Читать книгу Obras morales y de costumbres (Moralia) IX - Plutarco - Страница 6
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
El presente tratado constituye un modelo acabado del quehacer plutarqueo en cierto grupo de opúsculos. En efecto, Sobre la malevolencia de Heródoto es un alegato vehemente, de fuerte tono retórico, en que Plutarco censura de modo tendencioso la exposición que Heródoto de Halicarnaso realiza sobre las Guerras Médicas y, concretamente, sobre la participación de los distintos estados griegos en las mismas. El caso es que, apoyado en razones de índole patriótica, Plutarco efectúa un vituperio constante de la figura de Heródoto dado que, al decir del queroneo, nuestro historiador desprestigia a los pueblos griegos que intervinieron en la conflagración, con particular aversión hacia corintios y beocios 1 . En tal sentido, Plutarco estructura la obrita de la siguiente manera: en primer lugar, nos ofrece una serie de características axiomáticas merced a las cuales es posible detectar la presencia de un escritor malevolente. Acto seguido, se centra en la parte troncal de su narración en la que procede a la relación de paradeígmata, de ejemplos que vienen a avalar quod demonstrandum erat: a saber, que el estilo sencillo, fluido, natural de Heródoto oculta en realidad su talante malintencionado, proclive a tergiversar la realidad histórica.
Censura. Vituperio. Son términos que he empleado con anterioridad. Y es que, como se desprende de los estudios recientes sobre esta obrilla (diríase libelo), el propósito de Plutarco aquí es palmario, en su deseo de ofrecer una creación literaria de estilo muy elaborado, con una notable utilización de toda suerte de recursos anejos a la preceptiva retórica. Efectivamente, hasta la fecha, las contribuciones sobre la estructura, el estilo y la técnica compositiva de la obra han adoptado dos vías de exégesis. Por un lado, contamos con interpretaciones del tenor de Seavey, quien explica el tratado como un discurso judicial y, más tarde, precisa su pertenencia a la epistolografía forense 2 . Vendría a confirmar este análisis la abundancia de términos —sensible en el tratado— que se corresponden con el campo semántico del género judicial 3 . Por otro lado, y más recientemente, Marincola enfatiza la circunstancia de que nos encontramos ante un ensayo sobre la metodología histórica de Heródoto, convencido de que la crítica historiográfica prima en nuestra obrilla 4 .
Por mi parte, y sin perjuicio de las opiniones que anteceden, considero que la intención polémica y retórica sobresale por encima de cualquier otro aspecto de importancia. En realidad, todo apunta a que Plutarco compone en buena medida un ejercicio retórico de carácter demostrativo a los que, por otro lado, es dado el de Queronea en sus Moralia 5 . Así sucede, entre otros, con Sobre la fortuna o virtud de Alejandro Magno, como ha examinado M. R. Cammarota 6 . En efecto, Plutarco se hallaba avezado en la enseñanza retórica desde su juventud y, especialmente en los tratados juveniles —entre los que cabe incluir la presente composición 7 —, hacía gala de ella con profusión. Así las cosas, con la documentación y los recursos técnicos pertinentes, Plutarco pudo realizar una exhibición retórica en la cual despliega los artificios de escuela más adecuados para la consecución de su objetivo. En efecto, Plutarco traza una epídeixis retórica que, como es de rigor, tiene por objeto la alabanza cumplida o el denuesto tenaz (circunstancia esta última en la que nos hallamos) de una persona, una ciudad, un objeto, etc. Y por cierto que el de Queronea se ajusta con celo a esa actitud de larga tradición: para la inventio del tema, se sirve de Heródoto, quien, si había pasado a la historia literaria con el título de pater historiae 8 , no es menos cierto que contaba con una dilatada trayectoria de autor denostado 9 . Por ello, habida cuenta del tema, Plutarco pudo establecer un ensayo en el que cuida exquisitamente de los aspectos formales. En este opúsculo interesa particularmente la exposición de tópicos que se orientan a enfatizar la actitud malevolente de Heródoto en su modo de hacer historia. De esta manera, Plutarco recurre a un vituperio, un psógos, el cual paso a ilustrar brevemente merced a una selección de las características historiográficas que deplora el queroneo en las líneas primeras de su opúsculo.
Es un hecho que la preceptiva retórica grecolatina de época helenística e imperial presenta ya los cánones del género epidíctico 10 . Pues bien, a este respecto, debemos al rétor Elio Aristides un inventario pormenorizado sobre los lugares de argumentación para el género del encomio 11 . El rétor cita en concreto la aúxēsis o amplificación merced a la cual se enfatizan las virtudes del personaje correspondiente; también estaba prescrito el recurso a la paráleipsis u omisión de las características negativas de un personaje cuyo elogio se desea incluir; un tercer registro era el de la eufēmía o exposición benevolente de la trayectoria biográfica del personaje en cuestión; por último, el orador debía ceñirse a la parabolḗ o comparación ilustrativa. Sucede que, al tratarse Sobre la malevolencia de Heródoto de un vituperio encendido, Plutarco se servirá de los tópicos en sentido contrario. Así, el de Queronea indica los aspectos programáticos que, en su opinión, permiten detectar la presencia de un historiador malintencionado: me limito a señalar las más significativas (cito entre paréntesis los parágrafos de la obra [854E-874C] en que se emiten los juicios correspondientes).
Al decir de Plutarco, es malevolente:
I.
El historiador que se sirve de expresiones desafortunadas y calumniosas (2 y 7).
II.
El escritor que imputa acciones irrelevantes en el ámbito de la investigación histórica (3).
III.
El historiador que omite la realización de hechos correctos y nobles (4).
IV.
El historiador que combina alabanzas y vituperios para, en realidad, dar crédito a los segundos (8 y 9).
Si bien se mira, esta declaración de Plutarco se ajusta perfectamente a las convenciones retóricas propias del género epidíctico. Más aún, sucede que la utilización de los tópicos adecuados por parte de Plutarco está presente no sólo en el método programático de Sobre la malevolencia de Heródoto sino también en el conjunto de nuestra obrita 12 . En suma, el inventario que aquí hemos sintetizado —unido, como sugiero, a un número considerable de datos adicionales que constan en el opúsculo todo, extremo este que el lector podrá verificar— confirma la realidad de que Plutarco compone una verdadera epídeixis retórica 13 .
Por lo que respecta a la tradición manuscrita correspondiente de nuestra composición (la cual figura con el número 122 en el Catálogo de Lamprias), contamos con dos códices que han transmitido el texto: son el E (Parisinus 1672), redactado probablemente a mediados del siglo XIV , y el B (Parisinus 1675), del siglo XV cuyas lecturas resultan, por lo general, de mayor fiabilidad 14 .
Para concluir, una nota sobre la presente traducción: en su momento, la profesora A. I. Magallón y quien esto suscribe realizamos una primera versión de esta obra (Plutarco. Sobre la malevolencia de Heródoto, Monografías de Filología Griega, 1, Zaragoza, 1989). Ante tal circunstancia, y ateniéndome a las indicaciones de originalidad que prescribe la Editorial Gredos, he revisado la versión anterior y procedido a las correcciones o modificaciones necesarias 15 .
NOTA AL TEXTO
1 Para una introducción general al tratado, véase A. I. MAGALLÓN , V. RAMÓN PALERM , Plutarco. Sobre la malevolencia de Heródoto , Monografías de Filología Griega, 1, Zaragoza, 1989, págs. 3-19. Vid. asimismo A. BOWEN , The malice of Herodotus, Warminster, 1992.
2 W. SEAVEY , «The Rhetorical Genre of Plutarch’s De Herodoti malignitate», resumen en Ploutarchos 4, 2 (1988), 5-7; «Forensic Epistolography and Plutarch’s De Herodoti malignitate», Hellas 2 (1991), 33-45.
3 Vid. una relación de términos y acepciones representativa en A. I. MAGALLÓN , V. RAMÓN PALERM , Plutarco…, págs. 13-14.
4 J. M. MARINCOLA , «Plutarch’s Refutation of Herodotus», AW 25.2 (1994), 191.
5 He defendido esta perspectiva de análisis en «El De Herodoti malignitate de Plutarco como epídeixis retórica», en L. VAN DER STOCKT (ed.), Rhetorical Theory and Praxis in Plutarch, Acta of the IVth International Congress of the International Plutarch Society, Lovaina, 2000, págs. 387-398.
6 M. R. CAMMAROTA , «Il De Alexandri Magni fortuna aut virtute come espressione retorica: il panegirico», en I. GALLO (ed.), Ricerche plutarchee, Nápoles, 1992, págs. 105-124.
7 Cf. A. I. MAGALLÓN , V. RAMÓN PALERM , Plutarco…, págs. 14-15.
8 CICERÓN , De legibus I 1, 5.
9 Como demuestra A. MOMIGLIANO , La storiografia greca, Turín, 1982, págs. 145-146, carecemos desgraciadamente de la literatura antiherodotea helenística. Sin embargo, todo apunta a que se producían ataques críticos de tono elevado.
10 En seguimiento de una dilatada tradición clásica: cf. GORGIAS , Enc. Hel., 1; ARISTÓTELES , Ret. 1358b.
11 Cf. Rhetores Graeci, editados por L. SPENGEL y C. HAMMER (vol. II), Leipzig, 1894, págs. 109-112.
12 Para una relación detallada de la utilización de estos tópicos en el opúsculo, véase V. RAMÓN PALERM , «El De Herodoti malignitate de Plutarco…», cit.
13 El opúsculo ha merecido entre la crítica otras clasificaciones, parcialmente complementarias de las aquí proponemos: cf. K. ZIEGLER , Plutarco [= «Plutarchos von Chaironeia», RE XXI 1, 1951], trad. it., Brescia, 1965, pág. 278; I. GALLO , «Strutture letterarie dei Moralia di Plutarco: aspetti e problemi», en J. A. FERNÁNDEZ DELGADO , F. PORDOMINGO (eds.), Estudios sobre Plutarco: aspectos formales (Actas del IV Simposio español sobre Plutarco), Madrid, 1996, pág. 10.
14 Para más información sobre la cuestión, cf. V. RAMÓN PALERM , «Lengua, texto e ironía en Plutarco. Notas críticas al De Herodoti malignitate», en C. SCHRADER , V. RAMÓN , J. VELA (eds.), Plutarco y la Historia. Actas del V Simposio Español sobre Plutarco, Monografías de Filología Griega, 8, Zaragoza, 1997, pág. 417, n. 7.
15 Me he atenido a la edición de L. PEARSON , Plutarch’s «Moralia XI», Loeb Class. Libr., Londres-Cambridge (Mass.), 1970 (reimpr. = 1965).
SOBRE LA MALEVOLENCIA DE HERÓDOTO
1. Alejandro 1 : el estilo de Heródoto ha decepcionado a [854E] muchas personas en la idea de que es fácil, sencillo y se dirige de un tema a otro con naturalidad; pero son más quienes [F] han sufrido esa decepción atendiendo a su talante. En efecto, como afirma Platón 2 , no sólo es la peor de las injusticias dar la impresión de justo cuando no se es, sino que —más aún— es acto de malevolencia aguda simular buena disposición y una ingenuidad desconcertante. Considerando que se ha pronunciado así sobre los beocios y corintios en especial (aunque sin exclusión de ningún estado), creo oportuno que salgamos en defensa de nuestros antepasados y de la verdad a un tiempo, ciñéndonos a ese preciso apartado de su obra. Quienes pretendieran exponer sus falacias e invenciones restantes precisarían, sin duda, de numerosos libros. Sin embargo, como afirma Sófocles 3 ,
portentoso el rostro de Persuasión,
[855A] máxime cuando, en un relato que presenta encanto y fuerza tales, posibilita el resto de absurdos y enmascarar el talante del escritor. Así es, Filipo indicaba 4 , a los griegos que le habían hecho defección y abrazado la causa de Tito, que habían cambiado una cadena más fina por otra más gruesa. Pues bien, la malevolencia de Heródoto es indiscutiblemente más sutil y refinada que la de Teopompo 5 , pero también resulta más capciosa y dañina (como los vientos que soplan lateral y furtivamente por un estrecho desfiladero en comparación con los que se expanden a campo abierto).
[B] No obstante, creo que resulta preferible someter a cierto esquema cuantos rasgos y signos distintivos se avienen, en líneas generales, a una narración que no es sincera y bienintencionada, sino malévola, para luego clasificar cada uno de los pasajes examinados, si se ajustan al esquema, bajo esas indicaciones.
2. En primer lugar, el autor que se vale de los calificativos y expresiones más desafortunados, cuando dispone de algunos más razonables para exponer los hechos (por ejemplo, si tildara a Nicias de «supersticioso» 6 pudiendo decir que «es proclive a las profecías», o si, refiriéndose a Cleón 7 , hablara antes de «temeridad y locura» que de «verbo irreflexivo»), no tiene buena intención, sino que —diríase— se divierte con la narración pormenorizada del asunto.
3. En segundo lugar, si, por algún motivo, a un individuo [C] le es imputable una mala acción —irrelevante, no obstante, para la investigación histórica—, y el escritor se aferra a ella, la introduce en sucesos que en nada la precisan y prolonga la narración con excursos a fin de abarcar el infortunio de alguien o una acción absurda e indecorosa, es evidente que gusta de la maledicencia. Por esta razón, Tucídides no relata con pormenores los errores, aun siendo numerosos, de Cleón y, cuando se ciñe al demagogo Hipérbolo 8 , lo califica, en dos palabras, como «persona perversa» y se desentiende de él. Asimismo Filisto 9 obvia todas las iniquidades, de Dionisio contra los bárbaros, no vinculadas [D] a los acontecimientos griegos. En efecto, las digresiones y paráfrasis de la investigación histórica se dan con mayor profusión en los mitos y relatos de épocas antiguas, e incluso en relación con los encomios, pero el autor que incluye un paréntesis con el propósito de calumniar y vituperar causa la impresión de caer en una imprecación de la tragedia
De los mortales recogiendo las desgracias 10 .
4. Más aún, el reverso de la conducta citada es —resulta a todas luces evidente— la supresión de algo digno y noble; [E] parece asunto de escasa trascendencia, pero resulta malévolo si la omisión afecta a un pasaje relacionado con la investigación histórica. El caso es que elogiar sin desearlo no es más elegante que disfrutar con el vituperio; al contrario, además de inelegante, acaso es peor.
5. A continuación, propongo un cuarto indicio de actuación malintencionada en historia: aceptar la versión más desfavorable cuando existen dos o más sobre el mismo acontecimiento. En efecto, a los sofistas se les permite adoptar el peor argumento para ornato literario, ya por su profesión o por prestigio; y es que ellos no pretenden corroborar una acción ni niegan que, con frecuencia, disfrutan con sarcasmo de lo absurdo en defensa de tesis inverosímiles. Pero el historiador, por su parte, es ecuánime si dice la verdad cuando la conoce y, ante la duda, interpreta que la versión favorable se ajusta a la verdad más que la desfavorable. Muchos autores omiten, por completo, la versión más desfavorable; así, Éforo dice 11 , sin más, que Temístocles supo de la traición de Pausanias y sus acuerdos con los generales del soberano y añade «pero, cuando Pausanias le comunicó e invitó al proyecto, no quedó persuadido ni aceptó». Tucídides, por su parte, obvia la totalidad del relato a modo de condena.
6. Cuando hay acuerdo sobre la realización de un hecho pero la causa y la intención que lo han motivado no están claros, el escritor que deja sospechar la explicación más desfavorable es malintencionado y malévolo. Por ejemplo, los cómicos representaron que Pericles avivó la llama de la [856A] guerra debido a Aspasia o a Fidias —más que por su deseo de humillar a los peloponesios y no ceder en modo alguno a las pretensiones de los lacedemonios, llevado por cierto afán de gloria y belicismo. Efectivamente, si un autor sugiere una interpretación mezquina para empresas afamadas y acciones de renombre, e induce mediante calumnias a sospechas infundadas sobre la intención velada del ejecutor —ante su incapacidad de censurar abiertamente la ejecución del hecho—, es evidente que no puede ser superado en odio y malevolencia (por ejemplo, quienes proponen que el asesinato del tirano Alejandro a manos de Tebe 12 no se perpetró por altruismo ni desprecio de la maldad, sino por celos y pasiones [B] de mujer; o incluso quienes defienden que Catón se suicidó por temor a una muerte cruel instigada por César).
