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ОглавлениеCapítulo 1:
VIDEOJUEGOS, DROGAS Y FIESTA
En un cuarto piso en Malasaña, los gritos salían a borbotones por una de las ventanas, mezclándose con el viene y va de los vecinos que llegan de comprar o van a ello, de las sartenes friendo y cazuelas bullendo.
—¡¿Qué haces loco?! ¡Que casi me rompes el cable del tirón que le has metido, bestia!
—Shh..., tranquilo, no ha pasado nada... –intenta acariciarle la cabeza sin éxito, ambos se ríen.
—En serio, tío, ten cuidado por favor.
—Este juego me gusta más, al menos es relajante –en la pantalla, un buzo en primera persona se desplaza en un océano virtual recogiendo minerales y peces inverosímiles.
—Te lo dije, he estado bastante enganchado...
—¿Qué es esto? –encuentra algo.
—Ah, es un plano, para construir una especie de mini submarino para moverte mejor y llegar a sitios más profundos.
—¿Voy a por ello?
—Como tú quieras –el amigo no se fija, pero a éste se le forma una sonrisa pilla en la comisura de los labios.
—A ver, que subo a la superficie primero –la concentración es máxima mientras revisa las notas a modo de pista que da el juego–. ¡Ay, no puedo crearlo!, me falta una pieza –mira a su amigo, que se había levantado para coger un paquete de aperitivos con forma de gusanos naranjas fosforitos–. Tío, Víctor, ¿dónde puedo encontrar la pieza que me falta?
—A ver, –contesta con la boca llena y acento granadino– date la vuelta, para el otro lado, ahí, ¿ves la nave?
—Como para no verla.
—Exactemundo, si tiras para la popa seguro que pillas la que te falta.
—Voy –ambos se recuestan mientras Víctor no para de comer de la bolsa a dos manos, claramente disfrutando del momento–. ¡¿Qué es esto?! Ah, vale, joder con las algas... La zona de antes me gustaba más, estos pescados me dan bastante mal rollo.
—Tu tranquilo, que lo más que te van a hacer es morderte un poco, además comen metal y si les tiras algo te los quitas de encima.
—Ya, pero yo también necesito el metal...
—Eso sí –al llevar al personaje hacia la nave, la música cambia y la imagen se impregna de un color marrón misterioso.
—¿Qué pasa, por qué ha cambiado todo ahora?
—Hombre, es por la nave, la radiación y todo eso... –se aguanta la risa.
—Mira, voy a buscar la pieza esta y me vuelvo al arrecife, que esto no me está gustando –lo mira de reojo y hace una pausa–. No será de miedo, ¿no?
—¡Qué va! –sigue buscando un rato con el personaje hasta que por fin ve algo brillante que parece el plano, pero entonces un rugido tremendo sale del monitor.
—¡¿Qué pasa!?, ¡¿qué pasa?! –le da a la pausa y mira a Víctor.
—Te he mentido..., –la sonrisa más pícara que es capaz de reproducir se le dibuja en el rostro.
—Es de miedo, ¿verdad? –lo mira resignado.
—No como tal...
—Ya...
—¿No tienes curiosidad? Está muy cerca..., ya están aquí... –canturrea imitando la frase de la famosa película.
—En fin, que sea lo que sea –se concentra, desactiva la pausa y baja lo más rápido posible a por el diagrama, un rugido retumba aún más cerca y entonces aparece una gigantesca criatura con rostro, dientes y patas en la cara como de insecto–. ¡Ah, ay, ay, ay, no, no, no, no, no, no!, ¿qué hago, a dónde voy?
—¡Esquívalo, loco! –finalmente la criatura acaba devorando al personaje y la pantalla se congela.
—Exquisito... –deja el mando y se recuesta en el sofá mientras Víctor no para de reírse.
—No seas tan quisquilloso, Alberto, eres un tío de lo más quisquilloso.
—¿Qué es eso? –lo mira con desgana.
—¿Quisquilloso? –arquea las cejas para darle una definición de diccionario cuando suena el timbre del portero.
—¿Quién es?
—Te dije que Ata venía hoy, ¿no? –se levanta para descolgar el telefonillo y accionar el botón sin preguntar.
—Pensaba que llegaba por la noche... –se le nota cierto descontento.
—No te molesta, ¿no?
—Nah, es muy maja, lo que me preocupa es que vuelvas a pasar mucho tiempo con ella y te olvides de nosotros. Y más ahora que llevamos un año juntos aquí los tres.
—¿Ves cómo eres un quisquilloso? Tío, –se pone sentimental– sabes bien que... –la conversación se termina porque Atalanta entra por la puerta con la sonrisa más dulce pintada. Y es que son comprensibles los sentimientos de Víctor hacia ella, pues la chica tiene algo especial.
—¡Ata! –Víctor se apresuró hacia la entrada y ésta lo recibió con los brazos abiertos, ambos se abrazaron durante unos cuantos segundos.
—Cómo me alegro de estar aquí –dice ella con los ojos acuosos.
—¡Ya era hora!, ¿tus padres han llegado?
—¡Qué va! Están esperando unos papeles para el traslado de mi madre a la Embajada, pero ya les dije que me venía antes sí o sí.
—¿Y tu padre?
—Se ha esperado con ella –sonríe–. Total, él trabaja desde casa.
—Ese es mi trabajo ideal... Bueno, si se me diera bien escribir, claro.
—No hay nada como ganar dinero en pijama –se ríen. Ata mira a Alberto.
—¡Alberto! –se le acerca y éste se levanta para recibir su afectivo abrazo–. Cuánta barba –le toca la cara.
—Junto a los pelos de loco que tiene, ya parece un auténtico conspiranoico –Víctor se ríe, pero a Alberto no le hace mucha gracia.
—A mí me parece que le queda muy bien –Atalanta lo mira con sincera aprobación, Alberto se sonroja–. Bueno, ¿cuál es el plan?
—¿Dónde están tus cosas?
—Solo he traído esto, –señala una maleta pequeña que sigue en la puerta– esperaré a que vengan mis padres con el resto de cosas.
—¿Y el piso?
—Si me acogéis estos tres días antes de que vengan, bien, si no me busco un hotel, es lo que me dijo mi madre que hiciera, tiene que estar ella para las llaves y demás.
—¡Claro, aquí puedes quedarte sin problema!, –mira a Alberto buscando su aprobación– ¿verdad?
—¿Hoy qué es?, –pregunta Alberto– día de la semana, me refiero.
—Jajaja, es jueves, tío.
—Vesta no vuelve hasta la semana que viene, no sabemos día, así que te puedes quedar aquí, aunque mejor que no uses su habitación, es bastante..., ¿cómo era? –mira a Víctor y hace una pausa esperando a éste.
—¡Quisquillosa!, pero no pasa nada, –prosigue Víctor muy contento– te hago hueco en mi cuarto, es bastante grande.
—Bueno, ¿y qué plan tenéis? –pregunta ella.
—Oh, dulce Atalanta, –Víctor pone cara de éxtasis, preparado para soltar una de sus frases– dulzor entre dulzores, hoy es... ¡jueves electrónico! La crème de la crème –dice con perfecto acento francés– de Mandril salen con sus mejores galas; vestidos sedosos, cueros sintéticos –alza las manos mirando a Alberto– zapatitos con plataforma, bolsitos minúsculos llenos de pollos y billetes enrollados preparados para la acción; el mundo es nuestro y la noche nuestra herramienta... –suspira, Atalanta y Alberto se ríen y aquella hace un gesto de reverencia con la mano. Los tres se acomodan en el piso.
