Читать книгу Golpe de amor - Raquel Mizrahi - Страница 6
ОглавлениеNo hay barrera,
ni cerradura, ni cerrojo,
que puedas imponer a la libertad de mi mente.
Virginia Woolf
—Hola, perdón por la tardanza. Me tocó mucho tráfico a la salida de la escuela.
—¡Amiga!, creímos que no llegabas —dijo Diana mientras escribía un mensaje en su celular.
El lugar estaba repleto, a esas horas de la mañana sólo te encuentras con mujeres en pants que vienen sudadas del gimnasio. Por suerte tomaron la mesa del fondo y así teníamos un poco más de privacidad para platicar. Dejé mi bolsa en el perchero junto a la mesa de la cafetería y las saludé a todas. Tenía un par de meses que no las veía. El encuentro ameritaba un fuerte abrazo. Me senté en la única silla vacía y me incorporé a la plática tratando de entender un poco de lo que me había perdido por mi impuntualidad.
—Me voy mañana de viaje y dejo a mis hijos con mi suegra. Odio que los cuide ella porque me los regresa con una lista infinita de reclamos, ¡como si ella fuera perfecta! ¡Oiga señora!, ¿qué no ve?, estoy casada con su hijo y es lejos de ser perfecto. —Se reían a carcajadas y yo solté una risotada, por eso no me pierdo estos desayunos, te liberan el estrés. Me di cuenta de que todavía traía el boleto de estacionamiento en la mano y las llaves colgando de mi dedo, con tanto acelere mi mente no se había relajado todavía, así que pedí al mesero un plato de fruta mientras ellas seguían la conversación.
—No te agobies, Diana, tú disfruta y que se haga bolas con ellos, ponte vaselina para que se te resbale lo que te diga tu suegrita.
Las pláticas en los desayunos siempre tienen que ver con hijos, suegras, maridos, clases, terapias y un chorro de banalidades las cuales gozo escuchar. Casi nunca se tocan temas importantes que requieran de mucha atención. Esa superficialidad me conforta, le da un tono de neutralidad a las cosas y eso me permite funcionar en la vida cotidiana.
Este grupo de amigas se formó de algunas mamás de la escuela, otras con las que entreno para el maratón de la Ciudad de México y una que otra colada. No está mal para pasar un rato casual.
—¿Escucharon lo que pasó con Jessica? —dijo Elvira mientras ponía los ojos como platos, se le veían las encías de tanto que abría la boca.
—No. ¡Cuéntanos! —gritaron todas al mismo tiempo, tenían las manos aplastadas sobre la mesa y esperaron con morbo a que Elvira les soltara el chisme. La miraban con ojos de asombro y bocas entreabiertas, tratando de adivinar lo que traía entre lenguas. Aprovecharon que Jessica no vino al café para comérsela viva.
—Pues, parece, se está separando de su marido, dicen que ella le puso el cuerno con un cuate del gimnasio.
—¡No manches!, ¡qué tonta!, ¿en serio piensa echar por la borda su matrimonio y su familia por un desliz?
Todas lanzaron comentarios al aire, juzgando si valía la pena arriesgarlo todo por una calentura.
Mientras sus voces se entremezclaban en la mesa, me invadió un impulso. Di un sorbo a mi café, tragué un poco de saliva para disolver el nudo que se me formó en la garganta y comenté algo por primera vez:
—No deberían juzgar así a Jessica. A nadie le gustaría estar en su situación, ¿o sí? Nadie sabe lo que hay en la olla más que la cuchara que la mueve.
—¿Tú qué sabes, Sofía?, hablas como si también te hubiera pasado a ti —me reclamó Diana con una expresión sarcástica y burlona, a lo mejor yo podría darle una mejor historia.
—No me ha pasado mí. Pero sí sé lo que es perder la cabeza, cruzar fronteras y estar dispuesta a perderlo todo por alguien —luego de hablar me di cuenta de que la había regado, pero ya era demasiado tarde. Las caras de todas se transformaron: del juicio de Jessica pasaron hacia la sorpresa de mis palabras. Nunca imaginaron que yo, siendo tan mojigata, hubiera estado dispuesta a dejar todo por alguien.
—¿Cómo crees, Sofía? Ahora nos cuentas, chula —dijo Vicky, quien ya se había parado para irse y volvió a sentarse en su silla—.Este chisme no me lo pierdo, prefiero cancelar mi cita en el salón que irme ahorita.
Se escucharon las risas morbosas de todas, les lancé carne fresca y sus colmillos estaban listos para triturarla, claro que nadie se iba a parar de aquella mesa, la curiosidad las mataba. Querían comprender algo que no les parecía acorde con mi forma de ser. Se acomodaron inclinadas hacia adelante dispuestas a envolverse en mi telenovela, más valía que estuviera bueno el material que iba contarles.
Así es como desenterré está historia. Habían pasado dieciséis años desde aquel acontecimiento e iba a narrarlo en voz alta a un grupo de amigas por la primera vez. Gran parte de mis recuerdos se tejían en mi mente como un montón de telarañas, a veces me parecía que esto no me había pasado a mí y lo había imaginado todo. Intenté poner orden a los sucesos para relatarlos durante ese café de media tarde. Por un instante dudé en compartir algo tan íntimo. Tenía tanto tiempo sin mencionarle a nadie mi historia, ahora me parecía una película de ficción. Los ojos de todas estaban puestos en mí. Empecé a hablar y ya después no pude detenerme.