7. Más aún, en lo tocante al modo de una acción, el relato histórico fomenta la malevolencia si viene insistiendo en que el hecho se llevó a cabo por dinero, y no por bondad, como hacen algunos con Filipo; o fácilmente y sin esfuerzo alguno, como con Alejandro; o por suerte y no por astucia, como hicieron con Timoteo 13 sus adversarios, quienes dibujaron en tablillas que las ciudades entraban por sí mismas [C] en una trampa mientras él dormía. En suma, está claro que los autores infravaloran la grandeza y nobleza de los hechos cuando suprimen la posibilidad de obrar merced a una causa noble, amor al trabajo, valía o iniciativa personal.
8. A los autores que vituperan tranquilamente a quienes les apetece, se les puede tildar de malhumorados, temerarios e incluso locos, si no son prudentes. Pero quienes, insidiosamente, desde —por así decir— su escondite, se sirven de calumnias como armas arrojadizas y, más tarde, vuelven sobre sus pasos y se retractan para ir diciendo que no dan crédito precisamente a lo que pretenden que se dé crédito, al negar su malevolencia se inculpan de vileza, a la que unen la malevolencia.
9. Próximos a éstos son quienes presentan ciertas alabanzas [D] entre vituperios, como Aristóxeno 14 cuando, tras tildar a Sócrates de inculto, ignorante y libertino, añade: «pero no había en él injusticia». Al modo de los aduladores que combinan, con cierto ingenio y sagacidad, vituperios futiles y numerosas alabanzas de importancia, y se sirven de la franqueza como aderezo para la adulación, la malevolencia antepone una alabanza para dar crédito a los vituperios.
10. Podríamos enumerar más características, pero bastan las mencionadas para dar una idea de la intención y el modo de operar de esta persona.
11. De entrada, comienza —digámoslo así— por el seno de su hogar, por Ío, hija de Ínaco, de quien los griegos consideran, [E] unánimemente, que recibió honores divinos de los bárbaros 15 , que su nombre perduró en muchos mares y en muy importantes estrechos por mor de su fama, y que sirvió de principio y venero de las familias reales más notables; el bueno de Heródoto dice de ella que se entregó en persona a comerciantes fenicios, seducida por el armador con pleno consentimiento ante el temor de que se descubriera su embarazo. Acto seguido, calumnia a los fenicios sugiriendo que decían tales cosas de ella y, tras afirmar que los eruditos persas eran su testimonio (en el sentido de que los fenicios raptaron a Ío junto con otras mujeres), revela a continuación [F] que, en su opinión, la más noble e importante empresa de Grecia, la guerra de Troya, tuvo su origen por una torpeza, a causa de una mala mujer. «Porque está claro» —afirma— «que no las hubieran raptado si ellas no hubieran querido» 16 . Pues bueno, digamos también que los dioses cometen torpezas cuando se enojan con los lacedemonios por el rapto de las hijas de Leuctro 17 y cuando castigan a Áyax por su ultraje a Casandra 18 . Porque está bien claro, siguiendo a Heródoto, que si no hubieran querido no las habrían ultrajado. Además, afirma a título personal que Aristómenes fue capturado [857A] vivo por los lacedemonios 19 ; más tarde, Filopemén 20 , general aqueo, sufrió el mismo percance y los cartagineses prendieron a Régulo, cónsul romano 21 . Ardua cosa encontrar a hombres más combativos y belicosos. Mas no debe sorprendernos, ya que hay personas que capturan leopardos y tigres vivos; sin embargo, Heródoto —que sale en defensa de los raptores— acusa a las mujeres violadas.
12. Y es tan filobárbaro 22 que absuelve a Busiris de la imputación de realizar sacrificios humanos y de asesinar a extranjeros; además, testimonia una piedad y sentido de la justicia notable en todos los egipcios, y atribuye a los griegos la conducta criminal —hecho repugnante éste— que sigue. En efecto, afirma en su libro segundo que Menelao, [B] después de recibir a Helena de Proteo y ser honrado con ricos presentes, se convirtió en el más injusto y malvado de los hombres. Amarrado ante la imposibilidad de navegar «maquinó un acto impío: tomó a dos niños de unos nativos y practicó un sacrificio con ellos; sintiéndose, desde entonces, odiado y perseguido por tal razón, se dio a la fuga con sus naves en dirección a Libia» 23 . Ignoro qué egipcio le ha contado este relato, ya que contradicen esta opinión los numerosos honores que se tributan en Egipto, con todo escrúpulo, tanto a Helena como a Menelao.
13. Pero el escritor —contumaz— afirma que los persas aprendieron de los griegos la práctica de la pederastia 24 [C] (veamos ¿cómo van a deber los persas a los griegos la instrucción de tamaño desenfreno cuando existe el acuerdo prácticamente unánime de que los persas practicaban la castración de muchachos antes de conocer el mar griego?); y también que los griegos aprendieron de los egipcios las procesiones, fiestas solemnes y el rendir culto a los doce dioses, que el nombre de Dioniso lo aprendió Melampo 25 de los egipcios y lo enseñó al resto de los griegos; e incluso que los misterios y los ritos iniciáticos de Deméter fueron importados de Egipto por las hijas de Dánao 26 . Afirma asimismo que los egipcios se golpean y se conduelen pero declina [D] mencionar el nombre de la divinidad pertinente «para permanecer en silencio en lo concerniente a las cuestiones divinas» 27 . Sin embargo, no adopta la misma cautela al presentar a Heracles y Dioniso, que son dioses antiguos a quienes los egipcios veneran, como hombres envejecidos a quienes veneran los griegos. Dice, sí, que el Heracles egipcio pertenece a la segunda generación de dioses y el Dioniso a la tercera porque tienen principio de creación y no son eternos. Con todo, a estos los considera dioses pero, a los otros, cree necesario honrarlos como a difuntos o héroes pero no rendirles sacrificios como a dioses. Es más, dice lo [E] mismo sobre Pan al subvertir la absoluta solemnidad y pureza de la religión griega con las fruslerías y leyendas de los egipcios.
14. Y esto no es lo peor, sino que remontando el linaje de Heracles a Perseo dice que, según la versión de los persas, Perseo fue asirio: «se revelaría» —sostiene— «que los mandatarios dorios son egipcios de pura raza si se enumerasen sus antepasados a partir de Dánae, hija de Acrisio» 28 . El caso es que ha soslayado a Épafo, Ío, Yaso y Argos 29 en su deseo de mostrar no sólo la existencia de un Heracles egipcio y fenicio sino también de desterrar, de Grecia a territorio [F] bárbaro, al Heracles aquí presente del que afirma pertenece a la tercera generación. Lo cierto es que, entre los sabios antiguos, ni Homero, ni Hesíodo, ni Arquíloco, ni Pisandro, ni Estesícoro, ni Alcmán, ni Píndaro mencionan un Heracles egipcio o fenicio, sino que todos reconocen sólo a uno, a éste, el beocio y argivo a la vez.
15. Más aún: de los Siete Sabios 30 , a quienes personalmente tilda de sofistas, a Tales lo presenta oriundo de Fenicia, de ascendencia bárbara. Y, para calumniar a los dioses, dice por boca de Solón lo siguiente: «Creso, me formulas preguntas sobre asuntos humanos y me consta que la divinidad [858A] es absolutamente envidiosa y perturbadora» 31 . En efecto, al atribuir a Solón sus propios pensamientos sobre los dioses, añade malevolencia a la blasfemia. Además, menciona a Pítaco en relación con detalles nimios e irrelevantes 32 , pero obvia la mayor y más noble de sus hazañas cuando se ocupa de esos acontecimientos. Sucedía que atenienses y mitileneos se enfrentaban por Sigeo, y Frinón, general de los atenienses, retó en duelo singular a quien así lo [B] deseara; compareció Pítaco y, tras envolver con una red a este individuo que era robusto y corpulento, lo mató. Entonces, los mitileneos le tributaron presentes de importancia mas él arrojó su lanza y solicitó únicamente el terreno que el lanzamiento abarcó. De ahí que, hasta la fecha, se denomine Pitaceo a este lugar. ¿Qué hace Heródoto llegado a este punto? En lugar de la proeza de Pítaco, relata la huida de la batalla del poeta Alceo una vez que arrojó su panoplia; al evitar escribir acciones decorosas y no omitir las indecorosas, testimonia en favor de quienes afirman que la envidia y la fruición en la malicia son producto de una misma y única maldad.
[C] 16. A continuación, e imputando el cargo de traición a los Alcmeónidas —hombres valerosos que liberaron a su patria de la tiranía—, afirma que éstos acogieron a Pisístrato del exilio y propiciaron su restauración a condición de que se casara con la hija de Megacles 33 . Luego —prosigue—, la muchacha habría indicado a su madre: «¿ves, mamá? Pisístrato mantiene conmigo una relación antinatural» 34 . Por esta razón expulsaron al tirano los Alcmeónidas, indignados ante el ultraje.
17. Con el propósito de que los lacedemonios no sufrieran su malevolencia en menor medida que los atenienses, mira cómo ha mancillado a quien goza de mayor admiración [D] y crédito entre ellos, Otríades. «El único superviviente de los trescientos» —afirma—, «por el deshonor de su regreso a Esparta cuando sus compañeros habían desaparecido, allí mismo, en Tirea, se suicidó» 35 . Con anterioridad afirma que la victoria había sido reivindicada por ambos bandos pero en este pasaje, sacando a colación el deshonor de Otríades, testimonia sin ambages la derrota de los lacedemonios. Efectivamente, que un derrotado viva resulta indecoroso, pero que un vencedor sobreviva constituye el más alto honor.
18. Bien, dejo a un lado el hecho de que llame a Creso 36 ignorante, fanfarrón y ridículo en toda ocasión y luego diga de él, cuando cayó prisionero, que fue maestro y mentor de Ciro —quien parece ser el primero con creces, de todos los [E] monarcas, en prudencia, valía y magnanimidad. El único dato positivo que testimonia sobre Creso no es otro que el de rendir culto a los dioses con numerosas e importantes ofrendas; sin embargo, señala esta conducta, precisamente, como la más irreverente de todas. El caso es —dice Heródoto— que su propio hermano Pantaleón rivalizó con él por la monarquía, cuando el padre de ellos aun vivía; y que, en efecto, tras tomar posesión como monarca, Creso mató a [F] uno de los nobles, camarada y amigo de Pantaleón, sometiéndolo a la carda 37 ; acto seguido, convirtió la fortuna de este sujeto en ofrenda que consagró a los dioses. Afirma igualmente que Deyoces el medo 38 , quien se hizo con el mando supremo por mor de su valía y sentido de la justicia, no era tal por naturaleza sino que, cautivado por el poder absoluto, se había procurado una reputación de hombre justo.
19. No obstante, soslayo los ejemplos bárbaros ya que es pródigo en ejemplos griegos: así —dice—, los atenienses y la mayoría de los otros jonios se avergüenzan de este nombre, de suerte que no quieren —al contrario, rechazan— la denominación de jonios; es más, quienes provienen del Pritaneo ateniense, los cuales se tienen por los más nobles de todos, engendraron en mujeres bárbaras de cuyos padres, maridos e hijos eran ellos los asesinos; por este motivo, las mujeres instituyeron el precepto, que incluso sancionaron con juramentos y transmitieron a sus hijas, de no comer [859A] nunca con sus esposos ni llamar al marido por su nombre 39 . Los milesios actuales descienden de estas mujeres. Añade que son jonios genuinos quienes celebran la fiesta de las Apaturias y afirma: «todos la celebran, a excepción de efesios y colofonios» 40 . Así ha despojado a estos pueblos de su prosapia.
20. De Pactias, quien se sublevó contra el poder de Ciro, afirma que los cimeos y mitileneos se disponían a entregarlo «a cambio de cierta cantidad, si bien no puedo fijarla con exactitud» (bonita cosa no precisar la cantidad de la suma y cubrir de baldón tamaño a la ciudad griega como si él tuviera una certeza fehaciente de ello) 41 ; «ahora bien, los quiotas, [B] cuando Pactias llegó al país, lo expulsaron del santuario de Atena Poliuco y lo entregaron; hicieron esto para tomar Atarneo como recompensa». Pues bien, Carón de Lámpsaco 42 , un escritor notablemente antiguo, no imputa nada del mencionado tenor ni a los mitileneos ni a los quiotas cuando su relato incide en Pactias; escribe, literalmente, lo siguiente: «cuando Pactias se percató de que el ejército persa se aproximaba en su avance, emprendió la fuga inmediatamente hacia Mitilene, y luego a Quíos; a continuación, Ciro lo capturó».
21. En el libro tercero, cuando relata la expedición de [C] los lacedemonios contra el tirano Polícrates, afirma que —a tenor de las opiniones y manifestaciones de los propios samios— salieron en expedición para corresponder el favor de la ayuda prestada contra los mesenios 43 , y que, en su lucha contra el tirano, repatriaron a los ciudadanos exiliados; pero —prosigue— que los lacedemonios desmentían tal explicación y sostenían que no habían salido en expedición para socorrer o liberar, sino para castigar a los samios, quienes les habían sustraído una crátera enviada a Creso y un escudo que procedía de Ámasis. En realidad, no tenemos noticia de una ciudad que, por esas fechas, fuera tan proclive al honor u hostil a la tiranía como lo era la de los lacedemonios 44 . [D] Porque ¿a causa de qué escudo o de qué otra crátera expulsaron a los Cipsélidas de Corinto y Ambracia 45 , de Naxos a Lígdamis 46 , de Atenas a los hijos de Pisístrato 47 , a Esquines de Sición, de Tasos a Símaco, a Áulide de Fócide, a Aristógenes de Mileto, y derrocaron a la familia regente en Tesalia tras derrotar a Aristomedes y Agelao por intervención del monarca Leotíquidas 48 ? Se trata de hechos que otros autores han relatado con mayor rigor; en cambio, al decir de Heródoto, los lacedemonios no pueden ser superados en maldad y bajeza si renuncian a la explicación más noble y justa de la expedición, y acuerdan —basándose en una cuestión baladí, de rencor mezquino— dirigir un ataque a personas sumidas en la miseria y en el infortunio.
22. Por si fuera poco, descalifica a los lacedemonios [E] cuando, por cualquier circunstancia, caen en poder de su pluma; sin embargo, a la ciudad de los corintios, que en ese pasaje quedaba fuera del curso narrativo, la incluyó en su itinerario, como suele decirse, y la mancilló, de paso, con una terrible acusación y la calumnia más perversa. «Por cierto» —afirma— «que los corintios colaboraron en la expedición [F] contra Samos de modo particularmente decidido por haber recibido con anterioridad un ultraje a cargo de los samios. Y sucedió lo siguiente: el tirano Periandro de Corinto envió a la corte de Aliates a trescientos muchachos de notables familias corcireas para que los castraran. Durante el desembarco en la isla, los samios los aleccionaron para que se instalasen en calidad de suplicantes en el templo de Ártemis; les suministraron diariamente tortas de miel y sésamo, y consiguieron salvarlos» 49 . A este asunto llama el escritor «la afrenta de los samios a los corintios» y, en virtud de ello, sostiene que los lacedemonios se habían ensañado con los samios, no pocos años después, inculpándolos de preservar la virilidad de trescientos muchachos griegos. Pues bien, quien imputa a los corintios tal baldón presenta a la ciudad peor que al tirano (según consta, el famoso Periandro se vengó de los corcireos por haber matado a su hijo). Pero ¿qué les sucedió a los corintios para castigar a los samios porque suponían un obstáculo a ilegalidad tan cruel, cuando además, dos generaciones después, conservaban la cólera y [860A] el resentimiento hacia la tiranía, y, tras su extinción, no cesaban de intentar la completa erradicación de su memoria y huella al juzgarla un régimen intransigente y opresor?
