Читать книгу De Adviento a Pentecostés - Patrik Regan - Страница 6

Оглавление

Capítulo I. Adviento

1. La palabra y su significado

1.1. Latín clásico

La palabra latina adventus, del verbo advenire, significa venir, llegar, o el hecho de haber llegado y estar presente. El prefijo preposicional ad expresa movimiento hacia y sugiere la llegada desde lejos o después de un viaje.

En latín clásico, la visita de un soberano a una ciudad o a una provincia de su reino, especialmente la primera vez, se designa como un adventus y, a menudo, era conmemorada con un monumento público o con una moneda que llevaba una inscripción, por ejemplo «Adventus Augusti» («La venida de Augusto») seguido del nombre del lugar y de la fecha.2 Estos acontecimientos conllevaban normalmente preparadas exhibiciones ceremoniales. Al igual que las visitas papales en nuestros días requieren una amplia preparación y generan entusiastas expectativas.

Adventus también se aplicaba a la visita anual de divinidades a santuarios y templos en los que se cree que habitan durante las fiestas. Un reflejo de la creencia de que los emperadores eran deificados se encuentra en un calendario romano copiado en el año 354, que se refiere a llegada al trono de Constantino como «Adventus divi» («Llegada de dios»).3 Los mosaicos cristianos más antiguos muestran a veces un trono vacío esperando la llegada de Cristo en gloria. Ya se vislumbran algunas de las resonancias que asumirá esta palabra cuando se usa como nombre para el tiempo litúrgico que precede a la Navidad y sirve como preparación de su celebración. Además, para adentrarnos en el significado del término debemos referirnos necesariamente a su uso en el Nuevo Testamento.

1.2. Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento de la Vulgata, adventus corresponde a las palabras griegas parousia y epiphaneia.

El significado básico de parousia es presencia, llegada, adviento.4 Lo encontramos con el significado de presencia en 1 Corintios 16,17, donde Pablo se alegra «de la llegada [parousia] de Estéfanas, Fortunato y Acaico». Aquí parousia se traduce en latín no como adventus sino como presentia. En Filipenses 2,12, Pablo contrasta su presencia, parousia, con su ausencia, apousia, escribiendo: «Siempre habéis obedecido, no solo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia». Aquí nuevamente el término latino que se ha usado para traducir parousia es presentia. Igualmente se traduce parousia por presentia en 2 Pedro 1,16: «Os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo».

Además de este significado genérico de presencia, parousia se convirtió en un término técnico para designar dos eventos diferentes pero a la vez relacionados. «Por un lado, la palabra se usó como expresión cultual para la llegada de una divinidad invisible, que hace sentir su presencia revelando su poder o cuya presencia es celebrada en el culto» y con frecuencia está acompañada de milagros y otros fenómenos extraordinarios. «Por otra parte, parousia se convirtió en el término oficial para una visita de una persona de alto rango, especialmente reyes y emperadores que visitaban una provincia».5 En este sentido, parousia del término latino adventus ya descrito.

Estos dos usos técnicos del término «pueden acercarse mutuamente en su significado, pueden combinarse o incluso coincidir». Esto se ve en el Nuevo Testamento cuando los autores usan parousia para referirse al adviento o la venida de Cristo «y casi siempre a su venida mesiánica en gloria para juzgar al mundo al final de esta era».6 En la versión latina de estos pasajes, parousia es adventus. En Mateo 24,3, por ejemplo, los discípulos le preguntan a Jesús: «¿Cuál será el signo de tu venida [parousia, adventus] y del fin de los tiempos?». Él responde que «como el relámpago aparece en el oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida [parousia, adventus] del Hijo del hombre» (Mt 24,27).

En las dos cartas de san Pablo a los Tesalonicenses, el advenimiento se traduce varias veces como parousia. En 1 Tesalonicenses 2,19, el apóstol declara que la fe de los cristianos de Tesalónica es una razón para «nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona ante nuestro Señor cuando venga [parousia, adventus]». Él ora para que se presenten sin culpa «en la venida [parousia, adventus] de nuestro Señor Jesús con todos sus santos» (1Tes 3,13) y advierte que los vivos no tendrán ventaja sobre los muertos en «la venida [parousia, adventus] del Señor» (1Tes 4,15). Cerca del final de la carta, nuevamente ora para que Dios mantenga a los tesalonicenses sin mancha «en la venida [parousia, adventus] del Señor» (1Tes 5,23). En 2 Tesalonicenses 2,1, Pablo retorna al tema de «la venida [parousia, adventus] del Señor Jesucristo», vinculándolo al «día del Señor» en 2 Tesalonicenses 2,2 e instando a sus lectores a no alarmarse.7

Excepto 1 Tesalonicenses 2,19, los otros cuatro textos que acabamos de citar contienen la expresión adventus Domini (venida del Señor). En la carta de Santiago la encontramos dos veces:

Por tanto, hermanos, esperad con paciencia hasta la venida [parousia, adventus] del Señor … Fortaleced vuestros corazones, porque la venida [parousia, adventus] del Señor está cerca (Sant 5,7-8).

Como veremos en breve, la misma expresión, adventus Domini, aparecerá innumerables veces en los textos patrísticos y litúrgicos y quedará para siempre como nombre para el tiempo de Adviento.

Por otro lado, las cartas pastorales nunca usan la palabra parousia. En ellas, adventus traduce epiphaneia, que significa aparecer, apariencia. Al igual que parousia, también es un término técnico religioso que se refiere a «una manifestación visible de una divinidad invisible, ya sea en forma de apariencia personal o por alguna acción de poder por la cual se da a conocer su presencia».8 Y también se refiere a la venida final de Cristo. Aquí, sin embargo, el contraste no es entre presencia y ausencia, sino entre manifiesto y oculto, revelado y oculto, visible e invisible. De ahí que la luz, el esplendor y la gloria usualmente rodean a una epifanía.

En 1 Timoteo 6,14.16, Pablo ordena a Timoteo que persevere «hasta la manifestación [epiphaneia, adventus] de nuestro Señor Jesucristo … Él único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver». La segunda carta de Pablo a Timoteo sitúa la manifestación del Señor en el contexto del juicio. «Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación [epiphaneia, adventus] y por su reino» (2Tim 4,1), urge al destinatario a continuar proclamando el mensaje a pesar de la oposición. Como recompensa por tal fidelidad, el apóstol confía recibir «la corona de la justicia que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación [epiphaneia, adventus]» (2Tim 4,8). La carta de Pablo a Tito invita a llevar «una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación [epiphaneia, adventus] de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tit 2,13).

A pesar de que tanto las cartas de Pablo como las de Santiago y Pedro usan la palabra parousia para designar la venida final de Cristo, mientras que las cartas pastorales usan epiphaneia para referirse al mismo evento, 2 Tesalonicenses 2,8 une ambas palabras, declarando que el Señor Jesús destruirá al impío «por la manifestación [epiphaneia, illuminatio] de su venida [parousia, adventus]», o literalmente «por la epifanía de su parusía», que por supuesto «es pleonástica, ya que ambas palabras tienen el mismo sentido técnico».9

Solo una vez en el Nuevo Testamento, la palabra griega epiphaneia designa aparición en carne de Jesús. Se trata de 2 Timoteo 1,10, donde el apóstol declara que el designio y la gracia de Dios nos han sido manifestados ahora «por la aparición [epiphaneia] de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio». Pero aquí, como en 2 Tesalonicenses 2,8, epiphaneia es traducido al latín por illuminatio, no por adventus. Por tanto, en el Nuevo Testamento en latín, el término adventus, bien como traducción de parousia, bien como traducción de epiphaneia, siempre se refiere a la venida del Señor en gloria como juez al final de los tiempos y nunca a su venida en carne.

Sin embargo, en los inicios de la historia de la Iglesia, esto cambia.

1.3. Padres griegos

Ya en los primeros años del segundo siglo, Ignacio, obispo de Antioquía, decía a los cristianos de Filadelfia que lo que distinguía al Evangelio del Antiguo Testamento es que «contiene la venida [parousia] del Salvador, nuestro Señor Jesucristo, su pasión, su resurrección».10 Este podría ser el primer texto en el que la parusía se refiere no a la venida del Señor como juez al final de la historia, sino a su aparición en la tierra como el Verbo encarnado.

A mediados del siglo ii, Justino mártir, que escribió en griego al emperador Antonino Pío, menciona por primera vez dos venidas, dos parousias, una en el pasado y la otra en el futuro:

Los profetas predijeron dos venidas [duo parousias] de Cristo: la que ya tuvo lugar fue la de un hombre deshonrado y sufriente; la otra venida tendrá lugar, como está predicho, cuando él venga gloriosamente del cielo con su ejército angélico, levantará entonces también a la vida los cuerpos de todos los hombres que alguna vez existieron, cubrirá a los dignos de inmortalidad y relegará a los malvados a dolor sensible por toda la eternidad, al fuego eterno junto con los demonios malvados.11

En el Diálogo con Trifón, Justino contrasta varias veces las características de las dos venidas que encontramos en los profetas. Algunos pasajes «se refieren a la primera venida [parousia] de Cristo, en la cual se le describe como venida en desgracia, oscuridad y mortalidad; otros pasajes aluden a su segunda venida [parousia] cuando aparezca desde las nubes en gloria».12 En todo momento, afirma que las Escrituras «predijeron que habría dos venidas [parousias] de Cristo, una con sufrimiento y sin honor ni belleza, y otra en la que regresará en gloria para juzgar a todos los hombres». Agrega que «Elías será el precursor del gran y terrible día, es decir, de su segunda venida [parousia]».13 Más tarde, escribe que la primera venida [parousia] de Cristo fue «sin honor ni belleza» y «fue despreciado», pero que «en su venida [parousia] en la gloria, [él] destruirá completamente a todos los que lo odiaban y le daban la espalda con maldad, mientras introducirá en el descanso eterno a sus fieles seguidores y les concederá las bendiciones esperadas».14

Quizás el tratamiento más elocuente y extenso de la diferencia entre las dos venidas de Cristo es Cirilo de Jerusalén del siglo iii-iv. En una catequesis de Cuaresma basada en Daniel 7,9.13, afirma que

anunciamos la venida [parousia] de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.

Después de contrastar los dos nacimientos de Cristo, uno del Padre y el otro de María, él comenta:

En la primera venida [parousia] fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda «se revestirá de luz como vestidura» (Sl 103,2). En la primera «soportó la cruz, sin miedo a la ignominia» (Heb 12,2); en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles. No pensamos, pues, tan solo en la venida [parousia] pasada; esperamos también la futura.

El obispo añade:

De ambas venidas [parousias] habla el profeta Malaquías: «De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando»; he ahí la primera venida [parousia]. Respecto de la segunda venida [parousia] dice: «Y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo» (Mal 1,1).15

En la Liturgia de las Horas, esta catequesis de Cirilo aparece como segunda lectura del Oficio de lectura del domingo I de Adviento dando un tono para todo este tiempo litúrgico.

1.4. Padres latinos

La evolución del significado del término latino adventus siguió en gran medida el camino recorrido por la palabra griega parousia. Tertuliano, al escribir en el norte de África a principios del siglo iii, declara que después de Pascha, el período de Pentecostés es el momento más apropiado para bautizar porque entonces «se derramó por primera vez la gracia del Espíritu Santo y la esperanza de la venida de nuestro Señor [adventus Domini] se hizo evidente».16 Aquí, por supuesto, adventus Domini tiene el mismo significado que en el Nuevo Testamento: la venida del Señor en gloria. Sin embargo, en su tratado Contra Marciano, Tertuliano proporciona una larga lista de citas del Antiguo Testamento para mostrar que habría dos venidas de Cristo: la primera en humildad, la segunda en majestad; una oscurecida por los insultos infligidos, la otra gloriosa y «totalmente digna de Dios».17

Ambrosio (339-397) también entiende que la venida del Señor será su venida sobre las nubes del cielo (cf. Mt 24,30) cuando su presencia colme el mundo entero, tanto a la humanidad como a la naturaleza, cuando colme el corazón de cada creyente.18 Pero también usa adventus Domini para referirse a la venida a la tierra del Salvador en su encarnación, tal y como había sido profetizado.19 Para el obispo de Milán, por tanto, hay dos venidas. Ambas son redentoras: la primera para perdonar los pecados, propter redimenda peccata, y la segunda para frenar los delictos, propter reprimenda delicta.20

Un poco más adelante, Jerónimo (347-419/420) también escribe que los profetas y los evangelios enseñan que hay dos venidas del Señor: la primera cuando vino en humildad y la posterior cuando venga en gloria.21

Agustín (354-430) también habla de una primera y segunda venida de Cristo, criticando a aquellos que no reconocieron «el momento de su primera venida, por lo que no pudieron creer en él, ni esperar su segunda venida viéndolo cuando venga de nuevo». Añade: «Quien no reconoce la primera venida del Señor no puede prepararse para la segunda [Qui enim aduentum Domini non cognouerit primum, preparare se non poterit ad secundum]».22 La primera venida fue para la misión redentora de Jesús en la tierra. La segunda será cuando aparezca como juez al final del mundo. En definitiva, el obispo de Hipona, como los otros padres latinos, sostiene que «creemos dos venidas del Señor [duos adventus Domini credimus], una pretérita, otra futura».23

Hasta ahora, todos los autores estudiados, tanto griegos como latinos, comprenden la primera venida del Señor en el sentido amplio de todo su ministerio terrenal, marcado por la humildad, el despojamiento y la oscuridad, y que culminó con su rechazo, condena y crucifixión.

