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Оглавление1. El comisario. Hoy
Un nuevo encuentro
Aquel miércoles, cerca del mediodía, la joven periodista cruzó la calle y se dirigió a la casa del comisario Quinteros. Una vez en la puerta, tocó el timbre. Una señora de pelo claro abrió y la invitó a entrar.
—Pasá, Eloísa –dijo la mujer sonriente–, mi marido te espera.
La acompañó a lo largo de un pasillo más iluminado de lo que la chica recordaba. Pronto, la señora de Quinteros golpeó la puerta y una voz, desde adentro, contestó: “Adelante”.
El comisario estaba sentado frente a su escritorio como cuando lo conoció, e igual que la primera vez, también, se levantó de su silla para recibirla.
—Pase, por favor no se quede en la puerta –dijo Quinteros y se acercó a ella con la mano tendida.
Justo en ese momento, un chico de alrededor de unos once años entró como un huracán. Usaba guardapolvo blanco y llevaba una mochila a la espalda.
Mientras movía la cabeza de arriba a abajo como quien aprueba algo, el comisario dijo:
—Le presento a Thiago, mi hijo.
El chico le tendió la mano con apuro.
—Papá, ¿puedo salir? Bruno y Oriana me esperan en la casa del perro. Hoy nos toca a nosotros darle de comer a Quimono y llevarlo a pasear antes de entrar a la escuela.
—Bueno, pero tranquilos, por favor. Dejá el skate en una de las oficinas que dan al salón de actos de la escuela. Y no se metan en problemas ni con la tabla ni con nada.
—Sí, sí, papá..., hasta luegooo –contestó Thiago desde la puerta.
Al escuchar que el chico salía, la joven periodista miró al padre con una sonrisa.
—¿Hablaban del terreno que tenían al lado de la escuela? El terreno donde dormía el perro que murió junto con la maestra esa que era tan mala –preguntó.
—¿Mala? Ah, sí..., usted dice la señorita Dora. ¡Qué mujer mala...! No recuerdo el apellido –contestó Quinteros– le apuesto que usted tampoco lo recuerda, ja, ja, ja.
—El apellido empezaba con ve, ve... Gana usted, comisario, no recuerdo bien y no vale la pena que me esfuerce –lo interrumpió la periodista–. Sí, es de ella que hablo. No me diga que el terreno todavía no se vendió.
Sí, lo habían vendido. Quinteros le comentó que, con el tiempo, lo había comprado la cooperadora de la escuela porque no hubo chico que aceptara desprenderse del perro de turno.
—Siempre aparecía uno nuevo necesitado de afecto, ja, ja, ja. Ahora tienen uno con todo el aspecto del pastor de raza, pero vaya uno a saber... Lo encontró Oriana, la hija de Juan Pablo, un día que fue con Bruno, el nieto de Emilia, a la plaza. ¿Se acuerda de Juan Pablo y de Emilia?
—Él fue su compañero de grado. ¿Y Emilia...?
—Emilia era la cocinera de la escuela. El nieto de Emilia y la hija de Juan Pablo van a la misma escuela que iba yo y son amigos de mi hijo desde el Jardín. En realidad, Juan Pablo y yo nunca dejamos de ser amigos. Gracias a la hija de mi amigo, la escuela tiene una nueva mascota a la que llamaron Quimono. Parece que Oriana encontró un perro y lo llevó al departamento donde vive con sus padres. Al poco tiempo, mi amigo y su señora no sabían qué hacer con el animal y como al lado de la escuela no tenían mascota, mi amigo pidió permiso y lo llevaron allá. Ja, ja, ja, si viera cómo vive... El famoso Quimono de Colegiales tiene casa propia.
—¿Cómo “casa propia”? –preguntó Eloísa.
—Sí, la escuela compró el terreno para construir un salón de actos al lado de la escuela y, además, un par de oficinas. Los chicos mayores usan una de esas oficinas para guardar bicicletas o skates porque la escuela les da permiso. Pero vuelvo al tema de la casa del perro. El arquitecto que dirigía la obra, en medio de la construcción, vio la relación que los chicos tenían con el animal de turno y levantó un cuartito de material para el perro en un espacio que quedaba libre. Por su cuenta lo edificó. La Directora y los padres lo notaron, pero ya nada se podía hacer. Los alumnos de la escuela se habían enterado y fue imposible retroceder. No tengo forma de explicarle los líos que han hecho los chicos. Al final, la gente de la escuela tuvo que poner una puerta y cerrar con llave.
La periodista soltó la carcajada.
—¿Y por qué lo llaman Quimono?, ja, ja.
—Ah, porque cuando la madrina de Oriana lo vio dijo: “¡Ay, qué mono es! ¿Cómo se llama?” y la chica le contestó, en broma: “Quimono”. Y broma va, broma viene, al final le quedó Quimono. Los chicos vivieron más de una aventura con ese perro.
—Ja, ja, ja, eso da tema para otra entrevista –dijo la periodista entre risas mientras encendía su Smartphone–, ahora cuénteme su segundo caso.
—Nunca imaginé que después de solucionar el primero, los chicos de la Escuela del perro íbamos a vernos envueltos en otro delito. ¿Recuerda que nuestro primer caso –repitió el hombre con una sonrisa–fue una serie de asesinatos que conmocionó al país?
—Sí, claro. ¿Cómo no voy a recordarlo? No hace falta que le diga el interés que despertó la nota que publicamos. Tanto, que nuestros lectores quisieron tener más noticias suyas y el director del diario me pidió otro reportaje. Para eso estoy aquí. Cuénteme, por favor.
Tal como había hecho el día en que conoció a la periodista, el hombre se sacó los anteojos y, con los ojos fijos en la ventana, empezó su nuevo relato.
—En la segunda oportunidad, diría que dimos qué hablar. Además, tal como le dije por teléfono, el caso se comentó en todo el país hasta que se resolvió –contestó Quinteros con una sonrisa.
En ese momento, unos ruidos suaves los interrumpieron. La puerta se abrió y una mujer de ojos color miel, casi dorados entró con una bandeja que tenía sándwiches de miga y una jarra de café.
—Hora de comer algo –dijo con voz suave.