Después de fumar y jugar un rato más a la consola, decidieron pedir una pizza de quesos y otra barbacoa, con lo que, después de acabarlas, la siesta fue inminente. Atalanta se tumbó en la cama de Víctor con éste y cayó rendida, aunque Víctor tardó un poco más por el nerviosismo de tenerla tan cerca. Alberto, sin embargo, se quedó trabajando con el ordenador, puesto que tenía otros planes muy distintos para el fin de semana. En su habitación, la mesa altar donde reposaba su pc era un lugar despejado a excepción de una lámpara verde y otra naranja, ambas de lava. Montones de cables y dispositivos externos se agolpaban allí. Pero Alberto necesitaba lo mejor de lo mejor, puesto que llevaba una pequeña vida secreta al margen de la mayoría de las personas que lo conocían en su día a día. Activista, realmente le quitaba el sueño el maltrato que rastreaba y perseguía. Por suerte, tras meses en la reciente investigación, para lo cual se valía de la web profunda, al fin su grupo estaba listo para asaltar un laboratorio de experimentación animal. Así que trabajó un buen rato, hasta que la pizza se le hizo un nudo en el estómago por forzarse a ver algunas de las imágenes que un auténtico ninja fotógrafo había realizado colándose en el lugar. Después de un buen rato, acabó durmiéndose como el resto.
—Agh... –Víctor, el último en levantarse, apareció en el salón. Atalanta y Alberto estaban charlando frente al portátil de éste jugando a un life simulator, haciendo una pequeña casita moderna rodeada de árboles frondosos.
—¡Hombre! –alza la voz Alberto.
—¡Buenos días, princesa! –Atalanta se levanta para darle un beso en la mejilla, visiblemente a gusto de verlo somnoliento.
—Me podíais haber dicho algo... –se sentó mientras se masajeaba la cara.
—Bueno, esta noche hay fiesta, te viene bien dormir –le explica Alberto sin mirarlo mientras quita un par de muros en el juego para editarlos.
—Pero tú sales hoy, ¿no?
—Sí, es el sábado cuando marcho.
—¿A dónde te vas? –pregunta Atalanta, ajena al motivo. Alberto se pone nervioso.
—He quedado con unos amigos del instituto –miente, pero de una forma muy natural. Víctor lo mira de reojo, siempre le molestó que se le diera tan bien ocultar información. Y más recién levantado.
Entre bromas, duchas y batallas de beat box en loopstation, llegaron a las nueve de la noche. Temiendo quedarse sin reservas a mitad de la fiesta, llamaron a “El Pato”. Cuando llegó, éste parecía que había regresado de una fiesta de dos semanas. Olía a speed y tabaco, tenía los ojos con unas venas rojas ramificadas y la mandíbula iba a su propio ritmo; el corazón en arritmia. Vestía ancho de pantalón, ajustado de camiseta y, a pesar de todo, su ropa olía a perfume. Y no era un perfume desagradable, una vez que las capas del olor químico permitían su paso. Cuando subió al piso se sentó en el sofá y comenzó a sacarse bolsas herméticas pequeñas de los bolsillos mientras se sorbía la nariz constantemente. Si cerraba los ojos, Víctor estaba seguro de que podía identificar al Pato en cualquier lugar a menos de cinco metros de distancia. Lo conocía, más o menos. Seguía el lema de “el camello de mis amigos es mi camello”. Al final, ¿de dónde salen los traficantes?, pensaba él para sí mismo cada vez que lo observaba con discreción. No conocía a ningún traficante de grandes ligas que se fuera promocionando por las calles. Recordaba la escena de La Vida de Brian, pero en lugar de “¿crucifixión?, bien, una cruz por persona”, se imaginaba a el Pato en la cola de la discoteca y que al llegar éste estuviera esperando para decirle ¿cocaína, speed, pastis? Bien, pase por esa puerta, un pollo por persona”.
—Bueno, ¿qué? –salía de la obnubilación de su mente cuando se fijó en que el Pato estaba esperando su respuesta.
—Perdona tío, –dijo con vergüenza– me he empanado.
—Para mí nada –soltó Atalanta.
—No sé, ¿qué tienes? –preguntó Víctor mientras el Pato arqueaba una ceja. Quedó claro que el trabajo de cara al público, fuera el que fuera, es tedioso. Y es que podía parecer el tipo más pasado de rosca, pero era diligente en su trabajo y no le gustaba perder el tiempo en las casas a las que vendía a domicilio. Al fin y al cabo, cada día de fiesta era un día de trabajo para él, eso se traducía en muchos días de currar sin descanso y sin dormir, probablemente.
—Pues..., lo de siempre –dijo molesto mirando todo el género que había dejado en la mesa para tener que explicarse lo mínimo posible–. A ver, de todo –hizo una pausa y se sacó otra bolsa de un bolsillo interno del pantalón–. Tengo estas cápsulas, que son nuevas, pero son más caras, un poco más, no mucho tampoco...
—¿Qué es? –Alberto se acercó a mirar por curiosidad.
—¿Sabéis la droga esta que toman los actores famosos para potenciar la memoria y demás?
—Leí sobre eso –contesta Alberto con cierto interés.
—¿Y demás? –pregunta Víctor.
—A ver, –responde el Pato– en principio lo usan para poder memorizar toda la pescada que tiene esta peña que aprenderse –hablaba despacio–. La movida es que ahí se ha visto filón y los químicos han mejorado la composición, más bien le han añadido. Ahora el subidón es muy vasto y mola, la verdad, porque estás súper high, pero también muy despierto y sin fallarte la motricidad ni perder el conocimiento, ni nada chungo.
—¿Las has probado?
—Hombre, nene, yo no puedo vender algo sin probarlo, ¿sabes? Yo tengo que saber lo que vendo, para no llevarme sorpresas. Por aquí otros serán como sean, pero yo no quiero matar a nadie ni que les sienten mal mis cosas, eso al final es movida para vosotros, pero más movida para mí.
—Claro, tío, lo entiendo...
—Pero sí, las he probado y ahora intento no tomar muchas, porque sí que apetece, ¿me explico? –sonríe de lado mirando a la esquina–. Están buenas y el efecto mola mil, pero es difícil de explicar, no hay nada igual. Es mazo de real, pero mazo de diferente, no sé tío... Es como una herramienta, a cada persona y en cada situación va variando.
—Va..., dame tres.
—Yo no quiero, ¿eh? –repitió Atalanta.
—No pasa nada, yo la cojo por si acaso –el Pato preparó el pedido y se lo dejó en la mesa, después recogió lo demás y lo volvió a guardar todo en sus sitios.
—¿Cuánto te debo? –preguntó Víctor mirando las bolsitas con las cápsulas transparentes de color azul cristal.
—Cada una..., las estoy vendiendo a veinte, pero, mira, te las dejo por quince por ser la primera vez y cliente conocido, ¿bien?
—Cualquier rebaja es buena –saca el dinero y se lo da.
