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ОглавлениеEs mejor confiar en el temor que en el amor
«Por lo general, los hombres se encuentran más dispuestos a contentar al que temen que al que se hace amar».
[La amistad es] una unión puramente moral, o una obligación nacida a causa de un beneficio recibido, [y] no puede sobrevivir frente a los cálculos interesados. Por el contrario, el temor nos hace pensar en alejarnos de una pena o castigo, por lo que la impresión que recibe el ánimo es más profunda».
(CAPÍTULO XVII)82,83
Que ser temido es mejor que ser amado es otra de las ideas más representativas de la cultura maquiavélica. Aquí destaca el matiz de que el miedo al castigo puede ser un factor esencial en la psicología humana.
Maquiavelo, en su discusión acerca de si es mejor ser un príncipe temido o amado, prefiere lo primero pensando en la seguridad y la fortaleza del Estado. Si se elige tratar de ser amado, el riesgo de rebelión aumentará.
No se debe olvidar que no todas las personas reaccionan a los mismos impulsos y estímulos. Mientras que unas lo harán por convencimiento, otras lo harán por amor. Pero también habrá quien tan solo reaccione ante el temor, por el miedo al castigo. Sin olvidar que lo más habitual es reaccionar por una combinación de convencimiento, amor y temor. Como decía Mazarino: «Si aumentas las recompensas tanto como los castigos, te ganarás más la fidelidad de esas personas gracias a una mezcla de amor y de temor». El príncipe, el líder, debe conocer qué procedimiento emplear con cada persona en concreto, dependiendo también de las circunstancias.
En todo caso, no le falta razón a Maquiavelo cuando argumenta que suele ser más duradero el temor que el amor, pues el amor siempre puede terminar bruscamente, y a veces por motivos que no tienen fácil explicación.
Por otro lado, el exceso de bondad, de ternura, puede ser entendido como un gesto de debilidad, por lo que la persona amada puede ser objeto de ataque con mayor facilidad que la que tiene fama de dura y despótica. El amor, con todo lo que de positivo tiene, no garantiza el apoyo incondicional del que lo recibe. Para ello hace falta que el receptor también posea un alma noble, y sobre todo agradecida, además de que sea consciente del bien que se le otorga.
Ante la dicotomía de considerar al hombre como bueno por naturaleza o bien verlo como un animal domesticado que espera la relajación del poder para asilvestrarse, el príncipe debe considerar a la persona decantándose por la segunda opción. El poder se teme porque se desconocen sus límites. La bondad y el amor son fútiles y no son válidos para gobernar. Si quien temes es magnánimo, lo es porque lo desea. Pero si lo hace alguien a quien amas, nunca considerarás suficiente lo que debe hacer por ti. No es que el príncipe no deba ser amado, sino que el temor hace que ese amor permanezca en la memoria como algo circunstancial, no como algo obligatorio.
Por lo que respecta al temor al castigo, es innegable que, sin el miedo a la repercusión de las propias acciones, los hombres actuarían con gran perversidad y extremo egoísmo, sin piedad para con sus semejantes, en la mayor parte de los casos.
Asimismo, el temor es un poderoso sentimiento que hace que la gente se doblegue y acepte que se le imponga otra voluntad.
No obstante, siempre es mejor tener al lado a personas que nos sean fieles por convicción, persuadidas de que es más beneficioso para ellas, y no por mero temor, aun cuando una cierta dosis sea precisa en ciertos momentos y con determinadas personas.
La era digital quizá ofrece más posibilidades que nunca para alcanzar el propósito de ser temido. Tecnologías como el Big Data, el internet de las cosas y el uso generalizado de aplicaciones o redes sociales han abierto una ventana de oportunidad para materializar algunos de los principios maquiavélicos.
El rencor nunca muere
«Es un error creer que entre las personas de primera categoría se olvidan las ofensas antiguas gracias a los beneficios recientes».
