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I

CÓMO RECONOCER A UN VERDADERO MAESTRO

Para un discípulo, encontrar a su Maestro es encontrar a una madre que acepta llevarlo nueve meses en su seno para hacerle nacer al mundo espiritual. Y una vez que ha nacido, es decir, que se ha despertado, sus ojos descubren la belleza de la creación, sus oídos oyen la palabra divina, su boca saborea alimentos celestiales, sus pies le llevan a los diferentes lugares del espacio para hacer el bien, y sus manos aprenden a crear en el mundo sutil del alma.

Muy poca gente sabe lo que es realmente un Maestro. Algunos han leído libros que cuentan unas historias inverosímiles: un Maestro es perfecto, omnisciente, todopoderoso... No tiene necesidad de comer, de beber, ni de dormir... Está al abrigo de todas las tentaciones, y, sobre todo, se pasa el tiempo haciendo milagros. Como en el libro de Spalding: La vida de los Maestros. Cuánta gente se ha entusiasmado con este libro sin sospechar que contiene todo tipo de anécdotas inverosímiles. Realmente los grandes Maestros tienen poderes excepcionales, pero no los utilizan para hacer prodigios ante los curiosos. Aparecer y desaparecer, caminar sobre las aguas, volar por el espacio, materializar alimentos, atravesar las llamas de un fuego, hacer aparecer casas... aunque sea capaz de todo eso, un verdadero Maestro no lo hará, porque el hecho de contemplar semejantes espectáculos no puede ayudar a los humanos a transformarse...

Un Maestro, es preciso que lo sepáis, está hecho como todos los demás hombres: tiene los mismos órganos que le hacen sentir las mismas necesidades y los mismos deseos. Y si le cortáis un pedazo de carne, veréis que su sangre mana, ¡y de color rojo, como la de todo el mundo! La diferencia está en que la conciencia de un Maestro es mucho más vasta que la de la mayoría de los humanos: tiene un ideal, unos puntos de vista superiores, y, sobre todo, ha llegado a un perfecto dominio de sí mismo. Evidentemente, para eso hace falta mucho tiempo y un trabajo gigantesco; por eso nadie puede llegar a ser Maestro en una sola encarnación.

Si encontráis a un Maestro, sabed que todas las cualidades y virtudes que manifiesta no las ha adquirido únicamente en esta vida. No, ha debido trabajar durante siglos, y hasta milenios, y como las cualidades que uno adquiere con su propio trabajo no desaparecen cuando debe abandonar la tierra, al regresar trae consigo de nuevo estas cualidades. Así, de encarnación en encarnación, va acumulando nuevos elementos espirituales, hasta el día en que llega a ser un verdadero conductor de la luz y de las virtudes divinas.

Desgraciadamente, hay también seres que se han preparado durante siglos para llegar a ser conductores del mal: son los maestros de la magia negra. El ser humano es libre para escoger el bien o el mal. Claro que, cuando ha escogido el mal, aunque la Inteligencia cósmica se lo consienta durante un cierto tiempo, en la medida en que haya desafiado con su comportamiento el orden universal, acaba siempre siendo aniquilado. Pero al comienzo puede elegir. Mientras esté vivo, es libre para determinarse en un sentido o en otro.

En algunos casos, muy raros, encontramos a seres que, a pesar de esta libertad que les ha sido dada, están definitivamente determinados. Los grandes Iniciados, por ejemplo, están determinados para la luz y para el amor. Algunos, desde luego, han podido caer, pero la mayoría han seguido siendo espíritus de la luz. Y además, cuanto más tiempo pasa, menos posibilidades tienen de cambiar de dirección, porque gracias a su trabajo espiritual han logrado transformar, divinizar la materia de su cuerpo, que se ha vuelto como un metal inoxidable, como oro puro. Pero, hasta que un ser no ha llegado a este grado de evolución, siempre es posible que cambie de dirección, y en la historia se han dado casos de magos blancos que se han convertido en magos negros.

