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Patricia Castro

Sueño contigo, una pala y cloroformo



© de la obra: Patricia Castro

© de la edición: Apostroph, edicions i propostes culturuals, SLU

© de la ilustración de cubierta: Oriol Hernández

© de las fotografías del interior y de la contracubierta: Cesc Sales

Edición: Apostroph

Correcciones: A la bartola

Diseño de cubierta: Apostroph

Diseño de tripa: Mariana Eguaras

Maquetación: Apostroph

Imágenes: Cesc Sales

Impresión: Romanyà Valls

ISBN digital: 978-84-122005-0-8

Primera edición en papel: septiembre de 2019

Primera edición en digital: abril de 2020

www.apostroph.cat

apostroph@apostroph.cat

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

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Tu verdad me asegura

que nada fue mentira.

Y mientras yo te sienta,

tú me serás, dolor,

la prueba de otra vida

en que no me dolías.

La gran prueba, a lo lejos,

de que existió, que existe,

de que me quiso, sí,

de que aún la estoy queriendo.

Pedro Salinas

La voz a ti debida (1933)

I

Todo esto es por tu culpa, puta.

Estoy recomponiendo los trozos de mi corazón roto, amargo y lleno de rabia. Trato de encontrarle sentido a todo esto; cada vez que pienso en lo que nos ha pasado, en lo que me has hecho, me doy cuenta que eres una grandísimahijadeperra.

Sí, tú.

Saber que me leerás es de los pocos placeres que encuentro ahora mismo porque me has vuelto a joder la vida. Juré que no volvería a dejarte entrar y al final cedí, me rendí a ti, a tus ojos azules, a tu voz dulce, a tu piel y a tu suave aroma a melocotón, pero eres una zorra despiadada. Ya no sé si te odio más que te quiero pero si fuese lo suficientemente valiente —o cobarde— te mataría sin pensarlo dos veces, gozaría llevándome a la boca tu sangre para verte morir lentamente; no te mereces una muerte digna y sin dolor, mereces sufrir como el mal bicho que eres. A veces te imagino retorciéndote, pidiendo ayuda y yo sonriendo al ver, por fin, algo de justicia en un mundo en el que la gente como tú queda como la buena y la gente como yo, que escribe de cómo te torturaría y te mataría lentamente —pero que nunca lo hará— se pudre sin remedio.

¿Todavía pensáis que la vida es bonita?

Os podría decir que el día que la conocí el sol brillaba, radiante, como en ninguna otra ocasión y el cielo era de un azul imposible, pero no. No hubo ningún presagio de los dioses; el cielo está vacío y el Olimpo sirve para vender libros a los gilipollas que quieren hacerse los interesantes a costa de la mitología griega. Era invierno y ella me perseguía por las redes sociales. Los millennials somos esos jóvenes de clase trabajadora condenados a no tener futuro, pretenden que seamos cool y nos conocemos a través de Twitter, Instagram y estas aplicaciones de la modernidad líquida.

Jodido Zygmunt Bauman.

Compartí mensajes con ella antes de conocerla en persona; había algo que no me acababa de cuadrar, pasaba bastante de ella, de su palabrería y de sus halagos vacíos; no me sirvió de mucho ignorarla porque al final caí, no una vez, sino dos.

Escribo para expiar mi culpa. No sé qué más hacer. Podría coger una escopeta; no tengo ni idea de dónde conseguir una, aunque viviendo en el extrarradio de Barcelona sería fácil encontrar un arma o un riñón de segunda mano.

Júlia, no puedo dejar de pensar en ti: por eso sueño contigo, una pala y cloroformo.

La vida es una aventura y he visto demasiadas pelis americanas. Podría matarla pero estoy demasiado ocupada escribiendo esto como para vestirme e ir a por ella. Además, ni yo tengo complejo de Raskólnikov ni esto es una novela de Dostoievski, yo solo soy una niñata de barrio perteneciente a la aristocracia filofascista del cinturón rojo rajando de una tía loca que me ha rechazado y que la última vez que hablamos me dejó en visto en Whatsapp; ese es el gran drama moderno.

Estás a tiempo de cerrar este puto libro y seguir con tu vida de mierda pero también te puedes quedar para regodearte con las miserias de aquellos a los que les va peor y están más jodidos y frustrados que tú. Todo son ventajas.

No tengo un buen día y quien dice un día, dice una temporada; más bien esta no es mi época aunque dudo que en alguna hubiera encajado mejor que en este deprimente barroco emocional que está resultando el siglo XXI. Decían en Forrest Gump que la vida era como una caja de bombones y nunca sabías lo que te iba a tocar dentro. Yo solo os digo que la vida es más bien como el Buscaminas, nunca sabes qué hijodeputa —en la historia que nos ocupa, hijadeputa— te va a hacer estallar primero.

Nos conocimos en invierno. Después de conversaciones sin sentido en las que me contaba a qué restaurantes le gustaba llevar a su novio para torturarlo con esa relación de pareja absurda que tenía —con todas sus trampas y toda la buena fe de él— y de compartir alguna que otra intimidad que me la pelaba llegó el día en que nos vimos las caras.

No tenía nada claro qué hacer con mi vida. Vivía atrapada, sin saberlo, en una relación monógama convencional que no me satisfacía, no por monógama y convencional, sino porque yo era como un mueble, adorada por ser guapa y lista —esta no es una historia de humildad sino de odio y venganza— pero sin deseo; solo había adoración por su parte y sacrificio por el mío.

El amor es, en muchas ocasiones, sacrificio y esfuerzo, pero también debe ser felicidad. Conocer a Júlia jodió todos mis planes de buena hija, de esposa fiel, de feminista ética y de buena amiga; se llevó todo mi amor y solo me dejó cuatro recuerdos no del todo buenos y las migajas de una pasión descafeinada.

Así era ella, un torbellino en medio de la calma, un puto diamante manchado de sangre, probando sus mieles no podías sentirte a gusto, sabías que algo iba mal, que nada era lo que parecía. Por aquel entonces yo trabajaba en un medio digital cutre de independentistas liberaloides en el que hacía mi papel preferido, el de la histriónica comunista y feminazi. Júlia me mandó un mensaje:

Júlia

Avui ens veiem, cuca

Ella me hablaba en catalán y yo le respondía en lo que me salía del coño; me encantaban sus aires pretenciosos de wannabe pequeño-burguesa que formaba parte de la izquierda indepe intelectual e iba de teórica feminista. No sabía qué me gustaba más, si su repelencia o esa locura que aprecié en sus ojos nada más verla. Ella era fuego y yo siempre había deseado quemarme.

Recuerdo subir por las escaleras escuchando Nirvana, ese grupo del que solo pueden ser fans y vestir sus camisetas los tíos de treinta años que salen con adolescentes, no como las niñatas de quince, que son todas unas posers por hacer lo mismo que ellos. Me puse nerviosa sin motivo. En realidad, a pesar de haber pasado de ella y sus mensajes plomizos durante meses, algo había captado mi atención.

Esa fue mi maldición, Júlia: hacerte caso.

Cuando la vi a través del cristal de la redacción mi mundo se paró. Es jodidamente cruel que esté escribiendo esto ahora, rota de dolor, en vez de estar comiéndole el coño porque sé, muy en el fondo, que nos hubiera ido muy bien; ella necesitaba —siempre necesitará— a alguien que le dé cariño y yo siempre necesitaré a alguien a quien mimar hasta que me muera.

Podría aprovechar estas páginas para hablar de lo precario de nuestra situación, de cómo nos prometían un dinero que nunca veíamos y cómo nunca llegaba la subvención esperada porque, a pesar de ser liberales, a estos tíos —hipocresía pura, la ética de nuestro siglo— les gustaba mamar del estado como al mejor hijo de comunista; pero yo he venido aquí a patalear, no a denunciar la situación de la clase obrera.

El cabrón de José Ortega y Gasset sería un facha pero tenía razón cuando decía que: “Yo soy yo y mis circunstancias”; yo, al ser una neurótica y una pija pretenciosa que lee a Freud aunque discrepe de él, os diría que: “Yo soy yo y mis traumas”, y ya son demasiados.

La cosa es que sus ojos me penetraron hasta lo más profundo, hurgaron dentro removiendo mis órganos, instalándose en mí, dejándome idiota y sin saber qué coño había pasado. Así comenzó mi pequeño infierno particular, creí haber conocido al amor de mi vida y solo era la loca de mi vida. Poca la diferencia pero grande el calvario.

Nos vimos. Nuestras miradas conectaron; lo demás importa poco. La revista en la que colaboraba estaba en una calle del Eixample barcelonés, en un tercer o cuarto piso de un viejo edificio de oficinas. Mis compañeros eran esa gente gris que da pereza conocer y cuando lo haces ya estás deseando olvidarla. No recuerdo que me aportaran nada en todo el tiempo que mantuvimos aquella extraña relación, mitad laboral, mitad personal; el mejor momento de todos fue cuando dejé de hablarles, no por despecho sino por aburrimiento. Dos de esos compañeros —ambos se llamaban Josep— trataron de domar mi energía y transformar mi escritura en algo manso e impersonal; muchas de nuestras pequeñas grandes peleas se debían a eso, a que se creían mejores que una servidora. Yo sé que soy una puta mierda pero esta puta mierda llamada Alexandra es mejor que los autómatas que pretendían darme lecciones. Yo no se las doy a nadie y si alguna vez lo hago, por favor, tenéis todo el derecho del mundo a mandarme a la mierda. Nada desearía más.

Sé que cuando mis amigos lean esto correrán a preguntarme qué tal estoy, si necesito algo, me dirán que saben que no paso por un buen momento y ese tipo de cosas amables que suele decir la gente que se preocupa por nosotros. La verdad es que nunca he estado mejor en mi vida porque, a pesar de tener el corazón aniquilado, los sueños hechos trizas y mi querida diosa muy lejos de mí, al menos he vivido. He podido comérmela entera, compartir sus ilusiones y ser parte de sus fracasos. Lo mejor es que ahora, después de la tormenta, en vez de quedarme llorando he podido reunir todas mis fuerzas para dar forma a esta carta de amor y odio.

Otras veces lo intenté pero me negué a continuar porque no te quería hacer eterna; ahora sé que nunca voy a poder olvidarte y es idiota tratar de escapar de mi destino. Pero al menos lo haré a mi manera, con mucho punk y cantidades industriales de mala hostia.