—Hombre, el mercado ha pegado un boom y, además, está peligroso pillar a cualquiera, ¿eh? Yo..., nunca me veréis vendiendo mierda sintética de la web chunga o con sales de baño o con mierda de violaciones. Y eso es mucho más de lo que pueden decir otros que se dedican a lo mismo –decía orgulloso mientras terminaba de recoger sus cosas y salía por la puerta.
—Ahí te doy la razón –intervino Alberto–. No veas con el dealer ético, ¿no? –seguía con el portátil encima.
—Tío, ¿bajas con nosotros a comprar la bebida? Te puedes traer el portátil, podemos llevarlo al parque a pasear si quieres –resopló un Víctor molesto.
—Estás un poquito..., tonto, ¿no? –Alberto cerró el ordenador y se levantó con media sonrisa para abrazar a su amigo. Víctor lo aceptó y ambos acabaron riendo. Tenían una relación especial, llevaban viviendo juntos tres años y la convivencia se hacía difícil a ratos. Chocaban mucho, eran completamente distintos y, a la vez, coincidían en casi todo lo básico, en esos principios inamovibles en que caemos los seres humanos y que nos imposibilitan establecer lazos con ciertas personas por muy interesantes o guapas que nos parezcan. Alberto era hermético y solitario, mientras que Víctor adoraba estar rodeado de gente y exprimir cada momento al máximo. Ambos se comportaban diferente cuando salían de fiesta, pero habían llegado a un punto en el que, aunque les costara, ni Víctor amargaba a Alberto para ser más activo socialmente, ni Alberto ponía malas caras cuando veía a su amigo pasado de rosca. El término medio les funcionaba casi siempre.
—Yo estoy lista, –Atalanta salía del baño– ¿vamos? –cogieron móviles y llaves y salieron de casa. Mientras bajaban las empinadas escaleras, se podía oler el ambiente, pero era al salir del portal cuando Víctor se crecía.
—Ah..., –Víctor tomó un gran sorbo de aire– la fiesta de hoy va a ser espectacular, lo siento en el body.
—¿Qué queréis de beber? –preguntó Atalanta, los chicos se miraron y sonrieron.
—Nosotros –se adelantó Víctor– somos fieles totales al néctar supremo de la noche –Atalanta miró a Alberto, este contestó seco.
—Básicamente es licor cuarenta y tres con bebida energética, ahí somos menos exigentes.
—Dulce, dulce, dulce, dulce.
—Puaj, –contesta ella– pero vale, aunque yo cogeré ginebra.
—Puaj, pero vale –repite Víctor y todos entran en el pequeño comercio rebosante de productos dispares y, por supuesto, alcohol. El estoico Alberto esperando a que Víctor termine de seleccionar la botella de licor más limpia y de más atrás del estante. Podía ser un guarro en casa, pero siempre quería conseguir el mejor producto posible, fuese lo que fuese. Mientras, Atalanta ya esperaba cerca del cajero escribiendo en su móvil con la botella de ginebra y un par de latas de tónica. Alberto se acercó a ella mientras Víctor terminaba de coger bolsitas de aperitivos de dudoso valor nutricional.
—¿Te pillo unas galletas o algo?, –Alberto odiaba que le gritaran para preguntar algo desde la otra punta de donde se encontrase – ¡hay de las veganas esas que te gustan!
—Señor..., –volvió hasta donde estaba su amigo– no, gracias, estoy bien así –dijo seco.
—Luego te va a entrar hambre, pero bueno.
—Tío, es a ti a quien siempre le entra hambre. Además, no pienso quedarme hasta las siete, aviso.
—Yo no te digo nada, ya lo sabes –Víctor hizo un gesto de puchero con los labios.
—¿Vamos o qué? –inquirió Atalanta cuando por fin se acercaron los dos para pagar.
La noche había comenzado y el grupo estaba dispuesto, así que, antes de colocarse en alguna plaza discreta para beber, recorrieron las estrechas calles mirando algunos escaparates mientras hacían bromas y se ponían al día. Atalanta, a pesar de haber modelado unas cuantas veces, no había desarrollado un gran interés por la moda. Más bien le gustaba lo retro, aunque no desembolsaba grandes cantidades a las tiendas que se autoproclamaban así, sino que hallaba todo lo que quería en sitios más pequeños y menos llamativas. Ese era su secreto y, cuando le preguntaban dónde iba de compras, cosa que ocurría muy a menudo, simplemente explicaba la verdad con una sonrisa y nadie la creía. Víctor y Alberto también iban cómodos para la fiesta, sobre todo el primero que tenía ganas de bailar. Al final, acabaron en una pequeña calle aledaña a la plaza de Tribunal, puesto que la noche estaba templada y no querían acomodarse y que los echaran, amén de no recibir una multa. Con el estilo de un hacedor de cócteles de renombre, Víctor comenzó a preparar la bebida de Alberto mientras Atalanta se servía lo suyo, para después ponerse su vaso.
—Qué bien se está aquí –soltó ella mientras se recostaba en la pared.
—Ojalá se quedase así, –añadió Alberto para hacer lo mismo a su lado– odio el verano en Madrid.
—A mí me encanta el calor, ¡uy! –Víctor se precipitó al ponerse al lado de sus amigos y casi tira medio vaso, por suerte era de tubo y no lo había llenado hasta arriba, pero un cubito de hielo voló.
—Señor..., ¡ten cuidado! –Alberto sonríe. Sabía bien de la torpeza de su amigo y se lo tomaba con humor. De todas formas, era una torpeza nerviosa, más por ir rápido que por ser torpe per se–. Ojalá estuviese Vesta.
—¿Qué está haciendo ahora? –Atalanta bebió dos sorbos e hizo un gesto de que estaba más fuerte de lo que esperaba.
—¿No te contó Víctor? –lo miró de reojo.
—¡Qué va!, este no me cuenta nada... –lo mira con una sonrisa.
—Está sacándose ahora la titulación para ser entrenadora personal y sigue entrenando a saco, está ultra fuerte.
—Estamos mazo de orgullosos de ella –dice Víctor solemne.
—Mazo –Alberto vuelve a beber.
De repente, un grupo de tres chicos pasó por la calle y uno de ellos se quedó mirando a Atalanta.
—¿Lo conoces? –preguntó Víctor cuando desaparecieron.
—De nada –niega con la cabeza–. Por cierto, ¿qué era eso que tenías que contarme sobre tu canal?
—¡Ah, sí! –se emociona.
—¿Vas a hacer un video especial o qué? –Alberto se sorprende de que no le haya dicho nada.
—Sí, pero voy a necesitar tu ayuda, igual...
—A ver...
—Bueno, la cosa es que voy a llegar al millón de subscriptores y, como en su momento hubo un boom de canales subiendo videos de cajas misteriosas de la Deep web y dije que lo haría en mi canal cuando llegara al millón, me han estado pidiendo a hierro que compre una y lo suba.
—Pero tío..., ese boom ya..., pelín caducado, ¿no crees?
—Pues bastante, pero es que me lo han estado pidiendo a muerte. Pero obviamente tiene que ser real.
—...ya, –medita Alberto– porque no puedes hacer como la mayoría e inventarte algo y ya está, ¿no? –se indigna.
—Joder, tío, no pensaba que te fuera a molestar, la verdad.
