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Fábula de la mujer y los gatos

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No hay desesperación y la nostalgia está levemente drogada, levemente

adormecida: mira y la realidad se deshace, mira la realidad que baila

flotando en éter como dos gatos que se abrazan y juegan con un ovillo

de lana que han desovillado ya demasiado. La madre duerme y la hebra

que une su tejido con el ovillo desovillado es cada vez más hebra y

menos tejido. Cuando ella despierte quizás habrá dejado de creer en

las palabras, se llenará de vacío su alma o lo que llaman su alma o su

corazón se llenará de hojas. No podemos saberlo. Si tan solo creyéramos

todavía un poco en las palabras. Es así como la madre despierta y ya

no hay tejido y si mira por la ventana ha empezado recién a lloviznar.

Penélope invadida por una tristeza que contrasta visiblemente con

la alegría de los gatos. Se ha despertado y ha descubierto el vacío. Ha

despertado al vacío. Lo que era leve llovizna es ahora tormenta. Las

sábanas que ayer abrazaban su cuerpo y que ahora cuelgan del cordel

en el patio se mojan. Pero tampoco hay amargura en esto. Nadie o nada

que cuelga a esta hora llora lentas lágrimas sucias. No es todavía tema

la pasión en este tejido, en estos palillos míos o en los de ella. Así que

empieza otra vez la tarea. La tarea de tejer la realidad. Pero la mujer ya

no cree en las palabras

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