Читать книгу Breviario de pequeñas traiciones - Ramón Bueno Tizón - Страница 6

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Dafne camina con prisa, pantalón negro, top blanco. Tacones. Lentes oscuros en todo momento. Habitación trescientos diez, tercer piso, subes por las escaleras y a la mano derecha. Debería haber un ascensor, caray. El hotel Serenzza antes era el Heraldo, ¿verdad? No lo recuerdas pero te lo han dicho tantas veces y todos siguen llamándolo así, el Heraldo. Es discreto porque no tiene letreros en la calle, sus paredes están pintadas de colores mate y hay poca iluminación en los pasillos. Te parece mucho más caleta que su vecino el Queen’s, que tú conoces mejor, ese otro hotel que está muy cerca del cruce de las avenidas Nicolás Arriola con Javier Prado. Dafne llega a la puerta de la habitación trescientos diez del Serenzza o del Heraldo, da lo mismo. Crees no haber estado antes ahí, justo en esta habitación. Esta es, ¿no?

–Sí. Habitación trescientos diez del Heraldo. A las seis en punto.

La voz de Noemí al otro lado del celular suena perentoria, como si estuviese dando una orden. Valeria mira su reloj, calcula su tiempo. Tienes cuarenta minutos para cambiarte, coger tu cartera y salir volando. Además, debes inventarte una buena excusa en casa porque te vas a perder un par de horas, mínimo. Valeria hace una mueca, se estira todo lo larga que es sobre su cama. Estás viendo un capítulo repetido de Sex and the City por el cable, pero ya te enganchaste. ¿Por qué no va Jade, mejor? Vamos, no remolonees y anda de una vez.

–¿Puedes, no? –dice Noemí, la voz apuradita.

–Sí –dice Valeria–. Ahí voy.

Dafne se sube los lentes por encima de la cabeza y toca la puerta, tres golpecitos firmes. La puerta se abre. Entonces lo reconoces de inmediato, mujer. Ay Dios, qué roche, no puede ser. Más calvo, más canoso en lo poco que queda de pelo, pero los mismos ojos claros que ahora te miran de pies a cabeza, comiéndote. Dafne siente cómo la sangre se le congestiona en las mejillas, los ojos muy abiertos. Es él, es él, sí, las caras nunca se te olvidan. ¿Y Dani? Pobre Dani. Ni hablar, Valeria. Lárgate de aquí. Explícaselo a Noemí, te va a entender. Dafne abre ligeramente los labios, como si fuera a decir algo. Vete, vete. ¿Cómo es posible? Maldita coincidencia, algún día tenía que pasar. Ahora te quiero ver. Imagínate lo que diría Diego. Di que te equivocaste y media vuelta. Sal corriendo, Valeria. Vete. Piensa en Dani. Pobre Dani.

–Hola –dice Dafne, la voz tranquila–. Jorge, ¿no?

El hombre abre aún más la puerta. Dafne permanece en su sitio, sin moverse. Te ha reconocido, carajo, ya te jodiste con Dani. Vete de aquí, vete. Dile a Noemí. Qué vergüenza, mujer. Pobre Dani. No puedes hacerle esto a Dani. ¿Y la mamá de Dani? ¿Y Diego? Vete, vete. El hombre ahora le sonríe a Dafne. ¿Cuántos años que no lo veías? Entonces eras una niña o una adolescente y no te llamabas Dafne, pero siempre sentiste esos ojos clavados en ti, especialmente cuando pegaste el estirón y te vino el desarrollo. ¿Quince años? No, tanto tiempo no. Menos, mucho menos. ¿Doce, diez años?

–Adelante, pasa por favor.