(CAPÍTULO VII)37
Dado que las personas, en especial en algunas culturas, tienden a querer vengarse de las ofensas recibidas, con independencia del tiempo transcurrido y los parabienes y prebendas que hayan recibido, el príncipe siempre debe estar alerta, y no puede fiarse de que los ofendidos se hayan olvidado, aparentemente, de lo sucedido. Intentar colmarlos de beneficios, sobre todo si son inmerecidos o excesivos, a veces solo servirá para avivar la llama de sus ansias de venganza, pues el afectado puede interpretar estos gestos magnánimos como un intento burdo de ocultar aquello que tanto le agravió.
Ante estas situaciones, Maquiavelo aconseja al príncipe hacerse temer, para así evitar la amenaza de venganza, al mostrar con claridad al ofendido que cualquier respuesta se volvería contra él. En otras palabras: se rentabiliza el ser temido, pues se impide la venganza.
De manera indirecta, Maquiavelo ofrece otra lección: que el príncipe debe evitar todo aquello que pueda hacerlo odioso o despreciado. Lo ideal es que busque acercarse lo más posible a su pueblo, que es, precisamente, lo que debe conseguir el líder de nuestros días. El liderazgo moderno, más humanizado que nunca, se debe basar en el convencimiento. Este proceder es más efectivo cuando se trata de movilizar masas y lograr compromisos, pues se evita generar miedo u ofensas. Después de todo, la naturaleza humana prefiere el premio al castigo.
Pensar que las ofensas siempre deben ser vengadas obliga a que el líder tenga permanentemente en la memoria a los que obraron contra él, y también a los que le sirvieron con fidelidad. Pero no porque considere mejores a los que le ayudaron, puesto que su obligación era seguir al líder en su ascenso y servirle, sino porque son los primeros a los que debe considerar verdaderos enemigos a abatir. Nadie que no tenga la fuerza suficiente se atrevería a obrar contra los intereses del príncipe, quien debe, por su parte, esperar al momento propicio para desbancar a sus posibles rivales, esperando el tiempo que sea preciso y fingiendo amistad siempre que sea necesario, mientras prepara su conjura contra ellos.
Ver al otro como mero instrumento, en un caso, y como enemigo irreconciliable, en el otro, son dos formas de relativismo moral y pragmatismo ético.
En los tiempos del Big Data, también se presta atención al aspecto más humano, basado en la comunicación y en los pequeños detalles para detectar las ofensas. Un líder puede movilizar masas y, al mismo tiempo, estar ofendiendo a otros grupos minoritarios. Podría acercarse al modelo de líder tóxico sin apenas darse cuenta. Por eso es tan importante el «Small Data», el detalle que resalta el lado humano, las emociones.
Hagas lo que hagas, te odiarán
«Resulta llamativo que se incurre en el odio de los hombres tanto por proceder bien como por proceder mal».
(CAPÍTULO XIX)113
En no pocas ocasiones, por más que la intención sea hacer el bien, nos vamos a encontrar con personas que nos odien, simplemente por lo que para ellas significamos. Y aunque intentemos a toda costa evitarlo, y hagamos esfuerzos por congraciarnos con ellas, a veces no conseguiremos más que agudizar ese odio.
En ciertos casos, ese odio ante las buenas obras no es más que un reflejo del malestar interior que padece el odiador, de su incapacidad para estar a la altura del odiado, o de conseguir el reconocimiento social que este tiene. O simplemente se trata de envidia, celos profesionales o pura maldad innata.
Como se suele decir: «Al buen vivir y al mal vivir nunca les faltó el qué decir».
Evita el odio del más fuerte
«En la alternativa de excitar el odio del mayor o del menor número, conviene ganarse el favor del más fuerte».
(CAPÍTULO XIX)112
Esta oportuna sentencia da pie a varios análisis. Por un lado, siempre ha sido vital hacer frente a los enemigos, a los odiadores, de uno en uno. Un grave error es enfrentarse a varios de ellos a la vez. La división de esfuerzos no suele dar buenos resultados. Al contrario, la mejor opción es focalizarlos en un único objetivo. Napoleón fue un maestro de esta concentración de esfuerzos.
Obviamente, lo ideal es no tener enemigos, nadie que nos odie. Pero eso es más utópico que otra cosa. Por más que nos esforcemos, por más que pensemos que estamos ayudando al bien general, o al menos no causando ningún mal intencionado a nadie, siempre habrá alguien que nos odie por el mero hecho de ser como somos, por nuestras virtudes o por nuestros éxitos.