A comienzos del siglo v se produce un cambio decisivo con Juan Casiano, que identifica el adventus Domini con su nativitas, lo que limita la primera venida al nacimiento del Señor. En sus Siete libros sobre la encarnación del Señor contra Nestorio, escrito entre 429 y 430 «a petición del entonces diácono romano, más tarde el papa León I»,24 Casiano cita dos veces Baruc 3,36-38, pensado erróneamente que es un texto de Jeremías: «Fue visto en la tierra y habló con los hombres». Tras la segunda vez que cita este texto bíblico, comenta: «Puedes ver claramente que esto apunta a la venida y al nacimiento del Señor [adventus Domini ac nativitas]. Porque seguramente el Padre … no fue visto en la tierra, ni nació en la carne».25 En otro lugar del mismo tratado, menciona las palabras del ángel Gabriel a María en Lucas 1,31 como «el anuncio de una santa venida [sacri adventus nuntio]».26 Insiste en que la realización de la encarnación está más allá de cualquier poder humano, por lo que se debe enteramente a la iniciativa de Dios, afirmando que «el nacimiento [de Cristo] no podía darse excepto por medio de una venida [natiuitas agenda non erat nisi per aduentum]».27

Concluyendo, la frase adventus Domini tiene un significado dinámico. Es una acción que tiene como sujeto a la persona de Cristo y que tiene fuertes resonancias escatológicas, especialmente cuando se refiere a la venida del Señor en gloria. Pero incluso cuando se aplica a su nacimiento, enfatiza que este evento no es un mero acontecimiento físico sino teofánico y salvífico. Su nacimiento es el amanecer en el tiempo de la plenitud del tiempo, la entrada en la historia del objetivo de la historia, la aparición en un hombre del futuro definitivo de todos los hombres. A pesar de los contrastes que los padres nunca se cansan de exponer, el nacimiento del Señor en la tierra y su venida del cielo, ambos son venidas –son parousias y epiphanies–, la primera inaugurando lo que la segunda perfeccionará, la segunda completando lo que en la primera había comenzado. En la Palabra hecha carne, la divinidad se muestra en forma humana, permanentemente unida a la humanidad y reconciliando la creación con su creador. El misterio de la encarnación ya es el misterio pascual, y la Navidad es una fiesta de redención.

2. El tiempo de cuatro domingos

2.1. Nombre

El Sacramentario Gelasiano Vetus utiliza la frase neotestamentaria adventus Domini en el título de una de sus secciones: Orationes de adventum Domini (Oraciones para la venida del Señor).28 Se encuentran bajo este epígrafe oraciones y prefacios que, además de referirse a la venida de Cristo en la carne, se refieren también a su venida en gloria y expresan la esperanza escatológica de la Iglesia. Este sacramentario data del siglo vii y se usó en las iglesias «parroquiales» de Roma, conocidas como iglesias titulares o tituli, que eran atendidas por presbíteros.29 Es el más antiguo de los sacramentarios romanos, al que solo le antecede una colección no oficial de misas papales que figuran en un manuscrito conservado en Verona.30

La mencionada expresión del Nuevo Testamento también se encuentra en otros libros litúrgicos. Aunque el primer leccionario romano, el Comes de Würzburg, que data de mediados del siglo vi, omite un encabezado general y coloca los textos de adventu Domini en frente de las perícopas de cada semana.31

El Leccionario de Murbach del siglo viii, de que derivan generalmente las lecturas del Misal Romano de 1570, presenta su material de Adviento con las palabras Incipiunt lectiones de adventu Domini (Comienzan las lecturas de la venida del Señor).32 Cuatro de los seis antifonarios romanos más antiguos usan también adventus Domini en sus títulos, al menos para el primer domingo.33

De modo diverso, el sacramentario que el papa Adriano (772-795) envió a Carlomagno entre 784 y 791 omite la palabra Domini del título, conservando solo adventus. Aquí el término ha perdido su conexión con el Nuevo Testamento, con la persona de Cristo, y con el acto que llevará la historia de la salvación a su culmen. Adviento se había convertido simplemente en un período de tiempo antes de Navidad. Con la eliminación de Domini del nombre de este tiempo litúrgico, en consecuencia, se pierden todos los matices escatológicos que adventus Domini tiene en los evangelios y en las cartas paulinas. Este sacramentario también excluye todas las oraciones que se refieren a la venida de Cristo en gloria y mantiene solo aquellas que se refieren a su venida en la carne, en otras palabras, al adventus entendido como su nacimiento.

Aunque este sacramentario es una de las cuatro formas del Sacramentario Gregoriano, este libro para la misa no es obra del papa Gregorio Magno (590-604). Los estudiosos lo llaman Hadrianum. Las secciones más antiguas pueden remontarse al papa Honorius (625-638). Contiene las oraciones para la misa de las celebraciones del papa en Letrán o en las iglesias estacionales.34 El Gelasianum Vetus se sitúa en el modo presbiteral de la liturgia romana; el Hadrianum transmite el papal. Estos dos sacramentarios, por tanto, son de importancia capital y son citados frecuentemente, ya testimonian la coexistencia simultánea de dos tipos de liturgia en la antigua Roma medieval. De los dos, prevaleció el modo papal y quedó consagrado en el Missale Romanum de 1570 y sus posteriores ediciones, siendo la última la de 1962. La reforma del Misal después del Concilio Vaticano II se basa en gran medida en la tradición presbiteral conservada en el Gelasiano Vetus.

El nombre de las cuatro semanas anteriores a la Navidad en el Misal de 1962, así como en las tres ediciones típicas del Misal de Pablo VI, es tempus Adventus (tiempo de Adviento), siguiendo claro está el Sacramentario del papa Adriano. Quienes prepararon el Misal posconciliar aprovecharon muchas oraciones del Gelasiano Vetus para recuperar la dimensión escatológica de este tiempo, pero desafortunadamente no consiguieron recuperar Domini en el título, tal como se encuentra en ese Sacramentario, así como en el Comes de Würzburg, el Leccionario de Murbach y los cuatro de los primeros antifonarios.

2.2. De seis domingos a cuatro

Además del nombre del tiempo litúrgico, otra diferencia entre el Adviento del Gelasiano Vetus y el Hadrianum es su duración.35

Tanto en el Gelasiano Vetus como en el Comes de Würzburg, el Adviento consta de seis semanas, como duraba en la Galia y en España, y todavía hoy día en Milán. En el Sacramentario del papa Adriano, el Leccionario de Murbach y en cinco de los seis antifonarios antiguos, sin embargo, tiene solo cuatro semanas. Se cree que el papa Gregorio Magno fue el responsable de acortar este tiempo litúrgico y que su motivo fue diferenciar claramente el tiempo de Adviento del tiempo de Cuaresma y hacerlo coincidir, más o menos, con el mes de diciembre. Sin embargo, la reducción de las semanas afectó principalmente la liturgia papal de Letrán y no la liturgia de las iglesias titulares donde los presbíteros usaban alguna forma del Sacramentario Gelasiano Vetus. El tiempo de Adviento de duración diferente duró en Roma hasta bien entrado el siglo vii, cuando finalmente triunfó el modo papal.

Las Rúbricas Generales del Misal Romano de 1962, en el número 71, especificaban:

El tiempo del sagrado Adviento [tempus sacri Adventus] se extiende desde las primeras vísperas del primer domingo de Adviento hasta la nona de la vigilia de la Natividad del Señor inclusive.36

Las Normas Universales sobre el Año Litúrgico y sobre el Calendario, publicadas el 21 de marzo de 1969,37 describen el Adviento de manera algo diferente. El número 40 dice:

El tiempo de Adviento [tempus Adventus] comienza con las primeras vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras vísperas de Navidad.

La razón del cambio del final del Adviento de nona de la vigilia de la Navidad a las primeras vísperas de Navidad es probablemente porque el oficio de nona, destinado a ser rezado a la hora de nona, esto es, a las 15:00, ha sido sustituido, para quienes no están obligados por una ley particular a rezarla, por la hora intermedia, que puede rezarse en el momento más apropiado entre la mañana y la tarde.38

El tiempo de Adviento, entonces, tal y como se fijó en ambos misales, consta de cuatro domingos antes de Navidad y un número variable de días de la semana, según qué día de la semana caiga la Navidad. Cuando la Navidad cae en domingo, hay cuatro semanas completas, veintiocho días de Adviento. Sin embargo, cuando cae un lunes, solo hay tres semanas completas de Adviento, más el cuarto domingo que es 24 de diciembre, lo que hace un total de veintidós días.

2.3. Témporas

Una importante diferencia entre el Misal precedente (1962) y el renovado (1970), es la presencia previa de las témporas del miércoles, viernes y sábado de la tercera semana de Adviento. Los días de las témporas eran exclusivos de Roma, por tanto, desconocidos en otros lugares. Siempre el miércoles, el viernes y el sábado son principalmente días de ayuno arraigados en la antigua sociedad agrícola. Más o menos coincidiendo con el cambio de estaciones, se celebran cuatro veces al año: durante la primera semana de Cuaresma en primavera, la octava de Pentecostés en verano, la semana posterior al 14 de septiembre en otoño39 y la tercera semana de Adviento en invierno. El nombre latino para estos días es Quatuor Temporum, que significa las cuatro estaciones. Parece que el término inglés para designar las témporas, ember, deriva de temporum, a través de la palabra alemana Quatember, indica Thomas Talley.40 Sin embargo, la designación genérica Quatuor temporum no es antigua. No aparece hasta la primera edición impresa del Misal Romano en Milán en 1474.41

Estos días eventualmente dieron lugar a un conjunto diferentes de celebraciones eucarísticas. Pierre Jounel escribe:

Las témporas incluyen no solo ayunos sino también asambleas litúrgicas estacionales los miércoles y el viernes y nuevamente durante la noche del sábado al domingo. Estas asambleas se llevaron a cabo sucesivamente en las iglesias de Santa María la Mayor y de los Santos Apóstoles y en la basílica de San Pedro.42

Consecuentemente, cada día tiene textos propios para la misa, a diferencia de los otros días de semana de Adviento en los que se repite la misa del domingo. Los formularios de la misa de estos días muestran características arcaicas. El miércoles hay siempre dos lecturas antes del evangelio. Después de cada una se canta el gradual y, a la primera lectura, sigue una oración. Ambas lecturas están tomadas del Antiguo Testamento, excepto durante la octava de Pentecostés que se leen los Hechos de los Apóstoles.

Los sábados de las témporas se leen cinco lecturas del Antiguo Testamento antes de la epístola, esto es, un total de seis lecturas antes del evangelio. Como en tiempos se hacían en latín y en griego, los sacramentarios dan a estos sábados el título de Sabbato in XII lectiones (sábado de las doce lecturas). La última lectura del Antiguo Testamento es siempre Daniel 4,47-51. Cada lectura del Antiguo Testamento va seguida de una oración gradual, y el aleluya antes del evangelio viene sustituido por un tracto. En los siglos en los que estas liturgias del sábado eran vigilias nocturnas, culminaban con una celebración eucarística en las primeras horas del día del Señor, cumpliéndose así el objetivo del ayuno del sábado, no habiendo misa más tarde en el día. Los documentos antiguos indican la ausencia de misa el domingo con la expresión Dominica vacat. En los formularios que llegaron hasta el Misal tridentino, estos antiguos ayunos, una vez autónomos, fueron incorporados al Adviento y, de hecho, son la expresión más clara de lo que comúnmente se considera este tiempo litúrgico: preparación para el nacimiento de Jesús.