Os preguntáis cómo llega uno a convertirse en mago negro... En realidad, es muy fácil, hasta para vosotros: basta con que deis vía libre a vuestra naturaleza inferior. Si transgredís sin cesar las leyes de la bondad, de la justicia y del amor, tratando de triunfar a expensas de los demás, de despojarles, de destruirles, no podéis hacer otra cosa que convertiros en magos negros. Esto es simple y claro. Muchos se imaginan que para llegar a ser mago negro hay que tener un maestro diabólico que enseñe el arte de los encantamientos y de los conjuros maléficos. Eso puede suceder, pero para que uno se ponga al servicio del mal no es en absoluto necesario que tenga un maestro; sin instructor, sin receta, sin nada, puede uno llegar a ser mago negro si se deja guiar demasiado por su naturaleza inferior. Y lo mismo ocurre con un hombre que no piense más que en ayudar e iluminar a los demás: aunque no tenga Maestro para instruirle, se está convirtiendo en mago blanco.

En realidad todo ser humano tiene un Maestro, si no es un Maestro visible es un Maestro invisible. Los criminales tienen, en el mundo invisible, un maestro que sin cesar les aconseja que dañen a los demás. Y aunque digan: “¿Nosotros, un maestro? ¡Nunca!” Pues bien, estos ciegos deben saber que tienen un maestro cuyos perniciosos consejos siguen día y noche.

Evidentemente, cuando os hablo de maestros, me refiero siempre a los verdaderos grandes Maestros espirituales, a los magos blancos. Ya sé que se da este título de Maestro a muchos artesanos para demostrar que destacan en su profesión, y también a los notarios, a los magistrados, a los artistas, etc. Es una manera de ver las cosas y yo no les niego este título. Pero debéis saber que un verdadero Maestro, en el sentido espiritual del término, es un ser que, en primer lugar, conoce las verdades esenciales, no las que los humanos han escrito, creado o contado, sino lo que es esencial según la Inteligencia cósmica. En segundo lugar, debe haber tenido la voluntad de dominarse, dirigirse y controlarse totalmente a sí mismo, y haberlo conseguido. Finalmente, esta ciencia y este dominio que ha adquirido sólo deben servirle para manifestar todas las cualidades y las virtudes del amor desinteresado.

Reconoceréis a un verdadero Maestro por su altruismo. Cada Maestro viene a la tierra para manifestar una cualidad, de forma predominante: hay, pues, Maestros de sabiduría, Maestros de amor, o de fuerza, o de pureza... Pero todos los verdaderos grandes Maestros tienen obligatoriamente una cualidad en común: el altruismo.

¡Existen tantos impostores y charlatanes dispuestos a aprovecharse de la ingenuidad de los humanos! No han leído más que algunos libros de ciencias ocultas, a menudo escritos por ignorantes, y he aquí que se presentan por todas partes como grandes Maestros. No llevan sobre sí ningún signo de que el Cielo les haya reconocido; ellos mismos se han declarado Maestros y creen que con esto es suficiente. En cuanto a los demás, en vez de estudiar un poco a semejante ser, para ver cómo se comporta, le siguen con los ojos cerrados. Les van a engañar, a despojar, a esclavizar, pero ni siquiera se darán cuenta. ¡Pues bien, magnífico! ¡Ahí tenéis, al menos, a un ser inteligente! Los tontos son los demás. ¿Por qué no se preguntan de dónde viene, cómo ha vivido, quién era su Maestro, quién le ha enviado?... ¡Ah no, no! Es inútil plantearse la cuestión; puesto que promete iniciarles en tres días – a cambio, claro está, de unos cuantos miles de dólares – lo creen. Tienen prisa, ¿comprendéis?, la Iniciación no debe durar más de tres días. El mundo está lleno de gente así, de tramposos, de estafadores que se aprovechan de la credulidad y de la estupidez de los demás. ¡Pero ellos, al menos, son inteligentes!