Valeria se despide de su madre con un beso. Caminas asustada y con pasos suaves hacia ese señor tan alto y de frente amplia que te abre por completo la puerta. La casa de Dani está rodeada de jardines inmensos, tiene piscina, intercomunicador eléctrico y hasta un circuito cerrado de televisión. ¿Cómo se llama esta calle? Avenida Velasco Astete, muy cerca de la avenida Primavera. Santiago de Surco. Cómo te gustaría vivir aquí. Valeria logra distinguir una fuente de agua mientras se dirige hacia el interior de la casa. Unos escalones de piedra te llevan al vestíbulo principal, totalmente iluminado por un ventanal que da a otro jardín, también enorme. Hay una escalera, toda de madera reluciente y con balaustradas, que asciende dando vueltas amplias hacia el segundo piso. Valeria se detiene sin saber qué hacer, hacia dónde ir. Dani te lo había contado con lujo de detalles, pero una cosa es escuchar y otra muy distinta verlo con tus propios ojos.

–Sube –dice el señor alto de frente amplia–. Dani está en su cuarto. Es la primera puerta de la mano izquierda.

–¿Dani? –Valeria se detiene al final de la escalera.

–Entra nomás, no te quedes ahí parada.

Dafne da unos pasos hacia el interior, ingresa completamente. Reconoces la típica habitación del Heraldo o del Serenzza: la cama matrimonial que lo domina todo, los espejos, las lámparas en las mesas de noche. El televisor de la pared está encendido en el canal de los toros. Claro que sí, los toros. ¿Qué diablos haces aquí, muchacha? Por el amor de Dios, da media vuelta y lárgate. Ten un poco de sangre en la cara. Dafne huele el olor a cigarro. Regrésate, Valeria. Estás a tiempo, vete. No puedes hacerle esto a Dani. Pobre Dani. No puedes hacerle esto a Diego. Dafne vuelve a ver la pantalla del televisor, vuelve a ver los toros.

–¿Te gusta?

Tendido cuatro. Barrera y contrabarrera. Valeria mira por primera vez el albero de la plaza de Acho, un ruedo perfecto de arena clara con dos círculos concéntricos, pintados con tiza blanca rabiosa. Una tarde espléndida, qué tal solazo. Felizmente estás en los tendidos de sombra y no al frente, en sol, donde debe haber pura gente naca, gente nada que ver. Falta muy poco para las tres y media de la tarde. La plaza se va poblando cada vez más. Predominan las camisas o blusas blancas, los sombreros jipijapa, los habanos. Hay un grupo de tíos a tu derecha. Toman vino en bota y cantan a voz en cuello Que viva España. Valeria se ríe, canta con ellos. Estás contenta, pero Dani parece que no. Ella ya ha venido antes, dice que le aburren los toros y por eso te pidió que la acompañaras. Sin levantar la vista, Dani alisa una y otra vez las puntas del mantón de Manila que ha extendido sobre la barrera junto con Valeria apenas llegaron. Vas a decirle algo pero sientes unos golpecitos en tu hombro izquierdo.

–Me dijeron que eras muy bonita y no mintieron.

El hombre cierra la puerta, se planta en medio de la habitación. Sobre la pequeña mesa que está al lado de la cama, Dafne ve una botella de whisky, un vaso con hielo y aceitunas rellenas. Ha empezado temprano, el tío. También es temprano para que te vayas, Valeria. No la cagues, llama a Noemí. Piensa en Dani, piensa en Diego. Dafne sigue mirando a su alrededor. Una cajetilla de Marlboro Lights. Un cenicero con un par de colillas. ¿También habrá cocaína? ¿Jalará este tío? ¿Y viagra? Imagínate un infarto ahorita, qué haces. Cómo verle la cara a Dani después. Pobre Dani. Vete, por favor. Vete.

–¿Quieres tomar algo?

–Agua mineral sin gas –dice Dafne–. Sin hielo.