La sección de la revista era de humor absurdo y lo mismo hacíamos un artículo sobre la última ocurrencia de algún político municipal, como hablábamos de las treinta mil personas que había desangrado hasta la muerte Vlad el empalador, un atroz psicópata del siglo XV, casi a la altura de Júlia. Ella colaboraba en un apartado matinal en el que muchos señoros viejos insultaban a Ada Colau, alcaldesa de la ciudad por aquel entonces, mientras se daban la razón chocando sus pollas. Júlia hacía de necesario contrapeso femenino y feminista para simular que aquello era un medio inclusivo y aquellos tipos la mar de tolerantes.

Mucho tiempo después acabaría confesándome que cambió el día en el que hacía su aparición estelar para conocerme y poder coincidir conmigo; a estas alturas de la película ya no sé qué pensar. No sé si lo hizo para forzar la situación pero ya venía echando la red desde muy atrás —la suya era pesca de arrastre y yo me enteré demasiado tarde— o porque tenía genuinas ganas de conocerme y había una pequeña chispa de sana curiosidad. Nunca lo sabremos. Con ella todo fue siempre así, una continua indecisión, un constante no saber, que al principio me atrapó y acabó por devorarme.

Más triste todavía es haber tenido que crear un muro, convertirme en una piedra fría e insensible —al menos aparentarlo— para que me olvide, aunque yo nunca podré hacerlo.

Consejo al espectador: no ames a vampiros porque te chuparán la sangre y nunca tendrán suficiente. Así es lo que sentía y sigo sintiendo por Júlia, ella era Helena, Troya, la guerra, el fuego y la destrucción, la única esperanza del mundo y el amor. La ilusión, el volver y encontrarse. Ella fue mi todo y yo fui su nada.

Y también una grandísimahijadeputa.

La mejor venganza y la mejor forma de demostrarte mi amor es escribirlo todo, hacer partícipe a todo el mundo de lo cabronaza que has sido conmigo y con algún gilipollas más. Supongo que todos tenemos a una María Iribarne a la que matar. Es jodidamente confuso, sé que debería dejarte en paz por aquello que soy feminista y que si quieres algo debes respetar su libertad y blablabla pero contigo todo lo que está bien acaba mal. Parecías la niña perfecta y has acabado siendo la peor de las femme fatale. Al menos Carmen era sevillana, tenía duende y hacía cigarros; tú eres charnega y de Plataforma per la Llengua.

¿En qué momento se convirtió mi vida en una puta broma de mal gusto?

Cuando terminó su trabajo se acercó a mí y me dio dos lentos besos. Recuerdo el contacto de su mejilla con la mía, la electricidad recorriendo mi cuerpo y fui consciente por vez primera de que estaba bien jodida. Compartimos unas palabras idiotas, sin mucha importancia.

—Com estàs?

—Qué ganas tenia de conocerte, Júlia.

—I jo, cuca, no saps quantes.

No recuerdo mucho más pero cada palabra estaba llena de doble sentido y una carga especial. Podríamos habernos dejado de palabrerías y haber follado allí mismo, encima de los escritorios y delante de todos aquellos tíos aburridos y prepotentes. Seguro que después de escandalizarse se hubieran pajeado. Podríamos haber hecho tanto… Sabía, desde el principio, que esto me iba a doler pero me lancé y, oye, que me quiten lo bailao. Al final tampoco bailamos tanto y ojalá tuvieran más mierda suya que quitarme.

Después de mi castaña de sección, a la que la invité a participar para tratar de impresionarla en plan mira guapa soy la jefa y quiero que te quedes, gózalo, bajamos a tomar un café al bar de enfrente con los dos putos Joseps. Hice lo imposible para quitármelos de encima pero ninguno se dio por aludido.

Si eres mujer ya sabrás que los tíos nunca captan que la cosa vaya con ellos y si lo pillan se ponen dramáticos buscando casito. Por lo general siempre van jodiendo y a mí me aburre la gente que está en este mundo para joder. Total, que bajamos a aquel bar cutre y tomamos una mierda de café.

—Amb llet de soja, si us plau— añadió Júlia.

Toda su amabilidad siempre se redujo a pedir que le sirvieran el café con ese tipo de leche y, por lo demás, no se preocupaba por las formas a no ser que quisiera sacar algo de ti, entonces te daba amor hasta sacarte los ojos. La putada es que aprendí todo esto cuando el daño ya estaba hecho y mi corazón era como Yugoslavia en los 90.

—Ara marxaré i quan arribi a casa posaré una rentadora.

La tía me podría haber hablado de miles de cosas, de lo guapa que era, de lo mucho que me quería comer la boca o del último amante que se había follado pero no, la cabrona era sosa hasta para sacar temas de conversación.

Cielo, siento que te estés enterando por este libro que eres una aburrida de mierda y que lo que hablas no le interesa a nadie porque duermes hasta las putas piedras. Yo era tan gilipollas —lo sigo siendo, no os hagáis ilusiones— que hasta su mediocridad me parecía bonita. Me atraía. Alimentaba aquella fiera.

—Yo he quedado con una amiga que acaba de llegar de Londres.

—Ostres, viu allà?

—Sí, estudia un máster de noséqué de microbiología.

La verdad es que mi colega siempre me contaba de qué iba su máster pero nunca lo recordaba. Tampoco debía importarme tanto, como la estúpida conversación que manteníamos mientras los otros dos tíos miraban el móvil.

—A veure si em va bé el màster, és massa feina i em crema bastant, cuca.

No tenía putas ganas de preguntarle qué coño estaba estudiando pero como era gilipollas y en un futuro próximo quería acabar comiéndole el coño —y, mejor aún, que ella me lo comiese a mí— caí.

—¿Y el máster ese de qué va?

—Bueno, es sobre sociología aplicada al periodismo.

—Ah.

—Después quiero hacer un doctorado y dar clases en la uni, y esas cosas.

—Claro.

El café sabía como una putamierda y como tenía la maldita manía de no echarle azúcar aquello era agua sucia imbebible. Seguí escuchando a esa petarda mientras me perdía en sus ojos.

Joder, qué ojos tan preciosos tenías, puta.

—Así que, no sé, si acabo el máster con buena nota haré el doctorado y también, por si acaso, el máster de profesorado, así puedo ir dando clases en los institutos mientras termino la tesis. Y también está lo de la política, me van saliendo cosas. M’ho he de gestionar tot una mica.

Gestionar. Esa era su palabra favorita junto con otras cuatro más que no adelantaré para no caer en espoilers. A medida que escribo se me van pasando las ganas de matarla. No sé si es porque no se merece tanto esfuerzo o porque la sigo queriendo como una idiota. Cada vez que dejo de escribir me pongo a llorar como una niña pequeña porque no me quiere.

A veces me gustaría parecerme a John Wayne en El hombre tranquilo, esa peli de John Ford en la que hace de boxeador que vuelve a su pueblo y va de tipo duro enamorando a una tía en la que se ha fijado. Pero no, yo era una romántica de mierda que perdía el culo por la primera persona que me daba algo de cariño. Esto viene de lejos pero ahora no me apetece hablar de mis jodidos traumas.

Lo suyo era gestionar. Gestionaba los amantes, el amor y cualquier tipo de afecto, los polvos con su novio y supongo que las interacciones conmigo. También esas miradas que me echaba i que hacían que se me mojasen las bragas. Júlia tenía complejo de administrativa que no se esforzaba demasiado porque le bastaba con un sueldo fijo y en la empresa no podían pasar sin ella, no por ser una gran trabajadora sino porque nadie más sabía qué narices había que hacer. Eso era Júlia, una funcionaria del amor.

Cuando salimos de allí la acompañé hasta el autobús. El otro Josep no dejaba de incordiar contándonos a qué escritor pseudo intelectual progre, machista y pollavieja iba a entrevistar aquella mañana.

Ahora me siento gilipollas por el tiempo que perdí fingiendo que todo lo que decía aquella gente me importaba. Al final el tío se calló, puede que se diera cuenta de que ninguna de las dos le hacíamos caso, y se marchó. Seguí a Júlia como una idiota hasta que llegamos a la parada. Recuerdo apoyarme en el muro del edificio que teníamos detrás y quedarme embobada mientras ella hablaba, hablaba y hablaba y yo no me enteraba de nada. Me miraba con sus ojos azules impenetrables y yo ya no pude escapar. Entonces no comprendía que hubiera vida más allá de Júlia. La cosa es que la hay, aunque es una jodida mierda. No os quiero mentir. Justo antes de subir al autobús tomó mi cara entre sus manos y me dio dos besos muy cerca, demasiado, de la boca. Me quedé allí quieta, confundida como nunca en la vida y con el puto corazón a punto de salir del pecho.

Esa fue la primera vez que vi a Júlia.

Mi vida nunca volvió a ser la misma. Miré la hora en el móvil para ver si llegaba a tiempo al centro. No tenía ni idea de cuánto había pasado allí, totalmente ausente del mundo, absorbida por ella. Aceleré el paso, me puse los auriculares y seguí con la canción de Nirvana que había pausado cuando había llegado a la redacción.

What else could I say?

Everyone is gay 1

No le faltaba razón a Kurt Cobain. Cogí el móvil. Tenía un montón de mensajes pendientes: mi madre, los buenos días de mi novio, sí, aquel ser que me trataba como un mueble, —¿o yo a él? Bueno, qué más da— mis amigas histéricas y los locos de Twitter.

Llegué a la plaza Catalunya y mi amiga Inés ya me esperaba. Nos saludamos sin mucha efusividad, siempre me ha dado pereza la gente que se besa y se abraza como si llegaran del exilio. Inés empezó a contarme sus movidas pero tardé muy poco en monopolizar la conversación y hablarle de Júlia. Lo hice de forma inconsciente. Sabía que le estaba rayando con esta tía que no conocía pero como las dos son feministas tampoco parecía molestarle.

Subimos hasta Gràcia. Inés quería ir a uno de esos restaurantes veganos que habían colonizado el barrio, lleno de modernos, culturetas y hipsters pasados de moda. Me encanta la psicología de masas pero nunca entenderé qué coño lleva a la gente a dejarse la misma barba, comprarse las mismas camisetas y hacerse los mismos tatuajes, por no hablar de los gustos musicales de todos aquellos personajes, con las putas canciones de rap catalán, con sus estribillos de mierda y en las que todos tenían que meter trompetas cada treinta segundos —de lo contrario no eran lo suficientemente combativos, supongo—. Peor aún, imitaban los gustos del lumpen que había en mis barrios, zonas de mala muerte del antiguo cinturón industrial de Barcelona en proceso de lepenización, más cerca del fascismo que de la conciencia de clase.

A esos pijoprogres les gustaba la mierda y encima se regodeaban. No soy mejor que ellos, leo a Simone de Beauvoir mientras voy al McDonald’s a hincharme con hamburguesas baratas y hablo de la revolución en Youtube. No soy ningún puto ejemplo pero tengo mejor gusto que todos esos gilipollas.

