Ejecutores, víctimas y testigos

Ejecutores, víctimas y testigos
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La historia de quienes causaron, sufrieron y presenciaron el Holocausto. Tres grupos de relatos que inciden con una luz distinta sobre la gran catástrofe del nazismo. Los ejecutores: oficiales, médicos, antropólogos, abogados, funcionarios, nuevos alemanes, voluntarios venidos de otros países, etc. Todos ellos participaron en el exterminio judío con plena conciencia, sabiendo que su acción nunca podrá ser cancelada, borrada.Las víctimas, perfectamente identificables y contables en todo momento, experimentaron el impacto del genocidio de diferentes formas, en el tiempo y en el espacioSin embargo, la mayoría de contemporáneos fueron testigos. Los salvadores (individuales y colectivos), los aliados, los poderes neutrales, las organizaciones sionistas, las iglesias, etc. Personas que se refugiaron en la ilusión de la impotencia.Si en  La destrucción de los judíos de Europa —la obra más influyente jamás escrita sobre el genocidio nazi— Hilberg reconstruyó el gigantesco proceso militar, político y administrativo que supuso el Holocausto, en este libro nos sumerge en su dimensión humana. Hombres y mujeres con nombre propio: retratos de individuos, conocidos y desconocidos, que en su día fueron parte de esta historia.

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Raul Hilberg. Ejecutores, víctimas y testigos

ÍNDICE

PREFACIO

PARTE I. EJECUTORES

CAPÍTULO I. ADOLF HITLER

CAPÍTULO II. EL ENGRANAJE BUROCRÁTICO

CAPÍTULO III. EL VIEJO FUNCIONARIADO

CAPÍTULO IV. CARNE NUEVA

CAPÍTULO V. FANÁTICOS, CODICIOSOS. Y COMPUNGIDOS

CAPÍTULO VI. MÉDICOS Y ABOGADOS

CAPÍTULO VII. GOBIERNOS NO ALEMANES

CAPÍTULO VIII. VOLUNTARIOS NO ALEMANES

PARTE II. VÍCTIMAS

CAPÍTULO IX. LOS LÍDERES JUDÍOS

CAPÍTULO X. LOS REFUGIADOS

CAPÍTULO XI. HOMBRES Y MUJERES

CAPÍTULO XII. MATRIMONIOS MIXTOS

CAPÍTULO XIII. LOS NIÑOS

CAPÍTULO XIV. LOS JUDÍOS CRISTIANOS

CAPÍTULO XV. PRIVILEGIADOS, LUCHADORES. Y DESPOJADOS

CAPÍTULO XVI. LOS INADAPTADOS

CAPÍTULO XVII. LOS SUPERVIVIENTES

PARTE III. TESTIGOS

CAPÍTULO XVIII. PAÍSES EN LA EUROPA DE HITLER

CAPÍTULO XIX. LOS QUE AYUDARON, LOS QUE SE LUCRARON Y LOS QUE SE QUEDARON MIRANDO

CAPÍTULO XX. MENSAJEROS

CAPÍTULO XXI. LOS SALVADORES JUDÍOS

CAPÍTULO XXII. LOS ALIADOS

CAPÍTULO XXIII. PAÍSES NEUTRALES

CAPÍTULO XXIV. LAS IGLESIAS

NOTAS. CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPíTULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPÍTULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

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Para Gwendolyn

Los culpables desempeñaron un papel específico formulando o aplicando medidas contra los judíos. En la mayoría de los casos, un participante recibía su cometido y lo atribuía a su puesto y a sus obligaciones. Lo que hacía era impersonal. Le habían autorizado o dado instrucciones para llevar a cabo esa misión. Es más, ningún hombre ni organización fueron exclusivamente responsables de la destrucción de los judíos. No se reservó ningún presupuesto concreto para tal fin. La labor se difuminó entre una gran hueste de burócratas; cada hombre tenía la sensación de que su aportación no era más que un granito de arena en ese inmenso proyecto. Por estos motivos, un edil o secretario municipal, o un guardia uniformado, nunca se consideraba a sí mismo culpable. No obstante, sabía que el proceso de destrucción era deliberado y que, una vez inmerso en esa vorágine, sus actos serían indelebles. En este sentido, seguiría siendo siempre aquello que había sido, por muy reacio que fuera a admitir o comentar lo que había hecho.

.....

Adolf Hitler y sus adeptos no eran misioneros en busca de potenciales adeptos al nazismo. Hitler no adoptó ni empleó ninguna teoría política. Ni siquiera definía objetivos a largo plazo. Nunca hubo un mapa que mostrara cómo sería la Europa alemana después de ganar la guerra, ni había un proyecto que perfilara la destrucción de los judíos europeos. Lo que sí existía era la agitación nacional, la movilización de su poder y la resucitación de las amenazas. Alemania recorría inexorable un camino dictado por su lógica interna, cada vez con menos vacilación y con más aplomo, directa hacia los «enemigos».

Para Hitler, los judíos eran el principal adversario de Alemania. La batalla con ellos era «defensiva». Simplemente estaba rindiendo cuentas por todo lo que había hecho el judaísmo. Era una respuesta a sus risas. De Hitler no se reía nadie, nadie le podía menospreciar ni burlarse de él. Creía que los judíos ridiculizaban todo lo que era sagrado para un alemán. En su discurso del 30 de septiembre de 1942, dijo abiertamente que los judíos se iban a dejar de reír en todas partes. Hasta eso consiguió profetizar.14

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