeres enseñaron, predicaron y fundaron Iglesias domésticas, difundiendo por todas partes el perfume del Evangelio.
Desafortunadamente, sabemos lo que sucedió después. Así lo cuenta Adriana Valerio: «Este protagonismo femenino, sin embargo, se vio pronto olvidado y ocultado. En las comunidades pospaulinas, de hecho, al alejarse la inminente llegada del fin del mundo, se afirmó cada vez más una organización jerárquica regida por varones, gracias también a un lento proceso de clericalización, del todo ausente en Pablo» 4.
La mujer, por tanto, desaparece de la escena poco a poco, en silencio, sin que nadie note su ausencia. La vocación de la mujer, sin embargo, no es ni el silencio ni la invisibilidad. Está llamada a ser una presencia activa, empeñada y vivificante en una Iglesia que hoy más que nunca necesita del «genio femenino» para poder anunciar el Evangelio con transparencia y coherencia de vida.