El Cristo universal
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Richard Rohr. El Cristo universal
Copyright © 2019, 2021 by Center for Action and Contemplation, Inc
Cómo una Realidad Olvidada Puede Cambiar Todo lo que Vemos, Esperamos y Creemos. de Richard Rohr. 2021, JUANUNO1 Ediciones
Published in the United States by JUANUNO1 Ediciones, an imprint of the JuanUno1 Publishing House, LLC. Publicado en los Estados Unidos por JUANUNO1 Ediciones, un sello editorial de JuanUno1 Publishing House, LLC. www.juanuno1.com
Name: Rohr, Richard, author. El Cristo universal: cómo una realidad olvidada puede cambiar todo lo que vemos, esperamos y creemos / Richard Rohr. Published: Miami : JUANUNO1 Ediciones, 2021. Identifiers: LCCN 2021931416. LC record available at https://lccn.loc.gov/2021931416
REL062000 RELIGION / Spirituality. REL012120 RELIGION / Christian Living / Spiritual Growth
Ebook ISBN 978-1-63753-005-4
Ian Bilucich. Nueva Corrección. Tomás Jara. Créditos Portada. Equipo de Media y Redes JuanUno1 Publishing House. Concepto diagramación interior & ebook. Ma. Gabriela Centurión. Crédito foto de Richard Rohr. Nicholas Kramer. Director de Publicaciones. Hernán Dalbes
Miami, FL. USA. Febrero 2021
Cover. Portada. Hablan de Richard Rohr y “El Cristo Universal” Portada. Legales. Dedicatoria. Citas. Prefacio de Brian McLaren. Antes de empezar. Parte 1: OTRO NOMBRE PARA TODAS LAS COSAS. 1: Cristo no es el apellido de Jesús. 2: Aceptando que eres totalmente aceptado. 3: Revelado en nosotros, como nosotros. 4: Bondad Original. 5: El Amor es el Sentido. 6: Una plenitud sagrada. 7: Yendo a un buen lugar. Parte 2: LA GRAN COMA. 8: Hacer y decir. 9: Las cosas en su profundidad. 10: La encarnación femenina. 11: Este es mi cuerpo. 12: ¿Por qué murió Jesús? 13: No podemos solos. 14: El viaje de la resurrección. 15: Dos testigos de Jesús y de Cristo. 16: Transformación y Contemplación. 17: Más allá de la mera teología: dos prácticas
En años recientes, he llegado a ver algo que quizás para muchos ha sido obvio hace mucho: Cuando discutimos de religión y de teología, en realidad estamos discutiendo sobre el tipo de mundo en el que queremos vivir. A muchos de nosotros se nos enseñó que la religión y la teología no hacían sino revelar la verdad objetiva sobre cómo son las cosas. Por ejemplo, la religión nos dice cómo llegaron a existir las cosas, cuándo, y por qué. Nos dice quiénes son los buenos y quiénes los malos. Nos dice quién irá al infierno y quién al cielo. Define qué creencias son legítimas y cuáles son falsas. Sin embargo, estoy llegando a ver que la religión trata sobre algo mucho más profundo, mucho más práctico, mucho más subversivo, e incluso peligroso. La religión es crear el mundo que habitaremos nosotros, nosotras, y las futuras generaciones. Si quieres un mundo donde los hombres están al mando y las mujeres no, la religión puede ayudarte a conseguirlo. Si quieres un mundo donde las personas blancas se dan un banquete y donde las personas no blancas suplican por sobras, la religión puede ayudarte a hacerlo. Si quieres un mundo donde se te permita destruir, digamos, una montaña que tardó millones de años en formarse, para cortar sus árboles por dinero y luego extraer el carbón para obtener más dinero, y luego hacer fracking con el sustrato restante para obtener aún más dinero… la religión puede ayudarte a conseguir lo que quieres. Eso explica por qué muchas personas están hartas del complejo industrial teológico: ha ayudado a ciertas personas a crear un mundo que está dañando a otra gente y al planeta. También me ayuda a entender por qué las personas se enojan tanto, hasta llegar a la violencia, por argumentos religiosos: se dan cuenta de que tales no son simples abstracciones, teorías o conversaciones sobre temas esotéricos. No, son debates con consecuencias políticas, económicas y personales: debates que afectan nuestras vidas, y no solo las nuestras, sino también las de nuestros vecinos. Y va más allá de nosotros y de nuestros vecinos, estos debates moldearán la vida de nuestros hijos y nietos durante generaciones en el futuro. Pero he aquí lo que pocos entienden: así como la religión y la teología pueden usarse para dañar, también pueden usarse para sanar. Si quieres un mundo donde hombres y mujeres sean iguales y copartícipes; o un mundo donde todas las personas de todas las etnias sean iguales en valor, no a pesar de sus diferencias, sino gracias a ellas; o un mundo donde las montañas, los arrecifes de coral y el clima de la tierra tengan un valor intrínseco que trascienda el dinero, la religión y la teología te pueden ayudar. Sí, la mala religión puede dañarte (de verdad). Pero la buena religión puede ayudarte (también de verdad), incluso salvar tu vida y nuestro futuro, en especial cuando la mala religión dirige el espectáculo, como ahora. La vida del Fr. Richard Rohr ha estado dedicada a la articulación, defensa y encarnación de la buena religión y la buena teología; una teología que nos puede ayudar a crear un futuro mejor. Y, de todos los libros de Richard, este se siente de una importancia especial en este sentido. Cuando voltees las páginas para sumergirte de lleno en los capítulos de este libro, serás invitado a ver la fe cristiana de un modo radicalmente nuevo y fresco. Serás desafiada a ver de manera diferente los credos, la Eucaristía y las doctrinas de la Encarnación, Resurrección y Expiación. Aún más importante: serás invitado a mirar de manera diferente la vida, el universo y el cosmos a través de todos los tiempos, y el hacerlo te llevará a mirar diferente a tu propio perro, gato, pez o jardín. Bien podrías desear que Richard te lleve por un proceso simple, lineal, paso a paso, hasta llegar allí, como cuando sigues una receta o un conjunto de instrucciones que vienen con los muebles que “requieren un poquito de ensamblaje”. Pero no creo que ese sea el modo en que suceden este tipo de transformaciones. Lo que hace Richard es más parecido a lo que hizo Jesús cuando habló en parábolas: te lleva a ver desde un ángulo, luego retrocede y te lleva a verlo desde otro ángulo, y luego desde otro, y luego desde otro, hasta que comienza a surgir en ti una forma de ver completamente nueva. Este proceso puede llegar a resultarte frustrante, placentero, o un poco de ambos. La introspección puede sucederte lenta y gradualmente, o puede golpearte de repente, en un momento clave. Incluso al principio puede desilusionarte y solo tener sentido mucho después de que hayas terminado el libro. Pero si eres como yo, y como una buena parte de nosotros y nosotras, no importa la manera en la que las nuevas percepciones lleguen; una vez que lo veas, serás incapaz de no verlo, y cambiará el modo en que ves todas las cosas. De eso se trata la mejor religión y la mejor teología. Si ves con nuevos ojos, nuevas y mejores cosas se vuelven posibles
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Desde ahora, todas las generaciones me llamarán dichosa; porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí, y santo es su nombre —Lucas 1:48-49. En este breve capítulo voy a tomar algunos riesgos, pero creo que será provechoso porque, para muchos, podría provocar la revelación más importante de todas. Como hombre, mi perspectiva de lo femenino seguramente es limitada, pero este es un tema tan crucial y usualmente ignorado que debo invitarnos a todos y a todas a reivindicar y honrar la sabiduría femenina, que a menudo es cualitativamente diferente de la sabiduría masculina. Aprovecharé mis propias experiencias con mi madre (yo fui su favorito), hermanas más pequeñas y grandes, muchas amigas y colegas mujeres a lo largo de los años, y la mismísima naturaleza de algunos de mis encuentros con Dios. Espero que esta perspectiva pueda invitarte a confiar también en tus propias experiencias con la feminidad divina. Para muchos y muchas es una apertura completamente nueva, ya que, de alguna manera —y erróneamente—, siempre asumieron que Dios es masculino. A pesar de que Jesús era claramente del género masculino, el Cristo está más allá del género, así que es de esperar que la Gran Tradición haya encontrado formas femeninas para, consciente o inconscientemente, simbolizar la plenitud de la Encarnación Divina y darle a Dios una más femenina, tal como la misma Biblia suele hacerlo.1. Cada vez que voy a Europa, siempre me sorprende la cantidad de iglesias que llevan el nombre de María, la madre de Jesús. Creo haberme topado con por lo menos una iglesia “Notre Dame de algo” en toda ciudad francesa que visité, y a veces incluso dos o tres en un pueblo pequeño. Algunas de estas iglesias son grandes y ornamentales, la mayoría son antiguas, y en general inspiran respeto y devoción, incluso entre no-creyentes. Sin embargo, como católico, a veces me pregunto: ¿Quiénes eran estos cristianos que parecen haber honrado a María mucho más que a Jesús? Después de todo, el Nuevo Testamento dice muy poco de María. ¡No es de extrañar que la Reforma Protestante reaccionara tan enérgicamente en contra de nuestra obsesión ortodoxa y católica! ¿Por qué durante los primeros mil cuatrocientos años de cristianismo, tanto en las iglesias occidentales como en las orientales, se enamoraron perdidamente de esta mujer aparentemente ordinaria? Le dimos nombres como Theotókos, Madre de Dios, Reina del Cielo, Notre Dame, La Virgen de esto o aquello, Unsere Liebe Frau, Nuestra Señora, Nuestra Madre de los Dolores, Nuestra Dama del Perpetuo Socorro y Nuestra Señora de casi todo pueblo o santuario en Europa. Claramente, no estamos tratando con una simple mujer, sino un símbolo fundacional —o, pidiendo prestado el lenguaje de Carl Jung, un “arquetipo”—, una imagen que constela una gran cantidad de significados que no se pueden comunicar de manera lógica. Nada emerge de forma tan global ni durante tanto tiempo si de alguna manera no se basa en nuestro inconsciente colectivo humano. Sería tonto descartar algo así tan fácilmente. En la imaginación mítica, pienso que María simboliza intuitivamente a la primera Encarnación, o Madre Tierra, si me lo permites (no estoy diciendo que María es la primera encarnación, solo que se convirtió en el arquetipo y símbolo natural de ello, particularmente en el arte, por lo que quizás la Madonna sigue siendo el personaje más pintado en el arte occidental). Creo que María es el mayor arquetipo femenino del Misterio de Cristo. Este modelo ya se había mostrado como Sofía o Santa Sabiduría (ver Proverbios 8:1ss., Sabiduría 7:7ss) y nuevamente en el libro de Apocalipsis (12:1-17), en el símbolo cósmico de “una mujer vestida de sol, parada sobre la luna”. Ni Sofía ni la Mujer de Apocalipsis son precisamente María de Nazaret; aun así, en muchos sentidos, lo son, y cada pasaje amplía nuestro entendimiento de la Divinidad Femenina. Jung creía que los humanos producen en el arte las imágenes internas que el alma necesita para verse a sí misma y permitir su propia transformación. Solo intenta contar cuántas pinturas en los museos de arte, iglesias, y casas de todo el mundo muestran a una mujer maravillosamente vestida, ofrecida para tu admiración —y la de ella—, y, generalmente, a un bebé desnudo. ¿Cuál es la ubicuidad que esta imagen nos transmite al nivel del alma? Creo que es algo así: La primera encarnación (creación) está simbolizada por la Personificación de Sofía, una María hermosa, femenina, multicolor y elegante. Ella nos ofrece invariablemente a Jesús, Dios encarnado en vulnerabilidad y desnudez. María se convirtió en el Símbolo de la Primera Encarnación Universal. Entonces, ella nos entrega a la Segunda Encarnación, mientras permanece en segundo plano; el foco siempre está en el niño. La Madre Tierra presentando al Hijo Espiritual, los dos primeros estadios de la Encarnación. La Receptividad Femenina entregando el fruto de su sí. E invitándonos a ofrecer nuestro propio sí. En todo esto hay una plenitud que muchas personas encuentran de gran satisfacción para el alma. Espero que no leas estas líneas de pensamiento como feminismo de moda, o simplemente un intento de abordar las preocupaciones de aquellos que han abandonado el cristianismo debido a los pecados del patriarcado, o del fracaso de la iglesia en reconocer y honrar una compresión femenina de Dios. Siempre tuvimos una encarnación femenina, de hecho, fue la primera encarnación, e incluso mejor: ¡se movió para incluirnos a todos y todas! María es nosotros y nosotras recibiendo y entregando el regalo. Nos agradó precisamente porque era una de nosotros, ¡y no Dios! Creo que los cristianos y cristianas de los primeros mil años entendieron esto a un nivel intuitivo y alegórico. Pero, con el tiempo, para la época de la muy necesitada Reforma Protestante, todo lo que podíamos ver era “pero ella no es Dios”, lo cual es completamente cierto. Sin embargo, ya no podíamos ver el todo en su plenitud, por lo que no podíamos ver que, mejor aún, “¡ella es nosotros!”