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Prólogo

Rae Armantrout

Le estoy muy agradecida a Natalia Carbajosa por sus excelentes traducciones de mis poemas y por su introducción, altamente pertinente y reveladora. Son conocidas las palabras de Robert Frost: “Poesía es lo que se pierde en la traducción.” Todos sabemos lo que quiere decir (probablemente lo hemos experimentado). La poesía es más difícil de traducir que la prosa por varias razones: el sonido es parte importante del significado; la ambigüedad y los dobles sentidos que cuentan en el texto original puede que sean casi imposibles de trasladar a otra lengua; y las diferencias culturales a veces ocultan las connotaciones en la elección de una palabra o el tono de una expresión. Mi poesía, que a decir verdad ha sido calificada de difícil por parte de algunos lectores estadounidenses, acaso suponga un reto especial para un traductor. En primer lugar, como Natalia advierte citándome en su introducción, mis poemas están bastante condensados y a veces dependen de la activación simultánea de diferentes interpretaciones posibles. Además, como también apunta, tiendo a usar una variedad (casi una cacofonía) de voces imaginarias implicadas en diversos tonos y tipos de dicción. Natalia ha sido capaz de superar estos retos no solo porque domina el inglés, sino porque ella misma es poeta, y resulta que como tal comparte algunos de mis intereses, de la cosmología y la física cuántica a la representación de género en la cultura popular. Como ella cuenta, hemos estado involucradas en una intensa y productiva conversación por correo electrónico sobre los poemas y sus posibles traducciones. Me halaga cuando asegura que hablo español. Estudié español en el colegio y puedo leer bastante bien con un diccionario a mano, pero no lo domino. Comprendo lo justo para apreciar mejor la gran complejidad que entraña todo trabajo de traducción.

Me siento agradecida y sorprendida, incluso abrumada por el tiempo y la dedicación que Natalia ha empleado en la comprensión no solo de los poemas sino del contexto en el que surgen. Ello ha supuesto el estudio de mi bagaje personal junto con el medio cultural y artístico que se expande a lo largo de al menos cuarenta años de la historia de los Estados Unidos. Su introducción proporcionará al lector una idea adecuada de los movimientos y tendencias en la poesía estadounidense de este período, en especial el desarrollo de la poesía del lenguaje y su relación con el momento histórico y cultural. La introducción de Natalia me ha mostrado a mí incluso, como hacen los buenos críticos, aspectos de mi propio trabajo de los que tal vez no me había dado cuenta (estoy pensando en cómo revisa la influencia de mi madre —aun siendo una experiencia ambivalente— a lo largo de mis once libros en modos que le hacen entablar conversación, lo mismo que a mí, con la teoría feminista.

Desearía que, gracias a la generosidad de Natalia Carbajosa y Carme Manuel, mi poesía sonara de formas nuevas y quizá sorprendentes para los lectores en español.

I am very grateful to Natalia Carbajosa for her excellent translations of my poems and for her extremely substantive and insightful introduction. Robert Frost famously said, “Poetry is what gets lost in translation.” We all know what he means. (We’ve probably seen it happen). Poetry is more difficult to translate than prose for a number of reasons: its sound is an important part of its meaning; ambiguities and double meanings which may be important in the original text can be almost impossible to carry into another language; and cultural differences can easily obscure the connotations of a word choice or the tone of an expression. My poetry, which has in truth been called difficult by some American readers, may present particular challenges for a translator. For one thing, as Natalia notes (quoting me) in her intro, my poems are quite condensed and sometimes depend on the simultaneous activation of different possible interpretations. In addition, as she also suggests, I tend to use a variety, almost a cacophony, of imagined voices implicated in various tones and types of diction. Natalia has been able to overcome these challenges not only because she is fluent in English, but because she is a poet herself—and one who happens to share a number of my interests from cosmology and quantum physics to the representation of gender in popular culture. As she says, we engaged in an intense and productive email conversation about the poems and their possible translations. She flatters me when she asserts that I speak Spanish. I took Spanish classes in school and can read passably well with a dictionary in hand, but I am far from fluent. I have understood just enough to gain an enhanced appreciation of the interesting complexities translation projects involve.

I am grateful and amazed, even humbled by the time and dedication Natalia has put into understanding not only the poems but the context from which they arise. This has involved studying my personal background as well a cultural and artistic milieu spanning at least forty years of American history. Her introduction will leave the reader with a good sense of the movements and trends in U.S poetry during this time, particularly the development of language poetry and its relation to its historical and cultural moment. Natalia's introduction has even shown me, as a good critic can, things about my own work of which I was, perhaps, insufficiently aware. (Here I am thinking of the way she traces my mother's influence—however ambivalently experienced—through my eleven books in ways that put them—and me— in conversation with feminist theory).

I like to hope that, because of the generosity of Natalia Carbajosa and Carme Manuel, my poetry will be heard in new and perhaps surprising ways by readers in Spain.

Rae Armantrout

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