He ahí la afrenta de los samios a los corintios. Entonces, ¿de qué índole fue la represalia de los corintios contra los samios? Pues, si realmente se encolerizaron con los samios, no debieron instar a los lacedemonios sino, más bien, disuadirlos [B] de una expedición contra Polícrates a fin de que, una vez derrocado el tirano, los samios no fueran libres y abandonaran la esclavitud. Pero la cuestión de mayor importancia es: ¿por qué, en definitiva, los corintios se encolerizaron con los samios —quienes deseaban pero no pudieron salvar a los hijos de los corcireos— y, en cambio, no culparon a los cnidios —que sí los salvaron y los devolvieron a su país 50 ? De hecho, los corcireos, en esta ocasión, apenas mencionan a los samios, pero conmemoran la actuación de los cnidios en cuyo beneficio conceden honores, exención fiscal y decretos; efectivamente, éstos arribaron con sus naves, [C] expulsaron del santuario a los guardianes de Periandro y, tras recoger personalmente a los muchachos, los devolvieron a Corcira, según refieren Anténor en su Historia de Creta y Dionisio de Calcis en sus Fundaciones 51 .
Y es que los lacedemonios no emprendieron la expedición en represalia contra los samios sino para liberarlos y salvarlos del tirano (disponemos del testimonio de los propios samios). En efecto, dicen que Arquias, guerrero espartiata que a la sazón luchó y cayó heroicamente, tenía, en Samos, un túmulo construido con fondos del erario público al que los propios samios rendían culto. Precisamente, por esa razón, los descendientes del guerrero viven siempre en cordiales relaciones con los samios y observan una estrecha amistad, según datos que, esta vez sí, Heródoto ha testimoniado 52 .
23. En su libro quinto afirma que Clístenes, quien pertenecía a una de las más nobles y destacadas familias atenienses, [D] persuadió a la Pitia para falsear su vaticinio —ella instaba reiteradamente a los lacedemonios a que libraran Atenas de los tiranos 53 . De este modo, vincula la calumniosa acusación de tan importante impiedad y delito a la más correcta y justa de las acciones; por otro lado, desacredita el vaticinio de la divinidad, noble, correcto y digno de Temis, de quien se decía que tomaba parte en la profecía. Además —sigue diciendo—, Iságoras se hallaba en connivencia con Cleómenes quien frecuentaba a la mujer de aquél; y, para resultar fiable, alterna algunas alabanzas con denuestos y [E] recriminaciones, según es en él costumbre; «Iságoras, hijo de Tisandro» —afirma—, «era miembro de una reputada familia, si bien no puedo verificar su remoto origen; los miembros de su familia, con todo, ofrecen sacrificios en honor de Zeus Cario» 54 .
Burla graciosa y diplomática la del escritor, a fe que sí: expulsa a Iságoras al país de los carios como si lo mandara a un estercolero. Eso sí, no expulsó a Aristogitón con alusiones malvadas e indirectas sino por la puerta, de forma expeditiva, en dirección a Fenicia, diciendo que por su origen era [F] gefireo; y es que afirma que los gefireos no son oriundos de Eubea ni de Eretria, como creen algunos, sino que son fenicios merced a sus pesquisas personales 55 .
Ahora bien, ante la imposibilidad de negar que los lacedemonios liberaron a Atenas de los tiranos y movido por un sentimiento de todo punto infame, se atreve a suprimir y denigrar el acto más glorioso. Afirma, en efecto, que se arrepintieron de inmediato porque no habían obrado correctamente (en la idea de que, conmocionados por falsos oráculos, expulsaron a los tiranos de su patria, quienes eran sus huéspedes y habían prometido someter Atenas para ellos) y que entregaron la ciudad a un pueblo ingrato. A continuación —añade— mandaron a buscar a Hipias, que se hallaba en [861A] Sigeo, para reinstaurarlo en Atenas, pero los corintios se opusieron y les disuadieron merced a Socles 56 quien expuso cuantas desgracias causaron Cípselo y Periandro, durante su tiranía, a la ciudad de Corinto. Lo cierto es que no se describe ningún hecho más brutal y cruel de Periandro que el envío de aquellos trescientos muchachos pero, dado que los samios los habían retenido e impedido que corrieran aquella suerte, afirma que los corintios, como si fueran ellos los ultrajados, estaban encolerizados y resentidos con los samios. De confusión y desajuste tamaños ha contaminado su propia obra la malevolencia, que menudea en la narración bajo cualquier pretexto.
24. Sin embargo, cuando relata los sucesos acaecidos en Sardes, minusvalora y desprecia la empresa lo máximo posible 57 ; tiene la osadía de decir que las naves que los atenienses habían enviado a los jonios para protegerlos de su defección del monarca fueron el comienzo del desastre, ya que habían intentado liberar de los bárbaros a tan numerosas [B] y renombradas ciudades griegas; en cambio, su mención de los eretrieos es totalmente incidental, incluso silencia su magnífica y épica hazaña. En efecto, cuando se había producido la revuelta en Jonia y una flota real había emprendido la navegación, se presentaron desde el exterior para vencer, en batalla naval, a los chipriotas en el Mar Panfilio; acto seguido se retiraron y dejaron sus naves en Éfeso para caer [C] sobre Sardes y sitiar a Artafernes, quien se había refugiado en la acrópolis, con el deseo de levantar el asedio de Mileto: lo llevaron a cabo y expulsaron de allí a los enemigos, los cuales sufrieron un pánico cerval; no obstante, cuando se precipitó sobre ellos un número superior de efectivos, se batieron en retirada. Entre otros autores, cita estos hechos Lisanias de Malos 58 en su Historia de Eretria; habría sido bonito señalar esta heroica gesta, si no por otro motivo, al menos por la toma y destrucción de la ciudad. Y aunque afirma que, dominados por los bárbaros, fueron empujados hacia las naves, nada de semejante cariz expresa Carón de Lámpsaco sino que escribe, literalmente, lo siguiente 59 : «los [D] atenienses se hicieron a la mar con veinte trirremes para socorrer a los jonios, despacharon una expedición a Sardes y se apoderaron de todo el territorio de Sardes con la salvedad de la fortaleza real; efectuada esta misión, emprendieron el regreso a Mileto».
25. En el libro sexto, al relatar los asuntos concernientes a los plateos (éstos son: cómo se entregaron personalmente a los espartiatas quienes les instaban ante todo a experimentar un giro hacia los atenienses «que eran vecinos suyos y no desdeñables para protegerlos»), añade, no como conjetura u opinión sino como verificación precisa, que «eso les aconsejaban los lacedemonios, no tanto por simpatía a los plateos cuanto por la pretensión de que los atenienses, enfrentados con los beocios, tuvieran problemas» 60 . De este [E] modo, si no es malevolente Heródoto, los malevolentes —e intrigantes— son los lacedemonios, los atenienses engañados como necios y los plateos tratados ni con benevolencia ni con respeto, sino intercalados como pretexto bélico.
26. En realidad, ya ha quedado fehacientemente demostrado que falsea la cuestión del plenilunio de los lacedemonios cuando afirma que éstos lo aguardaban para no socorrer a los atenienses en Maratón 61 . Así es, no sólo habían recorrido algunas millas del itinerario y habían luchado en el curso del mes sin aguardar el plenilunio, sino que faltaron, [F] por poco, a esta batalla que tuvo lugar en el sexto día del mes de Boedromión, de manera que incluso pudieron contemplar, a su llegada, los cadáveres sobre el escenario de la lucha. Con todo, escribe lo siguiente sobre el plenilunio: «sin embargo, les resultaba imposible hacerlo de inmediato, porque no deseaban infringir el precepto (en efecto, era el noveno día del mes en curso y declararon que no saldrían en expedición el día nueve, sin que el ciclo lunar estuviera completo). Así pues, los lacedemonios esperaron al plenilunio».
De modo que retrotraes, sí tú, el plenilunio de la mitad del mes a su principio, y confundes a un tiempo el cielo, los [862A] días y todos los sucesos. Y eso que anuncias pertinazmente que escribes la historia de Grecia al objeto de que sus hazañas no queden sin renombre pero, a pesar de ocuparte con particular atención de los asuntos de Atenas, no has referido la procesión de Agra, que sale todavía hoy el día sexto cuando se celebra la acción de gracias por la victoria 62 .
En cualquier caso, he aquí un argumento que secunda a Heródoto contra esa conocida acusación que se le imputa en el sentido de haber recibido de los atenienses, merced a sus halagos, una cuantiosa suma de dinero: en efecto, si hubiera participado este relato a los atenienses, no le hubieran consentido ni pasado por alto que Filípides 63 , en el noveno día del mes, reclamara el auxilio de los lacedemonios para la [B] batalla, una vez que ésta había concluido, máxime cuando había llegado a Esparta un día después de haber salido de Atenas, según afirmación del propio Heródoto; de no ser que los atenienses enviaran a solicitar aliados después de haber derrotado a sus enemigos. En realidad, la hipótesis de que recibiera diez talentos como regalo de Atenas, por decreto escrito de Ánito, la refiere Diilo, un ateniense, persona no irrelevante en el ámbito de la investigación histórica 64 .
Además, tras relatar la lucha de Maratón, Heródoto, en opinión mayoritaria de los autores, minimiza la hazaña al computar los cadáveres 65 . En efecto, se dice que los atenienses prometieron sacrificar en honor de Ártemis Agrótera un número de cabras equivalente al de los bárbaros que hubieran matado, pero que después, tras la batalla, cuando [C] fue patente la masa innúmera de cadáveres, decretaron suplicar a la divinidad 66 que les eximiera de su voto a condición de que ellos sacrificarían quinientas cabras con periodicidad anual.
27. Independientemente de lo comentado, veamos los acontecimientos que sucedieron tras la batalla; «sin embargo, con el remanente de la flota» —afirma— «los bárbaros reanudaron la navegación y, tras recoger a los esclavos apresados en Eretria de la isla en que los habían dejado, doblaron Sunio con el deseo de llegar a la ciudad antes que los atenienses. Entretanto, en Atenas, circulaba la acusación de que los bárbaros habían proyectado tales operaciones a instancias de los Alcmeónidas. Resulta que habrían acordado con los persas enarbolar un escudo cuando éstos se encontraran a bordo de sus naves. En fin, los persas doblaron Sunio de este modo» 67 . Obviemos el que califique de esclavos, [D] aquí, a los de Eretria pese a no haber mostrado un arrojo y pundonor inferior a ningún griego, y sí haber corrido una suerte indigna de su valía; y cuestión menor es la acusación lanzada contra los Alcmeónidas, entre quienes se encontraban las familias más nobles y los hombres de mayor reputación; ahora bien, la dimensión de la victoria queda desbaratada y el desenlace de la celebrada batalla se convierte en nada; tampoco da la impresión de haber sido una lucha o una operación importante, sino un breve escarceo con los bárbaros tras su desembarco (como dicen los ridiculizadores [E] y envidiosos), de ser cierto que no huyen tras la batalla, cortando las amarras de las naves y confiándose al viento para que les lleve lo más lejos posible del Ática; al contrario, se les levanta un escudo en señal de traición, navegan rumbo a Atenas con la esperanza de tomarla y, tras doblar Sunio en una atmósfera de calma, llegan a la altura de Falero mientras que los hombres más destacados y reputados entregan a traición la ciudad en su desesperanza. Y es que, incluso cuando más tarde absuelve a los Alcmeónidas, imputa a otros la traición: «A fe que un escudo fue enarbolado, y el hecho es incontrovertible» 68 . Lo afirma él, que vio personalmente [F] el suceso. Resulta imposible que esto ocurriera, porque los atenienses habían obtenido una victoria aplastante; pero, si hubiera ocurrido, la señal no habría sido avistada por los bárbaros, que huían hacia las naves a duras penas, entre heridas y proyectiles, y abandonaban su puesto según la presteza de cada cual. Sin embargo, cada vez que pretende hacer apología de los Alcmeónidas se retracta de los reproches que fue el primero en lanzar y dice: «Con todo, me resulta asombroso —considero inaceptable tal explicación— que los Alcmeónidas pudieran haber enarbolado un escudo, según lo acordado con los persas, en su deseo, claro, de que los atenienses quedaran sometidos a Hipias» 69 . Estoy recordando un verso paremíaco:
espera, cangrejo, y te soltaré.
¿Por qué te obcecas en prender algo si prefieres, una vez prendido, soltarlo? Primero acusas y después haces apología; [863A] es más, escribes calumnias, que luego retiras, contra personajes ilustres; entonces, es obvio que no te crees ni a ti mismo. Si te das cuenta, dices que los Alcmeónidas enarbolaron un escudo ante los bárbaros que, vencidos, huían. E indudablemente te muestras como un delator falsario cuando haces apología de los Alcmeónidas; pues si los Alcmeónidas «han demostrado abierta aversión a la tiranía tanto o más que Calias, el hijo de Fenipo y padre de Hipónico», según escribes en el mismo pasaje, ¿cómo vas a sostener aquella conspiración que has reseñado en las primeras citas? [B] Dices que reinstauraron a Pisístrato en la tiranía, tras su exilio, a fin de trabar un vínculo matrimonial con él, y no lo iban a derrocar otra vez hasta que fuera acusado de mantener relaciones ilegítimas con su mujer.
En suma, tantas contradicciones presenta este relato; porque, en efecto, cuando entre calumnias y suspicacias sobre los Alcmeónidas depara alabanzas a Calias, hijo de Fenipo, y añade el nombre de su hijo Hipónico quien, en palabras de Heródoto, se hallaba entre los atenienses más adinerados, está reconociendo que inserta el nombre de Calias no porque guarde relación con los hechos sino por servilismo y agradecimiento a Hipónico 70 .
28. Aunque, como todos saben, los argivos no rehusaban la alianza con los griegos, sino que solicitaban comandar [C] la mitad del grueso de la alianza para no quedar subordinados a los lacedemonios, sus más enconados enemigos, y seguir a sus órdenes, —es que, además, no podía ser de otro modo—, apunta una explicación sumamente malevolente cuando escribe: «como los griegos intentaban recabar su ayuda, ellos reclamaron, en la perfecta inteligencia de que los lacedemonios no les harían partícipes del mando, a fin de tener un pretexto para adoptar una política de neutralidad» 71 . Añade que, tiempo más tarde, embajadores argivos se acercaron a Susa para recordar su conducta a Artajerjes y éste les contestó que «consideraba a Argos, más que a ninguna, su mejor aliada» 72 . Acto seguido, retractándose con circunloquios —como tiene por costumbre—, afirma que carece de un conocimiento detallado sobre tales cuestiones; sin embargo, sí conoce que hay acusaciones para todos: [D] «tampoco los argivos incurrieron en el comportamiento más denigrante. Y aunque yo tenga el deber de explicar lo que se ha dicho, al menos no me veo obligado a creérmelo en su globalidad (y esta afirmación se tenga presente ante mi obra toda), pues incluso se dice que eran los argivos, naturalmente, quienes lanzaron su llamada al Persa para invadir Grecia, puesto que su enfrentamiento con los lacedemonios había resultado calamitoso y preferían, ante el cariz desfavorable de la presente situación, aceptar cualquier solución» 73 .