Mi amiga me contaba que el médico le había recetado vitamina D por la ausencia de sol en Londres.

—Claro, no puedo ir al hospital en Inglaterra porque todo es privado, y mi seguro es una mierda, no me cubre ni las visitas con el de cabecera, ¿sabes? Me salía más barato comprar los billetes de avión a Barcelona y así de paso veo a mis padres ¿Ale, estás ahí? Pues eso, que me hace falta sol, me ha dicho el doctor, que en Londres llueve demasiado y siempre está lleno de nubes. También me ha dicho —es mi médico de siempre, el de la familia— que vaya al psiquiatra otra vez, que lo del sol y que la gente sea tan gilipollas por allí no me va bien para lo mío. Pero tía, no sé, yo estoy bien allí, el máster en el King’s College es la hostia y por aquí no hay mucho futuro. Aunque sigo currando de camarera los findes porque la ciudad es carísima, con lo de la beca solo me da para pagar el cuarto que tengo alquilado.

Vaya chapa, colega.

Alexandra

Me ha encantado conocerte

Le mandé un whatsapp a Júlia mientras Inés me seguía taladrando. Respondió al segundo.

Júlia

A mi també, cuca

Dudé entre seguir escribiéndole o cerrar el móvil. No quería saturar a la chavala, me gustaba demasiado y tenía miedo de que se asustara o se agobiara.

Todavía me siento idiota por pensar que en algún momento la presioné cuando siempre fue ella la que controló los tiempos y llevaba las riendas de nuestra relación.

Alexandra

Me tienes que enseñar tanto…

Júlia

Com?

Alexandra

De feminismo digo, eres una crack tía

Júlia

Ja serà menys, això són els ulls que em miren

Alexandra

Lo que tú digas, pero quiero que participes en mi sección, si quieres

Júlia

I tant que vull, així et torno a veure, Alex

Alexandra

Me parece genial

Júlia

Et deixo cuca que he de posar les rentadores encara, he arribat fa res a casa i estic morta

Alexandra

Un abrazo enorme, ¿vale?

Júlia

Un altre per a tu

Inés y yo llegamos al restaurante frente al Mercat de l’Abaceria cruzando Travessera de Gràcia. Entramos. Estaba hasta los topes. El camarero nos trajo las cartas y pedimos la bebida. Yo quería una cerveza normal pero las birras convencionales no eran veganas, se ve que contenían productos lácteos o trituraban a los conejos y los echaban en polvo dentro de las latas, yo qué sé. Acabé bebiendo una cerveza artesanal de piña. Era lo más apetecible que tenían.

No tengo nada en contra de los veganos y su lucha me parece muy loable y digna, el problema es que siempre que voy a comer con amigos —no iría nunca por propia voluntad a que me sablearan— me quedo con hambre.

Cuando sé que voy a ir a comer a uno de estos sitios tan bonitos, modernos e insustanciales empiezan a rugirme las tripas. Estos sí que hacen pasar hambre y no los comunistas, joder.

No es el animalismo lo que me molesta sino que la quinoa, el tofu y las plantas no me llenan. Nada más. Esto no es político, es gastronómico. Ya lo aviso, que luego no quiero malos rollos. Suficiente tengo con la loca sociópata de Júlia, que además de querer chuparme la sangre también me odia profundamente, porque no me he sometido a su voluntad.

Poco más pasó aquel día. Llegué a casa reventada. Era casi de noche y la cabeza me daba mil vueltas. Solo podía pensar en Júlia. Me puse a ojear sus redes sociales. Descubrí que salía en otro medio catalán de mala muerte peleándose con más señoros que la trataban como una mierda solo por ser mujer y joven. Pillé el portátil y me tumbé en la cama. Júlia estaba guapísima con sus ojos azules, los labios rojos y su melenaza rubia. El rato que estuve leyéndola solo se dedicaba a criticar condescendientemente a esos periodistas rancios que olían a naftalina y les decía lo machistas que eran.

Su actitud prepotente, clasista y de guerrera vikinga me ponía muchísimo. Me podría haber masturbado —estaba muy mojada­— pero aún era demasiado mojigata para pensar que el amor era sexo sucio y deseo carnal. Hice una foto de uno de los artículos de Júlia y se lo mandé. No tardó en contestar.

Júlia

Al final serà veritat que ets fan meva

Tardé varios segundos en saber qué responderle.

Alexandra

Eso y más

Sonreí pícara mirando la pantalla del móvil.

Júlia

Ha estat un molt bon dia, descansa molt…

Alexandra

Això faré, Júlia…

Júlia

Bona nit cuqui

Alexandra

Descansa

Al principio las únicas ganas que tenía de matarla era a polvos o a besos. Mejor las dos cosas juntas a la vez, para que nos vamos a engañar. No soy una Don Juan, ni tampoco el baboso de Ted Mosby. Como mucho me podéis llamar Safo, y ni eso. Soy Alexandra, una tía que quiere a rabiar a la mujer que más daño y rota me ha dejado nunca. También os digo que prefiero que me haya machacado el corazón a no haberla conocido jamás.

A partir de aquel día mi edredón no dejó de oler a coño por las noches.

II

Júlia era coja, estúpida y muy manipuladora, con un culazo y unas tetas que flipas y una cara de zorra que no podía disimular. No tenía nada de especial, no sé qué vi en ella pero me gustaba demasiado y, desgraciadamente —o no, porque de no ser por su puta crueldad yo no estaría borracha escribiendo esto— lo sigue haciendo.

Los días pasaban, ella me hablaba, yo le hablaba, todo era bonito y no había ningún problema. Sí, ya sé qué me vais a decir ¿qué pasó? Si todo iba bien ¿qué nos hizo naufragar? ¿Cómo fue que la muy perra me rompiera el corazón?

Bueno, es fácil. La tía es una sociópata, una narcisista incapaz de sentir empatía. Vamos, que te quiere como un crío de cinco años; los niños, cuando son tan pequeños, de tanto que les gustan las cosas y como no se saben controlar las acaban rompiendo; pues eso era Júlia. Una puta loca.

Ya sé que lo nuestro es imposible por mucho que yo la quiera y ella me busque. Lo más jodido de todo es que me sigue hablando. No sabéis lo duro que es despertarse y ver algún mensaje suyo pero, coño, no quiero que me siga destruyendo. No lo podría soportar. Sigo sintiendo el dolor de cuando me dejó la otra vez. Bueno, eso de que me dejó… pasó de mí una temporada y volvió a hablarme echándome cosas en cara, cuando yo casi le pido que se casara conmigo.

Soy una gilipollas y en realidad me merezco todo esto.

Recuerdo la noche en la que me lo jugué todo a una sola carta. No podía ni mirar el móvil sabiendo que me había rechazado —sin tan siquiera leer su puto mensaje— pero lo presentía. Me había declarado a ella y en el fondo sabía que lo iba a dinamitar todo porque Júlia era la indefinición en persona.

Nunca me sentí tan vulnerable y rota como aquella noche. Lloré, lloré y lloré como una niña pequeña y sin saber qué hacer. Júlia se había ido y yo no podía concebir la vida sin ella; ya sé que el rollo del amor romántico es una mierda y sirve de coartada al patriarcado para someter a las mujeres y todo lo demás pero, joder, yo quería y sigo queriendo a Júlia como una parte de mí.

Yo respeto mucho a Albert Camus pero eso de que la existencia es absurda no me acaba de gustar; sí, todo es una mierda y el puto ser humano es como Sísifo, cargando con su vida subiendo una montaña para perderla tontamente al otro lado. Sé que eso no es libertad, es sometimiento, que así no se puede ser feliz y que todo es angustia y sufrimiento menos cuando llega arriba y suelta la piedra. Y luego la vuelve a coger de nuevo, repitiendo lo mismo eternamente. Una puta crueldad.

Camus, pillo de lo que va tu jodida metáfora con el mito griego pero me aburre, tío, yo quiero vivir para algo y vivir para alguien. Cuanto más sienta, más viva y más quiera, más feliz seré. La vida puede tener el sentido que le queramos dar, pero hay algo que permanece a pesar de todas las historias trágicas y absurdas que nos montamos.

Todos queremos querer y que nos quieran, dejar nuestra pequeña huella en el mundo. Camus, colega, te puede parecer absurdo pero es cierto, esa es la puta piedra que de verdad vamos a cargar siempre.

Aquellos días hablábamos de muchas cosas, desde lo mucho que le costaba poner lavadoras hasta de las ganas que tenía de volver a verme. Yo decía poco y escuchaba mucho, me encontraba en arenas movedizas y temía sentirme locamente atraída hacia ella, cegada por la pasión, por sus encantos, por aquellos ojos suyos que me incendiaban. Vivía en perpetuo malestar porque yo tenía una pareja que no se merecía aquello pero era incapaz de evitarlo, afrontar la situación y admitirla.

No entendía nada de lo que estaba pasando. Un día me llegó un mensaje suyo a las tantas de la noche.

Júlia

No estic gaire bé amb el David

David era el pardillo que tenía por novio. Pagaba las facturas y cambiaba las sábanas de la cama en la que los amantes se corrían sobre Júlia, esa misma cama en la que dormía con él. Yo pensaba que él consentía todo aquel circo, que era uno de esos tíos a los que les va ser un cornudo y que su mujer se pase por la piedra a media Barcelona. En realidad el pobre señor no sabía nada y era feliz amansando a las fieras de un colegio como profesor de educación física.

Siempre he pensado que, en general, los profesores de deporte son unos bastardos. Tuve uno que de pequeña me llamaba gorda y me obligaba a correr más que el resto y luego otra, autoritaria —era una sargento de hierro—, a la que le caía mal porque no se me daba bien saltar al plinto y la cabronaza me suspendía cada vez que podía. Siempre pasa en los putos colegios de monjas, entre curas pederastas, violadores y otros seres anormales no damos abasto pero el tal David parecía decente; mientras el tío curraba la otra se la estaba comiendo a cualquier tarao que le hubiera hecho caso.

Una tarde, antes de conocernos en persona y justo antes de coincidir por primera vez en la revista, Júlia empezó a hablar de poliamor; me mandó mil mensajes diciendo que no estaba lo suficientemente deconstruida pero que era un paso que había dado y no se arrepentía.

Júlia

Perquè, cuqui, ja saps que amb el David mai ha funcionat del tot bé, entens?

