Ejecutores, víctimas y testigos
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Raul Hilberg. Ejecutores, víctimas y testigos
ÍNDICE
PREFACIO
PARTE I. EJECUTORES
CAPÍTULO I. ADOLF HITLER
CAPÍTULO II. EL ENGRANAJE BUROCRÁTICO
CAPÍTULO III. EL VIEJO FUNCIONARIADO
CAPÍTULO IV. CARNE NUEVA
CAPÍTULO V. FANÁTICOS, CODICIOSOS. Y COMPUNGIDOS
CAPÍTULO VI. MÉDICOS Y ABOGADOS
CAPÍTULO VII. GOBIERNOS NO ALEMANES
CAPÍTULO VIII. VOLUNTARIOS NO ALEMANES
PARTE II. VÍCTIMAS
CAPÍTULO IX. LOS LÍDERES JUDÍOS
CAPÍTULO X. LOS REFUGIADOS
CAPÍTULO XI. HOMBRES Y MUJERES
CAPÍTULO XII. MATRIMONIOS MIXTOS
CAPÍTULO XIII. LOS NIÑOS
CAPÍTULO XIV. LOS JUDÍOS CRISTIANOS
CAPÍTULO XV. PRIVILEGIADOS, LUCHADORES. Y DESPOJADOS
CAPÍTULO XVI. LOS INADAPTADOS
CAPÍTULO XVII. LOS SUPERVIVIENTES
PARTE III. TESTIGOS
CAPÍTULO XVIII. PAÍSES EN LA EUROPA DE HITLER
CAPÍTULO XIX. LOS QUE AYUDARON, LOS QUE SE LUCRARON Y LOS QUE SE QUEDARON MIRANDO
CAPÍTULO XX. MENSAJEROS
CAPÍTULO XXI. LOS SALVADORES JUDÍOS
CAPÍTULO XXII. LOS ALIADOS
CAPÍTULO XXIII. PAÍSES NEUTRALES
CAPÍTULO XXIV. LAS IGLESIAS
NOTAS. CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPíTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
Отрывок из книги
Para Gwendolyn
Los culpables desempeñaron un papel específico formulando o aplicando medidas contra los judíos. En la mayoría de los casos, un participante recibía su cometido y lo atribuía a su puesto y a sus obligaciones. Lo que hacía era impersonal. Le habían autorizado o dado instrucciones para llevar a cabo esa misión. Es más, ningún hombre ni organización fueron exclusivamente responsables de la destrucción de los judíos. No se reservó ningún presupuesto concreto para tal fin. La labor se difuminó entre una gran hueste de burócratas; cada hombre tenía la sensación de que su aportación no era más que un granito de arena en ese inmenso proyecto. Por estos motivos, un edil o secretario municipal, o un guardia uniformado, nunca se consideraba a sí mismo culpable. No obstante, sabía que el proceso de destrucción era deliberado y que, una vez inmerso en esa vorágine, sus actos serían indelebles. En este sentido, seguiría siendo siempre aquello que había sido, por muy reacio que fuera a admitir o comentar lo que había hecho.
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Adolf Hitler y sus adeptos no eran misioneros en busca de potenciales adeptos al nazismo. Hitler no adoptó ni empleó ninguna teoría política. Ni siquiera definía objetivos a largo plazo. Nunca hubo un mapa que mostrara cómo sería la Europa alemana después de ganar la guerra, ni había un proyecto que perfilara la destrucción de los judíos europeos. Lo que sí existía era la agitación nacional, la movilización de su poder y la resucitación de las amenazas. Alemania recorría inexorable un camino dictado por su lógica interna, cada vez con menos vacilación y con más aplomo, directa hacia los «enemigos».
Para Hitler, los judíos eran el principal adversario de Alemania. La batalla con ellos era «defensiva». Simplemente estaba rindiendo cuentas por todo lo que había hecho el judaísmo. Era una respuesta a sus risas. De Hitler no se reía nadie, nadie le podía menospreciar ni burlarse de él. Creía que los judíos ridiculizaban todo lo que era sagrado para un alemán. En su discurso del 30 de septiembre de 1942, dijo abiertamente que los judíos se iban a dejar de reír en todas partes. Hasta eso consiguió profetizar.14
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