Читать книгу Republicanismo e interrupción voluntario del embarazo - Pedro A. Caminos - Страница 9
ОглавлениеEscribir un libro es una actividad que está completamente entrelazada con la de vivir. Uno debe dedicarle una importante cantidad de tiempo, no solo al hecho en sí de poner en el papel las propias ideas, sino también a la investigación y reflexión que condujeron a ellas. Un libro es una expresión de una persona, forma parte de su propia biografía. El autor, que escribe para comunicarse con otros, plasma en su obra un diálogo interno y, si tuvo suerte, muchos diálogos con personas que tuvieron el placer o, más probablemente, el pesar, de tener que soportar su obsesión con el tema del libro. Y, dado que la vida se desarrolla en un contexto, un libro también lo tiene.
La historia de este libro comenzó hace algunos años al terminar el dictado de un curso de derecho constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Un alumno se me acercó para expresarme su interés en la materia, su deseo de sumarse a la cátedra como ayudante y, también, para mi sorpresa, para hacerme una invitación. Ese estudiante, que hoy es mi colega y amigo Lisandro Gómez, me contó que participaba en una organización no gubernamental preocupada por la problemática de la separación de la Iglesia y el Estado: el Instituto Laico de Estudios Contemporáneos (ILEC). Me dijo también que, para algunas actividades del ILEC, los conocimientos de un abogado con cierta especialización en Derecho constitucional podían ser útiles.
Yo acepté el convite sin tener una dimensión clara de lo que ello implicaría para el futuro. En los años que seguirían, la agenda laica cobró fuerza en la medida en que la relación entre la Iglesia y el Estado volvió a ser objeto del escrutinio público. La obligatoriedad de la enseñanza religiosa en escuelas públicas y el pago de los estipendios a los obispos católicos aparecieron en escena y despertaron encendidas polémicas. Paralelamente, un poderoso movimiento de defensa de los derechos de las mujeres tomó vigor y comenzó a moldear la agenda pública. Movilizaciones callejeras multitudinarias hicieron visible todas las formas de violencia de género, reclamando no solo medidas legislativas sino también, y de modo fundamental, un cambio de perspectiva y una profunda transformación cultural.
Cuando el Presidente de la República anunció en la primera parte del año 2018 que no bloquearía el debate sobre la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo y que, incluso, si el Congreso sancionaba una ley en ese sentido él no la vetaría, ese poderoso movimiento decidió enarbolar las consignas de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito: “Educación Sexual para Decidir, Anticonceptivos para No Abortar, Aborto Legal para No Morir”. Identificándose con el pañuelo verde, salió a las calles, a los medios de comunicación y al mismo Congreso Nacional para modificar una legislación retrógrada y estigmatizante. En ese debate por la realización de los derechos de las mujeres, la Iglesia católica hizo sentir, una vez más, su voz, su peso y su presión. Nuevamente, se pusieron en discusión los límites que debían existir entre la Iglesia y el Estado. De ese modo, el debate por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo derivó, de un modo casi natural, en la necesidad de contar con un Estado laico.
A partir de la invitación inicial para participar en las actividades del ILEC, conocí a su presidente, Manuel Ochandio. Manuel es más que una persona. Es un ciudadano: un ser humano que piensa siente y respira política, siempre en la búsqueda del bien público, sin egoísmos ni mezquindades. Su objetivo como presidente del ILEC era instalarlo como un actor relevante en los debates públicos, principalmente en el ámbito académico. Para ello, le interesaba organizar actividades en universidades nacionales, así como también que el ILEC fuese una usina de producción bibliográfica, con el fin de difundir y promover los principios del laicismo. Me propuso, entonces, que me encargara del área de capacitación de la organización. Me honró con su plena confianza, por lo cual le estaré siempre agradecido, y nunca haré lo suficiente para compensar la deuda que tengo con él.
