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III

EL AGUIJÓN DEL SUFRIMIENTO

¿Qué dice la mayoría de las religiones sobre el sufrimiento? Que viene de Dios: es Dios quien envía pruebas a los justos porque les ama, y persigue a los malvados para castigarles por sus faltas y obligarles a volver hacia el camino correcto. En realidad, ¿acaso Dios se ocupa de enviar sufrimientos a los humanos, justos o pecadores?...

Cuando un niño llora y grita, su madre acude en su ayuda y el niño le dice: “Es a causa de Toto. ¡Oh! ¿Qué ha pasado? – Quería subirme en su bicicleta y él no ha querido dejármela. Entonces yo intenté cogérsela, pero resbalé y me golpeé en la cabeza contra la pared. Toto es muy malo...” El niño trató de apoderarse de la bicicleta de su compañero y se hizo daño, pero la culpa es de su compañero, no de él.

Una mujer se enamora del marido de su amiga y no acepta que este hombre que, según ella debería pertenecerle, esté unido a otra. Entonces, evidentemente, sufre. Pero en vez de reconocer que es ella quien se ha colocado en una situación imposible, se deja invadir por los celos y trama proyectos de venganza y convierte su vida en un infierno.

¡Cuántos sufrimientos de los que se quejan los humanos se asemejan a éstos! Querrían apoderarse de lo que pertenece a los demás: objetos, terrenos, maridos, mujeres, situaciones, etc., y evidentemente son los demás los culpables porque ponen obstáculos a sus codicias y a sus ambiciones. Entonces, ¿cómo podrán liberarse de estos sufrimientos si no empiezan por comprender que son ellos mismos la causa? Dios no tiene nada que ver en estos asuntos.

Todos los humanos conocerán esta clase de sufrimientos mientras no comprendan que nada de lo que poseen o desean poseer puede salvaguardarles. Alguien sufre porque se siente desvalido, o débil, o enfermo, o ignorante, o feo, o solo; pero poseer la riqueza, el poder, la salud, la sabiduría, la belleza y estar rodeado por mucha gente, jamás ha impedido a nadie sufrir. Incluso a menudo nos sorprende descubrir en qué tormentos interiores se debaten hombres y mujeres de quienes se dice que lo tienen todo para ser felices.

Los seres que deciden dar importancia a las adquisiciones espirituales no pueden evitar ciertos sufrimientos, ya os lo he dicho, pero se liberan. Mientras que aquellos que sólo piensan en aumentar su cuenta bancaria, su influencia social y su poder sobre los demás, en realidad no hacen más que limitarse interiormente. E incluso si empiezan por lograr grandes satisfacciones, se verán obligados en un momento u otro a limitarse exteriormente también. Así pues, sufrirán y este sufrimiento no trae nada bueno, ni para ellos ni para los demás; no hace más que hacerlos malvados. ¿Quién acepta renunciar a aquello en lo que ha invertido tanta energía y tanto tiempo a adquirir?

Sucede que los grandes sufrimientos terminan a la larga doblegando el alma de aquél que únicamente había buscado satisfacciones en la materia, pero esto es raro. Por el contrario, los sufrimientos vividos por aquél que anda por el camino del crecimiento espiritual, le hacen crecer en el amor y la luz. Estos sufrimientos son comparables a los de la madre que da luz a un niño. Este niño es el fruto de una larga gestación y su llegada al mundo se realiza a menudo con dolor, pero ¡qué alegría cuando finalmente llega! El cristianismo se inspira en esta idea cuando enseña que el fin de la vida espiritual es hacer nacer al Niño Cristo en cada ser.12

Evitad exponeros a los sufrimientos que os limitan; estos sufrimientos no están previstos por la ley de la evolución. No es Dios quien los envía a los humanos; son ellos quienes, con su ignorancia, los fabrican y los multiplican repitiendo sus errores. Se quejan, gritan, pero si se les libera de estos sufrimientos, siempre se las arreglan para atraer otros. Se diría que no pueden vivir sin ellos. Evidentemente, no lo reconocerán, pero sin embargo es la verdad. La paz y la tranquilidad son estados que les son extraños; se aburren, no saben en qué ocuparse y se afanan en volver a realizar actividades por las que de nuevo sufrirán.