Tendría que haberla matado entonces y haberme bañado en su sangre de petarda sideral. Sus temas de conversación nunca venían a cuento y me decía cosas jodidamente aburridas pero entre que me ponía a mil, que soy imbécil y me fijo siempre en los más perturbados —y las más locas—, allí estaba yo haciéndole caso e inflándole el ego, dándole atención y cariño constantes.

Me dijo que con David habían abierto la relación porque estaban mal y que ahora estaban viendo cómo iban las cosas. A mí este rollo pequeño burgués de mi-existencia-es-aburrida-y-tengo-que-inventarme-problemas-porque-me-alimento-del-drama-y-si-no-tengo-drama-no-tengo-vida, no me va. Ella pensando en comerse más pollas, que le lamiesen mejor el coño, saliendo en la prensa y tenía al pardillo currando como un negro para llegar a fin de mes.

Alucino con la capacidad que tiene esta gente de crear teorías para justificar sus comportamientos inmorales. Yo sabía que ponerle los cuernos a mi novio no era algo muy decente, aunque eso tampoco me quitaba el sueño. Los tiempos son líquidos hasta para la moral pero, coño, de ahí a no tener ninguna hay una enorme diferencia.

Júlia

Doncs el David i jo tenim una relació oberta

Alexandra

Claro

Júlia

Jo ho necessitava, cuqui

Alexandra

Entiendo ¿y él?

Júlia

Jo ho necessitava molt perquè m’ofegava tal i com estàvem, saps?

Alexandra

Ya, si tiene que ser jodido

Júlia

I això, anem veient… ja et dic, és el millor que he fet, així puc sortir amb gent i tal, i estar amb ell, perquè me l’estimo molt

Alexandra

No, si ya

Júlia

És la meva família, no el podria deixar mai, Alexandra

Alexandra

Ahá, claro

Júlia

A més és molt bon tio, ara vivim junts

Alexandra

Si habéis llegado los dos a ese acuerdo, genial, aunque yo no lo veo

Júlia

I és clar, és una cosa diferent però la gent ho ha d’entendre

Alexandra

No, si es lo que os va bien…

Júlia

Es que tia, ningú em pot dir les polles que em puc o no menjar, saps? ¡Que soy una mujer empoderada!

Alexandra

No, si ya, si yo te entiendo pero ya sabes como es la gente…

Júlia

I si m’agrada una tia, doncs me la follo i ja, que després tinc el David que m’estima moltíssim!

Alexandra

¡Claro tía!

Júlia

Bueno, que parlo molt de mi, i tu què amb el Carlos?

Alexandra

Pues tengo una relación cerrada y soy monógama, no me planteo otra cosa

Júlia

Bueno cuca, com tu vegis, cada una s’ho ha de gestionar a la seva manera

Todas las conversaciones con Júlia eran delirantes pero yo no lo veía y aquello hizo que me replanteara si las relaciones abiertas tenían sentido porque, claro, como a ella le iba tan bien y todos estaban tan felices pues a lo mejor era el futuro. Quién coño sabía ya.

Luego resultó que el novio la echó a la puta calle cuando ella llegó a las 7 de la mañana de un sábado, con condones en el bolso, aunque ellos hacía meses que no follaban. Cuando lo del poliamor solo lo practica una de las partes no parece una opción de futuro.

Aquel desgraciado no sabía que su novia tenía el coño más transitado que la parada de metro de Plaza Catalunya. Júlia, en una de las suyas, había abierto la relación sin decirle nada a David.

Jugada maestra.

He conocido a peña rara, sádicos de mierda y gente que le mola que le caguen y meen encima pero lo de Júlia no tenía nombre. Además se follaba a los más subnormales y cabronazos de Barcelona y yo, como buena imbécil, me enamoré de ella. Me daba pena, en el fondo follaba con otros para llenar el vacío que tenía con su pareja, con su familia, con los estudios y la vida. Yo estaba convencida que era una víctima de la sociedad y le ayudaría a cambiar eso ¡Y una mierda! Era una auténtica hijadelagranputa y yo una anormal utópica de mierda. Hay gente que no cambia, no porque no pueda, sino porque no quiere. Les va bien como les va.

Pasaban los días y la cosa iba bien. Yo seguía con mi vida de mierda, mi curro de pena y mis viejos preocupados diciéndome que del cuento no se vivía —aunque yo siempre he tenido la esperanza que sí— que me tenía que buscar un curro en condiciones y terminar la carrera. Es lo típico que quieren los padres sin darse cuenta que el mundo no es como antes, que ellos son de una generación que pudo “colocarse” sin problemas en un trabajo que, si no era para toda la vida, lo podía ser. Tienen sueldos de miseria pero llegaron el primer día que abrió la empresa, la fábrica, el taller o qué se yo, y les dieron el puesto. A nosotros nos toca jodernos por sueldos todavía más de mierda que no permiten ninguna opción de vida.

Los jóvenes que leéis esto sabéis de lo que hablo. Antes a la gente le daba para drogarse y ahora hay que contar las pelas hasta para eso. No estoy hablando de hacerse adulto y poder tener una vida, un piso y todas las cosas que las revistas de moda ya se encargan de decirte que ya no se llevan para que te conformes y no notes el peso de tus cadenas y tu miseria.

Después de una semana de mierda quedé con una colega que me invitó a ir a ver a una amiga suya que daba una charla feminista. En Barcelona, si eres progre y de izquierdas, tienes charlas, talleres y conferencias para elegir cada semana. Salen como setas. No tengo nada en contra del feminismo, yo soy un personajillo de este mundo tan poco estético y de poca monta. Un día deberíamos hablar del por qué la peña de izquierda viste tan mal, me pone de mala hostia pensarlo. En fin, que el feminismo está de moda o, peor, la gente se lo toma como una moda.

—Total, que lo he dejado con Sara.

—Joder, qué putada, tía.

—Dice que necesita conocer a otra gente…

Ese es el tema de nuestros días: conocer gente. No como quien sale a comprar el pan y habla con la del súper y el tío del estanco. La peña vive en una peli porno emocional y están convencidos que cada dos pasos van a encontrar a otro amor de su vida, otro más que añadir a la lista. Las relaciones, Internet, el puto mundo líquido, la gente se aburre mucho y en vez de plantearse qué narices le pasa se buscan un amante o se cuestionan su sexualidad y se lían con la vecina del cuarto.

Aunque haya miles de millones de personas en el planeta todos somos unos gilipollas de la hostia. No entiendo a santo de qué les entran a todos las prisas por follarse a más gente —eso es lo único que quería decir conocer gente para este tipo de personas—, sin detenerse a entender al otro o a preocuparse por sus problemas.

Yo soy la loca desfasada por ser comunista y todos ellos postsubnormales y demás de su gremio son gente que está en el mundo. Gente de mierda.

Ya sé lo que estaréis pensando los tíos de cuarenta tacos (había escrito cincuenta pero un amigo mío me dijo que bajase la edad a cuarenta, que así os jodería más). Veníais buscando escenas pornolésbicas. Pues os vais a joder, porque las hay pero os pienso dar la matraca hasta entonces. Os va a costar caro pajearos a nuestra costa.

A lo que iba: conocer gente en Tinder, tirar fichas en Twitter, enviar fotos por privado, la historia de conectar echando un polvo sin saberte el nombre de la persona, claro. Que si queréis follar, pues coño, se dice, y ya ¿Por qué narices tenemos que sufrir todos por vuestra puta hipocresía y cobardía? Nadie se va a escandalizar por eso, joder. Es lo que odio de hoy en día. Nadie llama a las cosas por su nombre ¿Poliamor? Vale ¿Libertinaje? Mejor.

—Bueno, ahora que lo has dejado con Sara puedes conocer a otra gente tú también.

—Yo es que supe, desde que la vi, que era el amor de mi vida, Alex.

—No, si te entiendo.

—Y cuando fuimos a Londres porque quería ver el museo de Harry Potter me di cuenta que quería estar con ella de verdad.

Otra de las cosas que me encantan de mis amigas feministas es cómo cargan contra el amor romántico. Se enfadan con todas las parejas heteros que conocen como si fueran el demonio pero ellas romantizan las suyas hasta límites demenciales. Lo que yo odio de las parejas heteros es que vayan a cenar a pizzerías italianas, no que se quieran y se lo pasen bien juntos. Qué lecciones voy a dar yo, si soy una jodida romántica. No quiero ocultar que soy una desgraciada, una desarraigada que nunca va a ser lo bastante feminista, lo bastante comunista y que está poniendo en ridículo a Karl Marx por ser una revisionista de mierda.

Nunca voy a poder odiar a los hombres con tranquilidad porque me gustan demasiado.

—Bueno, tú, ahora a salir y a olvidarte un poco de Sara.

Sí, también se llamaba Sara. Eran las novias siamesas.

—No, si seguimos siendo amigas… ¡Mira! ¡Ahí viene Ana! ¿Te la he presentado alguna vez?

—Que va, no la conozco.

—Toma, Ana, siéntate. Esta es Alexandra.

—Hola, Ana, ¡me suenas de algo...!

—Claro, tía, es la que da la charla, la de Twitter, queergrunge.

—¡Ah, coño! Me flipas, tía.

—Esta es mi novia, Berta.

—Qué pasa, tía.

—Encantada, Alexandra. ¿Qué tal Sara?

—Pues nada hija, aquí. Le estaba diciendo a Alexandra que me ha dejado Sara.

—¡Hostia! Ana no me había dicho nada!

—¡Es que es una dramas! a ver, que hay más mujeres en el mundo, ¡coño! ¿Qué te tengo dicho de las dependencias emocionales…?

—Oye, ¿no llegaremos tarde?

—Tranquila, Alexandra, sin Ana no pueden empezar.

Nos bebimos el culo de birra que quedaba y nos largamos hacia el local donde la amiga de Sara daba la charla. Era el centro cívico de Fort Pienc, cerca de Arc de Triomf. Lo organizaba una de esas agrupaciones feministas en las que todas se habían liado con todas, hacían talleres sobre como coserte tu propia ropa, en vez de patatas te vendían tabulé para comer y sus otros comistrajes veganos. Total, que llegamos al sitio. Me fui directa a buscar cerveza porque sabía que iba a necesitar más de una.

—Podeu seure a primera fila.

Una chica de la asociación, la Rabia Feminista, nos dijo que nos pusiéramos delante. Éramos las estrellas del lugar.

—Bueno, creo que ya puedo ir empezando. Berta, pásame el portátil, cariño.

—Hostia, Sara, el otro día conocí a una tía de tu asociación feminista.

—¿De dónde?

—De aquí, de Barcelona, sale en la prensa y eso. Colabora en mi revista.