No niego que estas personas puedan tener ciertos poderes – cualquiera que se ejercite puede obtenerlos – pero la cuestión es saber cómo los emplean y con que fin. Sobre esto el Cielo se pronuncia. El Cielo no se preocupa de los medios que poseéis, sino del uso que hacéis de los mismos. Lo que para él cuenta no es vuestra ciencia, vuestra clarividencia o vuestros poderes, sino vuestro altruismo. Podéis poseer ciencia, clarividencia y poderes; mientras no seáis altruistas, aunque los humanos os reconozcan como Maestros, el Cielo no os reconoce como tales.

La desgracia para los humanos es su falta de discernimiento: si encuentran a un verdadero Maestro altruista, desconfiarán, mientras que al primer advenedizo que les engañe con falsas apariencias, presentándose como un Maestro, le seguirán. En realidad, un verdadero Maestro nunca os dirá que lo es, nunca; dejará que vosotros lo sintáis y lo comprendáis; no tiene prisa en ser reconocido. Por el contrario, un falso Maestro no tiene más que una idea: la de imponerse a los demás.

Acabo de recibir una carta de un hombre que se creyó capaz de ser un guía espiritual: me escribe para contarme sus dificultades y sus angustias. Evidentemente, debía esperárselo. ¿Por qué tenía que engañar a la gente pretendiendo guiarla, cuando él mismo no estaba preparado? ¿De quién había recibido la orden de asumir esta tarea? Pero así son los humanos; se creen capaces de guiar a los demás antes de haber adquirido las virtudes necesarias: la sabiduría, el amor, la pureza, la fuerza, el altruismo. No, cuando no se ha recibido la orden de un ser superior para asumir esta ardua tarea de guiar a los humanos, es muy peligroso desempeñar este papel.

Yo, bien quisiera ayudar a este hombre, porque veo que es muy desgraciado y ni siquiera sabe por qué. Se imaginó que bastaba con leer algunos libros de ciencias ocultas, e invocó las formidables energías del mundo invisible par utilizarlas sin haber aprendido jamás a entrar previamente, en armonía con ellas. Pues bien, estas fuerzas se vengan, diciendo: “¿Por qué intentas esclavizarnos para satisfacer tus caprichos? Eres débil, ignorante, no queremos someternos, mereces una buena lección…” ¡Cuántos pretendidos ocultistas no tienen ningún verdadero conocimiento de las leyes del mundo espiritual! Os lo digo: han leído algunos libros y, sin prepararse, quieren asombrar a algunos discípulos haciendo prodigios ante ellos. No, no es así como hay que hacerlo.

Para asumir la tarea de guía espiritual, es necesario haber recibido un diploma, ya que en el mundo espiritual también se reciben diplomas. Los diplomas que existen en el plano físico tienen su correspondencia en el plano espiritual, a cuya imagen el plano físico ha sido creado. Los espíritus luminosos que nos han enviado a la tierra nos observan, nos miden, y si ven que hemos hecho esfuerzos, que hemos logrado dominarnos y corregir algunos de nuestros defectos, nos dan el diploma. Y, ¿dónde está ese diploma? En todo caso, no se trata de un papel que puede ser anulado o destruido. Es como un sello que se imprime sobre nuestro rostro y sobre todo nuestro cuerpo, para mostrar que hemos conseguido victorias sobre nosotros mismos. Los humanos quizá no lo vean, pero todos los espíritus de la naturaleza, todos los espíritus luminosos lo ven desde lejos y, en consecuencia, nos obedecen, nos ayudan.

