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Introducción[1] de Patricio de Azcárate[2] Sobre el «divino» Platón

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La humanidad se ha inspirado constantemente en las obras de Platón, filósofo a quien por espacio de veinticuatro siglos ha dado el nombre de divino, y en mucho tiempo no puede dejar de acudir a esta fuente de pura doctrina. Después de su muerte, la aparición de los escritos de su discípulo Aristóteles, que combatía la teoría de las ideas, base y fundamento de la filosofía platónica, y la de nuevos sistemas, como el epicureísmo, el estoicismo y otros, y la falta, siempre irreparable, del genio fundador, único que con su voz e inteligencia puede sostener el prestigio de sus propias concepciones, hicieron que casi desapareciera el platonismo como escuela, pero no desapareció la indeleble y profunda impresión causada por los escritos de este hombre grande en la marcha y progreso de los conocimientos humanos. Renació posteriormente con el nombre de Nueva Academia, bajo los auspicios de Arcesilao y Carnéades, pero su dogma, que consistía en admitir como único criterio de verdad la probabilidad, con lo cual creían poder combatir el dogmatismo y el escepticismo, es tan pobre y está tan en pugna con el sólido e indestructible dogmatismo de Platón, que bien puede decirse que la nueva Academia fue platónica solo en el nombre.

Bajo mejores auspicios apareció en Alejandría con el nombre de neoplatonismo. Amonio Saccas, Plotino, Jámblico, Proclo, Porfirio y otros quisieron, en aquel centro de la civilización entonces conocida, reducir a un cuerpo de doctrina la mitología oriental y la filosofía griega, proclamando que el sabio se iniciaba en todos los misterios, en todas las escuelas, en todos los métodos; valiéndose, para descubrir la verdad, de la iniciación, de la historia, de la poesía y de la lógica. Así que los alejandrinos, a la vez griegos y bárbaros, filósofos y sacerdotes, aunque tomaron por fundamento de su doctrina la de Platón, la exageraron hasta el punto de convertir la unidad platónica en una unidad vacía de sentido, a la que se llegaba por el arrobamiento y el éxtasis, concluyendo en un iluminismo desesperado, y en proclamar la impotencia de la razón para descubrir la verdad.

En los siglos medios es indudable que Aristóteles ejerció una visible preponderancia sobre Platón, debido a la diferencia radical de sus doctrinas, y no poco a la distinta forma en que fueron presentadas. El sistema de Aristóteles es racionalista, pero encerrado en la naturaleza exterior tiene un sello indudable de empirismo; mientras que el sistema de Platón, también racionalista, tiene el sello del idealismo, que eleva el alma del que le estudia y contempla a las regiones del infinito; y esta misma circunstancia le hizo menos aceptable a la generalidad de las inteligencias. Aristóteles clasificó las ciencias, tratando cada una por separado, con un orden rigorosamente didáctico, cosa desconocida hasta entonces; con una explicación directa, seca y tan severa como la requiere la ciencia. Platón, poeta más que filósofo en la forma, optó por el método de los oradores y no por el de los geómetras; y en vez de clasificaciones científicas y de un lenguaje sencillo de explicación, usa del diálogo, introduce interlocutores, pinta con la imaginación y aparecen resueltos los más vastos problemas con las bellezas del estilo y los encantos que solo se encuentran en los poetas inspirados. Estas diferencias fueron causa de la preferencia que alcanzó Aristóteles, que fue mirado como el fundador de la metafísica, de la psicología, de la moral, de la política, de la lógica, de la retórica, de la poética, de la economía política, de la física, de la historia natural y de todos los ramos tratados en obras separadas e independientes. Mas con la invasión de los bárbaros y otras concausas, de tal manera se desnaturalizaron y corrompieron las doctrinas del Estagirita, que hasta llegaron a desconocerse las obras originales, sustituyéndose la verdadera ciencia peripatética con la ciencia grotesca y bárbara de los escolásticos. Sin embargo, en aquellos mismos siglos, Platón fue altamente considerado y mereció siempre la atención de los sabios, como había merecido en alto grado la de los padres de la Iglesia, debido indudablemente a la afinidad que se advierte entre la filosofía platónica y los principios del cristianismo.

No pueden leerse a San Justino, San Clemente de Alejandría, ni a ninguno de los padres griegos, sin advertir cuán instruidos estaban en las obras de Platón. San Agustín mismo[3] dice: «Puesto que Dios, como Platón lo repite sin cesar (esto supone una lectura muy asidua), tenía en su inteligencia eterna, con el modelo del universo, los ejemplares de todos los animales, ¿cómo podría dejar de formar todas las cosas?». Quidquid a Platone dicitur vivit in Agustino («Todo lo que dijo Platón vive en San Agustín»), se decía.

Si de aquí pasamos a la época del Renacimiento, una nueva gloria se prepara para Platón. Sus obras, desconocidas en el Occidente, aparecieron traducidas por el humanista Marsilio Ficino[4] y el reformador calvinista Jean de Serres,[5] y desde entonces su lectura se hizo general entre los hombres de letras; y aunque posteriormente se lamentaba el abate (Claude) Fleury,[6] de que no eran tan estudiadas las obras de Platón como lo reclamaba el amor a la ciencia, es lo cierto que eran generalmente conocidas en toda Europa, y que Leibniz, que advertía las tendencias espiritualistas que iban determinando entre los sabios, decía: «Si alguno llegase a reducir a sistema la doctrina de Platón, haría un gran servicio al género humano».[7] No fue extraña España a este movimiento, y si bien se dio la preferencia a las obras de Aristóteles como sucedía en el resto de Europa, llegando a veintidós Lógicas las que se publicaron en los siglos XVI y XVII en nuestro país sobre la base del Organum de Aristóteles, también aparecieron una traducción latina concordante de Platón y de Aristóteles en el Timeo, en el Fedón y en los libros de la República, debida a la pluma del erudito y filósofo Sebastian Foxio, (Fox o Foxius)[8] y una traducción en lengua castellana del Crátilo y de Gorgias por el humanista Pedro Simón Abril; indicaciones harto evidentes del espíritu místico o neoplatónico que se infiltró en nuestros sabios en los siglos que siguieron al Renacimiento.

