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ОглавлениеPrólogo
Todo lo que está en el ordenador es escritura. Todo lo que está en la red es escritura en páginas web, archivos y protocolos.
Sandy Baldwin, The Internet Unconscious
The Twittering Machine (La máquina de trinar)[1] es una historia de terror, aun cuando se trate de tecnología que, en sí misma, no es buena ni mala. La tecnología, como dice el historiador Melvin Kranzberg, «no es buena ni mala… ni neutral».
Tendemos a atribuir poderes mágicos a las tecnologías: el teléfono inteligente es nuestro billete a la dicha; la tableta, nuestro anotador místico. En la tecnología descubrimos nuestras propias facultades enajenadas en una forma moralizada, o bien como un genio benevolente o bien como un demonio atormentador. Estas son fantasías paranoides, nos parezcan o no malignas, porque en ellas estamos a merced de los dispositivos. De tal manera que si estamos ante una historia de horror este debe residir en parte en el usuario: una categoría que me incluye y que probablemente incluya a la mayor parte de las personas que están leyendo este libro.
Si bien la The Twittering Machine (La máquina de trinar) nos confronta a una serie de calamidades –adicción, depresión, «fake news», trolls, turbas online, subculturas de la derecha alternativa–, lo único que hace es explotar y magnificar problemas ya socialmente generalizados. Si descubrimos que nos hemos hecho adictos a las redes sociales, a pesar –o precisamente a causa– de su frecuente sordidez, como me ha pasado a mí, quiere decir que hay en nosotros algo que está esperando para hacerse adicto. Algo que las redes sociales potencian. Y si, a pesar de todos esos problemas, aún frecuentamos las plataformas de las redes sociales –como lo hace más de la mitad de la población mundial– quiere decir que debemos estar obteniendo algo de ellas. La sombría literatura dictada por el pánico moral que vitupera «las frivolidades» y la sociedad de la «posverdad» debe estar pasando por alto una verdad vital del tema que analiza.
Quienes disfrutan de las plataformas que ofrecen las redes sociales tienden a sentirse a gusto con la idea de que se les está dando una oportunidad de ser escuchados. Esto debilita el monopolio sobre la cultura y el sentido, del que antes gozaban únicamente las empresas informativas y de entretenimiento. El acceso no es igualitario, pues los usuarios corporativos, las agencias de relaciones públicas, las celebridades y muchos otros compran y pagan un mayor alcance, y además ofrecen un contenido mejor financiado, pero aun así, las plataformas pueden dar una oportunidad a las voces marginales donde antes no tenían ninguna. El acceso recompensa la agudeza, el ingenio, la inventiva, la chispa y ciertos tipos de creatividad, aunque también recompense los placeres más oscuros tales como el sadismo y el rencor.
Y si el uso de las redes sociales desestabiliza los sistemas políticos, no es algo tan malo para los que tradicionalmente han estado excluidos de esos sistemas. La tan publicitada idea de la «revolución de Twitter» exageró enormemente el papel que desempeñaron las redes sociales en los levantamientos populares, sobrepasados desde entonces por fuerzas más oscuras subyacentes en las redes sociales, desde los asesinos de ISIS al Men’s Rights Activists (MRA). Pero, ocasionalmente, el flujo de información entre los ciudadanos es lo que permite establecer una gran diferencia, momentos en los que no es posible confiar en los medios informativos tradicionales, momentos en los que puede darse buen uso a las posibilidades de las redes sociales. Estos, generalmente, son tiempos de crisis.
Con todo, el aspecto crucial de la observación de Kranzberg es que la tecnología nunca es neutral. Y, en esta historia, la tecnología determinante es la escritura, una práctica que vincula a los seres humanos con las máquinas en una configuración de relaciones sin la cual sería imposible la mayor parte de lo que llamamos civilización. Las tecnologías de la escritura, al constituir un fundamento de nuestros modos de vida, nunca son social ni políticamente neutras en sus efectos. Cualquiera que haya vivido las distintas etapas del crecimiento de internet, la difusión de los teléfonos inteligentes y el auge de las plataformas de las redes sociales habrá comprobado la notable evolución operada. Al transformarse de análoga a digital, la escritura se ha vuelto masivamente ubicua. La gente nunca escribió tanto ni tan frenéticamente en toda la historia de la humanidad: enviando mensajes de texto y tuits, tecleados con los pulgares en el transporte público, actualizando su estado durante las pausas en el trabajo, haciendo pasar imágenes y pinchando enlaces frente a resplandecientes pantallas a las 3 de la mañana. En cierto sentido, esta es una extensión de los cambios producidos en el lugar de trabajo, donde la comunicación mediada por el ordenador significa que la escritura absorbe una porción cada vez más amplia de la producción. Y, ciertamente, en un sentido importante, la escritura que producimos hoy es trabajo, aunque no pagado. Pero también es indicativa de nuevas pasiones o de pasiones a las que hoy puede dárseles rienda suelta.
De pronto, todos somos «autormaníacos», estamos poseídos por un violento deseo de escribir, incesantemente. Podemos decir, pues, que esta es una historia de escritura pero también de deseo y violencia. También es un relato sobre cómo podríamos incluirnos, cultural y políticamente, a través de la escritura. No pretende ser un informe prescriptivo, algo imposible en esta etapa temprana de la evolución de un sistema tecnopolítico radicalmente nuevo. El libro es un intento, tan bueno como cualquier otro, de ir encontrando un nuevo lenguaje para reflexionar sobre lo que está surgiendo. Y, finalmente, si todos vamos a ser escritores, esta es una historia que formula la mínima pregunta utópica: ¿qué otra cosa que no sea esto podríamos hacer con la escritura?
[1] El título original de este libro de Richard Seymour hace referencia a la obra de Paul Klee Die Zwitscher-Maschine (1922, MoMA), cuya traducción a la lengua inglesa es, precisamente, The Twittering Machine. En él, el autor establece paralelos y significados compartidos entre la obra de Klee y las actuales redes sociales. Le ayuda, además de toda la argumentación que magistralmente despliega, el juego evidente que existe en lo nominal, entre Twitter, la conocida red de microblogging, y twitter, el verbo que hace referencia al trino o gorjeo que los pájaros realizan.
Para no perder la totalidad de correlaciones que el libro exhibe hemos optado por mantener el título original de la obra, The Twittering Machine, en el exterior, y La máquina de trinar en el interior cuando esta aparezca. Esta última, La máquina de trinar, es además la traducción más asentada y aceptada del conocido cuadro de Paul Klee [N. del ed.].