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Prólogo Carlos Velázquez ¿Qué hace un libro como este en sus manos?

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En Miedo y asco en Las Vegas, el Dr. Gonzo, mitad humano mitad bestia mitológica, vomita escandalosamente. Con tanto estrépito que la sustancia viscosa salta de las páginas hacia tus manos. A lo largo de toda la novela depone todo lo que engulle: cantidades industriales de salmón, gambas, toronjas, cerveza, tequila, lsd, mescalina, coca, marihuana. Es una cabra, un pez que limpia el fondo del mar, una cucaracha. Su paladar no es exquisito ni mundano. Se alimenta de manjares pero también de carroña. Semejante criatura solo pudo ser creación de la mente enferma, retorcida y supurante de lsd de Hunter S. Thompson, pensará todo lector que se acerque a la obra. Un bufalotauro que se liberó de sus cadenas y encontró la salida del laberinto. Que además es un abogado picapleitos de los bajos fondos californianos. La perfecta arma de carne que Hunter puede esgrimir en contra de sus enemigos. Pero esperen un momento. No es ninguna invención.

Hunter S. Thompson se basó en el legendario Óscar Zeta Acosta para confeccionar su también desternillante Dr. Gonzo. Óscar tuvo dos existencias. Mejor dicho tres. Fue escrito por la naturaleza, por Hunter, y por él mismo. Óscar puso el toque escatológico al viaje salvaje al corazón del Sueño Americano. También el toque del psicópata, el del demente y, por qué no, el del cuerdo, en fin, todos los toques. El amor que profesaba Hunter por Óscar era inconmensurable. En su novela lo bautizó como Gonzo. El mismo nombre del estilo periodístico con el que Hunter sacudió la literatura y la política de los de por sí revoltosos años sesenta. Ese ser burdo, caótico, estrafalario, incontrolable («Uno de los prototipos de Dios. Un mutante de alto poder de algún tipo, ni siquiera considerado para ser producido en masa») era para Hunter el producto mejor acabado de su época. Tanto así que lo situó a la altura de su arte. Era uno de sus héroes. ¿Quién dice que los héroes no pueden ser gordos? Si piensa lo contrario, ¿qué hace un libro como este en sus manos?

La impresión que Óscar causó en Hunter fue tan inabarcable como para no ser llevada a los terrenos de la ficción. Hunter lo describió con exageración pero con justicia. Si el Dr. Gonzo era una maldita máquina de vómito es porque el modelo original también lo era. Óscar sufría de úlceras desde los veintiún años. Pero jamás renunció a sus hábitos. «¿Qué valor tiene una vida sin alcohol y sin comida mexicana?», se pregunta al principio de Autobiografía de un Búfalo Pardo, el libro que tiene usted entre las manos. Con un hombre que lucha en el baño por liberarse de la sangre que flota en su estómago como espuma de cerveza. Con esta escena inicia una de las odiseas más extremas, disparatadas, delirantes y paranoicas que haya conocido literatura alguna.

Óscar dialoga con el fantasma de Humphrey Bogart. ¿Les suena conocido? En True Romance, escrita por Tarantino, el protagonista es asesorado por Elvis. Óscar es el pionero paranoide del cine clase b. También discute con la incómoda presencia de su psiquiatra judío, Serbin. A quien achaca el inventar mejores excusas que él. Suena a los Soprano. ¿Un tipo duro que acude al psiquiatra? ¿Un niño de la calle que se recuesta en el diván a contar su infancia sumido en la pobreza de la frontera? Semejante hoja de vida no está hecha para un consultorio (a menos que sea disecada para estudio) ni para los melindrosos meandros de la Sociedad de Ayuda Legal donde Óscar se desempeña abogado. Desesperado, decide huir. Renuncia y emprende un viaje en busca del remedio definitivo que cure las pústulas hirientes que destrozan su interior.

Pero si cree que le ha dado la espalda a todo, se ha equivocado. ¿Qué tienen en común Los Beatles, Bob Dylan, Ginsberg, Kerouac, Joan Baez, el TV Guía? Un hombre: Búfalo Pardo. Que despotrica de los beats porque nunca se tomaron en serio la bebida (aunque Kerouac muriera de cirrosis); odia el Sgt. Pepper… por considerarlo sandeces; profesa una admiración incondicional por Dylan y lo pone horny la Baez. «Soy la única guía televisiva viviente del mundo», proclama, tras sepultarse a sí mismo en la cama a causa de una depre que lo vuelve un experto en programación. Todo pasa por su cosmovisión. «Los diseños de leche cuajada y huevos revueltos bañados con ketchup son dignos de verse, la obra de un genio», así califica su martirio. Este es nuestro hombre. Y su saga un striptease de la mente. «Un hombre debe exponerse por completo, airear todas sus vergüenzas, si pretende acceder a la verdadera gloria», tal es su filosofía. Y acorde a ella no se calla nada.

Óscar fue el outsider más cercano a la ley. Se unió a la Fuerza Aérea y estudió Derecho. Cuando se cansó de trabajar para el gobierno no se alejó de las reglas. Siempre las tuvo a la mano. Para manipularlas a su conveniencia o violarlas. Evangelizador baptista en su juventud, renunció a la fe porque «la religión no casa bien con las drogas duras», sentenció. Esta obra, que como el Periodismo Gonzo y el Nuevo Periodismo, antecede a la no-ficción, conduce a Óscar a través de una senda milenaria. En la que la fuga le permite incluso detenerse un instante en la tumba de Hemingway. Y nunca está de más, levantarse dos o tres causas. Y en su camino también existe el tiempo para la amistad. Y es precisamente la generosidad de los extraños la que rociará con drogas la naturaleza de por sí desquiciante del Búfalo Pardo.

