Читать книгу La última primavera - Rafael Barrett - Страница 4
La más bella y crítica pluma de nuestra América por Marcelo Cafiso
ОглавлениеLa permanente necesidad del ser humano de tener al alcance de la mano a modelos, ejemplos en quien confiar, creer, seguir, admirar, glorificar, o hacer propios para alimento espiritual y/o intelectual, han llevado, en el caso de la persona de Rafael Barrett, —y de muchas otros, por ejemplo Henry David Thoreau— a convertirlo en arcilla que en manos de alfareros oportunistas lo transformaron en objeto de devoción en sus altares.
Se han tejido inverosímiles anécdotas y perfiles ideológicos sobre ese joven escritor que antes de los 35 años moriría enfermo y lejos de sus amores, allá por el año 1910.
Exaltado o denostado como aristócrata, anarquista, cristiano, revolucionario o periodista moralista con pensamiento crítico.
¿Cómo negar el pensamiento en su totalidad, con todas sus aristas, con todas sus manifestaciones transparentes a través de su obra escrita y sus acciones?
¿Por qué ocultar ciertos escritos que no encuadran en la parcialización que se ha intentado realizar del inusual pensador?
“El problema del mundo es un problema moral. Por eso, a pesar de nuestro dominio creciente sobre la materia y de las dimensiones monstruosas de la civilización, la silueta de Jesús está siempre en la cumbre inaccesible, Jesús era una energía estrictamente moral. Después de él nada ha sucedido a la Humanidad”. R.B. ¿Quién fue en verdad Rafael Barrett? Nacido en España el 7 de enero de 1876, hijo de padre británico y madre de la nobleza española, gozó de los beneficios de pertenencia a la clase alta de su época asistiendo a las tertulias más selectas de los escritores (Ramón Del Valle Inclán, Ramiro de Maeztu, etc.) de su país de nacimiento donde estudiará y se formará hasta dominar tres lenguas y una vastísima cultura literaria, musical, científica –matemática e ingeniería– y sobre pintura durante su juventud, viviendo en Madrid, París (en 1899 conoció al escritor inglés Oscar Wilde), Londres y viajando por otros países de Europa. Rafael Ángel Jorge Julián Barrett y Álvarez de Toledo, hijo de doña Carmen Álvarez de Toledo, pariente directa del duque de Alba, y de don George Barrett Clarke, escocés, Caballero de la Corona de Inglaterra, nació en un peñón del mar Cantábrico bajo el protectorado de Santander (España), lo bautizaron bajo la bandera inglesa rigiendo la ley de la herencia para la nacionalidad. (Francisca López Maiz de Barrett) En 1902 Rafael Barrett quiere ingresar al círculo más exclusivo de Madrid, pero un rumor sobre una supuesta condición de “invertido” (término troglodita utilizado en la sociedad española de época) esparcido en el aire de la alta sociedad por un abogado de ese mismo ambiente, provoca el rechazo a su participación. Ofendido por la acusación de homosexualidad, solicita el reto a duelo con el agresor verbal. Un tribunal de honor, con el Duque de Arión a la cabeza, lo rechaza y no permite “limpiar su nombre”. El joven Barrett presenta pruebas médicas de que no es homosexual y vuelve a pedir el reto a duelo. Lo rechazan. Entonces sin poder conciliar la situación va al encuentro de quien preside el tribunal de honor, el Duque de Arión, y rebenque en mano en un acto público en el Teatro del Circo Parish, en la Plaza del Rey, en Madrid, le cruza la cara a fustazos. Hay momentos en la vida en que todo toma un viraje inesperado, ya sea por lo hermoso o terrible de los sucesos, las más de las veces por lo terrible. Ese fue el caso de este señorito ilustrado que fue a dar a la prisión primero y al exilio forzado después. Agredir a la realeza se podía pagar con la cabeza. La cárcel y el adiós a España fue una atención piadosa del poder a su condición social. En pocas palabras, Barrett se tuvo que ir de España, no por la lucha de clases ni el asalto a la realeza sino porque indignado y ofendido “al no poder limpiar su nombre” y lograr “una reparación social” le partió la cara al representante de la nobleza. Toda otra interpretación de este hecho es pura fábula de la manipulación histórica. ¿Y