. Es por eso que la amamos, probablemente sin un entendimiento pleno del porqué. Gran parte de la raza humana puede imaginar más fácilmente el amor incondicional proveniente de lo femenino y lo maternal que de parte de un hombre. ¡Tengo que decirlo! En muchas de las imágenes de María, los humanos ven su propia alma femenina. Necesitamos vernos en ella, y decir con ella “Dios me miró en mi soledad. Desde ahora en adelante, todas las generaciones me llamarán dichosa” (Lucas 1:48) Me doy cuenta del peligro, y reconozco que, a todo efecto práctico, muchos católicos divinizaron a María, probablemente por sentimentalismo. De todos modos, te invito a considerar el mensaje más profundo y sutil. He dicho con regularidad que muchos católicos y católicas han tenido una pobre teología de María, pero una excelente psicología: los humanos amamos, necesitamos y confiamos en que nuestras madres nos den regalos, nos nutran y siempre nos perdonen, que es lo que queremos de Dios. Mis años de trabajo con grupos de hombres me han convencido de ello. De hecho, mientras más machista y patriarcal sea una cultura, más devoción hay hacia María. Una vez, conté once imágenes de María en solo una iglesia católica en Texas, un lugar vaquero. Lo veo como un intento inconsciente de la cultura, y usualmente no muy exitoso, por balancearse. Del mismo modo, ¡María les da a las mujeres en la iglesia católica una imagen femenina dominante para contrabalancear tanta masculinidad que desfila en primera plana! La humanidad siempre ha estado recibiendo al Cristo en cada cultura y época, y las mujeres son vistas de forma natural como receptoras del Don Divino: piensen en Willendorf, Éfeso, Constantinopla, Ravena, el Monte Carmelo, Madonnas Negras, Valencia, Walsingham, Guadalupe; cada país tuvo su propia imagen femenina de alguien que recibió al Cristo en su propio cuerpo (¡no en su cabeza!). También presta atención al pronombre más bien universal “nuestra”: siempre es “Nuestra Señora”, nunca “mi Señora”. Esta es una señal reveladora que nos asegura que estamos tratando con una Personalidad Colectiva (una que representa el todo) y con una comprensión colectiva de la salvación. Lo mismo con “Nuestro Señor” o “Nuestro Padre”. Nunca escuché oraciones litúrgicas oficiales hablar de “mí Jesús” o “mí Señor”. Dios y María siempre se abordaron como una experiencia compartida, al menos en las iglesias históricas y antes de nuestra posterior individualización de todo el mensaje del Evangelio. Encuentro interesante que los dioses masculinos tiendan a venir desde los cielos, y generalmente sean asociados con el sol, el firmamento, el poder y la luz. Pero en la mayoría de las mitologías y los cuentos de hadas, las diosas femeninas tienden a salir de la tierra o del mar y generalmente son asociadas con la fertilidad, la sutileza, la buena oscuridad y la crianza. “Hermano Sol” y “Hermana Luna” son invariables en género, ¡excepto en alemán! Si la creación es, en efecto, la primera Encarnación y la “primera Biblia” (Romanos 1:20), si la madre precede al hijo, entonces no es para nada sorprendente que los símbolos físicos, terrenales y encarnados sean reconocidos en la mentalidad, el arte y la tradición como “Madre Tierra” (nunca “Padre”). A partir de esta idea, en los primeros mil cuatrocientos años de cristiandad, Este y Oeste hicieron una transferencia fácil a María, quien fue invariablemente vestida en un flujo de hermosura y color, a menudo coronada por Jesús, y no fue más la pobre y simple doncella de Nazaret. Otro emergente no-bíblico importante fue la difundida creencia de que el cuerpo de María fue llevado a los cielos después de su muerte (este es el único ejemplo que conozco en el que el Vaticano realizó una encuesta antes de proclamar una doctrina, en 1950: descubrieron que la mayor parte del mundo católico ya creía que esto era cierto sin haber sido enseñado formalmente, lo que se llama sensus fidelium). Los relatos de la Asunción de María no se encuentran en ninguna parte de la Biblia —a menos que quieras leer Apocalipsis 12 de esa manera arquetípica—, pero ya circulaban entre los cristianos en el siglo IV. Y, para el tiempo en que el Vaticano formalizó la doctrina, ¡Carl Jung consideró la confirmación como “el desarrollo teológico más significativo del siglo veinte”, porque proclamaba que el cuerpo de una mujer existe permanentemente en el terreno eternal! Guau. El panteón de las imágenes de los dioses masculinos se feminizó para siempre, y aún más, se declaró que los cuerpos humanos, no solo las almas o los espíritus, podían compartir el proceso de divinización. Esto tiene una importancia enorme. El símbolo de María reunió los dos mundos disímiles de materia y espíritu, la madre femenina y el niño masculino, la tierra y el cielo, nos guste o no. El inconsciente lo entendió, creo. Pero muchas personas se resistieron a ello de manera consciente (en mi opinión, para su propia pérdida). Hoy, gran parte del mundo ve al cristianismo como irremediablemente patriarcal. Diciéndole sí a Dios. El punto es que, en cierto sentido, muchos humanos nos podemos identificar más con María que con Jesús, precisamente porque ella no era Dios, ¡sino el arquetipo para nuestro sí a Dios! No hay ningún acto heroico que se le atribuya, más que confiar en sí misma. Puro ser y no hacer. Desde su primer sí al ángel Gabriel (Lucas 1:38) pasando por el nacimiento mismo (2:7), hasta su último sí al pie de la cruz (Juan 19:25), y su plena presencia en el ardiente y ventoso Pentecostés (ver Hechos 1:14, donde es la única mujer nombrada en el primer derramamiento del Espíritu), María aparece en los momentos clave de las narraciones del Evangelio. Ella es Cada mujer y Cada hombre, y por eso la llamo el símbolo femenino de la encarnación universal. María es el Gran Sí que la humanidad necesita por siempre para que Cristo nazca en el mundo. Incluso Paul McCartney inmortaliza esta idea en su canción “Let it Be”, aunque en primera instancia estuviera hablando de su propia madre, también llamada María:
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La vida es el destino que estás atado a rechazar. hasta que hayas consentido morir —W. H. Auden, “For the Time Being” En mis cincuenta años como sacerdote, estimo haber celebrado la Eucaristía (también conocida como Cena del Señor) miles de veces. No puedo decir que haya sido el centro de mi vida, aunque presidir la liturgia, de seguro, me dio muchas ocasiones maravillosas para servir a las personas en diferentes entornos y culturas, y, espero, predicar una palabra vivificante en ese contexto. La mayoría de las veces fue una verdadera experiencia de “comunión”, como los católicos suelen llamarlo: comunión con Dios y con su pueblo, y generalmente conmigo mismo. Conocí y acepté la teología ortodoxa de la Eucaristía y ofrecí las oraciones con mucho gusto, aunque, a menudo, cuando sugerían algo incorrecto, las modificaba. Todo era bueno, algo que di por sentado como parte de mi trabajo y mi fe. Sin embargo, hace algunos años un mensaje nuevo y persuasivo se hizo camino al interior de mi mente, corazón y cuerpo. Me di cuenta de que Jesús no dijo “Este es mi espíritu, que les he dado” o “Estos son mis pensamientos”. En su lugar, y de manera audaz, dijo, “este es mi cuerpo”, lo que parece un modo de hablar bastante material y arriesgado para un maestro espiritual, un hombre de Dios. Sin dudas, este anuncio crudo de Jesús impactó a sus primeros oyentes. Como informa Juan, “Muchos lo abandonaron y dejaron de ir con él” (Juan 6:66). De alguna forma, la Encarnación siempre es un escándalo, ¡“demasiado” con lo que lidiar! Para la mayoría de nosotros y nosotras, “dar” nuestro cuerpo a otra persona tiene una connotación íntima, profundamente personal, y a menudo sexual, ¿Jesús lo sabía? ¿Por qué hablaría de esta forma, rebajando su mensaje espiritual a un nivel “carnal”? “Mi carne es comida verdadera, mi sangre es bebida verdadera”, insistió (Juan 6:55). Francamente, hasta el día de hoy suena ingenuo, desconcertante y un poco caníbal. La palabra exacta que Juan utiliza aquí es sarx, la misma que usa Pablo a lo largo de sus cartas para describir lo opuesto al espíritu. No utiliza soma, el término más suave para “cuerpo”. Es algo que me resulta bastante sorprendente. Llegué a darme cuenta de que, al ofrecer su cuerpo, ¡Jesús nos está dando precisamente toda su humanidad corporal, más que su divinidad espiritualizada! “Cómanme”, dice escandalosamente, siendo que comer es una acción fundamentalmente corporal, más básica y primitiva que pensar o hablar. Jesús presenta de manera positiva la misma humanidad carnal que Pablo usa más tarde de forma negativa. Gracias a mi educación, estoy consciente de las distinciones y precisiones teológicas sobre lo que se supone que significan las palabras de Jesús: nos está brindando todo su ser de Jesucristo, esta simbiosis grandiosa de divinidad y humanidad. Pero el vehículo, el medio y el mensaje final aquí son físicos, consumibles, masticables; sí, carne humana digerible. Dios fue retratado comiendo o sacrificando humanos o animales, a los que ofrecíamos en los altares, por muchas religiones antiguas; ¡pero Jesús puso la religión y la historia de cabeza al invitarnos a imaginar que Dios se daría a sí mismo como comida para nosotros y nosotras! Más aún, algunos podríamos saber cómo debemos recibir a otra persona humana, pero ¿a Dios? Esta es una zambullida que la mayoría no puede realizar en las primeras etapas de su viaje, excepto, quizás, de una manera sumamente intelectual. En nuestros corazones nos resulta difícil creer que somos dignos, lo que probablemente sea la razón por la que creamos razones intelectuales y morales para negarnos o excluirnos a nosotros mismos y a otros de la Eucaristía. En el rito romano, decimos públicamente ante el altar: “Señor, no soy digno de que vengas a mi casa”. Entonces, parece que quienes sí venimos dispuestos a recibir debemos fingir que somos dignos. ¡Y el mensaje que todos conocen es que “los indignos” (definidos de varias formas) no tendrían que pasar a recibir la Eucaristía! Un mensaje muy entreverado y contradictorio, justo en el corazón de la liturgia. Sin embargo, una instancia del ritual católico que sí ayuda es nuestra creencia ortodoxa en la “Presencia Real”. Con esto queremos decir que Jesús, de algún modo, está físicamente presente en el pan sacramental. Y prepara el escenario para que los destinatarios experimenten lo que me gusta llamar el “conocimiento carnal” de Dios, a quien normalmente asumimos como Espíritu. Parece que el mero saber mental no es suficiente, porque no involucra al corazón o al alma. El error ocurre cuando quienes no pueden razonarlo así son menospreciados como “indignos” de recibir. Pero el único prerrequisito real o “mérito” para la participación es, de hecho, tu capacidad de estar presente. Esto es algo que no se logra solo en la cabeza. La presencia es una capacidad única que incluye cuerpo, corazón, mente y lo que sea que queramos decir con “alma”. Las relaciones amorosas nunca suceden solo en la mente. Solo la presencia puede conocer a la presencia. Y nuestra presencia real puede conocer a la Presencia Real. Cuando Jesús pronunció las palabras “este es mi cuerpo”, creo que no solo se refería al pan que tenía enfrente, sino a todo el universo, a todas las cosas físicas, materiales y, sin embargo, también llenas del espíritu (de ahí el nombre de este libro). Su afirmación y nuestra repetición resuenan sobre toda la creación antes de también asentarse en un trozo de pan, y ¿sabías qué?: el pan y el vino, y toda la creación, parecen creer, mucho más fácilmente que los humanos, quiénes y qué son. Ellos saben que son el Cuerpo de Cristo, incluso si el resto de nosotros nos resistimos a tal pensamiento. Cuando pronunciamos esas palabras sagradas en el altar, se las estamos diciendo tanto al pan como a la congregación, de modo que podamos llevarlas a “toda la creación” (Marcos 16:16). Como decía San Agustín, ¡debemos alimentar al pueblo de Dios con el cuerpo de Cristo hasta que sepan que son lo que comen! ¡Y que son lo que beben! Honestamente, y sin tapujos, mi perra Venus me enseñó más acerca de la “presencia real”, durante un periodo de quince años, que cualquier manual teológico nunca. Venus me enseñó cómo estar presente para las personas y cómo dejarlas estar presentes en mí a través de la forma en que siempre buscó y disfrutó plenamente de mi compañía, porque realmente la deseaba. Ella siempre estaba ansiosa por estar conmigo, incluso si la interrumpía en medio de la noche para que me acompañara a una visita médica. Literalmente, fue mi modelo de cómo estar presente para Dios y de cómo Dios debe estar presente para mí: “Como los ojos de una sirvienta, fijos en la mano de su ama” (Salmo 123:2), los ojos de Venus siempre estaban fijos en mí. Si tan solo pudiera haber sido siempre tan leal, entusiasta y sumiso con ella. No obstante, ella me enseñó a hacerlo. La presencia siempre es recíproca, o no es presencia en absoluto. La Presencia Encarnada Universal. Como si comer su cuerpo no fuera suficiente, Jesús nos lleva en direcciones aún más aterradoras y lejanas al añadir el simbolismo del vino embriagador al momento de levantar el cáliz y dirigirse a toda la humanidad sufriente: “Esta es mi sangre”. Y nos encarga: “¡Bébanme, todos ustedes!”