—A ver, Víctor, la verdad es que no te lo recomiendo para nada. Y es que además está desfasado no, lo siguiente, vamos, a años pasados te vas a pillar una caja...
—Tío, es un canal de misterio, les hace gracia, yo que sé. Y no puedo fingir con algo así, no me parece razonable. Hay algunos canales que han comprado realmente las cajas.
—Pues mira, otra excusa para no hacerlo. Porque hubo morralla a saco, pero algunos de verdad quedaron expuestos a mucha mierda.
—A ver..., –intervino Atalanta– a mí me da mal rollo.
—¡Qué va! Hay un montón de gente que se aprovecha de esto y simplemente hacen cajas pareciendo chungas, pero es mentira todo.
—Vale, pero hay un porcentaje que realmente viene de un mundo turbio y, haciendo eso, estarás expuesto porque la probabilidad sigue existiendo.
—Joder, vaya ánimos...
—Lo vas a hacer igual, ¿no? –pregunta Alberto tras una pausa mirándolo muy serio.
—Pues..., sí, no me parece big deal –suspira–. Me he comprometido con mis subscriptores y, sinceramente, quiero comprarla, que me quedé con las ganas en su momento.
—Tú mismo... –sentencia Atalanta.
—Joder... –Alberto hace una pausa–. Pues nada, tendré que ayudarte –dice enfadado.
—¿En serio? –la cara le resplandece.
—Qué remedio, pero tú me prometes que no harás el unboxing en el piso. Es que ni quiero estar cerca de donde vaya a estar esa cosa.
—Trato hecho. Mejor, así busco un decorado decente para vuestro canal favorito..., –carraspea y cambia la voz– Mysterious Headache.
—Hay que reconocer..., –Atalanta mira a Alberto y se agarra de su brazo– que el niño hace gracia –los tres acaban riendo.
—Ay..., –Alberto hace como Atalanta y agarra a su amigo por el brazo también– me llevas por el camino de la amargura.
Los tres se relajaron tras la discusión y terminaron de beber y charlar de otros asuntos más triviales, como las últimas series que habían visto y qué portal de series era mejor.
—¡Por cierto!, –Atalanta se emocionó mucho cruzando la calle– ¡venid, mirad!
—¿Qué pasa? –Víctor y Alberto se acercaron.
—¡Dentro de nada es el concierto, tenemos que ir! –los miró a ambos con ojos chispeantes. Había un par de carteles de The Blaze, que iban a dar un concierto en Madrid en unos meses. Había más carteles del grupo, pero los habían arrancado y solo quedaban algunos pedazos.
—¡¿Qué dices?! –Víctor se emocionó y se quedó mirando el cartel, escrutándolo–. No sabía que venían –dijo con los ojos muy abiertos.
—Pues solo haría falta la entrada para ti, –le señaló Alberto a Atalanta– porque Vesta y yo compramos entradas para los tres hace tiempo –sonrió a su amigo.
Al rato de terminar las bebidas decidieron andar mientras se aventuraban a la sala. No había una sesión especial, así que las expectativas en cuanto a la música estaban bajas, seguramente acabarían poniendo lo de siempre, claro que era mejor que lo de siempre de los demás sitios. La sala Saturno no era una de las más grandes, pero la gente que solía entrar parecía ir a su rollo más que en otros sitios, no iban con más intención que disfrutar de la música bailando. Y así era que la sala, aunque todos la abreviaran a Saturno, se llamaba en realidad Saturno bailando con sus hijos, en una referencia al mito y al genial pintor. Antes de siquiera acercarse al final de la cola, un chico de ojos saltones y que hablaba muy rápido se lanzó sobre Alberto haciéndole todo tipo de preguntas. Atalanta y Víctor lo miraron con el hocico torcido, pero Alberto se adelantó.
—Lo conozco, íbamos a un grupo juntos hace cuatro años – aprovecha para decir mientras el otro le da dinero a una chica de su grupo que se marcha.
—¡Es increíble encontrarnos aquí!, –continuaba el de ojos saltarines– desde que el grupo se cerró la verdad es que hemos estado todos muy a la nuestra, ¿sabes?, pasando mucho, metidos en nuestras vidas, ¡pero qué alegría verte! Están Venecia y Lucía también esperándome en Gran Vía, ¿seguro que no te quieres venir? Esta sala no está tan bien, no sé si la conocéis mucho... –Víctor le echa una mirada de toro a su amigo, pero Alberto está ocupado intentando sacárselo de encima. Al final, la chica del grupo con la que iba le pegó un grito diciendo que no lo iban a esperar más porque no llegaban a la fiesta y tuvo que ceder y salir corriendo mientras le decía de quedar una y otra vez a Alberto.
—Uf..., qué agobio –Alberto realmente odiaba este tipo de encuentros forzados con gente con la que nunca tuvo ninguna relación de amistad.
—Cringe.
—Joder, parecía que te conocía desde la primera infancia, macho.
—Pues ni mucho menos. Estábamos juntos en el mismo grupo, pero él llegó más tarde y yo me fui antes, con lo cual la relación tú me dirás...
—Pues te adora –añade Atalanta.
—¿Y de qué grupo lo conoces?
—Psicólogo.
—Te encantaba, ¿no? –pregunta y sonríe Víctor con sarcasmo.
—Era mi pasión, –Alberto entra en modo cínico chistoso y dibuja una tenue sonrisa hasta activar el hoyuelo– todas las semanas deseaba que llegara el día de la reunión. Cuando el día llegaba, desde que salía del autobús recorría corriendo los metros que me separaban de mi destino, ansioso, excitado, embravecido. Fue la época dorada de mi vida –Atalanta y Víctor se echan a reír y casi se les cuelan porque ya habían llegado al principio de la fila.
—Eh, eh, –les replica Víctor a los que intentaban aprovecharse de su despiste– que estamos nosotros delante, tíos, no seáis así, por Dios, por la Virgen, que somos solo tres.
Por fin dentro, habían llegado al destino y las luces verdes y rosas fosforitas tan características del Saturno hacían que abrirse paso hasta las escaleras para bajar a la sala fuera un trance de color. Por el ambiente psicodélico, eran muchos los que optaban por agolparse en las escaleras con los codos hacia afuera en la barandilla mientras preparaban sus caramelos discretamente, al menos ellos lo creían así, a la vista estaba. ¿Quién iba a sospechar de una fila de espaldas y cabellos sudorosos mirando hacia la pared con el cuello inclinado? Los tres sortearon las concurridas escaleras y entraron por fin a la sala donde la acción pasaba y, justo mientras terminaba un tema electrónico más bien suave, de repente sonó un remix potente y todo el mundo enloqueció. Atalanta se hizo hueco en la pista y Alberto y Víctor se posicionaron junto a ella para disfrutar la canción. Bailaron otros dos temas más cuando Alberto dijo de tomar la consumición y entonces fueron a la barra rosa. El local no era gigante, pero estaba bien organizado, con la precisión y amplitud que da calcular todo al milímetro para ganar espacio y utilizar los puntos críticos como almacenaje. Víctor, que conoció al gerente una vez, siempre comentaba en algún punto de la noche lo muy inspirado que aquel estaba por las mini casas y cómo había contratado a un grupo de mujeres obreras que habían hecho maravillas con el Saturno. Al parecer, habían ganado tanta fama en su país natal, Ámsterdam, que canales imponentes americanos no dejaban de hacerles propuestas para programas televisivos y demás, pero ellas siempre lo rechazaban y seguían con lo que de verdad les gustaba. En cualquier caso, el club contaba con cuatro barras, la rosa, la verde, la naranja y la azul. Todas tenían su punto y un estilo increíble para ser simples barras, pero era otro detalle que el Saturno tenía para con sus clientes, pues la decoración y los motivos temáticos y efectos luminosos hacían que la gente quisiera pasar más tiempo en alguna de ellas. En especial, la rosa, gustaba en extremo a Víctor, pues siempre decía que le recordaba enormemente a un bioma de uno de sus juegos favoritos. Y es que, al igual que en el videojuego, aquí también había una especie de setas fosforitas sumergidas en unos tanques con unas serpientes que, si bien no eran reales, repetían un patrón muy curioso e interactuaban con los hongos. También tenían unos paneles en movimiento y con sonido acuático si te acercabas lo suficiente como estanterías para las botellas, que daban la sensación de encontrarse realmente en un mundo ajeno.