En cuanto al origen de las témporas, Jounel afirma que «pueden remontarse al papa Siricio a finales del siglo iv. San León Magno ya las consideraba tradicionales». Agrega además:

Las ordenaciones pronto se conectaron con las tres estaciones: los nombres de los candidatos eran anunciados el miércoles, después eran presentados al pueblo el viernes y eran ordenados durante la vigilia del sábado por la noche.43

El Calendario Romano revisado de 1969 eliminó las témporas del Calendario Universal por varias razones. Durante siglos, las vigilias nocturnas del sábado al domingo, como la vigilia pascual, se trasladaron al sábado por la mañana. Los pasos sucesivos de los ritos de ordenación ya no seguían vinculados a estos días. Después de que Pablo VI en 1966 suspendió la obligación de ayunar todos los días, excepto el miércoles de ceniza y el viernes santo,44 las témporas dejaron de ser días de ayuno obligatorios, lo cual era una de sus características esenciales. Además, estos días, a excepción de los de septiembre, habían perdido hacía mucho tiempo su carácter distintivamente agrícola y habían sido absorbidos por el Adviento, la Cuaresma y la octava de Pentecostés. Finalmente, en muchas partes del mundo en las que la Iglesia se había extendido en los últimos siglos, las Quatuor Temporum o las cuatro estaciones no coinciden con los tiempos presumidos por los textos litúrgicos. El número 45 de las Normas Universales sobre el Año Litúrgico y sobre el Calendario estipula que el propósito de las témporas es:

Orar a Dios por las diversas necesidades de los hombres, principalmente por los frutos de la tierra y el trabajo humano, y le da públicamente gracias a Dios.

Después los números 46-47 decretan que la duración y la frecuencia de estos días son determinadas por las Conferencias Episcopales y que los textos deben tomarse de las misas votivas para diversas ocasiones.

2.4. Modo de contar los domingos

En 1969, las Normas Universales sobre el Año Litúrgico y sobre el Calendario, en el número 41, afirman que «los domingos de este tiempo se denominan domingo I, II, III, IV de Adviento». Así se denominaban también antes en el Misal tridentino. Aunque esta designación parece obvia, tardó siglos en aparecer y en estandarizarse.

Los primeros documentos muestran una sorprendente diversidad al respecto. El Gelasiano Vetus contiene un encabezado general, Orationes de aduentum Domini, pero sin contabilizar los formularios. Cada uno de los formularios que sigue al primero, se designa simplemente como otra misa, Item alia missa. Al otro extremo, el Comes de Würzburg no tiene encabezado general, pero coloca la frase de aduentu Domini antes de cada perícopa, sin numerarlas y sin vincularlas ni a los domingos después de Pentecostés ni los domingos antes de Navidad, como hacen otros libros.

El Sacramentario Gellonense cubre todas las posibilidades. Contiene el título general Comienzo de las oraciones para el Adviento del Señor, después enumera las misas de los domingos, siguiendo dos maneras: como domingos de semanas después de Pentecostés, así como domingos previos a la Navidad en orden numérico inverso, salvo el último que lo llama Dominica vacat. Pero no incluye la palabra Adviento en ninguno de los títulos de los domingos.45 Otros Gelasianos del siglo viii, después de un título general que se refiere al Adviento, cuentan los domingos solo en orden inverso antes de Navidad, eliminando la referencia a semanas después de Pentecostés y omitiendo Adviento del nombre de cada domingo. El Leccionario de Alcuino hace lo mismo, pero extrañamente no coloca ningún encabezado general sobre las perícopas. De ahí que la palabra Adviento no aparezca en ningún momento en los títulos de estos cuatro conjuntos de lecturas ante natale Domini.46

El Sacramentario del papa Adriano se acerca más a la nomenclatura actual, pero solo parcialmente. Enumera los primeros tres domingos en orden numérico ascendente: primer, segundo y tercer domingo; al cuarto se refiere como Dominica vacat; no incluye la palabra Adviento en ninguno de ellos. El título general Oraciones para el Adviento era suficiente para indicar su propósito. El primer Misal que emplea exactamente la terminología presente tanto en el Misal preconciliar (1962), como en las tres ediciones del Misal de Pablo VI (1970, 1975, 2002) es la segunda edición típica del Misal tridentino, el editado por Clemente VIII en 1604.47

2.5. Del final al principio

Los antiguos sacramentarios y leccionarios romanos comienzan el ciclo anual con la vigilia de la Navidad del Señor. Aunque la Natividad se celebra en Roma desde el año 354, el Adviento no surgió allí hasta mediados del siglo vi.48 Para entonces, la progresión de las oraciones y lecturas distribuidas en el año estaba establecida: comenzaban con el nacimiento del Señor, continuaban con la Cuaresma que culminaba con el tiempo de Pascua y concluían con la larga serie de domingos después de Pentecostés, junto con las témporas y la conmemoración de los mártires y de otros santos. Los formularios para el Adviento, por tanto, representan adiciones relativamente tardías a un calendario litúrgico ya formado a lo largo de dos siglos de tradición litúrgica.

Manteniendo el nacimiento del Señor como comienzo del año – práctica que podría ser justificada con fuerza teológicamente–, los primeros sacramentarios y leccionarios introducen su material para el Adviento al final de los domingos después de Pentecostés. Esto tiende a acentuar la dimensión escatológica de este tiempo, especialmente cuando se le llama Adventus Domini. Dado que las témporas y las fiestas de los santos estaban en el calendario mucho antes de que comenzara el Adviento, su presencia determinó el lugar preciso donde se ubicaría el nuevo material. El Gelasiano Vetus introduce sus Oraciones para el Adviento del Señor antes de las tres témporas de diciembre, cuyo título genérico es Oraciones y plegarias para el mes décimo (GeV 1157-1177). El Hadrianum integra las misas de los tres primeros domingos con las memorias de los santos, pero coloca los textos para el cuarto domingo después de las témporas (GrH 790-804).

Los antifonarios romanos primitivos, por otro lado, como los libros litúrgicos galicanos e hispánicos, comienzan con el Adviento, creando así una situación desajustada con los cantos para la misa que se encuentra al inicio de los libros y las oraciones y lecturas hacia el final. Solo en los misales plenarios de los siglos xii y xiii comienzan a aparecer las misas de Adviento antes de la Navidad.49 Consecuentemente, el primer domingo de Adviento suele considerarse el comienzo del año litúrgico. Aunque no se indica en ningún documento magisterial, esta práctica recibe cierta justificación en el calendario de 1969 al colocar la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, el domingo anterior al primer domingo de Adviento, y denominarlo último domingo del tiempo ordinario, considerándolo, por tanto, el último domingo del año litúrgico. Además, en el Leccionario posconciliar, el ciclo de lecturas de la misa dominical cambia cada año en el primer domingo de Adviento. Esto, más que nada, sugiere que comienza un nuevo año litúrgico ese día. Por otro lado, la Constitución sobre la sagrada liturgia, en su número 102, refleja la visión más antigua del Adviento: situado como final del año y con una dimensión principalmente escatológica. Dice:

En el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.

Las palabras finales son una adaptación de Tito 2,13 y en latín terminan con la frase adventus Domini.

2.6. Morado y penitencial

Tanto en la actual forma ordinaria del rito romano como en la extraordinaria, se usan las vestiduras moradas para las celebraciones litúrgicas durante el Adviento y se omite el Gloria. En el Misal Romano de 1962, el Aleluya se omite también entre semana, pero no los domingos. Estos signos se adoptan normalmente como signos de penitencia y, de hecho, el papa Pío XII, en su famosa Encíclica sobre la liturgia Mediator Dei (1947), presenta el tiempo de Adviento con una terminología hondamente penitencial:

En el tiempo de Adviento, la Iglesia despierta en nosotros la conciencia de los pecados que hemos tenido la desgracia de cometer, y nos invita, reprimiendo nuestros deseos y practicando la mortificación voluntaria del cuerpo, a recogernos en meditación y a experimentar un deseo anhelante de volver a Dios, que es el único que puede librarnos por su gracia de la mancha del pecado y de sus malas consecuencias.

Históricamente, esta visión es relativamente reciente. Al principio, el Adviento era exclusivamente litúrgico, no ascético, tanto en Roma como en Ravena. En los siglos viii y ix, cuando la liturgia de la ciudad de Roma se extendió al norte de los Alpes, donde el ayuno y la abstinencia habían formado parte de la preparación para la Navidad o la Epifanía,50 las gentes de esos lugares interpretaron el tiempo de Adviento como un camino hacia esa celebración. Aunque esto no tuvo consecuencias en los textos de las misas, en el siglo xii se relacionó con el uso de vestimentas moradas, de la supresión del Gloria y, entre semana, de la omisión del Aleluya.51

En resumen, las variaciones del nombre, del contenido, de la extensión y de la ubicación de los textos de Adviento en los libros litúrgicos que hemos analizado, muestra que de algún modo este tiempo litúrgico fue evolucionando hasta el siglo xiii y el modo de identificar sus domingos no se fijó hasta 1604. Despojado de la mayor parte de su dimensión escatológica, sin el título Adventus Domini con sus evocaciones neotestamentarias, reducido de seis a cuatro domingos, situado inmediatamente antes de la Natividad del Señor, celebrado con ropas moradas, el tempus Adventus en el rito romano, hasta la reforma posconciliar, fue parcialmente penitencial y tenía como único objetivo preparar a los fieles a la celebración de la Navidad. Así sigue en la forma extraordinaria, siendo bastante diferente este tiempo litúrgico en la forma ordinaria. Vamos a presentar ambos planteamientos, comenzando por el Misal de 1962.

3. El «Misal Romano» de 1962

3.1. Domingos

3.1.1. Oraciones

En el Misal Romano de 1962, las tres oraciones presidenciales (oratio, secreta y postcommunio) derivan del Sacramentario del papa Adriano.52 En ninguna de estas oraciones se menciona la venida de Cristo en gloria, su regreso como juez, el fin del mundo o de cualquier otro evento escatológico. Tres de ellas hacen referencia explícita a la preparación de la Navidad. La oración después de la comunión del primer domingo pide que

nos preparemos con los honores debidos

a la solemnidad de nuestra redención que se aproxima.

La del tercer domingo pide que

estos divinos auxilios … nos preparen

para las solemnidades que se aproximan.

Y la colecta del miércoles de la tercera semana, el primer día de las témporas, pide

que la solemnidad venidera de nuestra redención

dé los auxilios para la vida presente

y nos conceda los premios de la eterna bienaventuranza.

Esto muestra que el Adviento papal de los siglos vii y viii, preservado en el Misal Romano de 1962, era un período de tiempo dedicado no a preparar a los fieles a encontrarse con el Señor en su parusía, sino a prepararlos para la celebración litúrgica de su nacimiento y dogmáticamente se vivía como una fiesta de redención. La oración colecta del segundo domingo lo expresa más claramente. Aludiendo al evangelio del día, Mateo 11,2-10, que presenta a Juan el Bautista como el enviado para preparar el camino del Señor, pide:

Despierta, Señor, nuestros corazones

para que preparemos los caminos de tu Unigénito,

para que por su venida [per ejus adventum]

merezcamos servirte con el ser purificado.

La primera palabra de esta oración, «despierta», que traduce el latín excita, es la petición inicial de tres de las cuatro oraciones colectas de los domingos: el primero, el segundo y el cuarto. En el segundo domingo, se pide a Dios que «despierte nuestros corazones». En el primer y en el cuarto domingo, se le pide que mueva su fuerza y venga. Esa audaz petición, «Excita, quaesumus, Domine, potentiam tuam et veni», proviene del salmo 79,3 y se canta como gradual y como Aleluya del tercer domingo. La repetición de esta petición en las oraciones y cantos de Adviento es uno de los elementos que hacen que este tiempo sea tan única.