a dónde se fue, obligado por las circunstancias, ese joven español-británico de 27 años? En el año de 1903, llega en barco a Buenos Aires acompañado del Dr. Bermejo. Allí pondrá todos sus conocimientos y destreza de pluma al servicio del periodismo, en un proceso de transformación que se da tras surcar las aguas de Europa hasta nuestra América. “Extraña y fulminante conversión del dandy europeo”. (Augusto Roa Bastos) Sus palabras comienzan a ser sonoras en este lugar del sur de América que conoce a un nuevo Rafael Barrett, tan distante y disonante del madrileño del cual solo conserva el bagaje de su amplia y profunda formación cultural e intelectual. Los dos primeros artículos que firma y publica en Argentina son “Aguafuertes” y “La última primavera” (de donde tomamos el título de esta completísima selección de cuentos que tienen en sus manos) y que apareció en enero de 1904, solamente dos meses después de su descenso del barco en el puerto de Buenos Aires. “La última primavera” es un texto maravilloso desde lo emocional, desde la sinceridad, la honestidad personal, tal vez desde una exposición de su interior, un autorretrato de la desnudez de su corazón que anhela hallar a esa mujer que pueda compartir su última primavera. Será ese mismo año cuando conocerá más tarde y en otras tierras a su amada para todas las primaveras restantes, porque aunque sean pocas serán eternas. Su permanencia en la ciudad de Buenos Aires será de un año, de noviembre a noviembre, y le bastará para conocerla a fondo, así como a sus habitantes, a su cultura y a su basura, mientras trabaja para el diario El Tiempo. Es en ese anteúltimo mes del año 1904 que el director del diario le deja en bandeja un trabajo en el exterior y entonces será Paraguay el nuevo destino y otra nueva vida, ya que acude como voluntario en su función de periodista en la corresponsalía del diario El Tiempo en la capital de ese país, Asunción. Pero debe hacer trabajo de campo y por lo tanto su destino será Villeta, ciudad emblemática del Estado Mayor Conjunto de la Revolución Paraguaya de 1904 del general Ferreira, financiado y apoyado militarmente por Argentina, contra el coronel Juan Escurra. Allí en ese punto de encuentro revolucionario conocerá a lo más brillante de la intelectualidad paraguaya. Es así que se suma a la Revolución en el Paraguay. “Se presentó en el campo revolucionario al jefe —General Benigno Ferreira—, quien lo recibió muy bien, haciendo amistad con los intelectuales rebeldes: Gondra, Guggiari y otros. En Villeta se plegó a la lucha armada como jefe de ingenieros. Triunfante el movimiento, Rafael quedó en Asunción, donde pronto se hizo estimar por la sociedad paraguaya, que lo eligió secretario general del Centro Español, el de más significación de los “altos círculos”. En ese club lo conocí”. (Francisca López Maiz de Barrett) Conoce a Francisca López Maiz y se casan el 20 de abril de 1906, casi al año y medio de su incursión como periodista en el corazón de la Revolución Paraguaya. Se van a vivir a orillas del lago Ypacaraí, en San Bernardino. Trabaja como agrimensor recorriendo el Paraguay y conociendo la realidad de los trabajadores de los yerbales. Su pluma no se detiene, lo acompaña en cada viaje, escribe y publica en muchos periódicos, firma como R.B., o como Teobaldo. Sus artículos son leídos con sumo interés. Sus reflexiones llegan a todos lados y cada día escribe más. Decide dedicarse casi por completo a su labor como periodista, como narrador de la realidad, como pensante que vuelca al papel su visión y análisis de la realidad paraguaya que ya conoce vastamente. Deleita a sus lectores con las narraciones más bellas y profundas sobre el hombre, la humanidad, el mundo, la injusticia y la vida cotidiana, contra la mentira, contra el Estado que oprime, contra el abuso del poder, contra todo aquello que mancille la vida del hombre. El nuevo contexto político y el acecho lo llevan a sentirse aislado y limitado, a pesar de vivir el momento más hermoso de su vida, vivir con su amada Panchita y haber engendrado al pequeño Alex el 24 de febrero de 1907, en