En efecto, observad: una guerra, después otra y después otra estalla en varios lugares del planeta. Todo el mundo se lamenta y se pregunta el por qué de estas guerras... Sencillamente porque los humanos no saben cómo sacar provecho de las buenas condiciones que les da la paz.13 Se precisa de una gran ciencia para encontrar en qué ocuparse en tiempo de paz. Además, incluso en tiempo de paz, los humanos continúan estando en guerra; en todos los campos sólo se ven rivalidades: la política, el comercio, las finanzas, la religión e incluso la familia, son terrenos de enfrentamiento, verdaderos campos de batalla. ¡Cómo no sorprenderse luego que estallen conflictos armados un poco por todas partes, ocasionando tantas desgracias! Después, se suplica al Señor para que detenga las guerras y devuelva la paz. Pero decidme verdaderamente qué tiene que ver el Señor con esto. ¿Qué idea tienen los humanos de Él?

Es preciso aprender a distinguir dos clases de sufrimientos, con el fin de evitar aquellos que implican haber tomado el camino equivocado, aceptando por el contrario aquellos que necesariamente se encuentran cuando se avanza por el camino del bien. Evidentemente, en el momento en que se está sufriendo, no siempre es fácil discernir la naturaleza de este sufrimiento ni tampoco si es constructivo o destructivo. Pero si conocéis los criterios y si habéis aprendido a analizaros, os daréis cuenta rápidamente.

Ahora bien, no por el hecho de que os haya dicho que el sufrimiento acompaña necesariamente nuestra evolución debéis crearos ocasiones para sufrir y ser desgraciados. Los sufrimientos acompañan cualquier evolución y no los evitaremos, pero es inútil e incluso peligroso querer añadir otros. ¡Cuántos monjes y ascetas, comprendiendo mal esta cuestión del sufrimiento, se han infringido voluntariamente toda clase de tormentos, “para complacer a Dios”, pensaban ellos! ¡Como si Dios sintiera placer viendo a la criatura humana herida y ensangrentada! Pero son raras las religiones que no han fomentado este tipo de prácticas, y algunas todavía lo hacen en la actualidad.

Ya es hora de que comprendamos que el Señor no necesita del sufrimiento de los humanos. La época de las flagelaciones, de los tormentos y del martirio está acabada. Maltratar y mutilar nuestro cuerpo, arriesgar y destruir nuestra vida: este modo de ofrecerse en sacrificio a la Divinidad es estéril. El verdadero sacrificio está en el amor fraternal, desinteresado hacia todos los humanos. Aquél que ha comprendido el significado y el poder del amor no necesita infringirse sufrimientos: ¡ya tendrá muchos cuando los comparta con todos aquellos que están en la desgracia! Y los obstáculos que encontrará cuando se esfuerce en ayudarles ¡serán aún otras tantas ocasiones para sufrir! Pero ante estos sufrimientos no debe retroceder: son ellos los que le engrandecerán y le ennoblecerán.

Aquél que ama a los demás y que quiere sinceramente ayudarles se ve obligado a despojarse cada día más de su egoísmo, y de sus perjuicios. No basta con presentarse con buenas intenciones y buenos sentimientos; tiene que realizar un gran trabajo de ajuste, y este trabajo es difícil. ¿Por qué tanta gente se desanima ante las dificultades que encuentran en sus esfuerzos para ayudar a los demás? Porque no comprenden que ayudar a los demás exige la mayor abnegación.