—Esta barra me flipa –Víctor suspiró satisfecho.
—A mí me gusta más la verde, en realidad, –añadió Alberto– pero como al niño le gusta la rosa...
—Hay que cuidar al niño, –Atalanta llamó la atención del camarero en cuanto hizo contacto y éste se acercó mientras ella miraba a su amigo– ¿qué quiere mi precioso?
—Ah, sois tontos los dos –Vítor se acercó al camarero y se adelantó a pedir lo suyo. Después fue el turno de Atalanta y por último Alberto que, con razón de las previas copas, iba bastante risueño.
—Anda, vamos a brindar –Alberto preparó su vaso de tubo y los tres chocaron.
—¿Qué? Al final te has animado, ¿eh? –le sonrió Atalanta.
—Bueno..., no voy a mentir, no está mal la noche...
—Venga ya, –añadió Víctor– buena bebida, buena música y –se señala su propio cuerpo mientras arquea las cejas– exquisita compañía; ¿a quién no le va a gustar? –los tres ríen.
—Creo que todo lo más que puedo pedir es que no hayas dicho “buenas mujeres”.
—Por favor, Albertito, solo un castroja diría algo así.
—Amén –sentenció Atalanta.
—Oye, ¿queréis alguna chuchería? –arqueó las cejas tres veces.
—Ah, no, tengo un poco de ansiedad últimamente.
—Yo quiero media –los dos se quedaron sorprendidos con la petición de Alberto, que normalmente se mantenía al margen de estimulantes y psicotrópicos.
—Illo, hermano, chill out, estás que te sales, frena un poco, eh, eh, eh.
—¡Oh, señor!, –Alberto puso las manos en forma de rezo mirando ligeramente hacia arriba– ¿por qué, por qué enviaste tamaño idiota para ser mi mejor amigo?
—¡Jajaja!, te encanta y lo sabes. Aunque no puedo partir esto.
—No sé yo... –Atalanta hablaba con sarcasmo tras casi atragantarse y echar parte del trago por la nariz. Víctor se percató de eso y la miró, jocoso.
—¿Ves?, te lo dije, cuando se suelta un poquito es la crema –mira a su amigo y le sonríe–. Claro que a veces lo tengo que drogar vivo para exprimir lo mejor de él –los tres rieron a carcajadas. Alberto estaba mucho más suelto y eso era exactamente lo que Víctor deseaba de él todo el tiempo, puesto que era mucho más irresponsable que su amigo y prefería perder el tiempo, aunque fuera haciendo tonterías soberanas en lugar de trabajar un poquito. Alberto, por su parte, tenía responsabilidades que solo él entendía. Bueno, él y su chat, con quienes compartía esa porción de su mente que nadie más de su entorno veía o intuía. Las veces que había intentado explicarse cayeron en saco roto y tan solo podía contar con cierta comprensión, pero jamás con la implicación. En cualquier caso, esta noche no estaba pensando en eso. Se le pasó por la cabeza al principio de ésta, sin duda, lo que le esperaba en unos días, pero tan pronto como el alcohol hizo efecto estaba en una nube y se dejaba flotar y mover por el ambiente familiar y amigable. También pasó un buen rato hablando a solas con Atalanta mientras Víctor iba y volvía del baño encontrándose a todo el mundo. No es que Atalanta le cayera mal, ni mucho menos, pero sí sentía cierta reticencia a la afición de su amigo por ella y, en especial, por alguna que otra vez que había cancelado planes en el último minuto por ir a verla. No le importaba que se vieran y quedaran, pero chafar los planes sin margen cuando no había manera de recuperar ese tiempo perdido..., eso sí le molestaba.
En cualquier caso, lo pasado quedaba atrás y la fiesta sirvió para juntar a los tres más, en especial a Alberto y Atalanta, quien mostraba un carácter divertido con el que aquel se sentía identificado. Menos Atalanta, los dos acabaron tomando las cápsulas que le cogieron al Pato y la fiesta se tornó aún más activa, verbal y cómica. Bajo los efectos de aquella droga, Atalanta pudo divertirse como nunca con el mero hecho de oír a sus amigos hablar. La verborrea era incesante, pero tan original que la dejaban sin palabras, incluso ellos se sorprendían a sí mismos. Baile, sudor y esa sensación de estar pisando sobre algodón de azúcar, sin dolor de pies, rodillas o cansancio general. La noche se les pasó en un suspiro y con la última canción y, sin saber bien cómo, Víctor y Atalanta se dieron un abrazo que acabó en un beso.
La mañana estaba cálida y los ruidos de los vecinos empezaban a ser cada vez más fuertes y frecuentes. Alberto, frente al ordenador, teclea concentrado.
[10:17 a.m.] Anonymoo: Wololo!
[10:17 a.m.] Anonymoo: ¿Tenéis las cosas?
[10:20 a.m.] CyberRoot: Aki el compañero y yo lo dejamos tdo listo hoy sin falta.
[10:21 a.m.] Kowloon: RECORDATORIO: Escribid correctamente, por favor.
[10:23 a.m.] CyberRoot: Aish, lo siento.
[10:25 a.m.] Savia: ¿Sigue todo según lo previsto para el sábado?
[10:25 a.m.] Anonymoo: Sí, por mi parte está todo.
[10:26 a.m.] CyberRoot: ¿Mucha fiesta ayer? e.e
[10:26 a.m.] Anonymoo: Ejejejejejeje
[10:27 a.m.] Kowloon: Equipo A, recordad también llevar mascarilla, guantes y gafas protectoras. Tenemos algunas de repuesto, pero intentad no olvidarlas.
[10:28 a.m.] CyberRoot: Oído, cocina.
[10:29 a.m.] Monsatan: ¡Capitán, sí mi capitán!
[10:30 a.m.] Savia: ¡Buenos días, princesa!
[10:31 a.m.] Monsatan: ¿Lleváis mucho aquí?
[10:32 a.m.] Anonymoo: No mucho:P
[10:33 a.m.] Kowloon: ¿Seguimos minteando o qué?
[10:34 a.m.] Anonymoo: Yo estoy de resaca, creo que iré a desayunar primero.