Aregua. “Tuvimos un hijo, hermoso como un sol: Alex Rafael. Realizará lo que yo no he podido hacer, decía su padre después de caer enfermo y mi hijo siempre fue digno del hombre noble que le dio el ser”. (Francisca López Maiz de Barrett) En 1908 la familia Barrett se traslada a la capital paraguaya, Asunción. En ese año y en esa ciudad publica en El Diario su obra Lo que son los yerbales. Basado en información de primera mano por un contador de la empresa Industrial Paraguaya y de contactos con obreros y sindicalistas, Barrett denuncia a tal punto la situación de esclavitud que coloca a toda la familia Barrett en serio peligro de vida. Nos encontramos frente a la certeza de un narrador extraordinario. Pero la literatura no es imparcial, cuando es sincera. En toda su vida Rafael Barrett puso en práctica aquello de “Puedo prometer ser sincero, pero no ser imparcial” de J. W. Göethe, y en Lo que son los yerbales se manifiesta claramente. Así comienza dicha publicación: LA ESCLAVITUD Y EL ESTADO Es preciso que sepa el mundo de una vez lo que pasa en los yerbales. Es preciso que cuando se quiera citar un ejemplo moderno de todo lo que puede concebir y ejecutar la codicia humana, no se hable solamente del Congo, sino del Paraguay. El Paraguay se despuebla; se le castra y se le extermina en las 7 u 8.000 leguas entregadas a la Compañía Industrial Paraguaya, a la Matte Larangeira y a los arrendatarios y propietarios de los latifundios del Alto Paraná. La explotación de la yerba-mate descansa en la esclavitud, el tormento y el asesinato. Pluma mía no tiembles, clávate hasta el mango. Rafael Barrett, enérgico, se dirige a su pluma, a su conciencia, al mundo, denostando la codicia de los hombres. No relata lo más horrendo sino lo habitual, no espera justicia alguna por parte del Estado y denuncia a los de arriba porque son ellos los asesinos. En Lo que son los yerbales, Barrett escribe al mundo para que sepa que además del Congo también la codicia abraza las propias tierras que se dedican a hablar de la miseria de otros países, refiriéndose y criticando al propio Paraguay. Dirige sus flechas-ideas a las empresas en concreto y no a una crítica a la sociedad sin nombres ni apellidos, ni responsables, apunta a la Matte Larangeira y a la Industrial quienes en ese momento eran las encargadas de la explotación. Explica el mecanismo de esclavitud con tal profundidad que lo hace desde la esencia del mismo convirtiendo su definición en un documento sin fecha de vencimiento. No es tan diferente el objetivo y la consecuencia de esa explotación en los yerbales mediante una vida empeñada a la situación de cien años después a través de los préstamos bancarios, la compra a crédito, la entrega del ser humano al sistema económico capitalista. El estado avala, ayer y hoy, esta esclavitud y “si un peón saca de su cerebro enfermo un resto de independencia y su cuerpo dolorido energía, solo se va a encontrar con un juez, un industrial o el Estado que sostiene ese sistema de explotación”. Si el análisis general que hace de la explotación no nos basta, se adentra en los detalles, en lo particular de cada etapa, para darnos datos estremecedores de lo diario, de lo común, de lo que viven todos los días esos seres condenados a morir como animales al intentar sobrevivir como personas. En el trabajo del arreo, en los yerbales, la carne es provista por Paraguay, Argentina, Brasil, y se refiere a la carne humana “…y son tan desdichados que ni siquiera se espantan de su propia agonía”. El anticipo que dan a los nuevos esclavos es la estafa antes del contrato, es la previa de la esclavitud. “El anticipo es la gloria de los alcahuetes de la avaricia millonaria”. Nadie está exento, en los gomales bolivianos y brasileños, en los ingenios del Perú y en las chicas del centro de Europa arreadas para putas en Buenos Aires con promesas de gloria, es decir, con certificado de defunción y entierro incluido. Se los conduce como ganado rumbo a la muerte segura, al trabajo en los yerbales, solo quedan unos pocos niños en los pueblos aguardando a que crezcan, y al llegar a