Si a pesar de haber intentado impedir el rechazo del grupo o del pueblo, el odio ha llegado, en su guía de actuación y recomendaciones para el líder, Maquiavelo nos transmite una manera de escalar las adversidades a modo de previsión, y de estudiar las alternativas. Si la situación ha derivado en la generación de odio, nos recomienda controlar o graduar de dónde viene y evitar a los más influyentes. Es esa estrategia la que permitirá adaptarse o acometer las medidas necesarias para mitigar el daño.
La otra lección es que, dado que no podemos evitar ser odiados en alguna medida, un objetivo prioritario es intentar congraciarse con el grupo o entidad más poderosa, para evitar su elevada capacidad destructora. No siempre será sencillo, sobre todo si ese grupo piensa que nos podemos convertir en un rival o que le podemos hacer sombra.
El poder puede ser militar, económico o consistir en la influencia sobre el «pueblo», pues no siempre se basa en el peso de la milicia. En cualquier caso, el poder lo tienen aquellos con mayor popularidad y peso específico, y los que cuentan con la mejor y más tupida red de apoyos en el Estado o ciudad. El príncipe no puede evitar el odio; solo debe identificar con quién le beneficia aliarse y a quién evitar.
Evita el odio de las masas
«Evitando todo lo que le pueda hacer odioso o despreciable».
(CAPÍTULO XIX)108
Aunque se pueda someter por la fuerza a las masas, siempre es mejor tenerlas de nuestro lado gracias al miedo o la sugestión. Y sobre todo hay que evitar a toda costa realizar actos que generen un odio innecesario en la población.
El odio de la masa no es malo porque sea el de muchos, sino porque la irracionalidad es instintiva y no es controlable. Autores como los neocontractualistas, John Rawls por ejemplo, establecen que se necesitan nuevos modelos de relaciones sociales y pactos éticos para enfrentarse a las nuevas necesidades de una sociedad colectivista y globalista que se apodera de las acciones sociales.
«Hazlo, pero que yo no me entere»
«Poco tiene que temer el príncipe de las conjuraciones si su pueblo le quiere, pero no le queda ningún recurso si carece de este apoyo».
«Una de las máximas más importantes para todo príncipe prudente y entendido es tener contento al pueblo y satisfacer a los grandes sin irritarlos con exigencias excesivas».
«Un príncipe, insisto, debe manifestar su aprecio a los grandes, pero cuidando, al mismo tiempo, de no granjearse el aborrecimiento del pueblo».
(CAPÍTULO XIX)109,110,111
Las herramientas para conseguir el apoyo de los seguidores, o incluso la popularidad, han ido variando y aumentando a lo largo de la historia. Nunca han existido tantas maneras y tan efectivas de influir en la población.
El odio, o simplemente provocar rechazo en los ciudadanos, no es una buena táctica para ningún gobernante. Se debe intentar mantener contento al pueblo y delegar aquellas responsabilidades que tengan menos aceptación popular. Esta visión se ha mantenido constante de forma general como manera de gobernar.
Como argumentaban los clásicos, es siempre preferible que todo lo favorable sea imputado a uno mismo, mientras que las tareas que exigen grandes esfuerzos, sin aportar ni dinero ni gloria, todo lo desagradable, lo odioso, sean gestionadas por otros.
El equilibrio del mando hace que el príncipe siempre intente ponerse de perfil, derivar las responsabilidades hacia los que lo rodean y excusarse argumentando que «no le aconsejaron bien». Su voluntad, proclamará, siempre fue la de favorecer al pueblo y ser justo, pero los miembros de su «consejo» (ahora serían también los servicios de inteligencia) no le proporcionaron la información necesaria o pertinente. Por tanto, su juicio no está nublado y tampoco es responsable. Es tan victima como el «pueblo», por lo que una purga o reprimenda pública a los presuntos implicados será suficiente.