. Detente por un momento e intenta tomar distancia de la domesticación de la Eucaristía que ha ocurrido en las iglesias. Recuerda que, por lo general, el contacto con la sangre era impureza ritual para un judío de esa época. ¿Soy solo yo, o esto está comenzado a tener connotaciones vampirescas? ¿Se supone que sea así? ¿Se supone que sea tan escandaloso e impactante? Unas de las cosas que aprendí al estudiar los ritos de iniciación masculina es que son los rituales sorprendentes y vívidos los únicos que tienen más efecto psíquico (cosas como el ahogamiento simbólico, tener que cavar tu propia tumba, rodar desnudo sobre cenizas, o incluso la ahora anticuada bofetada que el obispo solía dar en la Confirmación, son de esas que provocan un sobresalto en nuestras conciencias). Cualquier cosa demasiado domesticada tiene poco efecto psíquico, al menos para los hombres, pero sospecho que para las mujeres también. Hay una diferencia real entre las ceremonias inofensivas y repetitivas y los rituales que cambian la vida. Los académicos dicen que las ceremonias normalmente confirman y celebran el statu quo y niegan el lado oscuro dentro de las cosas (piensa en un desfile del 4 de julio), mientras que el verdadero ritual ofrece un universo alternativo en el que las sombras son nombradas (piensa en una verdadera Eucaristía). Me temo que, en la iglesia, mayormente tenemos ceremonias. La mayoría de las misas a las que asistí afirman el statu quo, que rara vez revela —y, muchas veces, niega— el lado oscuro de la iglesia, el Estado o la cultura. Asimismo, muchos místicos y teólogos de la liberación han reconocido que la invitación a beber vino como si fuera su sangre es una invitación a vivir en solidaridad corporal “con la sangre de cada persona derramada injustamente en esta tierra, desde la sangre de Abel el Santo hasta la sangre de Zacarías” (Mateo 23:35). Estos son el primer y el último asesinato registrados en la Biblia hebrea. En el acto de beber la sangre de Cristo en esta Comida Santa, te unes conscientemente con todo el sufrimiento injusto en el mundo, desde el principio de los tiempos hasta su fin. Donde sea que hubo y haya sufrimiento, está la simpatía y empatía de Dios. “¡Esta es toda mi sangre!”, dice Jesús, lo que santifica a la víctima y le da un significado absoluto y definitivo a todo derramamiento de sangre. En general, reflexiono en esto al pronunciar las mismas palabras de Jesús mientras miro a la congregación, que apenas parece interesada en el mensaje. Verlo como un milagro no es el verdadero mensaje en absoluto. Puedo ver por qué celebramos la Eucaristía tan a menudo. Este mensaje genera tal impacto en la psiquis, tal desafío a nuestro orgullo e individualismo, que requiere toda una vida de práctica y mucha vulnerabilidad para hundirse en nosotros como el patrón de cada cosa y no solo como una práctica. El pan y el vino, juntos, son sustitutos de los propios elementos del universo, que también contienen y comunican la presencia encarnada. ¿Por qué nos resistimos tanto a este mensaje? Las iglesias auténticamente eucarísticas deberían haber sido las primeras en reconocer la naturaleza colectiva, universal y física de la “Cristificación” de la materia. Debemos continuar ofreciéndole a la humanidad esta maravillosa medicina homeopática, que nos alimenta tanto con el problema como con su cura. Si bien los católicos afirman correctamente la Presencia Real de Jesús en los elementos físicos de la tierra, la mayoría no se da cuenta de las implicaciones de tal aseveración. El pan y el vino son ampliamente entendidos como una presencia exclusiva, cuando, de hecho, su función plena es comunicar una presencia verdaderamente inclusiva y siempre impactante. Un verdadero creyente está comiendo lo que él o ella teme ver y teme aceptar: el universo es el Cuerpo de Dios, tanto en su esencia como en su sufrimiento. Como el papa Francisco insiste, el pan y vino de la Eucaristía no son un trofeo para los perfectos o un premio para quienes se portaron bien. Más bien, son alimento para el viaje humano y medicina para los enfermos. No venimos porque somos dignos, sino porque estamos heridos y, de alguna manera, somos “indignos”. “No vine a los sanos, sino a los enfermos”, dice Jesús (Marcos 2:17). Me pregunto cómo nos las arreglamos tan bien para pasar por alto esta cuestión central. Dios nos da nuestra propia dignidad, ¡y de manera objetiva! “Dado por ustedes” La otra frase trascendental que Jesús repitió en la Última Cena es “por ustedes”. En los relatos de Mateo, Marcos y Lucas —y también en los de Pablo (1 Corintios 11:24ss)—, Jesús dice “mi cuerpo dado por ustedes”, “quebrado por ustedes” y “mi sangre vertida por ustedes”. Cualquiera que haya disfrutado de hacer el amor sabe que la emoción viene no solo de la sensación física sino del deseo de la otra persona de estar específicamente contigo, de estar desnuda por ti, de disfrutar en ti, de darte placer a ti. Uno piensa “Pero ¿por qué yo?”. Y esperaría que la respuesta del otro lado fuera “¡Porque te amo!”. Es la tan específica y definitiva experiencia “Yo-Tú” de Martin Buber. Una mujer joven, parte del personal de nuestro centro, me ha dicho que cree que los ciclos de la menstruación femenina les han dado a las mujeres, en particular, un entendimiento experiencial y celular de este hecho. Porque cada mes pierden sangre en pos de la vida, y también dan sangre y agua en el parto, tal como Jesús en la cruz (Juan 19:34). ¡Claro! El “agua y sangre” del versículo siempre me han impactado como un simbolismo extraño. Pero, tal vez, a una mujer no le parezca raro si conoce el precio del parto. Cuán desafiante e impactante habrá sido para Jesús invertir toda la tradición de la sangre impura y hacerla santa, ¡hasta llegar a ser, incluso, el punto de contacto con lo divino! Este tema merece un libro entero de comentarios, y se supone que fue una experiencia paralizante, como debería ser todo sacramento genuino. Del mismo modo, el efecto pretendido de la Eucaristía es el deseo mutuo. Sabemos que a Jesús le encantaba referirse a sí mismo como el “novio” (Juan 3:29, Mateo 9:15), y uno de los primeros actos registrados de su ministerio fue generar alboroto en una fiesta de bodas (Juan 2:1) ¡al crear 150 galones de vino a partir de agua hacia el final de la fiesta! (¿Qué hacen los bautistas con esto?). También sabemos que, de alguna manera, el erótico Cantar de los Cantares se hizo lugar en la Biblia, y desde los primeros siglos sus imágenes de unión han sido preciosas para los místicos. Sin embargo, gran parte del cristianismo posterior ha sido más bien mojigato y vergonzoso del cuerpo humano, el cual Dios asumió tan gustoso a través Jesús y nos regaló abiertamente en la Eucaristía. La Eucaristía es un encuentro de corazón, conocer la Presencia al ofrecer nuestra propia presencia. En la Eucaristía, nos movemos más allá de las meras palabras o pensamientos racionales y vamos hacia el lugar donde ya no hablamos del Misterio; lo masticamos. Jesús no dijo “piensen en esto” u “observen esto”, ni siquiera “adoren esto”. Dijo “¡Coman esto!” Debemos mover nuestro entendimiento a un nivel corporal, celular, participativo y, por lo tanto, unitivo. Debemos seguir comiendo y bebiendo el Misterio, hasta que un día bajemos la guardia y caigamos en la cuenta: “¡Dios mío! ¡Realmente soy lo que como! También soy el Cuerpo de Cristo”. Y, a partir de ahí, aceptar y confiar en lo que ha sido cierto desde el primer momento de nuestra existencia. Como mencioné antes, la Eucaristía debería paralizarnos, y no ser solo una linda ceremonia. Tenemos dignidad y poder fluyendo a través de nosotros y nosotras, en nuestra existencia desnuda y expuesta (a todos nos sucede, aunque la mayoría no lo sabe). Una conciencia corporal de este tipo es suficiente para dirigir y potenciar toda nuestra vida de fe, mientras que asentir o repetir palabras nunca nos dará la sacudida que necesitamos para asimilar el deseo divino para nosotros, y para Sí mismo. A un nivel llano, estamos hablando de la diferencia entre recibir una sincera tarjeta de San Valentín que diga “Te amo” y el acto físico de hacer el amor, desnudos y de manera tierna con alguien que te importa profundamente y se preocupa por ti. ¿Por qué le tenemos tanto miedo? Esta es la razón por la que debo aferrarme a la creencia ortodoxa de que hay Presencia Real en el pan y el vino. Para mí, si sacrificamos la Realidad en los elementos, terminamos sacrificando la misma Realidad en nosotros mismos. Como Flannery O´Connor declaró una vez: “Bueno, si solo es un símbolo, ¡al diablo con él!”.1. Entonces, la Eucaristía se convierte en nuestra piedra angular permanente para el viaje cristiano, un lugar al cual debemos regresar reiteradas veces para encontrar nuestro rostro, nuestro nombre y nuestra identidad absoluta; para saber quiénes somos en Cristo y, por lo tanto, quiénes somos para siempre. No somos solo humanos viviendo una experiencia divina. La Eucaristía nos dice que, de alguna manera misteriosa, ¡somos Dios viviendo una experiencia humana! Esto persiste en Romanos 8:19-25 (como la creación), 1 Corintios 10:16ss. y 11:23ss. (como el pan y el vino), y en 12:12ss (como las personas). En cada uno de estos versículos, y en un sentido cada vez más expansivo, Pablo expresa su plena creencia de que existe una transferencia real de la identidad humana y espiritual de Cristo a la Creación, a los elementos del pan y el vino y, a través de ellos, hacia los seres humanos. El Gran Círculo de la Inclusión (la Trinidad) es una fuerza centrífuga que finalmente atraerá todo de vuelta hacia sí misma, exactamente como muchos físicos predicen que le sucederá al universo en el momento en que finalmente deje de expandirse. Lo llaman el “Big Crunch”, y algunos incluso dicen que solo tardará un nanosegundo en suceder (¿Podría ser esta la descripción real de la “Segunda Venida de Cristo”? ¿O el “Juicio Final”? Creo que sí) Así, la Eucaristía, como la Resurrección, no es un evento único o una anomalía extraña. La Eucaristía es la Encarnación de Cristo llevada a su forma y propósito final (los elementos de la tierra misma) Es todo un continuo de Encarnación. Quiénes somos en Dios es quiénes somos todos y todas. Lo demás está cambiando y desapareciendo