adolescentes, serán el reemplazo de los jóvenes hombres viejos. El producto del sufrimiento en la selva permite que en Asunción, Río o Buenos Aires paseen por las calles los “negreros enlevitados”. Cuál es la diferencia con los señores burgueses que hoy andan en sus autos lujosos con vidrios polarizados, que van al teatro, al cine, comen en exquisitos y selectos lugares reservados para esa clase, y parlotean en la televisión sobre la inseguridad, cuando son ellos los nuevos negreros enlevitados de los nuevos yerbales de cemento que producen las grietas más profundas en una sociedad que rebasa injusticia y desigualdad. El esclavo en la selva, el esclavo en la ciudad, creyéndose libre con catorce o dieciséis horas de entrega entre trabajo y viaje para llegar al trabajo y luego volver, (en tiempos de pandemia será teletrabajo en casa) horas y horas de yugo que hacen del hombre, del peón yerbatero, del peón de ciudad, un animal golpeado y débil mental al final de la jornada, y de la vida. Nos cuenta Barrett que tanto la comida y el vestido lo compran a la empresa, su deuda será impagable, los precios son dos o tres veces más onerosos. Comen Yopará, “maíz, poroto, carne vieja y grasa” todo el tiempo, este alimento mataría un bravío toro. Duermen bajo toldos. “El esclavo no duerme, agita sus pobres huesos sobre el ramaje sórdido que le sirve de cama y agita las esperanzas locas de su cerebro dolorido”. Alcohol y sífilis, garrapatas, víboras, cuis, alacranes dan el marco de un campo de exterminio de una generación en solo quince años. Estas generaciones de esclavos “duran poco pero los negreros se conservan bien”. Es a los de arriba a quienes denuncia, acusa y llama asesinos. Ver pasear a los industriales, a los dueños del poder con sus cuerpos cuidados frente a la miseria humana de los obreros, a la pobreza del lenguaje contra las excéntricas palabras de los intelectuales serviles al opresor, hasta los vehículos sofisticados frente a los trenes y colectivos que acarrean día a día a los nuevos animales, es un insulto a la dignidad humana. El análisis económico de los yerbales arroja como resultado que sencillamente es, una vez más, un robo para beneficiar a los dueños de las empresas. El industrial cotiza en bolsa, el obrero va a parar a la bolsa o en el mejor de los casos termina sepultado por las hojas y ramajes del monte volviendo al hábitat de donde surgió sin haber vivido más que como esclavo. Con datos concretos, económicos y sociales, nos detalla la realidad del obrero. No es la mera denuncia. Es la demostración irrebatible con elementos de la realidad que demuestra la primacía de la economía y la explotación de siempre en beneficio del incremento de capital de los más poderosos. Barrett desenfunda sus reflexiones y su dolor ante las bofetadas a la humanidad de los trabajadores hasta llegar al punto de exclamar: “Tu no eres ¡ay!, un criminal, no eres más que un obrero”. David Viñas dijo sobre esta obra: “Serán sus crónicas políticas los textos que aún conservan vigencia. Sobre todo Lo que son los yerbales, trabajo que la crítica más actualizada considera antecedente del Horacio Quiroga misionero, así como del Río oscuro de Alfredo Varela”. Evitar que esa pluma siga deslizándose sobre el papel para hablar de la realidad del Paraguay será el objetivo de un cheque en blanco que un correveidile de la empresa yerbatera antes mencionada dejará en su casa. Coloque el importe que usted quiera, deje de escribir y váyase de Asunción. La respuesta del escritor será impulsiva y rememorativa de aquella en el teatro del circo Parish de Madrid. Se dirigirá a la empresa Industrial Paraguaya, romperá el cheque y abofeteará al servil emisario frente a todos. Esa pluma no se vende. Si el dinero no sirve usarán la fuerza. Contratarán a un pistolero argentino apellidado Sayago quien intentará matarlo en un bar donde será salvado por los amigos allí presentes. Será su último trabajo en El Diario, no le queda otra opción más que irse: y escribir en el periódico Patria en un contexto donde el país vive un momento político de una revuelta militar, el golpe del 2 