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CAPÍTULO 1: INTRODUCCIÓN

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Todas las amenazas de vida parecen ser exclusivas de aquellos que las experimentan. Y, sin embargo, desde un punto de vista diferente, todas las amenazas comparten aspectos comunes. Por ejemplo, todo evento conlleva un momento de preparación, un momento de manifestación, un momento de inestabilidad y un momento de recuperación. Los términos científicos para estos momentos son fase previa al impacto, fase de impacto, fase posterior al impacto y fase de recuperación.

Del mismo modo, cada situación involucra a individuos, familias, grupos y comunidades; adultos y niños; personas aptas y vulnerables; líderes y seguidores.

Cada situación es física, emocional y socialmente estresante, y en cada una de ellas un cierto conjunto de respuestas de estrés heredadas intentan restaurar el equilibrio.

Aunque todas las situaciones traumáticas comparten elementos comunes, también son diferentes. Nos damos cuenta de que los accidentes de tráfico difieren de las inundaciones, y ambos difieren de las guerras.

Es aquí donde tratamos de orientar la pandemia, un desastre o una situación traumática fuera de nuestra experiencia previa.

Veamos lo que sabemos de epidemias y pandemias pasadas.

Epidemias y pandemias pasadas

A lo largo de la historia se han acontecido epidemias generalizadas. En el 430 a.C. los atenienses perdieron a 100.000 personas durante la Guerra del Peloponeso. Esto fue insignificante en comparación con la Peste Antonina del 165-180 d.C., que arrasó al ejército romano y mató a cinco millones de personas, sin contar las invasiones y guerras civiles que siguieron.

Del mismo modo, la Plaga de Justiniano en 541-542 d. C, que podría haber aniquilado al 10% de la población mundial, presenció la desaparición gradual del Imperio Bizantino.

Se estima que la Muerte Negra o Peste de 1346-1353 aniquiló a 25 millones de personas, entre un tercio y la mitad de la población europea.

Las plagas americanas del siglo XVI, introducidas por los europeos, mataron al 90% de las civilizaciones azteca, inca e india americana, facilitando la conquista europea del hemisferio occidental.

La pandemia de la Gripe Española de 1918-1920 infectó a alrededor de 500 millones de personas, es decir, un tercio de la población mundial. Se cobró al menos 50 millones de muertes. Las malas condiciones de los soldados que lucharon en la Primera Guerra Mundial aumentaron la propagación y la letalidad del virus.

En los últimos tiempos la gripe asiática de 1957-1958 mató a un millón de personas, principalmente en Singapur y Hong Kong. La pandemia del SIDA, que estalló en 1981, ha matado a 35 millones de personas en todo el mundo. Alrededor de 40 millones siguen infectados por él, pero la medicación les permite vivir una vida normal. Por último, la pandemia de gripe porcina H1N1 de 2009 causó la muerte de hasta medio millón de personas. Se incluye una vacuna contra esta gripe en las vacunas estándares contra la gripe.

La pandemia actual

Origen. La SARS-CoV-2, generalmente conocida como Covid-19 (enfermedad del coronavirus de 2019), parece haberse originado en el mercado mayorista de mariscos de Huanan, en Wuhan, China, a finales de 2019. El virus probablemente se transmitió de los virus corona del murciélago. En marzo de 2020, el virus se propagó por todo el mundo lo suficiente para que la OMS lo declarara una pandemia.

Prevalencia. En febrero de 2021 se notificaron 106 millones de casos y más de 2,3 millones de muertes debidas a la COVID-19 en todo el mundo. En Estados Unidos las cifras se acercan a las 500.000 muertes.

Debido a que muchas personas infectadas no revelan síntomas o solo presentan síntomas leves, y debido a que en muchos casos las estadísticas no son fiables, se desconoce la proporción de infecciones graves y letales respecto del total de infecciones. Sin embargo, se estima que alrededor del 1% de todos los infectados mueren. Aquellos con síntomas significativos tienen una probabilidad mayor, entre el 1 y el 10%, de morir.

Las tasas de infección y mortalidad están influenciadas por muchos factores. En todo el mundo las tasas relativamente altas de infección son más probables en situaciones de pobreza, hacinamiento, falta de educación y necesidad de asumir puestos de trabajo arriesgados donde las infecciones son más probables. Asociado con sus desventajas sociales, en América los afroamericanos murieron tres veces más que los estadounidenses blancos.

Las tasas de mortalidad aumentaron con la edad, especialmente si los ancianos tenían condiciones médicas subyacentes. Las altas tasas iniciales de mortalidad en Italia, que abrumaron a los servicios de salud, se atribuyeron a una población relativamente anciana. Las residencias de ancianos mal atendidas por personal ocasional no capacitado fueron las responsables de una segunda oleada de infección en Melbourne, la cual causó muchas muertes.

