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Introducción

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Las relaciones personales parecen ser un rompecabezas.

A menudo decimos que las relaciones son difíciles, sin caer en la cuenta de que tal vez las personas somos “difíciles”. Buscamos personas que cumplan nuestras expectativas y relaciones que nos hagan felices; y esta expectativa no realista activa infinidad de conflictos.

Es como si renunciáramos a ser felices por nosotros mismos; y en su lugar, pusiéramos en manos ajenas las propias expectativas de felicidad. No es de extrañar que las relaciones personales se conviertan en una fuente de conflictos y un rompecabezas indescifrable.

El amor romántico, o inconsciente, poco tiene que ver con el amor verdadero. Y esa confusión es la causa de muchos conflictos en las relaciones personales. El romanticismo es idealización, apego o pura necesidad del otro; y la necesidad es una falta de amor severa hacia la persona que se dice amar.

La concepción romántica del amor ha creado muchos problemas a hombres y mujeres que han sido víctimas de sus propias fantasías de amor.

Esto no significa que no convenga ser: afectuosos, cariñosos, atentos, tiernos, detallistas, cálidos, suaves, entregados… con las personas con las que nos relacionamos. Solamente significa que únicamente siendo conscientes de en qué hemos convertido las relaciones, podremos construir relaciones conscientes o sanas emocionalmente.

En el fondo, cada relación es un encuentro con uno mismo reflejado en el espejo del otro. Las relaciones, sobre todo las de pareja, nos enseñan cómo somos y lo que más necesitamos aprender. Pero por desgracia, cuando alguien decide que su pareja no cumple sus expectativas, cambia el “espejo” –es decir, cambia de pareja- sin comprender que una y otra vez verá lo mismo en todas sus nuevas parejas hasta que no se cambie a sí mismo (es decir: lo que pone delante del “espejo”).

Cada nueva persona que encuentra es un reflejo, y cada relación una nueva oportunidad de ser más consciente en sus relaciones.

Mejorar las relaciones no consiste en mejorar la relación con la pareja sino en dejar de relacionarse con el propio ego.

En las relaciones inconscientes parece que cada persona posee el extraño derecho de señalar y juzgar las faltas del otro. Y atribuirse la dudosa potestad de poder corregirle “por el bien de la relación”. El pensamiento que lo resume es: “Yo sería feliz si tan solo tú fueras de otro modo”. Pero buscar relaciones perfectas cuando uno mismo no es “perfecto” solo atrae relaciones imperfectas.

¿Por dónde empezar?

Para crear relaciones conscientes que funcionen:

 Dejar de buscar (mejor “convertirse” en la clase de persona que se busca)

 Después de una ruptura, hacer una “dieta de relaciones”, darse tiempo y espacio

 Recuperar la energía física y el equilibrio emocional

 Aprender a estar solo sin que ello sea doloroso o traumático

 Ordenar el espacio emocional propio y clarificar valores

 Prepararse para una nueva relación

 No perder “la inocencia” y frescura para empezar de nuevo

 Confiar en que todos merecemos ser plenamente amados

Si nos saltamos el proceso de cambio, y no hay transformación personal, en la nueva relación aflorará el temor de relaciones anteriores, y la carga de dolor perjudicará la nueva relación. Parece que no son dos en la relación, sino la suma de todas las ex parejas, los fantasmas del pasado y de sus miedos a repetir las viejas historias de dolor.

Las relaciones que funcionan son conscientes (maduras emocionalmente) y se establecen entre dos personas que se sienten completas, porque no creen que les falte su “media naranja”, se sienten una “naranja completa”. Por supuesto, no significa esto que no quieran tener pareja (o una amistad). La desean, pero no la necesitan, son cosas muy diferentes.

Las personas conscientes comparten su plenitud, no se relacionan para completar sus supuestos vacíos, ni para mitigar la necesidad de estar en compañía. Y entonces, de alguna manera, lo que está completo atrae a lo completo, y lo que está incompleto a lo incompleto. Los iguales se atraen. Intuitivamente entendemos que cuando dos personas se encuentran, y se reconocen completas en sí mismas y no necesitadas, las relaciones empiezan y fluyen con suavidad.