3.1.2. Lecturas

En la misa tridentina solo hay dos lecturas bíblicas para cada domingo, denominadas epístola y evangelio. Las lee el sacerdote en ambos lados del altar, derecho e izquierdo respectivamente, y no se encuentran en un libro separado, el Leccionario, sino en el Misal, al igual que los cantos asignados para el día. El Misal contiene, por tanto, todos los textos que un sacerdote necesita para celebrar la misa. Ayudado de uno o dos ministros, lee todas las oraciones, las lecturas y los cantos. Aunque en la misa solemne un subdiácono canta la epístola, un diácono canta el evangelio y un coro canta los cantos apropiados, se requiere que el sacerdote lea también todo esto en silencio o en voz baja. De modo que la misa tridentina está organizada en función de un único sacerdote que ofrece la misa él solo. Cuando el coro y la asamblea cantan el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei, o cuando otros ministros cumplen sus correspondientes funciones, al sacerdote no le afecta. Él actúa del mismo modo estén presentes o ausentes.

Para los cuatro domingos de Adviento hay un total de ocho lecturas en el Misal Romano de 1962: cuatro epístolas y cuatro evangelios. Excepto el evangelio del cuarto domingo, todas ellas se encuentran en el Leccionario de Murbach,53 aunque en distinto orden y generalmente con emparejamientos diferentes entre epístolas y evangelios. Por ejemplo, el relato del Hijo del hombre que viene en una nube de Lucas 21,25-33, prescrito para el primer domingo en el Misal Romano de 1962, figura el tercer domingo en el Leccionario de Murbach. Y se leía juntamente con Romanos 15,4-13, que en el Misal Romano de 1962 se lee el segundo domingo con Mateo 11,2-10.

De modo que, en las fuentes primitivas, encontramos las mismas lecturas pero en posición diferente. La distribución de los evangelios en el Misal tridentino de 1570 y, consecuentemente, en el Misal Romano de 1962 sería más lógico: el primer domingo, la venida del Hijo del hombre con gran poder y majestad (Lc 21,25-33), y en los siguientes tres domingos encontramos a Juan el Bautista, en el segundo domingo dando Jesús testimonio de él (Mt 11,2-10), en el tercero es Juan Bautista quien se autodefine ante Jesús (Jn 1,19-28), y en el cuarto la inauguración solemne de la predicación del precursor (Lc 3,1-6), que es una repetición del evangelio del día anterior, sábado de las témporas. Pero las epístolas de estos domingos no tienen conexión intrínseca con los evangelios.

Cyrille Vogel explica que en el Comes y el Evangeliario de Würzburg las listas de epístolas y evangelios «son romanas y están hechas por el mismo redactor, pero proceden de diferentes épocas y no se corresponden entre sí».54 Prosigue:

Las Iglesias usaban libros de lecturas que provenían de diferentes épocas y pertenecían a diferentes tipos. El hecho de que un leccionario romano, o más bien un leccionario romano-franco como el Leccionario de Murbach, prevaleciera finalmente en Occidente es un resultado accidental de la romanización del culto producida por los reformadores carolingios. En ningún lugar se puede encontrar un intento sistemático de organizar un sistema de lecturas.55

Esto solo se producirá después del Concilio Vaticano II.

3.1.3. Cantos

Todos los textos cantados de los primeros tres domingos de Adviento del Misal Romano de 1962 ya se encuentran en los seis manuscritos más antiguos del antifonario romano, que datan de los siglos viii-ix. Esta unanimidad, especialmente respecto al versículo del Aleluya, lleva a René Jean Hesbert, editor del Antiphonale Missarum Sextuplex, a señalar que «estamos en presencia de una primitiva organización».56 Por las razones que vamos a explicar, la elección de los cantos para el cuarto domingo difiere ligeramente en los manuscritos, tres de ellos no mencionan ningún canto debido a la falta de una misa dominical después de la vigilia del sábado por la noche. El Misal Romano de 1962 reproduce el manuscrito que toma los cantos para el cuarto domingo de las témporas del miércoles.

Los textos del primer domingo reflejan una inusual coherencia y unidad. Tres de los cinco lo toman del salmo 24. Concretamente el introito es el salmo 24,1-3:

A ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados.

La segunda parte de la antífona se utiliza como gradual:

Los que esperan en ti no quedan defraudados.

La antífona completa del introito se retoma en el momento del ofertorio:

A ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados.

Más que cualquier otro texto, estos versículos del salmo 24 muestran que el Adviento es un tiempo de expectativa, de esperanza y de espera, junto con la confianza de no sentirse defraudado por un Dios atento a las necesidades de su pueblo.

El versículo del Aleluya del primer domingo usa las conocidas palabras del salmo 84,8: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación». El mismo versículo se usa como ofertorio del segundo domingo, precedido del versículo 7 del mismo salmo: «¿No vas a devolvernos la vida, para que tu pueblo se alegre contigo?». El salmo 84,13, «El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto», es la antífona de comunión del primer domingo y las palabras iniciales del salmo: «Señor, has sido bueno con tu tierra», se escuchan en el introito y en el ofertorio del tercer domingo.

Como ya señalamos, el salmo 79,3b, «Despierta tu poder y ven a salvarnos», además de figurar como comienzo de varias oraciones, es el versículo del Aleluya del tercer domingo. El salmo 79,2.3.6 es el gradual de ese domingo:

Tú, Señor, que te sientas sobre querubines, despierta tu poder y ven. Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño.

Así, los primeros versículos del mismo salmo se emplean tanto para el gradual como para el Aleluya del tercer domingo. Queda claro, por tanto, que los salmos 24, 79 y 84 destacan como los salmos preferidos para el Adviento.

Los cantos para el segundo domingo están vinculados por el tema de Sión o Jerusalén y tres de los seis manuscritos más antiguos del antifonario romano indican que la iglesia estacional para ese día es la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén.57 El introito anuncia:

Pueblo de Sión, mira el Señor que vendrá a salvar a las naciones (Is 30,30).

El gradual declara:

De Sión la hermosura de su belleza: viene nuestro Dios (Sl 49,2-3).

Inmediatamente después, el Aleluya canta:

¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! (Sl 121,1).

La antífona de comunión exclama:

Levántate, Jerusalén, sube a la altura, contempla la alegría que Dios te envía» (Bar 5,5; 4,36).

Solo la antífona para el ofertorio, Deus, tu, no tiene ninguna referencia a Jerusalén o Sión, y Hesbert sospecha que esto se debe a un error del redactor.58 Sea como sea, sorprende que el tema de Sión o Jerusalén se limita a los cantos y no se encuentra ni en las lecturas ni en las oraciones.

Este no es el caso del tercer domingo. En ese día, el introito, bastante largo, «Gaudete in Domino semper» («Alegraos siempre en el Señor»), es la mitad del texto de la carta a los Filipenses 4,4-7. Debido a la primera palabra de la antífona, este domingo se conoce popularmente como domingo de Gaudete y es la correspondencia del Adviento con el domingo Laetare de Cuaresma. Ambos domingos se pueden utilizar vestiduras litúrgicas de color rosa.

3.2. Témporas

En el Misal Romano de 1962, las oraciones de los tres días de las témporas, como las de los domingos, provienen del Sacramentario del papa Adriano (GrH 790-804). Cuando se llega al miércoles de las témporas, lo que la Iglesia está preparando, esperando y anhelando durante el Adviento está mucho más próximo que el primer domingo. Cuando la Navidad cae en lunes, el sábado es el día anterior a la Nochebuena. El cumplimiento inminente de la esperanza de Adviento se expresa en el segundo gradual del miércoles, «Prope est Dominus» («El Señor está cerca de los que lo invocan») (Sl 144,18). El introito del viernes se dirige a Dios con palabras similares, «Prope es tu, Domine» («Estás cerca, Señor, y todos tus mandatos son estables») (Sl 118,151).

Estos días las oraciones se vuelven más intensas, más urgentes. Tres veces se escucha la súplica del salmo 79,3: «Excita potentiam tuam et veni» («Despierta tu poder y ven»). La primera vez aparece en la oración colecta del viernes, que añade:

que aquellos que confían en tu amor bondadoso

puedan ser liberados con más rapidez de toda adversidad.

Las otras dos veces están en cantos del sábado. El gradual que sigue a la tercera lectura de ese día canta:

Oh Señor, Dios de los ejércitos, conviértenos y muestra tu rostro, y seremos salvados. Agita tu poder, oh Señor, y ven a salvarnos.

Antes del evangelio, el texto pide:

Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño; tú que te sientas sobre querubines, resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés; despierta tu poder y ven a salvarnos.

Como si fuera disminuyendo la paciencia, la segunda oración del miércoles, posiblemente aludiendo a Habacuc 2,3 y Hebreos 10,37, suplica: «Apresúrate, te rogamos, Señor, no tardes en llegar». En las palabras del salmo 79,2.4, el introito del sábado exclama:

Ven, Señor, muéstranos tu rostro, tú que te sientas sobre querubines, resplandece y seremos salvados.

Otra característica de las témporas es la frecuencia con las que aparecen las lecturas y los cánticos del profeta Isaías.59 El miércoles, el introito es «Rorate, coeli», la conocida súplica de Isaías 45,8:

Cielos, destilad desde lo alto; nubes derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al salvador.

Las dos lecturas antes del evangelio son de Isaías. La primera, Isaías 2,2-5, es la visión escatológica de las naciones que caminan hacia la casa del Dios de Jacob, preparada en las montañas más altas. La segunda, lsaías 7,10-15, narra que «una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel». El evangelio, Lucas 1,26-38, sin citar este pasaje como hace Mateo 1,23, anuncia su cumplimiento cuando la Virgen María da su consentimiento al plan divino revelado por el ángel Gabriel. La antífona del ofertorio es Isaías 35,4:

Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará.

La antífona de comunión repite Isaías 7,14: «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo», escuchado también en la primera lectura. Como vemos, por tanto, la misa del miércoles de las témporas es excepcionalmente coherente.

El viernes solo hay una lectura antes del evangelio, y es Isaías 11,1-5, representado innumerables veces en ilustraciones de manuscritos, murales y vidrieras:

Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor.

El sábado de las témporas o sábado de las doce lecturas, cuatro de las cinco lecturas del Antiguo Testamento son de Isaías, y la otra es siempre Daniel 3,47-51, seguida del cántico de los tres jóvenes en el horno de Daniel 3,52-56. Los evangelios de estos tres días relatan episodios clave que llevaron al nacimiento de Jesús: el miércoles la anunciación (Lc 1,26-38), el viernes la visitación (Lc 1,37-47) y el sábado el clamor de Juan, hijo de Zacarías, en el desierto para preparar el camino del Señor, «como estaba escrito –señala el evangelista– en el libro del profeta Isaías». Como todos estos relatos se han tomado del evangelio de Lucas, los tres días de las témporas de Adviento mantienen además una unidad y dirección.

El formulario de misa para el cuarto domingo es posterior al de los tres primeros, porque originalmente la única Eucaristía celebrada en este día era la que concluía la vigilia de toda la noche del sábado. Cuando se ensambló un formulario para el cuarto domingo, se tomaron varios textos de las témporas de los días precedentes, haciendo de él un compuesto. El evangelio, la misión de Juan el Bautista en Lucas 3,1-6, se toma del sábado de las témporas. El introito, Rorate coeli, el gradual, Prope est Dominus, y la comunión, Ecce virgo concipiet, son todos ellos del miércoles de las témporas.

3.3. Vigilia de Navidad

El título del formulario de la misa de este día ha permanecido prácticamente invariable a lo largo de su historia: Vigilia de la Natividad del Señor. La hora de su celebración, sin embargo, ha cambiado. Los primeros sacramentarios añaden al título ad nonam (a la hora de nona),60 lo que indica que la misa se celebraba aproximadamente a las tres de la tarde. En ese momento se inauguraban las fiestas navideñas. Por esta razón, el formulario se encuentra al comienzo de los sacramentarios antiguos, justo antes de los formularios de las tres misas de Navidad; el material de Adviento, como hemos visto, se inserta de varias maneras al final del ciclo temporal, siguiendo a los domingos después de Pentecostés. Contrariamente a su tiempo y propósito originales, en el Misal Romano de 1962, la Eucaristía para la vigilia de la Navidad se celebra en la mañana del 24 de diciembre. Ya no es la misa inaugural de la Navidad, sino que se ha convertido en la última misa de Adviento.