de julio de 1908, con el coronel Albino Jara (colorado) a la cabeza para derrotar a los blancos. “…pero el que ama la justicia debe renunciar a los amigos. [...] Trate ‘El Diario’ de emancipar a las víctimas sin perder la amistad de los verdugos, y quiera Dios que consiga algo. Nosotros lucharemos de otro modo”. Con estas palabras toma un nuevo camino y se plantea la creación de un semanario dominical que saldrá once veces bajo el nombre de Germinal comprometiéndose con la defensa de los trabajadores de los yerbales paraguayos. En agosto de ese mismo año sale el Nº1 con esta declaración: “Germinal no estará con lo viejo, sino con lo nuevo, opondrá al dogma, la idea, y a la autoridad, el examen… los urgentes problemas de la Humanidad son económicos. ¿Instruir? No es lo esencial. ¿Enseñar gramática y química a un esclavo? ¿Para qué? Lo que hay que enseñar es que aborrezca su estado, que sufra y se desprecie y se indigne, que ame la libertad más que la vida. No es ciencia lo que hace falta, sino conciencia”. El semanario lo lleva adelante con un nuevo amigo y camarada de ideas, José Guillermo Bertotto, un muchacho porteño de 22 años que venía huyendo de Argentina por rechazar el servicio militar obligatorio y luego de Montevideo donde escribía en periódicos socialistas junto a Emilio Frugoni y otros. Ya en Uruguay Bertotto leía y difundía los artículos de Barrett. Arribó a Asunción, luego de la cárcel en Montevideo, para acercarse a la Federación Obrera Regional Paraguay, y será allí donde conocerá a Rafael Barrett. A partir de ese momento entablarán una amistad y camaradería que los llevará a emprender juntos las luchas sociales en defensa de los trabajadores explotados, en especial en los yerbales. “Yo le conocía (a Barrett) por su Germinal, un periódico que redactaba en Asunción y me enviaba por indicación de extraño muchacho, Bertotto, que había andado por aquí, prófugo de la conscripción argentina y un buen día se marchó de aventura al Paraguay, dónde se vinculó a Barrett colaborando con éste en la confección de dicho seminario. Era un periódico para los obreros. Barrett escribía allí artículos de acerada crítica social, relampagueantes de ideas mordientes como ácidos, con un estilo hecho de concisión, de energía mental y de sencillez. Ejercía una influencia intelectual muy grande sobre los trabajadores de Asunción, cuyas agitaciones acompañaba con su pluma sin rehuir compromisos ni peligrosas consecuencias. (Emilio Frugoni) Nada lo detiene. Sus artículos siguen publicándose en su propio semanario, y la suma de todos pero en especial uno de ellos Bajo el terror provoca la ira de los militares de turno, con el Coronel Jara al mando –luego del golpe del 2 de julio– y será detenido y encarcelado durante veinte días, luego de haber presentado un habeas corpus a favor del obrero Jaime Peña que fue injusta e ilegalmente detenido, torturado y encarcelado. Bertotto se hace cargo de Germinal y sigue con las denuncias. “Germinal es su combativo diario, que con gran disgusto del gobierno seguía apareciendo bajo la dirección de Rafael, estando éste preso por la publicación de ‘Bajo el terror’. Como vemos contaba con decididos compañeros”. (Francisca López Maiz de Barrett) Cuando Barrett es puesto en libertad y reasume la publicación el joven amigo porteño Bertotto será detenido y deportado del Paraguay. Las palabras de Rafael Barrett son semillas de conciencia crítica. Hay que acabar con el sembrador. Lo intentan comprar, lo intentan matar, lo encarcelan nuevamente. Se ha convertido en un hombre tan peligroso para el poder de turno, para los negocios, para las empresas, para la economía extranjera en suelo paraguayo que tiene que intervenir el embajador británico Míster Gosling (ya que Barrett tiene doble nacionalidad) y logra sacarlo de la cárcel ofreciendo la deportación a Brasil. Desembarca en Corumbá. Poco tiempo aguanta en ese enclave del Brasil. Nada lo detiene. Cansado, enfermo, perseguido, amenazado, regresa al Paraguay a través de los ríos, para reunirse y fundirse en un abrazo con su amada Panchita y su querido hijo Alex y continuar