¿Cómo encontrar una persona completa en sí misma, no necesitada? Puede parecer extraño, pero la clave es reflejar las cualidades que buscamos en la pareja ideal. Si alguien quisiera tener a su lado a una persona cariñosa, lo mejor será mostrarse cariñoso; si desea conocer alguien educado, lo propio es mostrase educado… Cuantas veces olvidamos esta sencilla regla: “Sé tú la persona que quisieras tener a tu lado”… y tarde o temprano aparecerá y se fijará en ti (cómo no iba a hacerlo si se verá reflejada).

Las personas conscientes que establecen una nueva relación, en realidad no buscaban una relación aunque tal vez la esperaban. Buscar la pareja ideal, o el amigo ideal, sería tanto como buscar una aguja en un pajar. Porque “buscar”, por definición, significa implícitamente: carencia, ausencia, necesidad…

No puede buscarse una relación, todo lo que puede hacerse es crearlas.

Muchas personas no entienden porqué siempre llega a su vida un mismo estereotipo de persona, ya hablemos de parejas o de amistades. Una y otra vez sus parejas, o amigos, parecen fotocopias siguiendo un mismo patrón. Parece que no haya otra clase de persona disponible para ellas. No sirve de mucho buscar a la persona con tal o cual cualidad. En su lugar, ser la persona adecuada y en posesión de esas cualidades, sí es útil. Como los iguales se atraen, aparecerá alguien con esas cualidades.

En lo que refiere a las relaciones, hay una estrategia mucho mejor de la que sigue el ego y se basa en el amor consciente, algo así como “amor sabio” pero no una sabiduría de la cabeza, sino del corazón.

Para saber estar en pareja es necesario antes saber estar solo. No es sencillo encontrar personas que no odien estar solas. Llegar a tolerar, incluso amar, estar solo, y sentirse bien, es un gran logro personal. Por esa razón, no es aconsejable empezar una nueva relación justo al terminar otra. El campo también necesita un tiempo de regeneración entre cosechas, lo llaman “barbecho”.

Nosotros podríamos llamar a ese tiempo: “dieta de relaciones”, para referirnos al tiempo que una persona se regala a sí misma para: recomponerse, centrase, atenderse y prepararse para la siguiente relación.

Cuando se resuelve el miedo a la soledad, se deja de creer en las relaciones superficiales, egoístas e inconscientes como escudo de protección. Estar solo no es una garantía de no sufrir más sino que al contrario añade más sufrimiento. La soledad no es buena ni es mala. Es lo que cada uno hace con ella, es como un desierto (los desiertos nunca están vacíos), pero como todos los desiertos, un día terminan y es la salir de ellos cuando se reconoce su valor.

Llegar hasta el final de la soledad, la agota como sistema de aprendizaje y la cancela. Tratar de suspenderla, de forma artificial, solo pospone el proceso necesario de la soledad para más adelante…

Logramos cruzar el desierto de la soledad y la desesperación gracias a la confianza en el propósito del proceso. En esa difícil travesía, el ego sucumbe.

Cuando se resuelve el miedo al abandono, empezar una relación no es una amenaza sino una nueva oportunidad. El mayor logro de la relación consciente es que ambas personas están dispuestas a amar como si nunca antes hubiesen sido heridas, sin volcar en la nueva relación el dolor de relaciones anteriores. En realidad, esas dos personas son “nuevas” y por ello destilan frescura y atractivo (no están resentidas, no son desconfiadas, no rezuman amargura y por eso atraen tanto)…

Cuando se resuelve desactivar al ego, la nueva relación no está debilitada por el temor a amar sin condiciones ni apegos. El final del ego es lo que la mente podría interpretar como la destrucción de la individualidad, la anulación, cuando en realidad es una transformación y la salvación de la relación.

El ego es el estorbo número uno en cualquier relación personal, ya sea de amistad o de pareja, y la causa de que fracasen, como suele suceder. Si tan solo las personas mantuvieran su ego a un lado, fuera de escena, la historia sería otra. Las relaciones seguirían empezando y acabando, según su tempo y propósito, pero no tendrían el sabor amargo que a menudo dejan en el recuerdo...

…Cuando todo eso ocurre, las personas conscientes descubren que en realidad no temían empezar una nueva relación, o acabarla; sino que en su inconsciencia, temían el infierno en el que, con anterioridad, habían convertido sus relaciones.

Raimon Samsó, autor

www.supercoaching.es

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