Este proceder, propio de las épocas de la Roma imperial, e incluso desde la época de la República, hizo que siempre los grandes lucharan por los favores «del que manda», y que permanecieran desunidos, ejerciendo contrapesos dentro de la corte. Por su parte, el príncipe se limitará a administrar con serenidad los favores, haciéndolos oscilar entre los diversos bandos. En la conjura de los Tarquinos y sus efectos vemos perfectamente reflejado este caso y proceder. Hoy en día, la situación no es muy diferente en los círculos de poder.
La mejor fortaleza es el afecto
«No existe mejor fortaleza que el afecto del pueblo».
(CAPÍTULO XX)123
Emociones como el miedo o el odio nos alejan de la necesaria racionalidad y, por lo tanto, Maquiavelo hace bien en recomendar que se evite a toda costa que nos odien.
Si recurrimos a la psicología positiva, existen estudios acerca de las fortalezas que conducen al ser humano al bienestar, algo que también deberá tener en cuenta el líder. Los prestigiosos Martin Seligman y Christopher Peterson han conseguido clasificarlas, llegando a identificar veinticuatro, y las han distribuido temáticamente en seis categorías o virtudes: sabiduría o conocimiento, coraje, humanidad, justicia, templanza y trascendencia. Aunque hay muchos términos intermedios cada persona tiene su propio mapa de virtudes y fortalezas. La capacidad de ser amado (una versión más suave de no ser odiado) está entre ellas.
Obviamente, no ser odiado es una garantía de seguridad, personal e institucional. Pero nunca es fácil conseguirlo, pues el poder, por su propia naturaleza, siempre genera odios y envidias, que en muchos casos son irracionales.
La mayor riqueza de un príncipe, sobre todo hasta el siglo XX, radicaba en las masas que le seguían o que podía movilizar. Las revoluciones nunca triunfan si el príncipe cuenta con el pueblo. La nobleza no puede subvertir el Estado si el príncipe mantiene contacto con el pueblo. Y ante la amenaza, real o no, contra él, puede refugiarse en la trinchera del pueblo. Hay quien dice que la guerra de independencia de España contra la invasión napoleónica, aparte de ser la primera prueba de guerra híbrida, es el ejemplo de una revuelta popular que se convirtió en fuerza militar.
El esencial apoyo popular
«Un príncipe, aunque disponga del ejército más poderoso, siempre necesita el favor y la benevolencia de los habitantes».
(CAPÍTULO III)5
Cuando se pretende facilitar la labor del príncipe o líder, es necesario contar con el apoyo de la población para poder afrontar cualquier conflicto o dificultad que se presente.
Este enfoque no es nuevo y sigue siendo útil y fácil de aceptar. Es una premisa que ha permanecido desde el tiempo de las conquistas militares, e ignorarla ha provocado innumerables sufrimientos.
Recientemente, esta idea ha provocado grandes cambios en las estrategias militares y políticas. Así, y aunque no se trata de una conquista en el sentido literal, en los conflictos modernos de Afganistán e Irak se vivió un punto de inflexión con la denominada «doctrina Petraeus», llamada así por el general David Petraeus, quien, después de ser el mando militar superior estadounidense en ambos países, terminó ejerciendo de director de la CIA. En la doctrina Petraeus se recuperaba el espíritu de las luchas de contrainsurgencia y se señalaba a la población local como el centro de gravedad de las operaciones. Esta doctrina tenía como referencia la obra del oficial francés David Galula, quien aseguraba que las acciones de contrainsurgencia tenían como esencia la búsqueda de la lealtad de la población local, concepto conocido como «ganar corazones y mentes». No es nuevo, pero a veces se nos olvida. De hecho, ya François de Callières consideraba imprescindible «ganar los corazones y la voluntad de los hombres».
Esto va más allá del ámbito militar. Es también un concepto básico en las organizaciones modernas desde comienzos del siglo XXI, que buscan conectar con el elemento humano. De este modo, se ha pasado a promover un modelo centrado en las personas, tanto el cliente como el trabajador (e incluso el conjunto de la sociedad) antes que en el producto en sí. Esta nueva cultura organizacional, que pone su foco en la persona, intenta contribuir a construir una sociedad más humana, solidaria y sostenible. En definitiva, en este mundo global e hiperconectado hay que contar con «el apoyo de sus habitantes».