Pues bien, lo que afirma a título personal que contestó el etíope ante las esencias y el manto de púrpura: «qué falsos [E] son los ungüentos de los persas y qué falsas sus ropas» 74 , se le podría aplicar —¿o no?— al propio Heródoto: «qué falsas son las expresiones y la forma de los relatos herodoteos»;
retorcido e insano todo en derredor 75 ;
del mismo modo que los pintores proporcionan a las luces mayor claridad merced al sombreado, él intensifica las calumnias mediante negativas y suscita más hondas suspicacias mediante ambigüedades. Con todo, es irrefutable que los argivos hicieron escarnio de Heracles y su noble origen [F] si no colaboraron con los griegos y, por un problema de liderazgo, cedieron su parte de valía a los lacedemonios. En verdad que habría sido preferible liberar a los griegos bajo el mando de los sifnios y citnios 76 a, dada la rivalidad con los espartiatas por el mando absoluto, abandonar contiendas de aquella magnitud y relevancia. Pero si hubieran sido ellos mismos quienes lanzaron su llamada al persa para invadir Grecia debido a su calamitoso enfrentamiento armado con los lacedemonios, ¿cómo es que no tomaron partido por el persa cuando llegó? Y si no tenían el propósito de colaborar con el monarca en la expedición, ¿cómo es que, al quedar atrás, ni siquiera dañaron Laconia u ocuparon de nuevo Tirea [864A] 77 , o se valieron de otra táctica para incomodar a los lacedemonios? Podían haber causado grandes estragos entre los griegos si hubieran impedido que los lacedemonios efectuaran una expedición a Platea con tamaño contingente de hoplitas.
29. No obstante, magnifica a los atenienses en este pasaje de su obra y los proclama liberadores de Grecia; desde luego, habría procedido con corrección y justicia de no haber añadido a sus alabanzas también un sinfín de expresiones injuriosas. Y en el siguiente caso llega a afirmar que los lacedemonios se habrían visto traicionados por el resto de los griegos: «una de dos, o habrían determinado, al quedar solos, morir generosamente realizando nobles empresas, o se habrían servido de un pacto con Jerjes al verificar que, a la vista de las circunstancias, el resto de los griegos abrazaba la causa persa» 78 ; resulta evidente que su afirmación antedicha no obedece a una alabanza de los atenienses, sino que cuando alaba a los atenienses es para hablar mal de todos [B] los restantes pueblos griegos. Así es, ¿cómo va uno, todavía, a indignarse por los constantes vituperios —de una acritud desproporcionada— hacia tebanos y focenses, cuando incluso acusa de traición a quienes arrostraron el peligro en defensa de Grecia, traición que no se llegó a producir pero que él sospecha se produjo? Sin esclarecer la situación de los lacedemonios, crea la duda de si cayeron en batalla con los enemigos o si se entregaron a ellos, y desconfía de la demostración (insignificante sin duda, por Zeus) que dieron en las Termópilas.
30. Cuando refiere el naufragio que sufrieron las naves [C] del monarca, dice que «tras caer de las naves numerosas riquezas, Aminocles, hijo de Cretines, natural de Magnesia, obtuvo pingües beneficios gracias al apresamiento de una cantidad descomunal de oro y otros objetos de valor»; pero no lo deja ir sin dentellada: «sin embargo» —concluye—, «pese a que sus actividades le enriquecieron notablemente, la fortuna no le sonreía en el resto de facetas; efectivamente, un desgraciado incidente, también a este individuo, le afectó: mató a un hijo suyo» 79 . Al cabo, es de todo punto evidente por qué introduce en el relato los objetos de oro, las ganancias halladas y la riqueza procedente del mar: configura un pasaje y un marco en que ubicar el infanticidio de Aminocles.
[D] 31 . Aristófanes de Beocia 80 escribe que Heródoto no obtuvo de los tebanos la suma monetaria que solicitó y que, cuando intentó conversar con los jóvenes e instruirlos, se vio imposibilitado por los magistrados debido a la rusticidad y aversión al saber de éstos; aunque no existe ningún otro argumento probatorio, el propio Heródoto ha testimoniado en favor de Aristófanes mediante las afirmaciones vertidas, falsas unas, por adulación otras, y las restantes para vituperar a los tebanos con toda su inquina y difamación.
Revela, en efecto, que, ante todo bajo coacción, los tesalios [E] abrazaron la causa persa (y dice la verdad). Además, cuando vaticina cómo el resto de los griegos habría traicionado a los lacedemonios, insinúa que «no por voluntad propia sino bajo coacción cuando hubieran sido capturados ciudad por ciudad» 81 . Sin embargo, no concede a los tebanos la misma deferencia cuando se trata de la misma coacción. En realidad, enviaron a Tempe quinientos hombres con Mnamía en calidad de estratego, y a las Termópilas cuantos solicitó Leónidas, quienes precisamente fueron los únicos, además de los tespieos, que permanecieron junto a él, mientras que todos los demás lo abandonaron tras el cerco. Y cuando el bárbaro se hizo con el control de los pasos, ocupó sus límites, y el espartano Demarato 82 , quien merced a sus vínculos [F] de hospitalidad favorecía a Atagino 83 , adalid de la oligarquía, logró hacerse amigo y huésped del monarca —en tanto que los griegos se hallaban en sus naves sin que nadie descendiera a tierra—, los tebanos, en esas circunstancias, aceptaron las condiciones de paz apremiados por una necesidad inexorable. Dado que no disponían de mar y naves como los atenienses, ni residían como los espartiatas en la zona más recóndita de Grecia, apostados en los desfiladeros y con el único apoyo de espartiatas y tespieos, sucumbieron en su combate contra el monarca persa, que se encontraba [865A] tan sólo a día y medio de camino. He aquí la imparcialidad del escritor, al extremo de afirmar: «los lacedemonios, al ser abandonados por sus aliados y quedar solos, se habrían valido de un pacto con Jerjes» 84 . En cambio, a los tebanos, que se enfrentaban con las mismas desgracias por idéntica necesidad, los ultraja. Ante la imposibilidad de mutilar la grandeza y gloria de la acción —y de negar que ellos la hubieran realizado—, escribió lo siguiente para injuriarlos con una insinuación y acusación mezquina: «en consecuencia, los aliados que fueron enviados emprendieron la marcha accediendo a las indicaciones de Leónidas; sólo los tespieos y tebanos se mantuvieron del lado de los lacedemonios: y de [B] ellos, los tebanos permanecieron muy a su pesar, pues no lo deseaban; sucede que Leónidas los retenía en calidad de rehenes; los tespieos, empero, lo hicieron con absoluta convicción y afirmaban que jamás iban a hacer defección de Leónidas ni de los que con él habían partido» 85 .
En suma, ¿no resulta evidente que observa una especial inquina y animadversión contra los tebanos, de ahí que no sólo arroje falsedades e inicuas afirmaciones sobre la ciudad, sino que ni siquiera se preocupe de la fiabilidad de su calumnia ni de, a consecuencia de su contradicción, parecer incoherente en opinión de ciertas personas? Así es, anticipa [C] que «Leónidas, tras haber percibido el desánimo existente en los aliados y su rechazo a arrostrar el peligro conjuntamente, les ordenó que se retiraran» 86 , pero acto seguido asegura que retuvo a los tebanos 87 —pese a la voluntad de éstos—, a quienes habría sido razonable expulsar, incluso aunque desearan permanecer, en el supuesto de haber recibido la acusación de abrazar la causa persa. Porque, cuando no había necesidad sino de hombres valerosos, ¿qué utilidad había en mezclar hombres de lealtad dudosa entre los combatientes? Parece claro que el rey de los espartiatas y mandatario de los griegos no tenía el desatinado propósito de «retener en calidad de rehenes» a cuatrocientos hombres armados entre sus trescientos, máxime cuando los enemigos [D] efectuaban un acoso frontal y de retaguardia al mismo tiempo. De hecho, si inicialmente los llevó consigo en calidad de rehenes, era probable que en el momento culminante ellos, despreocupándose de Leónidas, pretendieran huir así como que Leónidas albergase mayor temor ante el cerco practicado por ellos que ante el de los propios bárbaros.
Al margen de cuanto antecede, ¿cómo no podría antojarse ridículo que Leónidas ordenara batirse en retirada al resto de los griegos, porque tenían pronta la muerte, pero se lo impidiera a los tebanos a fin de conservarlos para Grecia, cuando la muerte del propio Leónidas era inminente? Si, en efecto, es cierto que llevaba en torno suyo a estos guerreros en calidad de rehenes —más bien de esclavos—, no debió retenerlos junto con las tropas que iban a morir sino confiarlos [E] a los griegos que se batían en retirada. Y la última de las explicaciones factibles, «que tal vez los retenía porque iban a morir», ha sido eliminada, en la práctica, por el historiador cuando, en lo concerniente al honor de Leónidas, escribe textualmente: «con todo, es obvio que Leónidas expulsó a los aliados porque, reflexionando sobre estos asuntos, pretendía que la gloria recayera estrictamente en los espartiatas, no por disparidad de criterios» 88 . En efecto, sería el colmo de la ingenuidad retener a los enemigos para hacerles partícipes de la gloria que negaba a los aliados. Es harto [F] evidente, a tenor de los hechos, que Leónidas no se enemistó con los tebanos sino que, incluso, los tuvo por fieles amigos 89 . Y es que, además, llegó a Tebas al frente del ejército y con sus súplicas obtuvo un privilegio a ningún otro concedido, a saber, pernoctar en el templo de Heracles; describió minuciosamente a los tebanos la visión que contempló en sueños: creyó ver que, en un mar de grueso oleaje, las más notables e importantes ciudades griegas disputaban y se agitaban en contienda desigual mientras que Tebas sobrepasaba a todas y se elevaba hasta el cielo para, a continuación y de improviso, desvanecerse. Además, estos sucesos eran similares a los que, mucho tiempo después, acontecieron en la ciudad 90 .
[866A] 32 . Heródoto, en su relato de la batalla, ha ensombrecido el supremo acto de Leónidas cuando afirma que la totalidad de sus efectivos sucumbió en el desfiladero emplazado en los aledaños de La Colina 91 ; sucedió, sin embargo, de otra manera. En efecto, cuando descubrieron durante la noche la maniobra envolvente del enemigo, en pie de guerra movieron sus líneas hacia el campamento enemigo y hasta las inmediaciones de la tienda del monarca para matar al famoso mandatario y, después, morir a cambio. En consecuencia, llegaron hasta la tienda asesinando a todo el que les hacía frente y obligando a replegarse a los demás; pero, al [B] no hallar a Jerjes, comenzaron a buscarlo entre el campamento, de enorme extensión, y se extraviaron, hasta ser exterminados a manos de los bárbaros que caían sobre ellos por todas partes 92 . El resto de valerosas acciones y expresiones de los espartiatas que, sobre el particular, Heródoto omite se relatará en la Vida de Leónidas 93 ; mas no parece mala cosa exponer, ahora, una pequeña muestra de ellos. Resulta que concurrieron a su propio concurso funerario antes de partir y que, al certamen, comparecieron sus padres y madres; entonces, el propio Leónidas repuso a quien le indicaba que tomaba un número exiguo de hombres para acometer la batalla: «en realidad, son muchos para morir» 94 ; y dirigiéndose a su mujer que inquiría, en el momento de partir, si tenía algún consejo que dirigirle, respondió: «casaos [C] con hombres honrados y engendrad una descendencia próspera» 95 . Ya en las Termópilas, tras el cerco, como su deseo era preservar a dos hombres de noble familia, entregó a uno de ellos una misiva y lo despachó; sin embargo, éste declinó con palabras de enojo: «como guerrero te he seguido, no como mensajero» 96 ; a continuación, encomendó al segundo dar un informe a los magistrados espartiatas, pero él objetó: «desempeñaré mejor mi cometido aguardando y, si aguardo, serán mejores las noticias» 97 ; luego, abrazando su escudo, se incorporó a la formación.
Podría ser uno comprensivo si fuera otra persona la que soslayara tales hechos, pero quien saca a colación y rememora el cuesco de Ámasis, el instante en que el ladrón arrea a los asnos, el obsequio de los odres y otros muchos relatos [D] de esta naturaleza 98 , no da la impresión de que obvie nobles hechos y dichos por descuido o desdén, sino que la causa de ello reside en su falta de bondad e imparcialidad respecto de ciertas personas.
33. Es el primero en afirmar que los tebanos «trabaron combate entre las filas de griegos aunque fuese bajo coacción» 99 . Pues no sólo Jerjes, según parece, sino que incluso Leónidas disponía de agentes provistos de látigo entre sus subordinados; azotados por ellos, los tebanos se vieron constreñidos a entablar combate contra su voluntad. ¿Qué delator sería más sañudo que el individuo que afirma, de un lado, que quienes tenían la posibilidad de marcharse y huir entablaron combate bajo coacción y, de otro, que abrazaron voluntariamente la causa persa sin contar con apoyo alguno a su lado? De inmediato, escribe que «cuando el resto del [E] contingente griego se batía en retirada hacia La Colina, los tebanos, separados de ellos, se aproximaron con las manos extendidas a los bárbaros aduciendo la pura verdad: que abrazaban la causa persa y que habían ofrecido al monarca tanto tierra como agua, que su llegada a las Termópilas era, en realidad, bajo coacción y que declinaban la responsabilidad del quebranto sucedido al monarca; con esas afirmaciones lograron salvarse porque tenían también a los tesalios como testigos de estos relatos» 100 . Con semejantes condiciones, entre clamores persas y alborotos multirraciales, huidas y persecuciones, tú piensa: el desarrollo de un juicio, la instrucción de testigos, y a los tesalios, en medio de muertes y vejaciones de unos y otros, haciendo apología de los tebanos [F] junto al estrecho desfiladero y explicando que los tebanos los habían expulsado del territorio que dominaban, en Grecia, hasta la zona de los tespieos, tras imponerse en la batalla y haber matado a su general Latamías 101 . Efectivamente, esas eran las relaciones, a la sazón, entre beocios y tesalios, sin ningún esfuerzo de diplomacia o de amistad en sus relaciones interestatales.
No obstante, admitamos como testigos a los tesalios. ¿De qué modo lograron salvarse los tebanos? «A unos, cuando intentaban pasarse a las filas del persa, los bárbaros los exterminaron» (según indica personalmente), «mientras que a la mayoría, a instancias de Jerjes, los estigmatizaron con la marca regia, comenzando por su general Leontíadas» 102 . [867A] Ahora bien, Leontíadas no era estratego en las Termópilas, sino Anaxandro, a tenor de las investigaciones de Aristófanes en sus Comentarios sobre los magistrados 103 y de Nicandro de Colofón 104 , ni, con anterioridad a Heródoto, ninguna persona tiene noticias de que los tebanos fueran estigmatizados por orden de Jerjes. Por lo demás, ésta era la más poderosa defensa contra la acusación imputada y la ciudad tenía motivos para, en justicia, ufanarse por aquellos estigmas, prueba de que Jerjes había resuelto que se considerase tanto a Leónidas como a Leontíadas sus más encarnizados enemigos; de hecho, ordenó mutilar el cuerpo del primero ya muerto y el del segundo lo marcó al rojo aún en vida. Sin embargo, [B] Heródoto presenta una muestra terriblemente cruel de que el bárbaro se ensañó con Leónidas, mientras vivía, como no lo hizo con otro hombre, pero dice que los tebanos, pese a abrazar la causa persa, fueron estigmatizados en las Termópilas y que —así, estigmatizados— volvieron a abrazar la causa persa, con resolución de ánimo, en Platea. Tengo la impresión de que Heródoto gusta de hacer bailar la verdad y diría, como Hipoclides 105 cuando hacía pantomimas con las piernas encima de una mesa, «no es problema de Heródoto».
34. En el libro octavo afirma que los griegos, presos de un pánico cerval, proyectaron la huida desde Artemisio con el propósito de refugiarse en el interior de Grecia, y que, ante la petición de los eubeos de aguardar cierto tiempo para evacuar sus familias y esclavos, ellos la desaprobaron hasta [C] que Temístocles dio parte del dinero 106 que había recibido a Euribíades y a Adimanto, estratego de los corintios; sólo entonces los griegos permanecieron en sus posiciones y libraron batalla naval contra el bárbaro. El propio Píndaro, que procedía de una ciudad no aliada sino inculpada de abrazar la causa persa, no obstante, conmemora Artemisio,
donde los hijos de los atenienses establecieron
el brillante cimiento de la libertad.
