Читать книгу El conflicto palestino-israeli - Pedro Brieger - Страница 8
ОглавлениеIntroducción
Hace varios años escribí la primera versión de este libro sobre el conflicto palestino-israelí e increíblemente mantiene su vigencia en lo esencial. Desde ya que sucedieron eventos muy importantes en el mundo árabe e islámico y que cambiaron algunos actores, pero numerosas figuras resisten el paso del tiempo. Este libro siempre se pensó como un libro de divulgación de un tema complejo y con numerosas aristas, por lo general, desconocido fuera de quienes viven o trabajan en lo que se conoce como Medio Oriente, definición que es un resabio del pasado colonial, cuando el mundo parecía mirado solo con lentes europeos que sólo veían a Europa como el centro del planeta. Con tal fin intenté plantear las respuestas a muchas preguntas que surgen cuando abordamos el conflicto “palestino-israelí”, que hasta la década del ochenta del siglo pasado era más conocido como el conflicto “árabe-isrelí”. Preguntas y respuestas que son, además, el fruto de intensos diálogos mantenidos durante años con las personas que se me acercan con cuestionamientos desde los más simples hasta los más complejos, numerosos viajes a las zonas más calientes y conversaciones con actores que han jugado o todavía juegan un rol protagónico dentro del Estado de Israel, de los territorios palestinos y del mundo árabe e islámico. La primera edición de este libro fue publicada en 2010 y esta nueva introducción –y actualización– es también una oportunidad para enmarcar el conflicto en la región más amplia en la que se inscribe, dado que no se puede analizar la actualidad sin tomar en cuenta los importantes eventos sucedidos en varios países árabes, y principalmente en Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Siria con sus revueltas y guerras civiles desde 2011.
En este sentido, hay hechos fundamentales que se deben mencionar para analizar los avatares de los últimos años: la política de los Estados Unidos con Barack Obama y Donald Trump y las revueltas en los países árabes. Esto es así porque, por un lado, el Estado de Israel se encuentra ubicado en el corazón del mundo árabe y, por el otro, por la importancia de la relación de Estados Unidos con el mundo árabe y, con el Estado de Israel en particular. Por eso debemos tomar en cuenta los efectos que las revueltas árabes produjeron en toda la región y en el conflicto que es objeto de este libro especialmente. Un tercer factor interesante para pensar las transformaciones posibles tanto en el mundo árabe como en el conflicto palestino-israelí es el rol de la prensa y la presencia de las redes sociales, entre las cuales Facebook y Twitter se han popularizado y generado un progresivo alcance masivo por el que hoy inciden en la vida política.
En cuanto a los países árabes, lo más saliente de los últimos años fue lo que los medios de comunicación denominaron “primavera árabe” en 2011, una serie de revueltas y revoluciones que trastocaron profundamente el mapa político del Medio Oriente. Hay que señalar que el mundo árabe ha conocido innumerables revueltas y revoluciones, tanto en el siglo XIX como en el siglo XX, aunque excede el propósito de este libro un riguroso examen de esos procesos que también involucraron enfrentamientos entre el Imperio Otomano y las potencias occidentales –algunas contra las potencias ocupantes y otras contra sus propios gobernantes–. Sólo para mencionar algunas hubo una revuelta en Egipto contra la ocupación francesa en El Cairo en 1880, otra contra los británicos en 1882 y en 1919, las revueltas contra los franceses en Siria en 1925-26; la resistencia libia contra los italianos en 1911 que duró más de 20 años; la iraquí de 1920, Marruecos 1925-26 y la gran revuelta palestina contra los británicos y el sionismo en 1936-39 que afectó la relación entre la población judía y árabe en la Palestina bajo el mandato británico, entre tantas otras.
Hay que recordar que los países árabes fueron creados en su mayoría durante el proceso de desintegración del Imperio Otomano y la colonización británica y francesa, cuando las potencias se repartieron la región al finalizar la Primera Guerra Mundial e incorporaron estos países al mercado mundial capitalista. Al retirarse físicamente dejaron monarquías a su servicio, algunas de las cuales todavía están en el poder (Jordania, Arabia Saudita). En los años cincuenta y sesenta, varios golpes de Estado –devenidos en verdaderas revoluciones– liderados por militares derrocaron a las monarquías de Egipto (1952), Irak (1958), Siria (1963) y Libia (1969) y alentaron la conformación de repúblicas. Estos procesos revolucionarios con un discurso nacionalista y antiimperialista no pusieron freno a las políticas autoritarias existentes en el pasado y tampoco desarrollaron dinámicas sociedades civiles, sino todo lo contrario. Los Estados controlaron, por medio de un partido único, –o sin partido– casi todos los aspectos de la vida pública y privada.