Solo el respaldo de la sociedad hace posible la «invasión», ya sea pacífica o violenta. La conquista solo será exitosa cuando exista una masa crítica dentro de ese país o región favorable a la invasión, ya sea cultural o militar. Un ejemplo es el fracaso de la invasión napoleónica de España, por enfrentarse a una población que tenía muy arraigado su sentimiento de identidad. Es una situación muy semejante a la conquista y pérdida de Milán de la que nos habla Maquiavelo, cuando el rey Luis XII de Francia desperdició una situación muy favorable al no intentar ganarse la confianza de los milaneses.
El afecto del pueblo es el arma más poderosa
«El príncipe necesita ganarse la voluntad del pueblo si quiere contar con algún recurso en la adversidad».
(CAPÍTULO IX)47
Por muy poderoso que sea o que se crea un príncipe, todo esfuerzo por hacerse con el afecto y el respeto del pueblo siempre será poco. Estando en comunidad, cualquier escollo puede ser salvado. Con la oposición popular, poco o nada será alcanzado con éxito o sin grandes esfuerzos, y siempre se vivirá con el temor de sufrir una sublevación.
Por eso es tan importante saber ganarse al pueblo. A fin de cuentas, las personas sentimos el mayor respeto hacia aquellos que nos respetan y nos hacen sentir importantes. Como decía Gracián: «La cortesía es el mayor hechizo político de los grandes personajes».
La generosidad crea vínculos
«Está en la naturaleza de los hombres el sentirse obligados tanto por los beneficios que otorgan como por los que reciben».
(CAPÍTULO X)51
Según la psicología social, las personas se sienten obligadas a devolver, de alguna forma, lo que antes se les ha dado. La neurociencia nos habla de la ley de la reciprocidad como parte de las dinámicas entre equipos. Se podría sintetizar del siguiente modo: la manera más rápida de lograr el éxito consiste en apoyar a otros a conseguirlo. Es la mentalidad colaborativa, la magia de la generosidad. Nos sentimos obligados a hacer algo por las personas que nos han ayudado: el subconsciente nos influye.
Cuando alguien está en deuda con una institución es más fácil que le sea fiel. Seguir a una figura abstracta, que cada uno imagina a su manera, es más fácil que personalizarla, ya que al humanizar la institución también se le atribuyen inconscientemente costumbres y vicios humanos.
Cuando México tuvo la desgracia de sufrir un terremoto en 1985, uno de los primeros países en reaccionar fue Etiopía, algo que sorprendió a la comunidad internacional, pero que se explicaba (al menos en parte) porque en 1935 el país africano había recibido ayuda de México cuando fue invadido por Italia, en plena época expansionista europea en África. Otro ejemplo es el de Irán, que no dudó en apoyar a Siria en su reciente conflicto interno, pues no había olvidado que, durante la guerra que mantuvo con Irak en los años 80, este país siempre se mantuvo a su lado.
Maquiavelo, como se ve, intuía en la naturaleza humana ese impulso que nos lleva a actuar desde nuestro inconsciente, la reciprocidad, que ayuda a consolidar las relaciones entre personas e incluso entre Estados.
Evitar el menosprecio y ganarse el respeto
«El príncipe debe protegerse con cuidado de todo aquello que pudiera hacer que lo aborrezcan o lo menosprecien».
(CAPÍTULO XIX)102
Entre las cualidades que se deben tener en cuenta para consolidar al príncipe, Maquiavelo destaca la importancia de evitar el desprecio y el odio. No opinaba lo mismo Napoleón, quien, además de no temer el desprecio, estaba convencido de que por sus actos acabaría siendo admirado.
En todo caso, tan importante es no realizar actos que generen un odio innecesario como mantener la suficiente dignidad pública que evite ser despreciado. Para lograrlo es esencial comenzar por respetarse a uno mismo y al puesto que se representa. El siguiente paso es hacerse respetar, y siempre será mejor por el convencimiento, por el ascendiente que da el conocimiento y por la maestría en el desempeño del cargo, antes que por la imposición forzada.
