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I

EL SOL, INICIADOR DE LA CIVILIZACIÓN

Cuando amanece, el sol esparce su luz, su calor y su vida, y esta luz, este calor y esta vida empujan a los hombres a levantarse para ir al trabajo. Unos van al despacho, a la fábrica o al campo, otros abren sus tiendas. Los niños van a la escuela. Las calles se llenan de ruido, de gente y de coches que circulan... Por la noche, cuando se pone el sol, se cierran las tiendas, los despachos, y volvemos a casa, y después... ¡a la cama! El sol marca el ritmo de la vida de los seres y también es el iniciador de la cultura y de la civilización.

Algunas veces nos preguntamos quién fue el primero que enseñó a los hombres la escritura, la agricultura, el uso del fuego o de algunos instrumentos, y citamos a tal o cual, pero en realidad, en el origen de todos estos descubrimientos, está el sol. Diréis que no es posible, que el sol no es inteligente, que no tiene cerebro para pensar ni boca para hablar. Así pues, según vosotros, sólo los hombres ignorantes son inteligentes y aquél gracias al cual toda vida es posible en la tierra ¡no es inteligente!... Sin embargo, el sol es el primero que trajo la ciencia al hombre. ¿Cómo? Es muy fácil de comprender.

Podemos ver los objetos, las formas, los relieves, los colores, las distancias, porque el sol nos da la luz. Gracias a esta luz podemos orientarnos, observar, comprar, calcular. Sin la luz ninguna ciencia es posible. ¿Qué podemos conocer en la oscuridad? Nada.

Y si pregunto quién trajo la religión, algunos que se creen grandes filósofos, me responderán que el miedo, el miedo de los humanos ante las fuerzas de la naturaleza. No, este es un punto de vista muy limitado. Es el sol quien ha creado la religión: dando su calor a los humanos, introduce en ellos una necesidad de dilatarse, de amar, de adorar. En el frío, no puede haber amor. Pero si sois cálidos con alguien, se expande, se siente bien y empieza a amar. Así apareció la religión: gracias al calor. Esta religión, al principio, puede no ser más que el amor por un hombre, una mujer o incluso un animal: un perro, un gato, un canario... Importa poco, es un comienzo. Un día este amor se elevará hasta el Maestro del universo, hasta el Señor.

El sol es también el iniciador del arte, porque él trae la vida. Desde que un ser tiene vida quiere moverse, actuar, expresarse; de ahí nace la danza, el canto, la pintura, la escultura. El arte empieza con la vida. Mirad los niños: se mueven, gritan, pintarrajean... Sus gritos son el comienzo de la música, sus garabatos son el comienzo de la pintura, su barro es el comienzo de la escultura, sus pequeñas casitas son el comienzo de la arquitectura, y todos sus movimientos son el comienzo de la danza. Sí, el arte empieza con la vida y la vida viene del sol.

¿Cómo podría crear un artista si el mundo estuviera sumergido en la oscuridad? ¿De dónde tomaría sus modelos? ¿Quién le daría la idea de los movimientos de las formas y de los colores? Les digo a algunos pintores: “Pintáis cuadros, pero ¿quién os ha dado los colores? ¿Los habéis fabricado vosotros? No. Es el sol quien os ha dado los colores a través de los minerales y de los vegetales de donde proceden, ¿pensáis en esto?” Los pintores nunca le agradecen al sol que les suministra los colores, e incluso es muy raro que lo plasmen en sus cuadros. El sol es pues el iniciador de la ciencia, de la religión y del arte porque aporta la luz, el calor y la vida. Y sin embargo es lo último que los seres humanos aman y respetan. Yo soy el abogado del sol, ¡pido la rehabilitación del sol! Estoy indignado al ver cómo se le trata: ¡se levantan monumentos a impostores y nunca al sol! Y sin embargo él es la causa primera, el origen de todas las cosas. La tierra y los otros planetas han salido de él, es él quien los ha engendrado. Por eso la tierra contiene los mismos elementos que el sol, pero en estado sólido, condensado. Los minerales, los metales, las piedras preciosas, las plantas, los gases, los cuerpos sutiles o densos que se encuentran en el suelo, en el agua, en el aire y en el plano etérico, provienen del sol. Los humanos, por ejemplo, aprecian tanto el oro, que para poseerlo son capaces de cometer crímenes... El oro es una formación del sol. Pues de la misma forma que en la tierra existen fábricas donde se elaboran toda clase de productos y de objetos, también bajo la tierra hay fábricas donde trabajan millones de entidades que han condensado la luz solar, que fabrican oro.

Diréis: “¿Pero cómo puede ser el oro una condensación de la luz solar?” Para que esté más claro, consideremos el caso del árbol. Los árboles, sobre todo algunos como los pinos, los abetos, los robles y los nogales, aparecen como una materia extremadamente compacta y dura, y con ellos se pueden construir casas, barcos, etc...