—No sabes lo mal que me caen esos señoros, tía. Además, es que sueltan unas cuñadeces, no entiendo cómo les aguantas.

—Ya, son unos gilipollas. Lo que te decía, esta tía a lo mejor te suena, se llama Júlia.

—Una que tiene los ojos azules y el pelo rubio, ¿no? Sé quién dices.

—Pues eso.

—Está en el grupo LGTBI conmigo.

—Ah, coño, ¿os conocéis mucho?

—Perdoneu, aquesta cadira és vostra?

Un chaval se acercó pidiéndonos la silla. Miré hacia atrás. El local estaba hasta los topes. Había un huevo de gente de pie y no se veía el final de la cola de los que estaban esperando en la calle. Desde que la Despentes se había vuelto una superventas las charlas de feminismo eran el nuevo rock y el poliamor ya era el mainstream del amor. Miré el móvil a ver quién me había hablado y cuántas menciones nuevas tenía en Twitter. Júlia no daba señales de vida aquella tarde. Mi madre me decía, como siempre, que no llegase tarde y mi novio hacía acto de presencia con su típico mensaje de que me quería mucho. Al resto ni me molesté en leerlos.

Me levanté a pillar una birra antes de que la otra petarda comenzase con su historia de por qué todas teníamos que dejar a nuestros novios y ser bolleras o, en su defecto, follar compulsivamente con todo aquel o aquella que se nos abriese de piernas. No soy de esas tías que quiere volver a meter a las mujeres en casa y está convencidísima que los tíos son unos pobrecitos, que están torturados por el matriarcado y por las locas feminazis de las denuncias falsas. No es eso, joder. Solo os digo que me la pela bastante con quien folles. A mí me encanta hacerlo, pero igual que me pongo el puto disco de In Utero y me lo rayo durante días sin parar también hay veces que me mola desconectar incluso de Nirvana y descansar. Está genial que nos digan a las tías que follemos y que les jodan a nuestras parejas pero, yo qué sé, luego la angustia vital sigue ahí. Sintiéndonos vacías por un sistema inhumano que trata a la gente como si fueran cosas y lo único que tiene valor son los putos objetos. Todo va como una mierda y parece que todos estamos más preocupados echándonos la culpa y pensando en cómo pillar el mayor número de ETS posibles que en cambiar el mundo.

—Alexandra, mira, esta es Nat.

—Hola, Nat.

—Com va, Alexandra?

—Alexandra tiene una revista donde habla de feminismo y hace cosas en Internet.

—Coi, nena, estàs ben posada, eh?

—Bueno, se hace lo que se puede.

—Nat y su novia Erra tienen un grupo de música, tocan después de la charla de Ana.

—¿Y qué música hacéis?

—Tienen una que se llama Ciudad hetero que te va a gustar.

—Bueno, Erra toca la guitarra i jo canto el que escrivim juntes, poc més. Però ens ho passem de conya.

—Eso es lo importante.

Entonces empezó la charla de Ana:

—¿En catalán o en castellano? Os da igual, ¿no? Bueno, primero, gracias a todas y todos por venir a pasar una tarde de viernes deconstruyéndonos un poquito más, que de eso se trata, de ir aprendiendo poco a poco. Como lo personal forja lo político yo os quiero contar mi camino hasta el poliamor. Tuve una relación de mierda, que duró diez años, en la que sufrí malos tratos y en varias ocasiones él abusó de mí. Tenía un curro asqueroso y dependía económicamente de él; al final entré en varios círculos de activismo feminista que me hicieron ver que las relaciones no tenían que ser de control y el amor era algo muy diferente de la obsesión. Luego estuve metida en temas de BDSM y porno, ahí conocí a Amarna Miller, os recomiendo que busquéis cosas de esta chica porque es una activista feminista muy potente pro sex y, bueno, ese año acabé abriendo el blog y compartiendo mis experiencias. El poliamor que yo os explico se basa en la anarquía relacional, en tratar igual a un amigo y darle el mismo cariño que a una de vuestras parejas, es justo lo que sale en esta imagen. Lo que os he dicho, no somos la mitad de nadie, ya estamos completas, los celos son malos y la monogamia no es lo normal aunque nos lo hagan creer. Yo ahora mismo estoy en una relación donde los cuidados son lo más importante, más allá de quienes nos follemos o si mantenemos otras relaciones sexoafectivas con compañeros. Lo que he aprendido con el paso de los años y los golpes que te da la vida es que como feminista es muy importante una red de curas para poder hacer frente al resto de cosas y poder compartir nuestras experiencias…

Aquel tostón no parecía acabarse nunca. Volví a coger el móvil. Busqué en el WhatsApp la conversación con Júlia y, envalentonada por las birras que llevaba, hice una foto de la charla y se la mandé.

Alexandra

Estic pensant en tu

Ese día fue el inicio del psicodrama de verdad. Supongo que no creeréis que nada de lo que viene sea cierto pero la cosa salió así. Ojalá tuviera tanta capacidad de imaginación y esa putazorra no me hubiese roto el corazón de la manera que lo hizo y ha hecho otra vez más. Iba a bloquear el móvil cuando vi que ella estaba escribiendo.

Júlia

I en què penses?

Dejé el móvil un segundo. No tenía ni idea de qué hacer. Ya me dirás tú qué se hace en esas situaciones. El corazón y el coño me palpitaban a la vez. Estaba excitadísima. Intenté ponerme lo más recta posible en aquella incomodísima silla de plástico. Había perdido la cuenta de las cervezas que llevaba.

Alexandra

Me gustaría que estuvieras aquí

Volví a bloquear el móvil. ¿Qué coño estaba haciendo? Cuando lo abrí de nuevo Júlia ya había respondido.

Júlia

A mi també m’agradaria ser allà. Molt, eh?

Alexandra

Podrías haber venido…

Júlia

No m’ho has dit, cuca

Alexandra

Si te lo hubiese dicho, ¿habrías venido conmigo?

Júlia

Ho dubtes, Alexandra?

Alexandra

No, claro que no, solo que me gusta que me lo digas

Júlia

Sí, hi hagués anat

Alexandra

Somos amigas ¿no?

Júlia

Molt, moltíssim

Alexandra

Es que Júlia, tú a mi me…

No recuerdo terminar la conversación. Media hora después estaban tocando aquellas tías del grupo de música y cantando sobre lo mucho que les gustaba la Judith Butler de las narices y de cómo querían comerle el coño a Monique Wittig. Salimos a la calle. Berta quería fumar y Sara estaba esperando a un amigo suyo, el único tío que les caía bien a todas. Pillamos unas latas y nos las fundimos en la puerta. Yo ya estaba algo mareada.

El móvil comenzó a vibrar, lo cogí y vi varios mensajes de Júlia.

Júlia

Alexandra, estàs bé?

Júlia

Hola?

Júlia

Hi ets?

Júlia

Bueno cari, quan vulguis…

Lo volví a bloquear. No tenía ni puta idea de lo que le había dicho. No recordaba haberle hablado aquella tarde.

—Mirad, por ahí viene Uri.

—Ya era hora, tío.

—Hola, Sara, ¿cómo va?

—Esta es Alexandra. Uri trabaja enfrente de mi oficina.

—Soy workingclass, no como esta, que tiene horario de burguesa, de nueve a cinco.

—Trabajo de telefonista, tampoco te flipes.

—Bueno, a mi es que ser camarero me va bien, qué quieres que te diga. No me gusta madrugar.

—Por cierto, toma. Pegatas para que las vayas poniendo por ahí.

—Toma Alexandra, quédate tú también con un taco, a ver si hacemos ruido.

—Tourism kills the city. Joder, molan

—Lo sé, Sara, las he diseñado yo.

—Tío, ¿tienes eme?

Uri se lió un porro. Nos ofreció pero nadie quiso.

—Me debes pasta del finde pasado, que lo sepas.

—Ya, ya, pero ¿tienes o no?

—Déjate de mierdas, Sara, ya nos pusimos ciegas el sábado.

—Cállate, Ana, que luego siempre quieres.

—¿Te ha contado lo que le pasó, Alexandra? La muy gilipollas se puso hasta el culo de keta y se cagó encima.

Sara le pegó un empujón y se fue enfadada. Ana miró con cara de odio a Oriol mientras se largaba a buscarla.

—Uri, coño. Ets idiota.

Oriol parecía un tipo majo. La cosa es que todos iban super puestos y muy pasados. Normal que no supiese tener el pico cerrado. De hecho me parecía extraño que un tío sin ninguna tara ni trauma aparente fuese amigo de todas aquellas pseudo intelectuales, progres de salón y bolleras políticas. Supongo que tendría la polla bastante grande, comería muy bien el coño o como camello les pasaba una mierda espectacular.

Volví a mirar el móvil. Eran las once de la noche. El efecto de la última cerveza ya se me había pasado. Comencé a leer lo que había hablado con Júlia y los mensajes que no le había respondido. Me sentí mal por haber dejado la conversación colgada tanto tiempo, no me había dado cuenta.

Alexandra

Tía, perdona, estaba liada

No pensé que fuera a responder. Júlia solía controlar los tiempos y muchas veces me dejaba en visto durante horas. Siempre pensé que era un jueguecito infantil aunque luego descubrí que la muy cabrona planeaba perfectamente hasta cuándo responder.

Alexandra

Me gustas, Júlia

Júlia

Com?

Alexandra

Eso, que me gustas. Me gustas mucho tía

Júlia

I tu a mi cuca, això ja ho saps

Alexandra

No, no ho sabia

Júlia

Com que no ho sabies? Però si ets preciosa

Alexandra

¿Piensas que soy preciosa?

Júlia

Alexandra

Tú sí que ets preciosa Júlia

Júlia

Calla, va, no diguis bestieses

Alexandra

Vente, aun seguimos por aquí, está Sara, me ha dicho que os conocéis

Júlia

Sara? Sí, oi tant que la conec, de l’associació

Alexandra

¿Te vienes entonces?

Júlia

Estàs amb els teus amics, gaudeix

Alexandra

Es que yo quiero estar contigo ahora

Júlia

I jo no vull molestar-te

Alexandra

Júlia, ven por favor

Júlia

Va, un altre dia sí

Alexandra

Si tú no vienes…

Júlia

Què?

Alexandra

Voy a tu casa

Júlia

Ets una idiota, Alexandra

Alexandra

No, en serio, dime dónde vives, que voy

Júlia

Avui no cari, i no diguis ximpleries

Alexandra

No són ximpleries, vull anar a casa teva. Et vull

Júlia

Alexandra que em posaràs vermella

Alexandra

¿Qué estás haciendo?