No confundas el aprecio con la adulación
«Los hombres tienen tanto amor propio y tan buena opinión de sí mismos, que es muy difícil protegerse del contagio de los aduladores».
(CAPÍTULO XXIII)137
Dale Carnegie diferencia entre el aprecio y la adulación. El primero es sincero y la segunda no lo es. El aprecio procede del corazón y la adulación, de la boca. El líder busca el aprecio, por su acción, por sus decisiones, por su ejemplo. Ni siquiera los grandes líderes pretenden complacer a todo el mundo.
Memento Mori, decían los romanos a los generales y emperadores cuando entraban en la Via Apia tras una campaña triunfante: «Recuerda que eres mortal». El regocijo y la soberbia por lo logrado hacen que seamos vulnerables ante la borrachera del éxito. Todos escondemos algún interés cuando hablamos con el príncipe, y este debe tener capacidad de discernir quién dice qué y por qué. Ahora se les llama consejeros o asesores. No dicen lo que deben, sino lo que les asegura su puesto o agrada a los oídos del príncipe. Si el líder no controla este aspecto, la vanidad le hará caer en desgracia en breve porque no podrá actuar sin alabanzas y buscará el premio haciendo caso a los aduladores, que se convierten así en un gobierno en la sombra.
Otro aspecto para no engañarse y que se fomenta en la actualidad es el sentido crítico, que implica una actitud firme y ser difícil de complacer, en el sentido de desarrollar la tarea. Lo que es cierto es que a todo el mundo le gusta ser halagado, incluso a los que dicen lo contrario, pues bastaría con lisonjearles alabando su falta de necesidad de ser elogiados para que se dejaran seducir por el agasajo verbal. Mazarino no dudaba: «Si el elogio es exageradamente halagador, ten por seguro que estás tratando con un hipócrita».
En todo caso, es más fácil de lo que parece caer en la trampa de la adulación, sobre todo si el que la lleva a cabo lo hace de modo sibilino, con gran astucia. De lo que no cabe duda es de que hay que saber identificar a los aduladores, para no caer en la tentación de pensar que sus palabras son ciertas y que todo lo que realizamos lo hacemos bien. Solamente las personas que nos critiquen con sinceridad nos permitirán perfeccionarnos, algo que todos necesitamos, cada uno de los días del año.
Ya Plutarco nos avisaba: «La adulación no acompaña a las personas pobres, anónimas y débiles, sino que es traspié e infortunio de grandes casas y grandes asuntos». También alertaba sobre el daño que provocan los aduladores, pues «los que alaban con mentira y sin merecerlo a un hombre lo hacen soberbio y lo destruyen». Por eso también nos decía que «los afortunados necesitan de amigos que les hablen con franqueza y reduzcan el orgullo de su mente». Después de todo, es bien sabido que si consigues que una persona se crea el centro del mundo, el ser más importante del universo, alguien excepcional, estará en tus manos.
Hablando de adular, otra gran certeza es que, si siempre adulas a todos, nunca te adularás a ti mismo.
Coge buena fama y échate a dormir
«Temerá menos al enemigo exterior, que no acudirá por su propia voluntad a atacar a un príncipe al que sus vasallos respetan».
(CAPÍTULO XIX)106
Como suele decirse: «Coge buena fama y échate a dormir; coge mala fama y échate a pedir». Muchos estudios sociológicos demuestran que tener buena fama, ser estimado y apreciado hace que, incluso cuando se cometen atropellos y desmanes, estos sean vistos con buenos ojos, o al menos que no sean tan criticados.
La importancia del prestigio o estima ayuda a blindarse ante ataques, si bien queda por definir en qué basa la persona su prestigio o poder. Todo lo contrario le sucede al que es precedido por la mala fama, pues ninguna falta, por leve que sea, le será perdonada. De lo que no cabe duda es de que la buena fama ayuda a triunfar en las decisiones que se adoptan.
Como forma de adquirir prestigio ante el pueblo o las tropas, Mazarino recomendaba: «Pase lo que pase, oculta tu cólera: un solo acceso de violencia perjudica más a tu reputación de lo que puedan beneficiarla todas tus virtudes».