El hombre llama a la recepción por teléfono mientras Dafne se queda de pie. ¿Se llamaba en verdad Jorge? Nunca fuiste buena con los nombres. No es como las caras, los nombres siempre se te escapan. Más aún si han pasado tantos años. Vete, Valeria. Vete. Dafne juega con su cadenita al cuello, de donde cuelga un corazoncito. El tal Jorge debe andar por los sesenta y largos, late sixties, como dirían los gringos, muy bien podría ser tu padre, Valeria. Aunque eso hace tiempo dejó de ser un problema para ti. Dafne sonríe ligeramente. Jorge, o como se llame este buen señor, lleva una camisa celeste de tela tramada y un pantalón de vestir que debe ser parte de un traje. No ves la corbata ni el saco. Estarán en el perchero dentro del clóset o tal vez en el carro. ¿Un Mercedes? ¿Un Audi? Tenían un Volvo hace tiempo, era antiguo. Dafne le mira los zapatos. Para tasar a un hombre, mírale los zapatos. Son amplios. Brillan. Te gustan.

–Siéntate, siéntate.

Valeria se sienta en un puf rosado, que bota un poco de aire al sentir su peso. El cuarto de Dani está repleto de muñecas Barbie de diferentes modelos y Cabbage Patch Kids originales, con certificados de nacimiento y todo. Ni hablar de los repollitos nacionales que alguna vez tuviste, Valeria. Pero hay más, mucho más. Valeria cuenta los muñequitos Potato Heads alineados en las repisas de una estantería, cubierta con calcomanías de Strawberry Shortcake y Hello Kitty. Hay un ejército de caballitos My Little Pony, todos encima de la mesa de noche. Esto se lo deben traer de Miami, piensas. Daniela está echada sobre su cama, junto a un osito de peluche. Pasa distraídamente las hojas de su Trapper Keeper mientras come unos caramelitos Tic Tac naranja. La cajita tintinea cada vez que se la lleva a la boca y tú te preguntas si estarás bien vestida para ir a Acho, con tu jean nevado que compraste con tu mamá esta mañana en el mercado de Lince y tus zapatillas Vans negras que al fin te regalaron la Navidad pasada. Valeria sigue sentada, la espalda derechita. Como si te hubieras tragado el palo del jaboncillo, muchacha. Dani cierra su Trapper Keeper.

–¿No te pones cómoda?

Eso significa que te desnudes, mujer. Jorge sonríe, Dafne también. No te ha reconocido o lo disimula muy bien. Le dices que traigan el agua primero, que por ahora puedes aceptarle un cigarrito. Es increíble que hasta ahora no te hayas ido, Valeria. Jorge camina hacia la mesa, coge la cajetilla de Marlboro Lights y saca un cigarrillo totalmente blanco. Dafne lo coloca entre sus labios y aguarda el fuego. El dedo anular de Jorge luce un anillo matrimonial sólido, grande. Sigue siendo un tío regio, un abuelo bien plantado. Mucho dinero y pocos vicios. Salvo las mujeres, claro. Toda la vida. Pobre la mamá de Dani, lo que ha tenido que soportar. Pobre Dani, lo que le pasó. Ni se te ocurra mencionarla. Jorge enciende el cigarrillo con un Zippo plateado. Dafne da una calada y sopla el humo. ¿Te vas a quedar, muchacha? ¿Y Diego, Valeria?

–Volvió a Buenos Aires. Regresa en tres meses.

El departamento de Noemí. Todo rojo, puro humo. Valeria y Noemí fuman un skunk de primera calidad, mientras hacen tiempo para ir a Barranco. Tienes que estar ahí antes de las diez, pero si llegas tarde no pasa nada. Noemí enciende el equipo de música y coloca el disco pirata de James, que compraron juntas por la tarde en Polvos Rosados. You’re as tight as a hunter’s trap, hidden well, what are you concealing… Valeria cierra los ojos, le da otra pitada al huiro. No hay nada como un huirito y buena música para que dejes de pensar que el amor de lejos es un amor de pendejos. Poker face, carved in stone, amongst friends but all alone, why do you hide

–Tres meses es mucho tiempo. ¿Puedo ir contigo?