«Hasta el día de hoy nada hay que me la ponga más dura que una lisiada», se sincera. Lo había advertido el viejo Hunter: «just another freak, in the freak kingdom». Pero este freak se construyó a sí mismo. Se dotó de un nombre. De una identidad. El Búfalo Pardo. Como si viviera en una canción de Los Tigres del Norte. Ni mexicano ni gringo. Ni contracultural del todo. No tenía escrúpulos para llevar alcohol a una pacífica marcha hippie donde estaban prohibidas las bebidas embriagantes. El arte de reventar. Eso era el Búfalo Pardo. En sus aventuras desde El Paso, pasando por Panamá, hasta su postulación para sheriff en el condado de California, tema de su segundo novelón, La revuelta del pueblo cucaracha. «La venganza de los mojados», tan anhelada por todos los espaldas mojadas, pachucos, chicanos, cholos e inmigrantes, que Los Lobos la hicieron canción. Por cierto hommies del mismo barrio de Zeta, East l.a.

De destino en destino la promesa de una cura, sea a través de una persona o de una juerga, arrastra a Óscar por Colorado. Donde las armas y las drogas se conjuntaron con el complot. Esa pulsión paranoide a la que era tan afecto Hunter. En Miedo y asco en Las Vegas Raoul Duke, el alter ego de Thompson, aúlla todo el tiempo por temor a pagar todas las cuentas que dejan su compinche y él a su paso. Búfalo arrasa con todas las drogas que encuentra, además siempre pide unos cientos de dólares a préstamo. La generosidad de sus anfitriones no tiene límites. La conjura no deja de pender sobre sus cabezas. Y la conspiración en ocasiones no era producto del cerebro frito por el consumo degenerado de lsd, no, era real.

Óscar, el Búfalo, Zeta, el personaje de ficción, el abogado de la chicaniza, desapareció de la tierra sin dejar rastro. Sin ofrecer ninguna explicación. Su hijo recibió una llamada del soldado Búfalo desde Mazatlán. Fue la última ocasión que su voz se escuchó sobre la tierra. Entonces fue a encontrase con el mito. A sumarse a la tundra espiritual en la que residen Chalino Sánchez, El Señor de los Cielos, Pedro Infante y Robert Johnson. Ah, el olfato del Búfalo Pardo. Esfumarse en el Triángulo Dorado. Su brújula de los problemas interna le indicaba que en aquel terreno se cocinarían cosas importantes. Sinaloa, el territorio donde se inventaría el narcotráfico, donde nacería el Chapo Guzmán, el mayor capo del negocio de la droga a nivel mundial, y donde también surgirían Élmer Mendoza y Julio César Chávez. Eso fue lo que detectó Hunter en él. Ese olfato. Ambos sabían que el big deal se estaban fraguando. Y su nariz se encargó de lo demás.

Pero antes de fundirse con el mito, Óscar realizó un éxodo hacia los orígenes. Un viaje hacia el lenguaje. Salió de California y llegó a Texas. A El Paso, su lugar de nacimiento. Cruzó la frontera. Y se detuvo en Ciudad Juárez. Donde se encontró con su idioma primigenio. Donde atisbó a mujeres de rostros morenos, cabello negro y largo y ojos que no se achantaban ni ante el mismo diablo. «Y todas expresándose en la lengua de mi infancia; esa lengua que dejé de hablar a los siete años, cuando el capitán insistió en que no aprenderíamos inglés hasta que no dejásemos de hablar español; una lengua de vocales suaves y consonantes elásticas, siempre con esas “erres” de tracción rápida para amenazar o engatusar; una lengua para noches de luna bajo tormentas tropicales, para noches estrelladas en desiertos pardos y para hacer declaraciones de guerra en cimas de montañas nevadas; una lengua perfecta hasta en el último detalle para gente que se toma en serio la vida y a la que solo le preocupa la muerte en lo que tiene de alusión al último día de estancia en la tierra».

De su paso por Ciudad Juárez salió renovado. Sí, estuvo borracho perdido por las calles, se acostó con prostitutas generosas y lo metieron a la cárcel. De la que no pudo salir porque no tenía ningún documento que lo acreditara como abogado. El fenómeno del exilio fronterizo a la inversa. En lugar del mexicano en Estados Unidos de ilegal, el moreno sin id al que nadie le cree que sea gringo por mucho que chapucee el inglés. Pero sufrió un satori. Salió transformado en Zeta. El abogado que defendería la causa chicana. Y abandonaría la causa chicana, El Poder Pardo. Más peligroso que los mismísimos Panteras Negras. Para combatir «La batalla de Los Ángeles», como dirían décadas después Rage Against the Machine. Periplo en el que se inspiraría para crear La revuelta del pueblo cucaracha. Porque además de todas sus habilidades, el Búfalo Pardo era escritor. Y qué pedazo de escritor. Afirmó al final de su segunda novela: «voy a escribir mis memorias antes de que me vuelva totalmente loco. O totalmente clandestino». Gracias al lsd que lo hizo antes de evaporarse. En cuanto a lo de volverse clandestino, fue un material que les heredó a los avezados que aseguran que lo vieron con vida en Calcuta o donde les plazca con un arma y un paquete de heroína como despensa para un fin de semana. Esta es la historia de un hombre que en el intento por escapar de sus úlceras fue al encuentro de sí mismo.

Autobiografía de un Búfalo Pardo

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