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Prefacio

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En el verano del 2016 nos juntamos a cenar con un grupo de ex compañeros/as de dramaturgia de la Emad. No recordamos bien por qué empezamos a hablar de Dios. Lau comentó que había sido catequista. La cena siguió. ¿Lau catequista? Me acerqué y le pregunté, pero Lau ¿qué te pasó? Y ahí me recreó su última conversación con Dios. La cena siguió. A la mañana siguiente, el 15 de enero de 2016 le mandé un mensaje, y le propuse hacer algo con su historia. “Me guío por las intuiciones y algo de esto que proponés, me entusiasma mucho. Dale, juntémonos esta semana o la otra y vemos si es una pura intuición o juntas vislumbramos algo que pueda crecer, besooo”. Fue su respuesta y nos juntamos. Al principio pensábamos que podía ser algo cinematográfico si bien yo nunca había filmado. En los encuentros descubrimos la teatralidad del material, que lo que teníamos entre manos era una obra de teatro. También sabíamos desde el comienzo que habría música en escena, la música como fondo poético, como un personaje más que entablara un diálogo con Laura.

En los procesos hay siempre algo del orden del misterio. Una vez que estrenás y te preguntás cómo llegamos hasta acá, la respuesta es confusa. Quedan rastros, algunos registros que dan cuenta de una parte del trabajo. De hecho, en nuestro afán de que nada se nos escapara, grabamos nuestras conversaciones durante el armado de la dramaturgia, filmamos mucho, pero aun así el proceso es incapturable.

Elegimos estas dos grabaciones porque representan aunque de forma difusa nuestro modo de crear la obra. Conversamos muchísimo. Yo le hacía preguntas y Laura relataba momentos de su vida, con lujo de detalles, con humor, y siempre con documentos (fotos, filmaciones, suvenires, cartas, borradores, diarios, muñecos) que ella guardaba desde siempre “porque algún día iba a hacer algo con todo eso”. Hoy releemos estas conversaciones y encontramos momentos olvidados que pensamos podían llegar a formar parte del texto pero quedaron en el camino… Y y ahí es cuando aparece la pregunta ¿cuál fue el tamiz que dejó pasar algunos momentos y no a otros?

Hay cosas que sí podemos afirmar del proceso, en el que Camila Mansilla (nuestra madrina artística) fue una pieza fundamental. Ella nos puso frente a dos preguntas que nos desvelaron: qué une a estos momentos que íbamos eligiendo, y quién los cuenta.

Gombrowicz dice que escribir es andar arriba de un caballo desbocado. No sé a dónde voy a ir a parar, pero tengo que llegar a puerto. Escribir es esa pulseada entre dejar que el caballo te guíe, y arrearlo para llegar a destino. Las entrevistas o más bien conversaciones fueron ese dejarnos ir. En la escucha, en la desgrabación, aparecía la necesidad de tomar decisiones, como cuando apareció la situación del aborto. Desde el primer momento decidimos que la palabra aborto no iba a aparecer. No había una justificación racional, pero sentíamos que algo de esa palabra iba a capturarlo todo, en lugar de darnos la posibilidad de atravesar la experiencia de ese aborto. O por qué decir “y dije que sí”, en lugar de “esto es lo mío” como quizás Laura lo contaba en las conversaciones. Decisiones estéticas. No buscábamos un testimonio, sino una narración, y una narración se inscribe dentro de un relato de algo que queríamos contar y eso iba a estar definido por quién contaba y por qué contaba esto ahora.

De nuevo la pregunta que nos planteaba Camila, el sujeto de enunciación, que nos obligaba a tomar una decisión. Y entendimos que si bien Laura actriz y Laura personaje habían vivido lo mismo, no eran la misma. Ciertas opiniones, comentarios que Laura la actriz podía tener sobre su propia experiencia no servían al material que queríamos contar, y así fuimos limpiando palabras, comentarios. Esto también estuvo guiado en gran medida por la intuición, y avalado por el tiempo que nos fue haciendo descubrir qué es lo que estábamos contando, y por qué esas decisiones que íbamos tomando acerca de cómo contar los relatos tenían sentido. Una vez que tuvimos un primer esqueleto del material se sumó Gabriel y con él el proceso fue parecido, ir probando sonidos, melodías, y tratando de crear un lenguaje en común que nos permitiera darle forma a la partitura.

El título fue nuestro norte. Descubrir que Laura siempre había sido la elegida de alguien, hasta de Dios. Y el tono. La elección del tono fue fundamental para este material. Para no caer en ningún lugar solemne, para que el humor como procedimiento poético nos resguardara de cualquier acartonamiento. Lo terminamos de ver con claridad una vez que la obra llegó a su destino, el público, y fue ahí que se hizo presente cómo esta historia individual era en definitiva parte de una experiencia colectiva: la construcción de la subjetividad de una mujer en un período crucial de la vida, el pasaje de la adolescencia a la adultez.

La elegida

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