Valeria se acurruca junto a Diego, los dos desnudos sobre la inmensa cama king size, completamente destendida. Hotel Los Delfines, San Isidro. Muy cerca del Golf. Estás con tu Diego querido, cosita. El famoso Diego Silvestrini. Típico argentino, según Noemí. El hombre perfecto, según tú. Lo abrazas fuerte, cosita. Lo besas, lo mimas. Ya te jodiste en serio, porque te has enamorado hasta los tuétanos. Lost in your eyes, mismo Debbie Gibson. Templadísima. Y porque sabes muy bien que Sagitario es compatible con Acuario, te lo dijo una bruja. Diego Silvestrini sonríe, cierra los ojos, se hace el dormido. Valeria se incorpora sobre sus brazos, se despeja el cabello que cae sobre su frente. Quieres que te haga el amor de nuevo, mujer. Salvajemente, sí: toda la noche sin parar. Pero primero quieres que te responda. Valeria comienza a sacudir a Diego Silvestrini. Quieres que te lleve con él a Buenos Aires. Lo dejas todo por Diego, la chamba en el colegio, las noches de Barranco. ¿Cómo es posible que te hayas flechado así? Si apenas lo conoces, si no sabes muy bien qué es lo que hace, ¿verdad?

–¿A qué te dedicas? Aparte de buscar mujeres bonitas, claro.

Dafne ahora ríe, Jorge también. ¿Cómo puedes ser tan descarada? ¿Cómo no sales corriendo de aquí? Así no eras antes, Valeria. Así eres ahora, Dafne. Jorge dice que es abogado, que es dueño de un estudio. Entonces lo recuerdas, sí. Eran abogados, claro. Dafne vuelve a llevarse el cigarrillo a los labios. Es curioso cómo los hombres se abren así ante una desconocida cuando se trata de alardear. Sobre todo si es cierto. Aunque tú no eres una desconocida, pero eso ahora no importa. ¿Seguro que no importa? Los ojos del tal Jorge son claros, como los de Dani. Dani también es abogada. El Estudio Lenz, por supuesto. Jorge Lenz. Tampoco había mentido con su nombre. Todo encaja, muchacha. Jorge Lenz levanta su vaso de whisky, se acerca lentamente. Abogado, sí. Dafne retrocede unos pasos, vuelve a reír. Abogado, mira tú.

–Entonces serás mi abogado –dice Dafne.

–Cuando quieras, cosita.

Noemí lanza una carcajada. ¿Eso te dijo? ¿Puedes ir con él a Buenos Aires? Cuando quieras, cosita. Jurujujaja, mismo Horacio Ross en Noti Insólito, canal veintisiete UHF. También era argentino Horacio Ross, ¿recuerdas? Valeria se lleva el huiro a los labios, aspira fuerte, sopla una bocanada larga. ¿Cuántos huiros van? ¿Cuántas veces han repetido el mismo disco de James? Ya te sabes de memoria casi todas las canciones. Say Something, Born of Frustration, Sometimes… Noemí se levanta, comienza a desnudarse para cambiarse de ropa. Valeria la mira. Tú también debes cambiarte, ya se hizo tarde para ir a Barranco. Cuando quieras, cosita. ¿No te das cuenta de que es una frase cliché, primita? Noemí se pone un top negro ajustado, sin sostén. Si de verdad le importaras ya te habría llevado con él a la China. ¿No te das cuenta? ¿No ves?

–Veo que tienes problemas legales –ríe Jorge Lenz.