[10:34 a.m.] Savia: Por mí bien, hay que esperar al resto de todas formas...
[10:35 a.m.] CyberRoot: Siempre igual, macho...
[10:35 a.m.] Monsatan: De verdad, qué irresponsables...:/ lol
[10:36 a.m.] Kowloon: Tu mejor no digas nada XD
[10:36 a.m.] CyberRoot: Jajajaja, salseo mañanero, ah...
[10:37 a.m.] Anonymoo: Chavales, yo marcho ya, hablamos por la noche.
[10:37 a.m.] Kowloon: Venga, a levantar el país compadre. Yo voy a empezar a mintear como si no hubiera un mañana. Última transacción: 7 de ether, jua, jua, jua.
[10:38 a.m.] Savia: ¡Luego nos leemos!
[10:38 a.m.] Monsatan: Pues a mí que me se disculpe, pero voy a viciar un rato por aquí.
[10:39 a.m.] Savia: Esta criatura no tiene nombre, llega tarde pero ya está jugando...:P
[10:39 a.m.] Monsatan: ¡Pues venid conmigo! Tanto ene efe té, tanta polla... Vamos a divertirnos un poco.
[10:40 a.m.] Savia: Otro día, ¿vale?
Alberto se desconectó y volvió a tumbarse en la cama, con la idea de estar como máximo cinco minutos, pero se le fue un poco de las manos y, cuando volvió a mirar en su muñeca el reloj digital, habían pasado quince. Entonces se incorporó y se quedó meditando un rato. Por fuera estaba poco menos que catatónico, pero por dentro el cerebro iba a todo trapo entre la idea de dormir más y la obligación mental de tener que aprovechar el día. Fue una dura batalla, pero finalmente la ganó y se levantó para ponerse unos pantalones de pijama y una camiseta de tirantes. Por último, se colocó las zapatillas de estar por casa y se dio cuenta de que ya hacía bastante calor para llevarlas, puesto que tenían borreguillo por dentro y eran cerradas, así que anotó algo en un papel donde tenía una pequeña lista con lo que le iba surgiendo. La lista rezaba:
* Jeringuillas
* Tiritas
* Chicles de hierbabuena
* Gorra verano
* Zapatillas verano
Al apuntar esto último, se dio cuenta de que había olvidado algo importante. Cogió su agenda y miró la fecha en la que estaba, suspiró con desgana y volvió a quitarse los pantalones. Entró un momento al baño, al que tenía acceso desde su habitación sin tener que salir de la misma y se lavó las manos a conciencia, después abrió un armario y sacó una cajita médica con tapa donde había una única jeringuilla y un envase con la solución inyectable de testosterona. Abrió la ampolla con mucho cuidado, puesto que se había cortado sin querer un par de veces, y succionó con la jeringa el máximo de contenido. Volvió a ponerle el tapón y la dejó sobre el lavabo. Entonces estiró un poco el cuello, los brazos y los hombros sin prestarse mucha atención en el espejo. Después se bajó los calzoncillos un poco para ver la zona del trasero donde iba a efectuar el ritual de cada mes y, tras unos cuantos restregones de alcohol y varios pellizcos para localizar la zona perfecta, decidió no ejecutar la tarea. Se miró en el espejo y se colocó bien los pantalones, había tomado una decisión. Después se miró el tatuaje de la pierna, estaba un poco descontento con la poca nitidez de éste; probablemente tendría que repasarlo. Recogió todo con sumo cuidado para eliminarlo, se lavó bien las manos y volvió a su cuarto para ponerse los pantalones. Volvió una vez más al aseo para lavarse la cara y mirarse la barba de forma curiosa, meticulosa casi, hasta que abrió el grifo con agua caliente y, con la cara llena de espuma, se afeitó.
—Joder, lo que tenga que ser, será... –soltó para sí mismo.
—¿Estás en el baño? –Alberto odiaba que le preguntara eso. Puerta entreabierta, luz encendida, ¿qué más podía ser?
—Sí..., obviamente –esto último lo dijo para sí. Luego salió del baño y apagó las luces mientras se quedó meditando un momento. Las mañanas le costaban y su humor era bastante espeso e irascible en éstas, por eso intentaba calmarse antes de tener cualquier conversación pues, aunque era perfectamente consciente de que nadie iba a mal, muchas veces se lo tomaba así. Más bien, no le apetecía tener ningún tipo de conversación hasta que se desprendía de esa tensión mañanera, aunque con frecuencia tenía que aguantarse y soltar algunos monosílabos haciendo un esfuerzo soberano para no sonar irritado.
—Pues sí que has madrugado, ¿no?
—No tanto.
—¿Desayunamos juntos? He puesto la cafetera.
—Hum, me haré té –cogió la tetera y la vació, para luego sacar los restos de hojas de té verde con la mano y enjuagarla bien antes de volver a echarle agua, medida con un vaso y un cuarto más para no quedarse corto, y ponerla al fuego. Después miró en el envase de metal donde lo guardaba–. Joder..., casi no queda.
—¿Tienes para hoy?
—Lo justo.
—He quedado con Ata a la hora de comer, puedo pasarme por la tienda antes o después y comprar más, no te preocupes.
—Hum, gracias –Dios, qué coraje le daba no poder corresponder con la misma intensidad, pero realmente apreciaba muchísimo el gesto de su amigo.
—Estuvo bien la noche, ¿no? –Víctor quería recordarle a su amigo el pacto sobre la caja misteriosa que habían hecho, pero no sabía muy bien cómo sacar el tema ni si era demasiado pronto o sería mejor hablarlo por la tarde con algún vermut.
—Bastante –reflexionó mientras quitaba la tetera del fuego y la dejaba reposar un minuto con las hojas.
—¿Miel? –se la acercó.
—Sí, –la coge– gracias –vierte un poco de té en el vaso y comprueba que tiene el color idóneo, así que lo llena entero y se pone dos cucharadas de miel–. La verdad es que estuvo guay anoche.
—¡Total! Me lo pasé de maravilla danzando a saco.
—... y muy bien con Ata –la ira de la mañana se iba desvaneciendo poco a poco–. Tuvimos varios momentos para hablar un poco más tranquilos y, cuanto más la conozco, mejor me cae, te lo tengo que reconocer –miró a su amigo, que estaba disfrutando.
—¡Lo sabía! Si es que te conozco perfectamente, –Víctor le guiñó un ojo mientras que Alberto fruncía con media sonrisa– es conocerte, tío, es conocerte...
—Bueno, no será para tanto, que hay amigos tuyos que nunca pude tragar, ¿eh?
—Ya, ya, pero suelo acertar. Errores los tiene todo el mundo, en mi caso menos obviamente, ya que rozo la perfección –Alberto le dejaba hacer mientras terminaba de prepararse una tostada con tomate y aceite–. Es que es normal, la naturaleza, Dios, el Universo, el Arché sabían que no podían hacerme excélsior. Necesitaban un ser supremo, sí, pero uno que pudiera mimetizarse entre el resto. Y por eso estoy aquí en la Tierra, lugar soberano donde mi resplandor palidece ante la absurda brutalidad e incongruencia de los que la habitan.
—Guau –Alberto mastica el primer bocado de tostada.
—True story, fella.
