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PRÓLOGO

EN LA SUPERFICIE DE LAS COSAS

Da la impresión de que Pablo Helguera ha estado siempre moviéndose, de que nunca ha aprendido a estarse quieto. Desde luego no es lo que a primera vista diría uno de este artista sistemático y poco pretencioso. Claro que uno tampoco diría que hace chistes gráficos. Lo cierto es que se mueve, aunque lo de moverse tal vez habría que matizarlo aquí como la actividad natural de esa clase especial de persona que tiene la valentía de partir pero que no parece agobiada por llegar. Ha estado en muchos sitios, sin duda; entre otros muchos fue durante bastantes años responsable de programas públicos del museo Guggenheim antes de convertirse en el actual Director de Programas Académicos y para Adultos del MoMA. Y es, además, autor de varios libros, performer, compositor musical, artista conceptual, acaso trapacero, y tal vez una de esas mentes imbuidas de la incitante noción del arte como proceso no cerrado, una puesta en práctica de la interminable búsqueda de los fragmentos de la conciencia moderna. O eso parece, después del que está considerado como el proyecto artístico más vasto y desmedido jamás realizado, The School of Panamerican Unrest (2003-), la audaz y celebrada obra maestra de Helguera, una suerte de proyecto de think tank encaminado en última instancia a reavivar el diálogo cultural americano norte-sur, para lo cual viajó conduciendo desde Anchorage en Alaska hasta la Tierra del Fuego en Chile con una escuela portátil en la que representaba y ofrecía su personal combinación de literatura, música, teoría pedagógica y humor por medio de palabras e imágenes, de ingenio y de encanto. Así es como se mueve.

Sus Artoons han de encuadrarse, por tanto, dentro de una práctica interdisciplinar que, por un lado, adopta formatos variados e inusuales: entre otros, publicaciones y simposios experimentales, exposiciones, museos nómadas, archivos fonográficos (de lenguas presuntamente al borde de la extinción), ópera, teatro, seriales y arte público. Por otro lado, y vistas desde esta perspectiva, las viñetas son un medio más en su compromiso con la noción de personalidad laberíntica o con la tradición de la personalidad como mosaico de personas recíprocamente reflejadas, que evoca inequívocamente la más amplia tradición moderna iniciada por Pessoa, Borges y Calvino. Dentro de ese laberinto, sus Artoons son tan solo una senda más, con las inevitables direcciones equivocadas, desvíos y callejones sin salida.

Helguera viene dibujando viñetas desde que durante su infancia en Ciudad de México descubrió las de Saul Steinberg en un libro encontrado en la biblioteca de su abuelo, aunque solo desde hace poco ha empezado a compartirlas en público, como explica él mismo: “Desde que era adolescente decidí que el caricaturismo no era una práctica artística ‘seria’. Pero ahora pienso que soy ya lo bastante mayor como para que no me importe, o por lo menos he redefinido mi idea de lo que es ‘serio’”. Más recientemente se ha sentido obligado también a utilizar este formato porque cree que en general el intervalo de atención y en particular la contemplación del arte han venido “erosionándose por todas partes debido a la sobresaturación de imágenes en el mundo real y en el mundo online”. Los dibujos “funcionan bien en medios como los blogs y Facebook, que es donde normalmente posteo mis Artoons (me parece que en el mundo del arte nos pasamos ahora más tiempo en Facebook que en los museos o galerías)”.

Artoons

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