Ninguna parte vulnerable de la comunidad puede ser ignorada. Por ejemplo, después de haber hecho frente exitosamente a la primera ola del virus, Singapur y Tailandia sufrieron segundas olas que comenzaron en focos ignorados y hacinados de poblaciones migrantes.

Un grupo especial en situación de riesgo estaba integrado por trabajadores de la salud. En abril de 2020 aproximadamente 200 médicos habían muerto por el coronavirus en todo el mundo. En junio, 898 sanitarios murieron solo en Estados Unidos. En agosto se estimó que el 10% de los sanitarios encargados directamente de tratar el coronavirus en diferentes partes del mundo había sido infectada. La disminución del personal se suma a la tensión de los trabajadores restantes.

Dicho todo esto, la mayor influencia en la prevalencia de la enfermedad es el enfoque que se le da por parte de los líderes nacionales. Corea del Sur y Singapur, con experiencia previa en epidemias, impusieron rápidamente medidas estrictas de higiene y aislamiento, y sus poblaciones se salvaron relativamente, incluso con la segunda oleada. A Inglaterra le tomó tiempo reconocer la gravedad de la pandemia. Suecia eligió la inmunidad de rebaño y dejó que la pandemia se desgarrara. Brasil tomó una actitud machista e indiferente, y el presidente estadounidense, Trump, se burló de la enfermedad como un engaño del Partido Demócrata. Estos últimos países, especialmente los Estados Unidos (con cerca de 500.000 muertes), han sufrido graves tasas de infección y mortalidad.

Las valoraciones y acciones realistas fueron la mejor protección contra la enfermedad.

Síntomas. Según la OMS, los síntomas surgen de uno a catorce días después del contagio de la enfermedad. Los síntomas más comunes son fiebre, tos seca y fatiga. Menos comunes son el esputo, la pérdida del gusto y el olfato, la dificultad para respirar, los dolores musculares y articulares, el dolor de garganta, los dolores de cabeza, los escalofríos, los vómitos, la tos con sangre, la diarrea, erupción cutánea, la depresión y la ansiedad. Se están investigando otros efectos a largo plazo.

Tratamiento. El mejor tratamiento es la prevención, pero esta requiere una vacuna. Se están lanzando diferentes vacunas con esperanzas variables de contener el virus y sus mutaciones.

La mayoría de las infecciones no son graves, y el tratamiento es sintomático, lo que significa que el tratamiento está dirigido a aliviar síntomas específicos. Por ejemplo, los ventiladores ayudan a proporcionar oxígeno a las personas con infecciones pulmonares graves.

Una vez dentro de una población, la erradicación del virus es difícil. Sin embargo, diversas técnicas reprimen la propagación del virus: cierre de fronteras, cuarentena a la llegada, chequeo de la población, cuarentena a las personas infectadas y sus contactos, distanciamiento social, cesa laboral de empresas no esenciales, así como de escuelas y trabajadores, aislamiento de la población en sus hogares, uso de máscaras, lavado de manos y desinfección frecuente.

Todas estas medidas ayudan a contener la propagación de infecciones, evitar que los servicios de salud se desborden y proporcionar tiempo para nuevos tratamientos y el desarrollo de una vacuna.

El diagnóstico depende del éxito de las medidas preventivas y de la eficacia de los sistemas políticos y sanitarios, para hacer frente a nuevos brotes y «segundas olas», pero especialmente de la disponibilidad de una vacuna. Una vez infectada, la mayoría de las personas sobreviven, dependiendo de la gravedad de la enfermedad y la ayuda disponible. Sin embargo, algunos síntomas pueden persistir o repetirse.

Consecuencias secundarias. Las alteraciones de los sistemas y relaciones individuales, familiares, laborales, comunitarios e internacionales conllevan una variedad de consecuencias perjudiciales.

Los suicidios, la violencia doméstica, los accidentes y una variedad de enfermedades pueden aumentar al igual que en otros desastres. Hasta ahora la violencia doméstica se ha manifestado de manera más abierta. Sin embargo, en todo el mundo han surgido divisiones y reproches sociales, fronteras entre el «nosotros» y el «ellos» y distintas tendencias sociales, raciales y xenófobas. Algunos dicen que las consecuencias económicas, sanitarias, sociales y políticas secundarias pueden ser más perjudiciales que el virus.

Las consecuencias secundarias están generalizadas. Sin presencia de una vacuna, la pandemia podría alargarse durante años. La pandemia ya ha causado tensiones en los servicios de salud, estragos en las economías y tensiones políticas. Ha causado un deterioro generalizado de la salud mental, que se extiende de individuos a naciones.

En resumen, al igual que la propagación del virus físico, la expansión de los círculos concéntricos de sus efectos se manifiesta física, psicológica y socialmente de individuos a naciones.

La Salud Mental En Tiempos De La Pandemia

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