Sin embargo, Heródoto —cuya obra, juzgan algunos, constituye un panegírico a Grecia— muestra sin rodeos que aquella victoria fue resultado de la corrupción y de la rapiña, y que los griegos entraron en combate con reparos y embaucados por sus estrategos, quienes habían recibido una suma de dinero. Pero su malevolencia no se limita a esto. [D] Por contra, todos coinciden aproximadamente en que, si bien los griegos dominaron en los combates navales de Artemisio, cedieron allí al empuje bárbaro cuando tuvieron noticias de las Termópilas; así es, no les reportaba utilidad alguna permanecer en ese lugar, a la expectativa, para proteger la costa, una vez que la batalla se libraba en el interior de las Termópilas y Jerjes se había adueñado del control de las entradas. Sin embargo, Heródoto, ya antes de conocerse la muerte de Leónidas, presenta a los griegos con la intención de huir, y dice así: «pero viéndose muy mal parados, en particular los atenienses de cuya flota la mitad había resultado [E] dañada, proyectaron la huida en dirección a Grecia». Admitamos denominar —o más bien reprobar— así la retirada antes del combate; pero él habló ya desde un principio de «huida», ahora también la califica «huida» y poco más tarde reiterará «huida»; tan proclive es al término: «inmediatamente después de estos sucesos, llegó a bordo de una nave un hombre oriundo de Hestiea 107 para comunicar a los bárbaros que los griegos habían emprendido la huida desde Artemisio; y éstos, sin darle crédito, mantuvieron al informador bajo vigilancia y enviaron rápidas embarcaciones para cerciorarse».
¿Cómo dices? ¿Que emprendieron la huida como vencidos, [F] cuando los enemigos no daban crédito a su fuga, tras la batalla, porque los tenían por vencedores absolutos? ¿Habrá que creer, cuando escriba sobre un hombre o una ciudad, al individuo que, con una simple frase, suprime la victoria de Grecia, minusvalora el triunfo y considera que son mera petulancia y jactancia las inscripciones que depositaron en el templo de Ártemis Proseoa 108 ? Así rezan los epigramas:
Sobre los guerreros de cada una de las razas del territorio asiático,
los hijos de los atenienses antaño se impusieron en naval combate
en estas aguas; una vez exterminado el ejército de los persas
depositaron estos túmulos en honor de la virgen Ártemis.
[868A] Para sintetizar: no indica, en los combates, la disposición de las líneas griegas, ni clarifica el punto que cada ciudad tenía asignado en el combate naval; sin embargo, en lo tocante al instante de zarpar —lo que este sujeto califica de «huida»— afirma que los corintios fueron los primeros en hacerse a la mar mientras que los atenienses fueron los últimos.
35. Por lo demás, no tenía derecho a recriminar a quienes, entre los griegos, habían abrazado la causa persa; y máxime cuando juzgado, por algunos autores, ciudadano de Turios, mantiene, sin embargo, vínculos con los naturales de Halicarnaso 109 , los cuales, pese a ser dorios, salieron en expedición contra los griegos en compañía de sus mujeres.
Carece, además, de la debida cortesía para calificar las necesidades de los constreñidos a abrazar la causa persa, al [B] extremo de que, tras comentar que los tesalios comisionaron una embajada a los focenses —rivales y enconados enemigos 110 — para informarles de que custodiarían su territorio indemne previo pago de cincuenta talentos, descalifica a los focenses con estas palabras: «los focenses eran, en aquella zona, los únicos que no pretendían abrazar la causa persa y la razón no era otra, según se infiere de mis investigaciones, que su inquina hacia los tesalios; por ello, si los tesalios hubieran nutrido el poder griego, los focenses, a mi juicio, habrían abrazado la causa persa» 111 . Por cierto que, poco después, manifiesta a título personal que trece poblaciones focenses fueron totalmente incendiadas a manos del bárbaro, que la región fue asolada, que fue pasto de las llamas el [C] templo situado en Abas 112 , y que hombres y mujeres fueron aniquilados a excepción de cuantos ganaron, en su huida, el Parnaso 113 . No obstante, sitúa en la misma línea de maldad a quienes encararon las últimas penalidades, para no cejar en su noble empresa, que a quienes abrazaron con ánimo decidido la causa persa. Además, ante la imposibilidad de reprobar los hechos de los focenses, crea por escrito un conjunto de acusaciones mezquinas y de insinuaciones sobre ellos, y nos insta a que se tomen en consideración sus intenciones no en virtud de los hechos que realizaron sino en función de los que presuntamente hubieran realizado si los [D] tesalios no hubieran adoptado las resoluciones que tomaron, como si hubieran descartado la traición al estar el puesto ocupado por terceros.
En el caso de que cualquier individuo manipulara para excusar el medismo de los tesalios so pretexto de que no pretendían tal cosa, sino que abrazaron la causa persa contra su voluntad, debido a sus discrepancias con los focenses, cuando vieron que estos apoyaban a los griegos, ¿no parecería, acaso, que alababa sus acciones del modo más indecoroso y que, por halagar a otros, alteraba la realidad ideando nobles motivos para sus acciones mezquinas? Desde luego, yo así lo creo. En consecuencia, ¿cómo no va a parecer que el escritor es un delator manifiestamente falsario, cuando declara que los focenses asumieron la opción adecuada no por su gallardía, sino porque verificaron que los tesalios eran partidarios de la opción contraria? No atribuye, en modo [E] alguno, esa difamación a otros, como tiene por costumbre, ni dice que la ha escuchado, sino que se infiere de sus investigaciones personales. En esa circunstancia, debía aportar las pruebas que le habían persuadido de que quienes observan un talante similar a los más nobles abrigan los mismos proyectos que los más miserables.
Y es que el motivo de la animadversión se antoja ridículo; efectivamente, las diferencias de eginetas con atenienses, calcideos con eretrieos, y corintios con megareos no les impidieron aliarse con Grecia; por su parte, los macedonios, que abrazaban la causa persa, no modificaron la relación amistosa de los tesalios hacia el bárbaro pese a tratarse de sus enemigos más enconados. Sucede que un peligro común reprimió sus rencillas particulares de suerte que, al deponer sus restantes actitudes, tomaron la decisión ya por su gallardía, [F] en favor del honor, ya por coacción, en favor de lo conveniente. Con todo, incluso tras la citada coacción que les indujo a someterse a los medos, estos hombres se reincorporaron a las filas griegas (es más, el espartiata Lácrates 114 testificó públicamente en favor de sus intereses); además, el propio Heródoto —forzado prácticamente por los hechos— admite que, en los sucesos de Platea, aun focenses permanecieron del lado de los griegos 115 .
36. Así las cosas, no debe sorprendernos que se ensañe acerbamente con los infortunados, cuando incluye en el número de enemigos y traidores a quienes permanecieron del [869A] lado griego y afrontaron conjuntamente el peligro: «en efecto, los naxios enviaron tres trirremes para socorrer a los bárbaros, pero el trierarca Demócrito persuadió a sus compañeros para tomar partido por la causa griega» 116 . El caso es que no sabe alabar sin censurar, de modo que, para el encomio de un solo hombre, debemos escuchar maledicencias de toda la ciudad y de su población. En favor de los naxios testifican Helánico 117 , entre los autores más antiguos, y Éforo, entre los más recientes; el primero relata que los naxios acudieron en socorro de los griegos con seis naves, el segundo que con cinco. E incluso el mismo Heródoto muestra [B] de manera fehaciente que él ha tramado este ardid. Lo cierto es que los cronistas de Naxos sostienen que, ya previamente, habían rechazado a Megábatas cuando avanzaba en su navegación hacia la isla con doscientas embarcaciones y que, a su vez, expulsaron al estratego Datis 118 después de que incendiara por completo los templos sin haber intentado causar daño alguno a los propios naxios. Y si, como Heródoto ha afirmado en otro pasaje, los bárbaros incendiaron y aniquilaron la ciudad de los naxios en tanto que la población buscaba la salvación en su huida en dirección a las montañas, buena excusa, sí, tenían éstos para enviar auxilio a los que habían destruido su patria en lugar de defender a quienes defendían la causa común de la libertad. Resulta palmario, [C] entonces, que no quería alabar a Demócrito sino urdir un engaño para desprestigiar a los naxios, dada la absoluta marginación y silenciamiento de la hazaña y la bizarría de Demócrito, que en un epigrama mostró claramente Simónides:
Demócrito fue el tercero en entrar en lid cuando griegos y persas
trabaron combate naval en las inmediaciones de Salamina;
cinco naves enemigas capturó y una sexta, doria, arrebató de
mano bárbara que la había apresado.
37. Pero ¿a qué viene irritarse por el asunto de los naxios? Ya que, si son —como dicen algunos— nuestros antípodas, los cuales habitan las profundidades de la tierra, imagino que no han oído hablar de Temístocles y de su plan: planeó un combate naval ante Salamina en defensa de [D] Grecia para, con posterioridad, tras la derrota total del bárbaro, consagrar un templo a Ártemis Aristobula en Mélite. Pues bien, nuestro primoroso escritor desprecia este gesto, el de Temístocles, y concede la fama a otro individuo. He aquí lo que escribe literalmente 119 : «en el momento preciso en que Temístocles llegaba a su nave, Mnesífilo, un ciudadano ateniense, le interrogó sobre qué plan habían adoptado; cuando averiguó, por información de aquel, que la resolución consistía en dirigir las naves al Istmo y librar batalla naval en defensa del Peloponeso, dijo: ‘sucede que si las naves son retiradas de Salamina, en lo sucesivo ni siquiera librarás batalla naval por patria alguna; se marcharán, [E] efectivamente, divididos según las ciudades a que cada contingente pertenezca’». (Y poco después) «ahora bien, si hay alguna idea, acude e intenta revocar los acuerdos adoptados (en el supuesto de que convenzas a Euribíades 120 para cambiar de opinión y, por consiguiente, mantenga aquí su posición)». Acto seguido, insinúa que: «a Temístocles le agradó particularmente la sugerencia y, sin objetar nada a tal extremo, marchó en pos de Euribíades»; y prosigue, en su redacción, con expresiones de esta guisa: «precisamente allí Temístocles, sentado a su lado, le informó de todas las noticias [F] que había recabado de Mnesífilo —y añadiendo otras— haciéndolas pasar por suyas». ¿Ves cómo Heródoto coadyuva a una reputación malevolente de Temístocles, cuando dice que hace pasar por suyo el planteamiento de Mnesífilo? 121 .
38. Y para mayor escarnio, si cabe, de los griegos, afirma no sólo que Temístocles no se percató de lo que resultaba conveniente, sino que le pasó por alto a él, quien había recibido el sobrenombre de Odiseo merced a su sagacidad 122 , y que Artemisia 123 , la conciudadana de Heródoto, sin que nadie la instruyera y con una reflexión personal, aconsejó a Jerjes en estos términos: «los griegos no van a ser capaces por más tiempo de resistir tus embates, ya que tú los vas a dispersar; y huirán divididos según las ciudades [870A] a que pertenezca cada contingente; y no es previsible que ellos, si lanzas tu infantería sobre el Peloponeso, vayan a permanecer impasibles ni que pretendan presentar batalla naval en defensa de Atenas; mas si, en otro supuesto, te apresuras a combatir por mar, mucho me temo que tu fuerza naval resulte gravemente dañada y, en consecuencia, tu infantería sufra bajas de seria consideración» 124 . En fin, que tan sólo le faltó a Heródoto versificar estos vaticinios para hacer de Artemisia la Sibila que profetiza el futuro con exactitud similar. Por esa razón Jerjes le confió la tutela de sus hijos para llevarlos a Éfeso 125 ; olvidó, al parecer, traer mujeres de Susa por si los niños precisaban de cuidados femeninos.
39. Ahora bien, no nos interesa la razón de sus falsedades. Nos limitamos a elucidar lo que falsea. Afirma, por [B] cierto, que —en palabras de los atenienses— Adimanto 126 , estratego corintio, cuando tenía en sus manos a los enemigos, se dio a la fuga sobrecogido y presa de pánico, sin retroceder ni deslizarse con cautela entre las naves contendientes, sino izando ostensiblemente las velas y haciendo virar a todas las embarcaciones; además, con posterioridad, quiso la suerte que, cuando bordeaba el extremo alejado de Salamina, encontrase una nave ligera de la que se alzó una voz. «a fe que tú, Adimanto, al ordenar la retirada has traicionado [C] a los griegos; sin embargo, ellos obtienen ya una victoria pareja a las súplicas formuladas para imponerse sobre sus adversarios». Esa nave ligera procedía del cielo, según parece; efectivamente, ¿qué necesidad tenía de hurtar una máquina de la escena si en cualquiera de las otras facetas supera a los trágicos con su petulancia? En consecuencia, Adimanto, dando crédito al suceso, «regresó al campamento para hallarse ante los hechos ya consumados. Esta es la versión difundida por los atenienses, si bien los corintios no están de acuerdo; al contrario, juzgan que, en el combate naval, se encontraban en primera línea. Testifica en su favor el resto de Grecia» 127 .
He aquí el talante de este sujeto en la mayor parte de los temas; vierte acusaciones y calumnias de índole distinta entre distintas [D] personalidades, de manera que no ceja en su intento de mostrar, a toda costa, la maldad de alguien. Un ejemplo: en este asunto logra que los atenienses, desacreditados, pierdan su reputación; pero es que, si se daba crédito a la calumnia, la perdían los corintios. Y tengo la impresión fundada de que no escuchó calumnias de los atenienses a los corintios ni de los corintios a los atenienses, sino de que es él quien destila falsas acusaciones, por igual, sobre los dos pueblos. Tucídides, sin ir más lejos, presenta a un ateniense en Esparta 128 quien, en discurso de réplica a un corintio, blasona reiteradamente de los hechos acaecidos en las Guerras Médicas y en la batalla naval de Salamina; pero el historiador no imputa a los corintios acusación alguna de traición o defección; y es que no resulta verosímil que los atenienses expresaran tamaña difamación respecto de la ciudad de los corintios, a la que veían inscrita en tercer lugar, tras los lacedemonios y ellos mismos, sobre las ofrendas conquistadas [E] a los bárbaros. Más aún, los atenienses, en Salamina, facultaron a los corintios, como hombres que lucharon con valentía, para inhumar a sus difuntos en las inmediaciones de la ciudad y para grabar el siguiente epitafio:
Extranjero, moramos antaño la feraz ciudadela de Corinto,
mas ahora la isla de Áyax, Salamina, nos alberga.
Aquí, de naves fenicias defendimos la sagrada Grecia
a la par que apresábamos persas y medos 129 .
Sigue aquí la inscripción sobre el cenotafio en el Istmo:
Aquí yacemos quienes, con ofrenda de nuestras propias vidas,
[F] defendimos Grecia toda que se hallaba en el filo de la navaja.
He aquí la inscripción de Diodoro, cierto trierarca corintio, sobre las ofrendas consagradas en el templo de Leto:
La tripulación de Diodoro arrebató a los enemigos persas estas
armas, vestigios de combate naval, para donarlas a Leto.
Y ahí está el propio Adimanto, a quien Heródoto vitupera con severidad al extremo de indicar: «era el único de los estrategos que ofrecía resistencia alegando que deseaba huir de Artemisio y no aguardar allí» 130 ; obsérvese de qué reputación gozaba:
Este es el túmulo del famoso Adimanto merced al cual toda Grecia se impuso la corona de la libertad.
