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I

“NO SE PONE EL VINO NUEVO EN ODRES VIEJOS”

“Nadie remienda un vestido viejo con un paño nuevo, pues lo nuevo arranca parte de lo viejo, y empeora la rotura. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque así revientan los odres, el vino se derrama y se pierden los odres. Sino que se echa el vino nuevo en odres nuevos, y así se conserva lo uno y lo otro...”

San Mateo 9:16-17

Seguro que estas frases no son nuevas para vosotros, porque a menudo se hace alusión a ellas; pero pienso que contienen verdades que todavía no sospecháis y debéis conocer. ¿Qué significan las palabras “odres viejos”, “odres nuevos”, “vino nuevo”? En los tiempos actuales, se pone el vino en cubas. Antaño, se utilizaban odres – pellejos de animales cosidos en forma de saco – y no se podía conservar el vino nuevo en odres viejos debido a que el vino nuevo produce fermentaciones y emanaciones de gas que habrían destruido los odres usados, con lo que el vino se hubiese derramado. Así pues, se ponía el vino nuevo en odres nuevos, sólidos y capaces de resistir fuertes presiones.

¿Qué representa el proceso de la fermentación desde el punto de vista científico? La fermentación es una descomposición natural de la materia orgánica. Existen diferentes tipos de fermentaciones y algunos de ellos fueron estudiados por los alquimistas, que extraían de determinadas fermentaciones los elementos necesarios para la fabricación de la piedra filosofal. En el hombre pueden también producirse toda clase de fermentaciones, no sólo en sus órganos físicos sino también en su corazón y en su cabeza, es decir, en sus sentimientos y en sus pensamientos.

Cuando Jesús decía: “Se echa el vino nuevo en odres nuevos, y así se conserva lo uno y lo otro”, comparaba su enseñanza con el vino nuevo, porque esta enseñanza debía ser vertida en seres sólidos, resistentes, capaces de soportar todos los cambios que inevitablemente iba a provocar en ellos. Porque, al igual que el vino, una enseñanza iniciática no es una cosa muerta; al contrario, vive, y su vida acarrea todo tipo de consecuencias. El odre representa al ser humano, y en este odre hay aún, por decirlo de alguna forma, muchos otros odres: la cabeza, los pulmones, el estómago... El corazón, el intelecto y el alma, también son odres, y si no estamos atentos a lo que en ellos introducimos, si descuidamos el mantenimiento de estos odres, los resultados son deplorables.

A veces algunos se quejan, diciéndome: “Antes, me sentía mucho mejor. Comía, bebía, hacía tonterías, me divertía... y me sentía bien. Pero, desde que trato de seguir la Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal me siento mal, como si empezara a producirse una fermentación dentro de mí. Verdaderamente, esta Enseñanza no me conviene...” No comprenden lo que les pasa y en vez de evolucionar normalmente, se lamentan, se desaniman y retroceden. ¿Qué significa esto? ¡Que son odres viejos y que no es tiempo aún de verter en ellos el vino nuevo!

Observaos vosotros mismos, observad a los demás y comprobaréis que cuando aceptan una Enseñanza, por más divina que ésta sea, al cabo de un mes, de seis meses, o de uno año – eso depende de las personas – los seres empiezan a caer en las mayores contradicciones; se vuelven irritables o depresivos, e incluso sucede que su trabajo, en vez de intensificar su lado positivo, no hace más que desarrollar su lado negativo porque cada nuevo pensamiento y cada nuevo sentimiento, produce fermentaciones en su interior.

Escuchándome pensaréis que es muy peligroso aceptar nuestra Enseñanza aunque sea realmente pura y divina. No, no hay ningún peligro; pero, en primer lugar, hay que saber que debemos preparar dentro de nosotros mismos una forma sólida capaz de contener y de soportar una filosofía, una idea, una Enseñanza nueva. No se puede recibir una filosofía nueva sin haberse armonizado previamente con esta filosofía. sin haber fortalecido y preparado el estómago, la cabeza, los pulmones y todo el organismo, para poder resistir la tensión que van a producir las nuevas corrientes que se reciben. No os imaginéis que las corrientes de amor y de luz son fáciles de soportar. Al contrario, se puede decir que los seres humanos están mejor preparados para el sufrimiento, para las penas y las decepciones que para la alegría, la inspiración y las corrientes muy elevadas. Muchas veces incluso se diría que les gusta hundirse en las complicaciones, y si un día reciben una inspiración luminosa, se diría que hacen todo lo posible para desprenderse de ella. ¿Por qué hacen esto? ¡Es tan raro y tan valioso recibir una inspiración divina!