—...ción –Alberto se ríe con los ojos muy cerrados, intentando no darle demasiada importancia a lo que, en su cabeza, había sido el juego de palabras de la semana.
—Buen corte humorístico –se ríe–. Eso solo puede significar una cosa...
—¿Qué pollas dices?
—¡Que ya se te ha pasado la mala leche de la mañana! –Víctor abraza a su amigo muy fuerte.
—Pero...
—Shh..., shh..., tranquilo, tranquilo mi niño, yo estoy aquí, shh...
—Como me manche sí que me voy a enfadar –dice con cierto esfuerzo por la brutalidad del achuchón.
—Vale, ya está –se despega y lo mira con brillo en los ojos.
—A ti te pasa algo, ¿verdad? –dice con acento de sospecha.
—Ay, Alberto... –se sienta en la encimera y se cruza de piernas haciendo cierto espectáculo y mesándose el flequillo–. Soy como un libro abierto para ti, eres mi lector de alma, mi...
—Vale, –dijo estirando la palabra –lo pillo –lo corta con cariño–. Venga, ¿qué has hecho?
—Ata y yo nos besamos ayer –abre mucho los ojos y lo mira con picardía.
—¡Oh!, no está mal, vichyssoise –se alegra–. Ya decía yo que estabas ahí tenso cual chihuahua cuando vino ayer.
—No sabía que iba a pasar, ¡pero me alegro de que pasara!
—¿Y qué hicisteis ayer? Vino con nosotros a casa, ¿no? Creo que bebí un poquitín de más.
—Sí, y dormimos juntos, pero no pasó nada.
—¿What? –dice con calma.
—Estábamos rotos y yo el primero, que la noche anterior casi no dormí pensando en ella.
—Bueno, sois jóvenes, tenéis mucho tiempo para hacer manitas.
—Oye, que solo tienes dos años más que yo.
—Exacto, que no se te olvide jamás –lo mira serio y luego ambos sonríen–. En fin, ¿dónde está ahora?
—Se fue sobre las nueve, la acompañé a la puerta y nos despedimos con otro suculento besillo...
—Bueno, me alegro mucho por los dos, solo espero que todo vaya smooth...
—¡Gracias! –le responde de corazón y se ensimisma–. Bueno, pues voy a ir duchándome y preparándome para luego. Oye, aparte del té verde, porque es verde, ¿no?
—Jajaja, sí...
—¿Quieres alguna otra cosa?, ¿te apetece algo de postre rico y azucarado?
—Pues..., –medita, por alguna razón le cuesta ceder ante estas cosas y siempre se hace largo el silencio– sí, va, en realidad sí que me apetece algo tipo tiramisú o similar, pero que se adapte a mis necesidades, ¿de acuerdo?
—Yo tengo un antojo brutal de tocinillo de cielo...
—¿Tocinillo de infierno?
—Lo sé, es una bomba.
—Anda, échate un bacon of hell si tanto te apetece, no se te vaya a saltar la hiel, pero no te pases trayendo dulces, que nos conocemos y luego nos volvemos los dos unos vagos.
—¡Vale! –lo mira con los ojos abiertos y brillantes y lo abraza. La caja misteriosa tendría que esperar, pensó–. Luego nos vemos, precioso mío.
—Venga –sonríe y vuelve a su habitación tras recoger lo que ha ensuciado. Se coloca en la mesa frente al ordenador y vuelve a conectarse.
[11:47 a.m.] VulpesInculta: ¿Qué dices tú?
[11:47 a.m.] Monsatan: Solo decía que a buenas horas...
[11:48 a.m.] VulpesInculta: Algunos tenemos vida aparte de esto.
[11:49 a.m.] Kowloon: Sí, sí..., un potosí.
[11:50 a.m.] VulpesInculta: ¿Vamos a hablar de lo nuestro o me desconecto?
[11:50 a.m.] Anonymoo: ¿Qué está pasando? Solo he estado fuera una hora..., no peleéis, por favor.
[11:50 a.m.] Savia: Lo de siempre...
[11:51 a.m.] VulpesInculta: No, lo de siempre no, no empecéis a flipar.
[11:52 a.m.] Kowloon: Bueno, mejor calmarnos y terminar por hoy, que, en efecto, todos tenemos algo que hacer, me incluyo.
[11:53 a.m.] Anonymoo: Yo solo venía para ver si ya estábamos todos al tanto, tengo que empezar con mi proyecto.
[11:54 a.m.] Monsatan: Lo tenemos todo bien, no te preocupes por aquí, que nosotros terminamos de gestionarlo.
[11:55 a.m.] VulpesInculta: En eso estoy de acuerdo, ya organizaste el anterior y muy bien, hay que decirlo, así que ve a hacer tu trabajo tranquilo.
[11:56 a.m.] Anonymoo: Ok, me desconecto hasta mañana. Pero, por favor, no peleéis.
[11:56 a.m.] Kowloon: Sí, en serio, vamos a hacer esto suave.
[11:57 a.m.] VulpesInculta: Está bien, lo siento, tengo una situación en casa y estoy que salto a la mínima. Es culpa mía, joder.
[11:57 a.m.] Monsatan: Confía en nosotros de una vez. No lo digo a malas, pero aquí somos como una familia, me jode que no te atrevas a apoyarte por miedo a lo que sea.
[11:58 a.m.] Savia: Llevamos años en esto, tío, sabemos que estás pasándolo mal y duele bastante no poder ayudarte.
[11:59 a.m.] Anonymoo: Same.
[12:00 a.m.] VulpesInculta: Es una situación personal, solo necesito algo de tiempo. Quizá cuando nos veamos después del sábado, podríamos tomarnos algo al terminar...
[12:01 a.m.] Anonymoo: ¡Eso está hecho! Contad conmigo, marcho ya.
Tras desconectarse, se quedó pensativo con su compañero mientras en la radio sonaba jazz. Si bien no tenía una relación muy física con todos ellos, sí que los sentía como una familia especial, bastante secreta, pero sin llegar a culto.
—Noticia de última hora, –se paró la música– hallada la cámara del joven que cometió suicidio lanzándose desde el edificio de Torre Madrid el pasado martes. Las autoridades han abierto una investigación para saber cómo es posible que llegase hasta arriba pese a las últimas medidas de seguridad adoptadas y a espera de la autopsia que revele si estaba bajo los efectos de alguna sustancia. Ésta es una de las cosas que más inquietan a las autoridades, puesto que el video, que fue transmitido en directo para sus seguidores, muestra a un muchacho jovial que hace chistes y se ríe y, más aún, se tira al vacío contento y emitiendo gritos de victoria. La muerte impacta más, no ya solo por el desarrollo de la misma, sino porque parece ser que estamos, según psicólogos expertos, ante una oleada de suicidios muy similares. Hasta la fecha de hoy, ya son más de una decena de muchachos de similar edad los que se quitan la vida en este peculiar y escandaloso término. Los viandantes que caminaban a los pies de Torre Madrid en el momento de los hechos ya están siendo atendidos por especialistas, si bien ninguno de ellos sufrió lesiones de ningún tipo. El canal de streaming del joven ha sido cerrado y se investiga la posible difusión del video en otras plataformas.