el viaje solo, hacia Montevideo lugar donde lo esperan editores y conocidos que pueden ayudarlo con su estado de salud, de economía y darle resguardo por un tiempo. Montevideo lo recibe el 15 de noviembre de 1908. Todo ha cambiado en la vida de Rafael Barrett, él mismo ha cambiado y así lo describirá, luego de recibirlo en su casa el reconocido intelectual uruguayo, luego fundador del partido socialista uruguayo, Emilio Frugoni: “Era un hombre delgado, de pálida tez y nariz afilada, de rostro anguloso con una barba corta algo nazarena tirando a rubia y unos cabellos alisados hacia una oreja y delatando más que ocultando los irremediables estragos de una calvicie incipiente. [...] de regular estatura, más bien alto. Sus ojos eran claros, de un mirar confiado y dulce que inspiraba amistad. Sus labios finos trazaban una línea correcta entre el bigote lacio y la barba en punta. Sonreía con una sonrisa agradable, llena de blancos dientes. Sus ojos se iluminaban intensamente al reír y esparcían su honda dulzura por todos los rasgos de la cara en las que las mejillas hundidas y los pómulos salientes con cierta transparencia de cera acusaban inquietantes claudicaciones de la salud. Su mano era fina, huesosa, de dedos alargados. Apretaba bien, denotando vibrante fuerza de nervios y una cálida electricidad de espíritu. Y lo vi entonces iluminado por una luz interior de bondad evangélica, que acentuó a mis ojos su parecido físico con el Jesús divulgado por las estampas”. [Emilio Frugoni. Cómo conocí a Rafael Barrett – La sensibilidad americana] Gracias a las recomendaciones de Frugoni, Barrett comenzará a trabajar con Samuel Blixen en La Razón de Montevideo, y también publicará artículos en El Liberal. Escribe, polemiza, y hace amigos por doquier. Todos quieren conocerlo. José Eulogio Peyrot será inolvidable en su vida por el afecto y entrañable relación de amistad que entablaron. “Fue una radiosa tarde… cuando leí por primera vez un artículo de Barrett. Era una maravillosa composición honda, sentimental y justiciera, y de una condensación inverosímil. (…) sin preámbulos me enderecé a él y rebosante de fogoso entusiasmo le hablé de sus esclarecidas dotes de pensador y literato. Y en la plenitud de la exaltación, extravasando las lindes de la urbanidad convencional le pregunté quién era, de dónde venía, cómo se llamaba… Barrett comprendió mi sinceridad”. (José Eulogio Peyrot) Nada lo detiene, sus artículos son leídos en todas partes, despiertan polémicas, y es reconocido por todos los rincones y por figuras como José Enrique Rodó: “Hace tiempo que cuando tropiezo con persona a quien merezca la pena esta clase de recomendaciones, le pregunto, venga o no a cuento, «¿Lee Ud. La Razón? ¿Se ha fijado Ud. en unos artículos firmados con las iniciales R.B.?» y cuando me contestan negativamente, me doy el placer, entre vanidoso y desinteresado, del gourmet que revela, a otros que también lo son, donde pueden gustar una ignorada golosina. Rafael Barrett fue un gran corazón que, por caso no frecuente en el mundo, vibró en consonancia con un gran cerebro”. Trabajando desde Uruguay, escribiendo en los diarios mencionados y publicando en numerosas revistas –hace del periodismo literatura con la radicalidad de su pensamiento–, es discutido también en Buenos Aires, se lo menciona como “El primer cronista de América” como él mismo se lo cuenta a su esposa Panchita en una de las tantas y amorosas cartas que le envía a Paraguay y que son una obra en sí misma por la calidad de su prosa cuidada y profunda. En Montevideo deberá ser asilado, en una Casa de Aislamiento, por lo avanzado de su tuberculosis, pero no deja de escribir, y cuando se siente mejor, cuando recupera sus fuerzas, decide volver junto a su familia pase lo que pase... “Pase lo que pase no abandonaré nunca del todo al pobre Paraguay, a quien amaré siempre, porque allí me hecho mejor y te he conocido”. (Carta de Barrett a Panchita) Es así que en marzo de 1909 inicia el viaje de regreso, pasando por Corrientes, Argentina, para luego continuar a Paraguay. Se establecerá en una estancia de