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EL NACIMIENTO

Era un día lluvioso y aún no abría el puesto de las flores. Toda la noche Alejandro no había podido dormir. Había rezado para que todo saliera bien. Ya tenía el nombre de su hijo: Sebastián Andrés. Porque era varón y debería ser un hombre fuerte y de honor. Ya había nacido en la madrugada y él no lo sabía, solo lo presentía.

Alejandro valoraba mucho esa paternidad, porque su padre lo había criado solo en una hacienda en Chile, lejos de su madre que lo abandonó a su suerte cuando tenía 5 años. Creció valorando mucho a su padre, quien fue su compañero y guía hasta el día de su muerte.

Esperó con mucha impaciencia a que abrieran el hospital. La hora no llegaba nunca hasta que pudo ingresar. Sus piernas temblaban y su corazón latía a mil. Hasta que lo vio, lo abrazó con tanto amor y cariño (porque era el niño varón que había esperado). Le entregó las flores a Paola, su pareja, demostrándole la felicidad que embargaba su ser. Sebastián era un niño lindo, que irradiaba el amor que su padre esperaba. Con pómulos rosados, piel rojiza, cabello casi ausente pero ensortijado, y ojos marrones claros que dejaba translucir la luz.

Como todos los hospitales para partos normales, el alta estaba próxima, el mismo día. Había un detalle que no estaba previsto, Paola no se sentía bien y Alejandro se preocupó mucho.


Al salir del hospital, fueron a su departamento. El frío ya comenzaba a recrudecer a pesar de que la estación de verano no había terminado. Era un clima que no era habitual y eso hizo el día más pesado y triste para Paola, que no se sentía bien.

Al llegar la noche, cuando el bebé ya había lactado por última vez en el día, Paola le pidió a Alejandro hablar sobre algo importante. Alejandro un poco aturdido, y presintiendo algo, escuchó atentamente.

—Quiero decirte algo importante –dijo Paola.

—Me asustas, ¿te pasa algo? —dijo Alejandro.

Paola lo abrazó y le dijo que había pasado muchas cosas bonitas e importantes con él, pero que no tenía planificado ser mamá. Que lo había pensado tanto que la decisión era definitiva.

—He decidido dejarte al bebé y hacer mi vida —anunció la madre de Sebastián.

—¿Qué estás pensando? ¿Estás bromeando? —dijo Alejandro, tomándose la cabeza en señal de aturdimiento.

—No quiero ser mamá. Soy joven y quiero vivir, salir y divertirme. ¿No lo puedes entender?

—No, no puedo creerlo —dijo Alejandro, con miedo y llorando.

La conversación se cortó y ambos fueron a distintos espacios del departamento.

Ambos durmieron sin pronunciar palabra. Para Alejandro era un día feliz y triste a la vez.

Al siguiente día, pensó que quizás Paola se sentía mal producto de su estado y que reconsideraría la decisión.

—Paola, podemos hablar —le dijo Alejandro, con un tono nervioso.

—Si crees que mi decisión cambiará, estás equivocado —aseveró Paola con voz decidida, cruda e indolente, sujetando a Sebastián entre sus brazos y dándole de amamantar.

—Entonces, no cambiarás de decisión, ¿no? Bueno, espera que mi hijo tenga seis meses y me lo podrás entregar —dijo Alejandro decepcionado—. ¡Y no quiero verte más! —añadió.


Alejandro tuvo en su cabeza solo la idea de que la historia se repetía —ya que su madre lo había también abandonado— y que las mujeres no eran tan buenas como se decía. Para él, los hombres tenían más amor paternal.

Todo ese día, Alejandro pensó en sus opciones. Tenía un trabajo en Chile, pero también quería comenzar de nuevo y olvidar esa triste experiencia, quizás la más dura que le tocaría experimentar.

Con amor de padre

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