La conversación en la que Manuel me contó sus planes tuvo lugar en diciembre de 2017. Como dijimos, el año siguiente, el 2018, tuvo como protagonista al debate sobre el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, y a nuevas y masivas movilizaciones, que luego derivaron en diversas campañas para la separación de la Iglesia y el Estado. Este contexto hizo que nuestros mayores esfuerzos se dirigieran a explicar, tanto política como jurídicamente, por qué no había ningún obstáculo constitucional ni moral a la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. De igual modo, procuramos demostrar que los argumentos que esgrimían los opositores al proyecto de ley o bien eran falsos, o bien se fundaban en la idea de que el Estado puede imponer modelos de virtud, provenientes de una religión en particular, a todos los ciudadanos, lo cual sí es completamente inconstitucional.
Este libro recopila, y en buena medida reformula, los documentos de trabajo que, a lo largo de 2018, elaboramos en el ILEC. En el primer capítulo, ofrecemos una caracterización del laicismo como un conjunto de principios éticos concebidos para orientar la conducta de los seres humanos en la dimensión social, es decir, en sus relaciones recíprocas. El segundo capítulo esboza los lineamientos generales del republicanismo como ideología para la organización del gobierno, que puede ser entendido como una especificación, e implementación, del laicismo. En el tercer capítulo, explicaremos cómo es que la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo puede fundamentarse desde una perspectiva laica y republicana.
Como dije antes, un libro es el resultado de un diálogo interior, pero también de los intercambios con otras personas, que generosamente dedican parte de su tiempo a prestarle atención al autor y compartir sus propios puntos de vista con él. Esas personas son Manuel Ochandio, Lisandro Gómez, Andrés Rosler, Luca Pietrosanti, Carlos Bruque, María Lorena González Tocci, Cora Borensztejn y Maga González Victorica.
Silvina Ramírez, con mucha paciencia y generosidad, leyó un trabajo que escribí sobre el concepto de preexistencia étnica y cultural de los pueblos originarios. Una de las principales objeciones que hizo a ese borrador fue que no estaba explicitado el marco teórico en el que se sustentarían sus conclusiones, las cuales eran sumamente erradas para ella. Este libro, particularmente su capítulo segundo, procura responder a esa observación. No creo que pueda persuadirla de la validez de mis argumentos, pero al menos sí aclarar del mejor modo posible la fuente de nuestro desacuerdo.
También debo mencionar a dos colegas. El primero de ellos es Manuel García Mansilla, quien asumió públicamente la oposición al proyecto de ley. Si bien no comparto su posición, que, en algunos puntos, no solo me parece moralmente incorrecta sino también jurídicamente inadmisible, lo cierto es que en muchas oportunidades pudimos intercambiar respetuosamente nuestros puntos de vista, criticando y refutando nuestras mutuas posturas. Muchas de mis ideas actuales sobre el tema son el resultado de esos debates, en los que tuve que repensar mis puntos de partida y, en varias cuestiones, refinar mis argumentos. Uno de los principales auxilios con los que cuenta un autor que desea elaborar su concepción es tener un objetivo al cual dirigir sus ataques. Los argumentos de Manuel García Mansilla fueron, en tal sentido, mi principal objetivo.
El otro colega, que también tiene una posición opuesta a la mía, y con quien me une una gran y sincera amistad, es Ignacio Colombo Murúa. Seguramente por un pacto implícito de no poner en riesgo esa amistad, con Ignacio no debatimos con amplitud sobre el tema, más allá de algún comentario al pasar en las redes sociales. Pero sí coincidimos en la importancia de no perder de vista la dimensión moral de la discusión. En cualquier caso, tengo la esperanza de que esta humilde experiencia individual, de debate respetuoso con Manuel García Mansilla, y de amistad con Ignacio Colombo Murúa, sean una señal para la construcción de una república en la que las discusiones públicas, incluso sobre temas tan apasionantes y divisivos, no pongan en peligro la propia continuidad de la comunidad política y sus instituciones ni tampoco los vínculos personales.
Alguien podría preguntarse cuál es el sentido de escribir y publicar este libro luego de que el proyecto de ley sobre interrupción voluntaria del embarazo fuera rechazado en el Congreso. La respuesta es sencilla: la lucha no ha terminado. El debate por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo alumbró varias campañas para la separación de la Iglesia del Estado, y el movimiento por los derechos de las mujeres sigue presente, en cada uno de esos pañuelos verdes que embellecen no estética, sino éticamente, a nuestro país. La lucha, pues, continúa. Fluctuat nec Mergitur.