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Nuestra predestinación a la gloria es previa por naturaleza. a cualquier noción de pecado —Juan Duns Scoto, OFM. Treinta y cinco años de trabajo con hombres de todo el mundo me han demostrado cuán profundamente ha sido herida y marcada la psique humana en casi todas las culturas por padres (y otros hombres) violentos, ausentes y abusivos. El impacto de esta herida en nuestra sensibilidad espiritual es profundo. Claro, no faltan razones por las que alguien no confiaría o no creería en Dios, pero seguramente una de las cosas más contraproducentes que los cristianos han hecho es agregar a esas razones la presentación de “Dios el Padre” como un tirano, un sádico, un padre adicto a la ira, o un amante poco confiable. Un ejemplo claro es la explicación dominante de por qué tuvo que morir Jesús y cómo esa transacción está relacionada con nuestra salvación. Hizo a Dios “el Padre” distante y frío. Durante la mayor parte de la historia cristiana, no hubo ningún consenso que estableciera qué significa cuando los cristianos dicen “Jesús murió por nuestros pecados”; sin embargo, en los últimos siglos, una teoría prevaleció por sobre las demás. En general, se la conoce como “teoría de la expiación sustitutiva penal”, especialmente una vez desarrollada luego de la Reforma. La expiación sustitutiva es la teoría de que Cristo, por su propia elección sacrificial, fue castigado en lugar de nosotros, los pecadores, y así satisfizo la “demanda de justicia” para que Dios pudiera perdonar nuestros pecados. En última instancia, esta teoría de la expiación se apoya en otra noción comúnmente aceptada: el “pecado original” de Adán y Eva, que nos dijeron que contamina a todos los seres humanos. No obstante, al igual que el pecado original, del que ya hemos hablado, a la mayoría de los cristianos nunca se les dijo cuán reciente y acotada es esta explicación, además de que se basa en una noción completamente retributiva de la justicia. Tampoco se les dijo que es solo una teoría, aunque algunos grupos la toman como un dogma de larga data. La iglesia primitiva nunca escuchó de ella; a lo sumo tenían alguna idea de “pago de rescate” a partir de las muchas metáforas bíblicas. Hasta que no reveamos lo que nos ofrece, y lo que no, esta explicación de por qué Jesús tuvo que morir, será difícil liberar nuestras nociones tanto de Cristo como de Jesús para verlos como una revelación del infinito amor de la Trinidad y no como una transacción sangrienta “requerida” por la justicia agraviada de Dios, en orden de rectificar el problema del pecado humano. En este capítulo, espero abordar la manera en que nuestra teoría expiativa comúnmente aceptada —especialmente como un logro a través de la vida, sufrimiento y muerte de Jesús— nos condujo a algunos malentendidos serios sobre el rol de Jesús y el propósito eterno de Cristo, reafirmando así nuestra noción estrecha de justicia retributiva y legitimando una noción de “violencia buena y necesaria”. Me ocupo de este tema con entusiasmo e inquietud porque sé que la teoría de la expiación sustitutiva es central para la fe de muchas personas. No obstante, las preguntas de por qué murió Jesús y cuál es el significado y el mensaje de su muerte han dominado la narrativa cristiana reciente, en general, mucho más que su vida y enseñanza. Como algunos han dicho, si esta teoría es cierta, lo único que necesitábamos eran los últimos tres días, o incluso las últimas tres horas, de la vida de Jesús. En mi opinión, esta interpretación nos ha impedido una comprensión profunda y verdaderamente transformadora tanto de Jesús como de Cristo. La salvación se convirtió en un asunto único y transaccional entre Jesús y su Padre, en lugar de una lección transformadora continua para el alma humana y para toda la historia. En el mejor de los casos, la teoría de expiación sustitutiva nos ha vacunado contra los verdaderos efectos del Evangelio, provocando que estemos profundamente “agradecidos” con Jesús en lugar de movernos a imitarlo honestamente. En el peor de los casos, nos lleva a ver a Dios como una figura fría y brutal, que demanda actos de violencia antes de poder amar a su propia creación. Ahora bien, no hay ninguna duda de que ambos testamentos están llenos de metáforas de expiación, sacrificio, redención, rescate, pagar el precio, abrir las puertas, etcétera. Pero estas son metáforas de templo comunes, que tendrían sentido para una audiencia judía. Antropológicamente hablando, estas palabras y sus implicancias reflejan una forma de pensar mágica o, como yo la llamo, “transaccional”. Con esto quiero decir que lo único que tienes que hacer es creer en lo correcto, decir la oración apropiada o practicar el ritual correspondiente, y las cosas irán bien para ti en la sala del tribunal divino. En mi experiencia, esta forma de pensar pierde su poder conforme las personas y las culturas maduran y buscan cambios reales en sus mentes y corazones. Entonces, el pensamiento transformativo tiende a suplantar al pensamiento transaccional. Como escribí antes, la visión del cristianismo sobre Dios fue un alejamiento radical de la mayoría de las religiones antiguas. En lugar de que Dios “coma” humanos, animales o cultivos sacrificados en un altar, ¡el cristianismo hizo la atrevida afirmación de que el propio cuerpo de Dios nos fue dado para comer! Esto cambió todo y deshizo la aparente lógica del pensamiento “quid pro quo”. Mientras empleemos cualquier noción retributiva de la justicia del Dios ofendido (castigo requerido por las malas acciones), cambiaremos el singular mensaje cristiano por la justicia fría y dura que ha prevalecido en la mayoría de las culturas a lo largo de la historia. No ofrecemos una alternativa redentora para la historia, sino que en realidad santificamos los mismos “poderes y principados” que Pablo afirma que controlan indebidamente el mundo (Efesios 3:9-10, 6:12). Nos quedamos dentro de lo que algunos llaman el “mito de la violencia redentora”, que bien podría ser la línea narrativa dominante de la historia. Es tiempo de que el cristianismo redescubra la profunda temática bíblica de la justicia restaurativa, que se centra en la rehabilitación y la reconciliación, y no en el castigo (lee Ezequiel 16 para un ejemplo supremo de esto). A la línea narrativa de Jesús podríamos llamarla “el mito del sufrimiento redentor” (no como “el pago de un precio”, sino como el acto de ofrecerse a sí mismo por un otro u otra) La justicia restaurativa, claramente, llega a su mayor demostración en el constante ministerio de sanidad de Jesús. Jesús representa el nivel más real y profundo de la enseñanza de los Profetas judíos: ¡él nunca castigó a nadie! Sí, desafió a las personas, pero siempre por el bien de la introspección, sanidad y restauración de ellas mismas y de las situaciones a su origen y fuente divinos. Una vez que reconocemos que la misión de Jesús (expresada de forma clara en los cuatro Evangelios) era sanar a las personas, y no castigarlas, las teorías dominantes de la justicia retributiva empiezan a perder su autoridad y atractivo. La historia de una teoría. El hecho de que los primeros cristianos y cristianas buscaran una explicación lógica y profundamente significativa para él “por qué” de la trágica muerte del fundador de su religión tiene sentido. Pero, durante siglos, la respuesta no fue apaciguar a un Padre enojado y fanático. Durante los primeros mil cien años, el consenso fue que la muerte sacrificial de Jesús en la cruz —el “precio” o el rescate— no se pagaba a Dios, ¡sino al diablo! Sí, sé que puede parecer tonto, pero es lo que muchos cristianos y cristianas creyeron durante casi un milenio. Esto hizo al diablo bastante poderoso y a Dios bastante débil, pero les dio a las personas alguien a quien culpar por la muerte de Jesús. Y, al menos en ese momento, no fue a Dios. Luego, en el siglo XI, Anselmo de Canterbury escribió un artículo llamado “¿Cur Deus Homo?” o “¿Por qué Dios se convirtió en humano?”, lo cual, desafortunadamente, podría ser la obra teológica más exitosa jamás escrita. Pensando que podía resolver el problema del pecado desde la lógica del código medieval de honor y la vergüenza feudal, Anselmo, en efecto, dijo: “Sí, era necesario pagar un precio para restaurar el honor de Dios el Padre, y era necesario que lo hiciera alguien que fuera igualmente divino”. Aparentemente, Anselmo nunca pensó en las desastrosas implicaciones de su teoría, especialmente para las personas que ya tenían miedo o estaban resentidas con Dios. En culturas autoritarias y patriarcales, la mayoría de las personas estaban totalmente programadas para pensar así (hacer lo posible para apacentar una figura de autoridad iracunda, punitiva y siempre violenta en sus reacciones). En la actualidad, muchas personas aún operan así, especialmente si tuvieron un padre o una madre abusivos o iracundos. Las personas se adaptan a este tipo de Dios, porque encaja en su propia historia. Desafortunadamente, por una razón simple pero devastadora, este entendimiento también anula cualquier viaje espiritual profundo: ¿Por qué amarías, confiarías o desearías estar con un Dios así? Durante los siguientes siglos, este pensamiento de Anselmo, basado en el honor y la vergüenza, fue aceptado entre los cristianos, aunque encontró la resistencia de algunos, particularmente en mi propia escuela franciscana. Los protestantes aceptaron la posición católica principal y la abrazaron aún con más fervor. Más tarde, los evangélicos lo consagraron como uno de los “cuatro pilares” de la creencia cristiana fundamental, algo que el periodo anterior habría considerado insólito. Nunca se les contó de la variada historia de esta creencia, ni siquiera entre un puñado de protestantes, y, si llegabas a provenir de una cultura de “ley y orden”, algo que la mayoría tuvo hasta hace muy poco, todo tenía perfecto sentido. De todos modos, los franciscanos, guiados por Juan Duns Scoto (1266-1308), se negaron a ver la Encarnación, y su desenlace final en la cruz, como una mera reacción al pecado. En lugar de eso, afirmaron que la cruz era una revelación de Amor Absoluto voluntariamente elegida por parte de Dios. Así, invirtieron la marcha de casi todas las religiones hasta ese punto, que asumían que teníamos que derramar sangre para llegar a un Dios distante y exigente. La escuela franciscana creía que, en la cruz, ¡Dios “derramaba su sangre” para alcanzarnos!1 Este es un cambio radical de conciencia. La cruz, en lugar de ser considerada una transacción, fue vista como una demostración dramática del amor que emana de Dios, con la intención de conmocionar por completo el corazón y volverlo hacia la confianza y el amor del Creador. Para la escuela franciscana, Dios no necesita que le paguen para perdonar a su propia creación por sus faltas. El amor no puede ser comprado por ningún “sacrificio necesario”; si así fuera, no tendría ni podría tener efectos transformadores. Intenta amar a tu pareja o a tus hijos o hijas de esa forma, y observa a dónde te lleva. Scoto y sus seguidores estaban comprometidos a proteger la libertad y el amor absolutos de Dios. Si el perdón necesita ser comprado o pagado, entonces no es auténtico; el perdón libera de manera voluntaria, gratuitamente. No estoy seguro de que los cristianos y cristianas reconozcan aún los daños de la teoría de la expiación sustitutiva penal. Tal vez, las implicaciones subyacentes nunca hayan sido aclaradas, aunque, en general, a través de los siglos la gente pensante repelió este tipo de nociones de mal gusto sobre Dios. Incluso en nuestros tiempos, estas teorías se convirtieron en los clavos del ataúd de la fe para muchas personas. Algunos cristianos simplemente reprimen sus dudas porque creen que implican una pérdida total de fe. Pero apostaría a que, por cada persona que expresa dudas, muchas más se alejan en silencio de una religión que parece irracional, mitológica y profundamente insatisfactoria para el corazón y el alma. ¡Y no son personas malas! Podemos hacerlo mucho mejor, y sin minimizar a Jesús en absoluto. De hecho, permitirá que Jesús tome una dimensión de atractivo universal y humano que golpee en el centro de nuestra inhabilidad para creer en el amor incondicional. La cruz no puede ser un sacrificio arbitrario y sangriento completamente dependiente del pecado cometido una vez por un hombre y una mujer debajo de un árbol entre el Tigris y el Éufrates. Esa idea, francamente, reduce cualquier noción de una revelación universal o verdaderamente “católica” a solo un planeta, al borde de un sistema solar, en un universo que ahora parece tener billones de galaxias con trillones de sistemas solares. En pocas palabras, una religión basada en sacrificios necesarios y requeridos (principalmente de Jesús y más tarde de las clases bajas) no es lo suficientemente gloriosa ni esperanzadora o, siquiera, lo suficientemente acorde a la maravillosa creación de la que somos parte. A quienes se aferran a la comprensión de Anselmo, les diría, como J. B. Phillips escribió hace muchos años, “tu Dios es demasiado pequeño” Se han cometido demasiadas atrocidades en la historia bajo el grito manipulador de “sacrificio”, generalmente, de un sacrificio violento y necesario por una causa siempre “noble” (ve a cualquier desfile del Día de los Veteranos y