Los cantos son espléndidos. Mirando hacia la maravilla del día siguiente, el introito y el gradual de esta celebración anuncian:

Este día sabrás que el Señor vendrá a salvarnos, y en la mañana veréis su gloria.

En Éxodo 16,6-7, con esas mismas palabras, Moisés y Aarón dan a conocer la promesa del Señor de hacer llover pan del cielo para el pueblo que acaba de sacar de Egipto, pero que ahora murmura en el desierto. Además de evocar el discurso del pan de vida de Juan 6,28-58 y el origen celestial de Jesús, cuyo nacimiento terrenal está a punto de celebrarse, este anuncio coloca toda la liturgia de Cristo en el contexto del éxodo, es decir, en el contexto de la redención inaugurada con la Pascua judía y culminada en Cristo.

La oración colecta, una composición magistral proveniente del GrH 36, también presente en GeV 1156, se refiere a Cristo como «nuestro redentor» y a su nacimiento como «nuestra redención». Y reza así:

Oh Dios, que cada año nos alegras

con la esperanza de nuestra redención,

concede a quienes acogemos gozosos

a tu Unigénito, Jesucristo Señor nuestro,

como redentor

poder contemplarle sin temor

cuando venga también como juez.

Esta es la única mención a la segunda venida en las oraciones del Adviento de la forma extraordinaria del rito romano.

El versículo del Aleluya, que lamentablemente se canta solo los domingos, contribuye a ahondar más en el carácter redentor de la Navidad. Tomado de 4 Esdras 16,53, declara:

Mañana será abolida la iniquidad de la tierra y el Salvador del mundo reinará sobre nosotros.

La frase «Salvador del mundo» recuerda la invitación que se va haciendo mientras se destapa la cruz el viernes santo, que dice así en el Misal Romano de 1962: «Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo», y la antigua glosa de salmo 98: «El Señor reina desde el madero» (el destacado es mío).

La epístola, Romanos 1,1-16, mira no solo a la Navidad sino también a la Pascua, o mejor aún, mira a la Navidad a la luz de la Pascua, presentando la persona de Cristo como descendiente de David según la carne pero Hijo de Dios por la resurrección de entre los muertos. En el evangelio (Mt 1,18-21) el ángel del Señor se dirige a José como «hijo de David», diciéndole que su esposa ha concebido por obra del Espíritu Santo y que debe llamar Jesús al niño «porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Jesús traza su linaje davídico y, por tanto, mesiánico, a través de José, no de María; y, a través de sus obras de salvación, su ministerio terrenal que termina con su muerte y su glorificación, actualiza el significado de su nombre.

3.4. Conclusiones

Reflexionando sobre el material recogido en el Misal de 1962, uno se sorprende ante todo por su antigüedad y por su durabilidad. Las lecturas, las oraciones y los cantos se remontan a algunas de las fuentes escritas más antiguas de la liturgia romana y se han mantenido inalterados a lo largo de los siglos. La repetición del grito Excita del salmo 79,3 conecta las semanas y une textos de diversos géneros, impartiendo así continuidad a este tiempo litúrgico. Un número limitado de versículos del salmo 24 y del salmo 84 infunden familiaridad. Las palabras y las melodías de los cantos son espléndidas y permanecen así incluso cuando se cantan entre semana. Las témporas de la tercera semana con sus adecuadas fórmulas y distintivas estructuras son un buen contraste con las dos semanas anteriores. Habiendo pasado de la visión del juicio final en el evangelio del primer domingo, a la llamada a la conversión del Bautista en los dos siguientes, las lecturas de Isaías en las témporas y los relatos del evangelio de la anunciación y la visitación guían a los fieles constantemente al umbral del misterio navideño y les inculca el deseo del nacimiento del niño.

Pero el Misal Romano de 1962 también tiene deficiencias. No hay prefacios adecuados ni misas adecuadas para los días de semana, excepto los días de las témporas. Contiene oraciones provenientes de una única tradición litúrgicas de las dos existentes de la ciudad de Roma: la papal, la estacional, representada por el Sacramentario Gregoriano enviado a Carlomagno por el papa Adriano, que en Adviento, comprende solo cuatro semanas. Muchas de las oraciones de la otra tradición litúrgica, la presbiteral, conservadas en el Sacramentario Gelasiano Vetus en el que el Adviento consta de seis semanas, no fueron recibidas. El formulario para el cuarto domingo es una construcción artificial ensamblada de piezas de días anteriores. El Leccionario es particularmente débil. Las epístolas y los evangelios están elegidos al azar y no están bien emparejados. Los evangelios sobre Juan el Bautista que encontramos tres de los cuatro domingos pueden ser excesivos, dada la riqueza de otros materiales disponibles. Las lecturas son abundantes y ricas en las témporas, pero desafortunadamente solo las pueden escuchar un número relativamente pequeño de fieles que asisten a la misa entre semana. Sin lecturas de Isaías y de otros profetas y libros del Antiguo Testamento en los domingos, no se presenta a la gran mayoría de los fieles el lugar del nacimiento de Cristo en el largo recorrido de la historia de la salvación, y las esperanzas de Israel y de las naciones que cumple la encarnación no se expresan. Por último, aunque las referencias a la segunda venida se escuchan en las epístolas del primer y cuarto domingo así como del sábado de las témporas, están ausentes en los evangelios después del primer domingo y en todas las oraciones, excepto la oración colecta de la Nochebuena. Estos son defectos que la Ordenación de las Lecturas de la Misa, publicada primero en 1969 y revisada después en 1981, y las tres ediciones del Misal de Pablo VI han sido admirablemente corregidas.

4. El «Misal» de Pablo VI

4.1. Domingos

El número 39 de las Normas Universales sobre el Año Litúrgico y sobre el Calendario afirma:

El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que, por este recuerdo, se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos.

Al momento, notamos una gran diferencia con el Misal precedente. Mientras que el Misal Romano de 1962 se enfoca principalmente, si no exclusivamente, a la primera venida, el Misal reformado amplía la visión para incluir también la segunda. Este puede ser uno de los muchos ecos litúrgicos del esfuerzo del Concilio Vaticano II por recuperar e integrar la escatología en el pensamiento católico, en particular la enseñanza sobre la naturaleza escatológica de la Iglesia peregrina del capítulo 7 de la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium. Las Normas Universales, en el mencionado número 39, agrega:

El Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre.

Se trata de una perspectiva alentadora y positiva, en contraste con el planteamiento obscuro de Pío XII que vimos en Mediator Dei.

4.1.1. Lecturas

Aquí debemos recordar que siguiendo los números 35 y 51 de Sacrosanctum Concilium, los domingos en la misa de Pablo VI se configuraron con tres lecturas distribuidas en un período de tres años, haciendo un total de nueve lecturas para cada uno de los cuatro domingos de Adviento y un total de treinta y seis para el tiempo litúrgico completo; en contraste con las ocho lecturas del Misal Romano de 1962. Además, excepto durante el tiempo de Pascua, la primera lectura es del Antiguo Testamento. Las lecturas ya no están contenidas en el Misal sino en otros libros, el Leccionario y el Libro de los Evangelios, y ya no se leen desde el altar, que se reserva para las ofrendas eucarísticas, sino en un atril o ambón. Las dos primeras lecturas son leídas del Leccionario por lectores, preferiblemente dos, uno para cada lectura, y el evangelio es leído del Libro de los Evangelios por un diácono o, si no hay diácono, por el mismo sacerdote. Mientras cada ministro proclama la Palabra del Señor, los otros escuchan, al igual que toda la asamblea. Nadie debe leer el texto en silencio para sí mismo. Después de la primera lectura, un solista canta el salmo responsorial, y la asamblea repite el estribillo. A diferencia de los graduales del Misal Romano de 1962, que se componían de solo uno o dos versículos de un salmo, generalmente de contenido genérico, ahora los salmos responsoriales son mucho más largos y cuidadosamente elegidos para hacer eco del contenido específico de la lectura que le antecede.61

En resumen, la liturgia de la Palabra, al igual que el resto de la liturgia eucarística, ahora es una acción comunitaria, eclesial, en el que cada participante tiene su propio rol. Esto se refleja en los diferentes tipos de libros litúrgicos correspondientes a diferentes ministerios.

En la misa actual, las lecturas bíblicas no solo son más numerosas que en el pasado, sino que están elegidas con más atención y organizadas sistemáticamente según los principios claramente enunciados. Comenzando por los evangelios, la Ordenación de las Lecturas de la Misa de 1981,62 en su número 93, explica al respecto de los domingos de Adviento:

Las lecturas del evangelio tienen una característica propia: se refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (primer domingo), a Juan Bautista (segundo y tercer domingos), a los acontecimientos que prepararon de cerca el nacimiento del Señor (cuarto domingo).

Esto define la estructura fundamental de la temática de Adviento. Otras lecturas son elegidas en función del evangelio, y en ocasiones las oraciones reflejan el contenido de las lecturas. El tema del cuarto domingo, dedicado a los acontecimientos que preceden inmediatamente al nacimiento de Cristo, es nuevo; lo encontramos en las témporas del Misal Romano de 1962, pero no en domingo. El tema del primer domingo, la segunda venida, y el tema del segundo y tercer domingos, Juan el Bautista, son más o menos los mismos que antes. La diferencia es que estos temas, aunque son semejantes en la misma semana de cada uno de los tres ciclos, provienen de diferentes evangelistas, cada uno con su propio punto de vista así como acentos, perspectivas y énfasis.

El primer domingo en el ciclo A, Jesús exhorta a estar dispuestos y atentos en Mateo 24,37-44 porque el Hijo del hombre vendrá tan repentina e inesperadamente como el diluvio en los días de Noé o como un ladrón en la noche. En el pasaje paralelo de Marcos 13,33-37 del ciclo B, Jesús también invita a la vigilancia, no sea que el Señor regrese sin previo aviso como el amo de una familia que marchó de viaje, y nos encuentra durmiendo en lugar de cumplir los deberes confiados. En la primera parte del evangelio del ciclo C, Lucas 21,25-28, que es el mismo que en el Misal Romano de 1962, Jesús presenta la agitación y la angustia apocalípticas del fin de los tiempos como preludio del comienzo de la redención. A esto, el Leccionario añade los versículos 34-36, que no estaban en el Misal Romano de 1962, una exhortación característicamente lucana a la oración ante el fin del cosmos para que los creyentes pueden encontrar al Hijo del hombre que se viene.

Los siguientes dos domingos nos presentan a la persona de Juan el Bautista. El segundo domingo, los tres años lo retratan como la voz que ruge en el desierto (cf. Is 40,3) y acentúan su invitación a la conversión. En el ciclo A, Mateo 3,1-12 se narra la predicación al arrepentimiento y la invitación a bautizarse en vistas del juicio inminente. En el ciclo B, Marcos 1,1-8, sin referencia al juicio, coordina las dos actividades del Bautista, diciendo que predicó un bautismo de conversión, y añade que fue para el perdón de los pecados, no mencionado por Mateo. En el ciclo C, Lucas 3,1-6 comienza con una gran introducción, colocando a Juan en su contexto histórico, luego, tras describir su vestimenta y cómo se alimentaba, declara, como Marcos, que proclamó un bautismo de conversión para el perdón de pecados. En el Misal Romano de 1962, este evangelio se lee el sábado de las témporas, que a su vez es repetido el cuarto domingo.

En el tercer domingo, las lecturas del evangelio de los tres años vuelven a tratar del precursor, pero no se alinean entre sí tan bien como las del domingo anterior. En el ciclo A, Jesús relata en Mateo 11,2-11 las acciones que deberían ser suficientes para que se le reconozca como el Mesías, luego alaba a Juan como profeta, y más que como un profeta, para preparar su camino. En el ciclo B, Juan el Bautista confiesa en Juan 1,6-8.19-28 que él no es el mesías, sino uno que viene detrás de él y hasta ahora desconocido, y que no se merece ni siquiera desatarle las correas de sus sandalias. El evangelio del tercer domingo del año C, Lucas 3,10-18, continúa el evangelio de la semana anterior, Lucas 3,1-6. En este domingo, sin embargo, Juan les dice a las multitudes cómo dar frutos de conversión y así escapar de la ira divina que viene.

