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I

LA JUVENTUD, UNA TIERRA EN FORMACIÓN

La juventud está llena de vida, de frescor, de impulsos y de aspiraciones magníficas: ¿cómo no amarla? La cuestión está en saber que es lo que hará con esta extraordinaria efervescencia de energías que se desbordan en ella.

Puesto que existen correspondencias entre la vida del hombre y la de la naturaleza, podemos decir que los años de la juventud son comparables al período de formación de la tierra. En aquel momento, hace millones de años, todavía no era posible una vida organizada, pues no habían sino que erupciones volcánicas y materiales en fusión. Fue necesario que estos movimientos y estas fuerzas se calmaran para que la tierra se convirtiese, por fin, en un lugar habitable para las plantas, los animales y los hombres.

Pues bien, la juventud vive interiormente en este estado primitivo de la tierra: sus energías, al no estar aún dominadas ni controladas, provocan todo tipo de manifestaciones desordenadas y contradictorias. La juventud se excede en todo cuanto vive: las atracciones y las repulsiones, los entusiasmos y las rebeldías; y a los impulsos generosos, creativos, les siguen a veces sentimientos de hastío y una necesidad de destruirlo todo, hasta el extremo de querer su propia destrucción. Sobre un terreno tan inestable, no puede edificarse nada sólido. Es necesario, pues, que la juventud adquiera un poco más de moderación, de control, de armonía, para convertirse en una tierra en la que puedan vivir plantas, animales y hombres, simbólicamente hablando.

Porque el paso de la juventud a la edad adulta es eso: el paso de una vida desorganizada, inestable y caótica, a una vida rica, plena, beneficiosa para uno mismo y para los demás. Quienes imaginan que convertirse en adulto es perder la juventud, es decir, abandonar todo aquello que constituye el encanto, el florecimiento y la vida, están en un error. Ser joven es una cosa, y conservar la juventud, otra muy distinta. Los jóvenes poseen fuerzas vivas y materiales completamente nuevos con los que deben trabajar conscientemente para construir su existencia. Si no trabajan, ¿qué sucederá? Puesto que, con el paso de los años, forzosamente van perdiendo esta vitalidad, si se han dejado llevar por sus caprichos y por sus instintos, sin tratar de ver las cosas con claridad, ni de poner un poco de orden en sí mismos para dominar sus energías, cuando lleguen a la edad adulta serán como suelos estériles, como tierras devastadas.

Si surgen tantos conflictos entre los jóvenes y los adultos, es porque estos últimos han vivido una juventud inconscientemente, de forma pasiva, sin hacer ningún trabajo interior durante este periodo, y ahora se sienten empobrecidos y tratan a los jóvenes con rencor, porque éstos poseen lo que ellos ya no tienen. En cuanto a los jóvenes, cuando ven a todos estos adultos tan prosaicos, tan insensibles, tan débiles, evidentemente les critican, se burlan de ellos, o se rebelan, y esta situación crea poco a poco, problemas irresolubles. Pues bien, yo aconsejo a los jóvenes que dejen a los adultos en paz y empiecen a realizar un formidable trabajo interior de organización, de control, de armonización, a fin de conseguir aportar por ellos mismos algo mejor. Y si verdaderamente lo desean, pueden hacerlo.

Vemos además que, desde hace algunos años, la juventud se inmiscuye en las cuestiones públicas: chicos y chicas muy jóvenes opinan sobre la sociedad, sobre la vida del país, sobre los acontecimientos mundiales, y se organizan para que su palabra sea valorada. Esto es algo nuevo, ¡nunca se había visto antes! Sí, y es algo significativo de estos tiempos. Las nuevas corrientes que empiezan a difundirse en el mundo, se abren camino a través de la juventud. Vamos a entrar en una nueva era, la era de Acuario, y sus influencias se dejan ya sentir. Por supuesto, de momento, asistimos a manifestaciones a menudo desordenadas; eso es normal, ya que se trata de pruebas y éstas siempre van acompañadas de desacuerdos, de conflictos. Pero pasado algún tiempo, todo volverá a su justo lugar y entonces podremos ver cambios. La naturaleza de estos cambios dependerá de los jóvenes. Puesto que ellos han tomado la palabra y muchos adultos están de acuerdo en dársela, les corresponde ahora a ellos reflexionar a fondo respecto a lo que piden.

Si los jóvenes también reivindican comodidades materiales y placeres, que no se hagan ilusiones: no piden nada que sea realmente nuevo bajo el sol, sino algo que los humanos reclaman desde que existen y que no es precisamente muy glorioso. Si no piden algo mejor, se parecerán pronto a los mismos adultos a los que están criticando. “Entonces – diréis – ¿qué debemos pedir?” Pedid ser instruidos. Y ser instruidos no significa tan solo adquirir conocimientos que os permitan obtener diplomas y ejercer una profesión. Ser instruido es recibir esa luz gracias a la cual se avanza cada vez más por el camino de la libertad, de la fuerza, de la belleza, del amor... por el camino de la verdadera vida. Y para hacer valer sus reivindicaciones, la juventud debe encontrar también la actitud adecuada. No se convence a los demás sobre sus derechos gritando, gesticulando y mostrándose grosero y violento. Me gustaría ver como se alza, por fin, una juventud ante la cual todos se vieran obligados a capitular. Sí, ni siquiera tendría que decir nada, tan solo presentarse, y su ideal, su pureza y su resplandor harían rendirse al mundo entero; ¡nada se le podría resistir!