verás que el sacrificio une a liberales y conservadores bastante rápido). Sin embargo, creo que, en definitiva, Jesús deshace la noción de exigencias sacrificiales —primero en él mismo, y luego en todos nosotros— para que Dios nos ame. “Vayan, aprendan el significado de las palabras, lo que quiero es misericordia, ¡no sacrificio!”, dice Jesús a lo largo de los Evangelios (Mateo 9:13, 12:7) Allí estaba citando al profeta Oseas, quien agrega: “Quiero conocimiento de Dios, no sus holocaustos” (6:6). Las nociones sacrificiales nos mantienen en el marco retributivo de la justicia y fuera del Evangelio esencial de la gracia y el amor inmerecido. Esto es fundamental para entender el Evangelio. El filósofo francés y crítico literario René Girard (1923-2015) hace todo lo posible para demostrar que Jesús pone fin a todas las nociones de religión sacrificial, que solo mantienen nuestras cosmovisiones quid pro quo.2 Lo recomiendo sin duda. Una colisión de propósitos cruzados. Con este contexto, déjame ofrecerte lo que pienso que es el significado principal y más constructivo de la muerte de Jesús (cómo el acto más famoso de la historia cristiana revela el problema al que nos enfrentamos y nos da una forma de superarlo). Mi premisa, como verán, es que: El violento no es Dios. Somos nosotros y nosotras. No es Dios quien demanda sufrimiento humano. Nosotros y nosotras lo hacemos. Dios no necesita ni desea sufrimiento; ni el de Jesús ni el nuestro. De manera bastante concluyente, Girard entiende la repetida frase de Hebreos “una vez y para siempre” (7:27, 9:12, 26, 10:10) como el fin de cualquier necesidad de sacrificios para complacer a Dios. El problema del amor divino se resuelve desde el lado de Dios. En nuestra inseguridad, seguimos recreando “sacrificios necesarios” Escucha las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan: “No vine a condenar al mundo, sino a salvarlo” (12:47). O en Mateo: “Vengan a mí todos los cansados y angustiados, y les daré descanso […] porque soy gentil y humilde de corazón. Sí, mi yugo es fácil y ligera es mi carga” (11:28). Si creciste como cristiano o cristiana, probablemente hayas leído estos versículos docenas de veces. Pero una vez que puedes hacer el cambio de una cosmovisión jurídica y punitiva a una transformadora y llena de gracia, verás esos pasajes bajo una nueva luz a lo largo de todo el Nuevo Testamento. La mayoría todavía estamos programados para leer las Escrituras acorde a las leyes comunes de la jurisprudencia, que difícilmente están basadas en la justicia restaurativa (el término ni siquiera era común hasta hace poco). La justicia restaurativa fue el descubrimiento asombroso de los profetas judíos, ¡cuando Yahvé castigó a Israel amándolos incluso más! (Ezequiel 16:53ss). La jurisprudencia tiene un lugar importante en la sociedad humana, pero no puede ser transferida a la mente divina. No puede guiarnos dentro del reino del amor infinito ni a cualquier cosa que sea infinita. Una cosmovisión de pesaje y escrutinio es completamente insuficiente una vez que caes en el océano de la misericordia. Si puedo parafrasear apenas un poco a mi querida Teresa de Lisieux, hay una ciencia de la que Dios no sabe nada: suma y resta. Teresa entendió el significado completo y final de ser salvos solo por gracia como pocos lo han hecho en la historia del cristianismo. La Mente Divina transforma todo sufrimiento humano al identificarse por completo con la situación humana y al apegarse a ella en total solidaridad de principio a fin. Este es el verdadero significado de la crucifixión. La cruz no es simplemente un evento singular. Es la declaración de Dios de que la realidad tiene un diseño cruciforme. Jesús fue asesinado en una colisión de propósitos cruzados, intereses en conflicto y medias verdades atrapadas entre las demandas del imperio y religión establecida de su época. La cruz fue el precio que Jesús pagó por vivir en un mundo “mixto”, que es tanto humano como divino, simultáneamente roto y totalmente íntegro. Colgó entre un buen ladrón y un mal ladrón, entre el cielo y la tierra, dentro de la humanidad como de la divinidad, en un cuerpo masculino con un alma femenina, completamente íntegro y, aun así, desfigurado. Todos opuestos esenciales. Al hacerlo, Jesús demostró que la Realidad no es insignificante y absurda, ni siquiera cuando no siempre es perfectamente lógica o coherente. Sabemos que la Realidad siempre está llena de contradicciones, lo que San Buenaventura y otros (como Alan de Lille y Nicolás de Cusa) llamaron la “coincidencia de opuestos” Jesús el Cristo, en su crucifixión y resurrección, “reunió todas las cosas en sí mismo, todo en el cielo como en la tierra” (Efesios 1:10). Este versículo es el resumen de la cristología franciscana. Jesús aceptó llevar el misterio del sufrimiento universal. Permitió ser cambiado por él (“Resurrección”), y nuestra esperanza es que también nos cambie a nosotros, a fin de liberarnos del ciclo interminable de proyectar nuestro dolor en otro lugar o permanecer atrapados dentro de él. Esta es la vida plenamente resucitada, la única forma de ser felices, libres, amorosos y, por lo tanto, “salvos”. En efecto, Jesús estaba diciendo: “Si yo puedo confiar en esto, ustedes también”. Sin dudas, la cruz nos salva más de lo que creemos. Las personas que sostienen las contradicciones y las resuelven en sí mismas son las salvadoras del mundo. Son los únicos agentes reales de transformación, de reconciliación y de lo novedoso. Los cristianos y las cristianas están destinados a ser la compasión visible de Dios en la tierra, más que “aquellos que irán al cielo”. Son la levadura que acepta compartir el destino de Dios para la vida del mundo de hoy y así evitar que toda la masa se aplaste sobre sí misma. Un cristiano o cristiana está invitado, no obligado, a aceptar y vivir la forma cruciforme de la realidad. No es tanto un deber, ni siquiera una exigencia, es, más bien, una vocación libre. Algunas personas se sienten llamadas y aceptan no esconderse del lado oscuro de las cosas o de los grupos rechazados, sino que, de hecho, se acercan al dolor del mundo y permiten que cambie radicalmente sus perspectivas. Acuerdan abrazar la imperfección e incluso las injusticias del mundo y permiten que estas situaciones cambien desde adentro hacia afuera, que, a fin de cuentas, es la única manera en que las cosas cambian. Como algunos de nuestros santos han dicho con distintas palabras, Jesús no es leal a grupos, países, batallas o equipos. Jesús solo es leal al sufrimiento. Está tan presente para el soldado iraquí que sufre como para el soldado estadounidense herido, del mismo modo que se preocupa por el soldado nazi desilusionado y por el soldado británico desalentado que sangran hasta morir en el campo de batalla. Como dice Isaías escandalosamente: “Ante él las naciones cuentan como la nada y el vacío” (40:17). La Nación de Jesús cruza todos los límites y fronteras, y solo está ocupada por la sabiduría y la libertad de quienes han sufrido y llegado del otro lado; no destruidos, sino más grandes, fuertes y sabios. El Evangelio es simplemente la sabiduría de quienes aceptan llevar parte del sufrimiento infinito de Dios. Irónicamente, muchos no cristianos y no cristianas —pienso en Ana Frank, Simone Weil y Etty Hillesum, judías las tres— parecen aceptar completamente esta vocación con mayor libertad que muchos y muchas que sí lo son. El chivo expiatorio y el “pecado del mundo” Considero que la Escritura hebrea que más sienta las bases para el entendimiento de la muerte de Jesús se halla en Levítico 16, texto que el filósofo francés e historiador René Girard llama “el más efectivo de los rituales religiosos jamás creado”. En el “Día de la Expiación” el sumo sacerdote Aarón recibió instrucciones de colocar simbólicamente todos los pecados de la gente en una cabra desafortunada. La gente golpearía al animal hasta que este huyera al desierto.3 Era un acto simbólico y gráfico que ayudaba a unir y liberar a las personas a corto plazo. Presagiaba lo que los católicos más tarde llamaríamos “absolución general” o “confesión pública”. En lugar de adueñarnos de nuestros pecados, este ritual nos permitió exportarlos a otro lugar; en este caso, a un animal inocente. Para nuestro propósito aquí, la imagen del chivo expiatorio refleja y revela de manera poderosa la necesidad humana universal, pero inconsciente en gran medida, de transferir nuestra culpa sobre algo (o alguien) más, y luego señalar a ese otro para que reciba un trato negativo e inmerecido. Este patrón es visto en muchas facetas de nuestra sociedad y de nuestras vidas privadas e internas; tanto es así, que casi podríamos nombrarlo “el pecado del mundo” (nota que “pecado” es singular en Juan 1:29). El relato bíblico, de todos modos, parece reconocer que solo un “cordero de Dios” puede tanto revelar como resolver ese pecado en un solo acto noviolento (cualquier león de Dios perpetuaría la ilusión de que podríamos superar al poder con la misma clase de poder, duplicando el problema) Además, nota que el chivo expiatorio en Levítico está basado en una decisión arbitraria entre dos cabras (Levítico 16:7-10). Realmente, no hay alguna diferencia entre la “cabra de YHWH, que es ofrecida como sacrificio apropiado por el pecado” y la “cabra de Azazel” (Azazel es un demonio de los páramos), que es golpeada en el desierto, excepto en cómo esta era percibida y escogida por el pueblo. Supuestamente, Dios creó ambas cabras, pero somos los humanos quienes decidimos cuál debería ser eliminada. Tal pensamiento dualista es falso, pero nuestros egos lo encuentran conveniente y útil (sin mencionar lo necesario que resulta para trasladar la culpa) Hasta hoy, el chivo expiatorio caracteriza al discurso personal, político y público. La gente de la izquierda acusa a la derecha de solo ser “pronacimiento”, a la vez que son proguerra y proarmas, y por lo tanto hipócritas cuando se hacen llamar “provida”. Las personas de la derecha acusan a la izquierda de ser “proaborto” y “proelección”, por lo tanto, para nada “provida”. Al concentrarse en la cabra del otro grupo, ambos bandos evitan ser completamente coherentes. Es sorprendente cómo esta lógica funciona de manera bastante efectiva para evitar que ambos seamos honestos. En realidad, una posición provida, íntegra y completamente coherente, probablemente conformaría a muy pocos por lo que exigiría (incluyendo el sacrificio de algunos de nuestros supuestos incuestionables). Muy pocos pueden adoptar una “postura libre de contradicciones” cuando afirman que todo el tiempo son provida. Parece que no hay ningún lugar completamente puro en donde posicionarse, y antes de que podamos resolver un problema a cualquier nivel, debemos nombrar y aceptar honestamente esta imperfección. Es la ilusión egoica de nuestra perfecta rectitud lo que a menudo nos permite crucificar a otros. Girard demostró que el mecanismo del chivo expiatorio es probablemente el principio fundacional para la mayoría de los grupos sociales y de las culturas. Rara vez somos conscientes de que estamos ejerciendo o proyectando este mecanismo. Como dijo Jesús, las personas literalmente “no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). De hecho, ¡la efectividad de este mecanismo depende de que no se vea! Es casi completamente automático, arraigado e inconsciente. “Ella me hizo hacerlo”. “Él es culpable”. “Él se lo merece”. “Ellos son el problema”. “Ellos son malvados”. Los humanos deberíamos reconocer nuestra propia negatividad y pecaminosidad pero, en lugar de eso, en gran medida odiamos o culpamos a casi cualquier otra cosa. A menos que el mecanismo del chivo expiatorio sea visto y nombrado de manera consciente a través de rituales concretos, de hacernos cargo de nuestros errores o de lo que muchos llaman “arrepentimiento”, el patrón seguirá permaneciendo inconsciente e indiscutido. Hizo falta llegar hasta el siglo XX para que la psicología moderna reconociera cómo los humanos casi siempre proyectamos nuestro material oscuro inconsciente sobre otras personas y grupos, aunque Jesús lo haya revelado hace dos mil años. “Cuando alguien los mate, pensará que está cumpliendo el deber santo de Dios”, dijo (Juan 16:2). Odiamos nuestras propias fallas en otras personas, y, tristemente, a menudo encontramos en la religión el mejor escondite para esa proyección. Me temo que Dios y la religión han sido utilizados para justificar la mayor parte de nuestra violencia y para esconder, incluso de nosotros mismos, nuestras partes oscuras que preferiríamos no admitir. Aun así, y de manera acertada, las Escrituras llaman “pecado” a ese odio ignorante que mata, y Jesús vino precisamente a “quitar” (Juan 1:29) nuestra capacidad para cometerlo, al exponer la mentira a la vista de todos y todas. Al igual que hablar con cualquier buen guía espiritual o confesor, contemplar al Crucificado te ayuda a ver a la mentira en todo su dramatismo. Recuerda que Jesús fue el completo inocente que acabó condenado por las más altas autoridades de la “iglesia y el estado” (Jerusalén y Roma), un acto que debería crear una sospecha saludable sobre cuán equivocados pueden estar los poderes más altos. Tal vez, el poder todavía no quiere que veamos esto, y es por eso que nos concentramos tanto en los pecados privados de la carne. Los pecados negados que de verdad están destruyendo al mundo son muchos más que los que solemos admirar y aceptar totalmente en nuestras figuras públicas: orgullo, ambición, avaricia, glotonería, falso testimonio, asesinato legítimo, vanidad, etc. Esto es difícil de negar