Júlia

Res, al sofà, veient una serie

Alexandra

Si fuese a tu casa ahora podríamos hacer otras cosas…

Júlia

Alexandra!

Alexandra

¿No quieres?

Júlia

Clar que vull, idiota, però no avui

Alexandra

¿Y cuándo, entonces?

Júlia

Si passa, cuca, serà màgic, entens?

Alexandra

Va a pasar, quiero que pase

Júlia

I jo, no saps quant…

Lo siguiente que recuerdo, además de llevar las bragas mojadas desde la última vez que había hablado con Júlia, era estar en un cajero automático a las dos de la madrugada. Sara estaba intentando sacar pasta para entrar en un antro de esos de bolleras a los que solía ir. A mí me gusta salir a los sitios de fiesta por la música que ponen, no por el tipo de ganado que exhiben. Pero para gustos los colores.

—Olvídate de Júlia

—¿Qué coño te pasa, Sara?

—Tiene marido.

Qué pesada con el puto David, joder.

—Ya lo sé.

—Y tú también tienes señor.

—También lo sé.

—Hazme caso, Júlia nunca va a dejar a David por ti.

—¿Y por qué no?

—No te líes con ella, no merece la pena.

Sí, merecía la pena. Júlia lo merecía todo aunque fuera una putazorra.

—¿Es tu Némesis o algo?

—Tía, solo te digo que te va a hacer daño, te estoy avisando. Solo se quiere a sí misma y su marido le da de todo. Además, ella quiere un tío al que llevar los findes a comer a casa de sus padres y no le mola rayarse por estas movidas.

—¿Pero qué dices?

—Por las movidas de lesbianas.

—Ah, ya. No ha pasado nada, Sara.

—Ya, pero te he visto toda la puta tarde con el móvil y estabas hablando con ella del puto poliamor.

—Tranqui…

—Yo estoy tranqui, tú verás. Va, date prisa que si llegamos antes de las tres la entrada vale seis pavos.

Otro flashback: Sara diciéndome lo mucho que le gusto. Sara llorando porque su Sara no la quiere. Sara intentando comerme la boca en aquel bar de bolleras. Yo, súper taja, dejándole que me la coma. Sara diciéndome que me quiere follar, que vaya al baño con ella.

Le pego un pequeño empujón y me largo. Me pongo a buscar el baño. Subo a la planta de arriba, hay una cola que flipas. Voy a ir al de tíos cuando me doy cuenta que es una jodida discoteca de lesbianas y hay tías en los dos baños. Espero. Me echo agua en la cara. Una de las amigas con las que habíamos entrado se me acerca y se me pone a hablar de algo. No sé qué coño le digo, estoy totalmente ida. Por fin entro al lavabo. Meo como puedo, todo está guarrísimo y lleno de pegatinas con festivales y conciertos.

Bajo otra vez y Sara está bebiendo y hablando con una amiga. Me acerco. Me hablan y no entiendo nada. Apestan a Jäger. Bailamos putamierda de reggaetón, la decadencia de Occidente. Me vienen imágenes de la conversación con Júlia. Miro el móvil. Son las cuatro y media de la mañana, a las ocho entro a currar. Me despido como puedo y me largo a pillar el autobús a la plaza Universitat. Por el camino leo los mensajes de mi madre, preocupada, diciéndome que avise si voy a casa a dormir; el mensaje de buenas noches de mi novio; mis amigos rayándome como de costumbre; el puto Twitter otra vez.

Paso de todo y me meto en el chat de Júlia. Releo todo lo que nos hemos escrito por WhatsApp. Estoy esperando al puto bus, que no llega. Antes de acabar de leerlo todo, se me va la pinza y le mando una nota de audio. Todavía sigo borrachísima y no tengo ni puta idea de lo que hago. Lo único que recuerdo es que le repetí varias veces: “aprovéchate de mí, Júlia, aprovéchate de mí”.

III

Adrià Salvador era un tío de 30 años al que la vida no trataba muy bien, o eso decía él. Eso es lo que dicen todos los hombres como si a nosotras nos fuera de maravilla. No solo corremos el riesgo de que nos violen; además, si nos ponemos chulas e intentamos defendernos, nos matan. Adrià era otro gilipollas más, cómo si en el mundo no hubiera suficientes.

Amante de Júlia, oí hablar de él mucho antes de liarnos. La muy imbécil tenía una puta espina clavada porque una vez, después de follar, no la había abrazado. Esa era la tragedia. El día que me empezó a rayar con él yo estaba camino de mi pueblo, con mis padres, en el coche. Creo que era Semana Santa. Cuando Júlia me habló estaba anocheciendo y me quedaba poca batería en el móvil.

Júlia

Hola cari

Alexandra

Ey, ¿qué tal?

Júlia

Bueno, fent, com estàs?

Alexandra

Bien, nada, estoy de viaje

Júlia

On ets?

Alexandra

De visita al extranjero, en España

Júlia

Que idiota que ets!

Alexandra

Això sempre, Júlia

Júlia

No diguis això. Et molesto?

Alexandra

No, que va, si lo más entretenido que hay por aquí es mi padre escuchando la Cope

Júlia

Vale

Alexandra

Y tú, ¿cómo estás? Que no te he dicho nada

Júlia

No passa res, cuca

Alexandra

Dime, Júlia

Júlia

No res

Alexandra

¿Seguro?

Júlia

Los tíos son imbéciles, Alexandra

Alexandra

¿Me lo dices o me lo cuentas?

Júlia

Es que no ho entenc

Alexandra

Es todo un giro inesperado de guión

Júlia

Alexandra

¿Júlia? Perdona si te ha molestado la broma

Júlia

Ah no, tranquil·la, no et preocupis cari, no em molestes

Alexandra

Perdona

Júlia

No, en serio, no molestes mai, Alexandra

Alexandra

Bueno, que sepas que estoy aquí para lo que necesites, ¿vale?

Júlia

Ho sé

Alexandra

Bien

Júlia

M’he follat a un gilipolles

Alexandra

¿¡Cómo!?

Júlia

I no sé perquè t’estic dient això, però t’ho volia dir, ara pensaràs que sóc una boja que et ve amb els seus problemes i totes aquestes coses

Alexandra

Júlia, ¿estás bien?

Júlia

Sóc imbècil, tia

Alexandra

No, no lo eres, dime, ¿estás bien?

Júlia

Necessito sortir d’aquí

Alexandra

¿Dónde estás Júlia?

Júlia

És que sempre em passa això, em penjo de capullos. Necessito una abraçada…

Alexandra

Si estuviera allí te daría todos los abrazos del mundo

Júlia

Ho sé, ets molt bona amb mi. Alex, yo quería que me abrazase

Alexandra

¿Cómo? No entiendo

Júlia

El capullo ha marxat després de follar. Jo què sé

Alexandra

Júlia, yo te abrazaría y no te soltaría nunca, lo sabes ¿no?

Júlia

No et mereixo, cuca

Alexandra

Bueno, eres colega, a las colegas se las cuida. Si estuviera en Barcelona iría a tu casa a buscarte, te daría ese abrazo y luego, si quisieras, iríamos a partirle las piernas al capullo ese.

Júlia

Ets massa bona, Alex

Alexandra

Te digo lo que siento. Y luego nos iríamos a Marina a beber, porque no te dejaría sola en toda la noche

Júlia

Què cony he fet per trobar-te? No et mereixo

Alexandra

Calla, no seas idiota. Me sabe mal estar a 600km de allí y dejarte sola

Júlia

No estic sola, estic parlant amb tu, no saps com curen les teves paraules

Alexandra

Se me va a apagar el móvil y encima esta zona casi no tiene cobertura, llego en una hora

Júlia

Sense problema cari, no et preocupis

Alexandra

Te hablo en cuanto lo cargue un poco, ¿vale?

Júlia

Gràcies cuca

Alexandra

Gracias a ti, Júlia, por confiar en mí

Júlia

A tu, sempre a tu, vigila el trosset que et queda si us plau. Molts petons

Alexandra

Muchísimos más para ti, preciosa

Me he follado a un gilipollas. Esa fue la jodida frase con la que me enamoré de ella, con la que le cogí cariño y quise empezar a cuidarla. Mi perdición. Ahora lo veo como la guadaña de la muerte. Ahí estaba yo, con complejo de salvadora de cachorros, recogiendo a todos los perros apaleados que encontraba por la calle. Tengo un puto problema con eso.

Júlia, te juro que lo único que quiero hacer contigo es ir a tu puta casa y arrastrarte de los pelos por media Barcelona para que todo el mundo se entere de lo zorra que eres. Te puedes follar a quien quieras pero luego no te quejes de que no te han abrazado. Para eso tenías a tu señor. Hasta que el tío se largó cuando se enteró de todo.

Ella era así, iba picando por todos lados y jodiéndole la vida al prójimo. Os recuerdo que me enamoré tras meses de persecución por su parte. Ella era el cazador y yo su la presa. Todo esto sin saberlo. Iba feliz como un conejo por el campo hasta que, ¡zas!, la muy puta me vino con aquello de que no la habían abrazado después de follar y que se había pasado por la piedra al gilipollas ese. Lo sé, la más gilipollas de toda esta historia no es el capullo de Adrià o la zorra de Júlia, sino yo, la ilusa que tiene un ego de aquí a la luna creyendo que la gente puede cambiar por amor.

Por amor a mí, claro, porque soy rubia, divina y llevo gafas de sol negras como Godard.

Ahora creo que lo del abrazo era mentira y me lo dijo para que estuviera pendiente de ella. Caí como la imbécil que soy. Adrià no era el único amante que había tenido Júlia; que tuviese amantes no me escandalizaba pero me jodía que lo justificara con sus chapas feministas y luego me soltara que la prostitución estaba de puta madre y el porno empoderaba a las mujeres. Claro, porque eso de que fuese un negocio de miles de millones de euros que sometía a la mujer a la voluntad del hombre, que nos cosificaba y nos trataba como simples objetos al placer de los salidos de turno, eso no. ¿Luchaba contra alguna injusticia? Pues vaya feminismo el suyo. Para eso molaban más los franceses. Para ellos divorciarse y tener amantes era como para nosotros la Guerra Civil; en todas las pelis francesas siempre hay alguien divorciado o divorciándose o que al final acaba rompiendo con su pareja; no importa que la película sea de acción, comedia o drama, qué más da, lo importante es ser infiel. Coño, de eso sí que saben. Pero Júlia no es francesa —ni estaba cerca de serlo—, por aquél entonces era una indepe aspirante a clase media que hablaba de Judith Butler dándome lecciones cuando jamás había leído un libro suyo. “Em fa bola” me decía. Y yo solo quería comerle el coño.

