Читать книгу La venganza de Don Mendo - Pedro Muñoz Seca - Страница 3

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Sala de armas del castillo de don Nuño Manso de Jarama, Conde del Olmo. En el lateral derecha, primer término, una puerta. En segundo término y en ochava, una enorme chimenea. En el foro, puertas y ventanales que comunican con una terraza. En el lateral izquierdo, primer término, el arranque de una galería abovedada. En último término, otra puerta. Tapices, muebles riquísimos, armaduras, etc., etc. Es de noche. Hermosos candelabros dan luz a la estancia. En la chimenea, viva lumbre. La acción, en las cercanías de León, allá en el siglo XII, durante el reinado de Alfonso VII.

Al levantarse el telón están en escena el CONDE DON NUÑO, MAGDALENA, su hija, DOÑA RAMÍREZ, su dueña, DOÑA NINÓN, BERTOLDINO, un joven juglar, LORENZANA, ALDANA, OLIVA, varios escuderos y todas las mujeres que componen la servidumbre del castillo, dos FRAILES y dos PAJES. El CONDE, en un gran sillón, cerca de la lumbre, presidiendo el cotarro, y los demás formando artístico grupo y escuchando a BERTOLDINO, que en el centro de la escena está recitando una trova.

NUÑO

(A BERTOLDINO muy campanudamente.)

Ese canto, juglar, es un encanto.

Hame gustado desde su principio,

y es prodigioso que entre tanto canto

no exista ningún ripio.

MAGDALENA

Verdad.

NUÑO

(A BERTOLDINO.)

Seguid.

BERTOLDINO

(Inclinándose respetuoso.)

Mandad.

NUÑO

(Enérgico a varios que cuchichean.)

¡Callad!


Don Nuño

BERTOLDINO

Oíd.

(Se hace un gran silencio y recita enfáticamente.)

Los cuatro hermanos Quiñones

a la lucha se aprestaron,

y al correr de sus bridones,

como cuatro exhalaciones,

hasta el castillo llegaron.

¡Ah del castillo!—dijeron—.

¡Bajad presto ese rastrillo!

Callaron y nada oyeron,

sordos sin duda se hicieron

los infantes del castillo.

¡Tended el puente!... ¡Tendello!

Pues de no hacello, ¡pardiez!,

antes del primer destello

domaremos la altivez

de esa torre, habéis de vello...

Entonces los infanzones

contestaron: ¡Pobres locos!...

Para asaltar torreones,

cuatro Quiñones son pocos.

¡Hacen falta más Quiñones!

Cesad en vuestra aventura,

porque aventura es aquesta

que dura, porque perdura

el bodoque en mi ballesta...

Y a una señal, dispararon

los certeros ballesteros,

y de tal guisa atinaron,

que por el suelo rodaron

corceles y caballeros.

(Murmullos de aprobación.)

Y según los cronicones

aquí termina la historia

de doña Aldonza Briones,

cuñada de los Quiñones

y prima de los Hontoria.

(Nuevos murmullos.)

NUÑO

Esas estrofas magnánimas

son dignas del estro vuestro.

(Suena una campana.)

BERTOLDINO

Gracias, gran señor.

NUÑO

(Levantándose solemne.)

¡Las ánimas!

(Todos se ponen de pie.)

Padre nuestro...

(Se arrodilla y reza.)

TODOS

(Imitándole.)

Padre nuestro...

(Pausa. La campana, dentro, continúa un breve instante sonando lastimosamente.)

NUÑO

Y ahora, deudos, retiraos,

que es tarde, y no es ocasión

de veladas ni saraos.

Recibid mi bendición.

(Los bendice.)

Magdalena y vos, quedaos.

(MAGDALENA y DOÑA RAMÍREZ se inclinan y se colocan tras él, en tanto desfila ante el CONDE toda la servidumbre.)

Adiós, mi fiel Lorenzana

y Guillena de Aragón...

Buenas noches, Pedro Aldana.

Descansad... Hasta mañana,

Luis de Oliva... Adiós, Ninón...

(Quedan en escena el CONDE, MAGDALENA y DOÑA RAMÍREZ. Bueno, el CONDE, que ya es anciano, es un tío capaz de quitar, no digo el hipo, sino la hipoclorhidria; MAGDALENA es una muchacha como de veinte años, de trenzas rubias, y DOÑA RAMÍREZ una mujer como de cincuenta, algo bigotuda y tal.)

Ahora que estamos solos, oídme atentas.

Necesito que hablemos un instante

de algo para los dos muy importante.