Por supuesto, la juventud no tiene el poder para imponer inmediatamente su voluntad, pero, cuanto menos, puede empezar a oponerse a todos quienes tratan de inducirla hacia caminos tortuosos. Por eso, en primer lugar, debe mostrarse muy vigilante y seleccionar entre todo lo que le proponen, sabiendo que puede ser presa fácil para todos aquellos que defienden intereses poco claros. ¡Cuánta gente está al acecho y estudia lo que más puede atraer a los jóvenes, a sus instintos y deseos que se están despertando, y se apresura a ofrecérselo para alimentar su codicia! Esto lo propician ya los mismos fabricantes de juguetes, quienes favorecen el instinto de agresividad de los más pequeños con armas o juegos de guerra. Y más tarde continúa con todo tipo de objetos o de actividades absolutamente inútiles e incluso peligrosas, que los adolescentes ignorarían por completo si no las viesen expuestas por todas partes, en los escaparates de las tiendas y anunciadas por la publicidad.

Pues bien, estas personas son culpables de inducir a error a la juventud. Porque, en primer lugar, suscitan en ella unas necesidades materiales que no tiene la posibilidad de satisfacer, y eso le acarrea frustraciones e incluso el deseo de obtener deshonestamente aquello que no puede obtener de forma honesta. Después, al tratar de hacerle creer que tiene absoluta necesidad de todo eso para sentirse bien y feliz, la desvían de la verdadera búsqueda de la felicidad y del sentido de la vida. Ya que la felicidad y el sentido de la vida sólo se encuentran si nos abrimos al mundo espiritual. Sólo así nos sentimos nutridos, serenos y fortalecidos.

No hay muchos adultos que se pregunten si lo que preparan para la juventud será verdaderamente bueno para ella, si la ayudará a ver las cosas más claras, a equilibrarse y a fortalecerse. La mayoría de las veces sólo piensan en conducirla, ante todo, hacia una dirección que les convenga a ellos mismos. Y lo que a ellos les conviene es ganar dinero. ¡Cuántos libros, películas, discos, etc., que se ofrecen a los jóvenes no sirven más que para enriquecer a los hombres de negocios! Y si los jóvenes están cada vez más desorientados y trastornados a causa de lo que ven y oyen, poco importa; ¡a esta gente le trae sin cuidado! Este negocio puede llegar muy lejos, ya que cada vez hay más criminales que se aprovechan de la curiosidad de los jóvenes, o de su desazón, para introducirlos en la droga. Mediante la droga los convierten en sus esclavos, en ruinas humanas e incluso los matan; ¡pero eso qué les importa a ellos, mientras les permita ganar dinero! Todos los medios son buenos para enriquecerse.

Os puedo contar incluso lo que me sucedió a mí mismo, cuando era muy joven. En la ciudad de Varna, donde yo vivía, había entonces un hombre que en tiempos fue cónsul en América, y que se había traído de sus viajes toda clase de libros sobre ocultismo y tratados de magia, y también otros objetos: varitas y espejos mágicos, vestimentas para realizar ceremonias... Se había convertido en una especie de mago. Pero viendo que por sí sólo no tendría éxito, puesto que debían faltarle ciertas facultades y elementos, buscó a un chico joven para trabajar con él y realizar sus proyectos... ¡y se fijó en mí! A cambio de mi ayuda, me propuso alojarme en su casa (vivía en una magnífica mansión), alimentarme, darme dinero y todo cuanto yo quisiera. Poseía una fantástica biblioteca y él mismo era escritor; había escrito libros sobre espiritismo y también había realizado algunas traducciones. En Bulgaria fue el primero en traducir Zanoni, de Bulwer-Lytton.

Yo era aún muy joven – dieciocho años – y no conocía gran cosa acerca de la naturaleza humana, de su codicia, de su perversión, ni de su afición por las empresas peligrosas. Pero yo quería ser bien conducido, bien guiado, y no hacía nada sin pedir la opinión de mi Maestro, Peter Deunov. Esto que os cuento, sucedió algún tiempo después de haberle conocido. Le expliqué pues a mi Maestro las proposiciones de aquel hombre, preguntándole que debía hacer. Y el Maestro fue categórico: me desaconsejó relacionarme con un individuo semejante y ocuparme de la magia. Fue una suerte, pues, si no, quizá hubiese emprendido un camino muy peligroso. Ciertamente, ¿habría obtenido muchas cosas pero, a qué precio? Porque cuando uno empieza a practicar la magia para obtener ventajas materiales, éxitos, dinero, gloria, la posesión de un hombre o de una mujer, ya está en el camino de la magia negra, y de una u otra forma, acaba “vendiendo su alma al diablo”, como se suele decir. Pensaréis, sin duda, que vosotros no corréis ningún peligro de recibir proposiciones seductoras de un brujo... Bien, quizá de esta forma no, pero, ¡hay tantas maneras de vender el alma al diablo! No es necesario hacer un pacto con él, como se cuenta en los libros de brujería; basta con que uno obedezca a móviles interesados y egoístas para ir perdiendo poco a poco la luz de su alma. Por eso aconsejo a los jóvenes que estudien bien cada proposición que reciban. Tanto si se trata de objetos, como de ropas, de músicas, de actividades, o de ideas, deben procurar ver, en primer lugar, cual es la naturaleza de las tendencias que otros quieren fomentar en ellos. Que no olviden que aún son como una tierra en formación; y si perciben que los están incitando a las ganancias, a los éxitos fáciles, a la violencia, o a la desesperación, etc., deben saber que son fuerzas destructivas y, por tanto, ¡es preciso apartarse de ellas! Si verdaderamente quieren hacer las cosas mejor que los adultos y crear un mundo nuevo, deben aceptar sólo aquello que les incita a construir en sí mismos y a su alrededor, algo bueno, bello, puro y fuerte.

Un futuro para la juventud

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