La revuelta popular que comenzó en Túnez a comienzos de 2011 tuvo, en muy poco tiempo, un efecto de contagio en casi todos los países árabes. Aunque era muy difícil establecer si se trataba de una revuelta más de las tantas que había conocido el mundo árabe o si se estaba frente a una situación cualitativamente diferente, en muy poco tiempo se tuvo la percepción de que se estaba ante un nuevo fenómeno. Durante años se fueron incubando rencores contra los gobernantes de los estados autoritarios, hasta que el 17 de diciembre de 2010, un joven en Túnez se prendió fuego “a lo bonzo” como forma de protesta ante la opresión del régimen. Las protestas –que fueron encabezadas principalmente por jóvenes–, se expandieron a otras ciudades y se incrementaron a través de la convocatoria que se hizo por medio de redes sociales como Twitter y Facebook. Luego de diez días de protestas, el presidente Zinedin Ben Alí apareció por primera vez en televisión prometiendo la creación de puestos de trabajo, pero a la vez afirmando que quienes protestaban serían castigados con todo el peso de la ley. Paralelamente, hubo protestas en Argelia por el aumento de precios de los alimentos y la desocupación. El 16 de enero Ben Ali abandonó Túnez y encontró refugio en Arabia Saudí hasta su muerte en 2019. Simultáneamente comenzaron protestas en Yemen y Egipto. La Plaza Tajrir en El Cairo fue ocupada por miles de manifestantes y se convirtió en el epicentro egipcio de la revuelta hasta el derrocamiento de Jusni Mubarak el 11 de febrero de 2011, luego de apenas dieciocho días de protestas. Un régimen que parecía indestructible, basado en el poder del ejército, se desmoronó cuando perdió el apoyo de las Fuerzas Armadas y la Casa Blanca consideró que no había que sostener más a Mubarak
Ese mismo mes las manifestaciones se sucedieron en varias ciudades de Libia que derivaron en una guerra civil y el derrocamiento de Muammar Kaddafi, en septiembre, con la inestimable intervención de la OTAN encabezada por líderes europeos que un tiempo antes le besaban la mano al “líder supremo” libio mientras pergeñaban grandes negocios. En marzo de 2011 también comenzaron las protestas masivas y pacíficas en contra del gobierno del presidente Bashar Al-Assad en Siria, que pronto también derivaron en una sangrienta guerra civil.
El tiempo y la historia dirán si las –“revueltas árabes”– ocurridas en 2011 implicaron una serie de revueltas populares o si se trató de una verdadera revolución con alcances históricos más profundos. Sin embargo, el hecho que las distingue y emparenta es que esta ola revolucionaria en el mundo árabe fue conducida por las masas, no sólo reemplazando líderes, sino erradicando regímenes que gobernaron por tres o cuatro décadas.
Las revueltas en Egipto y Siria tuvieron un efecto directo sobre israelíes y palestinos. Sin lugar a dudas, la caída de Jusni Mubarak en Egipto tuvo un significado especial por ser este país el más importante del mundo árabe y por su alianza estratégica con Estados Unidos, además de su abierta colaboración con Israel en el bloqueo de la Franja de Gaza. Con su caída, el gobierno israelí perdió un “aliado” que mantenía cerrada su frontera con dicho territorio. La presidencia de Mujamad Mursi en Egipto (junio 2012-julio 2013) fue un respiro para la Franja de Gaza por su pertenencia a la Hermandad Musulmana, ya que Hamás –acrónimo en árabe de Movimiento de Resistencia Islámico– es la versión palestina de ese movimiento. Con la elección del general Al Sisi a la presidencia de Egipto en mayo de 2014 se volvió a la política de Mubarak en detrimento de Hamás.
La revuelta en Siria también tuvo un efecto directo sobre israelíes y palestinos. Por un lado, el régimen que desde 1967 intenta infructuosamente que Israel se retire del Golán –un territorio que ocupa desde ese mismo año en la provincia siria de Quneitra– se vio más debilitado por la revuelta. Por el otro, esa revuelta tuvo un efecto directo sobre medio millón de refugiados palestinos que vive en ese país, dado que muchos respaldaron al gobierno de Al-Assad aunque otros se sumaron a la revuelta armada en su contra y Hamás abiertamente se distanció de Bashar Al-Assad.