El siglo XVIII fue funesto para el platonismo, como lo fue para todos los sistemas no racionalistas. El yugo de hierro que impuso a las inteligencias en la vecina Francia la filosofía empírica, sostenida por Locke y Condillac, hizo que se miraran con horror el platonismo, el malebranchismo, el cartesianismo, los cuales, decía el filósofo Dominique Joseph Garat,[9] imponen al hombre agentes o ídolos que han obtenido del espíritu humano un culto supersticioso, culto que convirtió las escuelas en templos; pero cuyas estatuas y altares despedazó primero el gran Francis Bacon.[10] Pero la reacción comenzada en Alemania a fines del siglo último, y realizada en el presente en toda Europa, es inmensa, ya por el descrédito en que ha caído el empirismo, ya por la altura a que se han elevado todas las cuestiones filosóficas en el campo del idealismo, y ya por el conocimiento más profundo que se tiene de la dignidad y grandeza de nuestro ser, que tiende sus miradas a las regiones del infinito a que le llaman sus altos destinos. Para honra del género humano, Platón se ha levantado del descrédito injurioso del siglo XVIII y el conocimiento de sus obras se va haciendo general; y día llegará en que no habrá hombre de ciencia que no vea honrada su librería, por modesta que sea, con los diálogos del divino Platón. Este gran filósofo está ya hablando en todas las lenguas cultas; en Inglaterra, Tailor;[11] en Alemania, Mendelssohn y Schleiermacher;[12] en Italia, Ruggiero Bonghi;[13] en Francia, de una manera parcial Le Clerc,[14] y de una manera general el filósofo Victor Cousin[15] y posteriormente Chauvet y Amadeo Saisset,[16] han llevado a cabo esta tarea en sus respectivas lenguas, animados por el deseo de propagar las ideas platónicas, que tanto contribuyen a ensanchar la esfera del saber en el inmenso campo de la ciencia.

Esta misma idea y el amor a mi patria son las razones que me impulsaron a publicar mis anteriores libros, y me mueven hoy a ofrecer al público, en lengua castellana, las obras de Platón. La experiencia me ha hecho conocer lo arduo de la empresa; pero mi fe inquebrantable, y el creer que hago un verdadero servicio a mi país, contribuyendo, con lo poco que puedo, a que arraiguen en él los buenos principios, me han llevado a un trabajo muy superior a mis débiles fuerzas. Pasar a una lengua viva lo que hace veinticuatro siglos se ha escrito, no en el lenguaje sencillo de la ciencia, que presenta siempre cierta homogeneidad en todas las lenguas, como se advierte en las obras de Aristóteles, sino en forma de diálogos, con todas las galas del buen decir y con todas las especialidades y modismos que lleva consigo un lenguaje que se supone hablado y no escrito, es una dificultad inmensa y en ocasiones insuperable.

He tomado como base para mi trabajo la traducción en latín de Marsilio Ficino, que con el original griego publicó la Sociedad Bipontina en la ciudad de Dos-Puentes (Zweibrücken), en Alemania, en el año de 1781, en doce tomos; el último de los cuales es un juicio crítico del historiador de la filosofía Dietrich Tiedemann;[17] he consultado en los casos dudosos la magnífica traducción de Cousin, y la de Chauvet y Saisset, tomando de esta última las noticias biográficas, la clasificación de los diálogos, como menos defectuosa, los resúmenes y algunas notas.

Réstanos solo decir, por qué nos hemos abstenido de entrar en la crítica de la doctrina de Platón, limitando esta introducción a explicar el móvil que nos impulsa a publicar la Biblioteca Filosófica y la razón que hemos tenido para comenzar por las obras de aquel filósofo. Deseando asociar a la patriótica empresa que emprendemos las personas que en nuestro país han consagrado, más o menos, su actividad al cultivo de los estudios filosóficos, hemos rogado a algunas de aquellas que tomaran a su cargo el escribir un Juicio crítico de cada uno de los filósofos, cuyas obras formaran parte de la Biblioteca, a fin de que de este modo nos ayudaran eficazmente en este trabajo superior a nuestras escasas fuerzas. Pues bien, tenemos la indecible satisfacción de decir, que este ruego ha sido atendido del modo que era de esperar de quienes tantas muestras tienen dadas de su amor a la ciencia y a su país. Reciban todos el sincero testimonio de nuestra profunda gratitud. En su virtud, el conocido profesor de Metafísica de la Universidad de Madrid, D. Nicolás Salmerón y Alonso, se ha encargado de escribir el Juicio crítico de Platón, con el cual se cerrará la publicación de las obras de este filósofo. De la crítica de los demás se ocuparán a su tiempo los señores D. Manuel A. Berzosa, D. Ramón de Campoamor, D. Francisco de Paula Canalejas, D. Federico de Castro, D. Francisco Giner de los Ríos, D. Gumersindo Laverde Ruiz, D. Nicomedes Martín Mateos, D. José Moreno Nieto, D. Juan Valera y Don Luis Vidart. Por este motivo, la sección correspondiente a cada filósofo comenzará con la Biografía, que siempre facilita la inteligencia de los escritos de un autor, y concluirá con el Juicio crítico de su doctrina.

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