(MAGDALENA toma asiento y el CONDE la imita, diciéndola sin reproche:)

Me sentaré, puesto que tú te sientas.

MAGDALENA

Dime, padre y señor.

NUÑO

Digo, hija mía,

y al decirlo Dios sabe que lo siento,

que he concertado al fin tu casamiento,

cosa que no es ninguna tontería.

(MAGDALENA se estremece, casi pierde el sentido.)

¿Te inmutas?

MAGDALENA

(Reponiéndose y procurando sonreír.)

¡No, por Dios!

NUÑO

(Trágicamente escamado.)

Pues parecióme.

MAGDALENA

No extrañes que el rubor mi rostro queme;

de improviso cogióme

la noticia feliz... e impresionéme.

NUÑO

Has cumplido, si yo mal no recuerdo,

veinte abriles.

MAGDALENA

Exacto.

NUÑO

No eres lerda.

Pues toda la familia está de acuerdo

en que eres mi trasunto, y si soy cuerdo,

siendo tú mi trasunto, serás cuerda.

Eres bella... ¿Qué dije? Eres divina,

como lo fué tu madre doña Evina.

MAGDALENA

Gracias, padre y señor.

NUÑO

Modestia aparte.

Sabes latín, un poco de cocina,

e igual puedes dorar una lubina

que discutir de ciencias y aun de arte.

Tu dote es colosal, cual mi fortuna,

y es tan alta tu cuna,

es nuestra estirpe de tan alta rama,

que esto grabé en mi torre de Porcuna:

«La cuna de los Manso de Jarama,

a fuerza de ser alta cual ninguna,

más que cuna dijérase que es cama.»

MAGDALENA

(Atajándole nerviosamente.)

¿Y con quién mi boda, padre, has concertado?

NUÑO

Con un caballero gentil y educado

que es Duque y privado del Rey mi señor.

MAGDALENA

¿El Duque de Toro?...

NUÑO

Lo has adivinado,

El Duque de Toro, don Pero Collado,

que ha querido hacernos con su amor, honor.

MAGDALENA

¿Y te habló don Pero?...

NUÑO

Y don Pero hablóme

y afable y rendido tu mano pidióme,

y yo que era suya al fin contestelle;

y él agradecido besóme, abrazóme,

y al ver el agrado con que yo mirelle

en la mano diestra cuatro besos dióme;

y luego me dijo con voz embargada:

Dígale, don Nuño, que presto mi espada

rendiré ante ella, que presto iré a vella,

que presto la boda será celebrada

para que termine presto mi querella...

(Levantándose.)

Conque, Magdalena, tu suerte está echada,

mi palabra dada y mi honor en ella;

serás muy en breve duquesa y privada;

no puedes quejarte de tu buena estrella.

MAGDALENA

Gracias, padre, gracias.

NUÑO

Noto tu alegría.

MAGDALENA

Haré lo que ordenas.

NUÑO

De tu amor lo espero.

MAGDALENA

Puesto que lo quieres, seré de don Pero.

NUÑO

Serás de don Pero.

(La besa.)

Adiós, hija mía.

(Se va por la puerta de la derecha.)

MAGDALENA

(Aterrada, dejándose caer sin fuerzas en una silla, digo sin fuerzas, porque si se deja caer con fuerza puede hacerse daño.)

¡Ya escuchaste lo que dijo!...

RAMÍREZ

Claro está que lo escuché,

y sólo a fuerza de fuerzas

me he podido contener,

que tal temblor dió a mi cuerpo,

tal hormiguillo a mis pies,

que no sé cómo don Nuño

no lo advirtió, no lo sé.

¡Casarte tú con el Duque

siendo amante del Marqués!...

¡Ser esposa de don Pero

la que de don Mendo es!...

¡Si el Marqués lo sabe!...

MAGDALENA

¡Calla!

RAMÍREZ

¡Si el Duque se entera!...

MAGDALENA

¡Bien!

RAMÍREZ

¡Si al Conde le dicen!...

MAGDALENA

¡Cielos!

RAMÍREZ

¡Y si tú lo ocultas!...

MAGDALENA

(Nerviosa, cargada.)

¡Eh!

¡Basta ya, doña Ramírez!

¿No ves que sufro? ¡Rediez!

RAMÍREZ

Muda seré si lo ordenas.

Si lo mandas, callaré;

pero ante Dios sólo puedes

casarte con el Marqués,

porque al Marqués entregaste

tu voluntad y tu fe;

porque te pasas las noches

en tierno idilio con él;

porque esa escala maldita

le arrojaste una vez

sólo por darle una mano

y él se ha tomado los pies.

(A un gesto de MAGDALENA.)