Lo que tenía que aguantar por un polvo y un poco de amor.

En la lista de tarados también estaba un intelectualoide de la burguesía catalana, un músico frustrado reconvertido en filósofo que predicaba por las teles, radios y diarios lo mucho que su polla molaba y como de idiotas eran todos los que no le comprendían. Gerard Germà se llamaba el anormal. Este tipo había sido amante de Júlia y, de regalo, le había pegado una bonita gonorrea.

Nunca entendí qué veía en los tíos que se follaba ni por qué iba detrás de esos misóginos de manual. Supongo que eran los únicos que le hacían caso o, peor, está tan enferma y rota por dentro que lo único que la hace sentir viva es que la traten como una mierda, pasen de ella y la usen como ella hace con toda la buena gente que cae a su alrededor.

No creo en la maldita deconstrucción esa —ya estamos lo suficientemente rotos como para seguir destruyéndonos más—, pero todos los celos que tenía acabé por eliminarlos; era un continuo no saber o, en el fondo, saber que además del cornudo de David, yo también estaba en la lista de pardillas.

La semana siguiente volvimos a coincidir en la redacción. Llevaba los labios pintados, una camiseta de las mujeres zapatistas mexicanas y estaba radiante. No dejó de clavar sus ojos en mí. Me sentía como en una película americana palomitera pero con protas raras que acababan enamorándose, manteniendo la misma relación de mierda que en las historias convencionales pero en versión cool indie. Cine para progres. Lo mío, vamos.

Justo antes de trabajar charlamos un rato.

—L’altre dia…

—Se me fue mucho la pinza, tía, lo siento.

—Si és això el que sents vas fer bé de dir-ho, cari.

Entonces nos interrumpió Aleix, uno de los de mi sección, un tipo muy majo pero que por aquel entonces siempre andaba triste; nunca llegué a saber por qué.

—¿Venís?

—Todavía no, Aleix.

—Vale, estamos en la sala. Tenéis 15 minutos.

Júlia seguía allí, mirándome. Me apoyé en uno de los escritorios de la redacción. Colocó sus brazos sobre la mesa, rodeándome.

—I què fem amb tot això?

—No sé qué se hace en estos casos…

—Ets idiota.

—Claro, soy tu idiota.

Tomó mi cara con sus dos manos. Sus ojos azules me traspasaron el alma.

—Ara mateix em menjaria la boqueta aquesta tan preciosa que tens, Alexandra.

Se me acercó aún más, se puso a milímetros de mi boca. El corazón me iba a estallar y el coño me palpitaba, frenético.

—Júlia…

—Et vull. Et vull menjar sencera.

—I jo, m’agradaria dir-te tantes coses…

—No crec que pugui aguantar-me fer-te un petó ara, ho sento.

Sentía su respiración encima de mí y ya no sabía cómo ponerme para que no se notase mi excitación. Tenía los pezones tan duros que me dolían.

—Esta gente no se entera de nada. Cómo se nota que son tíos.

—Per què ho dius?

—Porque nos vamos a comer la boca y siguen haciendo sus movidas. Ni nos miran.

—Bueno, ya lo sabes, Alexandra, para ellos solo somos buenas amigas.

Josep, el jefe, se acercó a darnos un toque.

—Alex, vine ja, si us plau, que comencem. Júlia, et quedes?

Había perdido la noción del tiempo y a punto estaba de perder también la cabeza.

—Un minuto y voy.

—Vale, pero date prisa.

—Júlia, ¿te quedas hoy?

Necesitaba verla a solas.

—Avui no puc, cari, he d’anar a la uni ara mateix.

—¿Cosas del máster?

—Exacte.

—Vale, pero necesito verte fuera de aquí.

—Ens veiem demà. Vine al barri si vols.

—Contaré las horas, Júlia.

—Ets una ximpleta.

Antes de irse me volvió a dedicar una de esas miradas que hacían que me corriese. Me dio un pico en los labios.

—Fins demà, cari.

Y desapareció.

Siempre había más amantes, siempre estaban otros pululando por ahí. Nunca pude disfrutar tranquila de lo que era tener a Júlia en mis brazos. Sabía que en cuanto me diese la vuelta ya estaría mandando un mensaje al siguiente. Además de Adrià, el de los traumas no superados y Gerard Germà, al que cualquier día se le caería la polla a trozos, en la lista también había políticos con cierto recorrido, famosillos de izquierdas conocidos en el mundillo catalán y algún imbécil por el estilo.

Júlia me lo contaba todo. Como cuando la secretaria de Javier Bertrán, senador del partido en el que militaba Júlia, un chulo prepotente versión charnega, le arreglaba las citas con sus ligues para que su mujer no se enterara. Alguna vez Júlia también había hablado con su secretaria para ir a un hotel un domingo por la tarde para follar con aquel anormal, mientras su mujer creía que estaba concediendo entrevistas. El mamonazo utilizaba su cargo para tirarse a todas las chavalas de las juventudes del partido. La estrella indepe al que todas las nenas iban detrás ¿Esperabais que un tío rechazaría aquello? Aún no nos tienen el suficiente miedo.

Tiempo después vino otro imbécil, un pijo que iba de hippie, director de una productora de documentales que denunciaban la corrupción del país, lo único que hacía con algo de decencia y estilo. Salva Otero era un cincuentón con esposa e hijos que mantenía una relación abierta con su mujer para conocer a gente, como todos los aliados de la izquierda feminista. La expresión más prostituida en estos tiempos es conocer gente, ya sabéis, porque son unos moralistas que te dicen que está mal que tú tengas moral, pero luego no tienen el valor de decir claramente lo que hay en su subconsciente:

—Cariño, me quiero follar a otras porque te estás haciendo vieja, te cuelgan las tetas y tu coño ya no es lo que era; además, me la chupas porque esperas que luego te coma el coño y prefiero a las chavalas de veinticinco años que me hacen caso en Twitter porque creen que soy Dios con mi productora pijo-progre. Espero que tú también encuentres a chavales de veinticinco años dispuestos a comerte tu coño seco. Te quiero cielo, esta tarde vas tú a recoger a los críos al basket porque yo he quedado con una chavala para tirármela y decirle que no sea tan posesiva, que la monogamia y los celos son muy patriarcales, que es mejor que seamos amigos pero que no se moleste en llamarme porque estaré muy ocupado pasándome por la piedra a otras; somos amigos en la distancia, cuanta más mejor.

La red de curas es lo que tiene, que puedes ser un auténtico capullo y cumplir con tu código ético, que viene siendo el mismo que usa la Iglesia Católica para tapar los casos de pederastia.

Júlia jode al resto, me jode a mí y se tortura sin sacar nada, solo el momento de placer al infligir tanto dolor, pero eso no le da felicidad, solo un pico de adrenalina como quien se mete un chute.

Al día siguiente, tal como habíamos quedado, me planté en su barrio. Era casi mediodía y chispeaba; la lluvia fue una constante en nuestras citas, el perfecto telón de fondo dramático para toda nuestra película. Estaba esperándola en la salida del metro de Entença justo al lado de la cárcel Modelo. Había venido corriendo desde la universidad hasta allí para verla. Solo recuerdo ponerme a temblar sin poder controlar los nervios. Preocupada porque no venía, cogí el móvil para ver si me había dicho algo. Ni un mensaje suyo.

Alexandra

On ets?

Le escribí pensando que ya se había echado atrás y no quería verme.

Pasaron otros cinco minutos. Júlia seguía sin dar señales de vida. Sentí como alguien me abrazaba por detrás.

—Hola, preciosa.

El corazón se disparó y las bragas se empaparon. Era ella.

—¿Cómo estás?

Antes de que tuviera tiempo para pensar en si le daba dos besos o uno, o qué coño iba a hacer porque nunca había estado en una situación así, me dio un beso en la mejilla. Muy cerca de la boca.

—Perdona que hagi trigat, plovia i estava buscant el paraigua, nena.

—No te rayes, de verdad.

—Espera.

—¿Qué pasa?

—T’he deixat la marca de pintallavis a la cara.

Júlia sacó un pañuelo del bolso.

—No, no quiero que me lo quites, que así me gusta más.

—Mira, Alexandra, no pots ser més idiota.

—Ja ho saps…

—M’encanta que siguis la meva idiota, pero cari, déjame quitarte eso, por favor.

—Qué pesada que eres, me lo voy a quedar de recuerdo.

Se acercó hacia mí y me lo quitó como pudo, con los dedos. Seguíamos allí, en el parque, hablando. En su barrio, cerca de su casa. Era como estar en un sueño. Aún mejor, aquello era real.

—Vamos a meternos en algún sitio que va a llover.

—Aquí al costat hi ha una cafeteria, esmorzem si vols.

—Ya voy por el tercer café del día pero me parece guay.

Cruzamos la calle y entramos en la primera cafetería que nos encontramos. Nos acercamos a la barra.

––Hola. Alexandra tu què vols? Cafè amb llet? Vale, doncs ens poses dos cafès amb llet. En tens de soja? Si? Genial, el meu amb soja. Et queden aquells croissants de xocolata negra de l’altre dia? Bé, posa-me’n un, tu en vols? No? Doncs només un.

—Te quiero volver a pedir perdón por el mensaje a las tantas del otro día. No sé qué narices me pasó.

—No hi ha res a explicar.

—En serio Júlia, no era yo.

—No eres tu? Doncs a mi em va encantar aquella noia.

—¿La borracha a las cinco de la mañana diciéndote que te aproveches de ella?

—Ho vas repetir varies vegades. A més, gairebé no se t’entenia. Tia, anaves molt taja, eh?

—Muchísimo.

—Em va agradar tant, em vas posar tan feliç quan ho vaig escoltar.

—Soy una pringada…

—Ja m’agradaria ser així de pringada, ets moníssima. Encara segueixo sense saber què coi veus en mi…

Cogí una servilleta de papel y me puse a romperla en pedacitos. Estaba nerviosa y necesitaba tener las manos ocupadas. Júlia no paraba de mirarme con sus ojazos azules. Aquel día brillaban de una forma especial. Rezumaban miel. O eso quise pensar yo.

—No sé qué me has hecho. Eres una bruja.

—Aquí teniu, els cafès. El de soja per tu i el croissant de xocolata.

—Gràcies.

Júlia echó el azúcar en el café y empezó a darle vueltas. Yo aproveché para darle un sorbo, tenía la boca seca.

—Ayer me costó dormirme, tenía tantas ganas de verte.