El árbol nace de la tierra y se le considera como una formación de la tierra. Bien, esto es un error: el árbol está hecho de la luz del sol. Tomad un árbol, el más grande que encontréis y quemadlo: se producen llamas, una cantidad formidable de llamas, gases en menor cantidad y muy poco vapor de agua; en el suelo sólo queda un montoncito de cenizas: la tierra que contenía. El árbol está hecho de tierra, de agua, de aire y de fuego, pero lo que contiene en mayor cantidad es fuego, rayos de sol. Un árbol no es pues tierra, sino luz solar condensada. Por otra parte, si vais a algunos bosques como los que he visto en la India, en Ceilán, en los Estados Unidos, en Canadá o en Suecia, podréis constatar que estos árboles, que representan millares y millares de toneladas, no han hecho bajar el nivel del suelo; si los elementos que los constituyen hubieran salido de la tierra, el suelo debería haberse hundido varias decenas o centenas de metros. Esta es una prueba más de que el árbol es una condensación de la luz solar. Y si los árboles logran captar y materializar así los rayos del sol, ¿por qué algunas entidades que trabajan bajo la tierra no podrían hacer lo mismo para fabricar el oro?... Sí, hay sobre qué reflexionar.

Un día conocí a alguien cuya mayor pasión era buscar oro. Se había comprado toda clase de libros sobre tesoros, así como sobre las prácticas mágicas que permiten descubrirlos. Durante un cierto tiempo le dejé hacer sin decir nada (evidentemente no encontraba nada), pero un día le pregunté: “¿Por qué galanteas a la camarera en lugar de intentar conquistar la amistad de la dueña?” Se indignó: “¿Yo? Pero si estoy casado, ¡no galanteo a nadie! – Ya sé que estás casado y que eres un marido fiel, pero sin embargo veo que tratas de seducir a la camarera…”

No entendía lo que quería decirle, entonces le expliqué: “Buscas el oro, pero el oro no es más que la camarera. La dueña es la luz del sol, cuya condensación en las entrañas de la tierra ha producido el oro. Y cuando la dueña ve que en lugar de intentar obtener sus favores, sus miradas, sus sonrisas, persigues a su camarera, se siente ofendida y te cierra la puerta. En adelante dirígete directamente a la dueña, a la luz del sol, intenta amarla, comprenderla, atraerte su favor y un día u otro, el oro vendrá. ¿Por qué no dirigirte a lo más alto? Si eres el amigo del rey, todos sus súbditos te considerarán, pero si sólo has conquistado la amistad del conserje, te quedarás con el conserje y los demás no te conocerán…” Estaba estupefacto: “He comprendido”, dijo. Pero no lo creo, ¡continuó persiguiendo a la camarera!

No solamente el oro es una condensación de la luz solar, sino que también lo son el carbón, el petróleo, la madera y todos los materiales que se emplean para hacer toda clase de objetos. Todo lo que fabrican las industrias, e incluso los vestidos que llevamos, los produce el sol. Toda la economía está basada en los productos del sol, pero sin embargo al sol lo olvidamos. Desatendemos al creador para correr hacia las cortezas, las mondaduras y las escorias de sus creaciones. Hay pues algo erróneo en la comprensión de los humanos y éste es el origen de sus mayores desgracias, pues cuando se abandona lo esencial por lo secundario, el centro por la periferia, por mucho que nos devanemos los sesos, sólo encontramos desdichas. Hay que volver a dar el primer lugar a aquél que es la causa de todo: el sol. La situación se enmendará primero en nuestra cabeza, después en la sociedad y todo irá mucho mejor. Diréis: “Pero, ¿cómo puede tener semejantes consecuencias la forma de considerar el sol? No es más que un detalle…” Sí, parece que no es más que un detalle, pero con el tiempo, esta inversión de valores acaba por desencadenar consecuencias extremadamente graves y complicadas en todos los ámbitos de la vida.

Es suficiente reflexionar un poco para comprender que el sol está en el origen de todo lo que existe sobre la tierra. Pedidle que os explique cómo ha meditado y trabajado para hacer vivir a los humanos, cómo les ha preparado las condiciones favorables de atmósfera y de temperatura... cómo ha dosificado la luz y el calor para que la vida aparezca. Al principio fueron los vegetales, después los peces, los pájaros, los mamíferos y por fin el hombre. Fue el sol quien lo preparó todo para que naciera una cultura y una civilización. También fue el sol el primer agrónomo ya que de él no sólo depende el reparto de la vegetación, sino también su crecimiento y su desarrollo. Es él quien reparte la miseria o la riqueza, el hambre o la abundancia.