Ningún ser humano en la tierra está protegido contra el sufrimiento. Sólo que hay que saber que existen sufrimientos útiles y benéficos, y otros inútiles e incluso perjudiciales. Los sufrimientos inútiles son aquellos que uno mismo se crea cuando viola las leyes de la honestidad, de la justicia, de la bondad, de la sabiduría y del amor. Y éstos no merecen ninguna compasión, porque se asemejan a los del lobo que no puede lanzarse sobre los corderos protegidos por el pastor, o los del zorro ante las gallinas bien protegidas en el gallinero. En realidad, existe sin embargo una utilidad en estos sufrimientos para aquél que sabe obtener lecciones de los mismos: comprende que debe orientar mejor sus pensamientos, sus sentimientos y sus deseos si no quiere destruirse.

Todos conocerán el sufrimiento, es inevitable; pero el malvado que sufre obstinándose en su maldad, pierde algo; mientras que el hombre de bien que sufre manteniéndose en el buen camino, se enriquece. Observad el rostro de los celosos y de los envidiosos: sus frustraciones se graban en él en forma de rasgos sombríos, inciertos, tensos. Y ahora observad a aquellos que se han sacrificado y han sufrido por grandes causas: aunque no hayan sido comprendidos, las pruebas les han ennoblecido, embellecido; han descubierto en ellos mundos nuevos, han adquirido la verdadera fuerza.

Existen unas leyes inmutables que rigen el universo creado por Dios, así como su funcionamiento y su evolución. Y el ser humano forma parte de este universo. Si viola las leyes, choca con las potencias cósmicas y recibe golpes.14 Entonces, es verdad, se puede decir, en cierto modo, que Dios les castiga. Y si realiza esfuerzos para comprender cada vez mejor y respetar estas leyes, las dificultades con las que tropieza también le hacen sufrir; pero estos sufrimientos que se hallan naturalmente en el camino de la evolución participan en su buen desarrollo. Por esto se puede decir igualmente que Dios hace sufrir a los justos, porque les ama. Es su amor el que desea su crecimiento, su desarrollo. Este amor forma parte de las leyes cósmicas.

Sólo corresponde al hombre elegir la forma de sufrimiento que juzgue más beneficiosa para él. Evitarlo jamás debe ser un objetivo, porque le obliga a progresar y siempre se deben hacer progresos. Si es cierto que sufrir puede volver a la gente perversa, no sufrir también. Aquél que nunca ha sufrido él mismo, difícilmente logrará comprender el sufrimiento de los demás y puede mostrarse impaciente y cruel con ellos. La sensación abre las puertas para la reflexión, y ciertas sensaciones dolorosas nos impulsan a acercamos cada vez más a lo esencial. En realidad, el sufrimiento es un aguijón: no sólo nos vuelve a poner sobre el camino recto si nos extraviamos, sino que nos obliga a ir cada vez más lejos y más alto.

El Maestro Peter Deunov decía: “¿Cuando llega la hora de lavar nuestra camisa, debemos ponemos a llorar?... ¿Cuando llega la hora de plantar las semillas en la tierra, debemos ponemos a llorar?... ¿Cuando llega la hora de moler el trigo, debemos ponemos a llorar?...” Lavar la camisa, plantar las semillas en la tierra, moler el trigo corresponden a actividades de la vida espiritual. ¿Cuales? Lavar nuestra camisa significa purificarnos. Plantar las semillas en la tierra, significa introducir buenos pensamientos y buenos sentimientos en nuestra cabeza y en nuestro corazón, así como en la cabeza y en el corazón de los demás; moler el trigo significa preparar el pan de vida. Estas tres actividades van acompañadas de ciertos sufrimientos, pero ¡son sufrimientos tan saludables! Son sufrimientos divinos, soportados conscientemente, que impregnan todo lo que podemos vivir después con belleza, perfumes y sabores.

12 Navidad y el misterio del nacimiento del Cristo, Folleto n° 321.

13 El egregor de la Paloma o el reino de la paz, Col. Izvor n° 208, cap. I: “Para una mejor comprensión de la paz”.

14 Las leyes de la moral cósmica, Obras completas, t. 12, cap. VII: “Leyes de la naturaleza y leyes morales”.

En las fuentes inalterables de la alegría

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