¡Si los humanos supiesen qué mejoras fisiológicas se producen bajo la influencia de una idea divina! ¡Y es esta oportunidad, precisamente, la que rechazan! ¿Dónde encontrarán después ocasiones de transformarse? Un día lamentarán haber obrado de esta manera y dirán: “Es verdad, ¡cuántas veces rechacé la luz porque tuve miedo del Espíritu!” He observado repetidas veces que la gente no tiene miedo del infierno, de los diablos, de los sufrimientos, del desorden y de todo lo que es inferior, pero, en cambio, teme en gran manera al Espíritu y a los estados de conciencia sublimes. Por un lado tienen algo de razón, porque sienten en el fondo de su ser que no son odres nuevos: tienen todavía necesidad de vivir en la vida inferior e, instintivamente, tienen miedo de no poder soportar esta vida nueva, esta expansión de conciencia. Los que temen al Espíritu no saben muy bien por qué, pero sienten instintivamente que hay algo que temer: tendrán que abandonar sus viejas costumbres. En realidad, no hay nada más hermoso que poder captar las corrientes espirituales: esta luz, esta fuerza, esta alegría que viene a nosotros cada día, este amor que traspasa las almas a cada instante. Si obstaculizamos estas corrientes con nuestras debilidades, con nuestros pensamientos y nuestros sentimientos negativos, es señal de que nuestros odres no están aún preparados para recibir el vino nuevo. Son odres viejos y tenemos que cambiarlos.

Las células de nuestro cuerpo se renuevan constantemente; cada día hay células usadas, enfermizas, que son reemplazadas por células sanas. Este proceso de renovación dura siete años. Cada siete años todas las moléculas y átomos de nuestro cuerpo han sido reemplazados por otros. Diréis: “Pero, entonces, ¡todo nuestro ser se ha renovado!” No, porque aunque en el transcurso de estos siete años todas nuestras células hayan sido reemplazadas, tenéis que saber que cada célula posee una memoria o, si queréis, unos hábitos que transmite en forma de marcas o moldes esotéricos a la célula que la reemplaza. Los pensamientos, los sentimientos y las energías circulan sobre estos moldes como sobre surcos bien trazados. Esto es lo que explica que las nuevas partículas, al tomar el lugar de las antiguas, hereden su memoria; aunque hayan transcurrido siete años las células se encuentran en el mismo estado, a menudo un estado inferior.

¿Qué edad tenéis? ¿Cuántos períodos de siete años habéis vivido ya? Sin embargo, ¡seguís siendo fieles a los mismos hábitos, habéis conservado la misma forma de pensar, repetís las mismas tonterías! El que vuestras células se hayan renovado en siete años no basta para regenerar completamente todo vuestro ser. Vuestro cuerpo se ha transformado, sí, pero las tendencias, los hábitos siguen siendo los mismos, porque las nuevas células han sufrido la influencia de antiguos moldes o, digamos, de la antigua memoria.

Para transformarse realmente, hay que cambiar la memoria de las células. A medida que las nuevas células reemplazan a las antiguas, hay que impregnarlas de nuevos pensamientos y de nuevos sentimientos. Sí, si somos conscientes, podemos “renovar los odres” a medida que vertemos en ellos el vino nuevo de una enseñanza espiritual. En caso contrario, si seguimos viviendo con los mismos desórdenes y con los mismos hábitos peligrosos, se producirán fermentaciones en las odres. Por eso, al mismo tiempo que recibimos esta enseñanza espiritual, debemos transformar la memoria de nuestras células, trabajando para introducir en nosotros elementos nuevos, velando por la pureza de los alimentos y de las bebidas, del aire que respiramos y de todo lo que absorbemos, sea visible o invisible. Únicamente entonces podremos revivir sin temor una nueva filosofía y nuevas corrientes espirituales.

Ahora que hemos hablado de los odres, hablemos un poco del vino. Casi todos bebéis vino; tomado moderadamente, no es malo. ¡Algunos dicen, incluso, que les inspira! Sin embargo, también sabéis que existen vinos adulterados que es mejor no beber, porque están preparados con toda clase de ingredientes nocivos y que no voy a enumerar. Lo que quería deciros es que en el campo espiritual se producen los mismos fenómenos que en el campo físico. Encontraréis enseñanzas, sistemas filosóficos que son semejantes a vinos adulterados; están hechos de gran cantidad de elementos heteróclitos que no contienen nada vivo ni sustancial. Cuando se ha bebido de este vino, uno se siente transformado, indispuesto, enfermo. En vez de ir a comprar vino en cualquier tienda, el secreto consiste en prepararse uno mismo el vino que ha de beber, es decir, en prepararse sus propios pensamientos, sus propios sentimientos y sus propios actos. Diréis: “Vd. está vertiendo, en este momento, vino en nuestros odres, ¿estará también adulterado?” ¡Pensad lo que queráis! Tan sólo os aconsejo que plantéis una viña en vuestra alma, que la cultivéis, que recojáis sus uvas, que las piséis y que bebáis su zumo. Del buen vino que uno mismo se prepara se puede beber tanto como se quiera, hasta emborracharse.