El cuarto domingo, dice el número 93 de la Ordenación de las Lecturas de la Misa está dedicado a «los acontecimientos que prepararon de cerca el nacimiento del Señor». En el ciclo A, Mateo 1,18-24 narra cómo el ángel le revela a José que su esposa, María, concebirá y dará a luz un hijo a quien llamaría Jesús. El evangelista añade que esto cumple la profecía de Isaías 7,14, escuchada en la primera lectura. En el ciclo B, Lucas 1,26-38 relata la anunciación de María, seguida en el ciclo siguiente de la visita de María a su prima Isabel, recogida en Lucas 1,39-48. Señalamos que el evangelio de los cuatro domingos de Adviento en el ciclo A está tomado de Mateo, como en el resto del año, y que en el ciclo C, los cuatro evangelios son de Lucas, al igual que los otros domingos de ese año. En el ciclo B, los evangelios normalmente se toman de Marcos, y en Adviento esto solo se produce los dos primeros domingos. Dado que Marcos es más corto que los otros y no tiene los relatos de la infancia, el evangelio del tercer domingo de ese ciclo se toma de Juan, y el del cuarto se toma de Lucas.

Respecto a la primera lectura, que es del Antiguo Testamento, la Ordenación de las Lecturas de la Misa afirma en su número 93:

Son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico, tomadas principalmente del libro de Isaías.

En el ciclo A, las lecturas son de la primera parte de Isaías, capítulos 1–39, donde Dios ofrece un perdón ilimitado para todos los que lo buscan. El primer domingo, Isaías 2,1-5 esboza la visión de un futuro glorioso en el que todas las naciones caminan hacia el monte del Señor. El segundo domingo, Isaías 11,1-10 prevé un renuevo que brota de la raíz de Jesé sobre la cual descansará el Espíritu del Señor. El tercer domingo, Isaías 35,1-6a.10 describe a los redimidos que regresan a Sión: cojos, débiles, ciegos y sordos. El cuarto domingo se lee Isaías 7,10-14 del llamado libro de Emmanuel: una virgen concibe y da a luz un hijo al que llamará Emmanuel. El evangelio de ese día, Mateo 1,28-24, cita estas palabras y declara que se han cumplido en María.63

En el ciclo B, la selección del segundo domingo, Isaías 40,1-5.9-11, ofrece el comienzo del llamado Libro de la Consolación, que destaca por contener el conocido pasaje sobre la voz que clama en el desierto, que será citado de diversos modos y se aplicará a Juan el Bautista en los evangelios de los tres años de ese domingo y, además, en el ciclo B también el tercer domingo. El primer domingo del ciclo B se lee Isaías 63,16b-17; 64,1-3b.8 y el tercer domingo se lee Isaías 61,1-2a.10-11, todo de la tercera parte de Isaías, capítulos 56–66. Las lecturas de Isaías terminan el tercer domingo del ciclo B. En el cuarto domingo de ese año, la primera lectura, 2 Samuel 7,1-5.8-12.16, aunque proviene de un libro histórico y no profético, tiene un contenido profético: las palabras de Nathan sobre la determinación del Señor de construir una casa para David, palabras cumplidas más allá de lo que se imaginaba, en el evangelio de ese día, Lucas 1,26-38, que narra la concepción de María de un hijo que gobernaría sobre el trono de David para siempre.

En el ciclo C, la primera lectura no es de Isaías, sino de otros cuatro profetas: Jeremías (33,14-16) el primer domingo, Baruc (5,1-9) el segundo y Sofonías (3,14-18a) el tercero; todos ellos expresan el gozo y la alegría de Jerusalén. El cuarto domingo se lee a Miqueas 5,2-5a con su referencia a Belén y «a la madre del Mesías».64

En cuanto a la segunda lectura, el número 93 de la Ordenación de las Lecturas de la Misa, afirma:

Las lecturas del apóstol contienen exhortaciones y amonestaciones conformes a las diversas características de este tiempo.

Las del primer domingo tratan sobre cómo deben comportarse los cristianos mientras esperan el regreso del Señor y concuerdan con el carácter escatológico de ese día, reflejado en los evangelios y en las lecturas del Antiguo Testamento. Las del cuarto domingo se relacionan de manera bastante explícita con los acontecimientos narrados en los evangelios y predichos por los profetas. Las del segundo y tercer domingo son más genéricas en contenido y se enmarcan en el tiempo litúrgico más que en un día en concreto.

4.1.2. Oraciones

El Misal de Pablo VI ha sustituido las cuatro oraciones colecta dominicales del Misal Romano de 1962 por otras extraídas de fuentes antiguas que expresan mejor los temas del tiempo litúrgico tal como se define en la Ordenación de las Lecturas de la Misa, número 93, dando lugar así a formularios más coherentes y unificados en los que las oraciones, las lecturas y, a veces, las antífonas están conectadas entre sí.65 La oración Aurem tuam que se encontraba el tercer domingo, ha sido cambiada por una oración muy similar procedente de GeV 1137 y las tres oraciones que comenzaban con Excita se han desplazado a los días laborables.

La oración que previamente se encontraba en el primer domingo, Excita, quaesumus, Domine, potentiam tuam et veni, ahora figura el viernes de la primera semana. Ha sido reemplazada por una de las misas de Adviento del Sacramentario Gelasiano Vetus, donde era una poscomunión (GeV 1139). Y en ella se pide a Dios para sus fieles:

el deseo de salir acompañados de buenas obras

al encuentro de Cristo que viene,

para que, colocados a su derecha,

merezcan poseer el reino de los cielos.

Ser colocados a la derecha de Cristo en el reino es una alusión a la escena del juicio final de Mateo 25,34-36, en la que el rey invita a los que están a su derecha a venir y tomar posesión del reino preparado para ellos. La petición concuerda perfectamente con el contenido escatológico de las lecturas del primer domingo.

La oración colecta del segundo domingo del Misal Romano de 1962 era otra de las oraciones Excita:

Despierta, Señor, nuestros corazones para que preparemos los caminos de tu Unigénito…

Se ha situado el jueves de la segunda semana. Y en su lugar hay otra oración tomada del Gelasiano Vetus (GeV 1153):

Dios todopoderoso, rico en misericordia,

no permitas que,

cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo,

lo impidan los afanes terrenales,

para que, aprendiendo la sabiduría celestial,

podamos participar plenamente de su vida.

Aquí también se percibe un tono escatológico. La petición de no estar impedidos por los afanes terrenales in occursum festinantes o «cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo», como las vírgenes prudentes de Mateo 25,6 cuando se les anuncia a medianoche que ha llegado el esposo que esperan y salen a su encuentro. Por tanto, las oraciones colectas de los dos primeros domingos hacen referencia a la parusía del Señor.

Mientras las oraciones colectas de los dos primeros domingos se refieren al regreso glorioso del Señor, la del tercer domingo, tomada del Rotulus de Rávena (Rot 25 = Ve 1356),66 se centra en el segundo tema del Adviento: la preparación para la celebración de su nacimiento.67 En ella se pide:

Oh Dios,

que contemplas cómo tu pueblo

espera con fidelidad la fiesta del nacimiento del Señor,

concédenos llegar a la alegría

de tan gran acontecimiento de salvación

y celebrarlo siempre con solemnidad y júbilo desbordante.

La mención de «la alegría de tan gran acontecimiento de salvación» y el «júbilo desbordante» hacen eco del tradicional introito del tercer domingo, Gaudete in Domino semper (Alegraos siempre en el Señor). El relato bíblico del cual se toma esta exhortación, Filipenses 4,4-5, se lee en el ciclo C. La primera lectura en ese año, Zacarías 3,14-18a, pide varias veces a la hija Sión que se regocije ante la presencia del rey de Israel, el Señor, en medio de ella. En el ciclo B, las dos lecturas anteriores al evangelio, Isaías 61,1-2a.10-11 y 1 Tesalonicenses 5,16-24, contienen muchas referencias a la alegría, como la primera lectura del ciclo A, Isaías 35,1-6a.10. Expresiones de gozo y alegría, regocijo y júbilo, unen el introito, las oraciones y las lecturas del tercer domingo en los tres ciclos.

El cuarto domingo del Misal Romano de 1962 se encuentra la tercera oración colecta Excita, que clama al Señor: «Despierta tu poder y ven a socorrernos con tu fuerza». El Misal de Pablo VI la cambia al jueves de la primera semana, reemplazándola con la habitual oración de conclusión del Angelus:

Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones,

para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel,

la encarnación de Cristo, tu Hijo,

lleguemos, por su pasión y su cruz,

a la gloria de la resurrección.

En el Hadrianum, esta es la poscomunión de la fiesta de la anunciación del 25 de marzo (GrH 142), pero funciona perfectamente como oración colecta del cuarto domingo debido a su mención a la encarnación, que está en el centro de todas las lecturas de este domingo y, como veremos más adelante, se menciona en la oración sobre las ofrendas. Sin embargo, pasa rápidamente de la encarnación a los acontecimientos pascuales y concluye con la petición de que se nos conceda parte en la gloria de la resurrección, que, por supuesto, está reservada para el futuro escatológico. La oración colecta, por tanto, une admirablemente las dos venidas de Cristo y en la petición final conecta el último domingo del tiempo de Adviento con los dos primeros en los que oramos para estar al lado de Cristo en su reino y ser admitidos a su compañía en el cielo.

Esta sección no estaría completa sin decir alguna palabra sobre las otras dos oraciones presidenciales: la oración sobre las ofrendas y la oración después de la comunión. El primer domingo, la oración sobre las ofrendas se toma del Veronense (Ve 575). Pide que

lo que nos concedes celebrar con devoción durante nuestra vida mortal

sea para nosotros premio de tu redención eterna.

En el evangelio del ciclo C, Jesús afirma que «tu redención está cerca» (Lc 21,28). La oración después de la comunión del primer domingo del Misal Romano de 1962 figura ahora el 18 de diciembre. Se ha reemplazado por una combinación de dos textos del Veronense (Ve 1053 y Ve 175), en la que se pide:

Fructifique en nosotros, Señor, la celebración de estos sacramentos,

con los que tú nos enseñas, ya en este mundo que pasa,

a descubrir el valor de los bienes del cielo

y a poner en ellos nuestro corazón.

Ambas oraciones encajan muy bien con el carácter escatológico del primer domingo y probablemente por esta razón se eligieron para reemplazar la secreta y la poscomunión del Misal Romano de 1962.

En el segundo y tercer domingo, la oración sobre las ofrendas y la oración después de la comunión son las mismas en ambos misales.

Las del cuarto domingo, inclinados hacia la próxima celebración del nacimiento de Cristo, son diferentes. La oración sobre las ofrendas procede del sacramentario de Bérgamo (B 84). Haciéndose eco del evangelio del ciclo A cuando se anuncia a María que la criatura que hay en su vientre «viene del Espíritu Santo» (Mt 1,18) y el ciclo B cuando el ángel Gabriel le asegura que «el Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35), reza:

El mismo Espíritu,

que colmó con su poder las entrañas de santa María,

santifique, Señor, estos dones

que hemos colocado sobre tu altar.

La oración después de la comunión, cuyas primeras palabras proceden del Ve 741 y el resto es una modificación de un prefacio de Cuaresma,68 mira por completo hacia la Navidad, llamándola «fiesta de la salvación» y pidiendo que, «cuanto más se acerca», «crezca en nosotros tanto el fervor para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu Hijo». Como veremos brevemente, las oraciones sobre las ofrendas y las oraciones después de la comunión de los primeros tres domingos se repiten de lunes a viernes hasta el tercer viernes.

Tras la oración después de la comunión de cada domingo de los tiempos de Adviento, Navidad y Pascua, el Misal actual indica que «se puede usar la fórmula de bendición solemne». Estas fórmulas se encuentran después del Ordinario de la Misa. Se realizan tras la invitación del diácono o del sacerdote a inclinarse para recibir la bendición y constan de tres partes a las que, después de cada una, los fieles responden: «Amén». La primera y la tercera parte de la bendición solemne para Adviento se refieren a las dos venidas de Cristo. La primera parte pide:

Dios todopoderoso y rico en misericordia,

por su Hijo Jesucristo,

cuya venida en carne creéis

y cuyo retorno glorioso esperáis,

en la celebración de los misterios del Adviento,

os ilumine y os llene de sus bendiciones.

La tercera parte añade:

Y así, los que ahora os alegráis

por el próximo nacimiento de nuestro redentor,

cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria

recibáis el premio de la vida eterna.