No te ofendas, Magdalena,

mas yo sé, porque lo sé,

que la mujer que recibe

en su castillo a un doncel,

con él se casa, o no tiene

todo lo que hay que tener.

MAGDALENA

Me insultas, doña Ramírez.

No sé cómo en mi altivez

me contengo.

RAMÍREZ

Reflexiona

que lo digo por tu bien.

MAGDALENA

¡Pero si ya no le amo;

si ya no tengo en él fe;

si es de mi padre enemigo!

¡Si no sé por qué le amé!

RAMÍREZ

El te idolatra.

MAGDALENA

¿Qué importa?

¿Qué puedo esperar de él,

si carece de fortuna

y no es amigo del Rey?

No, doña Ramírez, nunca:

no me conviene el Marqués.

Quiero triunfar en la corte,

quiero brillar, quiero ser

algo que mucho ambiciono.

¡Quiero serlo y lo seré!

RAMÍREZ

¿Pero y don Mendo, señora?

MAGDALENA

Yo sabré librarme de él.

RAMÍREZ

¿Y si don Pero se entera

de aqueste engaño?

MAGDALENA

¿Por quién?

RAMÍREZ

¿Y si don Nuño?...

MAGDALENA

Mi padre

dió su palabra antiayer

al de Toro, y yo por fuerza

le tengo que obedecer.

(Suena dentro un laúd que toca el conocido cuplé de El Relicario.)

RAMÍREZ

Entonces...

MAGDALENA

¡Calla!

(Escucha.)

RAMÍREZ

¡Dios mío!

¡Esa música!...

MAGDALENA

¡El Marqués!

Arroja presto la escala.

Déjame a solas con él.

(Se sienta pensativa. DOÑA RAMÍREZ abre una de las puertas del foro, se asoma a la terraza y arroja una escala.)

Quisiera amarle y no puedo.

Fué mi amor una mentira,

porque no es amor, es miedo

lo que don Mendo me inspira.

RAMÍREZ

(Haciendo mutis por la galería de la izquierda.)

Pues lo mandan, es razón

que sea muda, ciega y sorda,

pero me da el corazón

que aquí se va a armar la gorda.

(Vase. Por la puerta del foro que deja abierta DOÑA RAMÍREZ, entra en escena DON MENDO, apuesto caballero como de treinta años, bien vestido y mejor armado.)

MAGDALENA

(Yendo hacia él y cayendo en sus brazos.)

¡Don Mendo!

MENDO

(Declamando tristemente.)

¡Magdalena!

Hoy no vengo a tu lado

cual otras noches, loco, apasionado...

porque hoy traigo una pena

que a mi pecho destroza, Magdalena.

MAGDALENA

¿Tú triste? ¿Tú apenado? ¿Tú sufriendo?

¿Pero qué estoy oyendo?

Relátame tus cuitas, ¡oh, don Mendo!

(Ofreciéndole una dura banqueta, bastante incómoda.)

Acomódate aquí.

MENDO

Preferiría

aquel, de cuero, blando catrecillo,

pues del arzón, sin duda, vida mía,

tengo no sé si un grano o un barrillo.


Magdalena

MAGDALENA

¡Y has venido sufriendo!

MENDO

¡Mucho!... ¡Mucho!

MAGDALENA

¿Cómo no quieres, di, que te idolatre?

Apóyate en mi brazo, ocupa el catre

y cuéntame tu mal, que ya te escucho.

(Ocupa DON MENDO un catrecillo de cuero y MAGDALENA se arrodilla a su lado. Pausa.)

Ha un rato que te espero, Mendo amado,

¿por qué restas callado?

MENDO

No resto, no; es que lucho,

pero ya mi mutismo ha terminado;

vine a desembuchar y desembucho.

Voy a contarte, amor mío,

una historia infortunada:

la historia de una velada

en el castillo sombrío

del Marqués de la Moncada.

Ayer... ¡triste día el de ayer!...

Antes del anochecer

y en mi alazán caballero

iba yo con mi escudero

por el parque de Alcover,

cuando cerca de la cerca

que pone fin a la alberca

de los predios de Albornoz,

me llamó en alto una voz,

una voz que insistió terca.

Hice en seco una parada,

volví el rostro, y la voz era

del Marqués de la Moncada,

que con otro camarada

estaba al pie de una higuera.

MAGDALENA

¿Quién era el otro?

MENDO

El Barón

de Vedia, un aragonés

antipático y zumbón

que está en casa del Marqués

de huésped o de gorrón.

Hablamos... ¿Y vos que hacéis?...