[871A] Y es que no sería razonable que se hubiera concedido honor tal a un hombre cobarde y traidor, después de muerto, ni que él tuviera la osadía de imponer a sus hijas los nombres de Nausínica, Acrotinio y Alexibia respectivamente, así como de llamar a su hijo Aristeo 131 , si aquella conducta no le hubiera reportado cierta notoriedad y distinción. E indudablemente [B] resulta inverosímil que fuera desconocido —no ya a Heródoto sino tan siquiera al más humilde de los carios 132 — el hecho de que únicamente las mujeres corintias, de entre todas las griegas, hubieran elevado aquella bella e inspirada plegaria a fin de que la diosa insuflara en el ánimo de sus maridos un deseo irrefrenable de luchar contra los bárbaros. Lo cierto es que el asunto fue divulgado y Simónides compuso un epigrama para las estatuas de bronce que se habían erigido en el templo de Afrodita —el cual mandó construir Medea, dicen unos que cuando había cesado de amar a su marido, otros que en agradecimiento a la diosa cuando cesó el amor de Jasón por Tetis. Este es el epigrama:
Aquí yacen estas mujeres que, en su inspiración, elevaron una plegaria a
Cipris por los griegos y ciudadanos que sostuvieron campal batalla.
Y es que Afrodita meditó no entregar a los arqueros medos una acrópolis de griegos 133 .
Más preciso era reseñar estos hechos y rememorarlos [C] que incluir la contingencia de Aminocles y el infanticidio.
40. La verdad es que, tras dejarse llevar por las acusaciones que imputó a Temístocles, entre las cuales declara que, en sus viajes por las islas, no cesó de robar y lucrarse sin el conocimiento de los otros estrategos, termina por hurtar la corona de la victoria a los propios atenienses para imponerla a los eginetas cuando escribe lo que sigue: «una vez que los griegos enviaron las primicias del botín a Delfos, resolvieron preguntar a la divinidad si había recibido primicias satisfactorias y óptimas; y ésta respondió que había [D] recibido ofrendas de los otros griegos mas no de los eginetas, de quienes las reclamaba en proporción a su excelente contribución en la batalla naval de Salamina» 134 . Ya no atribuye las invenciones que destilan sus palabras a escitas, ni a persas, ni a egipcios, como Esopo hacía con cuervos y simios, sino que, utilizando la figura de Apolo Pitio, relega a Atenas del primer premio al valor en Salamina. El segundo premio fue concedido en el Istmo a Temístocles merced a que cada estratego se apropió del primer premio y le otorgó [E] el segundo 135 , pero no se llegó a una solución definitiva. Aunque lo decoroso era reprobar la ambición de los estrategos, afirma que los griegos emprendieron la navegación por envidia, ya que declinaban proclamar al individuo citado el primero 136 .
41. En el noveno y último de sus libros se apresura a verter cuanto le quedaba todavía de su mala fe hacia los lacedemonios: arrebata, en la medida de lo posible, la épica victoria y sonada proeza de la ciudad en Platea 137 . Así es: escribe 138 que, en una primera instancia, temían que los atenienses llegaran a abandonar a los griegos bajo las instigaciones de Mardonio pero que, una vez fortificado el Istmo, cuando pusieron a salvo el Peloponeso, se despreocuparon y desentendieron de los otros, celebrando fiestas en sus casas 139 , ridiculizando a los embajadores de los atenienses y haciéndoles perder el tiempo. Por consiguiente, ¿cómo fue [F] que llegaron a Platea cinco mil espartiatas 140 , llevando cada guerrero consigo siete hilotas? o ¿cómo vencieron y exterminaron a un número descomunal de hombres, afrontando tamaño peligro? Escucha una interpretación que convence 141 : «sucedió» —afirma— «que estaba de visita en Esparta un hombre oriundo de Tegea, de nombre Quíleo, quien mantenía vínculos de amistad y hospitalidad con ciertos éforos; de ahí que éste los persuadiera para que comisionaran una expedición, indicando que ninguna utilidad les reportaba a los peloponesios la fortificación a lo largo del Istmo si los atenienses entraban en negociaciones con Mardonio». Esto indujo a Pausanias 142 a dirigirse a Platea con su ejército; [872A] si, de lo contrario, algún problema personal hubiera retenido al ínclito Quíleo en Tegea, Grecia no se habría salvado.
42. Pero, volviendo a los atenienses, no sabe cómo tratarlos; unas veces ensalza y otras desprestigia a la ciudad llevándola alternativamente arriba y abajo. Dice de ellos que polemizaron con los tegeatas sobre quiénes iban a ocupar la posición segunda y que, tras rememorar a los Heráclidas 143 , y aludir a las operaciones llevadas a cabo contra las Amazonas y a los funerales de los peloponesios caídos al pie de Cadmea, por fin incidieron en Maratón 144 , con un discurso [B] jactancioso y con el orgullo de haber obtenido el mando del ala izquierda; poco después —continúa 145 — Pausanias y los espartiatas les entregaron el mando, instándoles a que ocuparan el ala derecha para hacer frente a los persas, y a que les cedieran a ellos el ala izquierda, pues, ante su inexperiencia en la lucha contra los bárbaros, declinaban hacerlo. Ahora bien, a menos que los persas hubieran combatido con ellos, se antoja absurda su negativa a enfrentarse al enemigo.
Sin embargo, en lo concerniente al resto de los griegos, afirma que sus estrategos comenzaron a evacuarlos a otro [C] campamento: «cuando se pusieron en movimiento, recibieron con satisfacción la idea de huir de la caballería en dirección a la ciudad de los plateos; y llegaron, en su huida, hasta el templo de Hera» 146 . En este pasaje acusa prácticamente a todos de indisciplina, deserción y traición a un mismo tiempo. Y, para concluir, indica que únicamente los lacedemonios y los tegeatas entraron en batalla con los bárbaros, y los atenienses con los tebanos, pero priva absolutamente de la hazaña a las demás ciudades que actuaron de modo similar 147 : «ninguna tomó parte en el combate, sino que, sentados todos junto a sus armas, abandonaron y traicionaron a quienes sostenían la lucha en su defensa; mucho más tarde, cuando fliasios y megareos se persuadieron de que Pausanias iba venciendo, realizaron un avance sobre la caballería tebana pero fueron, sin más, aniquilados; por su parte, los corintios, que no habían comparecido en la batalla, se apresuraron [D] a través de las colinas, después de la victoria, para eludir la confrontación con los jinetes tebanos». Efectivamente, los tebanos, mientras que se efectuaba la retirada, antecedieron a los bárbaros con la caballería y, desinteresadamente, prestaron su colaboración a los que huían, expresando su gratitud —claro que sí— por la estigmatización de las Termópilas.
Por otra parte, si nos atenemos a los corintios, la posición en la que combatieron a los bárbaros y el notable éxito que les deparó la batalla de Platea, contamos con la información de Simónides quien escribió en estos versos:
Y en el centro aquellos que moran en Efira de muchas fuentes
en guerras de toda laya curtidos,
y aquellos que habitan la patria de Glauco, la ciudad de Corinto,
[E] también aquellos que ofrendaron el más hermoso testimonio de
su esfuerzo, el oro que brilla en el cielo: tanto su vasta fama como la de sus padres acrecentará.
Lo cierto es que no enseñó estos versos en Corinto a ningún coro, ni compuso con ellos una oda de alabanza dedicada a la ciudad, sino que sencillamente refiere por escrito, en una elegía, los gloriosos acontecimientos.
Pero Heródoto, anticipándose a la acusación de falsedad [F] que podría objetársele, «¿de dónde salen, entonces, los túmulos y todas esas tumbas y monumentos conmemorativos de los difuntos, en cuyo honor hacen sus ofrendas, aún hoy, los plateos ante la comparecencia de los griegos?» 148 , ha imputado una acción más ominosa, a mi juicio, que la de traición a los compatriotas: «las tumbas de otros sujetos que puedan contemplarse en Platea pertenecen, según mis averiguaciones, a los distintos pueblos que, avergonzados por su ausencia del combate, han erigido túmulos vacíos como testimonio para generaciones venideras» 149 . De esta ausencia del combate —que era una traición—, es Heródoto la única persona que ha tenido noticias, mientras que Pausanias, Arístides, [873A] lacedemonios y atenienses no se percataron de que los griegos se escabullían del peligro; más aún, los atenienses no impidieron que figuraran en la inscripción los eginetas por más que tenían sus diferencias, ni inculparon a los corintios, pese a acusarles de que huyeron de Salamina antes de conseguir la victoria, aunque Grecia testifique en sentido contrario. En todo caso, vivía, diez años después de las Guerras Médicas, un tal Cléadas de Platea 150 , según afirmación de Heródoto, quien erigió en reconocimiento a los eginetas un túmulo que lleva el nombre de éstos.
¿Cómo pudo ocurrir, entonces, que atenienses y lacedemonios casi se enfrentaran con motivo de la erección del [B] trofeo, y que, en vez de expulsar de los lugares de honor a los griegos que mostraron una actitud pusilánime y se dieron a la fuga, inscribieran sus nombres sobre los trípodes y pies de las estatuas, y les hicieran partícipes del botín? En fin, he aquí la inscripción que grabaron sobre el altar 151 :
Cuando los griegos merced al poder de la Victoria, labor de Ares,
expulsaron a los persas, erigieron un altar común a Zeus Eleuterio
en honor de una Grecia libre 152 .
Heródoto: ¿tal vez esta inscripción la escribió también Cléadas o cualquier otro individuo por servilismo hacia las ciudades? En consecuencia, ¿qué necesidad había de efectuar un trabajo baldío cavando la tierra, e improvisar la construcción de tumbas y monumentos funerarios como testimonio [C] para generaciones venideras, si podían contemplar su fama particular consagrada en los más notables y significativos exvotos?
Por cierto que Pausanias —quien abrigaba ya, según dicen, intenciones tiránicas— escribió en Delfos:
Pausanias, general en jefe de los griegos, una vez que exterminó al ejército
medo, erigió este monumento en honor de Febo 153 ,
haciendo extensiva, en cierto modo, su fama a los griegos al declararse personalmente su mandatario. Pero, comoquiera que los griegos no admitieron tal denominación sino que formularon quejas, los lacedemonios despacharon a Delfos quienes borraran esta inscripción del trípode y grabaran en [D] su lugar, como era de justicia, los nombres de todas las ciudades. En cualquier caso, ¿resulta verosímil que los griegos mostraran su indignación por no figurar en la inscripción si eran conscientes de su ausencia de la batalla, o que los lacedemonios, tras suprimir el nombre de su mandatario y estratego, inscribieran los nombres de quienes desertaron y se escabulleron del peligro? Es tremendamente extraño que, si Sófanes, Aimnesto 154 y todos los que combatieron brillantemente en la insigne batalla no mostraron su pesar ante los [E] nombres de los citnios y melios inscritos en los trofeos, Heródoto, por su parte, implique tan sólo a tres ciudades en la lid y suprima de los trofeos y templos a todas las restantes.
43. Pues bien, de los cuatro combates que, a la sazón, se libraron contra los bárbaros: afirma que los griegos se batieron en retirada de Artemisio y que, en las Termópilas, en tanto que su estratego y rey arrostraba el peligro en primera línea, ellos permanecieron en casa, despreocupados, celebrando los festivales de Olimpia y Carnea 155 ; en lo concerniente a su relato de Salamina, tiene escritas más historias [F] sobre Artemisia que sobre el combate naval en su totalidad. Y, para finalizar, dice que, en Platea, los griegos descansaban ignorando, hasta su conclusión, el combate que se libraba, como si se tratase de la Batracomiomaquia que Pigres 156 , el de Artemisia, compuso en una épica lúdica y banal y hubieran pactado la ejecución de un combate en silencio con el propósito de que los otros no lo advirtiesen. Es más, los propios lacedemonios —afirma vencieron no porque fueran más valerosos que los bárbaros, sino debido a que luchaban contra soldados inermes o armados a la ligera. Naturalmente, ante la presencia del propio Jerjes, se arrojaron sobre los griegos a duras penas 157 , forzados desde retaguardia [874A] por los latigazos; pero en Platea, según parece, modificaron su actitud: «no iban a la zaga en valor y fuerza, pero su equipo, desprovisto de armas, les perjudicó en exceso; el caso es que, armados a la ligera como estaban, libraron combate contra hoplitas» 158 .
Por consiguiente, ¿qué honor y relevancia han deparado a los griegos las mencionadas batallas, si los lacedemonios luchaban contra soldados inermes, la batalla pasaba inadvertida al resto de los presentes, los deudos de cada soldado rendían homenaje a cementerios vacíos, y los trípodes y altares que se levantan junto a los templos de los dioses eran cubiertos de inscripciones falsas? Ahora bien, Heródoto es el único que conoce la verdad, mientras que, a todos los [B] hombres restantes que tienen noticia de los griegos, la fama de las hazañas pretéritas —merced a lo extraordinarias que fueron— los ha engatusado.
¿Y cómo así? Se trata de un escritor brillante, su prosa es bonita, sus relatos destilan gracejo y pericia, y elegancia: refiere
una fábula como el aedo de antaño, con sabiduría
no, sino con un estilo armónico y pulcro 159 . Que sí, su obra resulta atractiva y seductora para todos, pero es necesario ponerse en guardia ante la difamación y maledicencia que, como el escarabajo de la rosa, se oculta en su estilo sencillo [C] y natural, a fin de no obnubilamos al aceptar opiniones infundadas y engañosas sobre los estados y hombres más eximios y prestigiosos de Grecia.
1 Probablemente se trata del Alejandro el Epicúreo que aparece en Charlas de sobremesa 635F. No obstante, hay críticos que ven en este personaje plutarqueo al sofista T. Flavio Alejandro; vid. la introducción de R. FLACELIÈRE a Plutarque, Oeuvres Morales, vol. I, 1, París, 1987, pág. LXIV, n. 3.
2 República 361a.
3 Cf. A. C. PEARSON , Fragments of Sophocles, Cambridge, 1917, III, fr. 865.
4 Se trata de Filipo de Macedonia y la frase podría referirse a la Segunda Guerra Macedónica, cuando el cónsul Tito Quinto Flaminio empezó a comandar el ejército romano (198 a. C.); en ese momento las ciudades de la liga aquea rompen con el rey, suscriben una alianza con Rodas, Pérgamo y, más tarde, con el estado romano.
5 TEOPOMPO DE QUÍOS (378/76-336 a. C.) es continuador de la historiografía jonia aunque por líneas retorizantes. Firme partidario de la política panhelenista y dominado por ideales aristocráticos, defendió la monarquía de Filipo V de Macedonia. De su amplia obra sólo quedan fragmentos, entre ellos el Epítome a Heródoto en dos libros (cf. F. JACOBY , Die Fragmente der griechischen Historiker, Berlín-Leiden, 1923 ss. [=F. Gr. Hist. ] II 5, fr. 1-4).
6 Cf. PLUTARCO , Nicias 7 y Sobre la superstición 169A. El apelativo es debido a TUCÍDIDES , VII 50, 4.
7 Cf. TUCÍDIDES , IV 28, 5. Sobre el carácter de Cleón es significativo el pasaje III 36, 6, en donde el historiador le confiere el apelativo de biaiótatos («en exceso vehemente»), única aparición de esta forma en toda la obra tucidídea.
8 Se trata del conocido demagogo ateniense que comandó el partido popular. Fue víctima de los conspiradores de Samos tras haber sufrido ostracismo en el 418 (TUCÍDIDES , VIII 73, 3, lo moteja de «individuo despreciable»). Cf., asimismo, PLUTARCO , Nicias 11.
9 El siracusano FILISTO (F. Gr. Hist., III B, fr. 556) vivió entre el 430 y 355; fue afectado por el destierro que ordenó Dionisio I, pese a ser partidario de la política del tirano. FILISTO escribió unas Sikeliká en trece libros.
10 A. NAUCK , Tragicorum Graecorum Fragmenta, 2.a ed., Leipzig, 1889, pág. 913. Cf. también PLUTARCO , Sobre el entrometimiento 520B.
11 ÉFORO (F. Gr. Hist., II A, 70, fr. 189) nació a principios del s. IV y escribió treinta libros de Historias en un tono moralizante. Para el uso que Plutarco efectúa de este historiador, es aprovechable el volumen de K. HERBERT , Ephorus in Plutarch’s Lives, Harvard, 1954.