Suenan unos golpes en la puerta. Dafne se pone seria. Aprovechas para ganar tiempo, sí. Tiempo, tiempo. Jorge Lenz abre y un hombre pequeño le entrega un vaso junto con una botella de agua mineral recién destapada, todo sobre una bandeja. El hombre se va y Jorge Lenz cierra la puerta. Vuelve a coger su vaso de whisky, le alcanza el vaso de agua mineral a Dafne. Última llamada, Valeria: lárgate de aquí. Vas y se lo explicas a Noemí. No le hagas esto a Dani. Pobre Dani. Qué va a pensar Diego Silvestrini, muchacha. Aunque no tiene cómo enterarse, cosita.

–Salud, entonces.

Valeria levanta la bota de vino, abre los labios y apunta el chorro hacia su boca. No puedes contener la risa, sientes que el chorro va a salir disparado por cualquier lado. Dani y sus papás también ríen. Ahora entiendes a la pobre Dani, Valeria. Ya van dos toros y no puedes soportar lo que sucede en el ruedo de Acho, qué tal salvajada, cuánta sangre, cuánta maldad. Pobres animales. Valeria baja la bota de vino, no derrama casi nada. Al principio es bonito, sale el toro y juegan con él y nadie resulta lastimado. Incluso el primer torero lo esperó de rodillas, frente a la puerta de los corrales o los toriles, como se llame. Pero luego vienen los caballos con esas lanzas enormes y comienza la carnicería. Sangre y más sangre. Suenan los timbales, va a salir el tercer toro. Valeria voltea la cara hacia otro lado. Miras al papá de Dani, altísimo, con su frente tan amplia, que ríe abiertamente.

–¿Qué estamos celebrando?

–Estar juntos ahora.

Dios, ¿te reconoció? ¿Qué quiso decir? Vete, Valeria. Vete. Piensa en Dani, pobre Dani. ¿Le vas a hacer esto a Dani? Dafne coge nuevamente el vaso de agua, bebe un sorbo largo. Estás muy tensa, relájate. No pasa nada. Dani no tiene por qué enterarse. Él nunca se lo diría. Tú tampoco, ¿no? ¿Y Diego? Ya basta. El canal de los toros sigue encendido, pero Dafne recién repara en que no tiene sonido. Tantas emociones juntas, pues. Jorge Lenz bebe despacio, con esa seguridad que tienen los hombres mayores acostumbrados al éxito con las mujeres. Esa seguridad que ya tiene Diego, sin ser tan mayor. Dafne deja el vaso de agua mineral sobre la mesa. Vuelve a llevarse el cigarrillo a los labios, vuelve a soplar el humo. Las vueltas que da la vida, Valeria.

–Bueno, pero cambiemos de canal –dice Dafne–. No me gustan las corridas de toros.

–A mí tampoco –dice Daniela.

El Mesón de Acho. Peñas, tunas, el cante jondo. Las bailaoras de flamenco. Valeria aplaude, sigue el ritmo de la música con las palmas. Pobres toritos, Dani. Es horrible, ¿cómo hay gente que le puede gustar? Pero venir a Acho es mostro, eso sí. Sobre todo los previos, muchacha. Te encanta el ambiente y por eso vienes feliz cuando Dani te pide que la acompañes. Y ese toro enamorado de la luna, cantan los chicos de la tuna universitaria, capas largas, medias negras de mujer. Valeria canta con ellos. Te pones lo mejor que tienes cuando vienes porque aquí te encuentras con todo el mundo, las amigas del cole, sus papás, los chicos guapos con esos lentes Wayfarer bravazos y esas chompas de colores vivos, anudadas sobre los hombros. Que abandona por las noches la maná… Y la comida, qué delicia, paella valenciana y cochinillo a la segoviana, la carne tan suave que puede cortarse con una cuchara. La tuna termina la canción y la gente aplaude, se pone de pie. Valeria también. Todo es chévere hasta que van a los tendidos de sombra y empieza la matanza y tú no puedes ver cómo sufren los toritos y Dani tampoco, pero entonces ya no se pueden ir, maldita sea, nadie les hace caso, no entienden cómo la gente se alegra ensañándose con un animalito que no les ha hecho nada. No, no hay forma. Mejor es estar aquí, Valeria, diez o doce años después.

