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ENSANCHANDO HORIZONTES

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Me gustan los trenes. Me gusta su ritmo y me gusta la libertad de estar suspendida entre dos lugares, todas las ansiedades de propósito atendidas. En esos momentos sé hacia dónde voy.

Anna Funder , Stasiland: historias detrás del muro de Berlín

Explorar, perderse por destinos lejanos tuvo un significado mágico hace 150 o 200 años. Ya lo demostraron un puñado de viajeras victorianas que recorrieron el mundo, y lo hicieron en una era marcada por el ferrocarril y las restricciones en contra de que la mujer se moviera sola en algunas regiones remotas del planeta.

Hace 131 años, en enero de 1888, se constituía en Washington la Sociedad Geográfica, la organización internacional que más ha influido y hecho en cuestiones de educación e investigación geográfica y científica en todo el mundo. Fue resultado de la iniciativa de treinta y tres hombres eminentes de la época, como Gardiner Greene Hubbard, abogado y conocido como financiero de la alta sociedad norteamericana que ostentó la presidencia al poco de fundarse la Sociedad; su yerno, Alexander Graham Bell, que sería su sucesor diez años después; así como prestigiosos intelectuales, estudiosos, periodistas, investigadores y exploradores de la época que se sumaron a una iniciativa que, ya en septiembre del mismo año de su puesta en marcha, sacó a la luz la célebre revista The National Geographic Magazine, la cual se ha seguido publicando ininterrumpidamente desde entonces.

Tres años después de su fundación, la corresponsal y viajera Eliza Scidmore fue invitada a asistir a una reunión donde le comunicaron que había sido elegida para ocupar el puesto de secretario de la institución. Sus estudios e informes y la vastedad de sus conocimientos sobre el Lejano Oriente, su sagacidad a la hora de observar y escribir, su erudición en algunos temas y su curiosidad geográfica pesaron desde el primer momento. No dudaron en hacer de ella la primera mujer admitida como miembro y la primera en su junta directiva. Eliza, una mujer de una sensibilidad y una complejidad extraordinaria, colaboraría en lo sucesivo con esa institución aportando artículos e informes de gran valor.

Si por alguna razón debería sonarnos el nombre de Eliza Scidmore es por haber sido la primera mujer en entrar en la National Geographic Society de Washington. Pero este no fue su único mérito, también fue una de las mayores pioneras del periodismo y la fotografía, así como miembro oficial de la hoy conocida revista National Geographic. Fue escritora, viajera, geógrafa, periodista y fotógrafa y su vida coincidió con episodios decisivos del momento: la vida de los territorios fronterizos de Alaska, la apertura de Japón —su historia está íntimamente ligada a este país— a los occidentales, el nacimiento de la National Geographic, el auge del turismo de masas, la expansión estadounidense en el Pacífico, las semillas del movimiento por la paz internacional y el cambiante papel de la mujer a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

En 1902, Eliza se animó a recorrer algunas partes de la India, viaje que, por supuesto, realizó en tren. Estas fueron algunas de sus impresiones.

«Había oído hablar extensamente sobre el lujo en los ferrocarriles indios, sobre el espacioso compartimento y hasta el vestidor que aguarda al titular de un billete de primera clase. Sin embargo, descubrí que la espaciosa cabina estaba destinada a cuatro personas. Contenían dos grandes asientos, así como dos literas colgantes que podían ser descolgadas por la noche. Los asientos no tenían muelles ni respaldos, a menos que uno decidiera apoyarse en la ventana que se alzaba mediante una especie de polea, como las ventanas de los antiguos carruajes o diligencias. Los accesorios de hierro fundido en el vestuario eran más rudos y primitivos que los de cualquier transporte americano destinado a los emigrantes. En cuanto el tren inició su marcha, pude comprobar cómo el vagón se balanceaba sacudiéndonos y provocando un ruido tan ensordecedor como si nos halláramos a bordo de un tren de carbón, tal era el polvo que arrancaba del lecho del camino».

Su obra Winter India resume lo que sus sentidos recogieron. Para esta norteamericana, la India británica y el ferrocarril resultaron simplemente decepcionantes. A esta viajera notable, se deben los cerezos japoneses que alfombran ambas orillas del río Potomac en la ciudad de Washington.


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