También la frase «más vale un gramo de apariencia que un kilo de sabiduría» es aplicable en este caso. Se valora el «efecto halo», aquel que rodea a la gente que, por el motivo que sea, está encumbrada o que goza de reputación, incluso aunque haya adquirido ese prestigio de manera fugaz y merced a modas pasajeras. A esas personas se les permite casi todo y sus palabras ejercen de «talismán», como si tuvieran la capacidad de conjurar la verdad y la certeza con su verbo. Esta capacidad solo esconde un problema. En el momento en que pierde o queda debilitada su fuerza política, económica o ejecutiva (como la militar), o bien salte un «error» en un momento preciso en el que la población es sensible a esa circunstancia, entonces, en cascada, todo el mundo, la masa, hablará como uno solo contra él. Y los mismos que «toleraron» en el pasado ciertas acciones, ahora, refugiándose y animándose en el número, serán los primeros en denunciar sus actos como punibles, y no cejarán en pedir la cabeza del antes idolatrado.
Hacer el bien no siempre compensa
«Quien quiera ser bueno con quienes no lo son tarde o temprano sin duda perecerá».
(CAPÍTULO XV)72
La idea es que hacer el bien de forma constante no siempre compensa. Aunque haya que tender a ello, debe recordarse que a veces la bondad no es bien entendida. Ejercida en ciertos ámbitos puede ser considerada como signo de debilidad; y siempre habrá quien, movido por valores muy diferentes a los nuestros, trate de aprovecharse de ello.
El príncipe es caritativo no porque sea débil, sino precisamente porque puede serlo o no serlo a voluntad.
Respetarse a sí mismo y respetar a los demás
«El príncipe debe cuidar no ofender de manera grave a los que están cerca de él».
(CAPÍTULO XIX)117
El respeto considerado como un valor. Eso es lo que nos permite aceptar, entender y valorar al prójimo, reconociendo los derechos de los individuos y de la sociedad.
El respeto ha sido entendido como valor porque es un facilitador de la convivencia en el seno de las sociedades. El problema es que a veces no son muy claras las interpretaciones de lo que es una falta de respeto. Aquí entraríamos en los aspectos culturales, al menos en las sociedades que promueven los derechos y las diferencias individuales y que se alejan de las más homogéneas del pasado.
A medida que la sociedad se abre, desaparecen esas faltas de respeto tan rígidas. Todo se difumina más y depende del criterio de cada uno: somos más libres y la subjetividad cuenta mucho, y no es tan fácil determinar qué es no respetar a los otros.
En todo caso, volvemos a uno de los principios fundamentales de la convivencia en sociedad: respetarse a sí mismo, respetar a los demás y exigir ser respetado. En este sentido, Baltasar Gracián recomendaba: «Nunca perderse el respeto a sí mismo».
Todo esto se magnifica cuando se trata de no ofender, de respetar a las personas que nos son más próximas, con las que tenemos un trato más cercano, casi íntimo, como pueden ser nuestros colaboradores más próximos o el personal a nuestro servicio directo. Nada es más grato que estar rodeado de personas que están a gusto con nuestra presencia, a las que sabemos valorar y a quienes damos un trato digno y humano. Eso no implica fraternizar en exceso ni tomarse confianzas indebidas. Aunque cada uno ocupe su puesto, hay que tratar a todo el mundo como si al día siguiente los papeles se fueran a invertir.
De lo que no hay duda es de que, cuando das la espalda, debes estar seguro de a quién tienes detrás. La cólera y la injusticia, como la debilidad, no deben ser percibidos por los que te rodean. También es recomendable ser magnánimo y apoyar en privado las decisiones de los que te sirven, compensándolos por los agravios involuntarios que se les haga en público, para no mostrar favoritismos. Las tres líneas que no hay que sobrepasar son siempre las mismas: el honor, la hacienda y el linaje. O dicho en lenguaje actual, el poder ejecutivo, la capacidad financiera y los intereses creados.
También se dice que hay que felicitar en público y reprender en privado, sobre todo lo último para evitar el odio del subordinado amonestado delante de los demás.