Aburrirme... Y el de Vedia

dijo: No os aburriréis;

os propongo, si queréis,

jugar a las siete y media.

MAGDALENA

¿Y por qué marcó esa hora

tan rara? Pudo ser luego...

MENDO

Es que tu inocencia ignora

que a más de una hora, señora,

las siete y media es un juego.

MAGDALENA

¿Un juego?

MENDO

Y un juego vil

que no hay que jugarle a ciegas,

pues juegas cien veces, mil,

y de las mil, ves febril

que o te pasas o no llegas.

Y el no llegar da dolor,

pues indica que mal tasas

y eres del otro deudor.

Mas ¡ay de ti si te pasas!

¡Si te pasas es peor!

MAGDALENA

¿Y tú... don Mendo?

MENDO

¡Serena

escúchame, Magdalena,

porque no fuí yo... no fuí!

Fué el maldito cariñena

que se apoderó de mí.

Entre un vaso y otro vaso

el Barón las cartas dió;

yo vi un cinco, y dije «paso»,

el Marqués creyó otro el caso,

pidió carta... y se pasó.

El Barón dijo «plantado»;

el corazón me dió un brinco;

descubrió el naipe tapado

y era un seis, el mío era un cinco;

el Barón había ganado.

Otra y otra vez jugué,

pero nada conseguí,

quince veces me pasé,

y una vez que me planté

volví mi naipe... y perdí.

Ya mi peculio en un brete

al fin me da Vedia un siete;

le pido naipe al de Vedia,

y Vedia pone una media

sobre el mugriento tapete.

Mas otro siete él tenía

y también naipe pidió...

y negra suerte la mía,

que siete y media cantó

y me ganó en la porfía...

Mil dineros se llevó,

¡por vida de Satanás!

Y más tarde... ¡qué sé yo!

de boquilla se jugó,

y me ganó diez mil más.

¿Te haces cargo, di, amor mío?

¿Te haces cargo de mis males?

¿Ves ya por qué no sonrío?

¿Comprendes por qué este río

brota de mis lagrimales?

(Se seca una lágrima de cada ojo.)

Yo mal no quedo, ¡no quedo!

¡Quien diga que yo un borrón

eché a mi grey que alce el dedo!...

Y como pagar no puedo

los dineros al Barón,

para acabar de sufrir

he decidido... partir

a otras tierras, a otro abrigo.

MAGDALENA

(Ocultando su alegría.)

¿Qué me dices?... ¿Vas a huir?

MENDO

Voy a huir, pero contigo.

MAGDALENA

¿Perdiste el juicio?

MENDO

No tal.

Resuelto está, vive Dios.

Y si te parece mal,

aquí mesmo, este puñal

(Saca un puñal enorme.)

nos dará muerte a los dos.

Primero lo hundiré en ti,

y te daré muerte, sí,

¡lo juro por Belcebú!,

y luego tú misma, tú,

hundes el acero en mí.

MAGDALENA

(Ocultando su miedo.)

Es que tú puedes pagar

con algo... que alguien te preste...

y luego para medrar

puedes partir con la hueste

que organiza el de Melgar.

Y yo aquí te aguardaría

y al Conde prepararía,

y al volver de tu cruzada

nuestra unión sancionaría.

MENDO

¡Calla!

MAGDALENA

¡Sí!... ¿Qué piensas?

MENDO

¡Nada!

MAGDALENA

¡Salvado, don Mendo, estás!

Pagas las deudas, te vas,

luchas, vences, y al regreso

loca de amor me hallarás

aquí.

MENDO

¡Nunca!... ¡Nunca!...

MAGDALENA

¿Y eso?

MENDO

Porque... ¿cómo a pagar voy?

MAGDALENA

¿Cómo?

(Se dirige a un mueble y saca un estuche de orfebrería.)

Si ya tuya soy

y lo mío tuyo es...

(Le da el estuche.)

este collar que te doy

has de aceptarlo, Marqués.

MENDO

¡Dios santo!

MAGDALENA

Ve mi intención,

de rodillas te lo ruego,

véndelo, paga al Barón,

tu honor salva, y parte luego

a unirte al rey de Aragón.

MENDO

(Dudando.)

Es que...

MAGDALENA

Todo está arreglado.

MENDO

Pero mi honor...

MAGDALENA

No comprendo...

MENDO

Temo que algún deslenguado

lo sepa, y diga: don Mendo

es un vil y un desahogado,

que sin pizca de aprensión

aprovechó una ocasión

que él creyó propicia y obvia

y pagó a cierto Barón

con alhajas de su nobvia.