Cuando llegué a Francia en 1937, dije que en el futuro la humanidad no utilizaría ni madera, ni carbón, ni petróleo para producir energía, sino solamente los rayos del sol. Evidentemente en esta época no se me creía, pero ahora se empieza a darme la razón, pues cada vez nos damos más cuenta de que las fuentes de energía que se utilizan actualmente dentro de poco estarán agotadas, y nos veremos obligados a utilizar energías de naturaleza más sutil, que son inagotables. En el futuro nos alumbraremos, nos calentaremos y viajaremos con energía solar... E incluso nos alimentaremos con la luz del sol.

Sin la vida del sol los hombres no hubieran podido existir, actuar, ni trabajar nunca. Sin su calor no hubieran podido experimentar sensaciones, sin su luz no hubieran podido ver y no solamente ver, sino comprender, pues la comprensión no es otra cosa que una visión superior en el campo intelectual. En lo que respecta a su calor, suscita todo lo que es del dominio del corazón: los contactos, los intercambios, el amor, la amistad. Está en el origen del matrimonio, de la familia, de la sociedad y de todas las formas de colectividad. Si sois fríos, la gente no os ama, se aleja, pero si sois cálidos, la gente viene a calentarse a vuestro lado y os agradecen este calor. El calor es lo que acerca a los seres, lo que les da la capacidad de sentir, de emocionarse, de maravillarse, de rezar... El calor del sol está pues en el origen de la moral y de la religión.

Seguro que si decís esto a los cristianos, se indignarán, pues no comprenden la importancia del sol: para ellos lo esencial es la misa. Yo les pregunto: “Si el sol no existiera, ¿cómo se diría misa? En la oscuridad y en el frío, ¿quién podría decir misa? ¿dónde encontraríamos el pan y el vino de la comunión?” No quiero desvalorizar la misa, e incluso os diré con franqueza que conozco de este asunto muchas más cosas que la mayoría de los sacerdotes. Han aprendido a decir misa, pero no conocen su sentido profundo y mágico. Yo lo conozco, y por ello siento por la misa un respeto mucho mayor que los propios cristianos. Sin embargo, les pregunto: “Sin el sol, ¿quién diría misa?... Y, ¿quién asistiría a esta misa?” Ved como no reflexionan.

Y si ahora os digo que es la luz del sol la que trabajando en nuestro cuerpo físico nos ha formado los ojos, tampoco me creeréis. Sin embargo, es la verdad, es el sol quien ha creado nuestros ojos. ¿Para qué? Para que la veamos... para crear los órganos de la sensación: el corazón, la boca y sobre todo la piel, el tacto. Hizo que la sensibilidad a la luz se limitase a los ojos, mientras que el calor podría ser sentido en toda la superficie del cuerpo. Ved la diferencia... Es interesante, verdad?

El sol lo dirige todo en el universo; es como un director de orquesta, como un rey en su trono. Cuando toma una decisión, sólo hace una señal y todos los espíritus que ha enviado aquí, a la tierra, o a los otros planetas, se dan prisa en ejecutar sus órdenes: modifican algo en la atmósfera, en las corrientes electromagnéticas, y en consecuencia se producen toda clase de variaciones en los reinos vegetal, animal y humano, en los ámbitos biológico, psicológico, económico y social. Todo lo que ocurre en la tierra lo ordena el sol; las erupciones o las manchas solares no son otra cosa que señales que da a un conjunto de inteligencias jerárquicas, encargadas de ejecutar sus órdenes.

Un día, la ciencia aceptará mis ideas, es imposible que no las acepte. Por eso digo a los sabios: “Abandonad todo lo que estudiáis en los laboratorios y ocupaos del sol. Todo está ahí, en el sol: la salud, la riqueza y la dicha de la humanidad…” Me diréis que algunos astrónomos y físicos estudian el sol... Sí, lo sé, estoy al corriente de las investigaciones que hacen los sabios en todos los países y en particular en los Estados Unidos y en la U.R.S.S. Pero cuando reprocho a la ciencia que no se ocupa del sol, quiero decir que todavía no ha estudiado verdaderamente lo que es la luz solar y sobre todo cómo el hombre puede trabajar con ella, hacerla penetrar dentro de sí para purificarse, reforzarse, regenerarse. Los rayos del sol, que penetran las profundidades de los océanos (lo que permite a algunos peces especialmente equipados para captarlos, difundir luz), pueden también penetrar en nosotros y si sabemos como recibirlos, pueden poner en marcha algunos centros, alumbrar algunas lámparas que existen en nosotros desde la eternidad. Para mí, los rayos del sol son como pequeños vagones llenos de vituallas, es decir de elementos y de energías de donde el hombre puede tomar a voluntad, para su expansión física y psíquica. Todo lo que el hombre necesita está contenido en la luz del sol. Este es un campo inmenso que es necesario explorar...

Hacia una civilización solar

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