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Al final, todo estará bien. Si no está todo bien, entonces aún no es el final —The Best Exotic Marigold Hotel. Estuvimos hablando acerca de cómo el sufrimiento y la tristeza pueden tener un significado positivo cuando adoptamos una visión del “todo a la vez” de la realidad. Pero si todos y todas somos uno en el sufrimiento, ¿no tendríamos que decir también que somos uno en la vida? En este capítulo, quiero ampliar tu visión de la resurrección desde un milagro puntual en la vida de Jesús que demanda aprobación y fe, a un patrón creacional que siempre ha sido verdad, y que nos invita a mucho más que creer en un milagro. Debe ser más que la victoria individual de un hombre para probar que es Dios. Ningún predicador o maestro me señaló esto jamás, pero en el discurso de Pablo a los corintios sobre la naturaleza de la resurrección, él dice algo muy diferente a lo que la mayoría de nosotros escuchamos o esperamos. Pablo escribe: “Si no hay resurrección de la muerte, Cristo mismo no puede ser resucitado” (1 Corintios 15:13). Presenta la “resurrección” como un principio universal, pero la mayoría solo recordamos el siguiente versículo: “Si Cristo no ha sido resucitado, nuestra prédica es inútil, y nuestra fe también” (15:14). El versículo 14 nos da una declaración apologética acerca de la resurrección de Jesús, pero el versículo anterior da a entender de manera contundente que la razón por la que podemos confiar en la resurrección de Jesús es que ya podemos ver la resurrección sucediendo en todos lados. ¿Por qué no nos dimos cuenta? ¿Tal vez porque recién la ciencia moderna es quien lo evidencia? Si el universo está “Cristificado” desde el principio, entonces es claro que nunca puede morir eternamente. La Resurrección es solo la encarnación llevada a su conclusión lógica. Si Dios habita la materia, entonces naturalmente podemos creer en la “resurrección” del cuerpo. Dicho más simple ¡nada realmente bueno puede morir! (¡Es probable que confiar en esto sea nuestro verdadero acto de fe!) Pablo presenta la Resurrección como el principio general de toda la realidad. Él no argumenta acerca de una anomalía ocasional y luego nos pide que creamos en este “milagro” de Jesús, algo que la mayoría de los cristianos hacen con entusiasmo. En su lugar, Pablo menciona el patrón cósmico, y luego, en muchos lugares, dice que el “Espíritu que llevamos en nuestros corazones” es el ícono, la garantía, la señal y la promesa, o incluso “el pago inicial” de ese mensaje universal (ver 2 Corintios 1:21-2, Efesios 1:14). Como intento hacer de manera precaria en todo este libro, él siempre busca metáforas que hagan que el mensaje universal nos suene más familiar y orgánico. Nada es igual para siempre, dice la ciencia moderna. Noventa y siete por ciento de los átomos de nuestros cuerpos son reemplazados cada año. Los geólogos, con toda la gran evidencia de milenios, pueden demostrar que ningún paisaje es permanente. El agua, la niebla, el vapor y el hielo son lo mismo pero en diferentes etapas y temperaturas. La “Resurrección” es otra palabra para el cambio, pero particularmente para el cambio positivo (que tendemos a ver solo a largo plazo). A corto plazo, a menudo solo parece muerte. El Prefacio de la liturgia del funeral católico dice: “La vida no terminó, solo cambió”. Hoy, la ciencia nos brinda un lenguaje muy útil para lo que la religión intuyó e imaginó correctamente, solo que en lenguaje mitológico. Recuerda, mito no significa “no verdadero”, que es el malentendido común: en realidad se refiere a las cosas que son ¡siempre ciertas! Dios no podía esperar a que la ciencia moderna le diera esperanzas a la historia. Fue suficiente creer que Jesús “fue resucitado de los muertos”, lo que de alguna manera implanta la esperanza y posibilidad de la resurrección en nuestro más profundo inconsciente. La primera vida encarnada de Jesús, su paso a la muerte y su resurrección a la vida sin fin de Cristo es el modelo arquetípico de todo el patrón de la creación. Él es un microcosmos para todo el cosmos, o el mapa de todo el viaje, en caso de que necesites o quieras uno. Hoy, la mayoría no parece pensar que necesitan un mapa, especialmente cuando son jóvenes. Pero los azares y decepciones del viaje de la vida eventualmente te hacen anhelar alguna dirección, propósito u objetivo general que esté más allá de sobrevivir otro día. Todos los que sostienen algún tipo de esperanza inexplicable creen en la resurrección, sean cristianos formales o no, incluso si no creen que Jesús resucitó físicamente de los muertos. Conocí a tales personas en todo tipo de trasfondos, religiosos y no religiosos. Sin embargo, creo en la resurrección física de Jesús, porque afirma lo que todo el universo físico y biológico también dice, y lo establece como algo más que una mera espiritualidad o creencia milagrosa: ¡También debe ser una creencia totalmente práctica y material! Si la materia es habitada por Dios, entonces la materia es de alguna manera eterna, y cuando el credo dice, creemos en la “resurrección del cuerpo”, ¡también incluye a nuestros cuerpos, y no solo al de Jesús! Como es en él, así también es en todos nosotros. Como es en todos nosotros, también es en él. Así que soy bastante conservador y ortodoxo para la mayoría de los estándares en este asunto tan importante, aunque también me doy cuenta de que parece ser un tipo de encarnación muy diferente de todos los relatos de resurrección de los Evangelios. Creo en “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Isaías 65:17, Romanos 8:18-25. 2 Pedro 3:13, Apocalipsis 21:1); y creo que la resurrección de Jesús es como el ícono al que le das clic en tu computadora para llegar al lugar apropiado. La narrativa singular y verdadera del cristianismo siempre ha sido la encarnación. Si la creación es “muy buena” (Génesis 1:31) en su misma concepción, ¿cómo podría una agenda tan divina ser deshecha por cualquier fracaso humano en cooperar plenamente? Creo que “muy bueno” nos establece en una trayectoria hacia la resurrección. Dios no pierde ni falla. Eso es lo que significa ser Dios. Jesús y Cristo son guías para leer la Realidad para quienes no tenemos el tiempo o la mente para analizar toda la situación por nuestra cuenta. ¿Y quién puede hacerlo en periodos de vida tan pequeños? El banquete de bodas. La metáfora e imagen más consistente de Jesús para este estado final de las cosas fue alguna versión de festín o banquete de bodas1. En los cuatro Evangelios, Jesús se refiere a sí mismo como el anfitrión o el “novio de la boda” de un banquete abierto e inclusivo, disponible para “los buenos y malos por igual” (Mateo 22:10). Sin embargo, parecía saber que a la gente, por su naturaleza, no le gustaría eso. De tal modo que la resistencia viene incluida en el texto: los invitados que buscan un lugar más alto en la mesa (Lucas 14:7-11), el anfitrión que insiste que todos los invitados usen vestimenta de boda (Mateo 22:11-14), o el que quiere ofrecer un evento maravilloso solo a aquellos “que puedan retribuir la invitación” mientras rechaza a “los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos” (Lucas 14:12-14). ¡Siempre le hemos hecho difícil a Dios regalar a Dios! El frágil ego siempre quiere establecer límites, un precio, o algún tipo de requisito de entrada. Tristemente, muchos cristianos y cristianas prefieren leer estos pasajes desde una cosmovisión de escasez en lugar de hacerlo desde un Evangelio de abundancia divina, y esta constante resistencia al Amor Infinito está revelado en el propio texto bíblico. El problema está atado a la solución, por así decirlo; la resistencia está incluida en la resolución.2 Parece haber un villano necesario en cada historia, y casi siempre es hallado dentro del texto bíblico. No conozco otro modo de encontrarle el sentido a las tantas contradicciones y obvias inconsistencias de Dios en la Biblia. A la mente mezquina no le gusta el banquete de bodas. Prefiere la imagen de la corte dualista como metáfora del fin de los tiempos, por lo que la parábola de las cabras y las ovejas de Mateo 25 es la más recordada, a pesar de que no se entiende su mensaje real acerca de los pobres y solo se recuerda el veredicto aterrador del final. En otras palabras, a Mateo 25:46b se le permite triunfar por sobre todo Mateo 25:31-45. ¡La gente asustadiza recuerda las amenazas y no oye las invitaciones! Así como en la primera creación, en la que algo parte de la nada (creatio ex nihilo) parece imposible para mente humana, cualquier noción de vida después de la muerte parece demandar el mismo salto enorme de fe. La definición fundamental de Gracia podría ser “algo que viene de la nada” y la mente humana simplemente no sabe como procesar eso. Así como no le gusta la gracia, tampoco le gusta la resurrección. Es la misma resistencia. La Resurrección, como la mayoría de los dones de bondad, también es una creatio ex nihilo, que es precisamente la descripción central del trabajo de Dios: Dios es aquel “que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen” (Romanos 4:17b), según una línea maravillosa de Pablo. O como Walt Whitman expresó de manera tan bella:
“Realidad Personificada” El asunto central aquí no es si Jesús resucitó físicamente o no de los muertos, lo que supuestamente “comprueba” la veracidad de la religión cristiana si estás de acuerdo, y la refuta si no lo estás. Es probable que nunca sea posible obtener una prueba científica del hecho. Además, nuestros intentos interminables por validar un evento sobrenatural están, para empezar, mal guiados, porque, en primer lugar, ni Cristo ni Jesús están fuera de nuestra realidad natural. Seas cristiano o cristiana, o no, de veras te ayudará comenzar a ver a Jesús —y a Cristo— como emergiendo de la Realidad, nombrándola, dándole una cara, y no apareciendo en la Realidad desde otro mundo. No hay ningún grupo al que unirse, ninguna necesidad de firmar sobre la línea de puntos, solo un momento generoso para reconocer que el Interior y el Exterior son uno y lo mismo. Nuestro sentido interno y el sentido externo de Cristo, si quieres verlo así, se reflejan uno al otro: la antropología humana coincide con la teología divina. ¿Cómo te suena para un Gran Ecosistema? Si tu teología (visión de Dios) no cambia significativamente tu antropología (visión de la humanidad), estamos frente a lo que llamamos “choque mental” La Resurrección también es la gracia llevada a su conclusión final y lógica. Si la realidad comienza en la gracia, por supuesto que debe continuar con “gracia sobre gracia” (Juan 1:16b) la cual “desde esta plenitud todos hemos recibido” (1:16a). En tal panorama, ahora tal vez tendremos el valor para unirnos a Jesús al imaginar que, junto a él, podemos decir: “el Padre y Yo somos uno” (Juan 10:30). Eso es también lo que quiero decir con la teología que cambia a la antropología. Si la muerte y la resurrección solo son sobre Jesús, y no acerca de la historia, el mundo continuará perdiendo el interés en nuestra narrativa. Al teólogo evolucionista Michael Dowd le encanta decir que Dios tal vez sea mejor visto como la “Realidad personificada”.4 A través de Dios, el mundo que nos rodea —todo lo que existe— parece estar en diálogo con nosotros y nosotras, lo disfrutemos o no, confiemos o no en ello. Espero que esto te sea