Víctor cogió unos calzoncillos limpios de su habitación y unos calcetines y entró en el baño, donde se desnudó al completo como un salvaje y encendió el grifo de la ducha. Mientras esperaba a que el agua se calentara, se miró de arriba a abajo en el espejo con aprobación. Había empezado a entrenar hacía un mes y tenía un contorno definido y bonito, aunque lejos de estar musculado. Comenzó a tener una ligera erección cuando decidió meterse en la ducha y recibir el placer del agua caliente. El pelo le había crecido mucho, pero pasaba ampliamente de cortarlo, así que lo lucía con la raya en medio y un flequillo rebelde. Tardó más de la cuenta en la ducha, pero sabía que Alberto estaba trabajando y no le importó en absoluto, como tampoco le importó poner el calefactor un rato mientras se secaba, a riesgo de achicharrarse vivo. Estaba siendo una primavera suave, pero los últimos días sin duda se comenzaba a percibir el incipiente verano.
—Brrrp, brrrp –el teléfono le vibró, era Atalanta.
—Ey... –se terminó de vestir.
—¿Qué haces?
—Acabo de salir de la ducha, estoy fresquísimo.
—¿Te apetece salir ya de casa y acompañarme a entrenar un rato?
—Qué energía tienes, ¿no?
—¡A hierro! –ambos ríen.
—Vale, pues me visto y salgo.
—Te voy a buscar, que me viene de paso, luego vamos dando un paseo, que hace un día buenísimo.
—¿Cuánto tardas?
—Nada, diez minutos.
—¡Venga!
Víctor comenzó a apurarse buscando qué ponerse en el armario, así que comenzó por los calcetines, pero tuvo que quitárselos cuando no le pegaban al ponerse el pantalón. Luego se colocó una camiseta de tirantes, con una camisa de manga corta abierta negra llena de preciosos jilgueros. Por último, se puso las zapatillas, gorra y gafas, se metió la cartera y el móvil en los bolsillos y justo sonó el timbre. Le había parecido que había terminado en tres minutos, pero de alguna forma habían pasado exactamente nueve, como señalaba su reloj. Se ensimismó pensando en el tiempo y en cómo parecía desaparecer, cuando le vibró el pantalón. Era Atalanta pidiéndole que bajara una mochila pequeña si podía. Por suerte tenía la que siempre solía llevar, así que no se demoró más.
—Ay..., –Atalanta se sonrojó– qué guapo estás –le da un beso.
—Gracias, tú también –llevaba un pantalón de chándal y una camiseta ancha que mostraba una pequeña parte de su tripa. La ropa siempre le quedaba como un guante, incluso la prestada. De eso podían dar buena cuenta sus amigas de la infancia. De pequeñas, cada vez que jugaban a probarse algo, Atalanta hacía que todo brillase con una luz especial, despertando algunas envidias.
—Gracias por la mochila, se me olvidó traer la mía y no quiero ir con una bolsa –la metió dentro y se la colocó mientras echaban a andar–. Y necesito llevar una muda para después, es condición sine qua non para que entrene feliz.
—Me parece lógico y comprensible –le sonríe.
—Vamos dando una vuelta, anda –le cogió la mano y ambos dieron un paseo agradable bajo un sol caliente, pero no agobiante. Cuando llegaron a la zona, ya había un buen puñado de gente entrenando, haciendo saltos de precisión, piruetas o acondicionamiento. Por ser un día festivo, estaba a rebosar, no solo el parque de parkour en sí, sino los alrededores.
—¡Ah, mira!, un arte olvidado –le señala Víctor a Atalanta a un tipo agitando el diábolo de forma demencial y precisa. Éste se queda absorto mientras un grupo llama a Atalanta varias veces y ella va a saludar.
—¿Qué?, –una chica le da dos besos al acercarse– ¿vienes a entrenar un poco?
—Un rato, sí –Atalanta termina de saludar a los otros dos chicos.
—Ya se te echaba de menos por el parque –dice uno de ellos.
—Y yo también estar por aquí, creedme. A ver si pillo la moto pronto y tengo más mobilité.
—¿A quién has traído? –el otro chico pregunta mientras le da un buen repaso a Víctor, que se ha parado a dibujar al malabarista.
—Es muy guapo... –dice la chica y mira a Atalanta con picardía.
—Pues es un amigo de hace bastante tiempo... –mira en dirección a Víctor con dulzura.
—Ya..., ya..., bueno, ya nos contarás –el grupo sonríe.
—Vamos a entrenar, creo que estará ahí un rato, voy a decirle –se separa para buscar a Víctor y mirar el dibujo antes de que se entere de que está ahí.
—Dios..., qué sigilosa, qué susto.
—Es un gran dibujo –se agacha junto a él.
—Gracias, –sonríe– solo quería hacer un boceto, luego lo termino en casa.
—No te preocupes, quédate a terminarlo si quieres, vengo a decirte que voy a estar allí –le señala la zona donde están sus amigos–. Hay tres amigos míos, esos de allí, así que vente cuando quieras, ¿vale? –le da un beso antes de que diga nada, así que él solo sonríe, mira un par de veces el lugar donde Atalanta comienza su entreno y se pierde de nuevo en su dibujo, a fin de disfrutar del momento. Víctor se focalizó en mejorar los contornos y fondo del dibujo, porque realmente le dio apuro por ver a Atalanta entrenando. Decidió dejarlo incompleto y voltearse para ver a su amiga haciendo unos saltos increíbles. Realmente tenía una habilidad espectacular como traceuse, en especial destacaba con el rompemuñecas y reverso, donde la velocidad que imprimía hacía que todos se quedaran boquiabiertos a pesar de ser movimientos alcanzables para la mayoría. Aun así, era la combinación de todos estos ejercicios clásicos mezclados con otros más estéticos, como aerial o gainer, que resaltaban la capacidad, energía y soltura de Atalanta. En líneas generales, era de lejos la persona que hacía más trucos innovadores o difíciles en su rutina de toda la gente que solía estar en el parque. Víctor la estuvo mirando por un largo rato sin que ella se diera cuenta, hasta que ella lo buscó con la mirada y se percató de que lo tenía cerca. Entonces se movió hacia él con rapidez y acabó cayéndole encima de las piernas y dándole un beso. Víctor, que no se lo esperaba, casi se resbala del poyete, cuya superficie de piedra parecía pulida por los montones de culos que hacen fricción sentándose a diario. Ahí se quedaron abrazados un rato mientras el corazón de ella latía tan fuerte que hacía que el de Víctor también se acompasara, luego se despegó, le guiñó un ojo y volvió al muro a realizar el grimpeo del mismo, que pudo subir a la segunda vez del tirón sin mucho esfuerzo.
—¿Me vigilas esto un momento? –un chico estaba parado delante de Víctor con una riñonera en la mano.
—Claro, tío, sin problema –la deposita junto a la mochila, entre sus pies y asiente con la cabeza.
—Muchas gracias, ¡no voy a tardar!
—Tranqui –Víctor sonríe y vuelve a centrarse en Atalanta. Aún tiene los labios húmedos del beso y el bigote con algunas gotas de sudor de su amiga. Su aroma hace que sus ojos la sigan allá donde vaya, pero además mantiene su cuerpo en un estado de hormigueo constante. Y allí, centrado en una sola persona entre decenas, una punzada le asestó una descarga en el pecho y entonces se dio cuenta, se había enamorado.