Y me anulo y me atribulo

y mi horror no disimulo,

pues aunque el nombre te asombre

quien obra así tiene un nombre,

y ese nombre es el de... chulo.

MAGDALENA

¡Basta, don Mendo!

MENDO

¡No!... ¡No!...

MAGDALENA

(Trágica.)

¡O aceptas ese collar

que mi mano te donó,

o tú no me has de matar,

pues he de matarme yo!

(Ruido de espadas que chocan dentro.)

MENDO

¡Calla!

MAGDALENA

¿Qué es eso?... ¡Dios santo!...

MENDO

Al pie de este torreón

alguien riñe con tesón...

RAMÍREZ

(Entrando en escena asustadísima.)

¡Ay, Magdalena! ¡Qué espanto!...

MENDO

¿Qué ocurre?

RAMÍREZ

(A MAGDALENA.)

¡Salva tu honor!

Un rufián o un caballero

a vuestro fiel escudero

ha puesto en fuga.

MAGDALENA

¡Qué horror!

RAMÍREZ

¡Y diciendo no sé qué,

por la escala está subiendo!

MAGDALENA

¡Tú tienes mi honor, don Mendo!

MENDO

Pues ten en mi espada fe.

Y de ese honor al conjuro,

juro que morir prefiero

a delatarte; lo juro

por mi fe de caballero.

(Se van por la izquierda DOÑA RAMÍREZ y MAGDALENA. Pausa. DON MENDO desenvaina su espada y se emboza.)

¡Por vida!... Si hay que luchar

y lucha habrá, si hay quien luche

puede estorbarme el estuche...

el estuche del collar.

(Arroja el estuche al suelo y se cuelga el collar del brazo.)

(Por el fondo, y también embozado, entra DON PERO, por una de las ventanas, y se detiene al ver a DON MENDO.)

¿Quién se acerca inoportuno?

PERO

¡Uno!

MENDO

¿Sabe qué suerte le cabe?

PERO

¡Qué sabe!

(Saca la espada.)

MENDO

¿Y qué le impulsó a subir?

PERO

¡Reñir!

MENDO

¿Dijo reñir o morir?

PERO

Reñir y matar si cabe,

que entró por ese arquitrabe

uno que sabe reñir.

MENDO

Morirás, ¡rayos y truenos!

PERO

¡Menos!

MENDO

Que mi espada vidas roba.

PERO

¡Coba!

MENDO

¿Eres juglar o escudero?

PERO

¡Caballero!

MENDO

Entonces con más esmero.

PERO

Pues vamos presto a reñir,

que no os tenga que decir

menos coba, caballero.

MENDO

Decid cuál es vuestro nombre.

PERO

¿Mi nombre queréis? ¡Pardiez!

Pues... un hombre.

MENDO

¿Sólo un hombre?

PERO

Uno que vale por diez.

MENDO

¡Vive el cielo!... ¡Venga el duelo!...

PERO

¡Vive Dios!... ¡Aunque sean dos!...

MENDO

Habéis de medir el suelo.

PERO

Habéis de medirlo vos.

MENDO

¡Por mi dama! ¡Vive el cielo!...

PERO

¡Por mi dama! ¡Vive Dios!...

(Cruzan las espadas y se acometen fieramente. Dentro gritan pidiendo socorro MAGDALENA y DOÑA RAMÍREZ.)

MENDO

(Haciendo alto y mirando hacia ambos laterales temerosamente.)

(Voces, ayes, luces, ruido...

Si me ven, está perdida

y yo con ella perdido...

Hay que buscar la salida...)

¡Paso franco!

PERO

(Gritando.)

¡Ah de la casa!

MENDO

¡Paso!

PERO

Lo impide mi acero.

MENDO

¡Paso digo, caballero!

PERO

Yo digo que no se pasa.

MENDO

¡Por favor!...

PERO

¡No hay compasión!

No salís, lo he decidido.

MENDO

(Desesperado.)

(¡Y vienen!... ¡Sí! ¡Estoy perdido!)

¡Paso!

PERO

¡Nunca!

MENDO

¡Maldición!

(Se emboza y queda con la espada desnuda en el centro de la escena. En el foro, también embozado y espadi-desnudo queda DON PERO. Por las distintas puertas y galerías entran todos los personajes que había en escena al comenzar el acto. Vienen muchos de ellos con armas y otros con hachones encendidos. MAGDALENA se presenta con el pelo suelto, como si se acabara de levantar, y sostenida por DOÑA RAMÍREZ.)

LORENZANA

¿Quién llama?

ALDANA

¿Quién grita?

OLIVA

¿Qué ocurre?

La venganza de Don Mendo

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