Como dijimos antes, el otro actor fundamental para comprender las dinámicas de los países árabes y el conflicto palestino-israelí es Estados Unidos. Una mínima lectura de los medios de comunicación permite verificar que ante casi todas estas revueltas árabes aparece la pregunta “¿Cuándo Estados Unidos le soltará la mano al gobernante?”. Salvo el gobierno sirio, casi todos los países árabes tienen excelentes relaciones con la Casa Blanca y algunos –para mantenerse en el poder– dependen de su ayuda política, financiera y militar. Esta relación fue clave para neutralizar los reclamos palestinos, construir una coalición para expulsar a Saddam Hussein de Kuwait en 1991 e invadir Irak en 2003. De todas maneras, hay que señalar que esta revuelta árabe tomó por sorpresa tanto a los estrategas de la política exterior estadounidense como a los intelectuales que siguen día a día lo que sucede en una región vital para Estados Unidos. El presidente Barack Obama asumió en enero de 2009 y ese mismo año visitó Egipto, donde prometió una nueva relación con el mundo árabe e islámico y en más de una ocasión manifestó que los palestinos tenían derecho a un Estado independiente. Pasaron sus ocho años de mandato y nunca especificó cuáles serían sus fronteras, o si estas debían ser establecidas por las Naciones Unidas; y nada cambió. Donald Trump llegó a la presidencia en enero de 2017 y desde un primer momento manifestó su apoyo incondicional al Estado de Israel. Las diferencias entre ellos se analizan en una de las preguntas al final del libro, porque estas se encuentran en un relativo orden cronológico que es indispensable para comprender la sucesión de hechos. De todas maneras, como también fueron pensadas para que se pueda “saltar” de pregunta en pregunta con cierta independencia, el libro se convierte en una pequeña “enciclopedia” para consultar según se tenga interés por un tema u otro.
El conflicto palestino-israelí arrastra pasiones encontradas y existen muchos libros históricos y políticos que analizan la génesis del conflicto y sus múltiples variables, tanto desde una visión israelí como desde una óptica palestina. Hace más de cuarenta años que lo vivo, siento y estudio, y es muy difícil adentrarse en este conflicto que tiene tantas aristas sin que afloren las justificaciones morales y éticas de un lado, contrapuestas a las del otro. Nos encontramos frente a dos movimientos nacionales que han construido su historia a partir de sus propias vivencias y su lógica interna. Esto es, han partido de sus experiencias en el intento de encontrar una respuesta a sus dramas únicos e intransferibles. Pero en este caso sus historias se han entrelazado hasta tal punto que ahora son inseparables.
Por esta razón encontrarán que una idea medular del libro es evitar las valoraciones –o la utilización de adjetivos– que poco ayudan a aclarar el panorama. Tampoco se busca responder a preguntas como qué está bien o qué está mal, quién tiene razón o quién no la tiene, porque los que tienen este libro en sus manos aspiran a que se analice el conflicto sin calificar o justificar.
Si las palabras que se utilizan en todo contexto tienen un peso, en la región esto se encuentra multiplicado por las guerras, las pasiones y la influencia occidental de los medios de comunicación. La expresión “Medio Oriente” es incorrecta en lo conceptual. ¿Medio Oriente de qué? Obviamente para los europeos en su camino al Oriente. Los que viven en la zona desde antaño se refieren a la parte que está al oeste de Egipto en lengua árabe como Al Magreb, porque geográficamente es el occidente, donde ellos ven que se pone el sol. Y desde Egipto, incluyéndolo y abarcando toda la península arábiga está el oriente árabe, Al Mashrek. Pero como los convencionalismos a veces vencen la rigurosidad conceptual, en el libro se utilizará la expresión “Medio Oriente”, aun a sabiendas de que su uso y abuso empañan las expresiones utilizadas por siglos por los habitantes originales de la región. Sin lugar a dudas, como se ve, lo más complejo en el conflicto palestino-israelí es mantener el equilibrio al utilizar palabras con un alto contenido político.
Una de las características centrales de este conflicto es la batalla mediática y propagandística. Cada término es parte de un juego dialéctico que busca imponer definiciones en los medios masivos de comunicación. Es así que en el mundo occidental se instaló el concepto de Guerra de Yom Kipur (terminología israelí) respecto de la guerra árabe-israelí de 1973, aún si en los países árabes por lo general se la denomina como la Guerra de Octubre por haber sucedido en ese mes.