–Pon lo que quieras –Jorge Lenz le tiende el control remoto a Dafne. Percibes su perfume de hombre, olor a madera, a bosque, a tierra húmeda–. Quiero que estés cómoda.

Otra vez la palabrita. Quiere que estés calata, no puede aguantar más, te quiere atravesar de una buena vez. ¿Estará apurado? Mejor, así terminas rapidito. ¿No sería bueno que te vayas? Dafne deja el cigarrillo en el cenicero, cambia el canal de la televisión con el control remoto, busca música. Jennifer López. Ain’t it Funny. Ajá. El videoclip en tonos sepia. Dafne sube el volumen. Te gusta Jennifer López, te gusta J. Lo. Te sientes identificada con ella. Te gusta su estilo, desde que la viste cantar Let’s get loudy dominar a toda una multitud con el poder de su cuerpo. Te gusta cómo le ganó la pulseada a esa Miss Universo y le quitó limpiamente a Marc Anthony, nada menos. Dafne sigue el ritmo de la música con la cabeza, levemente. Pero lo mejor de todo es lo bien que se conserva esta maldita, qué tal tarro el que se maneja, y eso que tiene diez años más que tú, imagínate.

–Bueno –dice Dafne–. Hablemos de negocios, entonces.

Jorge Lenz le entrega unos billetes. Son dólares. Dafne los cuenta. Te parece de muy mal gusto contarlos, pero no hay remedio. Bisnes son bisnes, como dice Noemí. Dafne los guarda en su cartera. Jorge Lenz comienza a desvestirse. Tú también debes hacerlo, pero estás paralizada. ¿Ya te habrá reconocido? ¿Se está haciendo el huevón? ¿Es un huevón? O quizás es mucho más pendejo que tú y Noemí juntas, ¿no? Ay, mira lo que le vas a hacer a Dani, mujer. Por eso no tienes derecho a un hombre como Diego, muchacha. Dafne sigue inmóvil. Devuélvele la plata y lárgate de aquí. Estás a tiempo, todavía estás a tiempo. Noemí te va a matar si regresas con las manos vacías. No, si se lo explicas, te va a entender. Jorge Lenz tiene el pecho amplio, bien trabajado en el gimnasio para su edad, cubierto por completo de vellos blancos. No lleva cadenas ni pulseras, solo un Rolex de oro en la muñeca izquierda. Vete, Valeria. Pobre Dani.

–Tengo una fantasía.

Jade camina lentamente hacia el hombre atado al caballete, mientras Dafne y Tali la observan. Nunca has visto algo parecido, estás temblando de la emoción. El ambiente es oscuro, apenas iluminado por unos cirios altos. Las llamas danzantes proyectan sombras largas en las paredes. Te encanta el atuendo de Jade: un camisón abierto que deja expuestos sus pechos, portaligas y medias de encaje, guantes y botas altas de cuero, todo de negro. Y nada más, salvo por el látigo en su mano derecha. Dafne pasa saliva. Primero va Jade, luego Tali y después el turno es tuyo. Jade levanta su brazo derecho, el látigo corta el aire y suelta el primer zurriagazo en las nalgas del hombre, que lanza un chillido de dolor. Una marca roja se enciende en la blancura de la carne recién azotada. Y tú sientes que estás toda empapada, porque ya quieres que te entreguen el látigo y lanzar esa descarga de poder y adrenalina, ¿no es así?

–¿Una fantasía, dijiste?