tan provechoso como lo es para mí. Incluso cuando nuestras vidas se sientan faltas de sentido, todavía podemos confiar y estar seguros de que Alguien habla, y de que ese Alguien también escucha cuando hablamos. Estar fuera de esa interfaz constante es lo que, probablemente, significa no creer. Cada vez que eliges amar o conectar positivamente con alguien o algo, estás en contacto con la Personalidad Divina. Ni siquiera necesitas llamarlo Dios (a Dios no parece importarle en absoluto). Es de igual importancia decir que conectarse negativamente, odiar, temer u oponerse es no encontrarse con la Personalidad Divina. Es por eso que se nos advierte enérgicamente contra tal negatividad en todos los sentidos, y por eso a estas cosas se les llama “pecado” o incluso el estado del “infierno”, que no es realmente un lugar geográfico sino un estado de conciencia muy real. Todas las recompensas y castigos deben ser considerados fundamentalmente como cuestiones inherentes al buen o mal comportamiento. Me resulta muy interesante que el Nuevo Testamento solo “envía” a aquellos (apostolos) que pueden “ser testigos de la resurrección” (Lucas 24:48), Hechos 1:22, 3:15b, 13:31), es decir, testigos de esta inmensa conversación interna y externa que siempre está ocurriendo. De otra manera, no tenemos casi nada útil que decir, y solo creamos problemas innecesarios para las personas. Las personas cínicas o negativas, quienes adscriben a teorías conspirativas y todos los predictores del Armagedón son los polos opuestos de los testigos de la resurrección. Y muchas de estas personas parecen estar dirigiendo el mundo y las iglesias. El Cristo del Evangelio de Juan dice: “Sean valientes. Yo vencí al mundo” (16:33) y a su desesperanza. ¡Nuestro mensaje es valentía y confianza! No amenaza y miedo ¿Qué pasó en la resurrección de Jesús? Lo que pasó en la resurrección es que Jesús fue revelado completamente como el Cristo eternal e inmortal materializado en un cuerpo. Básicamente, el cuerpo circunscripto de Jesús se transformó en Luz ubicua. En adelante, la luz es probablemente la mejor metáfora de Cristo o de Dios. Durante la mayor parte de los primeros seis siglos, no se podía pintar ni esculpir el momento de la resurrección de Jesús. La costumbre durante mucho tiempo fue solo retratar el santuario en Jerusalén donde se suponía que había ocurrido la resurrección, pero nunca el evento en sí.5 De manera análoga, el evento como tal no está en el Nuevo Testamento. Todo lo que vemos son las historias posteriores: guardias aturdidos, ángeles sentados y mujeres visitantes. Lo más cercano que tenemos a una descripción se nos da de forma indirecta en Mateo 27:51-53, pero aquí se describe una resurrección general, tumbas que se abren y cuerpos que resucitan, y no solo la resurrección de Jesús. Lee este versículo ahora, ¡y asómbrate de sus efectos! “Las tumbas también fueron abiertas. Y muchos cuerpos de aquellos que han caído dormidos fueron resucitados” Después de las historias de resurrección, más seguidores se atrevieron a ver a Jesús como “el Señor”, o al menos como uno con el Señor, que a menudo traducimos como “el Hijo de Dios”. Este es un avance claro y dramático, una comprensión que se percibe en su totalidad solo después de la resurrección, aunque se habían vislumbrado algunos indicios a lo largo de la vida de Jesús. Podríamos decir que se revela gradualmente como “Luz”, como vemos especialmente en los tres relatos de la “Transfiguración” (Mateo 17:1-8, Marcos 9:2-8, Lucas 9:28-36). Probablemente, estos son relatos de resurrección trasplantados, al igual que la historia de Jesús caminando sobre el agua. Si escuchamos y observamos con cuidado, muchos de nosotros también tenemos tales momentos de resurrección en medio de nuestras vidas, en los que, de vez en cuando, “el velo se rasga”. “Crean en la luz para convertirse en hijos de la luz”, dice Jesús en el Evangelio de Juan (12:36), dejándonos saber que participamos en el mismo misterio, y que él está aquí, ayudando en el proceso. Mi creencia personal es que la mente humana de Jesús supo de su identidad plenamente divina solo después de la resurrección. Tuvo que vivir su vida con la misma fe que nosotros, a medida que “creció en sabiduría, edad y gracia” (Lucas 2:40), tal como nosotros hacemos. Jesús “no fue incapaz de sentir nuestra debilidad, sino que ha sido puesto a prueba exactamente como nosotros” (Hebreos 4:15b), entonces puede servir como nuestro modelo práctico y guía, el “pionero y perfeccionador de nuestra fe” (Hebreos 12:2) En 1967, mi profesor de teología sistemática, Fr. Cyrin Maus, OFM, me dijo que si hubieran colocado una cámara de video frente a la tumba de Jesús, no habría filmado a un hombre solitario emergiendo de una tumba (que sería resucitación más que resurrección). Es más probable, pensó, que hubiera capturado algo así como rayos de luz disparados en todas direcciones. En la resurrección, el cuerpo único y físico de Jesús se movió más allá de los límites del espacio y el tiempo hacia una nueva noción de materialidad y luz (que, en su encarnación, nos incluye a todos nosotros). Los cristianos y las cristianas suelen llamar a esto el “cuerpo glorificado”, y de hecho es similar a lo que hindúes y budistas a veces llaman el “cuerpo sutil”. Ambas tradiciones lo retrataron a través de lo que se convirtió en el halo o aura, y los cristianos la ubican alrededor de todos los “santos” para mostrar que participaron en La Luz compartida. Para mí, este es un significado muy útil para la resurrección de Jesús, que, tal vez, sería mejor descrito como la “universalización” de Jesús, una especie de deformación einsteiniana del espacio y tiempo, por así decirlo. De manera objetiva, Jesús siempre fue el Cristo Universal, pero ahora su importancia para la humanidad y para nosotros se hizo ubicua, personal y atrayente para aquellas personas dispuestas a conocer la Realidad a través de él. Muchas personas conocen la Realidad Divina sin este acceso directo, y debemos ser honestos sobre eso. No puedo probar que Jesús sea el acceso directo —y él tampoco necesita que lo haga—, excepto a través de las abundantes vidas de quienes, de manera sincera, “hacen clic en el enlace” y “siguen las indicaciones”. Solo “por los frutos los conocerán”, dice Jesús (Mateo 7:16-20). Las personas bien alineadas con el Amor y la Luz siempre verán de maneras que al resto de nosotros no nos resultarán obvias, y a esto lo conocemos como “iluminación” Tales personas no necesitan “pruebas” de que Jesús es Dios, o Cristo, ni de que sea perfecto, tal como vemos en los padres del hombre nacido ciego (Juan 9:18-23). Solo necesitan mirar honestamente la evidencia. Incluso el mismo hombre nacido ciego dice: “Todo lo que sé es que estaba ciego y ahora puedo ver” (Juan 9:25). Las personas de Luz simplemente revelarán un alto nivel de visión, tanto en profundidad como en amplitud, lo que les permite incluir más y más, y excluir menos y menos. Esa es la única prueba que nos ofrecerán, y es la única prueba que deberíamos necesitar. En la resurrección, Jesucristo fue revelado como Cada Hombre y Cada Mujer en su estado pleno. Como teólogo, San Máximo el Confesor (580-662) expresó “Dios hizo a todos los seres para este fin, para [gozar de la misma unión] de humanidad y divinidad que fue unida en Cristo”.6 Más tarde, San Gregorio Palamás (1296-1359) fue aún más específico: “Dios reveló al Cristo [en Jesús] para que la humanidad nunca pueda ser separada del modelo que él encarnó”.7 Esta clase de joyas son encontradas en muchos más escritos de la Iglesia oriental y sus padres. El gran Atanasio (298-373) lo dijo de esta forma: “Dios [en Cristo] se convirtió en el portador de la carne [durante un tiempo] para que la humanidad pudiera convertirse en la portadora de Espíritu para siempre”.8 Este fue el Gran Intercambio. Jesús pretendía ser la garantía de que la divinidad podía residir dentro de la humanidad, lo cual es siempre nuestra gran duda y negación. Y una vez que esto es posible, entonces la mayoría de nuestros problemas están resueltos. ¡La resurrección, tanto de las personas como de los planetas, se vuelve una conclusión inevitable! Qué significa exactamente eso, no puedo saberlo de ningún modo (1 Corintios 2:9), pero puedo decir:
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Decir no es entrenar —Consejo ofrecido por coaches ejecutivos. De algún modo, me has permitido caminar contigo a través de este viaje de Cristo, y te agradezco por haber confiado. Creo que ha sido un acto de humilde confianza de tu parte. Pero, tal vez, te estés preguntando “¿Y qué diferencia hace todo lo dicho? ¿Es solo más teoría y teología? ¿Otro conjunto de ideas para poner en el estante? ¿Otro paseo religioso bien camuflado?” Estas preguntas críticas apuntan a un argumento importante: a menos que la conciencia del Misterio de Cristo te vuelva a conectar en los niveles físico, neurológico y celular —a menos que puedas verlo y experimentarlo de una manera nueva—, esto seguirá siendo otra teoría o ideología. Otro libro que tienes que leer y considerar, y luego olvidar conforme pasen las semanas. Me tomó la mayor parte de mis setenta y cinco años empezar a ver y disfrutar mi fe cristiana a este nivel experimental de conciencia. Mi esperanza es que puedas ahorrarte alguno de esos años, y ayudarte para que comiences a disfrutar más temprano de una Conciencia Crística real. Y como dice el epígrafe de este capítulo, decirles cosas a las personas es muy ineficaz si no hay un entrenamiento verdadero en cómo reconfigurar nuestras respuestas en la práctica. En este capítulo quiero ofrecer dos prácticas encarnadas que enseñamos en el Centro para la Acción y la Contemplación. Primero, déjame contarte algunas cosas de la práctica en sí. La práctica es pararte sobre el flujo, mientras que la teoría y el análisis es observarlo a distancia. La práctica es mirarte a ti mismo; el análisis es mirar hacia atrás, como si fueras un objeto. Tal vez, a través del análisis puedas aprender algo intelectualmente, pero al hacerlo, en realidad podrías estar creando una desconexión con tu más profunda experiencia interna. Hasta que no sepas cómo se siente tu propio flujo, ni siquiera sabrás que existe. También debes aprender a reconocer cómo se siente la resistencia. ¿Toma forma de culpa, enojo, miedo, evasión, proyección, negación, una necesidad imperiosa de fingir? Lo que tienes que hacer es detectar las formas más inteligentes en las que, en lo personal, resistes la realidad diaria, o arruinarán tu vida y nunca las detectarás. Creerás que estás “pensando” o “eligiendo”, cuando en realidad solo estarás actuando acorde al programa. Salir de tu programación es una gran parte de lo que queremos decir con estar “conscientes” Si no encontramos una forma de oración que realmente invada nuestro inconsciente a nivel fundamental, todo permanece igual. En general, será algún tipo de oración para centrarnos, meditación en movimiento, prácticas internas para dejar ir y soltar, trabajo de sombras, o un periodo voluntario de silencio prolongado (como hice mientras escribía los primeros esbozos de este libro: treinta y cinco días de soledad y quietud). Lo que sea que elijas, sentirás que estás desaprendiendo en lugar de aprender, que estás rindiéndote en lugar de cumplir. Es probable que esta sea la razón por la que tantas personas se resisten a la contemplación. Porque se siente más como un derramamiento de pensamientos generales que como el arribo a nuevas o mejores ideas. Más como soltar que como lograr algo. ¡Lo cual es contraintuitivo para nuestras mentes naturalmente “capitalistas”! Esta es nuestra resistencia milenaria a las religiones descendentes. La necesidad humana por prácticas físicas y encarnadas no es nueva. A lo largo de la historia cristiana, los “Sacramentos”, como los llaman tanto ortodoxos como católicos, siempre han estado con nosotros. Antes de que surgiera la era de la alfabetización, en el siglo XVI, cosas como la peregrinación, los rosarios, postrarse, las reverencias y las genuflexiones, “bendecirse a uno mismo” con el signo de la cruz, las estatuas, rociar cosas con agua bendita, las obras de teatro y liturgias, el incienso y las velas permitieron que el alma se conozca a sí misma a través del mundo externo, que en este libro nos hemos atrevido a llamar “Cristo”. Estas imágenes externas sirven como espejos del Absoluto, que a menudo es capaz de puentear a la mente. Cualquier cosa es un