Hasta la revuelta palestina de 1987, conocida como Intifada (levantamiento en árabe), los medios de comunicación occidentales solían reproducir las terminologías israelíes respecto del conflicto. La utilización de Intifada con connotación positiva fue un duro revés para la política comunicacional israelí, porque las imágenes que se mostraban eran las de jóvenes palestinos arrojando piedras a tanques israelíes.
Paralelamente, otra expresión que comenzó a aparecer fue la palabra Nakba. El término data de 1948, cuando el prestigioso académico sirio Constantine Zurayk publicó su libro Ma´na al Nakba (El significado del desastre). Durante décadas, sólo un puñado de intelectuales utilizó el término que “revivió” en los últimos años incluso en los medios de comunicación israelíes, aunque su propio significado contradice la versión israelí de la creación del Estado de Israel en 1948.
Como vemos, no es fácil elegir un camino que intente no quedar atrapado en la mera propaganda de uno u otro lado. “No hay palabras neutras – señala con razón el periodista Joris Luyendijk –. No es fácil escribir un despacho de prensa de este tipo: Hoy en Judea y Samaria / en los territorios palestinos / en los territorios ocupados / en los territorios en disputa / en los territorios liberados, tres palestinos inocentes / terroristas musulmanes, fueron eliminados preventivamente / brutalmente asesinados / asesinados por el enemigo sionista /por las tropas de ocupación israelíes / por las fuerzas de defensa israelíes.”
Lo que parece un trabalenguas refleja las dificultades que tienen los periodistas y académicos para informar y analizar lo que allí sucede; y en particular para tratar de mantener una línea lo más objetiva posible aunque conscientes de que en las ciencias sociales la objetividad no existe.
Otra de las dificultades al estudiar el Medio Oriente es la forma de transcribir los nombres. Las colonizaciones británicas y francesas de la región nos legaron también las transcripciones de nombres, ciudades y movimientos políticos al inglés y francés. En el libro utilizaremos la transliteración del árabe o el hebreo al castellano y no según la tipografía del inglés o francés que suele ser utilizada en los medios masivos de comunicación. Es así que en vez de Ahmed (Yassin) se podrá leer Ajmed (Yassin) y en vez de Yitzhak (Rabin) se leerá Itzjak (Rabin) porque nos parece correcto que el lector pueda acercarse lo más posible a la pronunciación correcta de los nombres. Haremos algunas excepciones tomando en cuenta que no queremos dificultar la lectura del libro. Ya se ha impuesto en los medios de comunicación de habla castellana Hezbolá para refererise al partido libanés Jizbála (Jizb=partido, alá=dios en árabe), lo mismo que Hamás para el movimiento palestino, que en castellano debería escribirse “Jamás” pues esa letra hache en realidad suena como una jota.
Volviendo al libro que tienen en sus manos: ¿Por qué un libro de preguntas y respuestas específicamente sobre el conflicto palestino-israelí? Porque a veces se requieren respuestas sencillas para preguntas complejas. La idea es que –sin perder rigurosidad– ustedes encuentren en esta especie de “guía introductoria” algunas claves que permitan desentrañar las dudas más frecuentes y comprender los procesos más generales. Desde ya que toda selección es arbitraria e implica dejar afuera muchos temas que hacen a los numerosos problemas y conflictos que existen en el mundo árabe e islámico y que no serán abordados particularmente en el libro, como los nacionalismos árabes, la importancia de las monarquías árabes, la figura de Kemal Atatürk o Al Qaeda, fenómeno al que le dediqué un libro en esta misma editorial.
Los encuentros cara a cara que he tenido, los diálogos y silencios sirven para apreciar sutilezas que sólo se aprenden mientras se come un jumus –la famosa pasta de garbanzos rociada con aceite oliva–, se bebe un té con menta en los pequeños vasos turcos que son herencia del Imperio Otomano, o un café con cardamomo. Soy consciente de que cien preguntas no lo pueden abarcar todo, pero tengo la esperanza de que este texto alimente el espíritu de curiosidad para seguir profundizando sobre el mundo árabe-islámico en general y el conflicto palestino-israelí en particular
Para desentrañar los problemas más intrincados me gusta apelar al filósofo judío Baruj Spinoza, quien escribiera hace unos cuatrocientos años “no reír, no llorar, sino comprender”. Espero que esa frase también ayude a pensar dialécticamente lo que dijo el escritor palestino Emile Habibi: “vuestro holocausto, nuestra catástrofe...”.
Pedro Brieger