4.2. Ferias hasta el 16 de diciembre

En el Leccionario y el Misal de Pablo VI hay dos series de misas entre semana. Ambas son nuevas y no tienen paralelo en el Misal Romano de 1962. La primera serie es para días de la semana: desde el lunes de la primera semana hasta el viernes de la tercera semana. La segunda serie es para la semana que va del 17 de diciembre al 24 de diciembre. Esta última serie tiene precedencia sobre la primera, excepto los domingos, y lo más pronto que puede comenzar es el sábado de la segunda semana, cuando la Navidad cae en lunes.

4.2.1. Lecturas

El número 94 de la Ordenación de las Lecturas de la Misa, explica respecto a la primera parte del Adviento:

Se lee el libro de Isaías, siguiendo el mismo orden del libro, sin excluir aquellos fragmentos más importantes que se leen también en los domingos.

Esto dura, por lo menos, hasta el jueves de la segunda semana. Hasta entonces, la primera lectura es una lectura semicontinua de Isaías 1–40. Los evangelios son una variedad de pasajes de Mateo y Lucas que «están relacionados con la primera lectura», afirma la Ordenación de las Lecturas de la Misa en el número 94. En estos primeros días el acento está en Isaías.

Esto cambia a partir del jueves de la segunda semana, ya que el énfasis se enfoca a los evangelios. A partir de ese día y hasta el viernes de la tercera semana, se encuentran los textos evangélicos que recogen los relatos de Juan el Bautista. Estos se toman de Mateo y Lucas, excepto el último día que es Juan 5,33-36. En estos días, dice la Ordenación de las Lecturas de la Misa en el número 94:

La primera lectura es o bien una continuación del libro de Isaías, o bien un texto relacionado con el evangelio.

En realidad, en este período solo hay tres lecturas que no son de Isaías: Eclesiástico 48,1-3.9-11 el sábado segundo, la alabanza de Elías, que en el evangelio es comparado por Jesús con Juan el Bautista; Números 24,2-7.15-17a el lunes de la tercera semana, el oráculo de Balaán; y Sofonías 3,1-2.9-13 el martes de la tercera semana, la promesa de la salvación para el resto fiel en Jerusalén.

4.2.2. Oraciones

De las diecisiete colectas de estas misas, seis proceden del Gelasiano Vetus,69 seis son del Rotulus de Rávena,70 y cinco del Misal Romano de 1962; las oraciones colectas del primer, segundo y cuarto domingos situadas ahora el viernes de la primera semana, el jueves de la segunda semana y el jueves de la primera semana, respectivamente, y dos del sábado de las témporas, la tercero se colocó el jueves de la tercera semana y la cuarto el miércoles de la tercera semana.

Algunas de estas oraciones, especialmente las que proceden del Gelasiano Vetus, miran a la parusía. La del lunes de la primera semana, por ejemplo, pide a Dios:

Concédenos, Señor Dios nuestro,

esperar vigilantes la venida de Cristo, tu Hijo,

para que, cuando llegue y llame a la puerta,

nos encuentre velando en oración

y cantando con alegría sus alabanzas.

El miércoles de la primera semana reza:

para que cuando llegue Cristo, tu Hijo,

nos encuentre dignos del banquete de la vida eterna

y merezcamos recibir de su mano el alimento celestial.

El viernes de la segunda semana solicita que:

nos apresuremos a salir a su encuentro

con las lámparas encendidas,

como nos enseñó nuestro Salvador.

Estas tres oraciones están basadas en Lucas 12,35-37:

Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados … los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.

Otras oraciones tienen que ver con la preparación para la Navidad.

El lunes de la segunda semana pide:

que los deseos de servirte con total pureza

nos conduzcan hasta el gran misterio

de la encarnación de tu Unigénito.

El martes de la segunda semana reza diciendo:

concédenos esperar con alegría

la gloria del nacimiento de tu Hijo.

La del sábado de la primera semana incluye ambas venidas; después de recordar que:

para librar a la humanidad

de la antigua esclavitud del pecado

enviaste a tu Unigénito a este mundo.

Pide a Dios:

concede a los que esperamos con fe el don de tu amor,

alcanzar la recompensa de la libertad verdadera.

Las oraciones sobre las ofrendas y las oraciones después de la comunión de los días entre semana hasta el viernes de la tercera semana no son propias, sino que, como hemos mencionado previamente, se toman de los primeros tres domingos. Las del primer domingo se repiten todos los lunes y los jueves, las del segundo domingo se repiten todos los martes y los viernes, y las del tercer domingo se repiten todos los miércoles y los sábados de las dos primeras semanas, pero no de la tercera. El sábado de la tercera semana forma ya parte de la segunda parte del tiempo de Adviento, esto es, la que discurre del 17 al 24 de diciembre. Durante más de mil años, las antífonas de la «O»71 se han cantado con el Magnificat durante este período, y las laudes matutinas tienen antífonas apropiadas para cada día. El Concilio de Zaragoza del año 384, decretó que desde el 17 de diciembre, los fieles deberían reunirse en la iglesia todos los días hasta la Epifanía.72

4.3. Ferias del 17 de diciembre hasta el 24 de diciembre

4.3.1. Lecturas

La Ordenación de las Lecturas de la Misa, afirma en su número 94:

En la última semana antes de Navidad, se leen los acontecimientos que prepararon de inmediato el nacimiento del Señor, tomados del evangelio de san Mateo (capítulo 1) y de san Lucas (capítulo 1).

Las lecturas de Mateo figuran el 17 y el 18 de diciembre: comienza la genealogía en 1,1-17, seguida de la anunciación a José en 1,18-24. Del 19 al 24 de diciembre se leen textos seguidos del primer capítulo de Lucas: el 19 de diciembre, la aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el templo anunciando la concepción de Juan (1,5-25); el 20 de diciembre el anuncio a María (1,26-38); el 21 de diciembre la visitación (1,39-45); el 22 de diciembre el Magnificat de María; el 23 de diciembre, el nacimiento y la imposición del nombre de Juan (1,57-66); y el 24 de diciembre, la profecía de Zacarías o Benedictus (1,67-79).

En la primera lectura –sigue el número 94 de la Ordenación de las Lecturas de la Misa– se han seleccionado algunos textos de diversos libros del Antiguo Testamento, teniendo en cuenta el evangelio del día, entre los que se encuentran algunos vaticinios mesiánicos de gran importancia.

El contenido de las misas de esta segunda parte del Adviento es básicamente el mismo que el de las témporas del Misal Romano de 1962, pero mucho más completo.

Una innovación del Leccionario de Pablo VI de estos días es que los versículos del Aleluya de estos días son las antífonas de la «O».

4.3.2 Oraciones

Al igual que las oraciones colecta de las misas de entre semana de la primera parte del Adviento, las del 17 al 24 de diciembre proceden de una variedad de fuentes. Dos son del Misal Romano de 1962: la del 18 de diciembre es la segunda oración del sábado de las témporas; la del 24 de diciembre es la del miércoles de las témporas. De las otras seis, cuatro son del Rotulus de Rávena, las de los días 17, 19, 20 y 23 de diciembre.73 Estas oraciones no son una preparación para la Navidad sino más bien una anticipación.74 La del 17 de diciembre puede ser la más rica doctrinalmente:

Oh Dios, creador y redentor de la naturaleza humana,

que has querido que tu Verbo

se encarnase en el seno de María, siempre virgen,

escucha complacido nuestras súplicas,

para que tu Unigénito, hecho hombre,

nos haga partícipes de su divinidad.

El 20 de diciembre, cuando la primera lectura narra la señal del Señor con Acaz en Isaías 7,10-14 y el evangelio relata la anunciación a María de Lucas 1,26-38, la oración colecta es completamente mariana en contenido:

Oh Dios de eterna grandeza,

ya que la Virgen Inmaculada,

por el anuncio del ángel,

acogió tu Verbo inefable

y, transformada en templo de tu divinidad,

se llenó con la luz del Espíritu Santo,

concédenos que, a ejemplo suyo,

aceptemos humildemente tu voluntad.

El 21 de diciembre ambas venidas están incluidas en la oración:

Escucha con bondad, Señor, las oraciones de tu pueblo,

para que, alegres por la venida de tu Unigénito en nuestra carne,

consigamos la recompensa de la vida eterna

cuando vuelva en la majestad de su gloria.

La referencia a la venida de Cristo «en nuestra carne» y la venida futura «en su gloria» recuerda el contraste que muchos de los santos padres hicieron entre ambas venidas del Señor.

Diversamente de las misas de entre semana de la primera parte del Adviento, cada día del 17 al 24 de diciembre tiene sus propias oraciones sobre las ofrendas y después de la comunión. El 18 de diciembre se usa la poscomunión del primer domingo del Misal Romano de 1962. Las otras están tomadas de una amplia variedad de fuentes antiguas, a veces con modificaciones. Varias señalan la proximidad de la Navidad. La oración sobre las ofrendas del 23 de diciembre pide que:

celebraremos, con el alma purificada,

el nacimiento de nuestro redentor.

La oración después de la comunión del 19 de diciembre pide:

que recibamos con el corazón purificado

el nacimiento admirable de nuestro Salvador.

Otras oraciones mencionan la segunda venida. La oración después de la comunión del 17 de diciembre reza pidiendo que:

resplandezcamos delante de Cristo que se acerca,

como luminarias de su gloria.

El 22 de diciembre pide, aludiendo a las vírgenes sensatas de Mateo 25,6 que escuchamos por primera vez en el contexto del segundo domingo, que:

acompañados por las buenas obras,

merezcamos salir al encuentro del Salvador que viene

y recibir el premio de la bienaventuranza.

El 24 de diciembre se mencionan las dos venidas de Cristo, pero en diferentes oraciones. La oración sobre las ofrendas se refiere a la parusía pidiendo que purificados de nuestros pecados

podamos esperar con el corazón limpio

la gloriosa venida de tu Hijo.

La oración después de la comunión se dirige a Dios diciendo que nos conceda:

prepararnos para adorar a tu Hijo en su nacimiento.

Y añade después una petición de carácter escatológico:

de manera que recibamos con gozo sus bienes eternos.

1 Dos nuevos prefaciosLa tercera edición típica del Misal de Pablo VI contiene noventa y dos prefacios, dos de los cuales son para el Adviento.75 El primero se usa hasta el 16 de diciembre, el segundo del 17 al 24 de diciembre. Ambos tienen la misma estructura: reconocimiento de lo que Dios ha hecho en la historia de la salvación pasada, una breve mención a sus acciones presentes y una expresión más larga de la esperanza futura.El título del primer prefacio es Las dos venidas de Cristo. Y reza así refiriéndose a Cristo:Quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne,realizó el plan de redención trazado desde antiguoy nos abrió el camino de la salvación eterna,para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria,revelando así la plenitud de su obra,podamos recibir los bienes prometidosque ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.De nuestro presente, dice que «en vigilante espera, confiamos alcanzar». El objetivo de nuestra esperanza es que «cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria», «podamos recibir los bienes prometidos». El prefacio expresa diariamente el tema que domina las lecturas y las oraciones de la primera parte de este tiempo litúrgico y cuenta cómo lo que Cristo hizo por nosotros en el pasado nos hace confiar en el presente para recibir en el futuro lo que nos prometió.76 En otras palabras, la acción de gracias por la primera venida genera el anhelo por la segunda y, podríamos añadir, debería disipar el excesivo temor ante el castigo divino. El contraste entre las dos venidas, en humildad la primera y en gloria la segunda, expuesta por los santos padres y mencionada en varias oraciones, también destaca aquí.La primera sección del segundo prefacio señala a las personas que protagonizan destacadamente las lecturas de los últimos ocho días de Adviento: los profetas, la Virgen madre, el Bautista. Recuerda que:A quien todos los profetas anunciaron,la Virgen esperó con inefable amor de madre,Juan lo proclamó ya próximoy señaló después entre los hombres.En la última semana de este tiempo litúrgico, confiesa que Cristo nos concede:prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento.El título de este prefacio es La doble expectación de Cristo. El primer prefacio hablaba de las dos venidas de Cristo. El segundo habla de una sola venida, pero de dos grupos que la esperan. El primer grupo son los profetas, la Virgen madre y el Bautista. El segundo grupo somos nosotros. Unos lo esperaban en el pasado. Nosotros lo esperamos en el presente. Su espera fue histórica. La nuestra es litúrgica.4.5. ConclusionesEl Misal de Pablo VI hace que la expectación de la segunda venida de Cristo forme parte del Adviento al igual que el recuerdo de su primera venida. Encontramos formularios de misa para todos los días de la semana en este tiempo. Los formularios de misa desde el 17 de diciembre hasta el 24 preparan en un camino más explícito la Navidad y tienen un contenido mucho más completo que las témporas del Misal Romano de 1962. Dado que muchas de las nuevas oraciones están tomadas del Sacramentario Gelasiano Vetus, el sentido del Adviento en el Misal de Pablo VI está muy bien expresado, quizás por primera vez, gracias a la herencia literaria de la Iglesia de Roma, tanto presbiteral como papal. Las oraciones tomadas del Rotulus de Rávena revelan el profundo contenido doctrinal de este tiempo. Los dos nuevos prefacios son el mejor ejemplo de cómo la habilidad creativa contemporánea, arraigada en la tradición, puede crear eucología.Mientras, las lecturas en el Misal de 1962 son pocas y, normalmente, están elegidas al azar, el Leccionario posconciliar es muy bueno en estructura y contenido. Incluye prácticamente todas las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, especialmente las de Isaías, todos los textos sobre la misión de Juan el Bautista y todo el material de los evangelios relacionados con el nacimiento de Jesús. Las oraciones presidenciales con frecuencia están en correspondencia con las lecturas.