—Cuca…

Empezó a acariciar mi piel y yo hice lo mismo con su brazo. Me sigue estremeciendo recordar la intensidad del momento. Algo tan inocente como acariciar a otra mujer en público resultaba una hazaña para mí, nunca había estado en una situación semejante, ni había hecho nada por el estilo. Éramos amantes confesándonos todo lo que sentíamos, superaba a todas las putas pelis francesas que había visto. Cerré los ojos y traté de inmortalizar el momento para siempre.

—Me gustaría estar en algún sitio más privado.

—Eres insaciable.

—Pero si aún no hemos hecho nada.

No sé cómo la miré pero mi mirada debió ser muy lasciva porque al ir a dar un sorbo de café, se le cayó un poco encima.

—Mira com em poses de nerviosa, Alexandra!

—Me parece genial.

Sonreí. Creo que pocas veces he sido tan feliz. Ya ves, qué cosas más tontas, solo con tomar un café con la chica que me encantaba.

—Este finde hacemos una exposición de un pintor de estos colegas de Josep. Vente si quieres y después te invito a unas birras.

—Val, et dic alguna cosa.

—Si no tienes planes, no quiero que los cambies por mí, ¿vale?

—Si puc hi aniré, cuca, no et puc prometre res, però ho intento.

Al rato salimos de allí, anduvimos durante un rato, en silencio, disfrutando de nuestra presencia. Cuando a Júlia se le hizo tarde me acompañó al metro. Tenía que hacerle la comida a su marido porque quien le calentaba la cama era él, yo tan solo era The other woman, como cantaba Nina Simone; vamos, la otra. Aquel día él no tenía clase por la tarde y llegaba sobre las tres. Eran las dos pasadas, aún teníamos algo de tiempo.

—Què farem amb tu, joveneta?

Frunció el ceño. La miré y me encogí de hombros. Hubo un silencio incómodo. No fuimos capaces de llenarlo.

—Haz conmigo lo que tú quieras.

—Vull fer tantes coses amb tu…

—¿Cómo por ejemplo?

—Pues como por ejemplo…

Se me acercó más y más. Ahora su nariz rozaba la mía.

—Dime.

—Com per exemple això.

Volvió a clavarme sus ojos, luego bajó la vista y fijó su mirada en mi boca. Aquello era una tortura, quietas las dos, en medio de la calle, chispeando. Ella sosteniendo un paraguas con una mano y con la otra cogiendo la mía, apretándola fuerte. Vi de reojo como un hombre había dejado de leer el periódico y nos miraba. Aquello era mucho mejor que una guerra en no-se-sabe-dónde o el enésimo caso de corrupción. Cuando pensaba que nos íbamos a quedar allí toda la eternidad, pasó. Me besó.

Aquel mediodía de mayo mi vida cambió para siempre.

IV

Su cumpleaños es otro de esos recuerdos que tengo jodidamente nítidos. Eran casi las dos de la tarde y estaba subiendo las escaleras de mi casa con las llaves en la mano. Cuando abrí la puerta mi madre estaba en la cocina, intenté pasar a mi habitación pero me pilló.

––¿Cómo estás, Alejandra? Esta mañana te has ido y no me he enterado ¿Te ha ido bien el examen ese que tenías? ¿Bien? Venga, deja la mochila y ven a comer, que siempre te quedas en tu cuarto y te lo comes todo frío.

Entré en mi habitación, tiré la mochila en la cama y me tumbé boca abajo. Estaba reventada. La noche anterior no había podido pegar ojo pensando en Júlia. Cogí el móvil. Miré si había respondido al último mensaje. Nada, como de costumbre. Todo aquel día fue raro. Antes de ir a comer respondí al mensaje que me había mandado Carlos, mi novio.

Alexandra

Te quiero, acabo de llegar a casa. ¿Vas a poder venir esta noche?

Me fui a echar agua en la cara a ver si me despejaba algo. Entré en la cocina. Le di un beso a mi madre y me senté. La mesa ya estaba puesta y le pregunté si quería agua. En la tele hablaban de Venezuela. Ya empezaban con el mismo puto tema de siempre. Mi padre, también.

—¿Lo veis? Eso sí que es una dictadura. Para que luego habléis de aquí.

—A ver, Felipe, que esa gente esté mal no quiere decir que aquí vayan bien las cosas.

Mi madre sabía como empoderarse.

—Papa corta el rollo, que no haces gracia.

Llegó mi hermano y se sentó a mi lado, burlándose de mi padre.

—A ver, ¿qué te pasa Margaret Thatcher?

—Cállate, César. En esta casa ya no se puede decir nada desde que os habéis vuelto todos comunistas.

Joder, qué pesado estaba con eso de que nos habíamos vuelto todos comunistas. Él era un puto facha y nadie le decía nada.

—Eso, mejor cambiamos de tema.

En el telediario ahora estaban hablando de la inmigración ilegal que llegaba a las costas.

—Es que esto no puede ser, Núria, hay más pateras que barcos en el mar. ¿Tú te crees?

—Bueno, pobre gente, de algo tendrán que vivir.

—Pero vienen aquí y se piensan que pueden hacer lo que quieran. Nos quitan el trabajo y encima estos hijos comunistas tuyos los defienden.

—Pero papa, si no hemos dicho nada.—le respondió mi hermano. Me miró con cara de qué coño le pasa al viejo.

Me reí y seguí comiendo.

—O como tu amiga Pilar, que ha tenido que vender el piso porque se ha llenado el barrio de moros.

—Ya, pobre mujer, que no podían ir las niñas solas por la noche. Encima tiene un bar de esa gente al lado de la portería y es un sinvivir.

—Pues lo que yo te decía Núria, que aquí no cabemos todos. No respetan nada, y así no se puede vivir. Además, no hacen falta, no sé por qué siguen viniendo si no los queremos.

Estuve a punto de responderle pero no valía la pena. Eso es algo que no ha cambiado, cada día es más facha. Coño, ya se podría deconstruir mi padre, como dicen las amigas de Júlia y cuatro imbéciles postfeministas más. Acabé de comer y me metí en el cuarto

—¿Ya te vas, hija?

—Déjala, Núria, siempre hace igual.

Entré en la habitación medio dormida. Cerré la puerta y me volví a tumbar en la cama. Miré el móvil. Eran las tres de la tarde pasadas y Júlia no había respondido. Me puse a dormir un rato, no me apetecía quedarme despierta rayándome la cabeza por ella.

Hacía días que tenía un nudo en el estómago que me impedía comer o respirar con tranquilidad. Estaba tan ansiosa por verla que perdía interés por todo lo demás. Hasta me costaba salir de mi cuarto.

Cuando desperté ya era de noche. Cogí el móvil.

Miguel

A las 8 vamos a por ti. Cenamos por ahí.

Leí el mensaje de mi colega y me metí en la ducha. Al salir Júlia seguía sin responder. Le pregunté a Carlos si iba a poder salir pronto del trabajo; tampoco dijo nada. Me vestí, me sequé un poco el pelo y me largué pitando. Miguel y Sofía ya me estaban esperando abajo.

—Qué pasa tío.

—Hola, Ale.

—¿Cómo estás, Sofía?

—Bien, como siempre tía. ¿Y tú?

—Pues mareada, nunca duermo la siesta y no me ha sentado bien.

—Eso es quejarte por quejarte, Alejandra. Tenemos que ir a buscar a Mónica.

Miguel arrancó el coche y en cinco minutos estábamos metidos en la Ronda Litoral. No tardamos en llegar al centro comercial donde trabajaba Mónica. Nos metimos en el parking y esperamos a que saliera.

—Pues pensaba que Mónica no iba a venir.

—¿Por qué lo dices, Ale?

—No sé, Miguel, es que Mónica es tan rara…

—A ver, rara eres tú, tía, no me jodas.

—Sofía, no te metas con ella.

—Lo digo en el buen sentido. Perdona, tía, es que Mónica más que rara me parece estirada.

—Ya…

—Mónica ha venido porque le gusta Alejandra.

—¿Qué dices, Miguel?

—Ale, cuéntale lo que te dijo el otro día…

—Estábamos en Razz.

—Hostia, ¿el sábado pasado?

—Sí, claro, cuando salimos todos; estábamos allí y comenzamos a beber un huevo con Irene. Vosotros dos no sé dónde coño os habíais metido.

—Seguro que Sofía estaba fumando y ya sabes que siempre me arrastra con ella.

—Era eso, fijo. Total, que aprovechamos una de esas que Jordi se había ido a conocer un tío del Grindr a otra sala para que Mónica nos invitara a unos chupitos, porque dice que Jordi es un jeta y que no vuelve a invitarle más. Y, no sé cómo, acabamos Mónica y yo en el baño y va y me suelta que hace unos años había estado enamorada de su profe de baile, que se había sentido muy atraída, que la admiraba y no sé qué mierdas más.

—Ya, ¿pero qué tiene que ver eso contigo?

—Espera Sofía, ahora llega lo mejor. Me dice que ahora le estaba pasando igual conmigo y la tía coge y se acerca para besarme. Yo me aparté como pude y le dije que las dos teníamos novio y que no era plan, claro. Pero vaya tela.

—Joder, pues sí.

—Igualmente, Ale, te la tienes que pinchar.

—¿Qué dices Miguel? yo a Mónica la respeto un huevo.

—Callaos, que ya viene.

Mónica entró y dejó la mochila en el asiento que había entre las dos. Otra que estaba com un llum2.

— ¿Mucho trabajo en la tienda?

—Nada, qué va.

—Pues es viernes, qué raro.

Sofía, que iba en el asiento de copiloto, se volvió para vernos.

—Mónica, ¿sabes dónde vamos?

—Ni idea, yo he venido porque me lo dijo Alex.

—Vamos a una fiesta de comunistas, lo que no hagamos por ti…

—Son las fiestas de mi pueblo, joder.

—No entiendo por qué le llamas pueblo a Badalona, pueblo es lo mío en la Ametlla.

—A ver, Badalona es como un pueblo, Mónica. Nos conocemos todos.

—Eso sí.

—Lo de la Ametlla ya tiene que ser una puta mierda de pequeño, tía.

—Si vamos a la fiesta esa de los tuyos, subiré Instastories para que luego no me digan que soy de derechas.

—A ver, Mónica, muy de izquierdas no eres.

—Miguel, no te confundas. Yo soy tradicional pero muy abierta de mente, una cosa no quita la otra.

—Y tan abierta…

—¿Qué has dicho?

—Nada, nada…

Mónica insistió y Miguel le soltó que era una puta reprimida. Mientras se peleaban miré el móvil a ver si Júlia me había dicho algo.

Júlia

Cuca, com estàs?

Bloqueé el móvil. Sentí una punzada en el estómago.

Sueño contigo, una pala y cloroformo

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