Dafne abre los ojos como platos. Lo único que faltaba, la cereza sobre el pastel. Ya tienes más que suficiente y encima esto. Vete de aquí, Valeria. Pero, ¿qué diablos pedirá ahora? ¿Azotes? No estaría mal, por viejo verde. ¿Y si pide el especial? Ni hablar, no es que seas una santa pero con este tío ni muerta, no podrías mirarle a la cara a Dani en lo que te queda de vida. Es más, ni siquiera has traído lubricante. Dafne deja exhalar un pequeño suspiro. ¿Pedirá un trío? ¿Una mujer y dos hombres? ¿Dos mujeres y un hombre? Ya lo has hecho antes, pero es una joda, por ese tema de los tiempos muertos entre preservativo y preservativo. Imagínate si justo ahora sale alguien del armario. O le abre la puerta a una tercera persona. Una fulana de la calle, un flete del Parque Kennedy, otro tío regio, su esposa, un travesti. Vete, Valeria. Dafne deja la colilla del cigarrillo en el cenicero. Te dan ganas de acusarlo con Dani. Vete de una vez, Valeria. Explícaselo a Noemí. Pobre Dani. Entonces Jorge Lenz te pide que no lo mires con esa cara, que solo quiere que te pongas lo que ha traído. Dafne ladea la cabeza, como si interrogara con ella. ¿Qué disfraz será? ¿Conejita? ¿Maestra jardinera? ¿Colegiala? ¿Mujer policía? ¿Y si no es un disfraz? Como esa vez con los ponjas, acuérdate.

–Boca arriba –dice el intérprete.

El salón es amplio, muy iluminado, y en el centro hay una mesa larguísima cubierta por completo con un mantel blanco. Dafne se deja guiar por el itamae, que la ayuda a echarse con cuidado sobre la mesa, los brazos bien pegados al cuerpo. Estás completamente desnuda, te acabas de bañar con agua helada y jabón neutro. El itamae comienza a poner sushi y sashimi en los pechos de Dafne, el vientre, el sexo, los muslos. Tus pezones se endurecen, la comida está fría. ¿Cómo se te ocurrió aceptar esto? Qué roche, nunca has oído hablar de algo así. Varios hombres se acercan a Dafne. Hablan entre ellos, no entiendes lo que dicen. Todos son japonesitos. Cogen los bocados con los palillos, los remojan en salsa de soja y se los llevan a la boca. Tú sientes cosquillas, pero no te puedes mover, te quieres morir de la vergüenza pero ellos parecen no prestarte atención, siguen comiendo, qué estarán diciendo. La comida se acaba y el intérprete ordena boca abajo. Dafne lo mira. Esto no estaba previsto, pero no dices nada porque te están pagando un platal y te das la vuelta. El itamae vuelve a poner makis y rolls en la espalda de Dafne, en los hombros, en las nalgas. Qué tales pervertidos, quieren ver el tremendo culo de negra que tienes. Y así varias veces, varias vueltas. Estos hombres, todos son iguales. Tienen la mente retorcida, mujer.

–No la abras aquí –Jorge Lenz se inclina junto a la cama y le extiende a Dafne una mochila negra, pequeña–. Entra al baño y sal cuando estés lista.

Dafne cierra la puerta del pequeño baño de la habitación trescientos diez del Serenzza o del Heraldo. Cuando abres la mochila, por poco te caes. No puede ser. ¿Está loco este imbécil? Loco no es la palabra. ¿Qué es lo que se supone que debes hacer con esto? ¿Romperle el culo? Hubiese sido mejor azotarlo. ¿En serio quiere que te lo pongas? Ay, Dios. Dafne siente cómo la sangre le bulle nuevamente por toda la cara. Debes estar roja como un tomate, muchacha. Era lo último que te podías imaginar. ¿Quién lo diría, no? Tremendo rosquete, sí. Las cosas que tienes que ver. Pobre Dani, qué tal padre el que le tocó. Dafne deja la mochila en el suelo, se sienta sobre la tapa del váter con los brazos apoyados sobre las rodillas. Ay, Dani, si supieras. Dani, Dani. No le hagas esto a Dani, por favor. Vete de aquí, Valeria. Sal corriendo. Pobre Dani.

Breviario de pequeñas traiciones

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