Sí, para tener derecho a ejecutar ciertas tareas en el plano espiritual, es preciso obtener, también, la aprobación de ciertos seres; y no creáis que es fácil. Muchos encuentran largos y difíciles los estudios que hay que hacer para obtener el título de maestro o de profesor. Pero eso no es nada, nada, al lado de las condiciones que debe reunir aquél que quiera enseñar a los discípulos las verdades de la Ciencia iniciática. Siempre me asombra comprobar la ignorancia y la ingenuidad de la gente ante esta cuestión: todos o casi todos se creen preparados para llevar el título de Maestro, y cuando se encuentran ante un verdadero Maestro, se imaginan que ha caído del Cielo así, ya perfecto, sin haber hecho el más mínimo esfuerzo.

No, no encontraréis ninguna criatura que haya venido perfecta a la tierra. Cada uno tiene su debilidad, la muestre o la esconda, e incluso varias. Hasta los grandes Iniciados tienen al menos una debilidad: el miedo, el orgullo, la avaricia o la sensualidad. Pero la superioridad de un Iniciado estriba en que, ante todo, es consciente de su debilidad, y en que, además, emplea todos los medios para triunfar sobre ella.

Cualesquiera que sea la elevación de su espíritu, en la medida en que un ser viene a encarnarse a la tierra, sus padres le transmiten en herencia una materia más o menos defectuosa que él debe transformar, lo que consigue hacer gracias a sus otras cualidades y virtudes. Y cuando lo ha logrado, se ha vuelto aún más grande porque ha conseguido transformar una materia bruta en materia elaborada de la que puede servirse para su trabajo. En los Iniciados se descubre, pues, verdaderamente, el poder del espíritu, ya que llegan a dominarlo todo, mientras que la mayoría de los humanos arrastran durante toda su vida unos defectos que no pueden vencer.

Desde luego, hay que saber que un Iniciado viene a la tierra trayendo consigo aquellas cualidades sobre las que trabajó en las precedentes encarnaciones; gracias a ellas se aparta instintivamente del mal camino y se dirige, por el contrario, hacia las actividades constructivas y luminosas. Aunque no se acuerde de nada, es empujado, sin saberlo, a caminar en la misma dirección que en el pasado. Por mi parte, no tuve, durante mucho tiempo, recuerdo alguno de mis anteriores encarnaciones, pero vine a esta vida con unas huellas que me empujaban en una dirección determinada.

Bien sé que a muchos de vosotros os extrañará y os chocará el oír que ni siquiera un gran Maestro viene a esta tierra perfecto. Y que los cristianos me perdonen si digo que ni el mismo Jesús nació perfecto: también él tuvo que instruirse y hacer un gran trabajo de purificación antes de recibir el Espíritu Santo a la edad de treinta años. Desgraciadamente, los Evangelios no dicen lo que hizo durante el período comprendido entre los doce y los treinta años. Todo ser que viene al mundo recibe obligatoriamente, para formar su cuerpo, unas partículas deterioradas, debilitadas, que debe purificar, ordenar y armonizar. Hay que comprender lo que es esta materia que ha permanecido a través de los siglos pasando de generación en generación. ¿Cómo podría llegar intacta y pura? Incluso un Iniciado que nazca de unos padres excepcionales debe realizar un trabajo sobre su cuerpo físico hasta que éste llegue a ser un instrumento perfecto de su espíritu. Quizá este Iniciado esté predestinado a traer una nueva religión, pero también él tendrá que liberar a su espíritu del dominio de la materia y transformar esta materia, espiritualizarla, sublimarla, y el Cielo medirá su grandeza en función del tiempo que haya tardado en lograrlo.

Ni siquiera Jesús pudo manifestar de inmediato el poder de su espíritu. Primero tuvo que estudiar, que ejercitarse, y al fin, a sus treinta años, hizo maravillas. La existencia de todos los Maestros espirituales ha empezado con un largo período en el que lo ignoraban todo acerca de su misión. Aún cuando durante su juventud recibían algunas revelaciones del mundo divino, no tenían ninguna conciencia de su grandeza. Ya sé que muchos se negarán a creer una cosa como ésta: para ellos, un Iniciado llega a la tierra siendo omnisciente y todopoderoso. ¡No! Y hasta algunos tenían debilidades físicas y psíquicas que nunca pudieron superar. Sería demasiado largo entrar en detalles, pero si lo hiciéramos, nos encontraríamos con cosas extremadamente interesantes.