12 Cf. PLUTARCO , Pelópidas 27 y 35; Virtudes de mujeres 256A.
13 Timoteo, vinculado a Isócrates por lazos de amistad, fue general y político ateniense de la segunda mitad del siglo IV . Cf. PLUTARCO , Sila 6.
14 Aristóxeno de Tarento, alumno aventajado de Aristóteles, fue un conocido polígrafo. Sobresalió en teoría musical y en historiografía. El juicio que emite sobre Sócrates se halla recogido en F. WHERLI , Die Schule des Aristoteles II, fr. 55.
15 HERÓDOTO , I 1, 2-5; II 41.
16 I 4, 2.
17 Ciertos emisarios de Esparta habrían raptado y matado a algunas muchachas de Leuctra, acción que podría explicar la posterior derrota espartana en la ciudad (en donde permanecía un túmulo funerario conmemorativo del hecho). Cf. DIODORO , XV 54; JENOFONTE , Helénicas VI 4, 7.
18 Casandra, hija de Príamo y Hécuba, a la caída de Troya y como ella misma había vaticinado, sufrió la persecución de Áyax. Ella se refugió en el templo de Atenea pero, pese a aferrarse a la estatua de la diosa, Áyax logró apresarla.
19 Es incierto que Heródoto recoja este dato relativo al cabecilla mesenio en sus luchas contra Esparta. La noticia, sin embargo, aparece en PAUSANIAS , IV 17, 1 y 18, 4.
20 Cf. PLUTARCO , Filopemén 18. Este mandatario, natural de Megalópolis, en Arcadia, fue ocho veces estratego de la confederación aquea.
21 Marco Atilio Régulo fue cónsul romano en los años 267 y 256 y se erigió como vencedor en la batalla de Ecnomo. Cayó derrotado en el 255 a manos de Jantipo quien lo mantuvo en cautiverio hasta su muerte.
22 La acusación es de marcado tenor retórico. Con todo, es evidente que el esquema cultural de Heródoto no responde a la antinomia griego/bárbaro, tan propia de la época; originario de Halicarnaso, ciudad cosmopolita y con influencias del mundo persa, el historiador no condena el ideal bárbaro (o, lo que es lo mismo, ideal no griego) por el hecho de ser tal. Cf. B. LAUROT , «Idéaux grecs et barbarie chez Hérodote», Ktema 6 (1981), 39-48.
23 II 119, 1. El comportamiento indecoroso de Menelao puede evocar las fricciones entre Egipto y los Pueblos del Mar de época micénica (cf. HOMERO , Od. XIV 257 y ss.). En cualquier circunstancia, no existen testimonios fehacientes de un culto dispensado a Menelao.
24 I 135.
25 Héroe originario de Pilos (Mesenia) que, según la tradición griega, fue el primer adivino médico y taumaturgo que existió. Asimismo, se presumía la primera persona que erigió un templo en honor de Dioniso (cf. HOMERO , Od. XV 285 y ss., XV 225 y ss.; APOLODORO , Biblioteca I 9, 11 y ss.).
26 II 171, 1-2. Las cincuenta hijas de Dánao enseñaron a las mujeres pelasgas estos ritos que se perdieron cuando emigraron los peloponesios ante los invasores dorios; con la única salvedad de los arcadios, que permanecieron allí y conservaron los ritos. Se trata, con probabilidad, de un mito que transluce las relaciones comerciales entre Egipto y la Argólide en época micénica.
27 II 61, 1.
28 VI 53-54. Acrisio era rey de la Argólide y enclaustró a su hija a fin de que no se verificara el oráculo predicho según el cual él moriría a manos del hijo que ella diera a luz. Sin embargo, Zeus, metamorfoseado en lluvia de oro, hizo que la muchacha concibiera a Perseo.
29 Yaso, rey de Argos, es reconocido como padre de Io, amante de Zeus (cf. PAUSANIAS , II 16, 1; APOLODORO , Biblioteca II 1, 3).
30 Para una visión general y esclarecedora, vid. C. GARCÍA GUAL , Los Siete Sabios (y tres más), Madrid, 1989.
31 I 32, 1. No es intención de Heródoto, como retórica y tendenciosamente señala Plutarco, calumniar a los dioses por medio de Solón quien se limita a ser un mero Warner o portavoz de la concepción herodotea sobre el talante celoso de la divinidad respecto de la felicidad humana (cf. E. R. DODDS , Los griegos y lo irracional, trad. esp., Madrid, 1980, págs. 15-31).
32 I 27, 2-4.
33 Se trata del Alcmeónida representante de los intereses de armadores y comerciantes, el cual, en unión de Licurgo, derrocó a Pisístrato de la tiranía de Atenas.
34 Inclusión en estilo directo de lo que HERÓDOTO (I 62-63) relata en indirecto. La renuencia de Pisístrato a cumplir con sus deberes maritales se debe a su negativa para tener descendencia, ya que la estirpe Alcmeónida era tenida por maldita a causa de cierto suceso: el arconte Megacles, de la familia de los Alcmeónidas, sitió a Cilón en el interior de la acrópolis ateniense (s. VII); los sublevados se refugiaron en el templo de Atenea y sólo abandonaron el lugar bajo promesa de que les perdonarían la vida; sin embargo, fueron asesinados. Cf. G. W. WILLIANS , «The Curse of the Alkmaionidai», Hermathema 79 (1952), 3-21.
35 I 82, 8.
36 Se trata del monarca lidio que se entrevista que Solón en uno de los más famosos episodios de la Historia de HERÓDOTO (I 30-33). Otros pasajes en que la figura del monarca es traída a colación son I 27, 53-56, 71, 75.
37 Instrumento de tortura —semejante, con probabilidad, al torno medieval— similar al peine con que se carda la lana recién lavada.
38 I 97-101.
39 PAUSANIAS (VII 2, 6) relata la misma noticia que bien pudiera ser un indicio de cierta costumbre presente, todavía hoy, en algunas tribus, como la norteamericana de los caribes. Vid. W. W. How, J. WELLS , A commentary on Herodotus with introduction and appendixes, 2 vols., 2.a ed., Oxford, 1928, I, pág. 122.
40 I 147, 1-2. Se trata de una festividad que, en el mes de Pianepsión (octubre-noviembre), celebraban las fratrías o grupos gentilicios de Atenas. Vid. HOW -WELLS , A commentary…, I, pág. 123.
41 La cita de Heródoto —no demasiado exacta— proviene de I 160 y afecta al lidio Pactias quien sería un gobernador del Imperio Persa con autoridad civil y funciones concretas; provocó una sublevación de los lidios contra Tabalo y Ciro, pero fracasó (cf. I 153-161).
42 Logógrafo contemporáneo de Heródoto de quien nuestro historiador parece mantenerse al margen. Cf. S. ACCAME , «La leggenda di Ciro in Erodoto e in Carone di Lampsaco», MGR 8 (1982), 1-43. Plutarco, por su parte, lo cita únicamente a propósito de dos hechos: la captura de Pactias y la toma de Sardes. En la reseña a este fragmento (F. Gr. Hist., III A, núm. 262, fr. 9), JACOBY discute la antigüedad de Carón. La actividad literaria de Carón —que abarcaba la historia de Persia desde las primeras relaciones entre persas y griegos hasta la Guerra de 490-480— se desarrolló en fecha posterior a la muerte de Jerjes (465-464).
43 La ayuda en cuestión, de cuya veracidad se duda, habría tenido lugar hacia el 660-650 a. C.
44 Cf. TUCÍDIDES , I 18. En general, cf. C. MOSSÉ , La Tyrannie dans la Grèce Antique, París, 1969.
45 Al parecer, resulta improbable que los espartanos adoptaran la actitud que Plutarco sugiere. Cf. J. HART , Herodotus and Greek History, Nueva York, 1982, págs. 51.
46 Lígdamis se erigió en tirano de Naxos durante el período de 546/5-524. Los espartanos acabaron con la hegemonía de este tirano en el curso de la guerra que desataron contra el asimismo tirano Polícrates de Samos.
47 Cf. TUCÍDIDES , V 40 ss.
48 Con excepción de Leotíquidas (rey de Esparta que sucedió a Demarato tras ser éste depuesto), los restantes personajes ahí citados nos son desconocidos.
49 El pasaje es una relación sintética, y no excesivamente cuidada, de III 48. Por otra parte, nos hallamos ante un error cronológico en el que incurre Heródoto, ya que la afrenta en cuestión debe datarse a mediados del siglo VI y no en época de Periandro (tirano de Corinto entre el 625 y 585 a. C.).
50 No obstante, HERÓDOTO (III 48, 4) indica que los samios condujeron a los muchachos de regreso a Corcira.
51 Respecto de Anténor (cf. F. Gr. Hist. IV 305) sabemos que era un erudito y anticuario local del siglo II a. C. En relación con Dionisio de Calcis (cf. C. y TH . MULLER , Fragmenta Historicorum Graecorum, París, 1841-45 [= F. Hist. Gr. ], IV, fr. 13), parece que escribió cinco libros de Fundaciones y que vivió en el siglo IV a. C.
52 III 55.
53 El egregio estadista Clístenes, quien pertenecía a la familia de los Alcmeónidas, acabó con la tiranía de Hipias (510 a. C.) y emprendió las reformas oportunas para acelerar el sistema democrático. Ciertas fuentes antiguas como FILÓCORO (F. Gr. Hist., 328, fr. 115), ISÓCRATES , XV 232, DEMÓSTENES , XXI 144 y ARISTÓTELES , Constitución de los atenienses 19, aseveran que los Alcmeónidas destinaron sumas de dinero para sobornar a los lacedemonios y lograr la expulsión de los Pisistrátidas. Con todo, la indicación parece un hecho de manipulación histórica, tendenciosa, del siglo IV a. C. En general, cf. M. NOUHAUD , L’utilisation de l’histoire par les orateurs attiques, París, 1982.
54 V 66, 1. El presente Tisandro no debe ser confundido con su homónimo, el padre de Hipoclides que HERÓDOTO cita en VI 127, 4, y 128, 2.
55 Efectivamente, se trata de un error de Heródoto. Probablemente los gefireos (de Gefira, antiguo nombre de Tanagra, en Beocia) procedían de Eubea.
56 Otros manuscritos testimonian el nombre de Sosicles. Por lo demás, el discurso de este individuo en V 92 no debe considerarse históricamente verosímil.
57 V 97, 3. Plutarco se refiere, sobre todo, al incendio de Sardes que data del verano del 498 a. C. G. NENCI , Introduzione alle guerre persiane, Pisa, 1958, págs. 58-112, sugiere que, al parecer de Heródoto, los griegos fueron los responsables directos del conflicto Grecia-Persia y asegura que la ofensiva de Persia apuntaba únicamente a Atenas y Eretria, ya que lesionaban los intereses persas en Asia. Por lo que hace a la afirmación posterior de que la ayuda ateniense a los jonios fue «el comienzo del desastre», P. TOZZI (La rivolta ionica, Pisa, 1978) ha enfatizado el erróneo criterio de Plutarco en su polémica con Heródoto. Al decir de R. MEIGGS , The Athenian Empire, Oxford, 1972, págs. 24-25, la revuelta jonia se habría debido a factores básicamente políticos. En realidad, comienza con la expulsión de los tiranos propersas que gobernaban las ciudades; y, cuando Persia auspició los regímenes tiránicos en las ciudades jonias, la tiranía era entonces, ya, un anacronismo.
58 Para este autor, cf. F. Gr. Hist., III B, 426. En cualquier caso, Plutarco es el único autor que cita a Lisanias. Sobre el pasaje en concreto, cf. las indicaciones de C. SCHRADER , «La batalla naval de Panfilia y el fragmento 1 de Lisanias (= PLUTARCO , De Herodoti Malignitate 24)», en J. GARCÍA LÓPEZ , E. CALDERÓN (eds.), Estudios sobre Plutarco: paisaje y naturaleza, Madrid, 1991, págs. 115-124.
59 Cf. F. Gr. Hist., III A, 262, fr. 10. El testimonio de Carón es más delicado, si cabe, que el de Lisanias. No parece razonable que los jonios, tras la toma de Sardes, se retiraran a Mileto, ciudad ésta que, según indicaciones de Lisanias, estaba asediada. Resulta más verosímil que los refuerzos persas en Sardes habían empujado a los jonios a replegarse hacia Éfeso, donde se encontraba la flota (cf. HERÓDOTO , V 100-102).
60 VI 108, 1-3. En realidad, la política espartana no debía tutelar a Platea, dado que ello habría podido propiciar cierta alianza Tebas-Atenas contra Esparta. Cf. C. SCHRADER , Heródoto, Historia (Madrid, 1981) VI, n. 540.
61 Sucede que los espartanos debían cumplir con la celebración de las fiestas Carneas, entre el día 7 y el 15 del mes Carneo, el cual se correspondía con el mes ático de Metagitnión, concretamente entre julio y agosto (aunque HOW -WELLS , A commentary…, II, págs. 108-109, señalan como correspondencia más probable 17 de Metagitnión = 12 de septiembre). En cualquier caso, la velocidad de la marcha que los espartanos impusieron parece avalar sus nobles intenciones de apoyar a los atenienses.
62 Como símbolo de reconocimiento en honor de Artemis Agrótera, por mor de la batalla de Maratón, se procedía a un sacrificio anual en el día sexto de Boedromión (cf. ARISTÓTELES , Constitución de los atenienses 58, 1).
63 VI 105-106. Filípides (forma correcta y no Fidípides como transmiten otros manuscritos, variante esta última basada en un juego de palabras que ARISTÓFANES incluye en Nubes 67) era un hemeródromo, calificativo que recibían los correos oficiales, que podían recorrer distancias considerables a paso ligero. Este hemeródromo habría recorrido 1.140 estadios (= 202,5 Km.) en veinticuatro horas, distancia que, según estudios actuales, puede abarcarse en el citado tiempo con una preparación adecuada. Cf. H. M. LEE , «Modern ultra-long distance running and Philippides run from Athens to Sparta», AncW 9 (1984), 107-133.
64 F. Gr. Hist. II A, 73, fr. 3. Diilo recopiló una historia universal en treinta y seis libros; en ellos insertaba datos de Sicilia en el período 357-297 a. C. Se cree que este autor es fuente importante para Diodoro. Véanse más detalles sobre Diilo en F. JACOBY , Atthis, Nueva York, 1973 (= 1949), págs. 118 y 292.
65 HERÓDOTO (VI 117) cifra en 6.400 los bárbaros aniquilados. Sin embargo, ello no parece satisfacer a Plutarco; sea como fuere, hay autores tardíos que defienden un número más elevado: en el caso de JUSTINO (II 9, 20), el guarismo asciende a 200.000.
66 Cf. asimismo, con ligeras variaciones, JENOFONTE , Anábasis III 2-12, y el escolio a ARISTÓFANES , Caballeros 660.
67 VI 115 (sobre la imputación que recae en los Alcmeónidas, cf. VI 121 ss.). La señal habría sido convenida para que los ateniense propersas estuvieran prestos a actuar. En opinión de LACHENAUD (ad. loc.), la señal debía de proceder del Pentélico, único emplazamiento desde donde pueden divisarse a la par Atenas y Maratón.
68 VI 124, 2.
69 Heródoto defiende con ardor la inocencia de los Alcmeónidas. De todas maneras, lo cierto es que, como indica C. SCHRADER (Heródoto…, VI, n. 620), la estrategia persa está basada en la existencia de una facción filopersa en Atenas. Una información minuciosa presenta D. GILLIS , Colaboration with the Persians, Wiesbaden, 1979.
70 La familia de Calias era una de las más acaudaladas en Atenas. Hipónico, el hijo de Calias, era uno de los generales en el 427-26 a. C. (cf. TUCÍDIDES , III 91, 4).
71 VII 150, 3. El concepto de neutralidad en la Grecia clásica ha sido excelentemente estudiado por V. ALONSO TRONCOSO , Neutralidad y Neutralismo en la Guerra del Peloponeso (431-403 a. C.), Madrid, 1987. Para cuestiones de carácter terminológico son particularmente importantes las págs. 115-125.