Verter vino nuevo en odres nuevos es realizar la unión del espíritu y de la materia (y esta materia, no es únicamente la del plano físico, sino también la del plano psíquico, la de los pensamientos y de los sentimientos). No podéis contentaros con verter una Enseñanza en vuestra cabeza, con venir a nutriros cada día con ideas nuevas sin renovar, al mismo tiempo, todo vuestro ser físico y psíquico mediante la práctica de una vida pura. Si os limitáis a aprender, los odres, hinchados, estallarán enseguida, porque no habrá correspondencia alguna entre sus formas y las fuerzas nuevas que reciben. Si no hacéis ningún ejercicio de respiración y de gimnasia, si no rezáis, si no meditáis, si no aceptáis alimentaron y vivir de acuerdo con las reglas de la nueva Enseñanza, se producirán en vosotros todo tipo de anomalías. Cuando la fermentación empieza, uno se siente tan perturbado y tan irritado que choca con todo el mundo. He visto hombres que, después de haber abrazado la vida espiritual, se volvían extremadamente nerviosos en el trato con su mujer y con sus hijos. Una Enseñanza espiritual no debe provocar tales reacciones, ¡estas fermentaciones son debidas a que los odres eran demasiado viejos y usados!

Siento que algunos de vosotros estáis pensando: “Muy bien, hemos comprendido que existe una Enseñanza magnífica. Tenemos necesidad de evolucionar, tenemos un trabajo que cumplir, pero no sabemos cómo hacerlo. Denos métodos, puesto que éstos nos faltan.” Lo que decís es verdadero y falso a la vez, porque os he dado ya muchos métodos, pero no parece que los apreciéis mucho, os parecen insignificantes.* Esperáis que algún día os revele métodos sensacionales que os transformen instantáneamente. Y es una lástima, porque tales medios no existen.

* Ver La nueva tierra: métodos, ejercicios, fórmulas, oraciones, tomo 13 de las Obras completas.

Nunca encontraréis a un verdadero Iniciado que os dé recetas para que sentéis la cabeza, para fortaleceros y liberaros inmediatamente. La transformación de los seres humanos sólo es posible con un trabajo cotidiano e ininterrumpido. Si alguien os dice: “Tomad esta fórmula, estos pentáculos, estos procedimientos mágicos que os salvarán instantáneamente”, os está mintiendo, le interesa engañaros. Un verdadero Maestro os dirá: “Hijos míos, todo es posible, pero sólo si os esforzáis; si lo hacéis, todo lo que hayáis obtenido habrá penetrado tan profundamente en vosotros que nadie os lo podrá quitar...” Todo aquello que se obtiene mediante métodos que producen resultados inmediatos, con procedimientos mágicos, no puede ser duradero. Poco tiempo después, uno pierde todo lo que creía poseer, porque estas adquisiciones no fueron elaboradas internamente mediante esfuerzos personales.

Existen maestros que en un instante podrían desarrollar todo tipo de cualidades; pero no lo hacen, porque no durarían. El amor, los conocimientos, los poderes, no pueden venir de fuera, como el vino que se vierte en una botella. Somos nosotros quienes debemos trabajar todos los días para transformar nuestros odres. Desgraciadamente, todas las escuelas que exigen esfuerzos no tienen mucho éxito, mientras que las que prometen todas las bendiciones sin tener que hacer nada, están llenas. Por eso, las verdaderas Enseñanzas no atraen muchos discípulos.

El Cielo prepara el envío de corrientes poderosas, semejantes a un vino nuevo, y los odres que no estén preparados para soportar este vino de renovación no podrán subsistir, porque el mundo invisible quiere llenar todos los odres, tanto los viejos como los nuevos. Esto significa que llega la época en que los grandes misterios serán revelados. La humanidad está compuesta de odres viejos y de odres nuevos, pero cuando viertan el vino, poco importará que sean nuevos o usados, no los escogerán, los llenarán todos: los nuevos subsistirán y, ¡qué queréis!, tanto peor si los viejos estallan.

Trabajad, pues, todos los días para “renovar vuestros odres”, es decir, trabajad sobre vosotros mismos, sobre todas vuestras células, sobre todos vuestros órganos, para que estéis preparados para recibir el vino nuevo: las corrientes poderosas y benéficas que el mundo invisible se dispone a derramar sobre toda la tierra.

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