Y yo, ¿creéis que desde niño he sido como ahora? No, yo también he tenido que hacer, durante años y años, un trabajo sobre mi propia materia; y nada hay más difícil. El alma y el espíritu son de esencia divina; se conocen y se manifiestan como tales en el mundo que es el suyo propio, pero es necesario que se conozcan y que se manifiesten también a través de la materia, a través del cuerpo físico. Este es el mayor misterio de la existencia que está simbolizado por la imagen de la serpiente que se muerde la cola. La cabeza de la serpiente, es decir, el espíritu, el Yo superior, debe manifestarse a través de la cola, de la materia, del yo inferior. El espíritu que está arriba, que es omnisciente y todopoderoso, debe poder mirarse en la materia como en un espejo. Esta es la meta de la Iniciación: llegar a transformar la materia para que ésta pueda devolver al espíritu su propia imagen.

Siempre volvemos, pues, a este trabajo que hay que realizar sobre la materia: ésta es nuestra verdadera misión en esta tierra. Por eso no hay que imaginarse que la vida es fácil para los grandes Maestros. Al contrario, son ellos los que encuentran los mayores obstáculos. Puesto que poseen los medios para hacer este trabajo y la voluntad de hacerlo, a ellos se les confía la más pesada tarea, dentro y fuera de sí mismos, y gracias e estas dificultades se hacen aún más grandes. Sí, gracias a estas dificultades.

La grandeza de un Iniciado, de un Maestro, es que viene a la tierra expuesto a las mismas pruebas que otro cualquiera, pero consigue poco a poco elevarse por encima de ellas. Por eso tiene después el derecho de instruir a los demás, y hasta de zarandearles. Puesto que ha conseguido triunfar de sus debilidades, ha adquirido el derecho de guiar a los humanos. Por otra parte, sólo quien cumple esta condición tiene derecho a abrir la boca para instruir a los demás. Si él mismo no se ha desembarazado de los defectos que quiere corregir, es mejor que se calle, si no, la gente sentirá que hay en él algo sospechoso, y las circunstancias le tenderán algunas trampas. ¿Cómo puede un pusilánime dar coraje? Si grita: “¡Adelante!” con las piernas temblorosas, ¿cómo va a arrastrar a las multitudes? Sabed que únicamente la victoria sobre vuestras debilidades da los verdaderos poderes y estos poderes se manifestarán tarde o temprano a través de vuestros ojos, de vuestros gestos, de vuestro rostro, de vuestra voz. Sí, se manifestarán, aunque queráis esconderlos.

Un Maestro que durante milenios ha trabajado para vencer en él todas las pasiones humanas y para atraer las virtudes del Cielo, emana unos elementos de los que pueden beneficiarse los que le rodean. Y ésta es la utilidad de frecuentar a un Maestro: escuchándole, viviendo cerca de él, sus discípulos reciben algunas partículas de su vida que les permitirán evolucionar mucho más rápidamente. Si no, ¿para qué creéis que puede serviros un Maestro? No se ocupa de daros riquezas, ni posición social, ni mujeres; su preocupación es la de daros elementos de una naturaleza superior que vibran en armonía con el Cielo, y si vosotros podéis recibir estos elementos, si podéis conservarlos y hasta amplificarlos, con el tiempo, sentiréis que vuestros pensamientos, vuestros sentimientos, e incluso vuestra salud, todo mejora. Cerca de un verdadero Maestro, no podéis encontrar más que bendiciones.

¿Qué es un maestro espiritual?

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