2 Cf. «Adventus», en A. Forcellinus (ed.), Totius Latinitatis Lexicon 1, Prati: Typis Aldinianis 1858, 110; «Adventus», en P.G.W. Clare (ed.), Oxford Latin Dictionary, Oxford: The Clarendon Press 1997, 55-56; «Adventus», en C.T. Lewis – C. Short (eds.), A Latin Dictionary, Oxford: The Clarendon Press 1879, 48.

3 Cf. A.G. Martimort (ed.), The Church at Prayer 4, Collegeville (MN): Liturgical Press 1987, 91.

4 «Parousia», en W.F. Arndt – F.W. Gingrich (eds.), A Greek-English Lexicon of the New Testament, Chicago: The University of Chicago Press 1957, 635.

5 «Parousia», en Arndt-Gingrich (eds.), A Greek-English Lexicon, 635.

6 «Parousia», en Arndt-Gingrich (eds.), A Greek-English Lexicon, 635.

7 2Pe 3,4-13 ofrece más detalles sobre la conexión entre parusía, el día del juicio y el día del Señor.

8 «Epiphaneia», en W.F. Arndt – F.W. Gingrich (eds.), A Greek-English Lexicon of the New Testament, Chicago: The University of Chicago Press 1957, 304.

9 «Epiphaneia», en Arndt-Gingrich (eds.), A Greek-English Lexicon, 304.

10 Ignacio de Antioquía, A los Filadelfios 9.

11 Justino, Primera apología 52, 3.

12 Justino, Trifón 14, 8; cf. Justino, Trifón 32, 2.

13 Justino, Trifón 49, 2. Al igual que en Trifón 40, 4, relata que los dos terneros requeridos para los sacrificios judíos –en ningún lugar mencionados en la Biblia– «fueron un anuncio de las dos venidas [parousias] de Cristo».

14 Justino, Trifón 121, 3; cf. Justino, Trifón 52.

15 Cirilo de Jerusalén, Catequesis XV, 1-2.

16 Tertuliano, Sobre el bautismo 19.

17 Tertuliano, Cinco libros contra Marción 111.

18 Ambrosio, Exposición del evangelio según Lucas X, 39.

19 Ambrosio, Exposición de los salmos XXXV, 22.

20 Ambrosio, Exposición del evangelio según Lucas X, 17.

21 Jerónimo, Cartas 121, 11.

22 Agustín, Cartas 199, 6.

23 Agustín, Enarraciones sobre los salmos IX, 1.

24 B. Altaner, Patrology, Freiburg: Herder 1960, 538.

25 Juan Casiano, Siete libros sobre la encarnación del Señor contra Nestorio IV, 9.

26 Juan Casiano, Siete libros sobre la encarnación del Señor contra Nestorio II, 2.

27 Juan Casiano, Siete libros sobre la encarnación del Señor contra Nestorio II, 2.

28 GeV, título LXXX.

29 Sobre las Iglesias titulares: cf. J.F. Baldovin, The Urban Character of Christian Worship (Orientalia Christiana Analecta 228), Roma: Pontificium Institutum Studiorurn Orientalium 1987, 108. 112-15.

30 Se puede consultar información sobre este sacramentario así como de otras fuentes litúrgicas en C. Vogel, Medieval Liturgy: An Introduction to the Sources, Washington, DC: The Pastoral Press 1986.

31 EpW CLXX-CLXXIIII.

32 EpW CXLVII.

33 AMS 1a.

34 Sobre las iglesias estacionales y la liturgia estacional de Roma: cf. Baldovin, The Urban Character, 143-166.

35 Cf. A. Chavasse, Le Sacramentaire Gélasien (Vaticanus Reginensis 316). Sacramentaire presbytéral en usage dans les titres romains au VII siècle, Tournai: Desclée & Co. 1958, 412-426. Una excelente exposión sobre el origen y la historia inicial del Adviento se encuentra en M.J. Connell, «The Origins and Evolution of Advent in the West», en M.E. Johnson (ed.), Between Memory and Hope, Collegeville (MN): Liturgical Press 2000, 349-371; más recientemente: «Advent», en P.F. Bradshaw-M.E. Johnson, The Origins of Feasts, Fasts and Seasons in Early Christianity (Alcuin Club Collections 86), Collegeville (MN): Liturgical Press 2011, 158-168.

36 Cf. Juan XXIII, «Litterae apostolicae motu proprio datae Rubricarum instructum (25 iulii 1960)», Acta Apostolicae Sedis 52 (1960) 593-595; Sagrada Congregación de Ritos, «Rubricae Breviarii et Missalis Romani (26 iulii 1960)», Acta Apostolicae Sedis 52 (1960) 597-705.

37 La edición más reciente se encuentra en la editio tipica tertia emendata del Missale Romanum publicada en 2008.

38 Cf. Ordenación General de la Liturgia de las Horas, núms. 74-78.

39 En el Misal Romano de 1962 los formularios para estos días se encuentran entre los domingos XVII y XVIII después de Pentecostés.

40 T. Talley, The Origins of the Liturgical Year, Collegeville (MN): Liturgical Press 21986, 148.

41 Para la lista de los títulos: cf. P. Bruylants (ed.), Les oraisons du Missel Romain 1, Louvain: Abbaye du Mont César 1952, núms. 5-7. En el número 5 se incluye «in quatuor tempora» en el título del miércoles de la tercera semana, siendo al parecer un error. En la edición del manuscrito de G.B. Shin-Ho Chang, Vetus Missale Romanum Monasticum Lateranensis, Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana 2002, 1373, se encuentra solo en la Feria IIII. Este Vetus Missale se llama comúnmente Misal Lateranense.

42 Cf. Martimort (ed.), The Church at Prayer 4, 28-29.

43 Cf. Martimort (ed.), The Church at Prayer 4, 28-29. El texto que se cita en la página 28 nota 51 es particularmente valioso.

44 Cf. Pablo VI, Constitución apostólica Paenitemini (17 de febrero de 1966), núm. III, II, 3.

45 GeV títulos 277, 281, 288, 290, 294.

46 Alc CXCVII, CXCVIII, CXCVIIII, CCVIII.

47 Cf. Bruylants (ed.), Les oraisons du Missel Romain 1, núms. 1, 3, 4, 6.

48 El testimonio más antiguo de esta lista de perícopas se encuentra en el Epistolario de Würzburg.

49 Por ejemplo el Misal Lateranense: cf. Shin-Ho Chang, Vetus Missale Romanum. En este Misal de mitades del siglo xiii la frase «in adventu Domini» todavía se encuentra en el primer domingo.

50 Cf. Connell, «The Origins and Evolution of Advent», 349-371.

51 A. Adam, The Liturgical Year, Collegeville (MN): Liturgical Press 1979, 131.

52 En lugar de «oratio», denominamos a la primera oración «colecta».

53 M CXLVII, CL, CLI, CLII, CLVI. Para la lista de lecturas de los antiguos leccionarios y del Misal de 1570: cf. A. Nocent, The Liturgical Year 1, Collegeville (MN): Liturgical Press 1977, 168-171.

54 Vogel, Medieval Liturgy, 339.

55 Vogel, Medieval Liturgy, 349.

56 AMS XXXVII. Sobre los cantos del Misal Romano, especialmente aquellos de Adviento: cf. J. McKinnon, The Advent Project, Berkeley: University of California Press 2000.

57 AMS 2.

58 AMS XXXVII-XXXVIII.

59 Hasta el momento solo encontramos dos cánticos de Isaías: el introito del segundo domingo (Is 30,30) ya citado, y la antífona de comunión del tercer domingo (Is 35,4).

60 Bruylants (ed.), Les oraisons du Missel Romain 1, núm. 9.

61 Desafortunadamente, los límites de espacio no nos permiten comentar estos salmos y su vínculo con la lectura que los precede.

62 El texto se encuentra como prenotandos de los leccionarios.

63 En el Misal Romano de 1962 Isaías 2,2-5, Isaías 7,10-15 y Lucas 1,26-38 se leen en las témporas del miércoles e Isaías 11,1-5 en las témporas del viernes.

64 Nota a Miqueas 5,3 en la Biblia de Jerusalén (Bilbao: Desclée de Brouwer).

65 Para las fuentes litúrgicas de las oraciones de Adviento y Navidad con sus posibles alusiones bíblicas y patrísticas: cf. C. Johnson – A. Ward, The Sources of the Roman Missal (1975). 1: Advent, Christmas, Roma 1986; reproducido también en Notitiae 22 (1986) núms. 240-242; también los seis artículos de A. Dumas, «Les sources du Missel Romain», Notitiae 7 (1971), con las indicaciones en cada tiempo litúrgico de las fuentes de todas las oraciones del Missale Romanum de 1970.

66 Este rótulo contiene cuarenta y dos oraciones que tratan temas característicos de Adviento y Navidad. La mayoría de las oraciones están incluidas en los misales romanos y ambrosianos reformados. Cf. A. Ward, «The Rotulus of Ravenna as a Source in the 2000 “Missale Romanum”», Ephemerides Liturgicae 121 (2007) 129-176. El texto latino de estas oraciones se encuentra en la edición de Mohlberg del Sacramentario Veronense, en sus páginas 173-178. Se identifican por su número en el Rotulus y por su número en la edición de Mohlberg.

67 La oración después de la comunión tiene un contenido semejante. Proveniente del Misal Romano de 1962, pide que «este divino alimento que hemos recibido nos purifique del pecado y nos prepare a las fiestas que se acercan».

68 Cf. Johnson - A. Ward, The Sources, 495.

69 Lunes de la I semana = GeV 1128; miércoles de la I semana = GeV 1131; viernes de la II semana = GeV 1136; lunes de la III semana = GeV 1137; martes de la III semana = GeV 49; viernes de la III semana = GeV 1126.

70 Martes de la I semana = Rot 3 (Ve 1334); sábado de la I semana = Rot 7 (Ve 1338); lunes de la II semana = Rot 13 (Ve 1344); martes de la II semana = Rot 14 (Ve 1345); miércoles de la II semana = Rot 6 (Ve 1337); sábado de la II semana = Rot 19 (Ve 1350).

71 Para una breve reflexión al respecto, incluyendo las alusiones bíblicas: cf. Nocent, Liturgical Year 1, 162-167.

72 Cf. Connell, «The Origins and Evolution of Advent», 363-365.

73 Estas son Rot 31 (= Ve 1362), Rot 2 (= Ve 1333), Rot 30 (= Ve 1361) y Rot 24 (= Ve 1355), respectivamente.

74 El prefacio II de Adviento lo menciona explícitamente: «El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento».

75 El Misal Romano de 1975 tiene 82 prefacios. Para conocer sus fuentes litúrgicas y las alusiones que haya bíblicas y patrísticas: cf. A. Ward – C. Johnson, The Prefaces of the Roman Missal, Roma: Tipografia Poliglotta Vaticana 1989.

76 Corresponde exactamente con la descripción de este tiempo de las Normas Universales, número 39: «Se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que, por este recuerdo, se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos».

De Adviento a Pentecostés

Подняться наверх