sacramento si sirve como un Atajo al Infinito, pero siempre estará oculto en algo que es muy finito. En 1969 fui enviado como decano para trabajar en el Pueblo de Acoma, hogar de una antigua comunidad americana nativa en el oeste de Nuevo México. Cuando llegué, me asombré al descubrir que muchas prácticas católicas tenían contrapartes directas en los pueblos nativos. Vi altares en medio de las mesetas cubiertas de montones de palos de oración. Noté cómo, en los funerales, los acoma esparcían polen de maíz tal como nosotros hacemos con el agua bendita, y cómo lo que nosotros recientemente llamábamos “danza litúrgica”, para ellos era la norma en cada día festivo. Observé la forma en que las madres les enseñarían a sus hijos a saludar en silencio al sol de la mañana, justo como nosotros aprendemos a “bendecirnos” con la señal de la cruz, y cómo el ungimiento con salvia humeante era casi exactamente lo que hacíamos con el incienso en nuestras Altas Misas Católicas. Todas estas prácticas tienen algo en común: son expresiones del espíritu interpretadas, imitadas y corporizadas. El alma las recuerda a un nivel casi preconsciente porque están alojadas en nuestra memoria muscular y tienen un impacto visual. A las versiones tardías del protestantismo racional le costó mucho entenderlo. Entonces, hagamos algo: intentemos realizar una práctica que conduce al conocimiento encarnado. Descubrí una especialmente buena en The Book of Privy Counseling, un no tan conocido clásico escrito por el autor de Nube del desconocimiento. Me gusta esta práctica en particular porque es muy simple, y me resulta efectiva incluso en el medio de la noche, cuando despierto y no puedo volver a dormir durante la llamada “hora del lobo”, entre las 3 y las 6 a. m., cuando la psiquis está más indefensa (¡otras personas solo le dicen “insomnio”!). Te advierto algo: empeora a medida que envejeces, ¡así que te harías un favor en aprender las siguientes prácticas lo antes posible! He resumido las palabras exactas del autor a nuestros fines prácticos. Esta es mi paráfrasis: Práctica I: Simplemente lo que eres. Primero, “toma a Dios al pie de la letra, tal como es. Acepta su bondadosa gracia, como lo harías con una compresa suave cuando estás enfermo. Aférrate a Dios y presiónalo contra tu ‘yo’ no saludable, tal como estás” Segundo, identifica la manera en que tu mente y tu voluntad juegan sus partidos: “Deja de analizar a Dios y de analizarte a ti. Puedes hacerlo al dejar de gastar tanta energía en decidir si algo es bueno o malo, si es dado por gracia o conducido por el temperamento, si es divino o humano” Tercero, ten ánimo: “Ofrece tu ser simple y desnudo al ser gozoso de Dios, porque ustedes dos son uno en la gracia, aunque separados por naturaleza” Y por último: “No te enfoques en lo que eres, ¡sino en que, simplemente, eres! Cuán desesperadamente estúpida tendría que ser una persona si no pudiera darse cuenta de que simplemente es” Sostén la compresa suave y cálida de estas palabras amorosas contra tu “yo” corporal, elude la mente e incluso los afectos del corazón, y deja ir al análisis de lo que eres o de lo que no eres “¡Simplemente, eres!” Esta práctica me gusta porque se puede convertir en una experiencia muy corporal acerca de lo que estuvimos hablando en todo este libro. Tu propio cuerpo —en su desnudez, sin ningún “hacer” involucrado— se vuelve un lugar de revelación y descanso interno. Cristo se “desespiritualiza” Práctica II: Toda realidad física como un espejo
Como digo a menudo, la salvación no es una pregunta de si, sino de cuándo. Una vez que mires con los ojos de Dios, verás todas las cosas y disfrutarás de ellas desde una perspectiva adecuada y completa. Algunos posponen esto hasta el momento de la muerte o incluso después (“purgatorio” era nuestra extraña palabra). La salvación, para mí, simplemente es tener la “mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), que Pablo describe como “el mundo, la vida, la muerte, el presente y el futuro. Todo es de ustedes, y ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios” (1 Corintios 3:22-23) Al final, todo encastra, pertenece, y tú eres parte. Este conocimiento y este gozo son una buena descripción de la salvación. Quiero cerrar este libro con una extensa Meditación Espejo que escribí una vez. El objetivo de esta meditación es reconfigurar tanto tu mente como tu cuerpo para ver todas las cosas en Dios, y a Dios en todas las cosas. Creo que si practicas este tipo de visión de forma regular, pronto se volverá toda una manera de ver la vida en la cual el mundo natural o físico puede funcionar como un espejo diario que revelará partes de ti mismo que quizás no conocerías de otra forma; también revelará el profundo patrón de las cosas, y de casi todo, y te mostrará que todo lo que decimos de Cristo es verdad: el mundo externo es un sacramento de Dios. Tómate tiempo para leer esta meditación; léela en partes o como un todo. Si notas que una línea en particular te habla, haz una pausa y reflexiona en ella hasta que el sentimiento pase. No creas que esta sensación son tus propios pensamientos o que es mera química cerebral. Recíbela como el flujo del Amor Divino
Juro que no tenía nada más que escribir luego de este libro, pero poco después sentí la necesidad de publicar un libro más bien pequeño, aunque denso, sobre la naturaleza del pecado y el mal,1 y cómo los dos no son lo que la mayoría de nosotros pensamos. Trato de explorar los paralelos entre la naturaleza social y compartida de la salvación como se despliega en los primeros Padres de Oriente y la naturaleza social y compartida del mal, extraída en gran parte de las cartas de Pablo. La historia, y mentes más místicas que la mía, tendrán que determinar si esto puede ser verdad, pero al escribir ambos libros, he llegado a convencerme de que: Sea lo que sea que estemos viviendo, estamos juntos en eso. No hay una competencia. Somos buenos por la bondad de los unos por los otros; somos pecadores por los pecados de unos hacia los otros. En otras palabras, tanto el amor como el pecado son altamente contagiosos. El individualismo escabroso prácticamente ha diezmado el poder transformador del Evangelio. El individuo solo y frágil no puede más que temer a Dios en este mundo y en el próximo, cuando en realidad la intención del Evangelio es unirnos en una comunión de santos y pecadores en este mundo, donde llevamos la carga de la vida juntos. “Somos uno en el Espíritu, uno en el Señor”,2 como proclama el himno cristiano. Entonces, el llamado nos redirecciona más hacia la solidaridad universal con todo el viaje de Cristo que a nuestros hábitos cotidianos de contar, pesar o medir la posesión o carencia de merecimiento. Este es un mensaje muy diferente que debería crear una noción distinta de la iglesia y el Evangelio. En estos momentos, estoy trabajando en otro pequeño libro sobre el tópico del dinero, y probablemente también debería escribir uno sobre sexo. El dinero y el sexo, en mi opinión, podrían ser las dos áreas donde el cristianismo ha sido menos efectivo en extraer algún tipo de síntesis práctica entre la materia y el espíritu (a lo cual, en este libro, llamo cosmovisión encarnacional). Ambos, dinero y sexo, han mantenido su autonomía en el ámbito de lo profano y todavía parecen ser vistos como el escenario principal de escándalo, vergüenza y pecado. El dinero y el sexo son retratados como el corazón de la maldad en la mayoría de los cuentos y películas, pero ¿realmente lo son? Sospecho que son más síntomas de una división profunda en el alma que causas de la maldad en sí mismas. Por alguna razón, a todas las religiones les cuesta tener una teología positiva, saludable y honesta tanto del dinero como del sexo. Estas son dos espadas, en mi opinión, sobre las cuales un vasto número de cristianos cayeron y “perdieron su alma” (me abstengo de realizar un veredicto sobre el siguiente mundo, pero tengo una intuición fuerte de que nadie esté más allá de la persuasión y del abrazo total del Amor eterno) El filósofo Jacob Needleman, en su libro Money and the Meaning of Life [El dinero y el sentido de la vida], hace una declaración más bien dramática, que solo personas de su calibre podrían hacer: “Todo lo que se interponga en el camino de un contacto consciente entre lo espiritual y lo material de la vida humana, solo eso es el verdadero mal” (énfasis mío).3 Cuando lo leo, desearía haber usado esa cita en la primera edición de este libro, como base para un significado útil y comprensible tanto del Cristo como del arquetipo que Juan el evangelista nos dio para identificar al Anticristo: En esto pueden discernir quién tiene el Espíritu de Dios: Todo espíritu que reconoce que Jesús el Cristo ha venido en cuerpo humano es de Dios; y todo espíritu que no reconoce a Jesucristo no es de Dios, sino del Anticristo. (1 Juan 4:2-3) Quizás el Anticristo es mucho menos una persona que una actitud; y, desafortunadamente, ¡una actitud que es bastante común entre muchos cristianos y cristianas! A mi entender, aquí Juan está diciendo que el Cristo es el Símbolo Permanente y Universal para lo que la mayoría de las personas con sus mentes dualistas encuentran difícil de imaginar o incluso de apreciar: Materia y Espíritu se reflejan entre sí, y una revela en profundidad a la otra. Para el alma realmente no pueden separarse, y solo son distinguibles de manera lógica para la mente. En la tradición católica, este se volvió el “principio sacramental” base de los siete Sacramentos y de miles de “sacramentos” más pequeños como las medallas, las cruces, los íconos y el agua bendita. El Cristo eternal y el Jesús temporal demuestran, funcionan y nos son de ayuda a los humanos para realizar “un contacto consciente entre lo espiritual y lo material de la vida humana”, tal como escribió Needleman. Cristo de manera cósmica y Jesús de manera personal hacen que lo increíble sea creíble y que lo impensable sea deseable. ¡Jesucristo es un Sacramento de la Presencia de Dios para todo el universo! Ahora, volviendo al dinero y al sexo. En sus formas comunes y no integradas, con frecuencia operan como el Anticristo en el imaginario colectivo y los medios de comunicación del mundo, precisamente porque ambos se mantienen separados del significado y la importancia espiritual. En los años por venir debemos deshacer esa división. Cuando encontremos una actitud realmente sana y santa hacia las cosas “mundanas” como el dinero y el sexo, el Misterio de la Encarnación finalmente tendrá su victoria definitiva, y “la nueva Jerusalén habrá descendido a la tierra desde los cielos […] preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido” (Apocalipsis 21:2). Y en palabras de Pablo, “Jesucristo habrá hecho de los dos [materia y espíritu] uno solo, y habrá derribado el muro que solía mantenerlos separados” (Efesios 2:14) Esto me lleva a cerrar con un pensamiento espectacular de San Agustín, que espero que todavía pueda resolver muchos de nuestros problemas de unidad y diversidad, y alentar a todo entendimiento ecuménico e interreligioso en un futuro lejano. Lee y relee mi paráfrasis de la cita de Agustín hasta que la recibas y hasta que toque todo lo que alguna vez consideraste profano: Cristianos, ustedes son Cristo… porque solo hay un Único Hijo de Dios
Nuestra mirada descubierta recibe y refleja el brillo. de Dios hasta que gradualmente nos convirtamos en la imagen que reflejamos —2 Corintios 3:18. Descubrí el poema de Derek Walcott “El amor después del amor” el mismo día que el poeta de la India del Este murió: 17 de marzo de 2017, justo cuando yo comenzaba a escribir este libro. A principios de la década de 1970, el lugar de nacimiento de Walcott, la isla de Santa Lucía, fue el primer lugar fuera de los Estados Unidos continentales al que fui invitado a predicar el Evangelio. De hecho, lo conocí en mi conferencia, ¡a la que asistió humildemente! Desde la New Jerusalem Community, en Cincinnati, pronto enviamos a cuatro de nuestros jóvenes miembros a trabajar entre los pobres en Santa Lucía, dos afroamericanos y dos blancos, dos mujeres y dos hombres. Cambió sus vidas. La hermosa isla y sus personas siempre me parecieron mágicas, y todavía están en mi memoria. Ahora conocerán otra razón:
APÉNDICES
APÉNDICE I
APÉNDICE II
Отрывок из книги
El Cristo Universal
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Hablando palabras de sabiduría: “Déjalo Ser”
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