72 VII 151.
73 VII 152, 3.
74 Se trata de una reelaboración que Plutarco efectúa a partir de III 20-22.
75 EURÍPIDES , Andrómaca 448.
76 Las pequeñas islas de Sifnos y Citnos pertenecen a las Cícladas occidentales.
77 Tirea es una ciudad de la costa nororiental de Laconia (VI 76). Por otra parte, existía una rivalidad tradicional entre Argos y Esparta por la posesión de la producción cerealista que la zona proporcionaba.
78 VII 139.
79 VII 190. En el sentido de que exterminó a su prole. Se trata de un pasaje oscuro, lo que explica las numerosas conjeturas que se han propuesto sobre el particular. Que el pasaje resulta oscuro se desprende del número de conjeturas propuestas para el mismo. De hecho, R. W. MACAN , Herodotus. The fourth, fifth, sixth books with introduction, notes, appendices, indices, maps; Herodotus. The seventh, eight and ninth books with introduction, text, apparatus, commentary, appendices, indices, maps (Nueva York, 1973 [= 1895, 1908, respectivamente]), ad loc., se refiere a hijos, en plural, y no en singular como índica el propio Heródoto y prefieren, asimismo, HOW -WELLS , A commentary…, II, pág. 215.
80 F. Gr. Hist. III B, 379, fr. 5. Como señala SCHWARTZ , RE II, 1 (1895), col. 994, Aristófanes de Beocia (s. IV a. C.) completó una crónica de su ciudad y, al parecer, sostuvo una encendida polémica literaria en relación con los testimonios herodoteos.
81 VII 139, 3.
82 Es el rey espartano, exiliado, que acompañó a Jerjes en calidad de consejero. Su inserción responde a la figura literaria del Warner o Practical Adviser de tanto éxito en la literatura griega.
83 De Atagino, hijo de Frinón (probable beotarca en la Liga Beocia) cuenta HERÓDOTO (IX 15; 16, 5) que celebró un banquete en honor de Mardonio y otros cincuenta persas de alcurnia, al cual se sumaron otros tantos tebanos. Este personaje, cuya extradición reclaman los griegos en el 479 a. C., reaparece en la historia herodotea (IX 86). Cf. MACAN , Herodotus… ad loc.
84 VII 139.
85 VII 222. Heródoto se detiene en la genealogía de Leónidas a fin de subrayar la condición del mandatario espartiata.
86 VII 220.
87 VII 222.
88 VII 220, 4.
89 Plutarco obvia la posibilidad de que aquellos tebanos fuesen en expedición como voluntarios (cf. DIODORO , XI 4), por lo que, si el Paso de las Termópilas caía, no debían esperar recompensa alguna en su patria. Cf. HOW -WELLS , A commentary…, II, pág. 229.
90 El sueño citado representa el auge y hegemonía de Tebas con Epaminondas para, acto seguido, quedar destruida bajo Alejandro el Grande (335); en realidad, el suceso que relata Plutarco pertenece a una tradición tardía, tebana con toda probabilidad. Sobre estos hechos, cf, en general, J. BUCKLER , The Theban Hegemony, 371-362 B.C., Cambridge (Mass.), 1980.
91 VII 225, 2-3. Se trata del emplazamiento de una loma al nordeste del muro focense.
92 Cf. la versión en DIODORO , XI 9, 4-10.
93 Carecemos de noticias sobre tal biografía si es que, en realidad, Plutarco llegó a completarla.
94 Cf. Máximas de espartanos 225A; DIODORO , XI 4, 3-4.
95 Asimismo, cf. Máximas de espartanos 225A. La traducción pretende conciliar la respuesta de Leónidas a su mujer, Gorgo, y al mismo tiempo permitir que la recomendación se extienda al conjunto de las mujeres espartanas. Sobre este pasaje, cf. PEARSON , ad. loc.
96 Cf. Máximas de espartanos 221 D; 225E.
97 Cf. Máximas de espartanos 225E, con una leve variante.
98 En II 162, 3 y II 121 HERÓDOTO integra, efectivamente, las mencionadas pinceladas anecdóticas. Con todo, Plutarco da la impresión de examinar aquí pro domo sua algunas características del método historiográfico del halicarnaseo, tan dado a considerar con fruición las thōmásia o fenómenos destacables de naturaleza prosopográfica o etnogeográfica. Véase el trabajo de C. SCHRADER , «La investigación histórica en Heródoto», Estudios en homenaje al Dr. Antonio Beltrán Martínez, Zaragoza, 1986, pág. 668.
99 VII 233, 1.
100 VII 233, 1-2.
101 Cf. Camilo 19, donde Plutarco data la batalla aludida con bastante posterioridad. En realidad, ningún autor, al margen del queroneo, cita el testimonio que acaso procede del historiador beocio Aristófanes, antes mencionado.
102 VII 233, 2.
103 F. Gr. Hist. III b, 379, fr. 6.
104 F. Gr. Hist. III a, 271-272, fr. 35. De este autor se conservan dos poemas hexamétricos que permiten datar su curso vital hacia el s. II a. C.
105 VI 127-129. La cuestión afecta al mencionado individuo, un noble pretendiente de Agarista, hija de Clístenes de Sición. Sobre el carácter de las pantomimas que ejecutaba Hipoclides, véase W. R. NETHERLUT , «Break in. What cares Hippocleides?», CO 62 (1984), 6.
106 Temístocles era natural del demo de Frearrio, sito a unos treinta km. al sureste de Atenas (su fecha de nacimiento se data en torno al 524 a. C.). En 493-492 era arconte epónimo y, merced a su influencia como estadista, logró ostraquizar a su más íntimo rival político, Arístides. Su actitud en las Guerras Médicas fue destacadísima. De hecho, adoptó la decisión de evacuar la población ateniense a las islas cercanas tras los sucesos de las Termópilas y, en la batalla de Salamina, su intervención fue capital. En cualquier caso, Plutarco, en la Vida que redacta sobre nuestro personaje, no se hace eco de la cuestión que aquí plantea, una acusación cuya génesis tuvo lugar, probablemente, tras la marcha de Temístocles a Persia lo que habría sido aprovechado por parte de enemigos personales y políticos del mandatario.
107 Se trata de una localidad situada en la isla de Eubea, a unos veinte km. al oeste del cabo Artemisio.
108 Esto es, «Ártemis con orientación al Este». El templo que aquí se alude es el que dio su nombre al promontorio de Artemisio.
109 Nuestro historiador era natural de Halicarnaso pero participó de la colonización de Turios, en la Magna Grecia, una empresa acometida por Atenas en el 444 a. C. Para más datos sobre el particular, véase C. SCHRADER , Heródoto… I, n. 1.
110 Las desavenencias entre tesalios y focense tenían un antiguo origen motivado por rencillas de vecindad. Cf. M. SORDI , «La Guerra Tessalo-Focese del V secolo», Riv. Filol. Istr. Class. 31 (1953), 235-258.
111 VIII 30.
112 Emplazamiento situado en una zona fronteriza entre la Fócide y la Lócride. Aquí se encontraba un santuario de Apolo y un oráculo que los focenses preferían, como es natural, al de Delfos. Cf. A. MASARACCHIA , Erodoto. La Bataglia di Salamina. Libro VIII delle Storie, Verona, 1977, pág. 171.
113 HERÓDOTO , VIII 32-33. Es el famoso macizo que se halla al nordeste de Delfos.
114 Carecemos de información adicional sobre este sujeto.
115 En IX 17-18, HERÓDOTO admite que los focenses habían abrazado la causa persa con muchos reparos.
116 Es una paráfrasis de VIII 46, 3. Naxos es isla perteneciente a las Cícladas y había sufrido una acometida por parte de Datis y Artáfrenes durante el viaje a Atenas en la expedición del año 490.
117 F. Gr. Hist. I, 4, fr. 183; II A, 70, fr. 187. De Helánico de Lesbos (siglo IV a. C.) suelen admitirse un total de veinticuatro obras de naturaleza mitográfica e histórica. Cf. D. AMBAGLIO , «L’opera storiografica di Ellanico di Lesbo», Ricerche di storiografia antica, II, Pisa, 1980, págs. 9-192.
118 Datis era el auténtico cabecilla de la expedición persa durante la Primera Guerra Médica. Sin embargo, se antoja inverosímil la expulsión de los persas por parte de los naxios. Más bien parece una reinterpretación, en clave patriótica, de cierta escaramuza que los naxios habrían realizado contra algunos persas rezagados.
119 En realidad, Plutarco sintetiza el pasaje que HERÓDOTO ofrece en VIII 57, 1-2.
120 Se trata del general espartano que culminó el plan proyectado por Temístocles para la batalla de Salamina (septiembre del 480). La discusión que subyace entre Temístocles y Euribíades (y de cuya veracidad histórica duda MACAN , Herodotus… ad loc.) da la impresión de ser una ficción tardía, tendente a enfatizar las tensiones entre Atenas y Esparta.
121 El episodio de Mnesífilo (personaje que actúa como Warner o Practical Adviser) presenta características de tenor homérico. En efecto, es muy homérica la situación de un héroe que, en circunstancias delicadas, recibe la inspiración correspondiente. Para más detalles sobre el episodio, cf. F. J. FROST , «Themistocles and Mnesiphilus», Historia 20 (1971), 20 ss.
122 La astucia de Temístocles era proverbial (cf., por ejemplo, TUCÍDIDES , I 138, 3), si bien es Plutarco el único autor en calificar al mandatario con el sobrenombre de Odiseo. Una revisión sobre la idiosincrasia de Temístocles ofrece H. MARTIN , «The character of Plutarch’s Themistocles», Trans. Am. Phil. Assoc. 92 (1961), 326-339.
123 El papel que desempeña Artemisia, hija del tirano Lígdamis y de madre cretense, resulta equiparable al que adopta un Demarato con el mismo Jerjes (VII 234 ss.). Ello convierte a esta mujer en una verdadera Warnerin.
124 VIII 68 b-g.
125 VIII 103.
126 Cf. VIII 94, 1-3. Adimanto, hijo de Ocito, se nos presenta como el opositor capital de Temístocles en la táctica seguida para la batalla de Salamina. El pasaje es, con probabilidad, un delicioso ejemplo de la manipulación con que operaron los atenienses respecto de las Guerras Médicas. Al decir de DIÓN CRISÓSTOMO (Discurso 37, 7 y 17-19), este relato no aparecía en la primera versión de la Historia herodotea y fue incluida por el historiador como agravio contra los corintios al no haber accedido éstos a suministrarle cierta suma de dinero. Cf. MACAN , Herodotus…, ad locum.
127 VIII 94, 1-4.
128 TUCÍDIDES , I 73-78.
129 Sobre este epigrama puede consultarse la revisión que establece A. L. BOEGEHOLD , «The Salamis Epigram», Greek, Rom. and Byz. St. 6 (1965), 179-186. En la actualidad se considera que tal epigrama conoció una doble versión: una doria, epigráfica, y otra jónico-ática, literaria.
130 VIII 5, 1.
131 Los nombres aquí citados sucesivamente son de carácter parlante y redundan en la bonhomía de Adimanto.
132 Los carios, situados al sur de Asia Menor, eran considerados como un pueblo de ignorancia prácticamente proverbial.
133 El relato sobre las mujeres corintias y el epigrama se hallan recogidos en la obra de TEOPOMPO y de TIMEO (cf. F. Gr. Hist. II B, 115, fr. 285; III B, 566, fr. 10).
134 VIII 122. Como resulta habitual en indicaciones de esta índole, la respuesta es deliberadamente ambigua. En efecto, o la divinidad sugería que los eginetas le rindieran tributo de reconocimiento por haber sido recompensados, o quería que ellos le otorgaran la recompensa. En todo caso, las divergencias entre eginetas y atenienses eran conocidas: cf. el estudio de T. J. FIGUEIRA , «Herodotus on the early hostilities between Aegina and Athens», Am. Journ. Phil. 106 (1985), 49-74.
135 VIII 123. Efectivamente, la votación para el segundo puesto, en favor de Temístocles, se produjo sobre el altar de Posidón en el Istmo.
136 VIII 124.
137 La batalla de Platea, del 479, fue decisiva en el curso de las Guerras Médicas para frenar el avance persa. Véase una relación pormenorizada de los testimonios antiguos y de las aportaciones de la crítica moderna en D. MÜLLER , Topographischer Bildkommentar zu den Historien Herodots, Tubinga, 1987, págs. 546-571.
138 IX 6-8.
139 Eran las Jacintias, que los espartanos celebraban en honor del joven a quien Apolo mató accidentalmente con un disco. Como avala el testimonio de JENOFONTE , Helénicas IV 5, 11, los espartanos concedían una importancia notable a estas fiestas que duraban tres días, en el mes de Hecatombeón.
140 IX 10.
141 Plutarco glosa el testimonio que HERÓDOTO refiere en IX 9.
142 Pausanias, hijo de Cleómbroto, quedó encomendado del mando de la citada expedición. Sobre su importancia en Platea, cf. MACAN , Herodotus…, ad loc.
143 El retorno de los Heráclidas sugiere la llegada de la estirpe doria mientras que los tegeatas, como arcadios, participarían de la población predoria.
144 Cf. TUCÍDIDES , I 73 ss.
145 IX 46. PLUTARCO soslaya, tendenciosamente, el dato (IX 28-29) de que los espartiatas habían confiado el flanco izquierdo a los atenienses y mostrado así mayor reconocimiento a los atenienses que a los tegeatas (considerando, por lo demás, que los efectivos atenienses ascendían a ocho mil y los tegeatas a mil quinientos).
146 IX 52. En realidad, con esa maniobra de repliegue se consiguió ganar tiempo para proyectar el plan definitivo de ataque.
147 He aquí una paráfrasis inexacta de IX 69.
148 IX 85, 3. Al decir de PAUSANIAS , IX 2, 5, las tumbas que podían verificarse eran tres y se encontraban junto a la entrada de Platea: una pertenecía a los espartanos, otra a los atenienses, y una tercera era fosa común para los restantes estados griegos.
149 IX 85. Debieron de erigirse túmulos vacíos ante la imposibilidad de enterrar, en plena batalla, los cadáveres.
150 Este sujeto sólo aparece citado en IX 85, 3. Era próxeno de los eginetas por lo que su popularidad entre los atenienses resultaría escasa.
151 Se trata del altar en honor de Zeus Liberador; el altar era centro de la festividad que, en honor de la Libertad, se celebraba en Platea cada cuatro años.
152 Cf. Arístides 19.
153 Cf. TUCÍDIDES , I 132.
154 Nuestro conocimiento sobre estos individuos es pobre. Sófanes fue un luchador ateniense, destacado en Platea y asesinado en Tracia (cf. VI 32); Aimnesto (o Arimnesto, lectura que ofrece PLUTARCO en Arístides 19) era un guerrero plateo que, según la tradición, acabó con la vida de Mardonio.
155 Cf. VII 206, con una paráfrasis inadecuada y parcial de Plutarco.
156 El poema citado se atribuye generalmente a PIGRES , un escritor cario. Cf. H. AHLBORN , Der Froschmänsekrieg, Berlín, 1968.
157 En referencia a las Termópilas. Cf. VII 223.
158 IX 62, 3; 63, 2.
159 Plutarco se hace eco del carácter «homérico» que, en grado superlativo, la tradición literaria concedía a Heródoto. En efecto, la referencia a la epopeya y a las hazañas que en ella aparecen (lo que el historiador indica en su Proemio), la incorporación del nombre de una musa para cada uno de los libros y otros datos explican la apreciación de DIONISIO DE HALICARNASO , quien, en su Carta a Pompeyo Gémino, 3, 11, considera a Heródoto un divertido imitador de Homero (cf. también LUCIANO y sus Relatos Verídicos 1). En general, véase el trabajo de G. STEINGER , Epische Elemente im Redenstil des Herodot, Kiel, 1957.