Yabebyry, donde volverá a reunirse con su amada Panchita y su hijo Alex en julio de 1909. La tuberculosis pulmonar está avanzada y se siente muy débil. El cuidado de su esposa lo mantiene de pie. Yabebyry, paraje selvático, no es el lugar más adecuado para su salud y su familia, por lo cual en febrero de 1910 se mudan a San Bernardino. Nunca ha dejado de escribir, envía sus artículos, recopila sus obras y las manda a Uruguay porque no tiene posibilidades que lo publiquen en Paraguay, con lo cual recurre a un amigo uruguayo llamado Bertani que es editor y está dispuesto a publicarlo en Montevideo. En esa última estadía en tierras paraguayas es que tendrá por gratificación la felicidad que toca a la puerta de su espíritu, en junio de 1910 al recibir el único libro que verá publicado en vida y que preparó con tanta dedicación: Moralidades Actuales. En el día uno de septiembre de ese mismo año, el hombre asediado por todo, pero achacado por la enfermedad, emprenderá un viaje en barco que lo llevará a Buenos Aires, Montevideo, Madrid, para finalmente arribar el veinticuatro de ese mismo mes en París donde intentará hallar una cura para su tuberculosis pulmonar que había sido detectada durante su estadía en Montevideo entre noviembre de 1908 y 1909 donde estuvo internado un tiempo. Gracias al pago por su trabajo de periodista y a la inestimable ayuda de muchos amigos de Uruguay es que Barrett pudo solventar este largo viaje de regreso a Europa. Deja atrás a su amada familia, deja sus escritos, deja conceptos claros y contundentes de los años más prolíficos de su vida. Su idea política de la sociedad la expresó con claridad ya que estaba convencido de que no había logros verdaderos y profundos a través de la democracia representativa. Por lo tanto despreció a los políticos en ese armado institucional. Él concebía lograr una nueva sociedad, a través de una nueva educación por el amor y el ejemplo. “Es por la obra que nos ponemos en contacto con la esfinge. No es seguramente como espectadores que descifraremos el enigma de la realidad, sino como actores”. Deja atrás su obra literaria que se compone de artículos, notas, comentarios, cuentos, y en menor medida ensayos, conferencias y discursos. El cuento breve de nuestra América aún le debe ese merecido lugar que se ganó Rafael Barrett con sus magistrales y punzantes cuentos. ¿Será acaso que provoca cierta picazón el claro mensaje que el contenido de sus escritos exhibe a través de los conflictos sociales, culturales, políticos, de ese momento histórico pero sin perder vigencia alguna, ni exquisita belleza de estilo? Es un escritor de acerada crítica social y a la vez un ser profundamente espiritual, admirador incansable de Jesús y de Tolstoi. Toda su obra es una mirada aguda y crítica que germina en profundas reflexiones, con enorme corazón y lucidez deslumbrante, sobre todas las cosas. Corría el mes de noviembre de 1910 y Rafael Barrett seguía escribiendo desde la clínica en Arcachon, Francia, donde intentaban curarlo de la tuberculosis cuando se entera que con 82 años, enfermo de neumonía, alejado de su tan querida residencia de Yasnaia Poliana, alojado en una estación ferroviaria, muere quien fuera el hombre y escritor más admirado por él. La muerte del creador de obras inmortales para la humanidad como Ana Karenina, Guerra y Paz, La muerte de Iván Ilich, La sonata a Kreutzer y tantas obras más, sucede el veinte de noviembre y los separaban 47 años de vida. Ese mismo día escribió en una carta a su amada esposa Panchita: “Mi alma está pegada a la tuya. Tengo los labios de mi hijo sobre mi frente. ¡Qué lejos están! ¡Qué incertidumbre, Señor, acabar de una vez de un lado o de otro!” Y al mes siguiente, en diciembre, recostado en su lecho de enfermedad luego de haber escrito sobre él, su amado maestro Tolstoi, lo acompañará en ese destino irremediable de todos los seres vivos. Un 17 de diciembre, en pleno invierno, a las cuatro de la tarde y a orillas del Mar Cantábrico, Rafael Barrett dejó caer su pluma para siempre. 20 de noviembre de 2020 A 110 años de la muerte de León Tolstoi Marcelo Cafiso